3.18.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-21

TRES ROSAS BLANCAS

Ya te estoy diciendo que recuerdos de Hornos tengo muchísimos y todos bonitos. Uno más es el de una gran señora, doña Magdalena Marín, la esposa de don Francisco Blanco. Ya verás que cosas más hermosas me contaban a mí mi abuela y mi madre de esta señora. Era de Beas de Segura y don Francisco Blanco, la conoció y se enamoró de ella. Cuando iba a visitarla, ya próximo a casarse, no sé qué persona envidiosa del pueblo, celoso o celosa de ver que se la llevaba uno que era de Hornos, queriendo desacreditarla para que no se la llevara, le dijo: “¿Pero te vas a casar con Magdalena Marín?” Y dijo don Francisco: “¡Pues claro que sí!” Le respondió aquella persona: “Pues te la llevas llena de hostias”. Esto se lo dijo porque oía misa con frecuencia y comulgaba.

Y entonces don Francisco Blanco, con el talento natural que tenía, le dijo: “¡Anda que bien, pues por eso la quiero yo!” Mira que mala es la envidia que aquella persona queriendo desprestigiarla, lo que hizo fue prodigarle la mayor alabanza. Y con razón, porque era cierto. Esta mujer era una más de las muchas personas santas de mi pueblo. Era una gran amiga de mi abuela Asunción y de mi madre. Con frecuencia pasaba a echarle de comer a unas gallinas en un molino de aceite que tenía, conforme se entra al pueblo de Hornos, a la izquierda. Entonces no había más edificios. Todos esos nuevos que ves, son construcciones de ahora. Entonces lo primero que había a la entrada del pueblo, a la izquierda, era el molino de aceite de don Francisco Blanco.

Magdalena tenía unas gallinas allí. Pasaba por la puerta de mi abuela a echarles de comer. Unas veces, al verme, me hacía con la cabeza así para indicarme que si me iba con ella. Otras veces era yo la que le preguntaba: “¿Me voy con usted?”. Yo estaba encantada de irme con ella porque aquella mujer es que transmitía una paz y un gozo, que era inexplicable. Era una gozada estar a su lado. Cuando yo pasaba por la Puerta Nueva, había una rayuela, de esas que se hacen la paticoja, con un tejo. Algunas veces me paraba a jugar a la rayuela y cuando echaba a correr y la alcazaba, ella que siempre iba rezando el rosario, me decía: “Ya te has perdido un misterio”. Yo le decía: “Hermana Magdalena, si luego lo rezo otra vez con mi abuela”. Y se sonreía.

Y un día, de un rosal que tenía allí que era de rosas blancas, cogió dos rosas y me las dio. Yo con las dos rosas en la mano y ella mirándome de aquella manera que miraba tan llena de ternura y hablando en voz bajica, como para ella sola, dijo: “Tres rosas blancas”. Yo estuve a punto de decirle: “Hermana Magdalena, que no me ha dado usted nada más que dos”. Pero como mi abuela me tenía dicho que nunca contradijera a una persona mayor, me callé.

Y nos fuimos. Cuando pasamos por la puerta de mi abuela, yo me entré, le di las rosas a mi abuela y le dije: “Madre Asunción, la hermana Magdalena me ha dado dos rosas pero se ha equivocado porque ella ha dicho que me daba tres rosas blancas y no me ha dado nada más que dos. Yo me he callado y no le he dicho nada”. Entonces me dijo me abuela: “Hija mía, ella tiene razón, son tres rosas blancas. Pero tú ahora no lo entiendes. Ella ha dicho dos, que son las que te ha dado y la tercera que eres tú. A ti te ha comparado con otra rosa blanca. Tú ahora no lo entiendes. Luego cuando seas mayor, ya lo descubrirás”.

