BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-50
AÑOS DESPUÉS
Hace unos quince años le dije a mi marido, una vez que se quedó el pantano seco, “Me llevas al Soto, me llevas a mi tierra, o me escapo un día y me voy”. Y él se creyó que lo iba a hacer y me llevó. Entramos por la Canalica. Paró el coche y bajamos, mi hijo el menor y yo. Ya estaba todo hundido pero se conocía mi Soto.
Los primero que me llamó la atención fue el tronco de mi cerezo de arriba que todavía estaba allí, negro pero a ras de tierra. Cortado pero se veía el madero podrido con sus raíces clavadas en la tierra. Y por curiosidad miré hacia el Soto de Abajo, porque bajando hacia el Tranco y a la parte de abajo del camino, había una morera grande. Era propiedad de la hermana Amalia. Un árbol que sólo Dios sabía los años que tenía y por eso alcanzó un tamaño desproporcionado. Era una morera grandísima. Echaba unas moras dulces y blancas que eran deliciosas.
Y miré por curiosidad y allí la vi. Creo que cuando cortaron todos los árboles porque las tierras iban a ser inundadas por las aguas, a aquella morera les dio lástima de cortarla y la dejaron intacta. Y estaba el árbol en pie todavía, con algunas ramas pero ya todo negro, sin hojas, seco y hasta podrido pero en pie. Y mirando al árbol, donde muchas veces, con permiso de la hermana Amalia me había ido a comer moras, me decía yo: “¡Qué lástima! Como nosotros a salir de aquí, este se niega a caerse”.
Otras moras de por allí, eran el fruto de las zarzas silvestres por las orillas de los arroyos. A mis primas y a mí nos gustaban mucho pero las cogíamos cuando ya estaban negras y bien maduricas. Estaban muy buenas y ¡vaya que si cogíamos moras! Unas veces nos las comíamos allí mismo y otras veces nos las llevábamos a la casa pero estaban buenas y eran, pues silvestres de las zarzas que había en la orilla de los arroyos.
En las tierras y cortijo del Soto de Arriba, murió mi abuelo Andrés, mi abuela Juana Antonia, mi tío José, dos hermanas mías y un hermano mío, una tía mía, mujer de Ramón, el marido segundo de mi tía Francisca, Santos, un hijo de mi tío José, Joaquín. Al llegar al rincón y acordarme de aquellas escenas, de vivos y de difuntos, cogí dos raíces secas que encontré por el suelo, dos palos que habían arrastrado las aguas del pantano, e hice una cruz. La até con una brizna de hierba y la clave en la tierra diciendo: “Es la última vez que veo a mi Soto”. Me agaché luego y cogí tres trocicos de tejas. Le di una a cada hermano mío y con otra me quedé yo.
Pasado el tiempo me decía mi hijo: “Cada vez que ves estos tejoletes es para llorar. Tíralos ahora mismo”. Y me hicieron tirarlo. Ya fue la última vez que vi aquello hasta que el Señor me lo devuelva en el cielo junto con mis padres y todos mis seres queridos.
- Ya que hablas de seres queridos que perdiste: en aquellos tiempos, cuando las personas morían ¿a dónde las llevaban?
- A Hornos. Y para que veas hasta donde fue duro aquello, una vez que fui a Hornos me pasó una cosa que me dolió mucho.
Entonces el cementerio estaba conforme se entra al pueblo por la Puerta Nueva, a la derecha. Allí tenía yo toda mi familia enterrada. Las poquitas veces que podía, iba al cementerio a rezar por mis difuntos. Y qué sorpresa me llevé cuando llegué al pueblo y ya habían hecho un cementerio nuevo, por un sitio que le dicen Camarillas. Miré a donde tenía mis difuntos y veo que aquello lo habían convertido en establos de animales.
