OCHO RUTAS HISTORICAS LITERARIAS-8
8- LOS PASEOS:
Cruce del Río Hornos, El Chorreón
La distancia:
Desde la carretera asfaltada hasta las ruinas del viejo molino de El Chorreón, que es donde termina el paseo, son unos tres kilómetros.
El tiempo:
A un paso tranquilo para ir gozando de la paz del paisaje, las preciosas panorámicas a los lados y las aguas del pantano remansadas, se tardan unos cuarenta y cinco minutos.
El Camino:
Es el último tramo de la pista que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, trazó a todo alrededor del pantano y que viene desde casi el mismo muro y pasa por Los Parrales, Montillana, El Chorreón y sigue hasta enlazar con la
carretera asfaltada por donde ésta cruza el río Hornos.
El Paisaje:
Este paseo recorre paisajes muy bellos por ir todo ceñido a la misma rivera de lo que al principio sigue siendo el río Hornos y luego, se hace pantano. Mucha vegetación de tarayes, viejas encinas, pinos, cornicabra, retama y olivares. Continuamente nos va acompañando la hermosa figura del pueblo de Hornos recogida sobre la bella roca y las laderas que por el lado del levante y Pontones, orlan al magnífico Valle de Hornos de Segura.
Lo que hay ahora:
Son las cinco de la tarde del día ocho de abril y me pongo en camino desde donde se desvía la pista, de la carretera asfaltada, que baja río Hornos adelante hacia El Chorreón. Un rebaño de oveja me queda a mi izquierda pastando por la gran pradera de hierba que tienen estas riveras del río. Los pastores están sentados algo más arriba y miran mientras me acerco y los saludo.
A la izquierda el río Hornos que trae mucha agua y a la derecha, la ladera con algunas encinas grandes. El camino es el tramo final del que sube bordeando el pantano desde casi el muro y está bien. Es pista de tierra y por eso tiene muchos charcos de pasar los tractores que van a los olivos que me quedan por la derecha. Estos días de atrás ha llovido bastante.
Me van acompañando majoletos, por la izquierda y todos florecidos. A unos doscientos metros de la carretera, la junta del arroyo de Los Molinos con este río Hornos. Lo miro y veo que trae casi tanta agua como el río y toda muy clara. Por estas tierras llanas, años atrás, existía una gran alameda que ahora han cortado y por el suelo se ven los troncos en espera de que terminen de sacarlos y se los lleven. Sólo quedan algunos con vida y se les ve brotados y por eso, muy verdes.
“‑ ¿Lo cubre las aguas cuando el pantano se llena?
‑ Justo por el borde mismo de las aguas va él serpenteando y al principio atraviesa unas alamedas y luego unos pinares a cuya sombra puedes encontrarte un rebaño de ovejas sesteando. Te ladrarán los perros, pero no temas, son mansos y más si no te asustas y los acaricias. Algo más adelante, a la derecha y ya por una ladera llena de olivos, te encontrarás una vieja casa abandonada. Y ya que estamos ahí, fíjate, aquí tengo un pequeño escrito que unos amigos míos me dieron el otro día donde hablan de esta ladera y el trozo de camino que estamos recorriendo. Lo pongo en tus manos porque ello lo explica mejor que yo.
El te alargar un trozo de papel que guarda en su bolsillo y lo coges todo lleno de interés. Te pones a leer y descubres que el escrito dice lo siguiente: ‘A la derecha, antes de cruzar el puente del río de HORNOS, se desvía la pista que ya imaginaba. Es la que recorre toda la zona del arroyo de Montillana y los Parrales, antigua carretera de la Confederación Hidrográfica. Una pista de tierra y por aquí, he entrado con el coche hasta bien avanzado, pero aunque al principio sí estás bien, no sé más adelante como se encontrará. Me gustaría llegar hasta donde se encuentran los antiguos baños. A un kilómetro o así me he tropezado con una manada de ovejas sesteando bajo los pinos y he buscado al pastor, pero no aparece por ningún lado.
Tampoco estoy muy seguro de que pueda seguir con el coche y recorrer toda esta pista porque ya he llegado hasta un sitio donde el firme de esta pista se encuentra muy estropeado. He querido dar la vuelta, pero no he podido, este coche mío es tan grande y sobre todo tan largo que no se puede hacer maniobras con él en cualquier sitio. He avanzado con bastante miedo y he dejado el coche en un rellanillo donde sí he podido maniobrar para volverme para atrás. Voy a seguir andando un trozo más a ver si quedan por aquí cerca esas ruinas que busco. Y sí, aquí a la derecha veo ahora ya un cortijillo al cual me voy a llegar cuando luego regrese porque en este momento sigo pista adelante con la intención de descubrir lo que en el fondo deseo.
Y lo primero que voy descubriendo es que cada cien metros se ve un poste de estos con las iniciales de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Por aquí hay mucho jaguarzos, aulagas y realmente la tierra seca. Son estas plantas ahora mismo una buena muestra de la dura sequía porque tanto el juaguarzo como la aulaga sí aguantan bien la falta de agua. Pero cuando el agua falta hasta el extremo en que ocurre este verano, hasta estas plantas sucumben. Me he asomado aquí a este barranco, una lomilla que tiene este puntal como si bajara buscando las ruinas del antiguo balneario, pero no veo nada. Me vuelvo para atrás.
Crecen por aquí muchos olivos entre el monte y aunque olivos hay también por todo el cerro y se ven cultivados, estos que salpican el monte los han dejados perdidos. Se ve que son árboles muy antiguos de un sólo pie, viejos y no cultivados. En cambio ya, de la pista para arriba, sí y lo que me extraña es que estos árboles no tengan ni una sola aceituna. Me extraña y no debería extrañarme, porque la sequía les está afectando profundamente, pero por estas sierras los olivos siempre resistieron bien tanto la sequía como los fríos y los calores. Los expertos dicen que este año va a ser un año bastante malo para la cosecha de aceituna y creo que tienen mucha razón según estoy viendo ahora mismo. En este olivar no sólo no estoy viendo ni una sola aceituna sino que algunas, que en su día llegaron a cuajar, se han secado. Están por completo secas. Las cojo en mis manos y las veo secas, como si fueran ciruelas pasas. En algunos he visto unas cuantas verdes, pero poquitas.
Ya estoy en las ruinas de este cortijo que como decía queda entre el olivar cultivado al lado de arriba de la pista. Y lo primero que me asombra son las cuatro o cinco encinas que le rodean. Aunque es olivar toda esta ladera, junto a este cortijo no cortaron las encinas cuando en aquellos tiempos cortaron todo lo que cortaron, quizá en un principio para no sembrar nada y luego para sembrar olivos y pinos. Y lo que ya siempre he dicho: si todavía crecen por aquí cuatro o cinco encinas que son como catedrales, es muestra esto de que en aquellos tiempos hubo muchas y muy grandes en todas estas tierras. ¡Qué hermosos sería ver ahora en esta ladera, en la siguiente y en la otra, no olivos o pinos carrascos como estoy viendo sino un gran encinar! Si fuera así al menos tres cosas buenas y hermosas ocurrirían: no sería barbecho esta ladera como ahora mismo es, no se estarían secando las encinas como ahora mismo se secan los olivos y para la vista ¡qué hermoso sería la gran visión de este encinar viejo cubriendo todas estas laderas y no estos pobres olivos y estos pobres pinares! Además, la tierra también estaría llena de vegetación y no como ahora que sólo veo tierra roja y desolación.
