BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-35
CONVERSACIONES EN LA VEGA DE HORNOS
Antes de la guerra, eran todas tranquilas y pacíficas. De vez en cuando se oía comentar lo del Pantano del Tranco. Siempre con la duda de si aquello llegaría a terminarse o lo dejarían olvidado para la eternidad. Pero por toda la vega, las personas iban con el alma en un hilo diciendo “¿Qué pasará, qué pasará...?”
Por lo demás, las conversaciones eran vecinales. Si había alguien malo se lo comunicaban unos a otros. También se hablaba mucho de las simientes y las cosechas. Los encargados de las semillas y de todas las cosas que se sembraba en aquella Vega mía, trigo, cebada, centeno, garbanzos, maíz, escaña y habas, eran los hombres. Ellos hablaban entre sí y quien tenía buena simiente se la prestaba a los otros para que los productos fueran mejores. Pero ya los productos de hortalizas, eran las mujeres. Y entonces, ellas misma se intercambiaban semillas y se las regalaban. Te pongo un ejemplo: donde se sabía que se habían criado unos melones muy buenos, pues de aquellos melones se guardaban las simientes, se las repartían entre la vecindad y a otro año los melones de las otras familias también salían mejores. También los tomates, los pepinos. De los frutos que salían mejores, se conservaban las simientes.
Luego, las mujeres eran las encargadas de comunicarse unas a otras: “Yo tengo este año buenos tomates, yo tengo este año buenos pepinos”. Y se cambiaban las simientes. Y allí se criaban unos productos maravillosos. Tal como está la vida hoy, aquello hubiera sido digno de exportar al extranjero y hubieran tenido buena aceptación porque eran cosas riquísimas. Lo que pasa es como esto no existía entonces, pues lo que se producía en la Vega, se consumía en los cortijos y por lo menos lo disfrutábamos nosotros. Pero venderse en otros lugares, no se podía.
Y si quieres que te hable de cerezos, te digo que en el Soto teníamos las cerezas mejores que se puedan encontrar en cualquier sitio. Son cosas que las vivo y cualquiera puede ponerlas en duda pero yo sé que estoy diciendo la verdad. Mi tío Ramón tenía un cerezo en la orilla del río que aquello era una maravilla de las cerezas que daba. Gordas y dulces como la miel. Mi padre tenía dos y crecían por detrás del Soto, mirando hacia el río. A la derecha de un huerto crecía otro que no tenía ningún parral engarbado, el cerezo sólo. Presentaba un hermoso tronco recto hacia arriba por donde mis hermanos y mi padre se subían a cogerle las cerezas. Yo quería subirme y no podía porque ya te digo que el tronco estaba muy recto y por mucho que arañaba, no podía. Cuando quería cerezas tenían que cogérmelas mis hermanos o mi padre. Yo me ponía debajo con la cesta y ellos iban cogiendo y me las iban echando.
Y más abajo, hacia la izquierda, teníamos otro cerezo, que aquella raza, era igual de dulce pero más gordas. Daba menos cerezas porque le engarbaron una parra y según decían allí, era esta parra la que impedía que aquel árbol diera más cerezas. Pero se compensaba, porque el parral aquel daba unas uvas muy hermosas. Yo no quisiera nada más que poder coger ahora mismo un frutero y mostrarte las frutas tan ricas que teníamos allí. ¡Unos perales, unos membrilleros, unos ciruelos, unas higueras! De todas las frutas que buscaras las teníamos allí, menos naranjas y limones. De lo demás, teníamos de todo.
Y de los cerezos en flor, claro que me acuerdo. Echaban una flor preciosa. ¡Claro que me acuerdo! Y de los ciruelos, de los perales, de los almendros. Eso en la primavera veías como una sábana blanca, con matices rosaillos, por algunos sitios según los árboles que hubiera y aquello era una maravilla. Lo que no echaban flores eran las higueras. Son más tontas.
Y te voy a decir una cosa: verás, yo sola ayer lloré, porque como ahora es ya la primavera y por todos sitios se ven que van brotando los tallos de los árboles y las flores por los campos y los jardines, se me vino a la mente mi Vega. Y para mí me dije: “Si se pudiera hacer un milagro como el que sucedió en el Mar Rojo cuando pasaba Moisés y los Israelitas, si se pudieran apartar las aguas de este Pantano del Tranco que se comió nuestro mundo y nuestra vida y de pronto, por un milagro de Dios, apareciera toda la Vega florida, con todos sus árboles en flor como en aquellos tiempos yo la vi tantas veces, todas las orillas de los arroyos con lirios, rosas silvestre y de algunos cortijos rosas bien cultivadas, por todos sitios aquellos pájaros y aquellos ruiseñores cantando, al despertar la primavera, si se pudiera hacer este milagro, Dios Santo qué gozo y qué belleza vería el mundo entero”.