Se asomó mi abuela a la puerta de la calle y la miró, conforme iba ya caminando hacia su casa, se quedó fija en ella diciendo: “Eso es ella también, una rosa blanca”. Esta señora es la madre de la madre Magdalena Blanco Marín, que fue la que te dije que me hizo la diadema de la primera comunión. Pues otra cosa más de esta gran mujer. Tenía como norma no mentir nunca. Y otra norma suya era no ponerle nunca falta a nada. Fíjate qué treta se buscó para no caer en falta. Un día partieron un melón y no estaba muy bueno. Y le preguntaron: “¿Cómo está el melón?” Y claro, ella si decía que no estaba bueno, le ponía falta y si decía que estaba dulce, mentía, entonces contestó: “Esta fresquito”. Cuando lo probaron se dieron cuenta que el melón no estaba bueno pero ella no había dicho que estuviera bueno o malo. Dijo simplemente: “está fresquito”.

Hasta donde llega el recuerdo que conservo yo de esta señora, que una de las veces, de las poquitas veces que he tenido la suerte de volver a Hornos, busqué a Polonia, una hija. Sabía que tenía un retrato donde se ve el matrimonio. Don Francisco Blanco y su señora. Y le pedí a Polonia un favor. Ella no me conoció, por cierto pero yo le dije quien era y entonces sí me atendió. Le dije: “Polonia, le pido por favor, que me deje ver los retratos de su padre y de su madre”. Me subió al comedor y tuve el gran placer de estar contemplando los retratos de aquellas dos personas tan queridas en mi casa. Guardo ese recuerdo de ellos porque se lo merecían.

Aquel domingo no tuve que pedir la llave de la iglesia porque había misa. Entré a oír misa y dio casualidad que caí con Polonia Blanco. Las dos casi juntas. Estaba llorando, porque como soy una llorona y no lo puedo remediar, pues yo de verme en mi iglesia de este pueblo mío de Hornos y rememorando todos mis recuerdos, pues ya estaba llorando. Mi pañuelo ya lo tenía tan mojado que Polonia se dio cuenta y me dio el suyo. Un pañuelo blanco con rayas verdes, que todavía conservo como recuerdo de ella. Me lo dio y cuando fui a devolvérselo me dijo: “Consérvalo como recuerdo mío. Yo rogaré por ti al Señor para que te consuele esa tristeza de sentirte lejos del pueblo tuyo que tanto quieres y tan hermosamente llevas en tu corazón. Cuando veas mi pañuelo, acuerdate de Hornos pero recuérdalo siempre con alegría y no llores tanto por él. Que te acuerdes de nosotros y tu pueblo, con alegría pero sin llorar”.

Pasado el tiempo, he sabido que Polonia ha muerto y entonces también he sentido que desde este querido pueblo mío de Hornos, ha volado otra santa más al cielo. De este pueblo mío, te podía contar cosas hermosas y no terminar nunca. ¡Cuánto y cuánto quiero yo a las personas que allí conocí y cuánto quiero yo a ese tan pequeño pero tan grande y hermoso pueblo de Hornos! En este pueblo viven todavía los dos hermanos de Polonia: Luz Blanco Marín y Asdrubal Blanco Marín. Y precisamente, por estos días, me ha llegado la noticia de que Asdrubal, que era una buenísima persona, ha muerto.

Por Luz Blanco Marín, mi madre sintió una gran admiración. Es esposa de don Miguel Hoyo, que también pertenece a una buenísima familia de Hornos. La familia Hoyo. Él era hijo de Félix y de María Juliana. Los dos han ejercido la profesión de maestros, lo que ahora se llama profesores de E.G.B. o primaria y entonces se decía con la bellísima palabra de “maestro”, como en el Evangelio, al Señor. Los dos ejercían su profesión con gran dignidad y dedicación pero de esta señora, su verdadero nombre, aunque sólo la conocemos por Luz, es María de la Paz y de la Luz. No sé si Luz es antes o Paz pero de lo que sí estoy segura es que en el mismo nombre lleva incluido la paz y la luz. Y ahora te digo que son nombres que ni escogidos salen mejor y más adecuados para ella. Porque ella es eso: Paz y Luz.

