3.22.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-39

EL RELOJ DEL SOL

- Por lo que me cuentas, todo para ti, de niña, puro juego por toda tu Vega.
- También se trabajaba entonces, ya lo creo.
- ¿Y en qué trabajabas?
- Entre otras cosas, sembraba garbanzos con mis hermanos. Ellos llevaban los mulos y yo detrás echando al surco los garbanzos, el maíz y las habas. Todo eso lo hacía yo con mis hermanos y desde pequeñica a la aceituna y en la casa, ayudándole a mi madre. Pa recoger el maíz, eso ya mi padre y mis hermanos lo hacían. En la casa lo que hacíamos era abrir las panochas, quitarle las farfollas, desgranarlo para los cerdos, eso sí lo hacíamos en la casa.

- ¿Y lo de tus manos heladas?
- Era un sitio que le dicen la Piedra del Aguila. El mayor ya estaba en la guerra. El menor, con trece años, tuvo que hacerse cargo del par de mulos y todo lo que había hecho el mayor, paso al pequeño. Mi padre que no se estaba parao. Yo iba a sembrar a ese sitio que le dicen la Piedra del Aguila. De pequeña, siempre fui muy friolera. En aquel sitio, tardaba mucho en dar el sol por las mañanas. Yo me quedaba helada. Me cogía mi hermano las manos. Se las metía así debajo de sus brazos, me las calentaba y así con el vaho soplando.

Otras veces, teníamos nosotros un mulo que era muy manso. Un mulo rojo que se llamaba “Comisario”. Metía las manos debajo de las ancas del mulo y así me calentaba. Y yo, apenas uncía los mulos, ya estaba diciendo: “Angel, ¿cuándo nos paramos a comer?”. Decía: “Mas tarde, más tarde”. “Angel, ¿qué hora es?”. Se quedaba mi hermano mirando al sol: “Son las once de la mañana, por ahí, por ahí”. “Angel, ¿y cómo sabes tú la hora que es?”. “Porque el sol tiene un reloj”. “Angel, ¿y quién te han enseñado a ti a entender el reloj del sol?”. “El Tío Toribio”. Era un hombre que vivía en la Fuente de la Higuera.

Y había muchos nidos de águilas por allí. “Angel, ¿Por qué cantan tanto las águilas?”. “Son las madres hablando con los hijos. Los enseñan a volar y a comer. Ellas enseñan a sus hijos lo mismo que madre te enseña a ti”. Y venga: “Y Angel, ¿Cuándo vamos a parar a comer?”. Se quedaba otra vez parao, porque tenía una paciencia... ay qué paciencia tenía mi hermano conmigo. Paraba los mulos, se quedaba mirando al sol: “Ya queda poco, nena, date prisa, date prisa”.

Nos parábamos a comer. Había entonces mucha escasez, mucha mendicidad. Pasaba mucho personal de Iznatoraf y de todos esos sitios, pidiendo limosna. Iban por el camino y cuando veían a alguien que estaba trabajando, como sabían que llevábamos merienda, pues nos pedían. Mi hermano, jamás le dijo que no a nadie. Echaba mano a las alforjas, que por la Vega no había barja como aquí. Echaba mano, cogía el pan, partía un pedazo, le añadía lo que fuera, de lo que llevábamos de comida y se lo daba. Luego, cuando íbamos a comer, ya quedaba poco pan para nosotros.

Mi hermano calculaba, la mitad del trozo de pan que nos había puesto mi madre, para mí y la otra mitad para él pero a su trozo siempre le faltaba el pedazo que le había dado a la persona que pasó pidiendo. El trozo más chico para él, porque lo que le faltaba ya lo había repartido. Yo le decía: “Angel, eso es poco para ti”. Decía: “¡Calla y come!”. Cuando llegábamos por la noche a mi casa: “Madre, que Angel ha comido muy poquillo”. “¿Pero y por qué ha comido poquillo?” Preguntaba mi madre. “Es que se lo ha dado a los pobres”. Y él que me oía, saltaba: “Ya está la chivata ésta”.

Una vez de las que me engañó con los nabos diciéndome que eran patatas, yo me enfadé tanto que queriendo hacerle rabiar, le dije: “Me engañas con los nabos pero cuando me toca leer a la Virgen, lo hago mejor que Tú”. Y él soltó una carcajada y me dijo: “¿Bueno y qué? ¡Si a la Virgen le gusta más como leo yo!” y entonces me enfadé más.