Es un cortijo grande. Tiene la fachada mirando hacia lo que en otros tiempos fue el río de HORNOS y ahora, cuando el pantano se llena, la cola de este pantano. Tiene una puerta, cuatro ventanas arriba y dos a los lados. Entro por la puerta que en estos momentos ya no es entrada porque de este cortijo sólo quedan las paredes de piedra sin techo y dentro veo que también todo se ha hundido. Una pequeña estancia con las vigas caídas, una segunda estancia también con su puerta y marco todo caído. Es un poco extraño aquí este cortijo porque por esta ladera no se ve que brotara ningún manantial y un venero de agua era siempre fundamente para la presencia de una vivienda serrana.
Por la parte de atrás de este monte que llega a alcanzar los 911 m. sí se encuentra la aldea de El Tovar, el Majal, Guadabraz y más adelante Cañada Morales. Y por aquí, cerca de las ruinas de este cortijo, además de unos olivos, también veo ahora algunos almendros que tampoco tienen almendras y aquí mismo, por la parte de atrás, otras ruinas que se parecen a lo que sería el horno y junto a la pared de estas ruinas y de la casa, la temporada pasada hicieron fuego los aceituneros. Estas laderas son muy escarpadas y a pesar de eso la sembraron de olivos y las aran con tractor. Pero este año, con esto de la gran sequía, no habrá aceitunas ni para cubrir los gastos.
Aquí, a la bajada del cortijo, tengo el coche y como ya me he convencido de que no puedo seguir, voy a dar la vuelta. Ya veré si en otra ocasión logro recorrer todo este rincón de un extremo a otro’.
Así que este pequeño escrito te ilustra un poco esos cuatro o cinco kilómetros primeros del camino viejo que en otros tiempos te llevaba y te traía desde el pueblo para el Tranco y al revés. ¿Para dónde quieres que sigamos ahora?
‑ Ya que estamos metidos en camino y por ese camino que me fascina sin saber por qué, vamos a seguir. ¿Qué ruinas eran las que según el texto buscaba el que iba por allí?
‑ Se refiera a las ruinas de unos baños árabes que en otros tiempos hubo por estas llanuras de La Laguna.
‑ ¿Y caen por allí cerca o no?
‑ Por allí cerca, siguiendo todo esta pista forestal caen las ruinas de lo que en otros tiempos fue casi una aldea.
‑ ¿Te refieres a ese cortijo que se encuentra junto a las paredes de una gran cascada seca?
‑ A ese cortijo me refiero ¿De qué lo conoces?
‑ El caso es que lo conozco nada más que de vista, pero ni sé cómo se llama ni qué fue aquello en otros tiempos ni ninguna otra cosa.
‑ Luego te digo su nombre y lo que aquello fue en otros tiempos, porque antes te toca a ti explicarme lo que conoces de aquello”.
El pueblo de Hornos me queda remontado sobre su roca inmensa, a la izquierda y como le da el sol de la tarde, brillan sus paredes y la hermosa figura de las casas. Es un día con muchas nubes altas y por entre estas nubes gordas y negras, grandes rotos por donde asoma el cielo azul. Hoy quizá más azul que nunca y por eso me parece tan bonito el pequeño pueblo encaramado en su gran roca y en el silencio. Como el sol le está dando desde el lado de la tarde avanzada, el cuadro es mágico.
A los cien metros de la junta del arroyo de Los Molinos con el río, a la izquierda, aparece el grueso de lo que fue la alameda. Ahora es llanura repleta de hierba y salpicada de tarayes. Más a lo lejos, los olivares que por la ladera suben hacia el pueblo. No tarda en aparecer el agua del pantano remansada. La pista sube por entre juncos, olivos y pinos. Es tierra sin cultivar y por eso tiene mucho majoletos y esparragueras.
Cantan los pajarillos porque es una tarde deliciosa y como no ha llovido en todo el día, ya parece más primavera de lo que en realidad es. Como llovió hace unos días, el campo está mojado y todo preñado de verde. Hay muchos pajarillos por aquí. Florecidas las retamas y las encinas con sus tallos nuevos. También los fresnos cargados de hojas recién brotadas y los olivos, ya tienen su trama a punto de convertirse en florecillas.
Se allana un poco la pista, después de haber remontado y pinos a la izquierda mezclados con muchos tarayes por donde se ve más cantidad de agua remansada del pantano. A la derecha, una ladera de olivos. Y entre los pinos de la izquierda, majoletos espesos, con muchas esparragueras, lentisco y encinas, entre algunos olivos sin cultivar.
Se curvan la pista hacia la derecha, remonta un poco y entonces a la izquierda, se separa algo del pantano y queda un puntalillo repoblado de pinos muy espesos. Endebles y bajos, pero muy espesos. Huelo intensamente a la flor del majoleto que es un perfume delicioso porque hasta sabe a miel, además de a primavera fresca.
En el puntalillo este, la pista sube un repecho, corto, pero muy empinado. Al remontar y a la izquierda, me saludan dos grandes encinas. Se allana en cuanto sube y a la izquierda y luego a la derecha, bastante remontada sobre el pantano que se ve ya grande. Tiene una cola muy ancha. Ahora baja algo quedándome, entre la pista y el pantano, una ladera con muchos pinos grandes y gruesos y una espesura de encinas y olivos asilvestrados. A la derecha, siempre la ladera con los olivos de verdad y bien cultivados.
Arrancan vuelo un par de patos. Voy viendo que la pista está muy estropeada porque este invierno han pasado por aquí muchos tractores. Con el agua que ha caído se ha formado mucho barro y los charcos han ido creciendo en cantidad y profundidad. Baja un poco y me queda, a la izquierda y a la derecha, un bosque bastante espeso de monte corto de pinos, encinas, retamas, lentiscos, jaras blancas, jaguarzos, esparragueras y mucha hierba. Y conforme voy bajando por el centro de este bosque me acompaña, el trino continuo de un pajarillo. Por delante de mí revolotea una mariposa y esto me indica que ellas también ya están surcando los aires de estas sierras.
El silencio por aquí es total. Sólo se oye el canto de algún pajarillo, el suave viento que se mueve casi imperceptible, por arriba las nubes blancas que se rompen a trozos para dejar ver el azul del cielo y los rayos del sol que caen desde el lado en que corre el Guadalquivir. Al fondo se ve el pantano por entre los claros de las ramas del bosque. Es un paseo realmente sencillo y por eso profundamente agradable y relajante. Un encuentro suave, desde el espíritu de uno con esa bocanada de aire limpio que tanto deseamos y con ese charco de paz que tanto nos hace falta. Si lo que quiero es gozar calmadamente no el asombro de grandes maravillas sino la perfección de lo pequeño y sencillo, siempre latiendo hasta en la más humilde hoja de hierba, aquí lo tengo y a puñados.
Si lo que busco es tener un contacto tranquilo con el silencio y la armonía de los paisajes, este paseo me los proporciona en cantidad más que suficiente como para saciarme. Ya voy viendo Monteagudo que no me queda lejos. Y a la derecha y como esto se abre un poco, aparecen otra vez los olivos cultivados. La pista sigue bajando aproximándose a las aguas del pantano. Se ha abierto el bosque y por esto la superficie del embalse, se ve con todo su esplendor.
