OCHO RUTAS HISTORICAS LITERARIAS-3
3- Los Baños, La Canalica,
Fuente de la Higuera
Las distancia:
Desde la antigua zona de acampada, que es donde brota La Laguna, siguiendo siempre la vieja pista de tierra y, hasta Fuente de la Higuera, es sólo un kilómetro quinientos metros.
El tiempo:
Remontando desde este lugar de La Laguna, si lo hacemos andando, cosa que sería mucho más emocionante, podremos tardar una media hora, pero si subimos en coche, serían sólo tres o cuatro minutos. Desde La Canalica y Fuente de la Higuera, podríamos trazar alguna ruta hasta el picacho de Monteagudo.
El Camino:
Este camino o ruta es la prolongación de la pista que hasta Los Baños, hemos traído. Asciende ladera arriba por entre olivares y aunque el firme sigue siendo tierra, está mejor que el primer tramo.
El paisaje:
Desde Los Baños o La Laguna que es donde estuvo la zona de acampada, se extiende un precioso olivar que según se asciende, va abriéndose hacia las aguas del pantano. En el libro “En las Aguas del Pantano del Tranco”, se habla extensamente de las dos aldeas sobre estas laderas, La Canalica y Fuente de la Higuera, así como de las personas y cortijos que por aquellos tiempos vivían por aquí y daban vida a estas tierras. El pico de Monteagudo, corona a estas aldeas y puede servirnos para una bonita excursión a pie.
Lo que hay ahora:
Justo donde hemos dado por finalizada el recorrido que nos ha traido por la orilla de las aguas hasta La Laguna y Los Baños, comienza la pequeña ruta que nos lleva a la aldea de La Canalica y Fuente de la Higuera. En realidad sólo tenemos que continuar por la misma pista. Pero como cada rincón de estos parajes encierra tanto y es tan núcleo en el inmenso mar de aquella historia ensordecida, es necesario fragmentar para gustar la propia esencia y con sus matices únicos.
Recto y pegado al pinar, avanza el primer trocito de camino y formando linea paralela con los límites de las aguas. A los cien metros, se despega la pista y ya empieza a remontar en busca de las mágicas aldeas que, en forma de balcón, todavía hoy siguen mirando al Valle perdido para siempre. Primero entre zarzas y se ven los olivos a un lado y otro y al frente, nos deslumbran las blancas casas de esta antigua aldea.
El camino está bastante bien y una curva a la izquierda. Sigue remontando entre zarzas y muchos olivos. Quizá estós árboles son todavía algunos de los que Maricruz conoció cuando aún vivía en su idílico cortijo del Soto de Arriba. Desde este curva, se nos abre al fondo el precioso pueblo de Hornos con la gran cola del pantano como de alfombra. Desde esta ladera y, según nos vamos elevando, la vista es cada vez más impresionante.
Un kilómetro hasta la segunda curva que es donde ya la pista de tierra gira hacia la derecha y enristra recto a La Canalica. Tiene una recta que sigue subiendo y pinos a un lado y otro. Los olivos están por aquí, pero se pierden por muchos trozos porque no es posible su ciltivo en tierra tan quebrada. Vamos direción al poniente y desde aquella lejanía por donde el sol se oculta, se alza la sierra de Las Lagunillas, desde aquí mucho más hermosa y como trazando una muralla entre las aguas del pantano y la gemela montaña que es esta que vamos remontando.
Las cuatro o seis casas de La Canalica y un kilómetro trescientos. Muchos paneles solares de aquellos que pusieron para que estas personas tuviera luz eléctrica. Llaman la atención nada más acercarse. Unas casas a la derecha y varias a la izquierda bastantes viejas. Paredes de alguna casa derruida y al frente, precioso y con toda su majesta a pesar de los escombros, el Cortijo de Montillana. Por encima queda el arroyo con el mismo nombre, el cerro de Hoya de la Sorda y la zona del camping.
En aquellos tiempos, en esta bonita aldea de la Canalica vivía la tía Asunción que tenía cuatro hijas y dos hijos. La tía María, que le decían la Panaera que tenía dos hijos y dos hijas. Una se casó y se fue a vivir a las Lagunillas. Cuando se casó la otra se fue a la Hoya de los Trevejiles y creo que los otros quedaron solteros. Estaba Santiago el Chico, que le decíamos así y tenía otros cuatro, dos mergizas y dos varones. También vivía allí Catalina Marín que tenía tres hijos y cuatro hijas. También se fueron por ahí lejos. Una de estas hijas queda en Cortijos Nuevos. En el cortijo de Isidro Marín, había siete hijos, dos del matrimonio, eran nueve y la abuela, diez.
“Esas casas que dices que hay en La Canalica, cuando yo estaba allí, no existían. Sólo el cortijo Grande del Maestro Parras, su mujer y sus hijos, cuando vivía toda la familia allí. La construcción era de un cortijo grande, de labranza y el cortijillo chico donde vivía Santiago Caro, de apodo “El Chico” y su mujer Victoria, con estas dos niñas gemelas que yo te cuento y otros niños más que tenían. Si desde aquellos tiempos han edificado más casas nuevas, no lo conozco yo porque cuando vivía en mi Soto, no existían”.
