CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-18
TOCANDO LAS RUINAS
Desde el puntalillo damos media vuelta dejando que siga al frente y antes de arrancar nos dice:
- Aquello que hemos visto se llama la Huelga el Maguillo, que era mío. Ahí había árboles de todas las clases. Melocotoneros, granadas, parras, higueras, ciruelos. Cuando maduraban los frutos no dábamos a vastos a comerlos. Y ahí pues riego, toda el agua que queríamos echarle directamente del río y limpia como el viento. Era una gloria la fruta y los hortales que se criaban por aquí en estas tierras tan buenas, con tanta agua y el buen estierco de los animales. Aquello que se ve enfrente, fijaros qué perfectas: las Tres Piedras Colorás. Las sementeras que por estas laderas y cauce del río sembraba, eran de trigo, cebada para el pienso de animales, centeno, garbanzos y avena. Del cortijo este no se sabe su antigüedad. A mi familia llego porque lo compró mi abuelo. Ya os diré a quién se lo compró. De esto hace más de doscientos años.
Vamos llegando a las tierras del cortijo. La senda, muy cómoda y muy bien marcada, sube adaptándose al terreno. Cruza la hondonada de un pequeño arroyuelo y desde este punto ya se ven las paredes del cortijo, las parras “engarbadas” por los troncos de las encinas, las colmenas de la hermana, por delante de las paredes que aún no se han desmoronado, en una repisa tallada en la tierra. A le arde la emoción.
- Por aquí mismo había una parra grande de uvas blancas. Mírala, ahí está y ha arrojado sus frutos.
De la parra, por completo extendida entre las ramas de una gran encina, cuelgan los racimos de uvas gordas ya con tonos oro.
- Todavía no estarán maduras. Pero estas uvas son tan buenas, que en cuanto terminan de engordar, se pueden comer. Mas cuando están maduras del todo, el color que tienen es dorado como los amaneceres por las cumbres de Banderillas.
Atravesamos las primeras tierras que por lo que se ve, fueron bancales en forma de escalones que caían desde la misma puerta de la vivienda hacia el arroyuelo de la entrada. Nos vamos derecho a las paredes por donde todavía se ve la puerta y las ventanas y dejamos que nos lo explique. Entramos. Las piedras y trozos de tejos llenan todo el suelo. En el rincón de la izquierda, debajo de la escalera que sube a la cámara, las cantareras con dos viejas damajuanas de cristal. Las escaleras de la cámara y otra puerta.
- Esta era mi casa. Mira el cuarto que roto lo vemos. Hay disfruté yo mi luna de miel. ¡Dios santo qué recuerdos y lo que el tiempo ha destrozado!
Desde el puntalillo damos media vuelta dejando que siga al frente y antes de arrancar nos dice:
- Aquello que hemos visto se llama la Huelga el Maguillo, que era mío. Ahí había árboles de todas las clases. Melocotoneros, granadas, parras, higueras, ciruelos. Cuando maduraban los frutos no dábamos a vastos a comerlos. Y ahí pues riego, toda el agua que queríamos echarle directamente del río y limpia como el viento. Era una gloria la fruta y los hortales que se criaban por aquí en estas tierras tan buenas, con tanta agua y el buen estierco de los animales. Aquello que se ve enfrente, fijaros qué perfectas: las Tres Piedras Colorás. Las sementeras que por estas laderas y cauce del río sembraba, eran de trigo, cebada para el pienso de animales, centeno, garbanzos y avena. Del cortijo este no se sabe su antigüedad. A mi familia llego porque lo compró mi abuelo. Ya os diré a quién se lo compró. De esto hace más de doscientos años.
Vamos llegando a las tierras del cortijo. La senda, muy cómoda y muy bien marcada, sube adaptándose al terreno. Cruza la hondonada de un pequeño arroyuelo y desde este punto ya se ven las paredes del cortijo, las parras “engarbadas” por los troncos de las encinas, las colmenas de la hermana, por delante de las paredes que aún no se han desmoronado, en una repisa tallada en la tierra. A le arde la emoción.
- Por aquí mismo había una parra grande de uvas blancas. Mírala, ahí está y ha arrojado sus frutos.
De la parra, por completo extendida entre las ramas de una gran encina, cuelgan los racimos de uvas gordas ya con tonos oro.
- Todavía no estarán maduras. Pero estas uvas son tan buenas, que en cuanto terminan de engordar, se pueden comer. Mas cuando están maduras del todo, el color que tienen es dorado como los amaneceres por las cumbres de Banderillas.
Atravesamos las primeras tierras que por lo que se ve, fueron bancales en forma de escalones que caían desde la misma puerta de la vivienda hacia el arroyuelo de la entrada. Nos vamos derecho a las paredes por donde todavía se ve la puerta y las ventanas y dejamos que nos lo explique. Entramos. Las piedras y trozos de tejos llenan todo el suelo. En el rincón de la izquierda, debajo de la escalera que sube a la cámara, las cantareras con dos viejas damajuanas de cristal. Las escaleras de la cámara y otra puerta.
- Esta era mi casa. Mira el cuarto que roto lo vemos. Hay disfruté yo mi luna de miel. ¡Dios santo qué recuerdos y lo que el tiempo ha destrozado!
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