Viene el viento desde la profundidad del valle y al tropezar sobre la pulida superficie, como el agua es blanda, se arruga y entonces se forman como pequeñas olas que llenan toda la planicie de las aguas dando la impresión como si se moviera en bloque hacia las partes altas. Es un espectáculo muy bello que ni siquiera mete ruido ni se alza con la fuerza de una montaña. Más al fondo, este esplendor se ensancha hasta perderse en la lejanía.
Ya estoy viendo las casas de El Carrascal y Hornos el Viejo. Se allana la pista y ladera hacia la orilla del pantano, se hace casi llanura. Por eso veo que las aguas se abren tanto que hasta construyen una pequeña playa tapizada de hierba. Me queda a una distancia de unos veinte metros. La luz que la tarde está derramando sobre estos paisajes, enmedio de este silencio y la anchura de las aguas que reflejan la claridad, es limpia, suave y silenciosa como son siempre estos rincones. Es también hermosamente bonita puesto que el campo se viste con un traje casi divino por el tono de hierba verde que se funde con el del bosque.
Un puñado de encinas grandes, me saludan por el lado de la izquierda. Todas apiñadas y entre ellas, muchas esparragueras. Cojo cinco o seis espárragos y como son las cinco y veinticinco de la tarde y todavía no he comido porque parece como si hoy me estuviera alimentando con otro majar más delicado, me dispongo a comerme unos pocos de estos espárragos verdes y tiernos que he cogido de la sombra de estas encinas. Los espárragos verdes, comidos crudos si están limpios y tiernos, son deliciosos por su sabor dulce amargo y al mismo tiempo puro.
Una curva aquí hacia la derecha. A la izquierda me queda la tierra ahora muy pronunciada y el pantano mucho más cerca. Sigo viendo y cogiendo por aquí muchos espárragos. Bajo hacia una hondonada por donde ya el pantano muestra mucho más anchura porque me voy moviendo hacia el corazón de este embalse. Y según voy avanzando no deja de levantarse algún que otro pato.
El agua que se remansa, por las orillas, se ve cristalina. Remonto una cuesta y se va curvando la pista. Bastante más cerca veo El Carrascal, La Platera y Hornos el Viejo. Al frente y en todo lo hondo, el picacho de Monteagudo, siempre como la torre pétrea que domina toda la extensión del Valle.
Me he elevado bastante sobre las aguas del pantano. También está bien florecido y perfumado el tomillo aceitunero que por aquí se mezcla con la mejorana. Sus flores son rosadas y diminutas y esta pequeñez le presta una belleza única. Da una curva muy pronunciada bajando hacia una leve hondonada. A la derecha los olivos que me vienen acompañando y a la izquierda los pinos con su escolta de retamas.
Se retira esto un poco más del pantano y aquí se fragua un recoveco que se parece, aunque más pequeño, al de El Chorreón. Mientras remonta como penetrando en el cerro adaptándose a la ondulación del barranco para cruzar el arroyo, al frente las laderas y cumbres del Cerro del Cañada Morales por este lado del pantano. Se ven muy tupidas de pinos y matorrales. Cruza el arroyuelo sin agua y gira a la izquierda. Se allana ahora bajando con suavidad y derecho hacia las aguas del pantano, como si fuera a caerse de bruces.
De vez en cuando, además de otras muchas florecillas de la hierba que todavía no ha florecido del todo, me encuentro con algunos puñados de orquídeas. Es la que tiene su flor amarilla y por el centro como si fuera una abeja. Canta el pájaro que siempre he oído con el nombre de trigueros. De nuevo se curva buscando cruzar otro arroyuelo. Y como por abajo ahora no tengo bosque, se da de bruces con las aguas remansadas.
Y aquí, la pista, ya se interna en un puntal que cae desde el cerro hacia las llanuras de lo que fue el valle. Esto es ya la vegetación autóctona que rodea a las ruinas de El Chorreón. Grandes pinos altos, mucha madreselva y carrascas y por entre ellas no dejo de coger espárragos. Gordos muchos de ellos y blancos por crecer a la sombra de este bosque espeso. Están dulces y eso lo sé porque según los voy cogiendo me los voy comiendo.
Baja suavemente como si fuera buscando las orillas y es que tiene que salvar este puntal. Es muy bonita esta bajada puesto que el bosque se presenta espeso y por eso, lleno de sombra húmeda y suave. A la izquierda una pequeña pared de rocas cubierta con muchas encinas viejas y muy espesas puesto que es un rincón oscuro por la densidad de la vegetación que es la propia de aquellos tiempos. Enebros y quejigos.
Aquí entro en un rincón muy hermoso. Es, o al menos esto me digo para mí, como el premio a esta ruta. Sube un poco para remontar el puntal y ya voy intuyendo la presencia del rincón donde se desmoronan las ruinas de El Chorreón. Orquídea a un lado y otro, muchas. Al remontar en una suave curva hacia la izquierda, a la derecha me queda un pino con tres pies y luego otro más grueso y varias encinas. Remonta y aquí una llanura encantadora por donde la hierba la tapiza por completo enredada con las jaras blancas y las viejas encinas. Y el silencio que hasta duele de tan espeso y amigo. Adivino que no estoy muy lejos.
Por delante del disco del sol, se ha puesto una gran nube negra que amenaza descargar en tormente en cualquier momento. Otra pincelada más para resaltar el paseo que esta tarde voy trazando por esta hermosa pista. A la derecha una pared de piedra y a la izquierda, dejada atrás la llanura, vuelve aparece como una pendiente por donde crecen muchas encinas y pinos viejos y las aguas del pantano al fondo que se abren inmensas.
Una garza real me ha salido del rincón. Por aquí la ladera del cerro de Cañada Morales que es el que vengo bordeando, se presenta muy quebrada. Casi en picado hacia las aguas del pantano cae la pista otra vez. A las aguas me quedan como unos treinta metros. Se me arranca ahora una gran bandada de pastos. Un enorme pino que se ha caído y tiene toda su copa metida en las aguas mientras que el tronco y la peana con sus raíces, se quedan fuera cayendo desde la ladera.
Gira la pista ahora hacia la derecha y remonta, casi tallada en un inmenso bloque de roca que caen desde las partes altas. Se inclina mucho para subir mientras por el lado del pantano se le ve sujeta con una pared de piedra entre troncos de viejas encinas y el agua clara que se mece al final. Sube bastante entre mucha vegetación de jara, pinos, romeros y enebros y ya adivino que este punto es el majestuoso mirador de Covatillas.
A la izquierda, un bosquete de encinas clavadas en las rocas y una pendiente. El espigón se me va abriendo cada vez más elevado y esbelto. Ya remonto y sí: este es el mirador natural de Covatillas. Majestuosas y en su tierra amada que más bien es la pura roca donde estuvo clavado, veo las ruinas de El Chorreón. Las tengo a dos pasos. Me paro, porque de pronto y como si fuera un puro sueño que se abre en su momento justo, la panorámica sobre la inmensidad del pantano y la gran cuenca de este esplendoroso valle, se extienden ante mis ojos. ¡Qué vista más bella!
