BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO- 32
LAS VACAS Y LA “MIJERA”
Ya ves tú qué manera tenían de favorecerse, hasta qué extremo llegaba la hermandad y la unión, que sorprendía el modo de ayudarse. Había una hierba que se llamaba “Mijera”, yo me la conocía muy bien porque en mi huerto se criaba. Los que iban a regar y a trabajar las tierras, pues la que veían la iban arrancando. Porque es que le hacía daño a las vacas. Otros animales se la comían y no les pasaba nada. Pero las vacas, según tengo yo oído de lo que pasaba, rumiaban luego lo que se comían. Esa hierba no la podían rumiar. Era una hierba alta. La que estaba en sitios que la tierra no era buena, pues era bajica pero en otros rincones que eran tierras buenas y de riego, se criaba alta. Nacía más en los humedales.
La vaca que comía, porque parece ser que para ellas era una hierba apetitosa, si comía mucho, luego no podía rumiarla y se ponía mala. Estaba unos días mala y le daban brebajes que hacían ellos con otras hierbas que conocían para ayudarles a ver si podían hacer la digestión. Algunas se mejoraban. Que era cuando ofrecían a San Antón las arrobas de vino y todo eso. Pero otras, las pobrecillas o no podían o habían comido más cantidad y se morían. Y entonces, cuando las veían así, como ese tema ya se lo conocían los hombres, cuando la vaca se veía que ya no tenía solución, la mataban. Sabían que el animal no había muerto de ninguna enfermedad ni la hierba era venenosa. Y qué manera tenían de ayudarse que en cuanto se enteraban por la Vega: “A fulano se le ha puesto una vaca mala de la “mijera”, ha comido “mijera”. Ya viendo que no tenía solución, antes que se pusiera más mala ni cogiera infección ni nada, la mataban. La colgaba en un árbol y la desollaban.
Entonces, en un tronco de un árbol, con un hacha, empezaban a partir carne. Todas las mujeres de los cortijos, de acuerdo con los maridos y que era costumbre de hacer eso, venían con sus cestas y se iban llevando. Allí tenían, el amo de la vaca y los compañeros que le ayudaban, una romana. Se pesaba por libras. Los kilos no se conocían. Eso fue después. Las romanas pesaban por libras, por onzas y por arrobas.
Empezaban a coger carne y a pagar cada uno lo que se llevaba. Así el amo de la vaca no tenía una pérdida tan grande. “La hermana fulana, toma, tantas libras”. Llegaba otra: “A mí, fulano, échame tantas libras”. En medio día había desaparecido la carne de la vaca. Unas la salaban, otras la echaban en una orza. Luego aquella carne se la pagaban en dinero, a como estuviera el precio, y entonces, como se decía en el terreno: “Pues de las aguas perdía, la mitad recogías”. Aunque el importe de la carne no fuera lo que valía la vaca pero ya no se perdía todo. Hasta esto llegaba la ayuda que se prestaban unos a otros. Unidos para lo bueno y lo malo, como una gran familia, toda la Vega. Cuando se sufría la pérdida de un animal, se procuraban ayudar de aquella manera para que la ruina no fuera tanta. Luego, añadiendo un poco más, podía hacerse de otra vaca.
- ¿Me permites que te cuente una cosa?
- Lo que tú digas siempre está bien. Di lo que quieras.
- Es que al oírte lo de la “hierba mijera”, me he dicho para mí que tienes razón. En Cañada Morales, una vez me contaron, que antes del pantano, pasó por aquí un pastor con su rebaño de ovejas. Venía de vereda y los animales tenían hambre. Al ver el hombre una mancha de hierba fresca junto al río, dejó que el rebaño se fuera a él y se hartara. Allí mismo se le quedaron todas las ovejas muertas. Y hasta recuerdan que de Cañada Morales bajó mucha gente a por la carne de aquellos ovejas. El pobre pastor creo que lloraba desconsolado diciendo: “¡Esto ha sido mi ruina!”