Y en un bar que han hecho enfrente, en un sitio que le decían el Calvario, entré y dije yo: “¿Cómo es posible que hayan hecho ahí una tiná de animales donde están los restos de todos los difuntos de los familiares nuestros?”. Y dice la mujer: “Ea, pues eso lo han dispuesto así”. “¿Pero por qué no han dedicado eso a otra cosa? Eso es una lástima. Con los restos humanos que hay ahí”. “¿Y usted por qué le interesa eso?” “Porque ahí tengo yo todos mis antepasados enterraos”. “¿Y cómo enterraba a su familia aquí?”. Me dijo la mujer. “Usted es forastera”. ¡Y aquello me dio a mí una pena!
Me dio una congoja de ver que en mi tierra me llamaban forastera. Saqué el carné de identidad y le dije: “Mire usted señora, yo no soy forastera. Soy nacía aquí”. Y lo primero que hacía cuando llegaba al pueblo era pedir la llave de la iglesia. Abría la puerta, entraba, besaba el suelo, besaba la pila del agua bendita. Porque los recuerdo y mi vida entera la tengo toda en aquel trozo de Vega, y si algo queda, en el pueblo que me acogió de niña. En esa iglesia de Hornos se casaron mis padres. En ella estamos nosotros, todos mis hermanos y yo, bautizaos. Entre sus paredes hicimos la primera comunión. Allí se han ido enterrando poco a poco a toda mi familia. Y muchas más verdades que ahora no me salen porque se me atasca el alma.
Muchas cosas e iglesias bonitas habrá en el mundo pero para mí como aquella, ninguna. Recuerdo donde me sentaba con mi abuela, a rezar el rosario, cuando iba a misa. La capilla de las Animas. Yo tengo la buena o la mala suerte de ser una sentimental. Las cosas de mi tierra no se me olvidan sino que cuanto más tiempo pasa, más vivas las tengo. ¡Encerrar los animales, ovejas y cabras, en las tierras donde están enterrados mis seres querido! ¡Dios mío qué lástima!
Y mis palabras finales, son como el último latido de mi corazón: sabemos que el pantano del Tranco ha solucionados los problemas de otros pueblos y esto nos consuela porque nuestro sacrificio y nuestro dolor ha servido para algo bueno. ¡Qué pena que sólo se sepa el dinero que costó construirlo! Y nuestras lágrimas ¿quién las ha contado? ¿Cuál sería su precio si se pudieran valorar con dinero? Cuando pasen por allí las personas que no conocieran la Vega de Hornos seguro que dirán: “¡Qué hermoso es el charco del pantano!” y de verdad que lo es. Pero ¿quién sabe que debajo de esas aguas azules y limpias están perdidas las mejores tierras del pueblo de Hornos? ¿Y quien puede medir el dolor que nos causó a los que tuvimos que irnos de allí en contra de nuestra voluntad? Nos echaron a otros pueblos que no eran nuestros y bajo las aguas para siempre quedaron nuestras raíces.
¡Nuestras raíces! ¿Sabes tú lo que te estoy diciendo? Porque la raíz es la vena que une a la tierra de donde sale el alimento que da la vida. Si un árbol no tiene raíces, se muere, se queda sin hojas, no tiene sabia, no tiene identidad, no es ni árbol ni planta ni ser vivo. Y nosotros, los seres humanos, sin nuestras raíces ¿qué somos? Quizá lo que yo ahora: un trozo de sueño que está separado de su realidad y vaga o espera que Dios venga y le dé su beso para que lo vuelva o lo devuelva a la región de la que es y pertenece. ¿Entiendes lo que te digo? Nos quedamos sin raíces, sin tierra y desde entonces somos peregrinos anhelando, como en la Biblia el pueblo de Israel, los valles prometidos.