Al despertar la primavera en mi Vega amada de Hornos, parecía que era el paraíso lo que allí se trasladaba. Cuando se miraba desde La Canalica o desde la Fuente de la Higuera, se extendían los ojos hacia abajo y se veía, todo lo que alcanzaba la vista, lleno de árboles todos en flor y las praderas todas repletas de hierba verde y millones de flores multicolores... ¡Dios mío! Si yo creo que cosa más bella no habrá existido nunca en ningún otro rincón de este planeta tierra. Aunque luego volvieran las aguas a su sitio como fue en el Mar Rojo pero poder grabar esa Vega mía con sus cerezos en flor y que pudiera el mundo entero saber qué maravilla fue lo que sepultó las aguas de este Pantano del Tranco. Lo que pasa es que ya no lo puedo demostrar y menos yo. Sólo balbuceo pobres palabras intentando expresar lo que me rebosa desde el corazón y no me queda más consuelo que pensar que alguien puede creer lo que digo. Yo sé que es verdad y en mi alma lo tengo hirviéndome y todo en flor como mi gran Vega que conmigo me la traje y hasta la eternidad, permaneceré abrazada y fundida a ella.
Cuando cogíamos las cerezas, pues nos las comíamos y luego las conservaba mi madre también. Pero lo hacía de otra manera. Mi madre las conservaba en aguardiente y azúcar. Las iba metiendo en las botellas y les echaba aguardiente y azúcar. Luego, pues cuando quería, destapaba una botella y sacaba cerezas. Otras veces también las pasaba y le decían cerezas pasas. Que conservaban el dulzor pero arrugaillas y un poquito secas.
Y volvemos a lo que se hablaba en aquella Vega mía. Antes de empezar la guerra, de lo que ya te he dicho. Cuando empezó la guerra, todo eran conversaciones de los sucesos de la guerra. Las malas noticias que llegaban como la baja de algún muchacho de por aquellos cortijos, los llantos, las cartas, pendientes todos del correo y lo del pantano, quedó como eclipsado, muy en segundo término. Se calló porque lo más urgente era la guerra y rezar para que las personas volvieran a sus cortijos pronto y sanos y salvos. También para que se terminara la guerra.
Entre todas aquellas personas que nos juntábamos a rezar, con mi madre y mi abuela, jamás oí nunca decir que gane un bando u otro. Nunca se rezó allí por los bandos, sino por la paz y porque se terminara la guerra. Y durante la guerra, las conversaciones de los pobres que por allí pasaban pidiendo, lo que ya te dije antes del Cura Raspa.
Terminada la guerra y empezadas otra vez las obras del Pantano del Tranco, volvieron a reanudarse las conversaciones sobre las expropiaciones, del pantano, ya empezó el miedo, ya se reavivó el temor de que nos echaban de nuestras tierras. Esta era la conversación que se oía de continuo por allí. “¡Que no hay más remedio, y que tenemos que obedecer, irse aunque no queramos!”
Y ya que te hablo de La Fuente de la Higuera, quiero decirte, una vez más, que allí vivían unas personas buenísimas y a todas las recuerdo perfectamente. Te puedo contar muchas vivencias y muy agradables como de todas las cosas y personas que conocí en mi Vega. Y aquello lo tengo muy andando porque unas veces subíamos por gusto y otras por aquello de las cartas de los soldados. De La Fuente de la Higuera, también había muchachos en la guerra. Concretamente al hermano Jacinto y a la hermana Paula, le mataron un hijo en la guerra que se llamaba Isidro.
Además de otras hijas que tenía, yo al que más recuerdo era a Domingo porque era muy amigo de mi hermano Angel. Quiero decirte que hasta esta pequeña aldea de mi tierra amada, llegó la tragedia de la guerra.
Recuerdo perfectamente al hermano Blas y a la hermana Ramona que es la que te conté que bailaba con tanta gracia aquel día tres de mayo. Esta señora y su marido, Blas, son los padres de Paulino el que se casó con mi prima Ramona como ya sabes. Recuerdo al hermano Eustaquio, a la hermana Piedad, el hermano Toribio, la hermana Ramona, el hermano Angel Hernández y su mujer Dionisia. Este matrimonio tenía varios hijos pero hijas sólo una que se llamaba Lorenza y creo que todavía vive y se casó con Domingo, el hijo del hermano Jacinto y la hermana Paula. Todas estas personas eran bondadosísimas. Un hijo del hermano Angel Hernández, se casó con mi prima Francisca que era hija de mi prima Asunción Muñoz Manzanares. Yo le decía mi prima AQuica”. Ella fue mi compañera inseparable en los juegos.
De esta prima mía me acuerdo que cuando bajábamos al huerto a por frutas, siendo las dos todavía pequeñicas, como no alcanzábamos a las peras que colgaban de los árboles, nos inventamos un método eficaz y divertido. Cogíamos piedras y donde veíamos las frutas maduras, las tirábamos. Caían al suelo y así de este modo y sin molestarnos en subir por aquellos troncos, las cogíamos y nos las comíamos.
A ella y a todos los recuerdo. Seguro que nadie se acordará de mí pero yo sí me acuerdo de ellos. Me dejaron mucha huella por lo buenos que eran todos conmigo. La huella que dejan las personas buenas que conoces, es para toda la eternidad.
Más información de este Parque Natural en:
http://es.geocities.com/cas_orla/
Las fotos más bellas del Parque en TrekNature
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