- Yo creo que aquello fuera verdad, porque ya te he dicho que la Mijera era muy mala para las vacas. Y fíjate otra cosa que te digo para que veas que concepto tenían unos de otros y cómo se compenetraban aquellas personas. Un día estaba mi padre sentado en este sitio que te voy a señalar aquí en el plano de mi cortijo. En la esquina de arriba del cortijo, la que daba al lado del Chorreón, había un granado. En la misma esquina de la puerta y por aquí pasaba la acequia de La Canalica. Estaba mi padre sentado en la sombra de ese granado tejiendo una soga de esparto. Que allí se hacían las sogas y se confeccionaban todas las cosas de los aperos y de la labor. Lo confeccionaban ellos mismo. Cuando vio bajar de la Fuente de la Higuera, un muchacho. Se llamaba y se llama Paulino que luego se casó con una nieta de mi tío Ramón, una prima mía que se llama Ramona Muñoz Lara.
Entonces era un zagalón. Yo estaba sentá al lado de mi padre tocando mi flauta. Y venía el muchacho: “Hermano Felipe, sujétame usted la >Cariñosa”. Era una vaca que se llamaba Cariñosa. Le había picado la mosca y el animal bajaba loca en busca de las aguas del río. “Hermano Felipe, sujéteme usted la Cariñosa”, decía mi padre: “Muchacho, no seas zoquete, no te pongas delante de la vaca que te pega una >ganchá=. Déjala correr. Déjala que baje que esa viene buscando el río”. Claro, mi padre era mayor y sabía lo que pudiera pasar con la vaca.
El animal enloquecido pasó por el lado, buuuun, al río. Y el muchacho llorando: “hermano Felipe, mi Cariñosa, mi Cariñosa”. Y mi padre le dice: “Que no sujeto la vaca que al que voy a sujetar es a ti. Deja la vaca, muchacho, déjala que se bañe y cuando ella quiera verás como sola vuelve”. “¿Y si no vuelve?” “Pero hombre, cómo no va a volver si tiene la >chirra”. ¿La chirra tú sabes lo que era? Una vaquilla chica que estaba criando. “¿Y si se pierde?” Seguía preguntando el muchacho. “Eres un zoquete, puñetero ¿cuándo se ha perdido nada en la Vega?” ¡Cucha qué concepto tenían unos de otros! Fíjate mi padre, nacido y criado en la tierra, sabía que en la Vega nunca se perdía nada. ¡Fíjate!
- Pues María, al llegar este momento y ya que ha salido el nombre de tu prima Ramona, la que se casó luego con este Paulino, tengo que darte una noticia.
- ¿Qué noticia?
- El día 14 de marzo de 1998, al caer la tarde, estuve en Fuente de la Higuera. ¡Qué bonita es esta pequeña aldea colgada en la ladera cual rosa que el viento mece y el sol refleja en las aguas que ahora cubren el Valle! Al llegar sólo vi a un señor algo mayor que me saludó con afecto y al preguntarle por su nombre, me dijo que se llama Paulino y luego le pregunté por el nombre de los cortijos, por romper el hielo del encuentro y me dijo: “Esto se llama Fuente de la Higuera, donde hay mucha agua, higos y brevas”. Me hizo gracia y me acordé de aquellas cosas que tú me tienes contado de esta preciosa aldea. Y estando allí charlando con él, con dificultad porque ya está un poco sordo, salió una señora y al verla le pegunté: “¿Usted ha oído hablar del Cortijo del Soto del Arriba?” Y la mujer, que es así alta como tú: “¡Válgame Dios, si ese es el cortijo donde yo me he criado!”
