OCHO RUTAS HISTORICAS LITERARIAS-6
6- LOS PASEOS:
Camino Viejo a El Chorreón
Las distancia:
Desde el cortijo de Montillana, la distancia puede ser algo más de tres kilómetros, pero también depende si seguimos fielmente el trazado del camino o nos desviamos para atajar o visitar las orillas del pantano.
El tiempo:
Desde el cortijo de Montillana hasta el puntalillo que se enfrenta a la cascada de El Chorreón, media hora. Hasta las mismas ruinas, unos cuarenta y cinco minutos, a un paso normal.
El Camino:
Es un trozo del camino que trazó la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir a todo alrededor de las aguas del pantano. Se asienta sobre tierra y rocas y discurre por la misma orilla de las aguas. Está bastante roto por algunos sitios aunque tiene tramos en buenas condiciones. Este camino es para recorrer a pie y en forma de paseo.
El paisaje:
Desde el viejo cortijo de Montillana, que es donde arranca la ruta, remonta el camino siempre por el borde mismo de las aguas escoltado, a trozos, por olivares y en otros tramos, por pinares y monte bajo. La visión que vamos gozando, es de lo más relajante para el espíritu por las aguas tan cerca y las cumbres de Santiago-Pontones, algo más lejos. Un libro recoge mucha información de aquellos tiempos lejanos por estos lugares: “En las Aguas del Pantano del Tranco”.
Los que hay ahora:
Desde las ruinas del cortijo de Montillana, salimos por el lado derecho que es la parte que mira al pueblo de Hornos y buscamos el viejo camino. Nos movemos por entre retamas, rosales silvestres, el pequeño bosque de cipreses y buscamos la pista de tierra que nos dejará sobre las ruinas de El Chorreón.
Por entre estos cipreses, los jabalíes se meten y se ven los troncos, pues llenos de barro de restregarse ellos después de tomar sus baños de cieno en los charcos del camino. Una espesura de pinos mezclados con cipreses y se nota enseguida que esto fue tierra buena que aquellas personas sembraban. Se ve por aquí restos de una acequia que venía desde el arroyo con su caño de agua para el riego e iba hacia las otras llanuras que ahora cubren las aguas.
Remontamos unos metros y volvemos a coger el camino que va a El Chorreón. Muchos cardos, grandes y aparranados contra el suelo y aquí, el camino. Empieza a ceñirse a la ladera sin despegarse mucho de las aguas y avanza hacia las profundidades de lo que en aquellos tiempos fue la Dehesa. Es la una menos cinco minutos y andando a un paso normal, pues vamos a ver lo que se tarda desde aquí hasta las viejas ruinas de aquel cortijo casi fortaleza que se llamó, y para la historia se seguirá llamando, El Chorreón.
Lentiscos a un lado y otro. Muchos lentiscos, olivillas, fresnos, algunos robles por aquí según bajamos un poco hacia la hondonada y por la parte de arriba, olivas de las que se cultivan y pienso pueden ser todavía algunas de las de aquellos tiempos. Por la parte de abajo, que es la derecha y por donde se remansan las aguas del gran “Charco”, tierra virgen, poblada de zarzas, retamas, hierba y el sol que las besa mientras el silencio se la come guardando el secreto de lo que desapareció. Lo que hay desde el camino hacia la orilla de las aguas, pues eso: la tierra poblada de vegetación baja y la quietud contenida como si esperara el momento que un día de estos tiene que llegar.
Las zarzas que nos vuelven a salir otra vez al paso y tenemos que venir con atención porque si avanzamos siguiendo el camino, sin apartarnos a las ruinas de Montillana, por estos tiempos nos encontramos con charcos de barro y cieno que nos complicaría algo el paso. Nos vamos por el camino que va más pegado a las aguas azules y por una llanura muy bonita con su tapiz de hierba fina y la pura tierra. Muchas zarzas al frente y emergiendo de entre ellas, los membrillos, florecidos y ya con las hojas despuntadas. Su color verde y blanco juega con la luz brillante del sol. Unos cuantos álamos, todavía sin hojas, que se recortan sobre la ladera de enfrente, por encima de Fuente Mala. El azul del cielo y las nubes blancas revoloteando libres.
Y al llegar, el camino, a lo que fue una acequia, un gran fresno que permanece en su tierra amada. Ya tiene brotadas sus hojas y por el suelo se ven muchas hozaduras de jabalíes. Mucho barro hubo por aquí este invierno, pero ahora se puede pasar sin problemas. Ha pasado por aquí, no hace mucho, un tractor oruga. Una pequeña curva, una vez atravesado la llanura o vaguada y si miramos para atrás, descubrimos las tierras por donde hemos bajado y se nos presenta una vista preciosa.
Antes, la llanura que hemos atravesado, verde, el cortijo de Montillana ya un poco en la distancia y la tierra llana que le da cuna y al frente, la ladera de los olivos por donde hemos bajado y el cerro de la Hoya de la Sorda, con su esplendor de vegetación. Más al fondo, la sierra de Las Lagunillas, el azul del cielo y las mágicas nubes blancas. Es de ensueño este rincón. Muy bonito y por más que intento meterme en aquel mundo cuando ellos estaban, no lo consigo en la intensidad que lo deseo. Sin duda que este fue su edén particular aunque tuvieran que sudarlo para sacarle a la tierra su fruto.
Nos acompaña en todo momento, el canto variado y dulce de los pajarillos y si fuera ya primavera avanzada, también se oirían en trino de los alegres ruiseñores. Porque en estas tierras, hubo y hay muchos ruiseñores saltando por entre las sombras de las zarzas. Y si fuera primavera avanzada, nos alegrarían los silenciosos vuelos de las mariposas que liban las mil florecillas de estos prados. Esto pequeños cuadros, como unas endebles pinceladas de aquella niña del Soto de Arriba y en aquellos tiempos en que su Vega era un paraíso.
De vez en cuando, por arriba, nos atraviesa algún cuervo o graja que al cruzar, grazna como si quisiera decirnos algo. De entre los lentiscos, se arrancan los zorzales. Los mirlos son los más escandaloso. Atravesamos otra pequeña llanura y enseguida, otro arroyuelo. Es pequeño, pero tiene su puente construido en aquellos tiempos del camino y el pantano. A la izquierda y justo en el mismo muro del puente, otro mojón de la Confederación. Es un arroyuelo que no trae agua porque es muy cortito.
Aquí hay cemento y se ve que cuando lo echaron, alguien escribió lo que fuera. Intento leer, pero no lo descifro. El puente es muy bonito, entre zarzas, casi tapado y en su silencio como tanto por este rincón y no es porque falte presencia de humanos o de otros seres vivos. El silencio mana de otra fuente y se consume con otra materia. Romeros florecidos y rosales silvestres con sus semillas rojas. Por debajo del puente, el arroyuelo lleva una hebra de agua que mana de aquí mismo. Enseguida hay unas torrenteras grandes de tierra roja que se ha hundido hacia el surco del arroyuelo y a pocos metros, el agua del pantano remansada.
A la derecha, unos metros más adelante, un puntalillo que desde aquí y hasta las aguas embalsas en el pantano, está repoblado de pinos. Son carrascos y endebles. Hacia la izquierda, este mismo puntalillo, la pista remontando y los olivos. Unos olivos muy bellos, de hojas anchas y otro mojón de la Confederación justo en la curva y al remontar el cerrillo.