También tengo otra pena y espero que me comprendan. No quiero herir a nadie pero creo que a mi pueblo no se le ha hecho justicia y a los que tuvimos que irnos de allí, tampoco. Ahora, en el ocaso de mi vida, pido a Dios que algún día, una persona con autoridad, haga constar en la historia de ese bonito pueblo que es el mío, todas estas verdades. Hornos de Segura no necesitaba el pantano pero entendió que para otros pueblos hermanos era muy importante y por eso calla su dolor y perdió en silencio y resignado, esa paradisiaca Vega que las aguas se tragaron para siempre. Por eso pienso ahora que sería muy bonito, y que en justicia debería hacerse, que una de sus calles, al ser posible el callejoncico donde yo vivía con mis abuelos, se le pusiera el nombre de “Calle de la Santa Cruz”, en memoria de la devoción que teníamos en la Vega a este símbolo y las fiestas que allí se hacían el día tres de mayo, para que de alguna manera se conserven estos recuerdos. Y También digo, cuando ya voy a marcharme y puede que para siempre, que en el Aguilón, donde los visitantes se asoman a contemplar el hermoso paisaje, en un sitio visible y con letras muy grandes, se debería escribir algo semejante a esto: DETÉN TU MIRADA HERMANO Y PONTE DESPACIO A LEER, LAS AGUAS DE ESTE PANTANO, SEPULTARON UN VERGEL.
Y ya para despedirme voy a decir lo que tanto trabajo me cuesta porque siempre tengo el miedo que las personas crean que lo hago en alabanza propia pero no es así. Y lo que digo es que yo creo que lo mismo que nosotros, los que de aquella tierra salimos por aquellos días, nos sentimos orgullosos de ser hijos de Hornos de Segura, este pueblo amado que tan profundo llevo en mi corazón, tampoco debería avergonzarse nunca de que seamos hijos suyos. ¿Crees tú que expreso con claridad lo que pretendo?
Ya se pone el sol. Por lo alto de las cumbres que coronan las otras aldeas de Las Lagunillas, la Cabañuela y el Aguadero, ya se pone el sol. Las aguas azuladas y verdosas del pantano se mecen serenas ajenas a cuanto fue y es ahora por estos alrededores y el Valle que duerme en su fondo. Desde aquellos tiempos, todo guarda silencio a pesar de estos tiempos y los que vuelven surcando las carreteras. Los caminos, los cortijos, los rincones, los valles, la Vega, además del silencio, duermen olvidados, muertos bajo las aguas y otros por las laderas y collados.
“En mi sierra apenas hay vida. Todo está muerto. Sumido en un sueño apagado entre nubes y tardes oscuras atravesadas de lluvia. No hay juventud. Todos se han marchado a la ciudad. Muchos a Barcelona, algunos al extranjero. No es por vocación auténtica sino con la esperanza de ser algo y tener pan cada día.
¡Qué hermosa es mi sierra y qué triste y solitaria la veo a pesar de la mucha gente que ahora vive por aquí! ¿Y qué puedo hacer yo? Las sendas se van borrando por el monte que crece. La llanura es la misma. Verde, hermosa como en aquellos tardes. Los árboles son más grandes. Alrededor de sus troncos crece la hierba. Se ve que no los han podado desde hace mucho. El arroyo sigue corriendo. También las zarzas son más espesas a su alrededor. El charco azul de las encinas grandes, ya no está. La corriente y las aguas del pantano, lo han cegado. Sin embargo, el pueblo de la roca, el misterioso pueblo de piedra, permanece en su lugar, coronado por su castillo eterno. No ha muerto en mí ni las praderas de la Vega ni la misteriosa criatura que por ella corrió ni las horas compartidas ni los padres aunque ya no estén”.
Yo, desde este mirador de la espera, a la entrada del pueblo de la roca, sigo soñando. Me acuerdo de ella, de él. ¿Dónde estarán ahora? ¿Cuánto habrá crecido? ¿Qué habrán sido y cuánto todavía la vida les tienes reservado? Sigo soñando en hacer algo para perpetuar el recuerdo de cuanto he conocido. Me gustaría levantar una estatua en mi corazón, en las calles de este pueblo, escribir un libro que sea hermoso para dejar mi vida y la suya entre sus páginas. Los quiero a todos.
Por eso ahora, al caer la tarde, cuando ya se oculta el sol, entiendo que una persona nunca es ella sola. Es ella con todas aquellos seres y cosas que ama. De aquí que siga esperando.
Más información de este Parque Natural en:
http://es.geocities.com/cas_orla/
Las fotos más bellas del Parque en TrekNature
Hace unos quince años le dije a mi marido, una vez que se quedó el pantano seco, “Me llevas al Soto, me llevas a mi tierra, o me escapo un día y me voy”. Y él se creyó que lo iba a hacer y me llevó. Entramos por la Canalica. Paró el coche y bajamos, mi hijo el menor y yo. Ya estaba todo hundido pero se conocía mi Soto.
