OCHO RUTAS HISTORICAS LITERARIAS-2
Puente sobre el Río Hornos, Los Baños
2- Carril de tierra. Andando, bicicleta o coche.
Las distancia.
Siguiendo estrictamente el trazado del carril de tierra, con algún tramo asfaltado, el recorrido total es de ocho kilómetros seiscientos metros. Esto sólo hasta el punto de Los Baños y La Laguna.
El tiempo.
Si lo hacemos en coche y yendo despacio por lo mal que se encuentra el firme, podemos tardar quince o veinte minutos. Si el recorrido lo planeamos andado, que sería lo más emocionante, tardaremos entre una hora treinta minutos a una hora y tres cuartos.
El Camino.
Justo al cruzar el puente sobre el río Hornos, kilómetro diez cien desde el muro, se desvía la ruta que discurre asfaltada hasta un poco antes del arroyo de los Saleros. Desde este punto hasta los antiguos baños, hoy La Laguna, es pista de tierra con baches y barro en invierno. Este recorrido y hasta la altura de la aldea de Hornos el Viejo, discurre encajado en la vía pecuaria, con categoría de cordel que viene desde los Campos de Hernán Pelea y por Beas, sale hacia las tierras de Sierra Morena. El nombre que corresponde a este tramo es el de “Cordel de Hornos el Viejo”.
El paisaje.
Por donde discurre esta ruta es un paraje de los más deliciosos, sobre todo en invierno y en la primavera. Coronando y a la izquierda y sobre la roca, el bello pueblo de Hornos y las laderas hacia el pico de Monteagudo, toda poblada de extensos pinares. A la derecha, los arroyuelos que van muriendo en las aguas del pantano. Varios de estos rincones se describen en el libro “En las Aguas del Pantano del Tranco”.
Lo que hay ahora.
A la derecha de la carretera que traemos hacia el pueblo de Hornos, es donde se desvía el carril de tierra que va a los Baños y Fuente de la Higuera. En el punto cero, una gran encina a la derecha, nos saluda con la solemnidad de su espera y silencio contenido. Las ovejas pastando junto a las tierras del río Hornos. Todavía por aquí quedan tierras fuera de las aguas del pantano. A la derecha y sobre la llanura, un rodal de álamos y muchos majuelos.
A cien metros atravesamos el gran arroyo que se llamó, en otros tiempos, del Aceite y ahora se le conoce por el arroyo de la Garganta, en la parte alta y de Los Molinos, este tramo final. Baja el cauce desde las mismas cumbres de las laderas sur del pico Yelmo y en cuanto comienza a descender, que es por donde ahora discurre la carretera que lleva a Pontones, una aldea abandonada con el mismo nombre: “La Garganta”. Algo más abajo está Capellanía y luego el precioso charco de aguas claras donde en verano se bañan los habitantes del pueblo de Hornos. También es conocido este cauce con el nombre de arroyo de los Molinos por haberlos tenido en otros tiempos. Dos y a la altura en que ahora lo cruza la carretera que sube a Hornos.
Trae mucha agua y el puente casi remite a los primeros que por estas sierras se construyeron. Al atravesarlo, arriba y a la izquierda, sobre la robusta roca, las casas blancas del precioso pueblo de Hornos. Discurre la carretera, estrecha y aunque asfaltada, con muchos baches, por una pequeña llanura. Cuando llueve, todo está lleno de agua y es casi imposible pasar por ella a no ser con algún coche grande o andado. Y cuando no llueve, sigue teniendo los mismos baches y con mucho polvo.
La ladera a la izquierda con algunos olivos asilvestrados, entre carrascas y a la derecha, la vega que va a ir cortando el río Hornos mientras discurre buscando la cola del pantano. Por aquí cruzaba el camino que en aquellos tiempos salía desde esta Vega y por aquí fue donde aquella niña Maricruz, lloraba montado en el mulo y con la vista puesta en el precioso pueblo de la roca, mientras se alejaba de sus raíces y su amada tierra.
Algunas de las amarcigas de álamos, fueron cortadas no hace mucho. A quinientos metros de la salida, una vaguada muy hermosa. Y si miramos hacia la izquierda, en todo lo alto, el blanco pueblo que pareciera dormir o quizá esperar. Cae un arroyo que se abre en una llanura grande y las laderas todas repletas de olivares. Y la tierra llana, cubierta de una vistosa capa de hierba verde. Pegando al río, muchos tarayes. Al fondo, remontando una cuestecilla, las aguas del pantano irisadas por el suave vientecillo que corre y como les da el sol de la tarde que está cayendo, brillan pero con un destello distinto a como lo hacían esta mañana. Es como un gran espejo líquido que estuviera todo encendido y haciéndose viento con la leve brisa que pasa.
A la izquierda, una pequeña llanura con algunos olivos asilvestrados entre juncos y mucha hierba fresca. Al otro lado, una ladera de olivos y enseguida un pequeño bosquecillo de pinos repoblados. Recorrer este camino a pie, también es muy bonito e ir bajando despacio para que se nos meta el misterio dentro. Se van alternando los olivos y los pinos, con las retamas y algunas carrascas y en todos los casos, siempre mucha hierba como señal de la fertilidad de estas tierras.
Algunas que otras encinas viejas, la luz de la tarde que le cae de lleno y el imperceptible murmullo de la solitaria tierra. Justo en el kilómetro uno quinientos, hay una llanura muy amplia por donde recta avanza la carretera y por el lado de la derecha, se ensancha más. Toda cubierta de hierba con la apariencia de haber nacido esta noche misma por lo intenso de su verde. Al final de ella, antes de la curva, un rodal de olivos muy buenos. Se abre la curva a la derecha y luego a la izquierda y remonta por entre un collado menor. Se estrecha el valle y a un lado y otro, las dos laderas que lo van recogiendo y repletas de retamas, mucha hierba, carrascas, olivos y algunos pinos.