Ya en lo alto, si miramos hacia atrás por nuestra izquierda, vemos todo el gran barranco que acoge al arroyo de Montillana, que es por donde surca la carretera del asfalto y mana Fuente Mala y arriba, las grandiosas cumbres pobladas de pinos, las rocas de los espigones que sobresalen de entre la oscuridad de la espesura y más lejos, el eterno cielo azul que tanto compañía da en cada momento y que también arropó al mágico mundo que latió en este Valle.
Mas cerca de nosotros, el puntalillo, repleto de olivos que chorrean verdes y todavía huelen a aceitunas maduras. Y a la derecha, allanándose hacia El Chorreón, sigue la repoblación de pinos. Se ve claramente que fue repoblación porque con claridad se distinguen los surcos que trazaron para sembrarlos. Nada más atravesarlos un poco y dejando el puntalillo, la pista cae hacia el barranco. Otro arroyuelo menor que baja de esta ladera de los olivos. Baja unos metros, se ven las zarzas y al frente, los majuelos florecidos. La sombra se espesa porque a la izquierda nos quedan siete u ocho pinos gruesos y proyectan una gran sombra.
Muchas zarzas y aquí, pues no hay puente porque es un arroyuelo pequeñito y aunque sí tiene algunos charquitos de agua, no es gran cosa. Las zarzas que aprovechan cualquier puñado de tierra para brotar y algún árbol espinoso florecido en blanca nieve. La pista remonta otra vez a otro puntalillo que también presenta muchas hozaduras de jabalíes, casi barro, todavía porque hay gran humedad a pesar de la poca lluvia de estos últimos meses de invierno.
A la derecha, en todo momento, nos van acompañando las aguas del pantano que se ven por entre la espesura de los pinos, algún olivo también arrinconado entre los pinos y aquí se espesa el monte. Es lentisco, muchas zarzas, juncos porque hay mucha humedad. Remonta como unos cien metros. Subimos la pequeña ladera quedando a la izquierda una torrentera llena de zarzas y esparragares, manando unas hebras de agua y un lentisco.
En cuanto termine de explotar la primavera, este rincón se tornará un jardín grandioso. Una ardilla me sale de entre el monte y corre tronco arriba de uno de los pinos. Ya en lo alto, según vamos coronando, vemos un puñado de encinas centenarias. Son: dos, cuatro, seis, siete encinas en total con sus troncos grises y gruesos que adornan tanto el camino como el rincón donde están clavadas. Las dos primeras, según vamos, crecen rectas y abiertas en forma de cascada que se abriera hacia la luz que del sol les llega. Otras dos más también rectas hacia el azul de firmamento.
Atraviesa el camino por enmedio de tres de ellas. La ardilla que sigue en su juego porque parece que sí quiere esconderse de mí y en las ramas altas, pero al mismo tiempo, parece como si no quisiera irse tan pronto. Como si pretendiera algo que ni sé ni puedo adivinar. Me paro y al mirar despacio para gozar con más calma la figura de estas viejas encinas, observo que unas se curvan hacia las cumbres de Beas. Y me asombro: es precioso este rincón y ahora más con las corpulentas encinas, tan majestuosas bebiéndose el misterio que las abraza. La ardilla sigue poniendo su pincelada de juego inocente. Ya ha subido a lo más alto, pero se para y me mira una y otra vez. ¿Qué quiere?
Desde aquí mismo, el rincón de las encinas hermosas, si miramos para atrás, la vista impresiona más que desde ningún otro punto. La inseparables y elevadas cumbres de Beas, en la lejanía la sierra de Las Lagunillas y el monte y los olivos por donde hemos bajado que al verlo desde esta distancia, se presenta con tonos y misterios nuevos. Se adivina el collado donde se encuentra el camping y las ruinas de nuestro primer cortijo.
Para delante y por la izquierda, nos siguen acompañando los olivos y a la derecha, el bosque de pinos que ahora ya nos tapan las aguas del gran lago. Como hemos remontado, nos hemos alejado de la orilla. El camino se allana un poquito sin dejar de ceñirse a la tierra siempre recto hacia las ruinas de El Chorreón.
Pues hemos tardado, justo hasta estas encinas andando a un paso normal, doce minutos. Por entre los pinos que nos van quedando a la derecha, se ven muchas esparragueras, mucha retama, muchas hozaduras de jabalíes, porque es esta una tierra que la toman con gusto estos marranos silvestres y más, desde que se fueron aquellos serranos. Y aunque los pinos son endebles, están espesos y dan mucha sombra fresca. En primavera más avanzada, esto es delicioso.
Ha bajado un poco el camino, unos cincuenta metros y, al volver a subir, forma una hondonada por donde rezuma el agua. Aquí se vienen los marranos salvajes para bañarse porque el barro, eso es lo que indica. Ahora remonta un poquito y ya se adentra en el bosque de pinos espesos que es el mechón boscoso que rodea la cascada de El Chorreón. Porque junto a las ruinas de este viejo cortijo, no hay olivos. Es una zona muy quebrada por donde baja el arroyo de Cañada Morales y las olivas se quedan mucho más arriba.
Se mete el camino por entre el bosque de pinos pequeños a un lado y otro y ya se oye el rumor de una corriente. Al momento me creo que son las aguas de la cascada grande y no es cierto. Tengo un poco más de paciencia y enseguida descubro el arroyo. Nada más remontar quince o veinte metros, aquí se ha caído la torrentera de la izquierda que corta el camino. Es esta tierra greda roja y como se ha hundido bastante el camino se ha quedado casi cortado.
Ya estoy justo en el arroyuelo de donde manaba el rumor que parecía cascada. Trae mucha agua y baja de la ladera que precede a la aldea de Cañada Morales. Alguien de por aquí, en la tierra del camino, ha tallado un surco estrecho para que la corriente atraviese toda recogida y así no se encharque. Y entonces, el camino se allana y busca el rincón oculto de las ruinas de El Chorreón. A la izquierda y a la derecha, espeso bosque de pinos. Se ven menos repoblados y sí con muchas zarzas parrillas, cornicabra y coscoja y muchas esparragueras y lentiscos. El bosque está espeso y el monte bajo, también.
Después de atravesar este arroyo, baja un poquito, corona un puntalillo y se divide. ¡Ojo porque tenemos que seguir por el ramal de abajo! Sube otro ramal para la izquierda y este atraviesa por ahí los olivares y busca la aldea de Cañada Morales. El que nosotros llevamos sigue al frente. Ya se ve allí un espigón de tierra que se adentra hacia las aguas del pantano, el camino como que bajara un poco y se mete por entre bosque mucho más espeso no sólo de pinos, sino enebros, robles, alguna sabina y siguen los lentiscos.
Mucho pasto entre el monte. Pinos que se han caído y encinas grandes, muchas encinas viejas y robustas. Es este un rodal de bosque todavía autóctono, de aquellos tiempos enganchado a las rocas de esta ladera por donde cae la cascada que fue compañera del viejo cortijo. No repoblaron por aquí y por eso está
virgen y espeso.
Baja el camino por entre el bosque y la tierra roja y atraviesa otro pequeño arroyuelo. Si vamos despacio y sin meter mucho ruido, veremos bastantes bandadas de palomas torcaces. Hay agua, porque este año sí hay mucha agua, y al bajar el camino hacia el arroyuelo, pues aquí se encharca. Y otra vez más los jabalíes con su barro para bañarse y las hozaduras por toda la tierra. Se puede cruzar sin problemas. Y ahora remonta suavemente.
A la derecha nos queda un trozo de camino menos usado y aquí otra vez mucha atención. No es el bueno, para nuestra pretensión, el trozo de camino más usado que es el que remonta. Lo es el que baja y parece que fuera algo muerto. Es justo el de la derecha el que nos llevará a El Chorreón. No está usado porque por aquí no hay olivares que son lo que ponen en uso a los caminos y sobre todo, en la temporada de las aceitunas.
