3.25.2007

OCHO RUTAS HISTORICAS LITERARIAS-4

4- El Carrascal, La Platera,
Hornos el Viejo, Hornos de Segura

Las distancia:
Desde el cruce con la pista que va a Los Baños y pasando por las aldeas de El Carrascal, La Platera y Hornos el Veijo, unos seis kilómetros.

El tiempo:
En coche y subiendo despacio para empaparnos a fondo de la preciosa vista que nos ofrece el pantano, ahora desde otra perspectiva y más lejos, se tardan unos diez minutos. Andando, realidad que es muy gratificante, se puede recorrer en una hora y media aproximadamente por ser cuesta y en algunos tramos, muy pronunciada.

El Camino:
Se trata de una pista de tierra que comunica a las aldeas de El Carrascal, La Platera y Hornos el Viejo con su hermano mayor sobre la gran roca. Discurre a media ladera elevada sobre el valle donde se embalsan las aguas y su firme está bien, pero depende de la estación del año en que la recorramos.

El paisaje:
Desde las tres pequeñas aldeas hasta Hornos nos acompañan las laderas pobladas de olivares clavados en las tierras que un día fue despojada de encinas y robledales. Hoy, los espesos bosques de pinares cubren las partes altas de estas laderas y ascienden hasta las mismas cumbres que nos van quedando a la derecha. El arroyo de la Cuesta de la Escalera, nos sale al paso a mitad de la ruta y nos asombra un poco más con su caudaloso cauce y profundo surco arropado de sombras y espesa vegetación. Siempre al fondo, la grandiosidad de las aguas del pantano y sobre ellas, los reflejos de luces suaves y mágicas.

Lo que hay ahora:
Por el trozo de pista que nos dejábamos a la izquierda cuando bajábamos hacia Los Baños, kilómetro cinco, torcemos de regreso hacia el pueblo de Hornos de Segura. En la llanura y entre viejas encinas y olivos, nos tropezamos con las blancas casas del El Carrascal. El camino por aquí está bastante bien. Sube no demasiado empinado y busca la segunda aldea que es La Platera. Es este un grupo de casas bastante grande y por aquí, todavía tienen ellos sus huertos, sus animales de aquellos tiempos y casi pura, su forma de vida.

Se ven algunos burros, nos recrean los huertos bien cuidados y las manadas de ovejas pastando. Gira el camino hacia Hornos el Viejo, porque las tres aldeas casi se dan la mano y antes de entrar a sus casas, a la derecha, nos sale una pista de tierra que remonta. Por aquí descienden los pastores de la gran Sierra de Segura, Pontones y Santiago de la Espada, cuando bajan a las tierras de Sierra Morena a invernal. Es por aquí por donde viene la vereda de trashumancia y por esta pista, es también por donde se ha pensado desvíar la carretera asfaltada que viene desde Jaén capital hasta Santiago de la Espada.

Y a la entrada de Hornos el Viejo, una gran noguera y a la derecha, la fuente sobre una preciosa esplanada donde se puede aparcar y beber agua fresquita. Es muy cortito el recorrido por el centro de las pocas casas que forman este pueblo y a la salida, una encina grande a la izquierda. Una mujer mayor que corta troncos de pino con su hacha vieja. No vive mucha gente en esta aldea y menos en las temporadas de invierno. En verano, como suele suceder en muchos pueblos y aldeas de estas sierras, si vuelven muchos de los que fueron emigrando porque las raíces tiran.

Justo en este Hornos el Viejo, el camino deja de remontar y gira para el pueblo de Hornos de Segura, surcando las sierra a media ladera y remontado bastante sobre el pantano. Abundan los pinos, porque esto sí es ya tierra del Parque Natural. Tierra blanca y roja y monte bajo, torbiscos, cornicabra, romeros y enebros. En el kilómetro uno cien, en una curva hacia Hornos, una vista preciosa del pueblo al frente y más cuando ahora cae el sol y lo tenemos mucho más cerca. Al fondo y a lo lejos, sobresale Cortijos Nuevos y el Cerro de Hornos que es el que por al lado del levante, corona el pueblo.

Otra curva, ya más cerca, y el pueblo que sigue viéndose al fondo y remontado sobre la gran roca. Por debajo se descubre el barranco donde están los manantiales de aguas saladas, usadas en aquellos tiempos, para extraer la sal que se consumía en muchos de los cortijos y se ve el camino que sube hacia las ruinas que por ahí todavía quedan. Vamos dando una curva por esta ladera repleta de pinos y al frente, antes de cruzar el arroyo de la Cuesta de la Escalera, nos mira la empinada ladera cubierta de olivos.