Me llené de curiosidad y entonces le pregunté por el nombre y al momento me dice: “Yo me llamo Ramona Muñoz Lara y soy prima de Mary Cruz, la que ha escrito ese librito tan bonito que habla tanto de esta Vega en aquellos tiempos. Nosotros vivimos en Jaén, lo que pasa es que como todavía tenemos casa aquí porque uno de mis hijos tiene por aquí sus tierrecillas, nos hemos venido con ellos para ayudarles a hacer la limpieza. Yo soy la prima Ramona, la hija de su primo Manuel y mi abuelo es Ramón Muñoz Ortega, hermano del padre del Mary Cruz”
Y como tanto el momento como el encuentro me parece tan importante, la dejo que hable y enseguida me dice: “Mary Cruz era muy cariñosa, muy buena. Y ahora que tengo la oportunidad quiero mandarle un saludo ¿puedo?” Le digo que sí y a continuación dice: “Mary Cruz, tengo muchas ganas de verte. Mira, yo vivo en Jaén y mi calle es Almería, número diez, tercero izquierda. Barrio de Peñamefeci en Jaén. Cuando vayas por allí, pues llega y nos vemos.
¡Ah! El libro tuyo es maravilloso. Tú no te puedes imaginar lo que nos hemos emocionado, porque es que recuerdas todas las cosas que vivimos en aquellos tiempos. ¡Pero qué cabeza tienes, Dios mío! Ahora cuando me he leído el libro, me he recordado de muchas cosas pero casi todo se me había olvidado. Te felicito por esa memoria que tienes y te doy las gracias”.
- ¿Dónde vivías tú en aquellos tiempos?
Y ella me dice:
- Yo vivía en el Soto, enfrente de Mary Cruz. La casa de ella y la mía estaban así porque mi abuelo y su padre eran hermanos. Pues una distancia de Mary Cruz como desde aquí a esa cochera.
- ¿Y cómo era aquella niña?
- Mary Cruz era una maravilla. Era una niña bonita que siempre iba muy bien vestida. Entonces no se compraban las cosas como ahora pero su abuela tenía unas manos que eran divinas. ¡Le hacía unos calcetines, calados y de colores, que eran preciosos! La niña, desde luego, era bonita pero es que iba como una princesa.
- ¿Y tú jugaste con ella alguna vez?
- ¡Pues claro! Pero ella ha sido muy religiosa, siempre estaba con las estampas. Y es que la abuela era una persona muy especial y así salió aquella niña tan dulce que nunca se enfadaba, sin rabia ni pataleos. Vamos que era una niña maravillosa. Ya después no la he visto pero siempre la planta desde chica crece.
La tarde es brillante y el sol cae sobre las azules aguas del Pantano. Desde estas casas de Fuente de la Higuera, balcón sobre el Valle perdido, se adivina aquel mundo sumergido para siempre en el gran lago de aguas color cielo. Mirándolo y mirándola a ella y con el recuerdo del Soto en mi mente, me digo que hay que ver cómo son las cosas y el tiempo resbalando por ellas. Y lo digo porque parece que después de tanto, lo único que al final queda, es aquello que pasado el sueño, permanece vivo.
- ¿Qué te parece, María?
- Que lo único maravilloso de aquella Vega mía y aquel tiempo de mi infancia, eran las personas que tanto cariño me dieron. Para ellos y mi tierra amada y jamás olvidada, todos los honores.
Pero si quieres saber de la realidad que me hierve en lo hondo del corazón, te diré que me has dado una gran alegría al traerme estas noticias de mi prima Ramona. No la he visto desde hace casi sesenta años. La última vez la tengo grabada en lo más fino de mi alma. Estaba ella sentaba a la sombra de los álamos que adornaban mi cortijo del Soto y crecían en la misma puerta de su casa y en silencio, bordaba una sábana. En aquel cuadro y con aquella belleza, se me quedó fundida en el tiempo y alejada en la distancia hasta que Dios nos reúna en su reino.
Y ahora te voy a decir que esta prima mía, era una belleza más de mi Vega de Hornos. Te voy a pintar su retrato: era rubia, de piel muy blanca y delicada. Te puedo decir que era una de las muchachas que más destacaba en todos los sentidos: por guapa, por buena y adornada de las más delicadas virtudes. ¡Qué primavera era mi prima Ramona!
