CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-28
CUANDO AQUELLO DE LOS PINOS
Pues vivíamos de lo que hacia de madera: mesas, sillas, ubios... en fin, de todo. Cuando ya nos echaron, le dijeron que podías seguir trayéndose la madera de allí. Pues ni para una cosa ni para la otra quiso ir a su casa. Y fue el último que firmo. ¡Tú te crees la miseria que se pusieron a darle! Tenían unas tierras que eran buenísimas, dos hectáreas o tres, por la Cañá del Fraile. Pues se lo pusieron de pinos y tubo luchas, porque como hacían lo que les daba la gana. Ya ves tú, salir el agua de ahí y esto ponerlo de pinos, fíjate qué faena. Era mejor sembrar habichuelas, patatas, trigo... en fin, cosas para comer y no los pinos.
¡Hombre, porque aquello no lo tenían que haber hecho! Pero como hacían lo que les daba la gana, pues ya está. Es que se llenaban de autoridad más que les pertenecía. Yo soy partidaria que cumpla cada cual, en el puesto que ocupe, con su deber, pero sin abusar de nadie. El abuso no debe de existir, porque produce malas cosas.
DE CUANDO PEQUEÑA
De lo de aquella tierra mía y cuando yo era pequeña, me acuerdo especialmente de un paisaje muy bello que recorrí mucho de pequeña. Era el trozo de tierra que se recoge entre los dos arroyos. No tiene nombre ese trozo de tierra, pero por la casualidad o no, fue uno de los terrenos que más anduve de pequeña. Lo comenzaba a recorrer entrando siempre por la parte de abajo, donde se junta los dos arroyo que es donde forma como un ángulo. Subía ladera arriba y como la tierra no estaba muy pendiente me gustaba a mí mucho remontarme por allí enmedio hasta lo más alto del collado. Aquella tierra, por aquel entonces, no tenía mucho monte. Casi estaba pelada y por eso lo animales la tomaban con tanta querencia. En cuanto caían las primeras lluvias del otoño, todo el suelo se llenaba de hierba y ya permanecía verde todo el año.
Mucho de aquellos días yo le entraba al rincón remontándome por el lado de la derecha. La ladera de los voladeros que cae en picado hacia la junta de los arroyos. Me subía despacio y justo donde nace la fuente me paraba. Desde este punto miraba hacia lo que yo llamaba el valle y aquello era maravilloso. Justo desde mis pies nacía la fuente de las rocas, la del agua más buena y cristalina de toda la sierra. Se despeñaba por el primer voladero y enseguida caía al gran cauce del arroyo. La corriente seguía cayendo y unos metros más abajo de la cascada se extendía el gran charco. Un charco largo que parecía todo un mar por su anchura y su profundidad. Las aguas eran azules tirando a transparentes y aquello resultaba precioso verlo desde el rellano pequeño de la fuente.
Mas que agua la superficie ancha de aquel embalse azulado parecía la montaña derretida meciéndose a los pies del valle. Y aquel cuadro adquiría su máxima belleza cuando por allí entraban el hatajo de marranos. Llegaban desde el lado del cortijo y como tú sabes que los marranos siempre son valientes para el agua, al llegar al charco no se paraban. Desde la orilla de la fuente uno detrás de otro se iban tirando y en un abrir y cerrar de ojos todos estaban nadando por entre las aguas del charco. Por completo unidos cada uno de ellos y con la cabeza fuera del agua avanzaban por la superficie en busca de la otra orilla. ¡Que espectáculo más bonito y a la vez qué emocionante por la cantidad de sencillez y vida que todo aquello exhalaba!
Pero con el tiempo pasó lo mismo que con el resto de aquellas tierras. Las tuvimos que dejar en manos de ellos y lo primero que hicieron fue llenarlas de pino. Prohibieron luego, que por allí pastara ningún animal de los nuestros y soltaron los bichos. A la fuente ya no pude subir más ni tampoco pude gozar del nado de los marranos atravesando el charco en busca de la otra orilla. No puede meterme por las tierras que se recogen el en pequeño valle porque los pinos comenzaron a crecer y tampoco pude asomarme al otro lado del collado. Las sendas se borraron por no usarlas y la tierra, aunque la seguía considerando mía, ya no era igual. Notaba que les pertenecía y en el fondo, hasta un poco de miedo sentía andar por allí no fueran a complicarme la vida.