Cruzamos otro pequeño arroyo, sin agua y una encina grande y la bandada de palomas que revolotean y llenan el cielo de arreboles. Al llegar al puntalillo, tenemos una vista muy hermosa sobre el valle de las aguas del pantano. Al frente y muy atrás, Monte Agudo, la ladera con sus aldeas, las aguas del pantano y el reflejo sobre ellas, pero abajo, donde los ojos no pueden ver, durmiendo la vida y entre ella la eternidad, aunque no se note. Hermosa vista.
Aquí en el puntalillo, el camino baja como si buscara el pantano y el otro remonta ladera arriba y es el que lleva a los olivares y luego al pueblo de Cañada Morales. Viente minutos es lo que hemos tardado hasta llegar a este puntalillo en un paso normal. Al frente, según subimos el repecho, el agua del pantano, más hacia la derecha y al fondo, el pueblo de Hornos, tapado un poquito con los pinos, el Yelmo y las laderas de toda aquella gran cumbre. Traza una curva, mientras remonta, quizá el tramo más duro de todo el trayecto y luego otra y ya se viene hacia El Chorreón.
Vuelca y ya estamos en el barranco de El Chorreón. Se oye, y ahora sí es verdadero, el rumor de la cascada. Bajamos unos metros, atravesamos un rodal de tierra por donde las margaritas blancas están florecidas y ya va resto a la cascada. Se oyen los cencerros de las ovejas y no son las de aquellos tiempos, sino las que aún quedan por aquí y conozco al pastor. Está al otro lado de las aguas del pantano.
Remontamos el puntalillo que se enfrenta a El Chorreón y se ve el pantano. ¡Precioso! Nos queda casi a nuestros pies y la cascada más al frente cayendo. Muy bonita y en un día como el de hoy. Este año sí tiene agua. Bajamos un poquito el puntalillo hacia el borde de las aguas y es justo cuando nos queda frente, la preciosa cascada con sus chorros abiertos en forma de nubes que se esfumaran por el cielo. El remanso nos queda al alcance de las manos y las ruinas del viejo cortijo, al frente remontadas sobre la roca que le servía de fortaleza. El rincón es de ensueño. Visto desde aquí, es fantasía que por un momento se ha posado sobre la tierra a descansar y se prepara para remontar e irse hacia lo intangible.
Y frente a la imagen de un fragmento de tu rostro, mi alma siente la necesidad de darte las gracias por regalo tan grande que me das y no merezco y porque Tú, Dio mío, eres así de grande y bueno, que me das y me vas quitando para que vaya aprendiendo que el viento que respiro y el agua que me refresca y bebo, es puro amor para conmigo que voy caminando por los caminos de este suelo.
Y frente a la imagen de la fragancia de este tu beso, me paro y te digo que Tú eres así de rey y al mismo tiempo, sencillo y sabio y bello para que, yo que soy un niño que no sabe hablar, vaya aprendiendo que nada hay bajo el sol que no te pertenezca y así haces brotar las fuentes para cada uno de nosotros y en cualquier momento. Gracias, Señor a pesar de aquella herida y este dolor, por regalo tan grande que me das y no merezco.
Hasta este puntalillo hemos tardado justo media hora y a un paso normal. Aquí, el camino sube un poco para salvar la cascada por la parte de arriba y se va hundiendo en el barranco del arroyo de Cañada Morales. Atraviesa este pequeño primer arroyo, que no tiene agua ni puente, pero sí muchos pajarillos y al frente el paredón de rocas por donde cae el chorro.
Cruzando el arroyuelo, remonta un poco pegándose a las rocas de la izquierda que es una pared muy considerable. Y, justo rozando, va metido el camino y sigue remontando para buscar la cascada y saltarla por el lado de arriba. Escala una cuesta bastante empinada, a la derecha nos queda el gran pino, grueso como el cuerpo de varias personas y sigue remontando para volcar dentro de un rato.
Corona el puntalete y una vista impresionante con el pantano remansado y la cascada. Justo trabado en las rocas, pasa el camino. A la izquierda, la pared pétrea sobre la que ha sido tallada con la anchura de unos cinco metros sujetada, por el lado que da al embalse, con un muro de cemento. ¡Impresionante, este rincón!
Y al frente sobre el puntalillo, las ruinas de El Chorreón, casi, casi cubiertas por las aguas, pero no llegan a taparlo. Sobre las olas pequeñas que modela el suave viento, las irisaciones de las mil estrellitas que parecen bailar en una fiesta limpia, sólo para la hermana paz y misterio del rincón. Se van quedando a la izquierda y son preciosas. Otro fresno viejo. Bajo un poco y, enseguida, se allana el camino y el arroyo. Dos grandes fresnos a la izquierda, por debajo del puente y casi colgados en la pared de la caída.
Y la transparente cascada. El agua que sale del puente y cae hacia el abismo y como el remanso del pantano está enseguida, pues la caída de esta cascada, hoy, no es muy larga. El nivel del líquido embalsado ha subido tanto que más de la mitad de esta cascada, está cubierta. Pero desde arriba, el camino que ahora se sujeta en el viejo puente, sí se ve chorreando. Otro gran roble que se ha secado y el agua que viene por entre una intrincada espesura de cornicabras, zarzas, rosales silvestres y pinos.
Hace unos años, el pantano estaba casi seco y recorrí las tierras llanas que ahora cubren las aguas. Entre otros misterios y rincones visité el de esta cascada y ruinas. Para el libro “Desde el Pantanto del Tranco del alto Guadalquivir”, dejé escrito lo siguiente:
“Ya debajo, entre otras muchas cosas, lo primero que observo es que esta fascinante cascada se parece a la que también existe en el cortijo de Los Parrales en esta misma ladera y por la orilla del mismo pantano. Aquella es muy bonita, allí recogida entre los pinos y cayendo desde la pared de rocas. Esta no se encuentra tan recogida entre pinos sino mucho más abierta al sol de la tarde y a los espacios de la gran llanura, pero cae casi por la misma pared rocosa, aquí más pegado al pueblo de HORNOS mientras que aquella se haya más cerca del muro del pantano.
El agua que en otros ocasiones cayó por aquí fue depositando la cal sobre la pared de piedra y a lo largo del tiempo se formó la maravilla. Hermosas figuras de rocas de tobas que cuelgan ahora de esta pared y ni son estalactitas siendo estalactitas y estalagmitas y, además, bloques preciosos, anudados, perfectamente fundidos con la roca de la pared. Todo el farallón, desde lo más alto hasta la poza de abajo que es donde caía el agua que saltaba por la cascada, ha quedado preciosamente engalanado y aunque ahora esta singular cascada no tiene agua, si se ven aquí las señales que a lo largo de los años la corriente del arroyo dejó sobre las rocas por donde se despeñaba. ¡Que bonito, que asombro tan gran es esto!
Con la prisa de la tormenta ya casi encima del valle y el asombro de los truenos, apenas me da tiempo recrearme un buen rato frente a esta cascada. Así que salto por los grandes bloques de rocas que despeñados desde lo alto han quedando por aquella zona y me voy a venir para las ruinas, cuando me asombro una vez más: una ampulosa y verde mata de té de roca brotando allí mismo, entre la tierra y las rocas desprendidas de la pared. Nunca he visto antes, y mira que he visto matas de té de roca, una mata tan grande y tan perfectamente redonda, como si fuera toda una maceta cuidada con el mayor esmero, en lugar de crecer de la forma en que casi siempre me lo he encontrado, una mata con cuatro o cinco tallos clavada y colgando en las paredes de las rocas.