Los primero que me llamó la atención fue el tronco de mi cerezo de arriba que todavía estaba allí, negro pero a ras de tierra. Cortado pero se veía el madero podrido con sus raíces clavadas en la tierra. Y por curiosidad miré hacia el Soto de Abajo, porque bajando hacia el Tranco y a la parte de abajo del camino, había una morera grande. Era propiedad de la hermana Amalia. Un árbol que sólo Dios sabía los años que tenía y por eso alcanzó un tamaño desproporcionado. Era una morera grandísima. Echaba unas moras dulces y blancas que eran deliciosas.
Y miré por curiosidad y allí la vi. Creo que cuando cortaron todos los árboles porque las tierras iban a ser inundadas por las aguas, a aquella morera les dio lástima de cortarla y la dejaron intacta. Y estaba el árbol en pie todavía, con algunas ramas pero ya todo negro, sin hojas, seco y hasta podrido pero en pie. Y mirando al árbol, donde muchas veces, con permiso de la hermana Amalia me había ido a comer moras, me decía yo: “¡Qué lástima! Como nosotros a salir de aquí, este se niega a caerse”.
Otras moras de por allí, eran el fruto de las zarzas silvestres por las orillas de los arroyos. A mis primas y a mí nos gustaban mucho pero las cogíamos cuando ya estaban negras y bien maduricas. Estaban muy buenas y ¡vaya que si cogíamos moras! Unas veces nos las comíamos allí mismo y otras veces nos las llevábamos a la casa pero estaban buenas y eran, pues silvestres de las zarzas que había en la orilla de los arroyos.
En las tierras y cortijo del Soto de Arriba, murió mi abuelo Andrés, mi abuela Juana Antonia, mi tío José, dos hermanas mías y un hermano mío, una tía mía, mujer de Ramón, el marido segundo de mi tía Francisca, Santos, un hijo de mi tío José, Joaquín. Al llegar al rincón y acordarme de aquellas escenas, de vivos y de difuntos, cogí dos raíces secas que encontré por el suelo, dos palos que habían arrastrado las aguas del pantano, e hice una cruz. La até con una brizna de hierba y la clave en la tierra diciendo: “Es la última vez que veo a mi Soto”. Me agaché luego y cogí tres trocicos de tejas. Le di una a cada hermano mío y con otra me quedé yo.
Pasado el tiempo me decía mi hijo: “Cada vez que ves estos tejoletes es para llorar. Tíralos ahora mismo”. Y me hicieron tirarlo. Ya fue la última vez que vi aquello hasta que el Señor me lo devuelva en el cielo junto con mis padres y todos mis seres queridos.
- Ya que hablas de seres queridos que perdiste: en aquellos tiempos, cuando las personas morían ¿a dónde las llevaban?
- A Hornos. Y para que veas hasta donde fue duro aquello, una vez que fui a Hornos me pasó una cosa que me dolió mucho.
Entonces el cementerio estaba conforme se entra al pueblo por la Puerta Nueva, a la derecha. Allí tenía yo toda mi familia enterrada. Las poquitas veces que podía, iba al cementerio a rezar por mis difuntos. Y qué sorpresa me llevé cuando llegué al pueblo y ya habían hecho un cementerio nuevo, por un sitio que le dicen Camarillas. Miré a donde tenía mis difuntos y veo que aquello lo habían convertido en establos de animales.
Y en un bar que han hecho enfrente, en un sitio que le decían el Calvario, entré y dije yo: “¿Cómo es posible que hayan hecho ahí una tiná de animales donde están los restos de todos los difuntos de los familiares nuestros?”. Y dice la mujer: “Ea, pues eso lo han dispuesto así”. “¿Pero por qué no han dedicado eso a otra cosa? Eso es una lástima. Con los restos humanos que hay ahí”. “¿Y usted por qué le interesa eso?” “Porque ahí tengo yo todos mis antepasados enterraos”. “¿Y cómo enterraba a su familia aquí?”. Me dijo la mujer. “Usted es forastera”. ¡Y aquello me dio a mí una pena!