Es, por lo tanto, este punto, un balcón para terminar de gozar la ruta 1 y los paseos al El Chorreón y a Los Parrales. La carretera sigue adaptándose a la ladera, pero nosotros, metiéndonos por entre las páginas del libro del Soto de Arriba, escuchamos a María de la Cruz y de La Canalica, entre otras cosas, nos dice:
” Y esta mujer no sabía rezar el rosario. Pero su corazón, ella lo tenía puesto en Dios. Cuando mi abuela decía “Dios te salve María...” como no sabía contestar: “Santa María...” decía: “que no le pase ná a mi Juan a mi Modesto a mi Antonio y a mi Manuel”. Luego en la letanía, cuando se decía: “Ora pro nobis...”, como era antes, ella: “que no les pase ná, que no les pase ná...” Aquello, vamos, emocionante de oírla. Pues no les pasó nada. Cuando terminó la guerra, volvieron sus cuatro hijos. Los cuatro y a ninguno le pasó nada. Que dos viven todavía en la Canalica: Juan y Manuel. Allí a lo que se le tenía también mucha devoción era a la cruz. El día tres de mayo, casi en tos los cortijos, hacían una cruz y organizaban fiestas. La cruz de mayo era muy famosa por el lugar. Y luego la fiesta del pueblo, la patrona, Nuestra Señora de la Asunción y San Roque...
... En la llanura se juntaban mozos de la Fuente de la Higuera, de la Canalica, de la Laguna, del Baño, de Cañá Morales, acudían también, de los Parrales. De todos aquellos cortijos. Es que no sé por qué, si porque estaba precisamente a orilla del camino real, mi Soto era muy popular. Muy pasajero, de todo el mundo pasar por la puerta, el Soto era muy popular. Allí se juntaban todos los mozos a jugar a los bolos. Y a ambos lados del camino, los viejos y los chiquillos, mirando a los muchachos compitiendo con sus bolos”.
Sigue el camino, ciñéndose a la ladera, casi llano y siempre en la dirección en que se pone el sol. Y ya al frente, en la ladera, por debajo de un pico muy parecido a Monteagudo, pero mucho más pequeño y que está arropado de olivos hasta casi la misma cumbre, mirando al pantano, está Fuente de la Higuera. Es un bloque de casas, todas apiñadas y clavadas en las tierras, que se caen sin caerse y por eso asomadas como si todavía no se creyeran que lo del pantano sea real.
Se ve el artilugio de las placas solares y la carretera le llega suavemente. Desde aquí, la mejor vista para gozar y orientarse por todo este amplio rincón de la cola del pantano que se comió lo más fértil del pueblo de Hornos. Nada más llegar, la tarde que vine por aquí para empaparme más a fondo de estos rincones, me encontré con un señor algo mayor y al pararme, le pregunto:
- ¿Es esto Fuente de la Higuera?
Y me responde:
- Donde hay agua, higos y brevas.
Y al salir su señora, también le pregunto:
- ¿Qué sabes tú del Cortijo Soto de Arriba?
- ¡Madre mía! Si ahí me he criado yo.
Y sin querer ni pretenderlo, desde el balcón de la bella Fuente de la Higuera, nos metimos bajos las aguas del pantano y por entre las ruinas de aquel gran cortijo nos pusimos a jugar:
“Yo vivía en el Soto, enfrente de Mary Cruz. La casa de ella y la mía estaban así porque mi abuelo y su padre eran hermanos. Pues una distancia de Mary Cruz como desde aquí a esa cochera.
- ¿Y cómo era aquella niña?
- Mary Cruz era una maravilla. Era una niña bonita que siempre iba muy bien vestida. Entonces no se compraban las cosas como ahora, pero su abuela tenía unas manos que eran divinas. ¡Le hacía unos calcetines, calados y de colores, que eran preciosos! La niña, desde luego, era bonita, pero es que iba como una princesa.
- ¿Y tú jugaste con ella alguna vez?
- ¡Pues claro! Pero ella ha sido muy religiosa, siempre estaba con las estampas. Y es que la abuela era una persona muy especial y así salió aquella niña tan dulce que nunca se enfadaba, sin rabia ni pataleos. Vamos que era una niña maravillosa. Ya después no la he visto, pero siempre la planta desde chica crece.
La tarde es brillate y el sol cae sobre las azules aguas del Pantano. Desde estas casas de Fuente de la Higuera, balcón sobre el Valle perdido, se adivina aquel mundo sumergido para siempre en el gran lago de aguas color cielo. Mirándolo y mirándola a ella y con el recuerdo del Soto en mi mente, me digo que hay que ver cómo son las cosas y el tiempo resbalando por ellas. Y lo digo porque parece que después de tanto, lo único que al final queda, es aquello que pasado el sueño, permanece vivo.