Pero no, la que aquí veo es toda una gran maceta. Una planta que se ha desarrollado tanto, que de tener sólo cinco o seis tallos tiene más de cien brotes, todos vigoroso, llenos de verdor y como, además, ha venido a nacer no en la pared de este acantilado sino en la parte de abajo, donde la pared se clava en la tierra, no cuelga sino que bellamente se abre en forma de maceta. Corto un buen puñado de esta olorosa y en este caso bien desarrollada planta de té, Jasonia glutinosa, y aunque quisiera quedarme mucho más rato debajo de esta cascada para mirarla y remirarla desde un lado y otro, como la tormenta sigue tronando y ya incluso caen algunas gotas, la prisa me come.
¡Una pena porque es todo lo contrario a la que es siempre mi disposición cuando vengo por estas sierras! Me digo que si empieza a llover y me coge por aquí me tendré que buscar un refugio entre estas rocas o debajo de algún árbol, pero si me coge cerca de las ruinas de este caserón o por entre ellas, por allí me será más fácil encontrar algún refugio mejor y con menos peligro.
Así que sintiéndolo mucho me vuelvo para atrás, despidiéndome ya de esta bonita cascada y me voy hacia las ruinas. Remonto un poco una corta ladera rocosa y ya estoy entre las paredes de piedra que sobre esta otra gran roca se desmoronan. Y claro, que había pensado que estas ruinas podrían ser los restos de aquel antiguo balneario del cual unos y otros me habéis hablado, me siento ahora un poco decepcionado. Me he equivocado y se equivocaron los que como yo pensaron lo mismo.
Una vez que ya desde aquí dentro voy mirando despacio veo que esto tiene pinta de haber sido un gran cortijo y no un balneario. Le entro por la parte de atrás y veo dos cosas: el camino este de la Confederación que pasa por aquí mismo e incluso al llegar a la cascada le entra por la parte de arriba, cortando la roca casi sin temerle y sigue adelante y la otra cosa es que en una de las paredes que de este edificio todavía quedan de pie veo como muchas pequeñas divisiones. Con pared también de piedra, desde la parte más larga que sería el muro principal, a lo largo de la fachada norte, existe toda una hilera de divisiones que al verlas me recuerdan a las cochineras que en mi niñez vi en los cortijos de Sierra Morena, para individualizar a las marranas con sus gorrinos cuando acaban de parir. No me refiero a la pocilga que es donde duerme toda la piara sino a unas divisiones pequeñas especialmente dispuestas y construidas para un solo animal con sus crías. Las marranas recién paridas sólo entran a estas pocilgas para amamantar a los lechones y cuando salen sus crías se quedan dentro para así evitar que se mezclen con los de las otras marranas paridas.
A estos apartadijos me remitían estas pequeñas divisiones que acabo de ver sobre la vieja pared de este edificio en ruinas. Y no me sorprenden porque según sigo adelante voy viendo más divisiones y estos son corrales. Por entre este laberinto de paredes semi derruidas ya no existe ningún aposento que tenga techo. No veo nada más que trozos de paredes y hasta tengo la impresión de que aquí en otros tiempos sólo se encerraban animales porque entre estas ruinas no aparece ningún rincón que tenga aspecto de haber sido antes vivienda humana. Y por lo que voy descubriendo hasta empiezo a pensar que esta roca hace ya mucho tiempo que fue abandonada.
Camino Viejo a El Chorreón
Las distancia:
Desde el cortijo de Montillana, la distancia puede ser algo más de tres kilómetros, pero también depende si seguimos fielmente el trazado del camino o nos desviamos para atajar o visitar las orillas del pantano.
El tiempo:
Desde el cortijo de Montillana hasta el puntalillo que se enfrenta a la cascada de El Chorreón, media hora. Hasta las mismas ruinas, unos cuarenta y cinco minutos, a un paso normal.
El Camino:
Es un trozo del camino que trazó la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir a todo alrededor de las aguas del pantano. Se asienta sobre tierra y rocas y discurre por la misma orilla de las aguas. Está bastante roto por algunos sitios aunque tiene tramos en buenas condiciones. Este camino es para recorrer a pie y en forma de paseo.
El paisaje:
Desde el viejo cortijo de Montillana, que es donde arranca la ruta, remonta el camino siempre por el borde mismo de las aguas escoltado, a trozos, por olivares y en otros tramos, por pinares y monte bajo. La visión que vamos gozando, es de lo más relajante para el espíritu por las aguas tan cerca y las cumbres de Santiago-Pontones, algo más lejos. Un libro recoge mucha información de aquellos tiempos lejanos por estos lugares: “En las Aguas del Pantano del Tranco”.
Los que hay ahora:
Desde las ruinas del cortijo de Montillana, salimos por el lado derecho que es la parte que mira al pueblo de Hornos y buscamos el viejo camino. Nos movemos por entre retamas, rosales silvestres, el pequeño bosque de cipreses y buscamos la pista de tierra que nos dejará sobre las ruinas de El Chorreón.
Por entre estos cipreses, los jabalíes se meten y se ven los troncos, pues llenos de barro de restregarse ellos después de tomar sus baños de cieno en los charcos del camino. Una espesura de pinos mezclados con cipreses y se nota enseguida que esto fue tierra buena que aquellas personas sembraban. Se ve por aquí restos de una acequia que venía desde el arroyo con su caño de agua para el riego e iba hacia las otras llanuras que ahora cubren las aguas.
Remontamos unos metros y volvemos a coger el camino que va a El Chorreón. Muchos cardos, grandes y aparranados contra el suelo y aquí, el camino. Empieza a ceñirse a la ladera sin despegarse mucho de las aguas y avanza hacia las profundidades de lo que en aquellos tiempos fue la Dehesa. Es la una menos cinco minutos y andando a un paso normal, pues vamos a ver lo que se tarda desde aquí hasta las viejas ruinas de aquel cortijo casi fortaleza que se llamó, y para la historia se seguirá llamando, El Chorreón.
Lentiscos a un lado y otro. Muchos lentiscos, olivillas, fresnos, algunos robles por aquí según bajamos un poco hacia la hondonada y por la parte de arriba, olivas de las que se cultivan y pienso pueden ser todavía algunas de las de aquellos tiempos. Por la parte de abajo, que es la derecha y por donde se remansan las aguas del gran “Charco”, tierra virgen, poblada de zarzas, retamas, hierba y el sol que las besa mientras el silencio se la come guardando el secreto de lo que desapareció. Lo que hay desde el camino hacia la orilla de las aguas, pues eso: la tierra poblada de vegetación baja y la quietud contenida como si esperara el momento que un día de estos tiene que llegar.
Las zarzas que nos vuelven a salir otra vez al paso y tenemos que venir con atención porque si avanzamos siguiendo el camino, sin apartarnos a las ruinas de Montillana, por estos tiempos nos encontramos con charcos de barro y cieno que nos complicaría algo el paso. Nos vamos por el camino que va más pegado a las aguas azules y por una llanura muy bonita con su tapiz de hierba fina y la pura tierra. Muchas zarzas al frente y emergiendo de entre ellas, los membrillos, florecidos y ya con las hojas despuntadas. Su color verde y blanco juega con la luz brillante del sol. Unos cuantos álamos, todavía sin hojas, que se recortan sobre la ladera de enfrente, por encima de Fuente Mala. El azul del cielo y las nubes blancas revoloteando libres.
