3.18.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-19

EL CAMINO DESDE EL CORTIJO DEL SOTO A HORNOS

Salimos de la puerta de mi casa: el camino real que pasa, como te he dicho, por la misma puerta. Camino arriba, hacia Hornos, el río a la izquierda. Se pasa por toda la Vega: huertas, arroyos que bajan de la derecha y van a unirse al río Hornos. A la derecha queda el Cortijo de Marcelino, más adelante, también queda a la derecha el cortijo Moreno. Seguimos y a todo esto, este paraíso que tantas veces te he comentado: huertas, árboles frutales, pájaros y flores a un lado y otro del camino. Una delicia. A la derecha, más adelante, se queda el cortijo del Maestro Matías. Seguimos camino arriba y más huertas a la izquierda y ya también algunas a la derecha. Nos acercamos al cortijo del la “Loma Alcanta” donde vivía el hermano Joaquín con sus dos hijos. Uno se llamaba Santos y otro Juan José. El hermano Joaquín de la Loma Alcanta tenía una hija también que se llamaba Dolores, estaba casada con José el Molinero y murió de parto. Todos estos recuerdos también los tengo.

Se quedaba a la derecha la Loma Alcanta, a la izquierda del río y al otro lado, en la ladera de una colina, estaba el cortijo del Gaspar. Un poquito más arriba se extendía una pequeña llanura y por allí corría, no sé si el río de Hornos o el arroyo de los Saleros, que en esto estoy en duda y como no estoy segura, así lo expongo. Pero fuera el río o el arroyo, por allí había que pasar. Se extendía hacia un vado muy grande y había unas piedras, rocas naturales y como no existía puente, saltando de una a otra se cruzaba la corriente. Y el camino real se extendía hacia la derecha trazando una curva, pasaba por el salero de abajo, después el salero de arriba y trazando un recodo venía a unirse con esto que te voy a decir ahora.

A partir de este cruce de río o arroyo se alzaba una cuesta muy empinada que se le decía “el Vallejo”. Por allí se trazaba un atajo para no dar una curva tan grande siguiendo el camino real. Muy cuesta arriba, un poquito pedregoso, más bien una vereilla de cabras, lo habían hecho para adelantar camino. Para no dar aquel rodeo tan grande que había que trazar por los saleros. Ya por allí no había casas. Era todo cuesta arriba, bastante pendiente y llegamos a un cortijo que se llama el cortijo del Leonardo. No era una casa antigua. Yo me acuerdo que al pasar por allí veía todavía por el lugar materiales de construcción. Piedras y cosas. Allí, en el cortijo del Leonardo se juntaba esta vereda de atajo que nosotros cogíamos para adelantar terreno y el camino real de verdad que había trazado un recodo por los saleros y volvía. Desde aquí ya uno solo hacia Hornos.

Algunas de las veces que yo subía por el camino de las Celaillas era para ir a un cortijo muy famoso en Hornos que se llamaba, no me acuerdo si Ontonares o Antanares. El dueño se llamaba don José María Bañón y en este cortijo había muchas colmenas. Este hombre tenía por allí muchas propiedades. Y me acuerdo de ir con mis primas y con mi abuela a por miel. Porque allí vendían una miel riquísima. Yo creo que no he probado después otra miel tan buena como aquella. No sé después qué ha pasado con ese cortijo porque ya no he oído hablar más ni de la miel porque decían “Miel de Ontonares” y era famosa, ni del cortijo.

Subimos y llegando a Hornos se queda a la izquierda, el molino de Ignacio Avilés y ya tenemos el pueblo a dos pasos. Las torres se ven desde mucho antes pero conforme se va uno acercando el pueblo se presenta con toda su hermosura y grandeza. Yo ahora, sólo recordarlo, me emociono. Cuando me contaban mis abuelos y mis padres, los cuentos de castillos de irás y no volverás, princesas encantadas, en mis recuerdos el pueblo de Hornos ahora se me presenta como uno de aquellos castillos de los cuentos. Pero no es una princesa lo que se guarda en ese dulce pueblo mío de Hornos, es una reina gloriosa: la patrona de mi pueblo, Nuestra Señora de la Asunción. Es mi Virgen Santísima la que guarda las torres del pueblo de Hornos.