Remontamos y al volcar, enseguida cae una cuesta bastante larga y a los lados, olivos. Al frente, en el barranco de un arroyuelo que baja de las laderas donde se asienta Hornos, un rodal de pinos altos y espesos. Es ahora la época de la poda para los olivos. Por todas estas laderas y barrancos, además de verse y oírse las motosierras, los tractores y con sus remolques y mucho personal en la faena, se ven mil chorros de humo blanco que salen de entre cualquiera de estos olivares. Son los despojos de la poda que arden en cualquiera de las mil lumbres que los mismos trabajadores encienden entre los olivares para quemarlos.
Se ven las ramas por el suelo y en algunos sitios, además del humo elevándose por el aire, se ven los restos de lumbres. Justo al terminarse la cuesta, antes de cruzar el arroyo, se acaba el endeble asfalto que le pusieron a esta casi olvidada carretera. Es el kilómetro dos cien. Empiezan los baches. El arroyuelo, como si fuera pura llanura con mucha hierba y el bosque de pinos espesos. Hasta Fuente de la Higuera, el camino es todo de tierra y, como decía antes, con muchos agujeros y profundos.
Justo al terminar el asfalto, a la derecha se aparta un camino y sube por la ladera a un cortijo que se ve sobre lo más elevado del cerro. Según tengo entendido, esta construcción se asienta sobre la Loma Alcanta, que quiere decir Alcántara y es el cortijo de Joaquín. En la casa, todavía viven personas y al mirarlo y mirar el arroyo, descubro que sólo unos metros después de cruzar la pista, ya aparecen las aguas del pantano. Como ahora está tan rebosantes, todas las entradas de los arroyos y ríos que les llegan desde las laderas, son como pequeñas colas de este inmenso mar.
Por muchas de estas colas repletas de aguas transparentes y también tupidas de tarayes y zarzas, las personas de los pueblos cercanos, vienen a pescar. Giramos una curva hacia la izquierda y aquí, con mayor esplendor y claridad, la cola del pantano. Se introduce por la cuenca del arroyo de la Cuesta de la Escalera dándose la mano con el camino que recorremos. Este cauce también fue conocido por aquellos serranos por el de Los Saleros. Las piscinas donde se evaporaba el agua para dejar la blanca sal, las veremos en un instante. Casi hasta ellas llegan las aguas remansadas.
De aquella sal, buena y gruesa, se surtían casi todos los habitantes de los cortijos que se asentaban en la vega que ahora cubren las aguas. Con ella salaban las carnes de las matanzas y con ella condimentaban los variados guisos y comidas. En otros tiempos, las salinas de Hornos, eran conocidas por todos estos contornos y se valoraban como algo de mucha importancia.
Justo en el kilómetro dos ochocientos, a la izquierda y por donde la cola del pantano se va introduciendo en la cuenca del arroyo, se ven las ruinas de aquellas piscinas. Los manantiales están a nuestra izquierda y bastante remontados en la ladera y barranco hacia el pueblo de Hornos de Segura. Todavía se mantiene en pie el viejo cortijo donde se recogía la sal y luego se vendía. Allí mismo existen más piscinas y una alberca tallada en la tierra a donde caen el chorrillo de agua que brota de la tierra. Este verano pasado, recogí yo de ese lugar, buenos puñados de sal fina. La mejor porque es la que se cuaja, en forma de chuzo, al caer las gotas por las canales de madera que allí se pudren.
El arroyo este también trae mucha agua. Lo atraviesa un puente y ahora recuerdo que al lado izquierdo, siguiendo su cauce, enseguida hay una gran llanura todavía con los árboles de aquellas magníficas huertas, perales, parras, manzanos, granados, membrillos, y al final y pegando al cauce, la construcción de uno de aquellos viejos molinos de trigo. A él acudían muchos de los habitantes de los cortijos de la vega para moler su trigo y de esa harina, cocer su pan en los hornos de leña en cada una de las casas.
Ya no es molino sino casa de recreo de alguien que tampoco es de estas sierras. Pero se conservan casi todas aquellas construcciones y el precioso rincón repleto de vegetación y abundante agua. El alma se inquieta sólo notar la presencia de la tierra muda y en ella, aquella esencia viva.
Sólo cruzar el arroyo, una curva a la derecha, muchos baches y enseguida remontamos una cuesta. Al subir, una llanura que se prolonga hacia el lado de El Chorreón. Al frente se ve la gran cola del pantano que va penetrando en las tierras que desde la Vega, se escapan hacia los extremos.
A derecha y a izquierda, según bajamos después de un puntalillo cubierto de muchas retamas y pinos, nos rebosa la tierra con sus mil matas de tomillo aceitunero. Estas plantas pequeñas y la mejorana junto con la espesura de los pinos, perfuman el viento de la tarde y los rayos de sol que besa la tierra. Las aguas del pantano que se ven aquí mismo y bajamos hacia otro arroyuelo que se encuentra justo en el kilómetro tres seiscientos.
Lo cruzamos y de nuevo al remontar, nos saludan los espesos pinos carrascos a un lado y otro. No estoy seguro que por aquí mismo viniera aquel camino real que atravesaba la Vega y subía hasta Hornos. Pero en todo caso, si no era por este mismo trazado, seguro que sí atravesaba casi los mismos parajes. Y claro que parece como si ellos, montados en sus burros o mulos, fueran a presentarse en cualquier momento y detrás de cualquiera de estas muchas curvas y cerrillos.
En el kilómetro tres setecientos justo hay una curva que gira a la izquierda y desde aquí, una vista preciosa sobre el cortijo de la Loma de Alcanta y el pueblo de Hornos de Segura. A la izquierda, el pantano que nos va continuamente acompañando y mientras salimos del barranco del la Cuesta de la Escalera que es por donde se ha originado esta preciosa cola.
A la izquierda, las retamas adornadas con sus mil florecillas amarillas oro que al ser iluminadas por el sol de la tarde, parecen como si ardieran. ¡Qué colores más bonitos nos presenta la naturaleza en las plantas más insignificantes y donde menos lo esperamos! Como si cualquier tallo fuera la plenitud total de la Creación o como si hacia ella confluyeran todas las ciencias y todos los ríos del tiempo para mantenerla con el vigor y frescura de lo que es único y no tiene otro igual.
