6.06.2008

Aneluz-7

“El Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas es un paraje donde se encierran extraordinarias bellezas. Poco a poco lo he ido recorriendo paso a paso por cumbres, valles, ríos, pantanos y arroyos. Fascinado fui descubriendo el espectáculo de naturaleza, paz y silencio latiendo bajo el manto blanco de la nieve en invierno, el tapiz multicolor de las flores en la primavera, la alfombra pálidas de las hojas secas en otoño y el grisáceo y a la vez celeste cielo limpio del verano. Subyugado por la fuerza limpia que brota de estos paisajes he sentido mi espíritu empujado a irlos recogiendo tanto en fotos como en páginas escritas y planos. El pequeño libro que te presento a continuación recopila algunos trozos de los paisajes encontrados y gozados por mí en estos paseos. Intencionadamente ni he querido ordenarlos ni he buscado darles matices científicos. Los he puesto así, con la misma frescura que yo me los he encontrado y desde un punto de vista sencillamente estético los he observado y paladeado.”

A continuación aparecía una bonita foto y en su parte inferior el siguiente texto:
“Al fondo barranco del Río Guadalentín, en el centro el arroyo de Guazalamanco y en primer plano la caída de la gran cascada de este arroyo. Estamos en la ladera sur del Pico Cabañas y es diciembre”.
- Según vayamos ojeando las fotos me vas diciendo en qué parte de la sierra se encuentran los parajes que en ella veamos ¿vale abuela?
Dijo la niña a lo que la abuela respondió:
- Sí que vale, pero puede que algunos sitios no los reconozca.
- Es que me interesa porque tengo el presentimiento que este librito es el primer paso para comenzar la búsqueda de lo que tú ya sabes. Puede que encuentre pistas importantes que me sirvan para llegar a cada uno de los libros que debo encontrar para que las personas los conozcan.
- De acuerdo, hija mía. Sigue pasando hojas y veremos qué encontramos o descubrimos.
Aneluz siguió y pasó la segunda hoja luego la siguiente y la siguiente. A parecieron más fotos acompañados de hermosos textos que fueron leyendo con mucho interés.
La niña dijo:
- Quizá en algunos de estos textos encontremos claves ocultas que pueden ayudarme mucho en el futuro.
- Puede que sí.

Confirmó la abuela. Luego la niña añadió:
- Te digo esto abuela porque recuerdo que para llegar a descubrir el siguiente libro que tengo apuntado en la lista que soñé tengo que encontrar la pista en el que en cada momento tenga en mis manos. Y hoy tengo en mis manos el primer libro de esa misteriosa colección. ¿Cómo es posible que mi amiga supiera que necesitaba este libro?
- Puede que tu amiga no lo supiera.
- ¿Entonces lo sabía la abuela de mi amiga?
- A lo mejor ella tampoco lo sabía.
- ¿Entonces?
- Tampoco lo sé yo.
- Abuela, en cuento tenga un rato voy a ir a la casa de mi amiga para preguntarle a su abuela algunas cosas que me interesa.
- Si deja de llover luego te vas con tu amiga y te quedas en su casa todo el rato que quieras.

Mientras comentaba con su abuela estas cosas Aneluz abría el libro, pasaba páginas, observaba con interés cada foto y leía con más interés lo que junto a cada foto había escrito. Sencillos y bonitos textos que acompañaban a cada una de las fotos.

Después del sueño
Ya bien avanzada la mañana la abuela despertó a su nieta. Ya tenía el desayuno puesto sobre la mesa frente al fuego de la chimenea que ardía y su amiga sí estaba allí pero sin regalo ni libro ninguno. La amiga le pidió que se fuera con ella a su casa. La abuela las dejó y salieron a la calle. Seguía lloviendo pero salieron a la calle y subieron un poco en dirección a la fuente del caño limpio. Antes de llegar al final de la calle, a la izquierda suya apareció una puerta. Se pararon frente a ella, la abrieron y entraron. Las gallinas del pequeño corral las saludaron alegres y animadas. Era la hora de su comida y por eso la niña les roció un puñado de trigo y cebada por el suelo. Seguía lloviendo y por eso nadie pasaba por la calle. La calle estaba desierta. Solo acompañada y bañada por el pequeño manto de agua que desde la fuente bajaba cubriendo el asfalto en forma de río cristalino.

