CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-10
PISANDO LAS TIERRAS
Cruzamos el puente del río y trazamos la curva de la pista. Ya se siente y se ve la corriente. Giramos dejando a la derecha la piscifactoría y seguimos cauce arriba. Emocionado sigue diciendo:
- Por aquí para arriba hasta donde nace el río. Los nombre por donde vamos pasando yo te los iré diciendo. La casa forestal de los Bonales es lo primero que vamos a encontrarnos. Ahora vamos pasando por la presa del molino de Juan Blanco, que el que hay ahora era de Eusebio, pero este molino siempre fue de Juan Blanco. Aquí era su nacimiento que yo lo conocía. Luego conocía al que se lo llevó a una quebrada que hay enfrente y luego lo volvieron a hacer donde está. Lo que ahora hay ahí es el truchero. La piscifactoría del río Aguasmulas. Si es que está todavía el molino en el mismo sitio. Todavía tiene los arreos para poder funcionar. En la corriente de este río había tres molinos y dos que había en la casa de las Tablas juntos. Aquellos eran los del tío Blas el molinero. Por ahí estaba el Covacho de los Pescadores en la presa del Molino del tío Blas.
Esto que ahora vemos es la Casa forestal de los Bonales. Que primero, fue una casilla que hizo aquí uno que no tenía donde vivir. Se llamaba Eugenio y la mujer Librá. Eugenio murió, pero la Librá vive todavía.
En la explanada de la casa forestal hay dos o tres coches y uno de ellos de la Junta de Andalucía. Debe ser de algún guarda que ahora hay por aquí. Nos paramos, busca la llave, abrimos el candado, cerramos y seguimos. A la izquierda nos sorprende la fuente que plácida y copiosa, chorrea cristalina. El camino se abre silencioso, los barrancos se nos muestran profundos y arriba, el Banderillas, se presenta gigante como asomando desde las sierras más profundas y trazando barrera hacia lo desconocido. Me doy cuenta ahora que casi todo, para mí, es nuevo en este barranco a pesar de aquella primera vez donde lo que más sentía era que estaba perdido. Se me quedó una imagen de la sierra que al verla hoy otra vez, no coincide con lo que de aquellos días conservo.
AL CAER LA NOCHE
Y enseguida, según ya lentamente vamos subiendo y penetrando el en magnífico barranco que en silencio el tiempo ha modelado por aquí, brota en mi alma el mismo sentimiento de tantas veces. Cuando ellos vivían aquí labrando las tierras, surcando los caminos, guardando el ganado, cuidando de sus huertos y al calor de sus casas ¿qué era lo que sentían y veían al caer la noche sobre estos barrancos? Cuando en los días de invierno las nubes derraban la lluvia por estos profundos barrancos tan llenos de cumbres y bosques ¿Qué sentían ellos frente a estas nubes, la lluvia monótona y los arroyos corriendo? ¿Qué sentían cuando el paisaje se tornaba blanco y las Banderillas se fundían con las nubes?
Cuando el frío convertía en escarcha los charcos, las laderas y las cascadas ¿Qué era lo que ellos sentían y en qué soñaban tan perdidos por estos barrancos y refugiados en las cuevas de las gigantes rocas? Porque ellos eran seres humanos como nosotros llenos de sentimientos, sueños, ilusiones y tan capaces como nosotros de sentir el dolor, el gozo, el frío y el asombro. Por eso me hago la pregunta que tantas y tantas veces me he hecho y casi nunca nadie ni nada me responde.
¿Qué sentían aquellos serranos en medio de estos tan inmensos paisajes cuando las lluvias caían o las nieves vestían de blanco las cumbres y los valles? ¿Qué sentían en la soledad de aquellos tan especiales días repletos de nubes negras revoloteando alegres sobre estos montes? ¿Qué sentían cuando el amanecer llenaba de oro los paredones rocosos tan llenos de cuevas? ¿Qué sentían al surcar ellos las laderas acompañados del crujido del hielo y la nieve escarchada? Y si sentían, porque tenían que sentir lo que los demás humanos casi nunca hemos sentido, ¿a qué les sabían todos aquellos extraños asombros rodeados siempre de tan densa soledad? ¿Con quien compartían ellos aquellos latidos y qué hacían con aquellas temblorosas sensaciones del espíritu?
Qué tremendo aquellos serranos recorriendo estos montes y con tan densas cargas de sensaciones a cuestas. Qué tremendo y qué hermoso y como se les destruyó de la manera que se les destruyó sin tener en cuenta para nada esta realidad tan aplastante. Quizá por esto y otras muchas verdades a se le abre el alma según vamos penetrando en la hondura de lo que fue su mundo y exclama:
CON EL ALMA ABIERTA
- Si digo una cosa entre medias ¿pasa algo?
- No pasa nada. Deja que de tu alma corra lo que de tan empapada está ahora mismo.
- Pues ahora que se viene hablando de que es apañado este amigo que nos ha dejado la llave, les voy a decir lo siguiente: es que el amigo que tiene valor es el amigo verdadero. Porque la palabra de amigo verdadero aventaja al nombre de hijo. Hay padres e hijos que no se aman, pero amigos que no se amen, no pueden ni concebirse siquiera porque dejarían de ser amigos.
El amigo verdadero,
ha de ser como la sangre,
que acude siempre a la herida,
sin esperar que lo llamen.
Este rincón que ahora mismo estamos pasando se llama Los Estrechos de la aldea de las juntas. Si miras bien verás que es una pequeña cerrada en el cauce del río, pero que nosotros siempre por aquí le hemos llamado Los Estrechos. Ahí de bajo, existe un puente que hicieron para que pasaran los que por estos ríos y montes vienen a cazar. Echaron ahí un puente con vigas de hierro para colar. Mira bien y verás que piedra más bonita hay justo mismo de la carretera. Es lo que nosotros hemos llamado siempre La Cagarria. Una piedra natural, alargada y puntiaguda que dejaron clavada en el mismo borde de la pista. Antes iban los caminos por aquí por lo alto y bajaban por una garita hasta este punto. Ya cuando echaron la carretera, pues se perdieron casi todos los caminos.
Cuando tenía ocho años yo pasaba muchas veces por aquí con bestias cargadas. Una mula que teníamos y bajaba desde mi cortijo a llevar aceituna a la Venta de Luis. En esa venta molían con un mulo. Y tenía yo entonces ocho año que ya ves si hace, de ocho a ochenta y tres que tengo ahora. Esto que estamos viendo a la derecha nuestra, es ya la aldea de las juntas. De aquí para arriba todo es tierra de la aldea de las juntas. La primera casa que vamos a ver es donde vivió una prima hermana mía. Era aquí, esta era la casa. El que vivía aquí encima, que le decíamos casa del correo, era el Adrián. Pero la mayoría lo conocíamos por el apodo del “Cenizo”. De aquí para arriba, estaban las escuelas, las casas de abajo y las casas de arriba. Ese que se junta ahí por la derecha es el arroyo de la Campana. Nace este arroyo casi en el mismo collado de Roblehondo, por debajo de las Banderillas y los Pardales. Recoge aguas de todo el macizo del Alto de la Campana y rodeando el Calarejo de los Nevazos desciende por la cerrada hasta juntarse por aquí con el Aguasmulas.
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