Echad campanas al vuelo
porque triunfante y gloriosa,
inmaculada y hermosa,
sale la reina del cielo
en solemne procesión
de cánticos y oraciones,
Vítores y aclamaciones
que salen del corazón,
pero... nadie se equivoque,
que a la Virgen nadie ofenda
porque a esta divina prenda,
la va escolta San Roque.

El camino allí hace otro recodo y sale un nuevo atajo. A la izquierda subiendo un repecho con otro atajo que desemboca en la Puerta Nueva. Casi en el mismo punto donde termina el camino real, sólo que éste dibuja una curva y nosotros a pie tomábamos el atajo. Para las bestias, el camino real iba por la derecha. También a la derecha de este camino quedaba el calvario, que es donde ahora han construido esos miradores, hoteles, bares o lo que sean, nuevos. Queda también a la derecha el Molino de aceite de don Francisco Blanco y ya se llega a la Puerta Nueva. Ya estamos en Hornos, ya estamos en mi pueblo con el pensamiento. Solamente con el pensamiento, con mi corazón y el amor que dentro de mi alma brota hacia este pueblo que tan profundo llevo en mí. Sólo con el pensamiento ya me encuentro en mi pueblo de Hornos porque en la realidad yo no estoy allí aunque sea lo que más anhelo en mi vida.

Este es el camino real desde el Soto de arriba hasta Hornos. Pero nos queda lo más noble, lo más puro, lo más grande: las calles, las personas y sus casas. A la entrada a la derecha, el cementerio. Por encima del cementerio había eras. Allí tomaba yo el sol con mi abuelo. Nos salíamos los dos a tomar el sol y mientras estaba en su compañía gozando del aire y el azul del cielo, me contaba cantidad de cuentos e historias de su tierra. Miraba al cementerio y decía: “Virgen mía de las Huertas, aquí he venido yo a morir”. Por encima de las eras, se alzaba el castillo. Y entrando por la Puerta Nueva, ya el pueblo. La carretera va derecha a la Rueda. Estando en la Rueda, a la izquierda, la iglesia. Mi bendita iglesia de Hornos.

Todo aquello ya está muy cambiado pero en aquel tiempo, al entrar había un callejón con una plazoleta y allí estaba la fragua de Inocente Sola. Seguía el callejón y daba a la carretera. Por la derecha queda la carretera y a la izquierda de la carretera, está o estaba la puerta de Félix Vivo, su esposa Eugenia ayudó mucho a los pobres y seguidamente, la casa de Inocente Sola y su Esposa Josefa que también era una familia muy buena y la fragua de la familia Sola, daba al otro lado, a la plazoleta y a continuación el cuartel de la Guardia Civil. Enfrente del cuartel, a la derecha había una pequeña explanada, muy pequeña. De allí salía: a la parte de arriba, la Calle de las Parras, a la parte de abajo, la Calle de los Adanes. En la calle de las Parras era donde vivía mi tío Cesáreo, mi tía Mariana y mis primos y tampoco olvido a los que vivían en aquella calle: El Currito y Pretola y Lorenzo el Rizao y su familia y a todos los demás, aunque algunos ya hayan muerto pero los recuerdo con cariño. A las espaldas de esta calle está el castillo y el adarve.