Y el pueblo de Hornos a la derecha, remontado sobre la roca con el sol de la tarde chorreándole amorosamente. ¡Qué espectáculo en cualquiera de los rincones o matices en que los ojos se paren! ¡Qué sencillo y pequeño todo cuanto a un lado y otro aparece y qué sensación de plenitud y exuberancia!
Justo en el kilómetro cuatro doscientos, remonta la pista un poquito por entre un bosque de pinos y las aguas del pantano, muy cerca. Cuatro trescientos y remontamos un puntalillos donde hay unas olivas todavía pequeñas y gira a la izquierda. Se ve ya Monteagudo al frente y como surgiendo de la profunda sierra. La cola del pantano pareciera que brotara de las entrañas del mismo cerro. Más al fondo y a la derecha, el centro donde fueron las juntas de los ríos cuando las aguas del pantano relucían por su ausencia.
Bajamos y una extensa llanura con el mismo mágico vestido de belleza que he visto tantas veces. Kilómetro cuatro ochocientos y cruzamos un arroyuelo. Al frente y a la izquierda, el cortijo que tanto me impresiona cada vez que lo veo. Todavía no sé quién vive en él a pesar de que esta tarde, una mujer mayor barre la entrada. Me entran ganas de parar y acercarme para preguntar por algunas de los millones de dudas e ignorancias que sobre esta sierra me acompañan en cada momento. Pero no paro. Sigo y me voy diciendo que volveré otro día pero ¿será ya tarde?
Otra llanura y llena de viejas encinas. Kilómetro cinco y tenemos una señal de stop. Justo es aquí donde se junta el trozo de pista que desde Hornos de Segura, pasa por la Platera y el Carrascal y continua en la dirección que llevamos. A partir de este empalme, los agujeros en el firme, ya no son tantos y la pista hasta se ensancha. A lo largo del año, la arreglan varias veces porque las personas de las aldeas que tenemos al final, tienen que usarla para comunicarse con el resto del mundo.
Cinco seiscientos y tenemos una curva a la derecha y las aguas de este hermano charco artificial, nos quedan casi al alcance de las manos. Al frente se ve con toda claridad las ruinas de El Chorreón. Al dar la curva, desde lo hondo, nos sigue saludando Monteagudo. Por el lado que le vamos entrando, se derrama la sombra de la tarde y así parece más misterioso.
Siete doscientos y de continuo nos va acompañando, por la derecha, el bosque de pinos y las aguas del pantano. A la izquierda los olivares. Al frente aparece, siempre esbelto y profundo, el pico de Monteagudo. Toda la ladera sembrada de olivos y de la mitad hasta la cumbre, el espeso bosque de monte virgen. Un día recorrí ese bosque y por eso sé ahora que ahí crecen las madroñeras, lentiscos, cornicabra, muchos enebros y sabinas y sobre todo pinos y zarzas.
En todo lo alto del pico de Monteagudo, que es un cono que acaba cortado en horizontal, en la pura roca que emerge como en un volcán hacia las nubes. En esa explanada podrían aterrizar los helicópteros, si fuera necesario pero las muchas rocas quebradas y grietas que ahí se abren, lo impedirían. En el libro del Soto de Arriba, se habla profusamente de este pico y la excursión que al final de la guerra, los vecinos de este cortijo hicieron a rezar el rosario para dar gracias.
La ladera que se derrama hacia los Baños, está poblada de unas piedras que nunca he visto en ninguna otra parte de estas sierras. Parecen de origen volcánico. Muy irregulares, negras y duras como el mismo pedernal. Toda la ladera. Nunca he visto yo piedras iguales por ningún sitio. Y por esto, hasta me he dicho, en alguna ocasión, que las aguas calientes que afloran por el manantial de Los Baños, ¿no podrían pasar por alguna fuente de calor en la profunda tierra? ¿No hay por aquí alguna actividad volcánica?
En realidad, la cúspide de Monteagudo, es como si fuera una columna de rocas surgida desde el vientre de la tierra. Como si fuera una chimenea volcánica. Kilómetro ocho quinientos y tenemos el final de nuestra ruta, Fuente de la Higuera, que no es la aldea sino una zona de acampada libre que junto al ojo de la Laguna y por el cerrillo de Los Baños, montaron. Hay un mechón de pinos y muchos tarayes que ahora cubren las aguas del pantano y por eso, las tierras donde se instalaban los que venían a acampar, quedan por completo cubiertas.
Kilómetro ocho seiscientos y ya estamos en el punto exacto. Nos saluda el bosque de pinos y la fuente de piedra que fabricaron para que los campistas tuvieran agua. No brota aquí este manantial sino bastante más arriba y en el arroyo de Los Baños. Desde ese rincón se la traen hasta este punto metida en su tubo de plástico negro. También las hornillas ahora solitarias y el canto de muchos pajarillos. La isla de La Laguna, la tenemos al alcance de la mano. Es justo el cerro donde estuvo construido el cortijo Moreno.
Vi yo que el otro invierno pusieron por aquí una cerca de palos alrededor de las aguas de La Laguna para evitar que las personas se metiera y cayeran. Ahora descubro que no hacen falta. La Laguna queda por completo cubiertas por las aguas y también las ruinas de los viejos baños. ¡Lo que ha subido este pantano en estos dos últimos años! Y lo digo porque yo lo tengo recorrido y hasta me he bañado en la vieja bañera que todavía queda de aquel balneario.
En el libro inédito “Desde el Embalse del Tranco del Alto Guadalquivir”, del mismo autor que esta guía, se dice: “Según las noticias que me estás dando descubro que ese lugar fue un verdadero mundo lleno de vida y riqueza pero me queda por ahí la confusión del balneario. ¿Hubo o no balneario en algún lugar de esa llanura?
- Sí que hubo balneario por esos llanos y eso en los textos antiguos puedes leerlo pero no se encontraba por esta parte de El Chorreón.
- ¿Por dónde estaba?
- ¿Tú conoces el “Ojo de la Laguna?”.
- ¿Te refieres a ese charco de agua turbia que hay cerca de Fuente de la Higuera?
