3.23.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-42

LA ESTRELLICA DE ORO
cuento de la abuela

Era un matrimonio que tenía una hija y la madre murió. Se quedaron el padre y la niña, solos. Y cerca de allí vivía otra señora que se había quedado viuda con dos niñas. Y la mujer quería casarse con este hombre y este hombre no quería casarse con nadie porque tenía miedo de que la mujer con quien se casara no tratara bien a su hija.

Esto que te cuento yo no te lo cuento con la gracia que tenía mi abuela. Lo contaba de una manera que cuando ella estaba narrando la historia se identificaba con los personajes y algunas veces hasta se me saltaban las lágrimas sintiéndome yo la niña del relato. Hasta los cuentos los amoldaba mi abuela a las costumbres de la tierra.

Al final el hombre se casó porque no tenía quien le asistiera y la mujer tanto le insistía que cedió. Al principio se portó bien con la niña pero cuando pasó el tiempo, sus hijas eran sus hijas, las preferidas y la mujer empezó a no tratar bien a la niña.

En la matanza la mandó con la canasta de las tripas de los cerdos para que las lavara en el río. Antes así se lavaban las tripas para hacer los chorizos y las morcillas de las matanzas. La niña era pequeña y no podía ella sola hacer aquel trabajo y no hacía nada más que llorar y llegó a la orilla del río, helaica del frío porque la matanza ya se sabe que es en el invierno y se acurrucó temblando de frío y sin dejar de llorar y estando allí empezó a rezar a la Virgen: “¡Ay Virgen mía! Si mi madre estuviera aquí yo no tendría tanto frío porque ella me calentaría y lavaría las tripas”.

Y entonces, pasó por allí una señora muy hermosa, joven y le preguntó: “¿Por qué lloras niña?” Dice: “Porque tengo mucho frío y porque me han mandado a lavar las tripas y tengo las manos heladas y no puedo”. Y entonces aquella señora cogió la canasta, la metió en el río y al sacarla salieron las tripas limpias y le dice a la niña: “Escucha la campana del reloj. Cuando suenen las doce campanadas, mete la cabeza en el agua”. Y dice la niña: “Es que tengo mucho frío y el agua está muy helada”. Le responde la señora: “No importa, tú mete la cabeza en el agua que no sentirás frío ninguno y cuando vayas a tu casa y te pregunten lo que ha pasado, cuenta siempre la verdad. No mientas nunca. Di siempre la verdad”:

Pues se fue aquella señora que mi abuela decía que era la Virgen y la niña al escuchar las campanadas ton, ton, ton, porque en Hornos, en la torre había un reloj que daba la hora. Yo no sé si existirá todavía pero cuando yo era chiquilla, existía. Metió la cabeza en el agua del río y ella salió con la cabeza mojada y no sabía lo que le había pasado. Pero es que se le había marcado una estrellica en la frente, dorada, que brillaba como el oro porque era de oro.

Cuando llegó a su casa y la madrastra la vio con la cabeza mojada y la estrellica de oro y las tripas limpias: “¿Qué has hecho, quién te ha hecho eso en la frente?” y ella algo asustada: “Nadie” pero la niña se acordó y contó la verdad de lo que había pasado.

Y la mujer, envidiosa, empezó a frotarle en la frente tratando de quitarle aquella estrellica de oro y cuanto más le restregaba más la estrella brillaba y la niña no sabía lo que tenía. Y la madrastra: “Mírate al espejo, cochina ¿qué te has hecho en la frente?” Y la niña: “Que yo no me he hecho naica”.