“Y ya que te hablo de La Fuente de la Higuera, quiero decirte, una vez más, que allí vivían unas personas buenísimas y a todas las recuerdo perfectamente. Te puedo contar muchas vivencias y muy agradables como de todas las cosas y personas que conocí en mi Vega. Y aquello lo tengo muy andando porque unas veces subíamos por gusto y otras por aquello de las cartas de los soldados. De La Fuente de la Higuera, también había muchachos en la guerra. Concretamente al hermano Jacinto y a la hermana Paula, le mataron un hijo en la guerra que se llamaba Isidro.
Además de otras hijas que tenía, yo al que más recuerdo era a Domingo porque era muy amigo de mi hermano Angel. Quiero decirte que hasta esta pequeña aldea de mi tierra amada, llegó la tragedia de la guerra.
Recuerdo perfectamente al hermano Blas y a la hermana Ramona que es la que te conté que bailaba con tanta gracia aquel día tres de mayo. Esta señora y su marido, Blas, son los padres de Paulino el que se casó con mi prima Ramona como ya sabes. Recuerdo al hermano Eustaquio, a la hermana Piedad, el hermano Toribio, la hermana Ramona, el hermano Angel Hernández y su mujer Dionisia. Este matrimonio tenía varios hijos, pero hijas sólo una que se llamaba Lorenza y creo que todavía vive y se casó con Domingo, el hijo del hermano Jacinto y la hermana Paula. Todas estas personas eran bondadosísimas.
Seguro que nadie se acordará de mí, pero yo sí me acuerdo de ellos. Me dejaron mucha huella por lo buenos que eran todos conmigo. La huella que dejan las personas buenas que conoces, es para toda la eternidad”.
Al frente, un poco a la izquierda y hacia el norte, tenemos el muro del pantano, justo debajo de nosotros, el gran brazo de aguas azules y en su fondo, el cortijo Soto de Arriba, al frente y en la orilla opuesta, el cortijo de Los Parrales, más hacia la derecha y en la orilla, el cortijo de Montillana, siguiendo la misma orilla y subiendo hacia el pueblo de Hornos de Segura, el cortijo de El Chorreón, en esta dirección y siempre girando de izquierdas a derechas, al final de la gran cola, y sobre la imponente roca, el blanco pueblo de Hornos de Segura y si desde él nos venimos hacia nosotros, siguiendo el borde de las aguas, pero por el lado opuesto al del cortijo de Montillana, tenemos las aldeas del El Carrascal, La Platera, Hornos el Viejo y más próximo a nosotros, el viejo cortijo de Moreno, La Laguna , Los Baños, el Cortijo de Joaquín y volvemos otra vez al cortijo del Soto de Arriba, corazón de aquella Vega y ahora, de este trabajo. Y ya, y como dominando la expléndida visión, La Canalica y Fuente de la Higuera que es donde estamos.
La fragancia eterna:
Vino un tiempo esplendoroso y al explotar la primavera, la Vega se cubrió de hierba fina y los cerezos de los huertos, se llenaron de flores blancas, en cantidad tanta, que parecían una nevada intensa y las perdices, por las laderas, a todas horas desgranaban sus cantos y como el buen tiempo se prolongó y las lluvias llegaron tarde, la tierra se empezó a secar mientras las zarzas por los cibantos, echaban sus hojas nuevas.
Y una tarde de aquella primavera adelantada y toda esplendorosa aunque algo seca, se cubrió el cielo de nubes y al caer la noche, la lluvia fina regó la tierra y con las temperaturas cálidas de la noche negra, salieron los caracoles y de luces de teas encendidas se llenó toda la Vega y al salir el sol, al otro día por la mañana, sí era de verdad un ensueño ver tantas flores abiertas e impregnadas de gotitas transparentes y oliendo, todo el campo, a dulcísima esencia.
Y el joven, el que recorría la Vega soñando y esperaba a la otra primavera y tenía el corazón herido y temblaba de tanto miedo, se sentó bajo la encina a contemplar el momento mágico y a ver de qué manera encontraba un camino que le llevara al corazón del amor que le quemaba por dentro y otra vez, no encontró consuelo sino incertidumbre y mil destrozos en todo cuanto amaba con fuerza.
Y estando en esta angustia florecida de tan dulce primavera por la tierra que tanto ama, se dice que quizá una manera de encontrar algo de consuelo, sea concentrarse en los ojos y desde ahí, por las venas que llevan al alma, relajarse y lo mismo hacer con el aliento que por la nariz se le cuela y también con la garganta y luego con el corazón, que es donde está la fuente de los sueños y así de este modo, dejarse dormir sin dolor, en el fluir de la primavera “porque quizá sea este el camino que me hace esencia con las cosas y las fuentes que brotan en mi Vega”, se dice.
Y aquella mañana, la primavera dulce, estaba llenando la tierra y él sentado bajo la encina con su dolor doliendo y con su sueño bello, intentando hacerse fragancia con el latido de su amada Vega.
Más información de este Parque Natural en:
http://es.geocities.com/cas_orla/
Las fotos más bellas del Parque en TrekNature
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