Y al llegar, el camino, a lo que fue una acequia, un gran fresno que permanece en su tierra amada. Ya tiene brotadas sus hojas y por el suelo se ven muchas hozaduras de jabalíes. Mucho barro hubo por aquí este invierno, pero ahora se puede pasar sin problemas. Ha pasado por aquí, no hace mucho, un tractor oruga. Una pequeña curva, una vez atravesado la llanura o vaguada y si miramos para atrás, descubrimos las tierras por donde hemos bajado y se nos presenta una vista preciosa.
Antes, la llanura que hemos atravesado, verde, el cortijo de Montillana ya un poco en la distancia y la tierra llana que le da cuna y al frente, la ladera de los olivos por donde hemos bajado y el cerro de la Hoya de la Sorda, con su esplendor de vegetación. Más al fondo, la sierra de Las Lagunillas, el azul del cielo y las mágicas nubes blancas. Es de ensueño este rincón. Muy bonito y por más que intento meterme en aquel mundo cuando ellos estaban, no lo consigo en la intensidad que lo deseo. Sin duda que este fue su edén particular aunque tuvieran que sudarlo para sacarle a la tierra su fruto.
Nos acompaña en todo momento, el canto variado y dulce de los pajarillos y si fuera ya primavera avanzada, también se oirían en trino de los alegres ruiseñores. Porque en estas tierras, hubo y hay muchos ruiseñores saltando por entre las sombras de las zarzas. Y si fuera primavera avanzada, nos alegrarían los silenciosos vuelos de las mariposas que liban las mil florecillas de estos prados. Esto pequeños cuadros, como unas endebles pinceladas de aquella niña del Soto de Arriba y en aquellos tiempos en que su Vega era un paraíso.
De vez en cuando, por arriba, nos atraviesa algún cuervo o graja que al cruzar, grazna como si quisiera decirnos algo. De entre los lentiscos, se arrancan los zorzales. Los mirlos son los más escandaloso. Atravesamos otra pequeña llanura y enseguida, otro arroyuelo. Es pequeño, pero tiene su puente construido en aquellos tiempos del camino y el pantano. A la izquierda y justo en el mismo muro del puente, otro mojón de la Confederación. Es un arroyuelo que no trae agua porque es muy cortito.
Aquí hay cemento y se ve que cuando lo echaron, alguien escribió lo que fuera. Intento leer, pero no lo descifro. El puente es muy bonito, entre zarzas, casi tapado y en su silencio como tanto por este rincón y no es porque falte presencia de humanos o de otros seres vivos. El silencio mana de otra fuente y se consume con otra materia. Romeros florecidos y rosales silvestres con sus semillas rojas. Por debajo del puente, el arroyuelo lleva una hebra de agua que mana de aquí mismo. Enseguida hay unas torrenteras grandes de tierra roja que se ha hundido hacia el surco del arroyuelo y a pocos metros, el agua del pantano remansada.
A la derecha, unos metros más adelante, un puntalillo que desde aquí y hasta las aguas embalsas en el pantano, está repoblado de pinos. Son carrascos y endebles. Hacia la izquierda, este mismo puntalillo, la pista remontando y los olivos. Unos olivos muy bellos, de hojas anchas y otro mojón de la Confederación justo en la curva y al remontar el cerrillo.
Ya en lo alto, si miramos hacia atrás por nuestra izquierda, vemos todo el gran barranco que acoge al arroyo de Montillana, que es por donde surca la carretera del asfalto y mana Fuente Mala y arriba, las grandiosas cumbres pobladas de pinos, las rocas de los espigones que sobresalen de entre la oscuridad de la espesura y más lejos, el eterno cielo azul que tanto compañía da en cada momento y que también arropó al mágico mundo que latió en este Valle.
Mas cerca de nosotros, el puntalillo, repleto de olivos que chorrean verdes y todavía huelen a aceitunas maduras. Y a la derecha, allanándose hacia El Chorreón, sigue la repoblación de pinos. Se ve claramente que fue repoblación porque con claridad se distinguen los surcos que trazaron para sembrarlos. Nada más atravesarlos un poco y dejando el puntalillo, la pista cae hacia el barranco. Otro arroyuelo menor que baja de esta ladera de los olivos. Baja unos metros, se ven las zarzas y al frente, los majuelos florecidos. La sombra se espesa porque a la izquierda nos quedan siete u ocho pinos gruesos y proyectan una gran sombra.
Muchas zarzas y aquí, pues no hay puente porque es un arroyuelo pequeñito y aunque sí tiene algunos charquitos de agua, no es gran cosa. Las zarzas que aprovechan cualquier puñado de tierra para brotar y algún árbol espinoso florecido en blanca nieve. La pista remonta otra vez a otro puntalillo que también presenta muchas hozaduras de jabalíes, casi barro, todavía porque hay gran humedad a pesar de la poca lluvia de estos últimos meses de invierno.
A la derecha, en todo momento, nos van acompañando las aguas del pantano que se ven por entre la espesura de los pinos, algún olivo también arrinconado entre los pinos y aquí se espesa el monte. Es lentisco, muchas zarzas, juncos porque hay mucha humedad. Remonta como unos cien metros. Subimos la pequeña ladera quedando a la izquierda una torrentera llena de zarzas y esparragares, manando unas hebras de agua y un lentisco.
En cuanto termine de explotar la primavera, este rincón se tornará un jardín grandioso. Una ardilla me sale de entre el monte y corre tronco arriba de uno de los pinos. Ya en lo alto, según vamos coronando, vemos un puñado de encinas centenarias. Son: dos, cuatro, seis, siete encinas en total con sus troncos grises y gruesos que adornan tanto el camino como el rincón donde están clavadas. Las dos primeras, según vamos, crecen rectas y abiertas en forma de cascada que se abriera hacia la luz que del sol les llega. Otras dos más también rectas hacia el azul de firmamento.
Atraviesa el camino por enmedio de tres de ellas. La ardilla que sigue en su juego porque parece que sí quiere esconderse de mí y en las ramas altas, pero al mismo tiempo, parece como si no quisiera irse tan pronto. Como si pretendiera algo que ni sé ni puedo adivinar. Me paro y al mirar despacio para gozar con más calma la figura de estas viejas encinas, observo que unas se curvan hacia las cumbres de Beas. Y me asombro: es precioso este rincón y ahora más con las corpulentas encinas, tan majestuosas bebiéndose el misterio que las abraza. La ardilla sigue poniendo su pincelada de juego inocente. Ya ha subido a lo más alto, pero se para y me mira una y otra vez. ¿Qué quiere?
Desde aquí mismo, el rincón de las encinas hermosas, si miramos para atrás, la vista impresiona más que desde ningún otro punto. La inseparables y elevadas cumbres de Beas, en la lejanía la sierra de Las Lagunillas y el monte y los olivos por donde hemos bajado que al verlo desde esta distancia, se presenta con tonos y misterios nuevos. Se adivina el collado donde se encuentra el camping y las ruinas de nuestro primer cortijo.
Para delante y por la izquierda, nos siguen acompañando los olivos y a la derecha, el bosque de pinos que ahora ya nos tapan las aguas del gran lago. Como hemos remontado, nos hemos alejado de la orilla. El camino se allana un poquito sin dejar de ceñirse a la tierra siempre recto hacia las ruinas de El Chorreón.
Pues hemos tardado, justo hasta estas encinas andando a un paso normal, doce minutos. Por entre los pinos que nos van quedando a la derecha, se ven muchas esparragueras, mucha retama, muchas hozaduras de jabalíes, porque es esta una tierra que la toman con gusto estos marranos silvestres y más, desde que se fueron aquellos serranos. Y aunque los pinos son endebles, están espesos y dan mucha sombra fresca. En primavera más avanzada, esto es delicioso.