Abajo a la izquierda, se nos abre el arroyo y por sus orillas, un espeso bosque de álamos subiendo por el cauce y un edificio entiguo que es uno de los tres molinos que por aquellos tiempos funcionaban en este arroyo. Molían trigo, cebada, habas, panizos y pimientos colorados. A la derecha la gran ladera tan repleta de pinos y el cerro cayendo hacia el barranco con su recios farallones rocosos. El camino corta esta pendiente y sube paralelo al cauce del arroyo buscando un punto mas propicio para atravesarlo. Es preciosa esta subida buscando el puente.

Justo en esta angostura los pinos parecen desplomarse amontonados y entre ellos, los olivos. Como es por la tarde, da la sombra y como es ya casi primavera, resulta un paseo delicioso hacer calmadamente este camino. Una perdiz se me cruza antes de alcanzar el puente y se me para sólo a quince metros, entre las aulagas y pegado a un olivo. Están en celo y por eso, en el pecho de enfrente, oigo a la otra reclamándola. Tiene un plumaje muy bello.
En el kilómetro tres tresciento, desde El Carrascal hacia Hornos de Segura, está el puente que da paso al cauce del arroyo Cuesta de la Escalera. Es este un rincón tan lleno de encanto que bien merece una larga parada y gozarlo detenidamente. Las perdices, pues aquí están en su mundo como también ocurre a lo largo y ancho de todas estas sierras. Mucha tierra suelta que es lo que a ellas les gusta, mucha agua tienen ahora y mucha hierba. Ya estarán preparando sus nidos porque el refrán dice que “en marzo, con tres o cuatro”.

Desde el arroyo, la pista de tierra, remonta algo empinada y por momentos aparecen los típicos baches. Por la otra ladera vamos buscando el pueblo blanco de la gran roca. Al principio son pinos y monte bajo y enseguida, muchos olivos. Como es por la tarde, el sol está cayendo sobre el pantano y su luminosidad no deja que veamos claramente la majestad del gran charco lleno hasta los bordes. Si fuera por la mañana, la imagen sería a la inversa y ello desprendería mares de belleza mágica.

Y es un gran espectáculo porque al fondo, se divisa toda la cola ahora desde la perspetiva que nos da la distancia que tenemos por medio. Al fondo, desde cualquier ángulo que contemplemos este pantano, nos queda siempre la sierra de Las Lagunillas y al otro lado, la cordillera y sierra de Beas. Por aquí, mucho romero florecido, mucha aulaga y ya, algunas personas mayores que, como sucede en todos los pueblos de estas sierras, salen a pasear al caer la tarde.

Ahora hay abundantes espárragos y por eso muchas de estas personas se entretienen buscándolos para hacerse su tortilla al caer la noche. Aprovechan, hacen ginasia, gozan del campo que tan dentro llevan y de paso, cojen sus espárragos. Este año hay buena cosecha porque ha llovido bastante y ahora estamos teniendo un buen tiempo.

Kilómetro cuatro tresciento, la visión del publo blanco sobre la roca, nos sigue sorprendiendo y cada vez más cerca. Las pista se va adaptando a la ladera del olivar sin dejar de trazar curvas y formando balcón sobre el amplio valle. De la pista para abajo, muchos olivos y de la pista para arriba, todo monte espeso porque subimos hacia las partes altas del Cerro de Hornos. En el kilómetro cuatro setecientos y en una curva hacia Hornos, la vista del pantano es espledorosa.

Una cueva a la izquierda, muchas higueras, el antiguo lavadero del pueblo también a la izquierda y unas niñas que se han parado a beber, en su paseo con biciclestas. Este lugar es la famosa Fuente de Camarillas. Los lavaderos verdaderos del pueblo de Hornos, en aquellos tiempos que no ahora, están justo a la entrada por la vieja Puerta de la Villa. Es justo este el kilómetro cuatro novecientos. Y el cementerio algo más adelante y a la derecha. Al remontar, se allana la carretera y en el kilómetro cinco cien, se encuentra el cementerio. A la izquierda nos queda una gran piedra, entre olivos y un buen pino.

“La fuente que tú dices se encuentra por la parte del cementerio nuevo, eso se llama Camarillas. Ese lavadero, esa fuente es así como se ha llamado de siempre y el lavadero que hay o había, no sé si estará todavía, a la entrada del pueblo por la Puerta de la Villa, es donde siempre se ha lavado. Allí iba una cantidad de agua muy enorme y es a donde bajaban del pueblo a lavar también, pero este lavadero es más moderno que el de Camarillas. Lo hicieron después.

Y antes de llegar a Camarillas, en una curva que en la carretera de Hornos a Pontones, hay un mirador. A ese rincón le llaman Las Celacillas y desde allí se ven cosas maravillosas. Yo no sé qué nombre tendrá ahora, pero a aquella curva y al lugar, nosotros le decíamos Las Celadillas”.