Aneluz dijo a su amiga:
- Son bonitas las fotos del libro que me has traído ¿verdad?
- ¿De qué libro hablas?
- ¿De que me has regalado tú?
- Yo no te he regalado ningún libro.
- Sí que me lo has traído y viene de parte de tu abuela ¿En qué foto de las que hay en ese libro crees tú que puede estar la clave que necesito saber?
- Si tú no lo sabes yo tampoco. Esto para mí es muy complicado. Seguro que has soñado todo ¿Has visto algo que te llame la atención?
- Nada pero como lo tengo todo claro en mi mente lo repasaré y daré con ella. Esta misma noche lo haré. Ahora me quiero ir contigo a tu casa. Quiero hablar con tu abuela. Ella puede contarme cosas que a lo mejor me ayudan. ¿Sabes tú donde consiguió el librito que me has regalado?
- Ya te he dicho que no sé nada del librito que dices.
- Se lo quiero preguntar. Tengo que preguntarle muchas cosas a tu abuela.

Las niñas regresaron del corral de sus gallinas. Entraron a la casa y al acercarse a la abuela ésta les dijo:
- Sigue lloviendo y mucho. Las personas que han salido al campo a coger aceitunas se han tenido que volver con las manos vacías. La lluvia arrecia y los campos se están empapando.
- ¿Puedo irme con mi amiga a su casa?
Preguntó la niña.
- Llueve mucho y por eso no es un buen día para que andes dando vueltas por las calles del pueblo.
- Pero es que necesito hablar con su abuela.
- Creo que será mejor otro día. A lo mejor hoy vienen los primos del pueblo de la loma de los olivos y por eso debes quedarte en casa.
Aneluz dijo que lo que ella viera mejor y como la amiga sí quería irse a su casa cogió el paraguas y después de despedirse de las dos salió a la calle. Bajó por ella y en la zona más llana del pueblo torció para la derecha. Al poco llegó a su casa y enseguida le contó a la abuela lo que había vivido en la casa de su amiga Aneluz.

La lluvia siguió cayendo y hasta parecía que cada vez con más fuerza. Cuando ya el día se inclinaba hacia la tarde y para la noche la lluvia arreciaba y caía sin parar. Las montañas al sur del pueblo de Aneluz, las que se alzan por el lado norte y las que se elevan al final del valle y son las más altas de toda la sierra estaban cubiertas de niebla. De espesas nubes bajas que descargaban gotas de lluvia hora tras hora. Por las laderas que se elevan desde las mismas casas del pueblo también revoloteaba la niebla y por eso los olivares quedaban perdidos como en un mundo fantástico. Según iba llegando la noche se levantó un poco de viento y el frío aumentó. Los primos que Aneluz esperaba no llegaron y esto le dejó un poco triste. Le hubiera gustado verlos para jugar con ellos y contarles cosas, pero no sucedió así. En la chimenea de la casa seguía ardiendo los troncos de olivos y la abuela iba y venía de acá para allá sin parar.

La luz del día se apagó y la sombra de la noche comenzó a extenderse por los campos y las calles del pueblo. El frío aumentó y las gotas de lluvia comenzaron a helarse. Caían sin parar pero ya en forma de nieve. Desde el balcón de su casa Aneluz estuvo un buen rato viendo como los campos se llenaban de sombras y en más de una ocasión quiso hablar con la abuela para preguntarle por las sensaciones que por su alma pasaban pero como eran muchas y muy variadas no sabía de qué forma preguntar. Sentía pero no comprendía y por eso dejó que el tiempo pasara mientras comprobaba que la noche se cerraba más y más.

Iba a irse a su habitación cuando alguien llamó en la puerta de su casa. Miró a la abuela y le preguntó:
- ¿Quién será a estas horas?
- No lo sé, pero abre y que pase.
Se fue la niña para la puerta y la abrió. Ante ella se presentaba la figura de un hombre que conocía. Al verla la saludó y preguntó por la abuela.
- Está en la sala. Pasa.
El hombre entró al tiempo que llamaba a la abuela por su nombre. Ésta le contestó desde dentro y le invitaba a que entrara. Cuando el hombre estuvo en la sala cogió una silla y se sentó frente a la chimenea donde ardían los troncos de olivos. Aneluz se fue a su habitación. En la sala se quedaron solos abuela y el recién llegado. Lo miró la abuela y como notaba algo raro en la cara le preguntó:
- ¿Cómo te encuentras?
- ¿Qué quieres que te diga? Me encuentro mal, muy mal. No se me va la pena del alma y ya no sé qué hacer.
- ¿Rezas?
- ¿A quién le rezo yo abuela?
- A Dios. Al Creador del universo y de nuestras vidas.
- Al Dios que tú conoces y yo también desde pequeño ni siquiera puedo ya rezarle. Aunque le rezo a mi modo, pero sin esperanzas de que me ayude en esta tan honda desgracia mía. En más de una ocasión hasta he llegado a pensar que Dios me tiene dejado de su mano. No quiere nada conmigo.