- Allí donde todavía sigue funcionando la única zona de acampada libre que existe en el Parque, ahí mismo se encuentra lo que nosotros llamamos el “Ojo de la Laguna”.
- Pues sí la conozco. Varias veces he ido por el lugar porque con esa laguna me pasa como con las ruinas de El Chorreón, me tiene fascinado.
- Pues allí mismo, doscientos metros más abajo aún se ven las ruinas de lo que fueron “Los Baños”, que es como por aquí nosotros siempre hemos llamado a ese rincón.
- ¿ Y por qué dejaron eso?
- Tú tendrías que saber que esos baños son muy antiguos y aunque ya antes de la construcción del pantano no funcionaban plenamente, a partir de cuando el pantano se llenó, todo quedó cubierto bajo sus aguas. Dicen que el agua de esos baños es una de las mejores del mundo porque las han llevado a Madrid y todo y dicen que van a sacarlos de esa zona a un lugar donde el agua del pantano no llegue para poner en funcionamiento otra vez esos baños pero la verdad es que yo no sé si eso será posible y el dinero que pueda costar. Quizá si ese proyecto, casi sueño se hiciera real, podría ser bueno para este pueblo mío, porque fíjate que teniendo como tenemos estas y otras cosas tan buenas, casi únicas en el mundo entero, nadie le da importancia y ahí se pudren sin aportar ningún beneficia a la sociedad y menos a los pobladores de estas tierras. Quizá ese decir se quede en lo que se quedan tantas otras cosas que también dicen. Sería estupendo ¿Verdad?
- Sí que lo sería y por eso hay que esperar a ver si al final salen adelante estos proyectos que dicen pero la verdad es que yo todavía no he terminado con la aclaración de estas dudas mías”.
Al pasar esta tarde por aquí recuerdo como fueron los primeros tiempos de los baños: “Esto era una familia que había en los Baños de la laguna. Se dedicaron a hacer casetas y bañarse. Sus casetas con sus pilas. A ese lugar acudían las personas para bañarse. Uno de la Canalica bajó porque estaba perdió de reuma y hasta con la cabeza torcida. A los tres días de bajar ya volvió con su propio pie. Siguió bajando hasta siete veces. Ya no tuvo que volver más. Se curó por completo.
En aquellas fechas a los baños acudían muchas personas de todos estos pueblos cercanos y también de los pueblos de la Loma de Úbeda. Estos baños parecían una feria. Y encima de que tenían muchas casetas para dormir, cerca de los baños, crecían cuatro robles gigantes. En las sombras de estos árboles sesteaban muchas de las personas que acudían a los baños en busca de remedio para sus enfermedades. Al mismo tiempo, como aquello parecía una feria, se formaban sus bailes. Tocaban con una guitarra que tenía una sola cuerda. Otras veces acudían a la gramola que tenían allí. Por los cortijos de la Vega de Hornos todo el mundo oía que en los baños, toda aquellas personas que acudían a quitarse el reuma, allí se la dejaban. Y los de la Vega dijeron:
- Y no nosotros que estamos aquí cerquita ¿por qué no vamos a los baños?
De muchos cortijos de la Vega acudieron a los baños y en aquellas aguas se dejaron también su reuma.
Cuando se iba la gente de los baños, las personas del Soto, de Fuente de la Higuera, de la Platera y de Hornos, acudíamos a los bailes que por todos esos cortijos se formaban. Todas las noches estábamos sino en un lado, en otro. Pero a base de buenos bailes y no lo que hay ahora. Lo de antes era mejor que lo de ahora. En aquellos bailes se cantaban coplas como la que dice:
Montillana y los Parrales,
la Laguna y la Platera,
Hornos y Cañá Morales,
Cortijos Nuevos y Orcera,
la Puerta y los Ventiscales.
La fragancia eterna.
Es por la mañana y aunque la tierra de la ladera y la sombra de las encinas que se derrama en ella, es la misma del día anterior y la de hace cien primaveras, por ella hoy duermen los caminos que llevan al centro de la emoción que sabe a tristeza y por ella, baja el pastor detrás de sus blancas ovejas que corren buscando las bellotas y como la tierra hoy sí tiene sabor a hiel y a esencia, él habla y les dice, a las tres que por su lado se quedan:
- Vosotras comeros estas bellotas que voy cortando de las ramas y pongo sobre la tierra que ya veréis como os saben a gloria y os alimentan.
Y mientras desciende por la pendiente que precede al Valle, de las ramas viejas y de las bajeras de las encinas, arranca las bellotas y a puñados, las va soltando en el pasto y entre la hierba que ya comienza a brotar y las ovejas se las comen mientras las otras ya se han perdido por entre las sombras densas de las tierras llanas que es hacia donde vienen bajando porque es por ahí por donde está el calor del corazón y como ahora él siente el cansancio, la confusión y la tristeza, otra vez habla con ellas y les dice, mientras se comen su bellotas:
- Cuando ya por fin sea viejo ¿quién se acordará de mí y quién me dará una mano para que me apoye, al bajar por esta ladera y quién me dará el cariño que necesito y en el rincón tranquilo de mi casa pobre y quién se encargará de prestar su cuidado a los tomates de mi huerto y a vosotras mi ovejas?
Y como en la mañana clara, el mundo entero parece confluir hacia el centro del Valle que es por donde se celebra la fiesta, sigue descendiendo los caminos que vienen desde todos los extremos y al llegar a la curva del arroyo, se tropieza con la abuela que también camina encorvada y mientras da sus pasos torpes y reza, viene pronunciando el dolor que dentro le quema:
- Al encuentro de la última fiesta en este Valle pero es necesario para que, aunque ya seamos extraños en la propia tierra, nos quedemos abrazados y envueltos en la fragancia eterna.
Y el Valle, como callado y rebosando casi de la misma angustia que en sus corazones ellos llevan y los caminos fluyendo por donde manan las fuentes y todo, como en su espera y como es por la mañana, unos a otros se dicen que todavía hoy tienen tiempo de juntarse y rezar y charlar y contarse las cosas que en sus almas les inquieta aunque todo esté tan claro que fluya como un río inmenso pero no de aguas limpias, sino de amarga tristeza.
