3.23.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-48

El secreto de la princesa -2

Unos días después que mi abuela me contara el cuento de la princesita despreciada, estaba con ella sentada en la casa y entonces le pregunté: “Madre Asunción ¿se vengó alguna vez aquella muchacha de las personas que le hicieron tanto daño?” Y mi abuela me dijo: “¡Hijica mía! Estando en aquel país extraño, un día, a esta princesa le pasó lo que a continuación te voy a contar con otro cuento ¿quieres oírlo?” Y le respondí: “¡Sí, abuela, quiero oír ese otro cuento de la princesa Margarita”.

Y entonces mi abuela empezó diciendo: “Una de las muchas historias que le ocurrió a la princesa Margarita en aquel país extraño, fue la siguiente: ya había crecido y era una mozalbeta. Por el ambiente tan hostil que le rodeaba, siempre estaba recogidita en su casa. Un día, la hija de unas vecinas suyas de la casa donde vivían, se casó. A los pocos días, los recién casados, pues tuvieron el gusto de invitar a todas las muchachas mozas de aquel pueblo a un baile. Hicieron una lista larga y en ella pusieron a todas las muchachas que allí había. Fueron teniendo cuidado para que no se quedara ninguna sin invitar y de la princesa Margarita, nadie se acordó.

Un hermano de la princesa, al enterarse que había un baile, fue y entró un momento y se vio acongojado porque vio que todas las muchachas de aquel pueblo estaban en aquella casa bailando aquella noche y a su hermana, nadie la había invitando ni se habían acordado de ella. Y como al muchacho esto no le agradó, fue y se salió. Pero ocurrió un hecho muy curioso.

Fue que al otro día, una hermana de la que se había casado, se presentó en casa de la princesa con una botellica preguntando por la madre reina. Salió la señora y dijo: “Aquí estoy ¿quieres algo, hija mía”. Y la muchacha le explicó: “Que de parte de mi madre, que si tiene usted una gotica de pringue, de morcilla o algo así, que ha puesto potaje y no tiene con qué arreglarlo”. Y entonces aquella señora, pobre porque había venido a menos, lejos de su tierra pero seguía conservando sus sentimientos bondadosos y caritativos que de siempre había practicado, dijo: “¡Claro, hija mía, lo que yo tenga es vuestro en cuanto lo necesitéis. Para eso estamos las personas. Un día por ti y otro por mí y todo en el amor al Dios que nos ha dado la vida”.

Cogió la botellica, se la llenó de aceite, sacó una morcilla de las que guardaba en la orza, la puso en un plato limpico y se la dio diciendo: “Toma, el aceite que necesitáis y una morcilla por si queréis tomar un bocado más. Lo mismo de pobre voy a seguir yo y vosotros hoy podréis comer un poquito mejor”.

En estos momentos entró a la casa, el hermano de la princesa y al verlo la muchacha le preguntó: “¿Por qué te saliste anoche tan pronto del baile?” El muchacho contestó: “Porque estaba cansado y tenía sueño”. Ella siguió insistiendo: “¡No sería porque no había muchachas para bailar!” Y él: “Sí, ya vi que había muchas muchachas guapas y todas muy alegres”. Y ella: “¡Vaya que si había muchas! Estaban todas las muchachas del pueblo. Fuimos anotando para que no se nos olvidara ninguna y todas fueron. Era ese el gusto de mi hermana y mi cuñado que se habían casado y eran tan felices que quisieron invitar a un baile especial a todas las muchachas del pueblo”.

Y entonces el hermano de la princesa la miró y tras contenerse un poco dijo: “Pues una muchacha sí se os escapó”. Y ella dijo: “De eso ni hablar. No se nos escapó ni una sola muchacha de este pueblo”. Y el muchacho con toda educación: “Una si se quedó fuera y esa fue mi hermana. Os olvidasteis de mi hermana”. Y entonces ella contestó: ¡Ha! No, no. Nadie se olvidó de tu hermana. Es que nosotras sólo invitamos a las muchachas del pueblo. Es que tu hermana es de un país extraño y por eso no pertenece a esta tierra”.

Fue justo en este momento cuando la princesa se enteró que en una casa de aquel pueblo, se había celebrado un baile donde estuvieron todas las muchachas de su edad menos ella. No le dolió que no la invitara al baile pero si le dolió mucho oír que no la habían invitado porque era de otras tierras. Pero cuando salía aquella muchacha, que era más o menos de la edad de la princesa, de la sencilla casa de la reina, con la morcilla en el plato y la botellica de aceite, dolido el hermano, la llamó por su nombre y le dijo: “Que el aceite y la morcilla, también son de otro país lejano”.

La muchacha se calló y se fue. Al rato volvió la madre a devolver el plato a la señora reina y diciéndole: “¡Ay! Señora, perdone usted. Es que los jóvenes cometen errores. Eso fueron mis hijas las que lo hicieron y yo no caí en la cuenta de que su hija debió asistir también. Reconozco que ha estado muy mal. Perdónenos usted”. Y la reina destronada contestó: “No se preocupe usted porque mi hija no haya ido al baile. Ni siquiera ella sabía que se daba un baile. Se le pasó el tiempo aquí tranquila en su casa y entre los suyos que la queremos mucho. Las cosas ocurren así y muchas veces ni siquiera tenemos culpa las personas. No se preocupe usted”. Y aquello ya se quedó así.