Guardó silencio la abuela durante unos segundos y luego le preguntó:
- ¿Por qué dices eso?
- Estoy en un callejón sin salida. Sin amigos, sin dinero ni siquiera para comprar pan, sin comprensión por parte de nadie, sin gusto por la vida que cada día me regalan, sin gusto ni por el cielo azul ni el canto de los pajarillos ni la lluvia ni el bosque ni las personas que me rodean. Me paso las horas encerrado en ese cuartucho que tú conoces solo y sin ganas ni de mirarme. De este modo ¿para qué quiero yo seguir viviendo tres día, dos meses o cuatro años más? Todos los sueños que he soñado se me han roto y lo que aun sigo soñando sé que es imposible. Estoy amargado. Soy el más desgraciado de los seres humanos porque ni tengo libertad ni puedo realizar el sueño que me duele en el alma ni tengo amigos ni me gusta lo que cada día tengo que vivir. ¡Qué desgraciado soy abuela qué desgraciado!

El recién llegado, de cara redonda, bajo de estatura, cuerpo delgado y de edad mediana se echó a llorar como un niño chico.
- Sé que ni tú ni nadie puede hacer nada por mí, pero me siento obligado a vivir el dolor que cada día bebo y contra ello me rebelo enfadándome con Dios.
- ¿Qué culpa puede tener Dios?
- Yo sé que él tiene en su poder todos los hilos de nuestras vidas y por eso puede darnos la muerte o quitarnos la vida o hacer que llueve sobre los campos o caiga nieve como esta noche de Navidad. Dios puede lo que ninguno de nosotros podemos y por eso sé que me está obligando a vivir una cárcel, un dolor y una soledad que no amo ni deseo de ninguna manera. Tanto y tanto le he pedido y le pido que me alivie esta amargura y tantos días han pasado y sigue en su silencio y alejado de mí que me entran ganas de rebelarme contra él por lo duro que es conmigo. No puedo más abuela y sin embargo sé que tengo que seguir porque no tengo ninguna alternativa. No tengo ninguna posibilidad por más que mi soledad y amargura sea como el mismo infierno de dolorosa.
- Pero reza y espera.
- Ya te he dicho que no puedo ni rezar ni esperar más. Todo en mi vida es como un auténtico infierno y por eso me siento tan miserable y desgraciado. Cada día estoy más convencido que el Dios de los libros que me han mostrado unos y otros no es el que salva ni el que da la vida. Y porque he creído en este Dios es por lo que tengo la tragedia que tengo clavada en mis carnes. El Dios verdadero no es, no puede ser el de los libros ni el que predican tantos y tantos. Ese Dios destruye y el Creador del Universo y de la especie humana no puede destruir sino lo contrario.

Volvió a guardar silencio la abuela sin saber ni qué hacer ni qué decir para consolarle. También ella sabía que la tragedia del hombre era muy grande. Quizá la más grande de las tragedias humanas porque era un hombre sin esperanza y condenado a vivir en un mundo en el cual no estaba aunque estuviera en carne y hueso. Ya muchas veces ellos habían hablado de esta tragedia pero se daba cuenta que no podía hacer nada. No estaba en sus manos ayudar a un ser humano en crisis de fe y con la vida destrozada precisamente por haber creído y seguido los consejos de los que predican a Dios.

Siguió la noche avanzando y el hombre salió y se fue a su casa. A su rincón pequeño donde en libertad vivía pero era obligado a vivir allí. Por eso el bonito rincón era una auténtica cárcel para él. Siguió cayendo nieve y en su hermosa casa Aneluz dormía plácidamente. Nevó sin parar a lo largo de toda la noche. Al amanecer los campos estaban tan cubiertos de nieve que ni se veían los olivos ni los bosques ni los álamos por las riberas del río. Amaneció un día muy hermoso pero también lleno de un gran silencio.