Este sería el gran mirador de la cola que el Pantano del Tranco tiene hacia el pueblo de Hornos porque está aquí mismo, sobre las aguas y en un ángulo tan perfecto que deja ver toda la majestad que aletea por el delicioso Valle. Un escenario único montado sobre y frente al más singular de los decorados. Son las cinco menos diez de la tarde, y aquí en este espigón que tiene una piedra con una cara plana, voy a comer mientras me deleito, calmadamente, de la vista que ante mis ojos tengo.
El Chorreón me queda a doscientos metros. Al otro lado y mirando hacia el muro del pantano, me quedan El Carrascal, Hornos el Viejo y la Platera. Desde su rincón, toda la vega que cae hacia las aguas y más a la derecha, la ladera con pequeños rodales de olivos y pinos, el Collado del Montero y el picacho de Monteagudo. Desde esta cumbre y por las laderas que cae, las aldeas de La Canalica, Fuente de la Higuera y frente a La Canalica y en línea recta hacia mía, la isla de La Laguna por donde estuvo el cortijo de Moreno y más hacia la profundidad del pantano, por donde caen unos rayos de sol esplendorosos, la gran anchura de lo que fue la espaciosa vega y ahora son llanuras de aguas azuladas.
Cayendo el sol sobre la sierra de Las Lagunillas por donde se alzan unas nubes negras con bordes blancos y dorados y más cerca de mí, siento los graznidos de los patos que puebla estas aguas y los veo nadar y zambullirse de vez en cuando. Sólo para gozar la visión y el silencio desde este mirador rocoso, merece la pena el paseo.
Mientras estoy comiendo descubro asombrado que es todo un espectáculo este rincón y la panorámica que ante mí tengo. Sigo oyendo el graznido de los patos, observo el vuelo pausado de dos águilas que han levantado vuelo y coronan la cumbre del cerro que tengo a mis espaldas y sobre los picos de las sierras hacia Pontones, planean varios buitres leonados. La nube negra que venía alzándose desde lo hondo del río Guadalquivir, mientras estoy comiendo, la veo concentrarse sobre el picacho de Monteagudo.
Mudamente comienza a descargar su agua y como por encima de la sierra de Las Lagunillas las otras nubes se abren, dejan escapar a los rayos del sol que atraviesan el espacio y al chocar con los chorros de lluvia que descarga la nube del Picacho de Monteagudo, se transforman en los siete bellos colores del arco iris que se abre magnífico y entre gotas y algo de bruma, cae hermoso sobre las casas blancas de las tres pequeñas aldeas al otro lado del pantano. Insólito y bello el espectáculo, a estas horas de la tarde, sobre este mirador y frente a escenario tan grandioso.
La superficie del pantano se ha tornado negra azul y brillante y a los lados y como en franjas, se ven los reflejos del sol que les llega desde las brumosas cumbres de la sierra lejana. Las aguas de este pantano y en este día, cambian de color casi de continuo según el ángulo desde donde se observen y también según las nubes se abran o se cierren, se cambien en niebla, salga el sol y se quede el cielo con sus azules limpios. Al fondo surge la sierra de Las Lagunillas, ahora más impresionante y alargada desde donde está el muro del pantano y casi hasta la altura de la Torre del Vinagre.
Canta algún pajarillo y por lo demás, no se oye nada más que el rumor de las pequeñas olas del agua al romperse contra la orilla, que aquí por donde estoy, son puras rocas. Cinco o seis patos se han concentrado en uno de los recodos del agua en este rincón y mientras graznan, revolotean y saltan uno sobre otro como en un juego.
Sé que están en celo y este revoloteo suyo es una expresión más de la naturaleza en su lucha por la continuidad de la vida. Y también para mí y en este momento, otra pincelada de belleza que se me transforma en gozo dentro de esta inmensa panorámica tan repleta de misterio y, a estas horas del día, tan preñadas de luces, sombras y tonos vigorosos. Como si la eternidad estuviera por aquí revoloteando y por puro detalle de amor del Creador para conmigo, me estuviera obsequiando con uno de sus mejores besos. Esto es lo que parece y en mi alma así lo percibo y siento.
La fragancia eterna:
A punto de caer la tarde, se asomó a la cumbre del picacho y echó una última mirada al valle y además del silencio y la soledad y los caminos rotos, vio que hoy ya no hacia falta barrer la chiquera ni la cuadra de los animales porque descubrió que por la tierra ni careaban los marranos ni las vacas ni las ovejas ni tampoco estaban verdes los huertos ni en las llanuras del querido valle seguían creciendo los cerezos ni los robles ni los pinos ni los perales y además de ésta, como desolación o desbandada a lo grande, vio y sintió en su corazón que en la puerta de la amada casa, ya no se amontonaban las ramas para la lumbre cuando llegaran los fríos del invierno ni tampoco, de las chimeneas de los otros cortijos, brotaba su chorro de humo como siempre y, desde tiempos lejanísimos, había sido en este valle.
Y como el corazón se le descuajó desde la visión del cerro mientras iba cayendo la tarde, quiso levantarse y bajar e irse por los caminos rotos, no sabía hacia qué lugar que pudiera un poco consolarle, cuando al mirar, ya sí por última vez, los vio subiendo por la vereda del centro siguiendo los pasos lentos del burro grande y subidas sobre el lomo la abuela y la niña y al lado y detrás, los hermanos, la madre y el padre y vio que al llegar a la fuente, detienen su marcha y se bajan y antes de beber del agua purísima que a miel todavía sabe, la niña extiende sus brazos y como si estuviera en el juego que manaba de la abundancia y la belleza de aquellas remotas tardes, mirando a la abuela le dice:
- Es que antes de irme del todo quiero beber el último sorbo de este agua fresquita y quiero, la cara y las manos, lavarme para así conmigo llevarme el último beso de la esencia más fina que mana y, durante un rato más, por nuestro grandioso valle.
Y mientras ella bebe y medio juega en el cristalino chorro de agua que por la caudalosa fuente sale, la abuela la mira muda y en su silencio la mira la madre y el hermano dice que ya no se puede perder más tiempo porque el camino que sube por la tierra rozando las encinas grandes, es largo y más largo es el otro que lleva al infinito y arranca o muere por donde el empalme.
Y el que mira desde su picacho de siempre y está a punto de irse también porque ya muy avanzada viene la tarde, al echar su última mirada por las tierras dulces de su amado valle, descubre que con la sombra de la noche que avanza desde lo hondo, vienen subiendo las aguas desde el lado del río Grande y con las tinieblas de la noche que llega, juntas y al mismo tiempo, viene cubriendo las tierras y sepultando ya para siempre sus raíces y su corazón y las tumbas de los suyos y el vergel tan repletos de árboles y hasta la luz del propio sol porque ya es por la noche y todo se acurruca en su nido y el mundo entero ya no late.
- Hasta que Dios venga con su amor de padre y ordene que resuciten los muertos y que los cerezos florezcan y los ruiseñores, en sus rincones, otra vez canten.
Se dice él para sí, llorando desde su picacho y como escondido mientras vienen subiendo las aguas y, con ellas, la triste tarde.