Era hija de mi primo Manuel y de su mujer, Carlota. Eran dos hermanas. Ella y su hermana menor que se llama Amalia. A las dos las recuerdo mucho. Y especialmente recuerdo ahora de cuando estaba ya mozalbeta, porque ella es unos años mayor que yo, que ya Paulino iba por allí rondándola. El muchacho que ya te dije corría un día detrás de la vaca porque decía que se le iba a perder. También me daba cuenta que por aquellos días Vicente, iba rondando a Virginia. Luego estas dos primas mías se casaron, Ramona con Paulino y Virginia con Vicente. Dos hombres buenos también donde los haya.
Carlota, la madre de Ramona, me enseñó una oración al Ángel de la Guarda que dice así:
Ángel bello que el camino
vas guiando de mi vida,
haz que el joven peregrino
siga tu sombra querida
hasta el fin de su destino.
Mira si me acuerdo de aquellas cosas bonitas que me enseñó Carlota. Ella fue la que me regaló esta poesía pequeñica al Ángel de la Guarda. De esta prima mía te puedo contar maravillas como de todas las personas de aquella Vega y mucho más de la familia con quienes conviví.
Mi prima Virginia tenía más o menos la misma edad, sólo que Virginia era una belleza morena y Ramona, era una belleza rubia. Te hablo de Virginia Franco Manzanares, hija de mi tía Francisca. Estas dos muchachas eran las mayores entre aquel grupo de niñas pequeñas donde me encontraba yo. Todas vivíamos en el Soto. Y claro, esto es lo que ya te he dicho tantas veces y quiero repetirte aquí de nuevo: que en la Vega de Hornos, lo mismo se criaba un lirio blanco que una rosa encarnada. Se puede decir que el lirio blanco era Ramona y la rosa encarnada lo era Virginia. De esta última prima mía, me contaba mi madre, siendo yo todavía pequeñica, que cuando mi madre estaba atareada en las cosas de la casa, ella era la que me cuidaba y me mecía la cuna. Que fue esta prima mía la que me libró de la paliza en la escuela del Carrascal. Ellas eran muy amigas entre sí, porque allí en el Soto, aunque no nos faltaba de nada, lo que más abundaba de todo, era el amor y el cariño que nos teníamos la familia.
Pues mira, Amalia, su hermana, estuvo en mi boda y vi que se había convertido en una mujer hermosísima. Pero cuando fui a visitarla a Villacarrillo, cumpliendo el deseo de mi madre, me encontré con una sorpresa muy agradable. Que es que Amalia, al hacerse un poquito mayor, es el mismo retrato que su abuela, la hermana Amalia Lara Linares. De aquella mujer guardo un recuerdo muy entrañable porque me acarició mucho. Y yo no entiendo ni entenderé nunca, por qué me quisieron tanto. ¡Si yo era un “mengajucho” de niña! Y no valía para nada.
Te lo digo porque incluso cuando salíamos a por espárragos, mis primas cogían su manojico largos y buenos y yo, ni verlos porque todo el tiempo y obsesión mía, era correr detrás de las mariposas. Cuando después de una mañana o una tarde buscando espárragos, volvíamos al Soto, ellas siempre venían con su puñaico de espárragos y yo con mis manos vacías y mi mente y mi fantasía revoloteando por el viento del Valle detrás de las mariposas. Hasta para esto era inútil. Mi mundo parece que pertenecía sólo al de las mariposas que atravesaban aquellas tierras de mi Vega posándose en las flores.
Que jugábamos, era cierto: en la era y a la comba, que era coger una soga y cada una de un extremo y dar comba así, así y mientras saltábamos, cantábamos la canción de la barca y el barquero:
Al pasar la barca
me dijo el barquero,
las niñas bonitas
no pagan dinero.
Yo no soy bonita
ni lo quiero ser,
eche usted la barca
que yo saltaré.