Me dio una congoja de ver que en mi tierra me llamaban forastera. Saqué el carné de identidad y le dije: “Mire usted señora, yo no soy forastera. Soy nacía aquí”. Y lo primero que hacía cuando llegaba al pueblo era pedir la llave de la iglesia. Abría la puerta, entraba, besaba el suelo, besaba la pila del agua bendita. Porque los recuerdo y mi vida entera la tengo toda en aquel trozo de Vega, y si algo queda, en el pueblo que me acogió de niña. En esa iglesia de Hornos se casaron mis padres. En ella estamos nosotros, todos mis hermanos y yo, bautizaos. Entre sus paredes hicimos la primera comunión. Allí se han ido enterrando poco a poco a toda mi familia. Y muchas más verdades que ahora no me salen porque se me atasca el alma.
Muchas cosas e iglesias bonitas habrá en el mundo pero para mí como aquella, ninguna. Recuerdo donde me sentaba con mi abuela, a rezar el rosario, cuando iba a misa. La capilla de las Animas. Yo tengo la buena o la mala suerte de ser una sentimental. Las cosas de mi tierra no se me olvidan sino que cuanto más tiempo pasa, más vivas las tengo. ¡Encerrar los animales, ovejas y cabras, en las tierras donde están enterrados mis seres querido! ¡Dios mío qué lástima!
Y mis palabras finales, son como el último latido de mi corazón: sabemos que el pantano del Tranco ha solucionados los problemas de otros pueblos y esto nos consuela porque nuestro sacrificio y nuestro dolor ha servido para algo bueno. ¡Qué pena que sólo se sepa el dinero que costó construirlo! Y nuestras lágrimas ¿quién las ha contado? ¿Cuál sería su precio si se pudieran valorar con dinero? Cuando pasen por allí las personas que no conocieran la Vega de Hornos seguro que dirán: “¡Qué hermoso es el charco del pantano!” y de verdad que lo es. Pero ¿quién sabe que debajo de esas aguas azules y limpias están perdidas las mejores tierras del pueblo de Hornos? ¿Y quien puede medir el dolor que nos causó a los que tuvimos que irnos de allí en contra de nuestra voluntad? Nos echaron a otros pueblos que no eran nuestros y bajo las aguas para siempre quedaron nuestras raíces.
¡Nuestras raíces! ¿Sabes tú lo que te estoy diciendo? Porque la raíz es la vena que une a la tierra de donde sale el alimento que da la vida. Si un árbol no tiene raíces, se muere, se queda sin hojas, no tiene sabia, no tiene identidad, no es ni árbol ni planta ni ser vivo. Y nosotros, los seres humanos, sin nuestras raíces ¿qué somos? Quizá lo que yo ahora: un trozo de sueño que está separado de su realidad y vaga o espera que Dios venga y le dé su beso para que lo vuelva o lo devuelva a la región de la que es y pertenece. ¿Entiendes lo que te digo? Nos quedamos sin raíces, sin tierra y desde entonces somos peregrinos anhelando, como en la Biblia el pueblo de Israel, los valles prometidos.
También tengo otra pena y espero que me comprendan. No quiero herir a nadie pero creo que a mi pueblo no se le ha hecho justicia y a los que tuvimos que irnos de allí, tampoco. Ahora, en el ocaso de mi vida, pido a Dios que algún día, una persona con autoridad, haga constar en la historia de ese bonito pueblo que es el mío, todas estas verdades. Hornos de Segura no necesitaba el pantano pero entendió que para otros pueblos hermanos era muy importante y por eso calla su dolor y perdió en silencio y resignado, esa paradisiaca Vega que las aguas se tragaron para siempre. Por eso pienso ahora que sería muy bonito, y que en justicia debería hacerse, que una de sus calles, al ser posible el callejoncico donde yo vivía con mis abuelos, se le pusiera el nombre de “Calle de la Santa Cruz”, en memoria de la devoción que teníamos en la Vega a este símbolo y las fiestas que allí se hacían el día tres de mayo, para que de alguna manera se conserven estos recuerdos. Y También digo, cuando ya voy a marcharme y puede que para siempre, que en el Aguilón, donde los visitantes se asoman a contemplar el hermoso paisaje, en un sitio visible y con letras muy grandes, se debería escribir algo semejante a esto: DETÉN TU MIRADA HERMANO Y PONTE DESPACIO A LEER, LAS AGUAS DE ESTE PANTANO, SEPULTARON UN VERGEL.