Ha bajado un poco el camino, unos cincuenta metros y, al volver a subir, forma una hondonada por donde rezuma el agua. Aquí se vienen los marranos salvajes para bañarse porque el barro, eso es lo que indica. Ahora remonta un poquito y ya se adentra en el bosque de pinos espesos que es el mechón boscoso que rodea la cascada de El Chorreón. Porque junto a las ruinas de este viejo cortijo, no hay olivos. Es una zona muy quebrada por donde baja el arroyo de Cañada Morales y las olivas se quedan mucho más arriba.
Se mete el camino por entre el bosque de pinos pequeños a un lado y otro y ya se oye el rumor de una corriente. Al momento me creo que son las aguas de la cascada grande y no es cierto. Tengo un poco más de paciencia y enseguida descubro el arroyo. Nada más remontar quince o veinte metros, aquí se ha caído la torrentera de la izquierda que corta el camino. Es esta tierra greda roja y como se ha hundido bastante el camino se ha quedado casi cortado.
Ya estoy justo en el arroyuelo de donde manaba el rumor que parecía cascada. Trae mucha agua y baja de la ladera que precede a la aldea de Cañada Morales. Alguien de por aquí, en la tierra del camino, ha tallado un surco estrecho para que la corriente atraviese toda recogida y así no se encharque. Y entonces, el camino se allana y busca el rincón oculto de las ruinas de El Chorreón. A la izquierda y a la derecha, espeso bosque de pinos. Se ven menos repoblados y sí con muchas zarzas parrillas, cornicabra y coscoja y muchas esparragueras y lentiscos. El bosque está espeso y el monte bajo, también.
Después de atravesar este arroyo, baja un poquito, corona un puntalillo y se divide. ¡Ojo porque tenemos que seguir por el ramal de abajo! Sube otro ramal para la izquierda y este atraviesa por ahí los olivares y busca la aldea de Cañada Morales. El que nosotros llevamos sigue al frente. Ya se ve allí un espigón de tierra que se adentra hacia las aguas del pantano, el camino como que bajara un poco y se mete por entre bosque mucho más espeso no sólo de pinos, sino enebros, robles, alguna sabina y siguen los lentiscos.
Mucho pasto entre el monte. Pinos que se han caído y encinas grandes, muchas encinas viejas y robustas. Es este un rodal de bosque todavía autóctono, de aquellos tiempos enganchado a las rocas de esta ladera por donde cae la cascada que fue compañera del viejo cortijo. No repoblaron por aquí y por eso está
virgen y espeso.
Baja el camino por entre el bosque y la tierra roja y atraviesa otro pequeño arroyuelo. Si vamos despacio y sin meter mucho ruido, veremos bastantes bandadas de palomas torcaces. Hay agua, porque este año sí hay mucha agua, y al bajar el camino hacia el arroyuelo, pues aquí se encharca. Y otra vez más los jabalíes con su barro para bañarse y las hozaduras por toda la tierra. Se puede cruzar sin problemas. Y ahora remonta suavemente.
A la derecha nos queda un trozo de camino menos usado y aquí otra vez mucha atención. No es el bueno, para nuestra pretensión, el trozo de camino más usado que es el que remonta. Lo es el que baja y parece que fuera algo muerto. Es justo el de la derecha el que nos llevará a El Chorreón. No está usado porque por aquí no hay olivares que son lo que ponen en uso a los caminos y sobre todo, en la temporada de las aceitunas.
Cruzamos otro pequeño arroyo, sin agua y una encina grande y la bandada de palomas que revolotean y llenan el cielo de arreboles. Al llegar al puntalillo, tenemos una vista muy hermosa sobre el valle de las aguas del pantano. Al frente y muy atrás, Monte Agudo, la ladera con sus aldeas, las aguas del pantano y el reflejo sobre ellas, pero abajo, donde los ojos no pueden ver, durmiendo la vida y entre ella la eternidad, aunque no se note. Hermosa vista.
Aquí en el puntalillo, el camino baja como si buscara el pantano y el otro remonta ladera arriba y es el que lleva a los olivares y luego al pueblo de Cañada Morales. Viente minutos es lo que hemos tardado hasta llegar a este puntalillo en un paso normal. Al frente, según subimos el repecho, el agua del pantano, más hacia la derecha y al fondo, el pueblo de Hornos, tapado un poquito con los pinos, el Yelmo y las laderas de toda aquella gran cumbre. Traza una curva, mientras remonta, quizá el tramo más duro de todo el trayecto y luego otra y ya se viene hacia El Chorreón.
Vuelca y ya estamos en el barranco de El Chorreón. Se oye, y ahora sí es verdadero, el rumor de la cascada. Bajamos unos metros, atravesamos un rodal de tierra por donde las margaritas blancas están florecidas y ya va resto a la cascada. Se oyen los cencerros de las ovejas y no son las de aquellos tiempos, sino las que aún quedan por aquí y conozco al pastor. Está al otro lado de las aguas del pantano.
Remontamos el puntalillo que se enfrenta a El Chorreón y se ve el pantano. ¡Precioso! Nos queda casi a nuestros pies y la cascada más al frente cayendo. Muy bonita y en un día como el de hoy. Este año sí tiene agua. Bajamos un poquito el puntalillo hacia el borde de las aguas y es justo cuando nos queda frente, la preciosa cascada con sus chorros abiertos en forma de nubes que se esfumaran por el cielo. El remanso nos queda al alcance de las manos y las ruinas del viejo cortijo, al frente remontadas sobre la roca que le servía de fortaleza. El rincón es de ensueño. Visto desde aquí, es fantasía que por un momento se ha posado sobre la tierra a descansar y se prepara para remontar e irse hacia lo intangible.
Y frente a la imagen de un fragmento de tu rostro, mi alma siente la necesidad de darte las gracias por regalo tan grande que me das y no merezco y porque Tú, Dio mío, eres así de grande y bueno, que me das y me vas quitando para que vaya aprendiendo que el viento que respiro y el agua que me refresca y bebo, es puro amor para conmigo que voy caminando por los caminos de este suelo.
Y frente a la imagen de la fragancia de este tu beso, me paro y te digo que Tú eres así de rey y al mismo tiempo, sencillo y sabio y bello para que, yo que soy un niño que no sabe hablar, vaya aprendiendo que nada hay bajo el sol que no te pertenezca y así haces brotar las fuentes para cada uno de nosotros y en cualquier momento. Gracias, Señor a pesar de aquella herida y este dolor, por regalo tan grande que me das y no merezco.
Hasta este puntalillo hemos tardado justo media hora y a un paso normal. Aquí, el camino sube un poco para salvar la cascada por la parte de arriba y se va hundiendo en el barranco del arroyo de Cañada Morales. Atraviesa este pequeño primer arroyo, que no tiene agua ni puente, pero sí muchos pajarillos y al frente el paredón de rocas por donde cae el chorro.
Cruzando el arroyuelo, remonta un poco pegándose a las rocas de la izquierda que es una pared muy considerable. Y, justo rozando, va metido el camino y sigue remontando para buscar la cascada y saltarla por el lado de arriba. Escala una cuesta bastante empinada, a la derecha nos queda el gran pino, grueso como el cuerpo de varias personas y sigue remontando para volcar dentro de un rato.
Corona el puntalete y una vista impresionante con el pantano remansado y la cascada. Justo trabado en las rocas, pasa el camino. A la izquierda, la pared pétrea sobre la que ha sido tallada con la anchura de unos cinco metros sujetada, por el lado que da al embalse, con un muro de cemento. ¡Impresionante, este rincón!