Era una señora, yo la conocí cuando estaba en todo el esplendor de su juventud, muy hermosa y de un trato tan agradable y tan sencillo que era un encanto sólo estar al lado de ella. Y yo creo que esto lo había heredado de su madre: de Magdalena Marín, esposa de don Francisco Blanco. Vestía siempre muy elegante, siempre con ropa oscura pero yo creo que su mayor elegancia estribaba en su sencillez. Porque siempre fue elegante pero nunca fue ostentosa.

Estuvo de maestra en Orcera y mira qué casualidad que por aquellas fechas coincidieron en este pueblo un gran cura: don José Sola Llavero y una gran maestra: doña Luz Blanco Marín. Ella llevaba sus niñas a misa, decía mis chiquillas. Y se percató de que las niñas no se enteraban de nada de la misa, porque como las misas antes se decían en latín, pues para seguir las lecturas y enterarse del Evangelio y demás, había que tener un misal. Mi madre y mi abuela lo tenían y cuando el sacerdote leía el Evangelio en latín, ellas lo leían en castellano y se enteraban. Pero quien no sabía leer o no tenía misal, pues no se enteraba de la misa. Y esta señora estaba preocupada porque las niñas “mis chiquillas”, como decía, no se enteraban de la misa.

Y entonces, de acuerdo con el párroco, los dos tuvieron vista de águila, para darle a aquello solución. Así que ella se puso y con el misal en la mano, empezó a leer todas las lecturas en castellano. Siempre lo hacía en la misa primera, porque había dos misa, una muy temprano y otra más tarde. Y la gente del pueblo cuando se enteró que la maestra leía en voz alta en castellano, la misa de la primera hora, se llenaba de gente. Yo doy testimonio de que esto es verdad porque desde el cortijillo donde vivíamos de doña Rosario Olivares, que lo tenía mi padre arrendado, iba y asistía a misa y aunque era temprano, nosotras madrugábamos para no perdérnosla.

No sé si alguien en Orcera todavía se acordará de oír a esta señora y de verla allí de maestra pero si alguien duda lo que estoy diciendo, de ello puede dar testimonio don José Sola Llavero, que como he dicho era el párroco de Orcera entonces y ahora es Capellán de la Capilla del Salvador de Ubeda. Fíjate a cuántos años de distancia doña Luz se dio cuanta que para enterarse de la misa había que decirla en el idioma que las personas podíamos entender. Y fíjate qué clase de maestra que se preocupaba de lo material y de lo espiritual de sus niñas. Por esto te decía al principio que bien merece el nombre que lleva: Luz y Paz.

Continuará…
http://es.geocities.com/cas_orla/

2 comentarios:

Atrappasueños dijo...

Muy bonita la historia que cuentas, me a emocionado y me ha echo recordar cosas de mi infancia en mi pueblo. Yo soy de Beas de segura y tambien estoy fuera de el y cada vez que bajo a Beas intento refugiarme de recuerdos y de personas del pasado. Aqui en la distancia a veces me quedo con el recuerdo de las historias que me contaba mi padre de los tiempos de antes y al leer tus palabras me han llenado de recuerdos. Muy bonito tu pueblo Hornos, la verdad es que tenemos un tesoro en la sierra de segura y sus pueblos tienen un encanto especial al igual que sus gentes. Un saludo y sigue contando historias que tus paisanos de hornos se emocionaran al igual que lo he echo yo siendo de Beas de SEgura... Ah ! y lo siento por el envidioso ese de Beas que no queria que se llevaran a esta bendita mujer, envidiosos los hais por tos sitios !!... y me alegro por que lo que al final triunfo fue el amor y eso es igual de donde seas y como seas. Un Beso y cuidate !

laricp dijo...

Hola:

Gracias por tu comentario y me alegro que te haya gustado lo que en este blog tengo escrito.

Saludos: JGómez