Y más envidiosa la madrastra mataron otro cerdo y mandó a su hija mayor y le dijo: “Haz tu lo mismo que ha hecho tu hermanastra. Di que tienes frío y que tu madrastra te manda a lavar las tripas a ver si te sale a ti otra estrellica de oro”. Y llegó la muchacha y empezó a llorisquear y pasó la señora: “¿Qué te pasa niña?” y ella: “¡Ay! Que tengo mucho frío, que me manda mi madrastra a lavar las tripas y no puedo porque tengo mucho frío”. Pero aquella muchacha ya no era tan niña sino una mozuela. Y le dice la señora: “¿Por qué mientes? no mientas, di la verdad, nunca mientas”. Y le dijo lo mismo que a la estrellica de oro que dijera siempre la verdad.

Pero la muchacha dice: “¿Y por qué no puedo yo hacer lo que ha hecho mi hermanastra y que me salga en la frente una estrellica de oro?” Y la señora le dijo: “Si tú quieres, haz lo que te guste pero la estrellica de oro yo no sé si te saldrá. Puede que te salga lo que te merezcas”. Entonces ella a oír las doce campanadas metió la cabeza en el agua y le salió una cosa como el rabo de un burro. Cuando llegó a su casa con el rabo del asno en la frente la madre por más que se lo quería ocultar no podía. Y entonces dijo: “A ver si a la otra le sale”. Mandó al río a la otra hija y como llegó mintiendo, le pasó lo mismo. Y desde este momento la madrastra le tomó un odio muy grande a la niña de la estrellica de oro. Con el pelo trataba de taparle la estrellica de oro para que nadie se la viera.

Pero fueron invitadas al palacio real, que en esto es en lo que coincide con el cuanto de la Cenicienta. El padre se fue de viaje y le preguntó a las hijas: “¿Qué queréis que os traiga del viaje?” Y las hijastras le pidieron vestidos y telas de seda lujosas y a la niña, hija suya, le dice: “¿Y tú qué quieres, hija mía?” y le dijo: “Yo quiero que me traigas una varica de virtud”. Y el padre: “Pero hija mía ¿dónde voy a encontrar yo eso?” y la hija: “Pues si usted no la encuentra no me la traiga, padre pero si la encuentra, me la trae”.

Fue el padre al viaje y compró los vestidos y todo lo que le habían encargado pero lo que le había pedido su hija, no lo encontraba por ningún lado. Y que ya se iba aburrido diciendo: “Y que no la encuentro. Pa una cosica de nada que me ha pedido mi hija y no se la puedo llevar”. Y oyó que iba un hombre por la calle diciendo: “¿Quién compra varicas de virtud?”. Y dice el padre: “¡Vaya que ya he encontrado lo que buscaba para mi hija!”. Y llegó donde estaba el hombre: “¿Vende usted varicas de virtud?” . Dice: “Sí”. Dice: “Tome usted una”. Dice: “¿Cuánto vale?”. y contesta el hombre: “Nada, no se la cobro, no vale nada”. Y era un pedacico de madera, un pedacico de palo. Y decía el padre: “¡Dios mío lo que me ha pedido mi hija! Un pedacico de palo. Lástima de mi hija con los vestidos que le llevo a las hermanas y a mi mujer y lo que le llevo a ella”. Y le llevó a cada una lo que le pidió.

Pues cuando les mandaron las invitaciones para que fueran al palacio real porque se celebraba una fiesta y había baile, ellas se hicieron aquellos vestidos que les había llevado el padre y la muchacha, como no tenía vestido ninguno, le decía la madrastra: “Tú, ahí, a hacer las cosas de la casa. Como no le encargaste a tu padre vestidos, hoy te quedas sin ir a la fiesta. Tú te quedas ahí quietecica”.

Las otras fueron muy engalanadas con el rabo del burro tapado con los peinados que les hizo la madre y ella se quedó en la casa y para sí se decía: “Yo quiero ir al baile pero qué voy a hacer si no tengo vestido”. Y entonces digo: “Con la varita de virtud que me trajo mi padre voy a ver si me concede lo que necesito”. Cogió la varica y dijo: “Varica de virtud, por la gracia que Dios te haya dado, que tenga algún vestidico para ir yo al baile”.