Mi tío Cesáreo Manzanares Donvidau fue un hombre de corazón generoso y de una honradez bien demostrada que en sus tiempos no se comprendió pero yo estoy segura que Dios nunca se equivoca y Él sí lo comprendería cuando llegara a su presencia. Creo que Jesucristo le diría algo semejante a esto: “No te aflijas más, a mí tampoco me comprendieron. Levanta, pues, tu rostro al cielo. Mira que yo y todos los que tuvieron grandes tribulaciones en el mundo, ahora se gozan y están consolados y para siempre descansan en paz permaneciendo conmigo sin fin, en el Reino de mi Padre”. Mi tía Mariana era una mujer hermosa y ha muerto de edad avanzada después de una vejez tranquila que tal vez le concedió el Señor en compensación por las durezas que vivió. Mis primos viven en Madrid y todos están situados muy dignamente y tengo la inmensa alegría de poder decir que merecen ser considerados entre las personas más buenas de Hornos.

Luego está esa calle que le dicen ahora, la calle de En medio. En la primera casa de la calle de En medio, a la derecha, vivió una temporada el médico. Después puso allí el comercio Paco Lozano. A la izquierda quedaba la posada de Pablo Espinar y Francisca. Unas personas entrañables con las que mi familia guardó siempre una amistad excelente. Siguiendo por la calle de En medio, a la derecha hay una pequeña explanada y allí estaba el horno, en tiempos de la guerra. En la esquina vivió don Saturnino Galdón. Seguimos y nos encontramos un sitio que le dicen las Cuatro Esquinas. Calle abajo y desembocamos en una plazoleta que hay allí que es donde se encuentra la Puerta de la Villa.

Entrando por la Puerta de la Villa nos encontramos un callejón que gira hacia la derecha que es el barrio Perché. Desde esa plazoleta, girando ya hacia el frente, hay otra calle larga donde a la derecha queda la Casa de Narcisa, su marido Paco el Grueso, unas hijas que tenía Narcisa encantadoras. De allí seguimos, pasamos por la puerta de don Francisco Blanco, a la izquierda queda el callejón donde vivía Eusebio el correo y desembocamos otra vez en la Rueda.

Pero por cualquier sitio donde te asomes no ves nada más que maravillas. En otros pueblos verás palacios, muchas grandezas pero en mi pueblo de Hornos, la grandeza es la sencillez. La pequeñez es la grandeza más excelsa que tenemos allí. De mi pueblo recuerdo muchísimas personas. Yo sé que ya nadie se acordará de mí porque fui una niña insignificante pero yo me acuerdo de Pepa la Buñolera. Me acuerdo de Leopoldo el Sastre, de Pajarito, de don Antonio Leal, que fue un talento más de mi pueblo, un gran médico. Los hermanos Ríos. Tomás Ríos, un gran científico y su hermano Miguel Ríos, un gran militar. Los posaderos, personas fabulosas, las hijas de Paco Lozano, Isabelita, Eulalia, Angelita. Todas joyas admirables de mi pueblo. Carlota la panadera donde compraba mi abuela el pan. Tenía unas hijas hermosísimas y llenas de bondad: Carmen y Matilde y Dionisia y otras más.

Mi abuela me había enseñado que yo siempre que llamara a una casa, mi primer saludo fuera una Ave María Purísima. Y aquella señora, como ya sabía que al entrar yo siempre decía Ave María, cuando me veía me sonreía y antes de que a mí me diera tiempo a pronunciar una palabra, ella me contestaba: “Sin pecado concebida”. ¡Carlota, qué buena persona y cuanto me acuerdo de ella! Allí vive también María Josefa Lara Linares del Soto de Abajo. ¡Ay madre mía si yo pudiera verla! ¡Si fuera a Hornos no me vendría sin verla! Pero yo creo que si me encontrara cara a cara con ella, aunque no me conociera, del abrazo que le diera se me llenaría el alma de gozo. Ha sido mucho el cariño, mucho el roce que nos hemos tenido. Una vecindad que más que vecindad era hermandad lo que teníamos allí. Era amor serrano de verdad lo que en los cortijos del Soto se respiraba y tanto o más en mi pueblo.