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Las distancia.
Siguiendo estrictamente el trazado del carril de tierra, con algún tramo asfaltado, el recorrido total es de ocho kilómetros seiscientos metros. Esto sólo hasta el punto de Los Baños y La Laguna.
El tiempo.
Si lo hacemos en coche y yendo despacio por lo mal que se encuentra el firme, podemos tardar quince o veinte minutos. Si el recorrido lo planeamos andado, que sería lo más emocionante, tardaremos entre una hora treinta minutos a una hora y tres cuartos.
El Camino.
Justo al cruzar el puente sobre el río Hornos, kilómetro diez cien desde el muro, se desvía la ruta que discurre asfaltada hasta un poco antes del arroyo de los Saleros. Desde este punto hasta los antiguos baños, hoy La Laguna, es pista de tierra con baches y barro en invierno. Este recorrido y hasta la altura de la aldea de Hornos el Viejo, discurre encajado en la vía pecuaria, con categoría de cordel que viene desde los Campos de Hernán Pelea y por Beas, sale hacia las tierras de Sierra Morena. El nombre que corresponde a este tramo es el de “Cordel de Hornos el Viejo”.
El paisaje.
Por donde discurre esta ruta es un paraje de los más deliciosos, sobre todo en invierno y en la primavera. Coronando y a la izquierda y sobre la roca, el bello pueblo de Hornos y las laderas hacia el pico de Monteagudo, toda poblada de extensos pinares. A la derecha, los arroyuelos que van muriendo en las aguas del pantano. Varios de estos rincones se describen en el libro “En las Aguas del Pantano del Tranco”.
Lo que hay ahora.
A la derecha de la carretera que traemos hacia el pueblo de Hornos, es donde se desvía el carril de tierra que va a los Baños y Fuente de la Higuera. En el punto cero, una gran encina a la derecha, nos saluda con la solemnidad de su espera y silencio contenido. Las ovejas pastando junto a las tierras del río Hornos. Todavía por aquí quedan tierras fuera de las aguas del pantano. A la derecha y sobre la llanura, un rodal de álamos y muchos majuelos.
A cien metros atravesamos el gran arroyo que se llamó, en otros tiempos, del Aceite y ahora se le conoce por el arroyo de la Garganta, en la parte alta y de Los Molinos, este tramo final. Baja el cauce desde las mismas cumbres de las laderas sur del pico Yelmo y en cuanto comienza a descender, que es por donde ahora discurre la carretera que lleva a Pontones, una aldea abandonada con el mismo nombre: “La Garganta”. Algo más abajo está Capellanía y luego el precioso charco de aguas claras donde en verano se bañan los habitantes del pueblo de Hornos. También es conocido este cauce con el nombre de arroyo de los Molinos por haberlos tenido en otros tiempos. Dos y a la altura en que ahora lo cruza la carretera que sube a Hornos.
Trae mucha agua y el puente casi remite a los primeros que por estas sierras se construyeron. Al atravesarlo, arriba y a la izquierda, sobre la robusta roca, las casas blancas del precioso pueblo de Hornos. Discurre la carretera, estrecha y aunque asfaltada, con muchos baches, por una pequeña llanura. Cuando llueve, todo está lleno de agua y es casi imposible pasar por ella a no ser con algún coche grande o andado. Y cuando no llueve, sigue teniendo los mismos baches y con mucho polvo.
La ladera a la izquierda con algunos olivos asilvestrados, entre carrascas y a la derecha, la vega que va a ir cortando el río Hornos mientras discurre buscando la cola del pantano. Por aquí cruzaba el camino que en aquellos tiempos salía desde esta Vega y por aquí fue donde aquella niña Maricruz, lloraba montado en el mulo y con la vista puesta en el precioso pueblo de la roca, mientras se alejaba de sus raíces y su amada tierra.
Algunas de las amarcigas de álamos, fueron cortadas no hace mucho. A quinientos metros de la salida, una vaguada muy hermosa. Y si miramos hacia la izquierda, en todo lo alto, el blanco pueblo que pareciera dormir o quizá esperar. Cae un arroyo que se abre en una llanura grande y las laderas todas repletas de olivares. Y la tierra llana, cubierta de una vistosa capa de hierba verde. Pegando al río, muchos tarayes. Al fondo, remontando una cuestecilla, las aguas del pantano irisadas por el suave vientecillo que corre y como les da el sol de la tarde que está cayendo, brillan pero con un destello distinto a como lo hacían esta mañana. Es como un gran espejo líquido que estuviera todo encendido y haciéndose viento con la leve brisa que pasa.
A la izquierda, una pequeña llanura con algunos olivos asilvestrados entre juncos y mucha hierba fresca. Al otro lado, una ladera de olivos y enseguida un pequeño bosquecillo de pinos repoblados. Recorrer este camino a pie, también es muy bonito e ir bajando despacio para que se nos meta el misterio dentro. Se van alternando los olivos y los pinos, con las retamas y algunas carrascas y en todos los casos, siempre mucha hierba como señal de la fertilidad de estas tierras.
Algunas que otras encinas viejas, la luz de la tarde que le cae de lleno y el imperceptible murmullo de la solitaria tierra. Justo en el kilómetro uno quinientos, hay una llanura muy amplia por donde recta avanza la carretera y por el lado de la derecha, se ensancha más. Toda cubierta de hierba con la apariencia de haber nacido esta noche misma por lo intenso de su verde. Al final de ella, antes de la curva, un rodal de olivos muy buenos. Se abre la curva a la derecha y luego a la izquierda y remonta por entre un collado menor. Se estrecha el valle y a un lado y otro, las dos laderas que lo van recogiendo y repletas de retamas, mucha hierba, carrascas, olivos y algunos pinos.