Y al frente sobre el puntalillo, las ruinas de El Chorreón, casi, casi cubiertas por las aguas, pero no llegan a taparlo. Sobre las olas pequeñas que modela el suave viento, las irisaciones de las mil estrellitas que parecen bailar en una fiesta limpia, sólo para la hermana paz y misterio del rincón. Se van quedando a la izquierda y son preciosas. Otro fresno viejo. Bajo un poco y, enseguida, se allana el camino y el arroyo. Dos grandes fresnos a la izquierda, por debajo del puente y casi colgados en la pared de la caída.
Y la transparente cascada. El agua que sale del puente y cae hacia el abismo y como el remanso del pantano está enseguida, pues la caída de esta cascada, hoy, no es muy larga. El nivel del líquido embalsado ha subido tanto que más de la mitad de esta cascada, está cubierta. Pero desde arriba, el camino que ahora se sujeta en el viejo puente, sí se ve chorreando. Otro gran roble que se ha secado y el agua que viene por entre una intrincada espesura de cornicabras, zarzas, rosales silvestres y pinos.
Hace unos años, el pantano estaba casi seco y recorrí las tierras llanas que ahora cubren las aguas. Entre otros misterios y rincones visité el de esta cascada y ruinas. Para el libro “Desde el Pantanto del Tranco del alto Guadalquivir”, dejé escrito lo siguiente:
“Ya debajo, entre otras muchas cosas, lo primero que observo es que esta fascinante cascada se parece a la que también existe en el cortijo de Los Parrales en esta misma ladera y por la orilla del mismo pantano. Aquella es muy bonita, allí recogida entre los pinos y cayendo desde la pared de rocas. Esta no se encuentra tan recogida entre pinos sino mucho más abierta al sol de la tarde y a los espacios de la gran llanura, pero cae casi por la misma pared rocosa, aquí más pegado al pueblo de HORNOS mientras que aquella se haya más cerca del muro del pantano.
El agua que en otros ocasiones cayó por aquí fue depositando la cal sobre la pared de piedra y a lo largo del tiempo se formó la maravilla. Hermosas figuras de rocas de tobas que cuelgan ahora de esta pared y ni son estalactitas siendo estalactitas y estalagmitas y, además, bloques preciosos, anudados, perfectamente fundidos con la roca de la pared. Todo el farallón, desde lo más alto hasta la poza de abajo que es donde caía el agua que saltaba por la cascada, ha quedado preciosamente engalanado y aunque ahora esta singular cascada no tiene agua, si se ven aquí las señales que a lo largo de los años la corriente del arroyo dejó sobre las rocas por donde se despeñaba. ¡Que bonito, que asombro tan gran es esto!
Con la prisa de la tormenta ya casi encima del valle y el asombro de los truenos, apenas me da tiempo recrearme un buen rato frente a esta cascada. Así que salto por los grandes bloques de rocas que despeñados desde lo alto han quedando por aquella zona y me voy a venir para las ruinas, cuando me asombro una vez más: una ampulosa y verde mata de té de roca brotando allí mismo, entre la tierra y las rocas desprendidas de la pared. Nunca he visto antes, y mira que he visto matas de té de roca, una mata tan grande y tan perfectamente redonda, como si fuera toda una maceta cuidada con el mayor esmero, en lugar de crecer de la forma en que casi siempre me lo he encontrado, una mata con cuatro o cinco tallos clavada y colgando en las paredes de las rocas.
Pero no, la que aquí veo es toda una gran maceta. Una planta que se ha desarrollado tanto, que de tener sólo cinco o seis tallos tiene más de cien brotes, todos vigoroso, llenos de verdor y como, además, ha venido a nacer no en la pared de este acantilado sino en la parte de abajo, donde la pared se clava en la tierra, no cuelga sino que bellamente se abre en forma de maceta. Corto un buen puñado de esta olorosa y en este caso bien desarrollada planta de té, Jasonia glutinosa, y aunque quisiera quedarme mucho más rato debajo de esta cascada para mirarla y remirarla desde un lado y otro, como la tormenta sigue tronando y ya incluso caen algunas gotas, la prisa me come.
¡Una pena porque es todo lo contrario a la que es siempre mi disposición cuando vengo por estas sierras! Me digo que si empieza a llover y me coge por aquí me tendré que buscar un refugio entre estas rocas o debajo de algún árbol, pero si me coge cerca de las ruinas de este caserón o por entre ellas, por allí me será más fácil encontrar algún refugio mejor y con menos peligro.
Así que sintiéndolo mucho me vuelvo para atrás, despidiéndome ya de esta bonita cascada y me voy hacia las ruinas. Remonto un poco una corta ladera rocosa y ya estoy entre las paredes de piedra que sobre esta otra gran roca se desmoronan. Y claro, que había pensado que estas ruinas podrían ser los restos de aquel antiguo balneario del cual unos y otros me habéis hablado, me siento ahora un poco decepcionado. Me he equivocado y se equivocaron los que como yo pensaron lo mismo.
Una vez que ya desde aquí dentro voy mirando despacio veo que esto tiene pinta de haber sido un gran cortijo y no un balneario. Le entro por la parte de atrás y veo dos cosas: el camino este de la Confederación que pasa por aquí mismo e incluso al llegar a la cascada le entra por la parte de arriba, cortando la roca casi sin temerle y sigue adelante y la otra cosa es que en una de las paredes que de este edificio todavía quedan de pie veo como muchas pequeñas divisiones. Con pared también de piedra, desde la parte más larga que sería el muro principal, a lo largo de la fachada norte, existe toda una hilera de divisiones que al verlas me recuerdan a las cochineras que en mi niñez vi en los cortijos de Sierra Morena, para individualizar a las marranas con sus gorrinos cuando acaban de parir. No me refiero a la pocilga que es donde duerme toda la piara sino a unas divisiones pequeñas especialmente dispuestas y construidas para un solo animal con sus crías. Las marranas recién paridas sólo entran a estas pocilgas para amamantar a los lechones y cuando salen sus crías se quedan dentro para así evitar que se mezclen con los de las otras marranas paridas.
A estos apartadijos me remitían estas pequeñas divisiones que acabo de ver sobre la vieja pared de este edificio en ruinas. Y no me sorprenden porque según sigo adelante voy viendo más divisiones y estos son corrales. Por entre este laberinto de paredes semi derruidas ya no existe ningún aposento que tenga techo. No veo nada más que trozos de paredes y hasta tengo la impresión de que aquí en otros tiempos sólo se encerraban animales porque entre estas ruinas no aparece ningún rincón que tenga aspecto de haber sido antes vivienda humana. Y por lo que voy descubriendo hasta empiezo a pensar que esta roca hace ya mucho tiempo que fue abandonada.
En el rincón de varias de estas paredes crece una encina que por lo menos tiene ya cuarenta años y la rodean varias matas de coscoja, cornicabra y pinos. Todas estas plantas han nacido aquí después de haber sido abandonado el lugar. Y realmente el lugar es bonito. Algo así parecido al pueblo de HORNOS, que lo proyectaron ahí, sobre la base de una amplia roca, un poco llana por la parte de arriba y la misma lancha que sirve de plataforma para toda la construcción, hace de pared, de muralla por el lado que mira al río. Y como este punto se encuentra aquí tan elevado y en un lugar tan concreto del valle, la vista que desde aquí se observa es magnífica. Como si la única finalidad de esta construcción fuera sólo ser mirador natural justo donde el valle empieza.