Felipa Vivo, gran amiga mía. Desde la casa de mi abuela y ella desde su balcón jugábamos a la pelota. Ella me la tiraba hacia abajo y yo se la tiraba hacia arriba. Un día la pelota me dio en un ojo y se me hinchó pero yo no quise decirle nada para que no se enfadara conmigo. Fue si querer. Pepa la Buñolera vivía cerca de mi casa. Recuerdo que despachaba los churros por la ventana. Era la única churrería que había en el pueblo. Tenía una hija mayor que se llamaba Lola, hermosa como un sol y tenía otra menor que se llamaba Amalia y un hijo pequeño que se llamaba Juan. Ella lo llamaba siempre Juanico y dos gemelos. Pepa la Buñolera era hija de Juanillones y de la hermana Segunda y después de enviudar dos veces, se casó con un molinero que le decían el “Salao” y era el padre de una familia que también le decían “Los Salaos”, yo los recuerdo muy bien.

Con gran cariño se me viene ahora a la memoria la imagen de Soledad. Era tía de mi tía Mariana. La conocí ya mayor y viuda. Sólo tenía un hijo que se llamaba Pablo. De esta señora me contaban mi madre y mi abuela, que de joven, había sido una mujer de espléndida hermosura. Su hijo Pablo, un hombre Cabal donde quepan los hombres cabales. Y una flor entre las flores delicadas de mi pueblo: Estrellita Gámez. No creo que nunca haya habido un nombre tan mejor escogido para una persona, que el suyo para ella.

Estrella, porque lo es de verdad. Hija de don Eustaquio Gámez, un hombre entero de arriba abajo. Su madre, gran señora pero en este momento no recuerdo su nombre. Sí recuerdo a su hermana Amelia, a su hermano Raúl y sobre todo a Estrellita. Por mucho que yo te quiera explicar como era esta señora, no encuentro palabras. Era de una belleza exquisita, fina y rubia, semejante a los rayos del sol de los amaneceres de mi tierra. Era la dulzura personificada. Solamente verla, ya inspiraba simpatía, gracia, encanto y bondad. Una de las personas más deliciosas que yo he conocido en mi vida.

Hasta recuerdo que un día me dejó prendada con una de aquellas olas de encanto que siempre iba derramando. Eran las fiestas del pueblo y yo estaba con mi prima Ramona. Andábamos paseando en la Rueda. Estrellita Gámez iba paseando con otras muchachas amigas suyas. Por detrás, se acercó Pablo el de Soledad, con mucha delicadeza y le dijo: “¡Estre...!” La muchacha volvió la cabeza envuelta en un remolino de gracia y le contestó: “¡Lla!”. Y aquello fue un momento de tanta belleza y los dos se hablaron con tanta dulzura que mi prima Ramona y yo, que estábamos cerca, dijimos: “Estos dos se casan”. Porque vamos, se miraron con tanto amor que aquello era una escena más propia de un sueño bello que de una realidad terrenal. Todavía no eran novios; después lo fueron. Y para que sepas las cosas bien, Pablo, el esposo de Estrellita Gámez y padre del Alcalde actual del pueblo de Hornos, también fue alcalde en este pueblo mío. Y a fe mía que los fue muy dignamente.

Por mi prima Ramona, pasado el tiempo, supe que se habían casado. Creo que han tenido varios hijos pero yo la que conozco bien, es a Marisol. La conocí muy niña y ya era toda una muñeca de tan bella y encantadora. Sé que han tenido más hijos pero ya a los otros no los conozco. Cuando vivía allí mi tía siempre iba a visitarla. Un día que estuve en Hornos, de las pocas veces que he ido, vi a Soledad, ya muy mayor. Todavía conservaba su lucidez mental. Seguía siendo la misma persona hermosa de siempre y, además, tenía un rosario en la mano que lo apretaba con mucho cariño. Y en un ratillo que estuvimos las tres solas, Soledad nos empezó a ponderar, no ponderar porque cuando lo que se dice es verdad, no cabe otra realidad que exactamente eso, la verdad, las virtudes de su nuera Estrellita. Que ya es algo grandioso que una suegra comente las virtudes de su nuera como Soledad comentaba las de Estrella. Las tres coincidimos en que ciertamente lo que allí se estuvo hablando, era exactamente lo que Estrella se mecería.