Esto te lo cuenta mi prima Ramona y era exacto. Y también jugábamos al esconder y a todo pero tan repleto de amor y dulzura que aquello sí era de verdad felicidad. Por esto lo recuerdo tanto, porque estas cosas quedan grabada en la mente toda la vida.
¿Juegos del Soto? Muchos, todos muy importantes y muy bonicos. El de la chinica y el del esconder consistía en esto: nos juntábamos todas las primas y empezábamos diciendo: “Prime, según, terce... y así pero lo normal era coger una chinica chiquitica, del suelo, ponérsela en una mano, yo hoy no puedo hacer lo mismo que se hacía allí porque no puedo mover el brazo ya que me duele pero te lo explico:
Con el puño cerrado y la chinica dentro se daba vueltas muy rápido con el brazo y tan rápido que nadie se pudiera dar cuenta cuando se soltaba la china. Unas veces, otras, no. Y ahí estaba la trampilla que teníamos para dar comienzo al juego. Dándole vueltas al brazo, con el puño cerrado y se decía: “Chinica de Cristo ¿quién la habrá visto, quién la verá, dónde estará?” Y en ese momento se paraba pero el puño siempre cerrado. Y entonces llegaba una y la otra le preguntaba: “¿Dónde está, dentro o fuera? Y contestaba: “Dentro” y daba la palmá y abría las manos. Si estaba dentro, había acertado y eso significaba que no perdía y si no estaba dentro, perdía.
La que había perdido se quedaba así, en la pesebrera de mi tío Ramón. Con los brazos cruzados y la frente apoyada en ellos para no ver dónde nos escondíamos las demás. En ese momento salíamos corriendo y nos escondíamos detrás de los álamos, detrás de los juncos, detrás de los granados, por la acequia. Cada una donde podíamos. Y teníamos una cancioncilla que cantábamos que de eso no me acuerdo. Si algunas de mis primas se acuerda y llega a leer esto, que lo digan ellas y lo puedas poner para que tampoco se pierda.
Era una cancioncilla que relataba una relación para que el tiempo fuera el justo mientras nos escondíamos. Se terminaba y todas empezábamos a decir: “Ya vale”. Y la que había quedado empezaba a buscarnos. Las que nos habíamos escondido empezábamos a salir y a correr cada una por su lado. Cuando cogíamos en un descuido a la que se había quedado, poníamos la mano en la pesebrera y decíamos: “Tufé” y ya nos habíamos librado. Y cuando cogía a una, el que se había quedado con los ojos tapados, decía: “Chicha magra”, y ya nadie corría más porque aquel era el que tenía que quedarse en la pesebrera y todos los otros quedábamos libres. Y así nos tirábamos las tardes enteras y las noches de verano ¿Me has entendido bien este juego para poder explicarlo? Yo sé que como lo digo, lo digo mal pero bueno...
Otro juego era el de la barca y el barquero que es como ya sabes. Pero había otro que era entre dos, con una soga cogida del extremo y una sola saltaba. El juego era cantando: “El cocherito lerén”, levantaban la soga hacia arriba y la que estaba saltando se agachaba. Y había que tener mucho cuidado para no despistarse la que estaba saltando para coger la soga otra vez cuando llegara al suelo. Decía así:
El cocherito, lerén
me dijo anoche, lerén
que si quería, lerén,
montar al coche, lerén.
Y yo le dije, lerén
al cocherito, lerén,
no quiero coche, lerén,
quiero ir andando, lerén.
Este era otro juego de la comba en el cual se tenía que estar muy atenta para no perder ni el ritmo ni hacer un movimiento descontrolado.
El de la gallinita ciega consistía en vendarnos los ojos con un pañolico. Una de las primas, la que fuera. Porque al final, todas íbamos quedando una vez. Todas las otras primas alrededor haciendo corro. Con los brazos extendidos hacia delante íbamos buscando. Cuando conseguíamos coger a una, lo mismo que al esconder, decíamos: “Chicha magra”, nos quitábamos el pañuelo y aquella tenía que vendarse los ojos. Y vuelta otra vez a buscar y mientras tanto se nos iban unos gritos y unas risas que aquello era de verdad felicidad. Pero siempre en la era porque allí no había piedra ni nada con qué tropezar. Y el de la comba también porque aquel terreno estaba muy llanico.