Cuando la abuela la llamó la niña se levantó y en cuento vio la gran nevada que había caído se dijo que hoy tampoco vendrían sus amigos del pueblo de la loma. Se levantó, cogió el libro que le habían regalado y se fue a la sala con su madre y la abuela. Desayunó con ellas y luego hablaron un poco de algunas de las fotos del libro. La abuela y la madre la dejaron sentada frente a la lumbre y se pusieron a arreglar la casa. Desde su ventana frente al río se veía un hermoso panorama todo vestido de blanco. Sobre los tejados de las casas, por las calles, las plazas, las riberas del río y las laderas de olivares al otro lado la gruesa capa de nieve dormía silenciosa. Aneluz la miraba sin cansarse y estudiaba las páginas del libro. Así se le pasó la mañana, la tarde y parte de la noche.

Por la mañana temprano del día siguiente a la nevada se fue a casa de su amiga y allí se quedó con ella todo el día preguntándole cosas. No vinieron sus amigos ni ese día ni el siguiente ni en todos los días que duraron las vacaciones del colegio. Los esperó pero no vinieron y eso hizo que cuando empezó el colegio perdiera toda esperanza de que vinieran. Se resignó pensando que por fin algún día vinieran y la invitaran como tantas otras veces a irse de excursión por los rincones de la sierra. Ella ahora ya tenía más o menos claro por qué lugar de la sierra se irían. Por lo que le había dicho la abuela de la amiga en algunos de los ríos de aguas cristalinas que surcan estas sierras podría encontrar muchas cosas interesantes.

Un día ya casi al final del mes de marzo le preguntó a la abuela de su amiga:
- ¿Por dónde se encuentra el río Borosa?
Y la abuela de su amiga se lo explicó sobre un mapa de la sierra. Luego le preguntó ésta a la niña:
- ¿Te gustaría conocer este río?
- Me gustaría mucho conocerlo y recorrer todas las tierras de su cuenca.
- ¿Por qué?
- El título de uno de los libros que tengo en la lista creo que hace referencia a las aguas de un río muy limpio. En el libro que me has regalado hay unas fotos muy bellas del río Borosa. ¿No podrá estar por ahí este libro?
- Yo no lo sé hija mía.
- En cuanto pueda quiero irme por ese río y recorrerlo desde arriba a bajo.
Esto le dijo Aneluz a la abuela de la niña y esperaba que sus amigos vinieran para planear una excursión por esa zona de la sierra.

Pasó el tiempo. Llegaron las vacaciones en el colegio y a los pocos días llegaron los calores del verano. Sus amigos vinieron y a lo largo del verano organizaron varias excursiones por los que ellos creían eran los rincones más bellos de la sierra. Se encontraron con turistas, con guardas forestales, con muchos coches por las carreteras y pistas forestales y también con algunos pastores. Se bañaron en los ríos, en el Charco del Aceite por debajo del Pantano del Tranco, en la Piscina de Hornos, en la Peña del Olivar, en Amurjo, en el río Madera y también en el Guadalquivir por donde los campings y los turistas. Conocieron el río Borosa y subieron un día hasta el nacimiento del río Aguasmulas. El verano se fue terminando y sin que ellos se dieran cuenta se presentó el mes de septiembre y luego el mes de octubre, el comienzo del colegio otra vez y así avanzó el tiempo tan aprisa que enseguida llegó la Navidad, los Reyes Magos y otras vez el colegio.

Aneluz crecía y se llenaba de sabiduría con las cosas que leía en los libros del colegio, con lo que aprendía de las personas mayores que le rodeaban y con las excursiones que continuamente organizaba con sus amigos por todos los rincones y caminos de las gran sierra hoy Parque Natura de Cazorla, Segura y las Villas.

Después de las vacaciones de Navidad la abuela le dijo una tarde:
- Ahora sí ha llegado el momento de que sepas algunas cosas.
- ¿Qué cosas?
Preguntó ella.
- Te las voy a contar en forma de cuentos y luego un día hablamos más despacio.
- Como tú quieras abuela. Yo escucharé con atención todas las historias que tú me cuentes y luego te preguntaré. Como me has dicho luego un día nos sentamos y despacio me aclaras todas las dudas que vaya teniendo ¿te parece abuela?
- Me parece que es lo mejor.
- Pues de acuerdo abuela.
Dijo la niña y aquella misma noche le contó un bello y largo relato.