Así que satisfecha ya mi curiosidad y recorrido muy a lo rápido este pequeño y hermoso rincón de la cascada y las ruinas, me pongo en movimiento y cruzo de nuevo la llanura en busca del coche. Tan emocionante ha sido el encuentro con las ruinas para mí que hasta me he olvidado de la tormenta y ello ha sido también porque la tormenta al final se ha ido deshaciendo sobre las cumbres del Yelmo y un poco por las laderas hacia el valle. Ni siquiera llueve con seriedad a pesar de tanto escándalo. Pero tengo que decir que por culpa de esta tormenta no gocé yo a fondo, como realmente me hubiera gustado, este enigmático rincón. Es cierto que sí se me ha quedado algo más claro de lo que antes lo tenía, pero todavía este lugar es bastante desconocido para mí”.
Atravieso el puente y a la derecha me va quedando un puñado de romeros todos vestidos de diminutas florecillas azules brillantes. La sombra de los pinos que me arropan y enseguida, unas rocas y pequeña curva y ya, las ruinas de El Chorreón. Casi debajo de mis ojos y en el puntalillo de enfrente que fue pura plataforma rocosa. Aquí el camino es dulce, como si con nosotros, quisiera descansar para aproximarse a la vieja fortaleza, de puntilla no sea que se asombre y se caiga definitivamente a la profundidad. Trabado en la roca y casi colgado en la pared de lo que es propiamente “El Chorreón”: el caudal que baja por el arroyo que al llegar a este escondido tranco, se despeña, hoy ya, sólo como un juego solitario para ir llenando un poco más la enormidad del pantano que tanto cubrió, pero en aquellos tiempos, como un espectáculo sincero que derramaba sabia de vida por todas las tierras de la gran Vega.
Las aguas del charco, abajo, moviéndose azuladas y tranquilas como si acabaran de ganar la mayor de todas las batallas y ahora se recrearan sobre el reino conquistado. Sigo bajando y a la derecha, el gran pino, todavía trabado en el mismo borde del camino. Por la izquierda me va quedando una pequeña muralla de rocas sobre la que ha sido tallado este camino. Aparecen cinco o seis pinos que por fin se cayeron después de tanto aguantar y echar de menos a los que, en aquellos días, también se fueron.
Si desde donde está este pino caído, miramos para atrás, vemos el puntalete desde donde gozamos la primera panorámica de este recodo y su cascada cayendo. Nos quedan muy lejos las sierras de Las Lagunillas. A la izquierda otro roble seco, una espesura de pinos, sale de la pequeña curva que es hondonada y ya, cae y va de frente a las ruinas de aquel impresionante mundo recogido entre las paredes de piedra de lo que fue casi una fortaleza. Antes de asomar totalmente a las ruinas, a la derecha, otro pino grueso y dos más. Y las ruinas, a dos pasos.
Desde estos dos pinos y la pequeña curva, como si se nos abriera con todo su secreto y los latidos de lo que fue y ahora no es. Sobre la roca, rodeado de aguas, besado por el sol de la tarde limpia que cae, arrullado por algunos trinos de pajarillos, mucha hierba fresca en las tierras que todavía le acompaña, la sombra de otro manojo de pinos, unos cuantos más caídos y más hierba que ya no da de comer ni a las ovejas ni a los cerdos de la matanza.
Si volvemos la vista, porque el rumor de la cascada casi reclama a voces nuestra atención, vemos el despeñadero con todo su esplendor y el rincón que ha ganado el agua hacia la cascada y las ruinas del cortijo. Las piedras de aquellas paredes y el agua del pantano que se mece aquí mismo. El recodo azul verde, la blanca cascada cayendo y la senda tallada por encima y en las puras rocas.
Por entre las ruinas y abrazado a lo que, ni moja el agua embalsada ni pudre el tiempo, si pudiéramos escuchar y descifrar ¿no se oirían los pasos de aquellos mulos amarrados a la ritranca y monótonamente dando vueltas a las piedras del molino? Porque este Chorreón, fue un gran molino en aquellos tiempos. ¿No se oiría el goteo del aceite puro y fresco saliendo de las aceitunas machacadas? ¿No se oiría el quejido sordo de cada uno de ellos, en la lucha diaria y el sueño siempre a flor de piel? Si escucháramos despacio y desde la dimensión del amor ¿qué sería lo que desde estas ruinas, bañadas de agua cristal, oiríamos?
Son las dos menos veinte y salí de Montillana a la una menos diez. Pues justo cuarenta y cinco minutos, he tardado, a un paso normal y empapándome del entorno y cuanto respira y vive por esta tierra.
La fragancia eterna:
Al rodal de tierra que se traba en la ladera y mira al barranco y por encima de las rocas grandes, como que se aplasta silencioso besado por el sol de la tarde y regado por el chorro de agua que todavía le llega del arroyuelo, ahora se lo comen los pinos espesos y bajo ellos, los jaguarzos, las retamas, las cornicabras y las zarzas y el puro silencio.
Pero como por el rodal de tierra late la vida y entre el polvo que ahora sólo da hierba silvestre, permanecen las huellas de aquellos y de ella cuando regaban sus tomates y cortaban sus pimientos en las tardes que aunque se comió el tiempo, siguen aplastadas en la soledad y luz que muda la besa, ayer por la tarde al pasar y de nuevo verlos y sentirlos, me paré con el deseo de quedarme y beber un sorbo del latir inmenso que por el rincón humilde todavía sigue latiendo.
Y por el rodal de tierra, el insignificante y pobre sobre la ladera que mira al Valle, me pareció ver, con los ojos del corazón, la figura de la abuela acompañando al nieto y derramando el sudor de su frente sobre el áspero suelo y ella, entre tarea y tarea, pronunciando sus palabras con acento a inmenso:
- Tú, hijo mío, pídele siempre a la tierra y a los hermanos, desde lo limpio que llevas en tu corazón y lo noble que ella tiene dentro.
Y el nieto:
- Algo de lo que deseas decirme, sí entiendo, pero como dice padre ¿si otros vienen y se hacen dueños y manchan e ignoran a la tierra diciendo que son otros tiempos?
Y la abuela:
- ¡Ay hijo mío! Dura será la lucha y ella y tú y yo y los que vengan después, seguro sucumbiremos, pero si a la tierra la prostituimos y nuestra identidad y rumbo vamos perdiendo ¿qué seremos nosotros bajo este sol que nos alumbra sin señas propias y sin centro y sin el amor purísimo que los manantiales de estas tierras nuestras, nos van transmitieron?
Y en el rodal de tierra que riega o regaba el agua que limpia saltaba por el arroyuelo, sigue en su faena la abuela y el nieto y como hoy han pasado ya tantos años, desde el silencio de esta tarde incierta, miro las huellas de ellos y de estos y en mi dolor y en mi secreto, me digo, desde lo más adentro:
- ¡Ay abuela! Si tú levantaras la cabeza y vieras ¿qué dirías de estos nuevos tiempos?
Y la abuela, desde su rodal de tierra en la región de lo eterno:
- No hace falta que me lo digas porque lo estoy viendo, pero lo mismo que aquella tarde, te digo que la tierra y todo lo que por aquí fue nuestro y con herida tremenda, hoy se desangra y se muere, que al final, lo cierto no es ni esta realidad ni aquella sino el latido que fuimos los humildes y con la tierra y en nuestro perfume, aquí sigue inmaculado y en su centro.
Y entonces quiero decirle:
- Pero abuela ¿tú estás viendo lo que yo veo?
Más información de este Parque Natural en:
http://es.geocities.com/cas_orla/
Las fotos más bellas del Parque en TrekNature
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