Y como en un abrir y cerrar de ojos se vio con un vestido muy bonico, la peinaron y la varica de virtud le dijo: “Antes de las doce, te vienes a casa”. Y se presentó en el baile y el hijo del rey todo el rato estuvo bailando con ella pero ella en cuanto se iba acercando la hora, se volvió a su casa. Como iría de bien arreglada que ni las hermanastras ni la madrastra, la conocieron y cuando volvieron le decían: “Si hubieras estado en el baile hubieras visto una princesa que llegó allí vestida con un traje blanco y estrellas de plata. Ya no eres tú sola la que tiene la estrellica de oro porque ha llegado una princesa que tiene una estrella igual que la tuya”. Y ella decía: “¿Y si hubiera sido yo?”.

Pues que así tres noches seguida y la noche última se descuidó un poquito y se le perdió un zapato y entonces el príncipe se fue detrás de ella y no la pudo encontrar pero si encontró el zapato. Y dio orden para que fueran buscando a todas las doncellas y vieran haber a quién le estaba bien. Cuando llegara a la casa de esta señora la madre no tenía más empeño que a las hijas les estuviera bien el zapato y no les estaba bien a ninguna.

Y tenían una perrilla chica y como la muchacha estaba escondida detrás de la artesa del pan, la perrilla no hacía nada más que: “Guau, guau, la del rabo del burro en el coche va y estrellica de oro detrás de la artesa está”. Y le mordía en los pantalones a los pajes y seguía con la misma canción. Porque la madrastra se empeñó en que a una de sus hijas le estaba bien el zapato y decía: “A mi hija sí”. Y los pajes decían: “Vamos a llevarla al rey para que la vea”.

La montaron en el coche tirada por unos caballos y la perra nada más que morderles en los pantalones: “Guau, guau, la del rabo del burro en el coche va y estrellica de oro detrás de la artesa está”. Y como había un paje que entendía el lenguaje de los animales dijo: “Señora, ¿qué es esto de que estrellica de oro detrás de la artesa está?”. Y ella: “Nada, señor, esta perra que es tonta y está loca y no sabe lo que dice”. Y ellos: “Vamos a comprobar lo que dice esta perra y a ver quién hay detrás de la artesa”.

Y al mirar, se encontraron que estaba allí estrellica de oro con el mismo vestido que había llevado a la fiesta y le pusieron el zapato y le venía bien. La llevaron al rey, se casó con el hijo del rey y este le dijo: “¿Qué castigo quieres que le echemos a tus hermanastras por el mal trato que te han dado?”. y ella: “Yo no deseo que las castiguen porque las quiero. Las perdono. Sólo quiero que entiendan que yo sí las he querido a ellas y que si ellas no me han querido a mí, pues que aprendan a quererme un poquito ahora”.

Se las llevaron a la corte y fueron con ellas como damas de honor y el pago que les dio por el daño que le había hecho, fue quererlas. Esto me lo contaba mi abuela y a este relato le decía ella LA ESTRELLICA DE ORO.

Otros muchos cuentos me decía mi abuela todos ellos muy bonicos y que a mí me gustaban mucho. De entre tantos recuerdo los nombres de algunos que son: La Bella Durmiente, La Reina Ogra, Aladino y la Lámpara Maravillosa, La Serpiente y la nieve, el del Príncipe don Dionisio, Juanico y la Mariquita, que era un lobo y una zorra, La Jaquiica, que esto sí que podría decirse que es un cuento de verdad porque tiene mucha miga.

Muy resumido, el cuento de la Jaquica dice que: “Al punto de nacer la niña murió la madre y en aquel momento, una potrilla pequeñica apareció en su cuna y la defendió durante toda la vida y hasta del demonio que no dejó de perseguirla y al lado de la niña estuvo hasta la misma hora en que murió ésta, que fue cuando se descubrió que era su madre”.

Más información de este Parque Natural en:

http://es.geocities.com/cas_orla/

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