Remontamos y al volcar, enseguida cae una cuesta bastante larga y a los lados, olivos. Al frente, en el barranco de un arroyuelo que baja de las laderas donde se asienta Hornos, un rodal de pinos altos y espesos. Es ahora la época de la poda para los olivos. Por todas estas laderas y barrancos, además de verse y oírse las motosierras, los tractores y con sus remolques y mucho personal en la faena, se ven mil chorros de humo blanco que salen de entre cualquiera de estos olivares. Son los despojos de la poda que arden en cualquiera de las mil lumbres que los mismos trabajadores encienden entre los olivares para quemarlos.
Se ven las ramas por el suelo y en algunos sitios, además del humo elevándose por el aire, se ven los restos de lumbres. Justo al terminarse la cuesta, antes de cruzar el arroyo, se acaba el endeble asfalto que le pusieron a esta casi olvidada carretera. Es el kilómetro dos cien. Empiezan los baches. El arroyuelo, como si fuera pura llanura con mucha hierba y el bosque de pinos espesos. Hasta Fuente de la Higuera, el camino es todo de tierra y, como decía antes, con muchos agujeros y profundos.
Justo al terminar el asfalto, a la derecha se aparta un camino y sube por la ladera a un cortijo que se ve sobre lo más elevado del cerro. Según tengo entendido, esta construcción se asienta sobre la Loma Alcanta, que quiere decir Alcántara y es el cortijo de Joaquín. En la casa, todavía viven personas y al mirarlo y mirar el arroyo, descubro que sólo unos metros después de cruzar la pista, ya aparecen las aguas del pantano. Como ahora está tan rebosantes, todas las entradas de los arroyos y ríos que les llegan desde las laderas, son como pequeñas colas de este inmenso mar.
Por muchas de estas colas repletas de aguas transparentes y también tupidas de tarayes y zarzas, las personas de los pueblos cercanos, vienen a pescar. Giramos una curva hacia la izquierda y aquí, con mayor esplendor y claridad, la cola del pantano. Se introduce por la cuenca del arroyo de la Cuesta de la Escalera dándose la mano con el camino que recorremos. Este cauce también fue conocido por aquellos serranos por el de Los Saleros. Las piscinas donde se evaporaba el agua para dejar la blanca sal, las veremos en un instante. Casi hasta ellas llegan las aguas remansadas.
De aquella sal, buena y gruesa, se surtían casi todos los habitantes de los cortijos que se asentaban en la vega que ahora cubren las aguas. Con ella salaban las carnes de las matanzas y con ella condimentaban los variados guisos y comidas. En otros tiempos, las salinas de Hornos, eran conocidas por todos estos contornos y se valoraban como algo de mucha importancia.
Justo en el kilómetro dos ochocientos, a la izquierda y por donde la cola del pantano se va introduciendo en la cuenca del arroyo, se ven las ruinas de aquellas piscinas. Los manantiales están a nuestra izquierda y bastante remontados en la ladera y barranco hacia el pueblo de Hornos de Segura. Todavía se mantiene en pie el viejo cortijo donde se recogía la sal y luego se vendía. Allí mismo existen más piscinas y una alberca tallada en la tierra a donde caen el chorrillo de agua que brota de la tierra. Este verano pasado, recogí yo de ese lugar, buenos puñados de sal fina. La mejor porque es la que se cuaja, en forma de chuzo, al caer las gotas por las canales de madera que allí se pudren.
El arroyo este también trae mucha agua. Lo atraviesa un puente y ahora recuerdo que al lado izquierdo, siguiendo su cauce, enseguida hay una gran llanura todavía con los árboles de aquellas magníficas huertas, perales, parras, manzanos, granados, membrillos, y al final y pegando al cauce, la construcción de uno de aquellos viejos molinos de trigo. A él acudían muchos de los habitantes de los cortijos de la vega para moler su trigo y de esa harina, cocer su pan en los hornos de leña en cada una de las casas.
Ya no es molino sino casa de recreo de alguien que tampoco es de estas sierras. Pero se conservan casi todas aquellas construcciones y el precioso rincón repleto de vegetación y abundante agua. El alma se inquieta sólo notar la presencia de la tierra muda y en ella, aquella esencia viva.
Sólo cruzar el arroyo, una curva a la derecha, muchos baches y enseguida remontamos una cuesta. Al subir, una llanura que se prolonga hacia el lado de El Chorreón. Al frente se ve la gran cola del pantano que va penetrando en las tierras que desde la Vega, se escapan hacia los extremos.
A derecha y a izquierda, según bajamos después de un puntalillo cubierto de muchas retamas y pinos, nos rebosa la tierra con sus mil matas de tomillo aceitunero. Estas plantas pequeñas y la mejorana junto con la espesura de los pinos, perfuman el viento de la tarde y los rayos de sol que besa la tierra. Las aguas del pantano que se ven aquí mismo y bajamos hacia otro arroyuelo que se encuentra justo en el kilómetro tres seiscientos.
Lo cruzamos y de nuevo al remontar, nos saludan los espesos pinos carrascos a un lado y otro. No estoy seguro que por aquí mismo viniera aquel camino real que atravesaba la Vega y subía hasta Hornos. Pero en todo caso, si no era por este mismo trazado, seguro que sí atravesaba casi los mismos parajes. Y claro que parece como si ellos, montados en sus burros o mulos, fueran a presentarse en cualquier momento y detrás de cualquiera de estas muchas curvas y cerrillos.
En el kilómetro tres setecientos justo hay una curva que gira a la izquierda y desde aquí, una vista preciosa sobre el cortijo de la Loma de Alcanta y el pueblo de Hornos de Segura. A la izquierda, el pantano que nos va continuamente acompañando y mientras salimos del barranco del la Cuesta de la Escalera que es por donde se ha originado esta preciosa cola.
A la izquierda, las retamas adornadas con sus mil florecillas amarillas oro que al ser iluminadas por el sol de la tarde, parecen como si ardieran. ¡Qué colores más bonitos nos presenta la naturaleza en las plantas más insignificantes y donde menos lo esperamos! Como si cualquier tallo fuera la plenitud total de la Creación o como si hacia ella confluyeran todas las ciencias y todos los ríos del tiempo para mantenerla con el vigor y frescura de lo que es único y no tiene otro igual.