Pasaron los años. Aquella muchacha tuvo novio y un día se fue a hacer el servicio militar a su país. Comenzó a tener correspondencia con su madre, con sus familiares y con ella, que era su novia. Pasó el tiempo y de pronto, la familia dejó de recibir cartas. No había noticias del soldado. La madre no recibía noticias y la novia, tampoco. Pasó más tiempo y al final llegaron dos cartas: una para la madre del soldado y otra para la novia. Que ya hemos dicho que la novia de este soldado era la que le dijo a la princesa que no la había invitado porque era de otro país.

Esta muchacha se puso a leer la carta de su novio y como traía una letra que era un poquito difícil de entender, no la comprendió muy bien. No acertaba a entender una noticia que le daba en la carta. Sí la leyó y la entendió pero era una cosa tan rara que a ella le costaba trabajo admitir. Hubiera querido que aquello no lo dijera aquella carta y por eso pensó que es que ella no lo sabía leer bien.

Entonces cogió la carta y recurrió a la princesa Margarita diciéndole: “No entiendo bien lo que dice esta carta. Yo leo una cosa rara y eso creo que no está escrito así. Leémela tú, por favor”. La princesa la cogió, la leyó y sí que la carta decía aquello que ella no quería admitir. Decía exactamente: “Cometí tal falta, y le decía la falta que era y por eso me metieron en el calabozo. No has recibido carta mía porque durante este tiempo no he podido escribirte. Pero sí te pido que mi madre esto no lo sepa. Que no se entere nadie en el pueblo porque si esto se llega a saber, en cuanto vuelva te corto la cabeza”.

Al saber esta noticia y comprobar que era lo mismo que ella había leído, la muchacha se sintió como cogida en un cepo y para sí se dijo: “Esto no tenía que saberlo nadie y yo misma le he traído la carta a la princesa para que me la lea. Ya lo sabe ella y debe ser un secreto que sólo yo sé”. Enseguida empezó a suplicar a la princesa: “Por Dios, esto no lo digas nunca porque si lo dices y las personas del pueblo se enteran será un disgusto grandísimo”.

La princesa le contestó: “No lo voy a decir”. Y en este momento la princesa pensó y dijo: “Ahora podría yo vengarme del daño que me hicisteis aquel día del baile pero no. Las flores blancas que cultivo en mi alma, nunca llegarán a secarse por la miseria humana de la venganza. No es digno de mí, yo no puedo hacer esto”. Venció la tentación y le dijo: “Yo no lo diré nunca pero tú tienes que deshacerte de esta carta, porque alguien te la puede coger, la pueden leer y entonces ya no somos nosotras dos las únicas que sabemos el secreto. Quema la carta ahora mismo y el secreto, por mi parte, quedará guardado para siempre”.

Allí mismo y delante de la princesa aquella muchacha quemó la carta y con ella el secreto que había entre las dos. Pasó el tiempo, volvió el novio del servicio, se casaron y también la princesa. Aquella muchacha siempre le tuvo una gran estimación a la princesa porque se dio cuenta que pudo haberse vengado de ella y no lo hizo.

Siguió pasando el tiempo. Un día estaba la princesa lavando la ropa de sus hijos en el lavadero público y necesitó coger un cubo de agua del pilar donde bebían las bestias que labraban los campos. Y es que por aquellos años vinieron unas grandes sequías y había mucha escasez de agua por todo el país. Por eso en el pueblo se acordó que nadie cogiera agua del pilar para que así siempre estuviera lleno para que al volver del trabajo, las bestias pudieran beber.

Aquella tarde la princesa tenía prisa porque sus hijos la necesitaban y como vio que el pilar estaba rebosando y el agua se perdía sin provecho, por darse más prisa cogió un cubo de agua del pilar. Y justo llegó aquel hombre, que ya era marido de la muchacha que recibió la carta con el secreto, con ella que ya era su mujer y las bestias porque venían de trabajar en el campo. Y al ver que la princesa cogía el cubo del agua del pilar se encaró con ella diciéndole: “Suelte usted ese cubo de agua ahora mismo. Vacíelo en el pilar porque no tiene derecho ninguno. Este agua está reservado para que beban las bestias”. Y la princesa le contestó: “Se está saliendo, si estuviera vacío pero como se está saliendo y mis niños me esperan en la casa, por esto la he cogido. Tengo mucha prisa y como por el caño cae tan poquita, tardaré mucho tiempo en llenar el cubo”.

Y el marido de la muchacha le contestó: “Le he dicho que suelte usted ese cubo de agua en la pila o la denuncio a las autoridades ahora mismo. La voy a llevar a juicio por coger un cubo de agua cosa que está prohibida”. Y entonces aquella mujer vacío el cubo de agua en el pilar y se fue a ponerlo en el caño que caía muy pobremente, sabiendo a conciencia que se estaba saliendo el agua del pilar y se estaba perdiendo y ella tenía que esperar allí un rato grande y sus niños la esperaban.

Pero la esposa de aquel hombre, al darse cuenta de la situación, palideció porque llegó a pensar que como aquella situación era tan fuerte, la princesa, ante la injusticia, podría haber hablado diciendo: “¿Me va a usted a llevar a la cárcel? ¿Por qué, por un cubo de agua? ¿Me va usted a llevar a la cárcel lo mismo que usted fue por esto y esto, que era lo que decía en la carta a su novia y yo lo sé?”

La mujer creyó que lo iba a decir y pasó un mal rato pero la humilde princesa, guardó silencio, llenó su cubo de agua en el pobre chorrillo y se fue a su casa sin decir una palabra. Pasaron los años y cada vez que la princesa se acordaba que había tenido aquella ocasión de venganza y no la aprovechó, se sentía inmensamente feliz”.

Más información de este Parque Natural en:

http://es.geocities.com/cas_orla/

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