Con tanto cariño recuerdo yo a todas estas personas que de ahí, el amor que siento por mi pueblo, sea tan grande y tan fuerte. Hace un tiempo supe que Pablo había muerto. Traté de ponerme en contacto con Estrella para darle el pésame. Pero me contestaron de Hornos diciendo que ella estaba en Sevilla con su hija Marisol. Ya te he dicho que a Marisol la conocía de pequeñica. Se ha hecho mayor, no sé qué estudios hizo, el caso que por lo menos en ese tiempo, estaba en Sevilla y Estrella con ella. Tengo aceptado que Estrella será mayor pero el recuerdo que guardo de ella es tan agradable, que eso permanece conmigo siempre. Era una criatura de lo más delicioso que te puedes encontrar. Otra flor más de mi entrañable pueblo de Hornos. Era rubia y tenía una delicadeza en su cutis, en sus ojos y en su mirada que yo creo, como te he dicho al principio, que el nombre de Estrella le venía a su medida exacta.

Felipe el de la Posada, estaba casado con una parienta lejana de mi padre. Se llama Francisca y tenía dos hijas, una Angelita y otra Luisa. Muchas veces jugábamos juntas. Yo me acuerdo de todas esas cosas. La pena profunda que tengo es que intuyo que ni ellas se acordarán de mí ni tampoco en mi pueblo del alma saben ya quien soy. Las cosas cambian, el tiempo borra y las personas que llegan, olvidan y, sin embargo, la historia hay que recordarla y escribirla para que los pueblos crezcan y se hagan grandes. Mi pueblo y aquellas personas, han seguido allí en sus raíces y yo, en la nostalgia de la distancia y las vivencias de mi niñez, los tengo vivos. Con la frescura y a la belleza de los días más tiernos y los juegos más limpios. Me gustaría que alguien se acordara de mí pero yo creo que no. Me vine de mi tierra y mi pueblo muy pequeña pero ellos, todos y todo, sí viven en lo mejor de lo que yo soy. También me acuerdo mucho de una mujer que le decían “La Reina”.

Cantinuará…

2 comentarios:

Josefa dijo...

SOY DE HORNOS DE SEGURA
Y POR UNA CASUALIDAD HE VISTO TU BLOC Y ME HA RECORDADO TODA MI VIDA DE NIÑO Y JOVEN.ME GUSTARIA
SI NO TIENE INCONVENIENTE DECIRME SU NOMBRE POR SI LA CONOCIERA.
SOY FRANCISCO HIJO DE
LORENZO FUENTES.

Josefa dijo...

Mi esposo, puso un comentario desde mi blog. Le ha causado gran impresión, Encontrar
TRozos del "Último Eden" Hoy lo estoy leyendo y no he podido quitarme el pañuelo de los hojos.
Nos ha dado mucha alegría al ver el recuerdo que tienes de donde vivian sus padres. Lorenzo "El Rizao" y maría, mi esposo se llama Frncisco y es el más pequeño de sus hermanos.Dice que no te recuerda pero si, a toda tu familia que nombras. y le gustaría tener mas información tuya. Ha sido un placer para los dos vivir estos recuerdos tan entrañables. Yo soy de Córdoba y conocí a mi esposo en Barcelona, a través de mi cuñada Virginia. He estado varias veces en Hornos y me ha encantado tanto el pueblo como sus gentes.
Esperamos, los dos, tener contestación a este comentario.
Reciba un afectuoso saludo.