Más información de este Parque Natural en:
http://es.geocities.com/cas_orla/
Las fotos más bellas del Parque en TrekNature
Cruce del Río Hornos, El Chorreón
La distancia:
Desde la carretera asfaltada hasta las ruinas del viejo molino de El Chorreón, que es donde termina el paseo, son unos tres kilómetros.
El tiempo:
A un paso tranquilo para ir gozando de la paz del paisaje, las preciosas panorámicas a los lados y las aguas del pantano remansadas, se tardan unos cuarenta y cinco minutos.
El Camino:
Es el último tramo de la pista que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, trazó a todo alrededor del pantano y que viene desde casi el mismo muro y pasa por Los Parrales, Montillana, El Chorreón y sigue hasta enlazar con la
carretera asfaltada por donde ésta cruza el río Hornos.
El Paisaje:
Este paseo recorre paisajes muy bellos por ir todo ceñido a la misma rivera de lo que al principio sigue siendo el río Hornos y luego, se hace pantano. Mucha vegetación de tarayes, viejas encinas, pinos, cornicabra, retama y olivares. Continuamente nos va acompañando la hermosa figura del pueblo de Hornos recogida sobre la bella roca y las laderas que por el lado del levante y Pontones, orlan al magnífico Valle de Hornos de Segura.
Lo que hay ahora:
Son las cinco de la tarde del día ocho de abril y me pongo en camino desde donde se desvía la pista, de la carretera asfaltada, que baja río Hornos adelante hacia El Chorreón. Un rebaño de oveja me queda a mi izquierda pastando por la gran pradera de hierba que tienen estas riveras del río. Los pastores están sentados algo más arriba y miran mientras me acerco y los saludo.
A la izquierda el río Hornos que trae mucha agua y a la derecha, la ladera con algunas encinas grandes. El camino es el tramo final del que sube bordeando el pantano desde casi el muro y está bien. Es pista de tierra y por eso tiene muchos charcos de pasar los tractores que van a los olivos que me quedan por la derecha. Estos días de atrás ha llovido bastante.
Me van acompañando majoletos, por la izquierda y todos florecidos. A unos doscientos metros de la carretera, la junta del arroyo de Los Molinos con este río Hornos. Lo miro y veo que trae casi tanta agua como el río y toda muy clara. Por estas tierras llanas, años atrás, existía una gran alameda que ahora han cortado y por el suelo se ven los troncos en espera de que terminen de sacarlos y se los lleven. Sólo quedan algunos con vida y se les ve brotados y por eso, muy verdes.
“‑ ¿Lo cubre las aguas cuando el pantano se llena?
‑ Justo por el borde mismo de las aguas va él serpenteando y al principio atraviesa unas alamedas y luego unos pinares a cuya sombra puedes encontrarte un rebaño de ovejas sesteando. Te ladrarán los perros, pero no temas, son mansos y más si no te asustas y los acaricias. Algo más adelante, a la derecha y ya por una ladera llena de olivos, te encontrarás una vieja casa abandonada. Y ya que estamos ahí, fíjate, aquí tengo un pequeño escrito que unos amigos míos me dieron el otro día donde hablan de esta ladera y el trozo de camino que estamos recorriendo. Lo pongo en tus manos porque ello lo explica mejor que yo.
El te alargar un trozo de papel que guarda en su bolsillo y lo coges todo lleno de interés. Te pones a leer y descubres que el escrito dice lo siguiente: ‘A la derecha, antes de cruzar el puente del río de HORNOS, se desvía la pista que ya imaginaba. Es la que recorre toda la zona del arroyo de Montillana y los Parrales, antigua carretera de la Confederación Hidrográfica. Una pista de tierra y por aquí, he entrado con el coche hasta bien avanzado, pero aunque al principio sí estás bien, no sé más adelante como se encontrará. Me gustaría llegar hasta donde se encuentran los antiguos baños. A un kilómetro o así me he tropezado con una manada de ovejas sesteando bajo los pinos y he buscado al pastor, pero no aparece por ningún lado.
Tampoco estoy muy seguro de que pueda seguir con el coche y recorrer toda esta pista porque ya he llegado hasta un sitio donde el firme de esta pista se encuentra muy estropeado. He querido dar la vuelta, pero no he podido, este coche mío es tan grande y sobre todo tan largo que no se puede hacer maniobras con él en cualquier sitio. He avanzado con bastante miedo y he dejado el coche en un rellanillo donde sí he podido maniobrar para volverme para atrás. Voy a seguir andando un trozo más a ver si quedan por aquí cerca esas ruinas que busco. Y sí, aquí a la derecha veo ahora ya un cortijillo al cual me voy a llegar cuando luego regrese porque en este momento sigo pista adelante con la intención de descubrir lo que en el fondo deseo.
Y lo primero que voy descubriendo es que cada cien metros se ve un poste de estos con las iniciales de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Por aquí hay mucho jaguarzos, aulagas y realmente la tierra seca. Son estas plantas ahora mismo una buena muestra de la dura sequía porque tanto el juaguarzo como la aulaga sí aguantan bien la falta de agua. Pero cuando el agua falta hasta el extremo en que ocurre este verano, hasta estas plantas sucumben. Me he asomado aquí a este barranco, una lomilla que tiene este puntal como si bajara buscando las ruinas del antiguo balneario, pero no veo nada. Me vuelvo para atrás.
Crecen por aquí muchos olivos entre el monte y aunque olivos hay también por todo el cerro y se ven cultivados, estos que salpican el monte los han dejados perdidos. Se ve que son árboles muy antiguos de un sólo pie, viejos y no cultivados. En cambio ya, de la pista para arriba, sí y lo que me extraña es que estos árboles no tengan ni una sola aceituna. Me extraña y no debería extrañarme, porque la sequía les está afectando profundamente, pero por estas sierras los olivos siempre resistieron bien tanto la sequía como los fríos y los calores. Los expertos dicen que este año va a ser un año bastante malo para la cosecha de aceituna y creo que tienen mucha razón según estoy viendo ahora mismo. En este olivar no sólo no estoy viendo ni una sola aceituna sino que algunas, que en su día llegaron a cuajar, se han secado. Están por completo secas. Las cojo en mis manos y las veo secas, como si fueran ciruelas pasas. En algunos he visto unas cuantas verdes, pero poquitas.
Ya estoy en las ruinas de este cortijo que como decía queda entre el olivar cultivado al lado de arriba de la pista. Y lo primero que me asombra son las cuatro o cinco encinas que le rodean. Aunque es olivar toda esta ladera, junto a este cortijo no cortaron las encinas cuando en aquellos tiempos cortaron todo lo que cortaron, quizá en un principio para no sembrar nada y luego para sembrar olivos y pinos. Y lo que ya siempre he dicho: si todavía crecen por aquí cuatro o cinco encinas que son como catedrales, es muestra esto de que en aquellos tiempos hubo muchas y muy grandes en todas estas tierras. ¡Qué hermosos sería ver ahora en esta ladera, en la siguiente y en la otra, no olivos o pinos carrascos como estoy viendo sino un gran encinar! Si fuera así al menos tres cosas buenas y hermosas ocurrirían: no sería barbecho esta ladera como ahora mismo es, no se estarían secando las encinas como ahora mismo se secan los olivos y para la vista ¡qué hermoso sería la gran visión de este encinar viejo cubriendo todas estas laderas y no estos pobres olivos y estos pobres pinares! Además, la tierra también estaría llena de vegetación y no como ahora que sólo veo tierra roja y desolación.