Kilómetro cinco tresciento, a la izquierda una roca grande, pegada a la carretera y abajo, el barranco donde se encuentran los manantiales salados y las viejas ruinas de aquellas construcciones. “Otro recuerdo de aquella escuela y la maestra es que un día, nos llevó a todas las niñas, de excursión al salero para que lo viéramos. Esto fue durante el tiempo de la guerra. Vimos como brotaba el agua, como se convertía en sal y ella nos iba explicando el proceso de como se iba cristalizando. Me acuerdo que vimos unas piletas, unas alberquilla chicas y el agua iba entrando, clara que parecía agua corriente, pero luego se convertía en sal. Ella nos lo explicaba, pero yo no me acuerdo. Y había allí unas piletas que estaban llenas de sal y aquello estaba precioso de tanta sal blanca que parecía nieve.

Los hombres que trabajaban tenían unas herramientas que parecían legones y con estos utensilios la recogían y la amontonaban para irla sacando y vaciar las piletas para que se llenaran otra vez de agua y que se fuera haciendo sal. Aquella sal, luego la iban vendiendo y como por allí todo el mundo hacia su matanza, pues aquella sal se distribuía por todos sitios. Mucha gente iban a los saleros a por sal para salar los jamones, los embutidos y para el gasto de las casas. Los saleros de mi pueblo de Hornos eran los que abastecían a todos los cortijos de aquellos contornos.

No sé en qué otro sitio habría algún salero más, porque yo no tengo noticias nada más que de las salinas de Hornos. Le decían el Salero de Arriba y el Salero de Abajo y yo estuve, entrando por el pueblo de Hornos, en el Salero de Arriba”.

Kilómetro cinco quinientos, la curva y se abre majestuosa y al frente, Hornos. Estamos como a quinientos metros del pueblo. Es precioso, remontado sobre la roca, en primer plano, las casas nuevas y las torres del castillo y de la iglesia. Desde el valle, la ladera sube llena de almendros ya todos vestidos con sus nuevas hojas que revientan de un verde intenso.

A la entrada y a la izquierda, unas ruinas, una fuente, una higuera a la derecha, tierra roja de la torrentera y ya las casas del pueblo y la calle que se empina. “Yo creo que esas ruinas son las del molino de aceite de don Francisco Blanco”. Al coronar, dos direcciones: a la derecha, se sale a la carretera asfaltada que viene desde Cortijos Nuevos. Es la vía principal de acceso a este pueblo que al llegar, lo roza, trazando una cerrada curva y sigue remontando. Escala por el barranco de la Garganta y asciende hasta el Puerto de la Cumbre. Si desde aquí continuamos por esta carretera, nos llevará a Pontones Alto y Bajo, al nacimiento del río Segura, a los Campos de Hernán Pelea y a Santiago de la Espada, con todas su bellas aldeas y grandiosos paisajes.

Por la dirección de la izquierda, penetramos en el corazón del pueblo de Hornos de Segura. Enseguida y a la izquierda, la plataforma del mirador sobre la amplia Vega que hoy cubren las aguas del pantano. A la derecha y enseguida, la Puerta Nueva, tallada en la pura roca que baja desde el cerro del castillo y que en otros tiempos sirvió de muralla. La entrada al recinto amurallado, era por unos arcos en la muralla, al otro lado del pueblo y también cortando el espigón rocoso. En cuanto atravesamos el estrecho de esta roca, aparecen las casas y las calles estrechas por entre ellas y bajando un poco, salimos al recinto de la plaza de la iglesia. “La Rueda” como desde siempre se llamó el rincón y de ello, María en su libro del Soto, nos da buena referencia.

Nos queda a la izquierda la fachada de la iglesia y la puerta y una entrada, por donde está el Ayuntamiento, nos sitúa en otro de los miradores, el del Aguilón, que se abren desde todos los extremos de este pueblo. Asomados a él, casi colgado en la pura roca, al frente y desde las profundidades, se nos presenta la azul llanura de las aguas del pantano y, hacia los lados y hasta las cumbres, las grandes laderas como rebosando y vestidas con su manto verde negro.

Es este un momento importante por lo que tiene de resumen, en un sólo vistazo, del rincón que hemos surcado recorriendo las distintas rutas. Si nos concentramos y observamos atentos, veremos como el gran Valle se nos presenta con la belleza del cuadro más perfecto jamás pintado por artista humano. Desde el fondo, allá a lo lejos y por la derecha, emerge la carretera por donde sube la primera de las rutas. A la mitad y desde ella, se descuelga el primero de los paseos que sobre el Valle y por las orillas de las aguas, se divide en los otros dos paseos, el de El Chorreó y Los Parrales.