Y el pueblo de Hornos a la derecha, remontado sobre la roca con el sol de la tarde chorreándole amorosamente. ¡Qué espectáculo en cualquiera de los rincones o matices en que los ojos se paren! ¡Qué sencillo y pequeño todo cuanto a un lado y otro aparece y qué sensación de plenitud y exuberancia!
Justo en el kilómetro cuatro doscientos, remonta la pista un poquito por entre un bosque de pinos y las aguas del pantano, muy cerca. Cuatro trescientos y remontamos un puntalillos donde hay unas olivas todavía pequeñas y gira a la izquierda. Se ve ya Monteagudo al frente y como surgiendo de la profunda sierra. La cola del pantano pareciera que brotara de las entrañas del mismo cerro. Más al fondo y a la derecha, el centro donde fueron las juntas de los ríos cuando las aguas del pantano relucían por su ausencia.
Bajamos y una extensa llanura con el mismo mágico vestido de belleza que he visto tantas veces. Kilómetro cuatro ochocientos y cruzamos un arroyuelo. Al frente y a la izquierda, el cortijo que tanto me impresiona cada vez que lo veo. Todavía no sé quién vive en él a pesar de que esta tarde, una mujer mayor barre la entrada. Me entran ganas de parar y acercarme para preguntar por algunas de los millones de dudas e ignorancias que sobre esta sierra me acompañan en cada momento. Pero no paro. Sigo y me voy diciendo que volveré otro día pero ¿será ya tarde?
Otra llanura y llena de viejas encinas. Kilómetro cinco y tenemos una señal de stop. Justo es aquí donde se junta el trozo de pista que desde Hornos de Segura, pasa por la Platera y el Carrascal y continua en la dirección que llevamos. A partir de este empalme, los agujeros en el firme, ya no son tantos y la pista hasta se ensancha. A lo largo del año, la arreglan varias veces porque las personas de las aldeas que tenemos al final, tienen que usarla para comunicarse con el resto del mundo.
Cinco seiscientos y tenemos una curva a la derecha y las aguas de este hermano charco artificial, nos quedan casi al alcance de las manos. Al frente se ve con toda claridad las ruinas de El Chorreón. Al dar la curva, desde lo hondo, nos sigue saludando Monteagudo. Por el lado que le vamos entrando, se derrama la sombra de la tarde y así parece más misterioso.
Siete doscientos y de continuo nos va acompañando, por la derecha, el bosque de pinos y las aguas del pantano. A la izquierda los olivares. Al frente aparece, siempre esbelto y profundo, el pico de Monteagudo. Toda la ladera sembrada de olivos y de la mitad hasta la cumbre, el espeso bosque de monte virgen. Un día recorrí ese bosque y por eso sé ahora que ahí crecen las madroñeras, lentiscos, cornicabra, muchos enebros y sabinas y sobre todo pinos y zarzas.
En todo lo alto del pico de Monteagudo, que es un cono que acaba cortado en horizontal, en la pura roca que emerge como en un volcán hacia las nubes. En esa explanada podrían aterrizar los helicópteros, si fuera necesario pero las muchas rocas quebradas y grietas que ahí se abren, lo impedirían. En el libro del Soto de Arriba, se habla profusamente de este pico y la excursión que al final de la guerra, los vecinos de este cortijo hicieron a rezar el rosario para dar gracias.
La ladera que se derrama hacia los Baños, está poblada de unas piedras que nunca he visto en ninguna otra parte de estas sierras. Parecen de origen volcánico. Muy irregulares, negras y duras como el mismo pedernal. Toda la ladera. Nunca he visto yo piedras iguales por ningún sitio. Y por esto, hasta me he dicho, en alguna ocasión, que las aguas calientes que afloran por el manantial de Los Baños, ¿no podrían pasar por alguna fuente de calor en la profunda tierra? ¿No hay por aquí alguna actividad volcánica?
En realidad, la cúspide de Monteagudo, es como si fuera una columna de rocas surgida desde el vientre de la tierra. Como si fuera una chimenea volcánica. Kilómetro ocho quinientos y tenemos el final de nuestra ruta, Fuente de la Higuera, que no es la aldea sino una zona de acampada libre que junto al ojo de la Laguna y por el cerrillo de Los Baños, montaron. Hay un mechón de pinos y muchos tarayes que ahora cubren las aguas del pantano y por eso, las tierras donde se instalaban los que venían a acampar, quedan por completo cubiertas.
Kilómetro ocho seiscientos y ya estamos en el punto exacto. Nos saluda el bosque de pinos y la fuente de piedra que fabricaron para que los campistas tuvieran agua. No brota aquí este manantial sino bastante más arriba y en el arroyo de Los Baños. Desde ese rincón se la traen hasta este punto metida en su tubo de plástico negro. También las hornillas ahora solitarias y el canto de muchos pajarillos. La isla de La Laguna, la tenemos al alcance de la mano. Es justo el cerro donde estuvo construido el cortijo Moreno.
Vi yo que el otro invierno pusieron por aquí una cerca de palos alrededor de las aguas de La Laguna para evitar que las personas se metiera y cayeran. Ahora descubro que no hacen falta. La Laguna queda por completo cubiertas por las aguas y también las ruinas de los viejos baños. ¡Lo que ha subido este pantano en estos dos últimos años! Y lo digo porque yo lo tengo recorrido y hasta me he bañado en la vieja bañera que todavía queda de aquel balneario.
En el libro inédito “Desde el Embalse del Tranco del Alto Guadalquivir”, del mismo autor que esta guía, se dice: “Según las noticias que me estás dando descubro que ese lugar fue un verdadero mundo lleno de vida y riqueza pero me queda por ahí la confusión del balneario. ¿Hubo o no balneario en algún lugar de esa llanura?
- Sí que hubo balneario por esos llanos y eso en los textos antiguos puedes leerlo pero no se encontraba por esta parte de El Chorreón.
- ¿Por dónde estaba?
- ¿Tú conoces el “Ojo de la Laguna?”.
- ¿Te refieres a ese charco de agua turbia que hay cerca de Fuente de la Higuera?
- Allí donde todavía sigue funcionando la única zona de acampada libre que existe en el Parque, ahí mismo se encuentra lo que nosotros llamamos el “Ojo de la Laguna”.