Es un cortijo grande. Tiene la fachada mirando hacia lo que en otros tiempos fue el río de HORNOS y ahora, cuando el pantano se llena, la cola de este pantano. Tiene una puerta, cuatro ventanas arriba y dos a los lados. Entro por la puerta que en estos momentos ya no es entrada porque de este cortijo sólo quedan las paredes de piedra sin techo y dentro veo que también todo se ha hundido. Una pequeña estancia con las vigas caídas, una segunda estancia también con su puerta y marco todo caído. Es un poco extraño aquí este cortijo porque por esta ladera no se ve que brotara ningún manantial y un venero de agua era siempre fundamente para la presencia de una vivienda serrana.
Por la parte de atrás de este monte que llega a alcanzar los 911 m. sí se encuentra la aldea de El Tovar, el Majal, Guadabraz y más adelante Cañada Morales. Y por aquí, cerca de las ruinas de este cortijo, además de unos olivos, también veo ahora algunos almendros que tampoco tienen almendras y aquí mismo, por la parte de atrás, otras ruinas que se parecen a lo que sería el horno y junto a la pared de estas ruinas y de la casa, la temporada pasada hicieron fuego los aceituneros. Estas laderas son muy escarpadas y a pesar de eso la sembraron de olivos y las aran con tractor. Pero este año, con esto de la gran sequía, no habrá aceitunas ni para cubrir los gastos.
Aquí, a la bajada del cortijo, tengo el coche y como ya me he convencido de que no puedo seguir, voy a dar la vuelta. Ya veré si en otra ocasión logro recorrer todo este rincón de un extremo a otro’.
Así que este pequeño escrito te ilustra un poco esos cuatro o cinco kilómetros primeros del camino viejo que en otros tiempos te llevaba y te traía desde el pueblo para el Tranco y al revés. ¿Para dónde quieres que sigamos ahora?
‑ Ya que estamos metidos en camino y por ese camino que me fascina sin saber por qué, vamos a seguir. ¿Qué ruinas eran las que según el texto buscaba el que iba por allí?
‑ Se refiera a las ruinas de unos baños árabes que en otros tiempos hubo por estas llanuras de La Laguna.
‑ ¿Y caen por allí cerca o no?
‑ Por allí cerca, siguiendo todo esta pista forestal caen las ruinas de lo que en otros tiempos fue casi una aldea.
‑ ¿Te refieres a ese cortijo que se encuentra junto a las paredes de una gran cascada seca?
‑ A ese cortijo me refiero ¿De qué lo conoces?
‑ El caso es que lo conozco nada más que de vista, pero ni sé cómo se llama ni qué fue aquello en otros tiempos ni ninguna otra cosa.
‑ Luego te digo su nombre y lo que aquello fue en otros tiempos, porque antes te toca a ti explicarme lo que conoces de aquello”.
El pueblo de Hornos me queda remontado sobre su roca inmensa, a la izquierda y como le da el sol de la tarde, brillan sus paredes y la hermosa figura de las casas. Es un día con muchas nubes altas y por entre estas nubes gordas y negras, grandes rotos por donde asoma el cielo azul. Hoy quizá más azul que nunca y por eso me parece tan bonito el pequeño pueblo encaramado en su gran roca y en el silencio. Como el sol le está dando desde el lado de la tarde avanzada, el cuadro es mágico.
A los cien metros de la junta del arroyo de Los Molinos con el río, a la izquierda, aparece el grueso de lo que fue la alameda. Ahora es llanura repleta de hierba y salpicada de tarayes. Más a lo lejos, los olivares que por la ladera suben hacia el pueblo. No tarda en aparecer el agua del pantano remansada. La pista sube por entre juncos, olivos y pinos. Es tierra sin cultivar y por eso tiene mucho majoletos y esparragueras.
Cantan los pajarillos porque es una tarde deliciosa y como no ha llovido en todo el día, ya parece más primavera de lo que en realidad es. Como llovió hace unos días, el campo está mojado y todo preñado de verde. Hay muchos pajarillos por aquí. Florecidas las retamas y las encinas con sus tallos nuevos. También los fresnos cargados de hojas recién brotadas y los olivos, ya tienen su trama a punto de convertirse en florecillas.
Se allana un poco la pista, después de haber remontado y pinos a la izquierda mezclados con muchos tarayes por donde se ve más cantidad de agua remansada del pantano. A la derecha, una ladera de olivos. Y entre los pinos de la izquierda, majoletos espesos, con muchas esparragueras, lentisco y encinas, entre algunos olivos sin cultivar.
Se curvan la pista hacia la derecha, remonta un poco y entonces a la izquierda, se separa algo del pantano y queda un puntalillo repoblado de pinos muy espesos. Endebles y bajos, pero muy espesos. Huelo intensamente a la flor del majoleto que es un perfume delicioso porque hasta sabe a miel, además de a primavera fresca.
En el puntalillo este, la pista sube un repecho, corto, pero muy empinado. Al remontar y a la izquierda, me saludan dos grandes encinas. Se allana en cuanto sube y a la izquierda y luego a la derecha, bastante remontada sobre el pantano que se ve ya grande. Tiene una cola muy ancha. Ahora baja algo quedándome, entre la pista y el pantano, una ladera con muchos pinos grandes y gruesos y una espesura de encinas y olivos asilvestrados. A la derecha, siempre la ladera con los olivos de verdad y bien cultivados.
Arrancan vuelo un par de patos. Voy viendo que la pista está muy estropeada porque este invierno han pasado por aquí muchos tractores. Con el agua que ha caído se ha formado mucho barro y los charcos han ido creciendo en cantidad y profundidad. Baja un poco y me queda, a la izquierda y a la derecha, un bosque bastante espeso de monte corto de pinos, encinas, retamas, lentiscos, jaras blancas, jaguarzos, esparragueras y mucha hierba. Y conforme voy bajando por el centro de este bosque me acompaña, el trino continuo de un pajarillo. Por delante de mí revolotea una mariposa y esto me indica que ellas también ya están surcando los aires de estas sierras.
El silencio por aquí es total. Sólo se oye el canto de algún pajarillo, el suave viento que se mueve casi imperceptible, por arriba las nubes blancas que se rompen a trozos para dejar ver el azul del cielo y los rayos del sol que caen desde el lado en que corre el Guadalquivir. Al fondo se ve el pantano por entre los claros de las ramas del bosque. Es un paseo realmente sencillo y por eso profundamente agradable y relajante. Un encuentro suave, desde el espíritu de uno con esa bocanada de aire limpio que tanto deseamos y con ese charco de paz que tanto nos hace falta. Si lo que quiero es gozar calmadamente no el asombro de grandes maravillas sino la perfección de lo pequeño y sencillo, siempre latiendo hasta en la más humilde hoja de hierba, aquí lo tengo y a puñados.
Si lo que busco es tener un contacto tranquilo con el silencio y la armonía de los paisajes, este paseo me los proporciona en cantidad más que suficiente como para saciarme. Ya voy viendo Monteagudo que no me queda lejos. Y a la derecha y como esto se abre un poco, aparecen otra vez los olivos cultivados. La pista sigue bajando aproximándose a las aguas del pantano. Se ha abierto el bosque y por esto la superficie del embalse, se ve con todo su esplendor.