Ya en la parte alta, por la izquierda, la pista de la segunda ruta y al final, pero sobre las sierras que descienden desde las cumbres de Pontones, las dos rosas de aldeas asomadas a su balcón como si esperaran que el cortijo del Soto, en cualquier momento, surgiera de las aguas. Más por nuestra izquierda, las otras tres aldeas y la pista que asciende hasta el núcleo de casas donde ahora estamos detenidos. Pero en el centro de este reino de ensueño que más parece pertenecer a otro universo que a la propia tierra que lo contiene, el juego de colores y luces tamizando los remansos y las llanuras verdes.

Y todo, y lo que se adivina guarda su silencio en espera del momento y pareciera que está como de rodillas o alfombrando el real camino de la eternidad, que desde lo hondo arranca hacia nosotros y las blancas casas de Hornos de Segura, sobre el pedestal de rocas. Y nosotros, absortos sin saber ni hablar o en todo caso preguntando: “¿quién nos los puede describir con la claridad con que nos quema dentro?”

Y como la imagen de tan irreal cuadro de belleza fina y misterio condensado, no me cabe en las palabras que por mi mente pasan, aquí guardo silencio. Que la quietud de las casas de este dulce pueblo y la grandiosidad de su Valle aplastado, obre en nosotros el milagro y nos abra los ojos del alma, que es donde se fraguan los caminos que llevan a las más completas rutas y manan las fuentes que dan color a todas las praderas. Que Dios quiera poner su hálito de amor en el corazón que nos ha regalado y nos premie con el gozo de lo puro para que lo rozado por nosotros quede más limpio y aquello que nos ha rozado a nosotros, nos haga más libres, grandes, trascendentes y enamorados.

La fragancia eterna:
Siguió pisando la arena blanca, acompañado del rumor del agua y el perfume de la primavera colgada desde las rocas y al mirar al frente, como era por la mañana, vio el sol brotando desde sus cumbres largas y vio sus chorros de luz, blancas y color naranja, caer por los barrancos de las nieblas finas y la espesura de las zarzas y vio luego arder de luz pura la superficie de los charcos y el musgo trabado en las piedras y por donde el río corta las rocas que bajan de las partes altas, vio como en manojos espesos, el sol se colaba e igual que en aquellos tiempos, encendía de oro y primavera fuego, el surco por donde sigue cruzando la corriente plata.

Y siguió avanzando despacio, ahora ya pisando el borde acristalado de los remansos blancos y jugando, como en aquellos días, con las pequeñas playas de arena blanca y al llegar al fresno recio, vio que el venero o la fuente clara que surgía con aquel denso caño, ya no estaba o sí estaba, pero encerrada entre cemento y muchos tubos negros que por entre la hierba cruzaban y el rellano, con más cemento y las escaleras también fraguadas con cemento y al pisar el rincón arropado por la sombra del viejo fresno, sintió que aunque la primavera seguía corriendo en forma de río y colgada en los culantrillos de las rocas de los lados, no era lo mismo porque sobraba el cemento y faltaban los juncos verdes que cubría al manantial y los berros que siempre crecían en el agua fresca que saltaba por la corriente clara.

Y siguió bajando y al dar la curva y meterse, con el río, en la garganta del misterio verde y los charcos blancos encajados entre las rocas y la arena del lecho de las aguas, vio que por la derecha y, rompiendo las arrugas de la cara de las piedras, iba tallada la senda y luego encajada en el estrecho y después con barandas de hierro y más escalones de cemento y al llegar al charco de sus sueños, donde con el hermano y la hermana niña y la primavera bella y los puros rayos de sol del verano, se había bañado tantas veces entre aquel juego celeste de rosas inmaculadas, vio que casi nada era blanco a pesar del río corriendo y la primavera colgando por las laderas, en las rocas y a los lado de las aguas.

Y siguió, todavía un poco más, bajando y al ver la carretera de alquitrán negro y tallada por donde estuvieran las madroñeras y los nidos de las águilas, ya no quiso avanzar más y se quedó mirando al hermano sol que redondo asomaba por las cumbres y como en aquellos días, al campo venía bañando de frente y al agua del río blanco y a las hojas de los álamos y a la primavera entera que estaba por doquier brotando y a él que allí, quieto y en silencio, observaba al valle amado, tan dulce y todo teñido de luz naranja y aunque era el mismo de siempre, le parecía tan otro y raro, dentro de su corazón, que hasta en llanto se le transformaba porque más que nadie, él sabía y estaba viendo que se lo habían robado a la fuerza y a traición y de espaldas al brillo mágico de la singular mañana.

Más información de este Parque Natural en:

http://es.geocities.com/cas_orla/

Las fotos más bellas del Parque en TrekNature

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