- Pues sí la conozco. Varias veces he ido por el lugar porque con esa laguna me pasa como con las ruinas de El Chorreón, me tiene fascinado.
- Pues allí mismo, doscientos metros más abajo aún se ven las ruinas de lo que fueron “Los Baños”, que es como por aquí nosotros siempre hemos llamado a ese rincón.
- ¿ Y por qué dejaron eso?
- Tú tendrías que saber que esos baños son muy antiguos y aunque ya antes de la construcción del pantano no funcionaban plenamente, a partir de cuando el pantano se llenó, todo quedó cubierto bajo sus aguas. Dicen que el agua de esos baños es una de las mejores del mundo porque las han llevado a Madrid y todo y dicen que van a sacarlos de esa zona a un lugar donde el agua del pantano no llegue para poner en funcionamiento otra vez esos baños pero la verdad es que yo no sé si eso será posible y el dinero que pueda costar. Quizá si ese proyecto, casi sueño se hiciera real, podría ser bueno para este pueblo mío, porque fíjate que teniendo como tenemos estas y otras cosas tan buenas, casi únicas en el mundo entero, nadie le da importancia y ahí se pudren sin aportar ningún beneficia a la sociedad y menos a los pobladores de estas tierras. Quizá ese decir se quede en lo que se quedan tantas otras cosas que también dicen. Sería estupendo ¿Verdad?
- Sí que lo sería y por eso hay que esperar a ver si al final salen adelante estos proyectos que dicen pero la verdad es que yo todavía no he terminado con la aclaración de estas dudas mías”.
Al pasar esta tarde por aquí recuerdo como fueron los primeros tiempos de los baños: “Esto era una familia que había en los Baños de la laguna. Se dedicaron a hacer casetas y bañarse. Sus casetas con sus pilas. A ese lugar acudían las personas para bañarse. Uno de la Canalica bajó porque estaba perdió de reuma y hasta con la cabeza torcida. A los tres días de bajar ya volvió con su propio pie. Siguió bajando hasta siete veces. Ya no tuvo que volver más. Se curó por completo.
En aquellas fechas a los baños acudían muchas personas de todos estos pueblos cercanos y también de los pueblos de la Loma de Úbeda. Estos baños parecían una feria. Y encima de que tenían muchas casetas para dormir, cerca de los baños, crecían cuatro robles gigantes. En las sombras de estos árboles sesteaban muchas de las personas que acudían a los baños en busca de remedio para sus enfermedades. Al mismo tiempo, como aquello parecía una feria, se formaban sus bailes. Tocaban con una guitarra que tenía una sola cuerda. Otras veces acudían a la gramola que tenían allí. Por los cortijos de la Vega de Hornos todo el mundo oía que en los baños, toda aquellas personas que acudían a quitarse el reuma, allí se la dejaban. Y los de la Vega dijeron:
- Y no nosotros que estamos aquí cerquita ¿por qué no vamos a los baños?
De muchos cortijos de la Vega acudieron a los baños y en aquellas aguas se dejaron también su reuma.
Cuando se iba la gente de los baños, las personas del Soto, de Fuente de la Higuera, de la Platera y de Hornos, acudíamos a los bailes que por todos esos cortijos se formaban. Todas las noches estábamos sino en un lado, en otro. Pero a base de buenos bailes y no lo que hay ahora. Lo de antes era mejor que lo de ahora. En aquellos bailes se cantaban coplas como la que dice:
Montillana y los Parrales,
la Laguna y la Platera,
Hornos y Cañá Morales,
Cortijos Nuevos y Orcera,
la Puerta y los Ventiscales.
La fragancia eterna.
Es por la mañana y aunque la tierra de la ladera y la sombra de las encinas que se derrama en ella, es la misma del día anterior y la de hace cien primaveras, por ella hoy duermen los caminos que llevan al centro de la emoción que sabe a tristeza y por ella, baja el pastor detrás de sus blancas ovejas que corren buscando las bellotas y como la tierra hoy sí tiene sabor a hiel y a esencia, él habla y les dice, a las tres que por su lado se quedan:
- Vosotras comeros estas bellotas que voy cortando de las ramas y pongo sobre la tierra que ya veréis como os saben a gloria y os alimentan.
Y mientras desciende por la pendiente que precede al Valle, de las ramas viejas y de las bajeras de las encinas, arranca las bellotas y a puñados, las va soltando en el pasto y entre la hierba que ya comienza a brotar y las ovejas se las comen mientras las otras ya se han perdido por entre las sombras densas de las tierras llanas que es hacia donde vienen bajando porque es por ahí por donde está el calor del corazón y como ahora él siente el cansancio, la confusión y la tristeza, otra vez habla con ellas y les dice, mientras se comen su bellotas:
- Cuando ya por fin sea viejo ¿quién se acordará de mí y quién me dará una mano para que me apoye, al bajar por esta ladera y quién me dará el cariño que necesito y en el rincón tranquilo de mi casa pobre y quién se encargará de prestar su cuidado a los tomates de mi huerto y a vosotras mi ovejas?
Y como en la mañana clara, el mundo entero parece confluir hacia el centro del Valle que es por donde se celebra la fiesta, sigue descendiendo los caminos que vienen desde todos los extremos y al llegar a la curva del arroyo, se tropieza con la abuela que también camina encorvada y mientras da sus pasos torpes y reza, viene pronunciando el dolor que dentro le quema:
- Al encuentro de la última fiesta en este Valle pero es necesario para que, aunque ya seamos extraños en la propia tierra, nos quedemos abrazados y envueltos en la fragancia eterna.
Y el Valle, como callado y rebosando casi de la misma angustia que en sus corazones ellos llevan y los caminos fluyendo por donde manan las fuentes y todo, como en su espera y como es por la mañana, unos a otros se dicen que todavía hoy tienen tiempo de juntarse y rezar y charlar y contarse las cosas que en sus almas les inquieta aunque todo esté tan claro que fluya como un río inmenso pero no de aguas limpias, sino de amarga tristeza.
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