Este hermano mío, según decía mi padre, era el nieto que más se parecía a mi abuelo Andrés por lo forzudo que era en el trabajo del campo, que fue en lo que trabajó siempre. Cuando se fue mi hermano Cesáreo a la guerra, él se convirtió en los pies y manos de mi padre. Siendo un chiquillo como era, yo lo veía llorar muchas veces acordándose de su hermano, preocupado de sus cartas y cuando llegó la noticia de que estaba herido, lloraba amargamente y decía que quería irse donde estaba él. Y mi padre le decía: “Angel, tú no sabes lo que dices. Tu hermano está en una guerra”. Y él contestaba: “Pues a la guerra me voy yo por estar a su lado. Si a él lo han herido que me hieran a mí también. Porque si le ocurre algo ¿qué haré yo sin mi hermano?”

Cuando mi hermano Cesáreo tuvo su accidente en el pantano de Sevilla, toda la familia lo sentimos muchos pero Angel lloraba por él igual que cuando lo hacía en aquellos días que estaba en la guerra. Siempre respetó mucho a su hermano mayor.

Angel tenía un don especial para los chiquillos y siempre llevaba una reata de muchachos detrás. Cuando se ponía a trillar nos íbamos a su lado haciendo cola para montarnos en el trillo. Y cuando iba a por agua a la Fuente del Tobazo, llevaba en el mulo los cántaros y los chiquillos.

Y ahora que te hablo de mi hermano Angel, te quiero contar una anécdota que le ocurrió siendo pequeño y que me la contó muchas veces mi madre a mí. Cuando era zagalete, antes de tener edad de hacer otros trabajos mayores, pues estuvo guardando los cerdos, los nuestros, los de mi casa. Y una vez, tuvo una marrana que estaba recién parida, y aquello para guardarlo en el campo era muy difícil porque la marrana en cuanto se acordaba de la cría, que estaba en la cuadra del cortijo, pues arrancaba a correr y que se le venía y no había quién la sujetara. Se le venía antes de hora.

Una de las veces que se le escapó, el pobre, tanto lo sintió que cuando llegó la hora de venirse con todos los marranos, los animales sí llegaron al cortijo pero él, creyendo que mi padre o mi madre le iban a regañar porque se le había escapado la marrana, no sabiendo lo qué hacer, se subió al cerezo. Y mi padre y mi madre: “Que han venido los marranos y Angel no está por aquí. ¿Dónde estará?” Y empezaron a llamarlo. Y ya viendo que lo estaban buscando y que se preocupaban por él, se asomó por entre las ramas del cerezo y decía: “Que estoy aquí”.

Y mi madre: “Pero hijo mío ¿qué haces ahí?” y él todo asustado: “Madre, se me se ha escapado la marrana. Y es que no podía sujetarla porque se acordaba de los marranillos. No la podía sujetar”. Y mi madre le dijo: “Bueno, hijo mío, pues bájate de ese árbol y déjalo. Si no te vamos a regañar porque haya ocurrido eso. Nosotros estábamos preocupados pensando que te había sucedido algo, porque no venías pero déjalo que se te haya escapado la marrana. Bájate y vente al cortijo”.

Y ya se bajó el pobretico tan consolado pero fíjate que ocurrencia de subirse al cerezo y esconderse entre las ramas porque se le había escapado la marrana. Qué inocencia de criaturica pensado que con aquello había cometido un delito y no tuvo culpa ninguna.

También vivió con el recuerdo de nuestra tierra. A los hijos les contaba cosas e historias de nuestro Soto. El vino muy joven a esta tierra y por eso su esposa Isabel, es natural de esta tierra ubetense. Mi hermano Angel murió muy joven, de una larga y penosa enfermedad pero con la valentía y resignación con que siempre soportan los sufrimientos las grandes personas. Cuando sus hijos, Josefa y Felipe, le preguntaban: “¿Qué te duele, papá?” él siempre contestaba: “Si no me pasa nada”. Y eso que conocía su gravedad.

El día cinco de mayo del mil novecientos ochenta y cinco era primer domingo de mes, que como todos sabemos, está consagrado a la Virgen. Y ese día también se celebra el día de la madre. Pues justo en esta fecha, con su medallica de la Virgen, que llevaba siempre consigo y con su familia al lado, se fue a gozar del banquete que el Padre Bueno, en el cielo le tenía preparado. Algo así como si Dios le hubiera dicho: “Ven, hermano Angel al premio que te tengo reservado porque cuando repartías la comida de tus alforjas con los pobres que pasaban por los caminos de tu Vega, era conmigo con quien la compartías. Cuando salvaste aquel niño del río, a mí me salvaste. Cuando cuidabas a tu hermana pequeña, a mí me cuidabas y cuando pasabas frío en aquellas mañanas de escarcha y jugabas y cuidabas a los niños, a tu lado estaba yo y conmigo jugabas y cuando llorabas por tu hermano herido en la guerra, por mí lo hacías y cuando ayudabas a los ancianos de tu Vega, a mí me consolabas”.

Más información de este Parque Natural en:

http://es.geocities.com/cas_orla/

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