Viene el viento desde la profundidad del valle y al tropezar sobre la pulida superficie, como el agua es blanda, se arruga y entonces se forman como pequeñas olas que llenan toda la planicie de las aguas dando la impresión como si se moviera en bloque hacia las partes altas. Es un espectáculo muy bello que ni siquiera mete ruido ni se alza con la fuerza de una montaña. Más al fondo, este esplendor se ensancha hasta perderse en la lejanía.
Ya estoy viendo las casas de El Carrascal y Hornos el Viejo. Se allana la pista y ladera hacia la orilla del pantano, se hace casi llanura. Por eso veo que las aguas se abren tanto que hasta construyen una pequeña playa tapizada de hierba. Me queda a una distancia de unos veinte metros. La luz que la tarde está derramando sobre estos paisajes, enmedio de este silencio y la anchura de las aguas que reflejan la claridad, es limpia, suave y silenciosa como son siempre estos rincones. Es también hermosamente bonita puesto que el campo se viste con un traje casi divino por el tono de hierba verde que se funde con el del bosque.
Un puñado de encinas grandes, me saludan por el lado de la izquierda. Todas apiñadas y entre ellas, muchas esparragueras. Cojo cinco o seis espárragos y como son las cinco y veinticinco de la tarde y todavía no he comido porque parece como si hoy me estuviera alimentando con otro majar más delicado, me dispongo a comerme unos pocos de estos espárragos verdes y tiernos que he cogido de la sombra de estas encinas. Los espárragos verdes, comidos crudos si están limpios y tiernos, son deliciosos por su sabor dulce amargo y al mismo tiempo puro.
Una curva aquí hacia la derecha. A la izquierda me queda la tierra ahora muy pronunciada y el pantano mucho más cerca. Sigo viendo y cogiendo por aquí muchos espárragos. Bajo hacia una hondonada por donde ya el pantano muestra mucho más anchura porque me voy moviendo hacia el corazón de este embalse. Y según voy avanzando no deja de levantarse algún que otro pato.
El agua que se remansa, por las orillas, se ve cristalina. Remonto una cuesta y se va curvando la pista. Bastante más cerca veo El Carrascal, La Platera y Hornos el Viejo. Al frente y en todo lo hondo, el picacho de Monteagudo, siempre como la torre pétrea que domina toda la extensión del Valle.
Me he elevado bastante sobre las aguas del pantano. También está bien florecido y perfumado el tomillo aceitunero que por aquí se mezcla con la mejorana. Sus flores son rosadas y diminutas y esta pequeñez le presta una belleza única. Da una curva muy pronunciada bajando hacia una leve hondonada. A la derecha los olivos que me vienen acompañando y a la izquierda los pinos con su escolta de retamas.
Se retira esto un poco más del pantano y aquí se fragua un recoveco que se parece, aunque más pequeño, al de El Chorreón. Mientras remonta como penetrando en el cerro adaptándose a la ondulación del barranco para cruzar el arroyo, al frente las laderas y cumbres del Cerro del Cañada Morales por este lado del pantano. Se ven muy tupidas de pinos y matorrales. Cruza el arroyuelo sin agua y gira a la izquierda. Se allana ahora bajando con suavidad y derecho hacia las aguas del pantano, como si fuera a caerse de bruces.
De vez en cuando, además de otras muchas florecillas de la hierba que todavía no ha florecido del todo, me encuentro con algunos puñados de orquídeas. Es la que tiene su flor amarilla y por el centro como si fuera una abeja. Canta el pájaro que siempre he oído con el nombre de trigueros. De nuevo se curva buscando cruzar otro arroyuelo. Y como por abajo ahora no tengo bosque, se da de bruces con las aguas remansadas.
Y aquí, la pista, ya se interna en un puntal que cae desde el cerro hacia las llanuras de lo que fue el valle. Esto es ya la vegetación autóctona que rodea a las ruinas de El Chorreón. Grandes pinos altos, mucha madreselva y carrascas y por entre ellas no dejo de coger espárragos. Gordos muchos de ellos y blancos por crecer a la sombra de este bosque espeso. Están dulces y eso lo sé porque según los voy cogiendo me los voy comiendo.
Baja suavemente como si fuera buscando las orillas y es que tiene que salvar este puntal. Es muy bonita esta bajada puesto que el bosque se presenta espeso y por eso, lleno de sombra húmeda y suave. A la izquierda una pequeña pared de rocas cubierta con muchas encinas viejas y muy espesas puesto que es un rincón oscuro por la densidad de la vegetación que es la propia de aquellos tiempos. Enebros y quejigos.
Aquí entro en un rincón muy hermoso. Es, o al menos esto me digo para mí, como el premio a esta ruta. Sube un poco para remontar el puntal y ya voy intuyendo la presencia del rincón donde se desmoronan las ruinas de El Chorreón. Orquídea a un lado y otro, muchas. Al remontar en una suave curva hacia la izquierda, a la derecha me queda un pino con tres pies y luego otro más grueso y varias encinas. Remonta y aquí una llanura encantadora por donde la hierba la tapiza por completo enredada con las jaras blancas y las viejas encinas. Y el silencio que hasta duele de tan espeso y amigo. Adivino que no estoy muy lejos.
Por delante del disco del sol, se ha puesto una gran nube negra que amenaza descargar en tormente en cualquier momento. Otra pincelada más para resaltar el paseo que esta tarde voy trazando por esta hermosa pista. A la derecha una pared de piedra y a la izquierda, dejada atrás la llanura, vuelve aparece como una pendiente por donde crecen muchas encinas y pinos viejos y las aguas del pantano al fondo que se abren inmensas.
Una garza real me ha salido del rincón. Por aquí la ladera del cerro de Cañada Morales que es el que vengo bordeando, se presenta muy quebrada. Casi en picado hacia las aguas del pantano cae la pista otra vez. A las aguas me quedan como unos treinta metros. Se me arranca ahora una gran bandada de pastos. Un enorme pino que se ha caído y tiene toda su copa metida en las aguas mientras que el tronco y la peana con sus raíces, se quedan fuera cayendo desde la ladera.
Gira la pista ahora hacia la derecha y remonta, casi tallada en un inmenso bloque de roca que caen desde las partes altas. Se inclina mucho para subir mientras por el lado del pantano se le ve sujeta con una pared de piedra entre troncos de viejas encinas y el agua clara que se mece al final. Sube bastante entre mucha vegetación de jara, pinos, romeros y enebros y ya adivino que este punto es el majestuoso mirador de Covatillas.
A la izquierda, un bosquete de encinas clavadas en las rocas y una pendiente. El espigón se me va abriendo cada vez más elevado y esbelto. Ya remonto y sí: este es el mirador natural de Covatillas. Majestuosas y en su tierra amada que más bien es la pura roca donde estuvo clavado, veo las ruinas de El Chorreón. Las tengo a dos pasos. Me paro, porque de pronto y como si fuera un puro sueño que se abre en su momento justo, la panorámica sobre la inmensidad del pantano y la gran cuenca de este esplendoroso valle, se extienden ante mis ojos. ¡Qué vista más bella!