También jugábamos a la rayuela, que ya te lo he explicado un poco. Otro juego que nos gustaba mucho era el de los mecedores, que allí no llamábamos ni mecedores ni columpios, sino “mecigores”. Esto es como lo decíamos en la sierra. A decir mecedor, he aprendido después. Nos juntábamos y decíamos: “¿Vamos a echarnos un “mecigol?” Y las otras primas: “Pues venga”. Y en un árbol echábamos un mecigol y a mecernos allí todas las primas. Estos eran nuestros juegos en aquellas Vega de mi Soto.
También nos cogíamos de la mano y jugábamos a los corros al tiempo que cantábamos:
Al corro de las patatas,
Lo que comen los señores
naranjitas y limones.
Rompe pie, me caí
y “acachaica” me quedé.
Y nos agachábamos al tiempo que nos partíamos de risa y aquello ¡qué gozo, Dios mío! Otro era el baile de la carrasquilla. Nos juntábamos las primas y teníamos que estar nones. Tenía que haber una que no tuviera pareja. Nos cogíamos de la mano y comenzábamos a hacer el corro y mientras nos movíamos, íbamos cantando:
El baile de la carrasquilla
es un baile muy disimulado,
que doblando la rodilla en tierra,
todo el mundo se queda parado.
Si decimos doblar la rodilla, esto era lo que hacíamos todas y luego nos levantábamos y seguíamos con el corro y cantando:
Mariquilla menea los brazos
que a la vuelta se dan los abrazos.
Y entonces, nos tocábamos así la mano, nos poníamos de acuerdo las dos que nos íbamos abrazar. Nos cogíamos por parejas y una se quedaba, que era la del no y ésta se quedaba siempre en medio. Y a otra rueda, cuando se decía lo de los abrazos, tenía que tener cuidado y abrazarse a la primera para quedar salvada. Y la que se quedaba de no, volvía a ponerse en medio.
Y así nos pasábamos las horas. ¿Pero mira qué juegos? De esta manera nadie se aporreaba, nadie se enfadaba, nadie estaba aburrido. Cuando se hartaban nuestras madres de dejarnos jugar, salían a la puerta del cortijo y decía: “Venga pa dentro a la casa”. Nos entrábamos y se acabó el juego aquel día.
Las otras primas, todas éramos menores y te las voy a nombrar: su hermana Amalia, Paula, Francisca, Virtudes, Anita, Fuensanta, Magdalena y yo. Este grupo éramos las pequeñas. Y ahora ¿sabes lo que te digo? Pues que lamento muchísimo no tener retratos de estas primas mías. Porque Ramona y Virginia, ya te he dicho que te las puedo describir porque las vi mayores. Guapísimas y llenas de bondad, que es lo principal. Las otras primas mías, no las he vuelto a ver hasta ya muy mayores y no a todas.
Yo hubiera querido tener fotografías de todas ellas y ponerlas en este librito, lo mismo que hemos puesto el de mi Prima Ramona Manzanares, hubiera puesto el de ellas para que se viera que yo no miento al decir lo guapas que eran. Pero no tengo retratos. No puedo hacer nada más que describirlas como las guardo en mi corazón.
Todo esto a mí, me hace feliz ahora y después de tanto tiempo. Cuando tantos sufrimientos veo en la vida, doy muchas gracias a Dios por tener en mi corazón estos recuerdos tan bellos. Y ello, como tú sabes, indica que las cosas puras, no se las come el tiempo ni mueren nunca sino que permanecen con la fuerza y la frescura del momento en que nacieron y quedan para siempre en el universo que llamamos eternidad.
Cantinuará…
Las fotos más bellas del Parque en TrekNature
No hay comentarios:
Publicar un comentario