Y ya para despedirme voy a decir lo que tanto trabajo me cuesta porque siempre tengo el miedo que las personas crean que lo hago en alabanza propia pero no es así. Y lo que digo es que yo creo que lo mismo que nosotros, los que de aquella tierra salimos por aquellos días, nos sentimos orgullosos de ser hijos de Hornos de Segura, este pueblo amado que tan profundo llevo en mi corazón, tampoco debería avergonzarse nunca de que seamos hijos suyos. ¿Crees tú que expreso con claridad lo que pretendo?
Ya se pone el sol. Por lo alto de las cumbres que coronan las otras aldeas de Las Lagunillas, la Cabañuela y el Aguadero, ya se pone el sol. Las aguas azuladas y verdosas del pantano se mecen serenas ajenas a cuanto fue y es ahora por estos alrededores y el Valle que duerme en su fondo. Desde aquellos tiempos, todo guarda silencio a pesar de estos tiempos y los que vuelven surcando las carreteras. Los caminos, los cortijos, los rincones, los valles, la Vega, además del silencio, duermen olvidados, muertos bajo las aguas y otros por las laderas y collados.
“En mi sierra apenas hay vida. Todo está muerto. Sumido en un sueño apagado entre nubes y tardes oscuras atravesadas de lluvia. No hay juventud. Todos se han marchado a la ciudad. Muchos a Barcelona, algunos al extranjero. No es por vocación auténtica sino con la esperanza de ser algo y tener pan cada día.
¡Qué hermosa es mi sierra y qué triste y solitaria la veo a pesar de la mucha gente que ahora vive por aquí! ¿Y qué puedo hacer yo? Las sendas se van borrando por el monte que crece. La llanura es la misma. Verde, hermosa como en aquellos tardes. Los árboles son más grandes. Alrededor de sus troncos crece la hierba. Se ve que no los han podado desde hace mucho. El arroyo sigue corriendo. También las zarzas son más espesas a su alrededor. El charco azul de las encinas grandes, ya no está. La corriente y las aguas del pantano, lo han cegado. Sin embargo, el pueblo de la roca, el misterioso pueblo de piedra, permanece en su lugar, coronado por su castillo eterno. No ha muerto en mí ni las praderas de la Vega ni la misteriosa criatura que por ella corrió ni las horas compartidas ni los padres aunque ya no estén”.
Yo, desde este mirador de la espera, a la entrada del pueblo de la roca, sigo soñando. Me acuerdo de ella, de él. ¿Dónde estarán ahora? ¿Cuánto habrá crecido? ¿Qué habrán sido y cuánto todavía la vida les tienes reservado? Sigo soñando en hacer algo para perpetuar el recuerdo de cuanto he conocido. Me gustaría levantar una estatua en mi corazón, en las calles de este pueblo, escribir un libro que sea hermoso para dejar mi vida y la suya entre sus páginas. Los quiero a todos.
Por eso ahora, al caer la tarde, cuando ya se oculta el sol, entiendo que una persona nunca es ella sola. Es ella con todas aquellos seres y cosas que ama. De aquí que siga esperando.
Más información de este Parque Natural en:
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1 comentario:
He leido con deleite, Bajo las aguas del pantano...
Conocco Hornos , mi marido es de ayí. Y francamente estos escritos dicen la verdad sobre sus gentes, y sus paisajes. Yo dira que se quedan cortos en buena valoración.
¿La señora que lo ha contado vive aún? si vive me gustaria que pasara por mi blog. Como podrá ver a mi tambien me gusta contar cosas de mi pueblo.
Un cordial saludo.
Mi blog es
El Blog de Josefa
Espero vuestra visita
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