Este sería el gran mirador de la cola que el Pantano del Tranco tiene hacia el pueblo de Hornos porque está aquí mismo, sobre las aguas y en un ángulo tan perfecto que deja ver toda la majestad que aletea por el delicioso Valle. Un escenario único montado sobre y frente al más singular de los decorados. Son las cinco menos diez de la tarde, y aquí en este espigón que tiene una piedra con una cara plana, voy a comer mientras me deleito, calmadamente, de la vista que ante mis ojos tengo.
El Chorreón me queda a doscientos metros. Al otro lado y mirando hacia el muro del pantano, me quedan El Carrascal, Hornos el Viejo y la Platera. Desde su rincón, toda la vega que cae hacia las aguas y más a la derecha, la ladera con pequeños rodales de olivos y pinos, el Collado del Montero y el picacho de Monteagudo. Desde esta cumbre y por las laderas que cae, las aldeas de La Canalica, Fuente de la Higuera y frente a La Canalica y en línea recta hacia mía, la isla de La Laguna por donde estuvo el cortijo de Moreno y más hacia la profundidad del pantano, por donde caen unos rayos de sol esplendorosos, la gran anchura de lo que fue la espaciosa vega y ahora son llanuras de aguas azuladas.
Cayendo el sol sobre la sierra de Las Lagunillas por donde se alzan unas nubes negras con bordes blancos y dorados y más cerca de mí, siento los graznidos de los patos que puebla estas aguas y los veo nadar y zambullirse de vez en cuando. Sólo para gozar la visión y el silencio desde este mirador rocoso, merece la pena el paseo.
Mientras estoy comiendo descubro asombrado que es todo un espectáculo este rincón y la panorámica que ante mí tengo. Sigo oyendo el graznido de los patos, observo el vuelo pausado de dos águilas que han levantado vuelo y coronan la cumbre del cerro que tengo a mis espaldas y sobre los picos de las sierras hacia Pontones, planean varios buitres leonados. La nube negra que venía alzándose desde lo hondo del río Guadalquivir, mientras estoy comiendo, la veo concentrarse sobre el picacho de Monteagudo.
Mudamente comienza a descargar su agua y como por encima de la sierra de Las Lagunillas las otras nubes se abren, dejan escapar a los rayos del sol que atraviesan el espacio y al chocar con los chorros de lluvia que descarga la nube del Picacho de Monteagudo, se transforman en los siete bellos colores del arco iris que se abre magnífico y entre gotas y algo de bruma, cae hermoso sobre las casas blancas de las tres pequeñas aldeas al otro lado del pantano. Insólito y bello el espectáculo, a estas horas de la tarde, sobre este mirador y frente a escenario tan grandioso.
La superficie del pantano se ha tornado negra azul y brillante y a los lados y como en franjas, se ven los reflejos del sol que les llega desde las brumosas cumbres de la sierra lejana. Las aguas de este pantano y en este día, cambian de color casi de continuo según el ángulo desde donde se observen y también según las nubes se abran o se cierren, se cambien en niebla, salga el sol y se quede el cielo con sus azules limpios. Al fondo surge la sierra de Las Lagunillas, ahora más impresionante y alargada desde donde está el muro del pantano y casi hasta la altura de la Torre del Vinagre.
Canta algún pajarillo y por lo demás, no se oye nada más que el rumor de las pequeñas olas del agua al romperse contra la orilla, que aquí por donde estoy, son puras rocas. Cinco o seis patos se han concentrado en uno de los recodos del agua en este rincón y mientras graznan, revolotean y saltan uno sobre otro como en un juego.
Sé que están en celo y este revoloteo suyo es una expresión más de la naturaleza en su lucha por la continuidad de la vida. Y también para mí y en este momento, otra pincelada de belleza que se me transforma en gozo dentro de esta inmensa panorámica tan repleta de misterio y, a estas horas del día, tan preñadas de luces, sombras y tonos vigorosos. Como si la eternidad estuviera por aquí revoloteando y por puro detalle de amor del Creador para conmigo, me estuviera obsequiando con uno de sus mejores besos. Esto es lo que parece y en mi alma así lo percibo y siento.
La fragancia eterna:
A punto de caer la tarde, se asomó a la cumbre del picacho y echó una última mirada al valle y además del silencio y la soledad y los caminos rotos, vio que hoy ya no hacia falta barrer la chiquera ni la cuadra de los animales porque descubrió que por la tierra ni careaban los marranos ni las vacas ni las ovejas ni tampoco estaban verdes los huertos ni en las llanuras del querido valle seguían creciendo los cerezos ni los robles ni los pinos ni los perales y además de ésta, como desolación o desbandada a lo grande, vio y sintió en su corazón que en la puerta de la amada casa, ya no se amontonaban las ramas para la lumbre cuando llegaran los fríos del invierno ni tampoco, de las chimeneas de los otros cortijos, brotaba su chorro de humo como siempre y, desde tiempos lejanísimos, había sido en este valle.
Y como el corazón se le descuajó desde la visión del cerro mientras iba cayendo la tarde, quiso levantarse y bajar e irse por los caminos rotos, no sabía hacia qué lugar que pudiera un poco consolarle, cuando al mirar, ya sí por última vez, los vio subiendo por la vereda del centro siguiendo los pasos lentos del burro grande y subidas sobre el lomo la abuela y la niña y al lado y detrás, los hermanos, la madre y el padre y vio que al llegar a la fuente, detienen su marcha y se bajan y antes de beber del agua purísima que a miel todavía sabe, la niña extiende sus brazos y como si estuviera en el juego que manaba de la abundancia y la belleza de aquellas remotas tardes, mirando a la abuela le dice:
- Es que antes de irme del todo quiero beber el último sorbo de este agua fresquita y quiero, la cara y las manos, lavarme para así conmigo llevarme el último beso de la esencia más fina que mana y, durante un rato más, por nuestro grandioso valle.
Y mientras ella bebe y medio juega en el cristalino chorro de agua que por la caudalosa fuente sale, la abuela la mira muda y en su silencio la mira la madre y el hermano dice que ya no se puede perder más tiempo porque el camino que sube por la tierra rozando las encinas grandes, es largo y más largo es el otro que lleva al infinito y arranca o muere por donde el empalme.
Y el que mira desde su picacho de siempre y está a punto de irse también porque ya muy avanzada viene la tarde, al echar su última mirada por las tierras dulces de su amado valle, descubre que con la sombra de la noche que avanza desde lo hondo, vienen subiendo las aguas desde el lado del río Grande y con las tinieblas de la noche que llega, juntas y al mismo tiempo, viene cubriendo las tierras y sepultando ya para siempre sus raíces y su corazón y las tumbas de los suyos y el vergel tan repletos de árboles y hasta la luz del propio sol porque ya es por la noche y todo se acurruca en su nido y el mundo entero ya no late.
- Hasta que Dios venga con su amor de padre y ordene que resuciten los muertos y que los cerezos florezcan y los ruiseñores, en sus rincones, otra vez canten.
Se dice él para sí, llorando desde su picacho y como escondido mientras vienen subiendo las aguas y, con ellas, la triste tarde.
Más información de este Parque Natural en:
http://es.geocities.com/cas_orla/
Las fotos más bellas del Parque en TrekNature
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