CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-29
LA RESERVA
Uno de los muchos días que después de venirnos del cortijo, he vuelto por el lugar, me animé y subí hasta el rellano de la fuente. Nos sentamos en aquellas rocas blancas y nos pusimos a contemplar las tierras que se recogen entre los dos arroyos. Uno de los vecinos de aquellos cortijos que como yo, sentía la añoranza de la tierra y por eso me acompañaba, me dijo:
- ¿Sabes lo que es ahora ese trozo de tierra?
- Un bosque de pinos y un paraíso para los bichos.
Le dije. Nosotros siempre hemos llamado animales a las cabras, vacas, ovejas y marranos que teníamos en los cortijos y bichos a los ciervos y gamos que ellos soltaron por el monte.
- Un desierto para los bichos sí que es, pero, además, ellos dicen que este rincón es también “La Reserva”. No sé qué es lo que reservan ahí, pero por lo visto lo que les interesa es que el monte crezca mucho, que se borren todas las veredas que en otros tiempos hemos andado nosotros y que los bichos anden a su antojo por donde quieran. Y si te fijas bien te darás cuenta como las tres cosas primeras ya son realidad.
El monte ha crecido mucho. La pequeña vega que antes era casi pura tierra color naranja, ahora mismo está cubierta por un espeso bosque de matorral y pinos. Las sendas ya no se conocen y aunque nosotros sí sabemos por donde van, si nos pusiéramos a recorrerlas, seguro que nos perderíamos. Y bichos salvajes son los únicos animales que se ven por esas tierras. Todas aquellas manadas de cabras, vacas y cerdos que en nuestros tiempos pastaban por ese mágico rincón entre los arroyos ya son puro sueño en la imaginación de nuestros recuerdos.
- ¡Hay que ver lo que pueden conseguir los que tienen el poder a pesar de lo fuerte que es el cariño que nosotros sentimos por estas tierras!
Fue lo que yo le dije. Luego, aquel día, durante largo rato estuvimos sentados en las rocas que rodean la fuente. Despacio y mudos estuvimos contemplando la deliciosa belleza que en silencio duerme por el rincón de los arroyos. Estuvimos gozando del dulce sonar del agua cayendo por la cascada desde la fuente hasta los charcos alargado y azules donde nadaban los marranos y cuando ya la tristeza nos inundó el alma, nos fuimos.
¿Qué íbamos a hacer? Los recuerdos nos barrenaban y nos barrenan el alma y la añoranza nos tiñe de amargor el aliento y a pesar de que poco a poco nos vamos muriendo, el único consuelo que encontramos es ir por el rincón de vez en cuando. Ya hemos aceptado que las tierras no nos pertenecen y como en la lucha ellos vencieron, lo único que trae un poco de felicidad a nuestras vidas son los recuerdos. Eso y los trozos de alma que tenemos enganchados en cada una de las piedras de estos montes, no habrá nunca nadie ni nada en este mundo que pueda arrebatárnosla.
Uno de los muchos días que después de venirnos del cortijo, he vuelto por el lugar, me animé y subí hasta el rellano de la fuente. Nos sentamos en aquellas rocas blancas y nos pusimos a contemplar las tierras que se recogen entre los dos arroyos. Uno de los vecinos de aquellos cortijos que como yo, sentía la añoranza de la tierra y por eso me acompañaba, me dijo:
- ¿Sabes lo que es ahora ese trozo de tierra?
- Un bosque de pinos y un paraíso para los bichos.
Le dije. Nosotros siempre hemos llamado animales a las cabras, vacas, ovejas y marranos que teníamos en los cortijos y bichos a los ciervos y gamos que ellos soltaron por el monte.
- Un desierto para los bichos sí que es, pero, además, ellos dicen que este rincón es también “La Reserva”. No sé qué es lo que reservan ahí, pero por lo visto lo que les interesa es que el monte crezca mucho, que se borren todas las veredas que en otros tiempos hemos andado nosotros y que los bichos anden a su antojo por donde quieran. Y si te fijas bien te darás cuenta como las tres cosas primeras ya son realidad.
El monte ha crecido mucho. La pequeña vega que antes era casi pura tierra color naranja, ahora mismo está cubierta por un espeso bosque de matorral y pinos. Las sendas ya no se conocen y aunque nosotros sí sabemos por donde van, si nos pusiéramos a recorrerlas, seguro que nos perderíamos. Y bichos salvajes son los únicos animales que se ven por esas tierras. Todas aquellas manadas de cabras, vacas y cerdos que en nuestros tiempos pastaban por ese mágico rincón entre los arroyos ya son puro sueño en la imaginación de nuestros recuerdos.
- ¡Hay que ver lo que pueden conseguir los que tienen el poder a pesar de lo fuerte que es el cariño que nosotros sentimos por estas tierras!
Fue lo que yo le dije. Luego, aquel día, durante largo rato estuvimos sentados en las rocas que rodean la fuente. Despacio y mudos estuvimos contemplando la deliciosa belleza que en silencio duerme por el rincón de los arroyos. Estuvimos gozando del dulce sonar del agua cayendo por la cascada desde la fuente hasta los charcos alargado y azules donde nadaban los marranos y cuando ya la tristeza nos inundó el alma, nos fuimos.
¿Qué íbamos a hacer? Los recuerdos nos barrenaban y nos barrenan el alma y la añoranza nos tiñe de amargor el aliento y a pesar de que poco a poco nos vamos muriendo, el único consuelo que encontramos es ir por el rincón de vez en cuando. Ya hemos aceptado que las tierras no nos pertenecen y como en la lucha ellos vencieron, lo único que trae un poco de felicidad a nuestras vidas son los recuerdos. Eso y los trozos de alma que tenemos enganchados en cada una de las piedras de estos montes, no habrá nunca nadie ni nada en este mundo que pueda arrebatárnosla.
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