Pues vivíamos de lo que hacia de madera: mesas, sillas, ubios... en fin, de todo. Cuando ya nos echaron, le dijeron que podías seguir trayéndose la madera de allí. Pues ni para una cosa ni para la otra quiso ir a su casa. Y fue el último que firmo. ¡Tú te crees la miseria que se pusieron a darle! Tenían unas tierras que eran buenísimas, dos hectáreas o tres, por la Cañá del Fraile. Pues se lo pusieron de pinos y tubo luchas, porque como hacían lo que les daba la gana. Ya ves tú, salir el agua de ahí y esto ponerlo de pinos, fíjate qué faena. Era mejor sembrar habichuelas, patatas, trigo... en fin, cosas para comer y no los pinos.
¡Hombre, porque aquello no lo tenían que haber hecho! Pero como hacían lo que les daba la gana, pues ya está. Es que se llenaban de autoridad más que les pertenecía. Yo soy partidaria que cumpla cada cual, en el puesto que ocupe, con su deber, pero sin abusar de nadie. El abuso no debe de existir, porque produce malas cosas.
DE CUANDO PEQUEÑA
De lo de aquella tierra mía y cuando yo era pequeña, me acuerdo especialmente de un paisaje muy bello que recorrí mucho de pequeña. Era el trozo de tierra que se recoge entre los dos arroyos. No tiene nombre ese trozo de tierra, pero por la casualidad o no, fue uno de los terrenos que más anduve de pequeña. Lo comenzaba a recorrer entrando siempre por la parte de abajo, donde se junta los dos arroyo que es donde forma como un ángulo. Subía ladera arriba y como la tierra no estaba muy pendiente me gustaba a mí mucho remontarme por allí enmedio hasta lo más alto del collado. Aquella tierra, por aquel entonces, no tenía mucho monte. Casi estaba pelada y por eso lo animales la tomaban con tanta querencia. En cuanto caían las primeras lluvias del otoño, todo el suelo se llenaba de hierba y ya permanecía verde todo el año.
Mucho de aquellos días yo le entraba al rincón remontándome por el lado de la derecha. La ladera de los voladeros que cae en picado hacia la junta de los arroyos. Me subía despacio y justo donde nace la fuente me paraba. Desde este punto miraba hacia lo que yo llamaba el valle y aquello era maravilloso. Justo desde mis pies nacía la fuente de las rocas, la del agua más buena y cristalina de toda la sierra. Se despeñaba por el primer voladero y enseguida caía al gran cauce del arroyo. La corriente seguía cayendo y unos metros más abajo de la cascada se extendía el gran charco. Un charco largo que parecía todo un mar por su anchura y su profundidad. Las aguas eran azules tirando a transparentes y aquello resultaba precioso verlo desde el rellano pequeño de la fuente.
Mas que agua la superficie ancha de aquel embalse azulado parecía la montaña derretida meciéndose a los pies del valle. Y aquel cuadro adquiría su máxima belleza cuando por allí entraban el hatajo de marranos. Llegaban desde el lado del cortijo y como tú sabes que los marranos siempre son valientes para el agua, al llegar al charco no se paraban. Desde la orilla de la fuente uno detrás de otro se iban tirando y en un abrir y cerrar de ojos todos estaban nadando por entre las aguas del charco. Por completo unidos cada uno de ellos y con la cabeza fuera del agua avanzaban por la superficie en busca de la otra orilla. ¡Que espectáculo más bonito y a la vez qué emocionante por la cantidad de sencillez y vida que todo aquello exhalaba!
Pero con el tiempo pasó lo mismo que con el resto de aquellas tierras. Las tuvimos que dejar en manos de ellos y lo primero que hicieron fue llenarlas de pino. Prohibieron luego, que por allí pastara ningún animal de los nuestros y soltaron los bichos. A la fuente ya no pude subir más ni tampoco pude gozar del nado de los marranos atravesando el charco en busca de la otra orilla. No puede meterme por las tierras que se recogen el en pequeño valle porque los pinos comenzaron a crecer y tampoco pude asomarme al otro lado del collado. Las sendas se borraron por no usarlas y la tierra, aunque la seguía considerando mía, ya no era igual. Notaba que les pertenecía y en el fondo, hasta un poco de miedo sentía andar por allí no fueran a complicarme la vida.
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