A lo largo de todo el mes de enero, febreo y parte del mes de marzo la habuela fue contando a la niña algunos relatos más. Con mucho interés ella escuchaba cada día los cuentos que la abuela le iba narrando y en muchas ocasiones la interrumpía para preguntarle cosas que no entendía. La abuela casi nunca le dio más explicaciones que las que ya iban en los propios relatos. Por eso Aneluz de vez en cuando decía a su abuela:
- Lo que me cuentas es bonito pero yo no lo entiendo bien.
- Pues yo no sé explicártelo mejor.
Le decía la abuela para luego añadir a continuación:
- De todos modos en la vida real a veces las cosas son como en estos relatos has ido descubriendo.
- ¿Pero ocurrieron de verdad las historias que me has contado ?
- Las fantasías de los cuentos a veces se funden con la realidad de la vida y al revés: la realidad de la vida en muchas ocasiones se funden con las fantasías de los cuentos.
- Un día que tengas tiempo más despacio me tienes que explicar eso abuela.
- Te lo explicaré porque es bueno para ti.

Siguió corriendo el tiempo y llegó el verano. En el mes de agosto un día se presentó en la casa de la niña un amigo de la abuela que venía de uno de los pueblos de la loma. Le acompañaban algunos amigos de la niña mucho más jóvenes y en cuanto estuvo en la casa le propuso a la niña irse unos días de vacaciones. Era verano y como todo el mundo tenían que irse unos días de vacaciones.
- ¿Da dónde me llevarás?
Preguntó la niña.
- Junto al río Guadalquivir.
- ¿A ese sitio del Charco de la Pringue?
- A ese sitio. ¿Te gusta?
- Creo que me lo pasaré bien. Podré bañarme y jugar con la corriente del agua. Podré aprendes algunos de los caminos que por allí hay y también podré subir a las cumbres de algunas montañas. ¿Nos guiarás tú?
- Hasta donde pueda y sepa seguro que sí.
- Ya sabes que necesito conocer todos los rincones y secretos de estas sierras. Estas vacaciones junto al río y por donde el Charco de la Pringue seguro que van a servir de mucho.
Y se pusieron a preparar las cosas. A media mañana ya rodaban por la carretera que surca el gran valle de olivos rumbo al rincón del río Guadalquivir. La niña y sus amigos iban contentos, muy contentos. El amigo de la abuela de la niña iba mucho más contento. Le parecía que aquella realidad era un puro sueño. En su corazón era feliz, muy feliz. Desde el momento que planearon esta excursión se propuso escribirla a su manera para que ha aventura no se olvidaran nunca. Y lo que resultó de aquel proyecto es lo que sigue a continuación.


EL GRAN SUEÑO DE ANELUZ
Pasó el verano, llegó el otoño, corrió el invierno con sus lluvias y nieves, apareció de nuevo el verano y así fueron transcurriendo los meses. En el pueblo de la niña las personas trajinaban con las tareas en los olivares, en los molinos de aceite, en las huertas y en las casas. La niña recibió la visita de sus amigos muchas veces y muchas veces en grupo se fueron por los caminos que surcan las montañas y valles de su grandiosas sierra. Subieron a las cumbres del Yelmo en los días de nieve y frío, recorrieron todos los rincones por donde el río Madera. En otoño cogieron setas por entre los pinares, las asaron en las ascuas de las lumbres que encendía al resguardo del viento y luego jugaban y corrían siguiendo las corrientes de los arroyos y las fuentes. Volvieron al Charco del Aceite tanto en el invierno como en primavera y en verano. Recorrieron todos los escondidos rincones del Arroyo de María, las cumbres de las grandiosa Sierra de las Villas, los manantiales por donde van naciendo los ríos y arroyos que surcan esta bonita sierra y por entre la hierba y flores de sus praderas jugaron al amanecer y al atardecer. Por el rincón de la Peña del Olivar también fueron muchas veces y en las aguas limpias del amplio remanso se bañaron mil veces. Por entre los pinares de las laderas que coronan a este rincón caminaron siguiendo las viejas sendas y al fresco de las fuentes comieron sus tortillas de patatas y jugaron sus juegos. Por el río Borosa subieron mil veces y en sus charcos se bañaron, en las lagunas por donde el Manantial de Aguas Negras jugaron a coger peces y patos y por las crestas del Picón del Haza dejaron sus momentos de gozo y luz.

Por las noches la abuela seguía contando cuentos y vivencias de sus años de niña y jovencita. La madre de Aneluz se afanaba en las tareas de la casa, en las del huerto por donde la curva del río, en el cuidado de la niña y de la abuela, en las de sus gallinas y otras cosas. Algún día la abuela enfermaba por culpa de los resfriados en el otoño y el invierno y luego de guardar cama un par de día volvía a su actividad de siempre. La abuela de Aneluz era como los robles de las sierras que le dieron cuna: sana, fuerte y con mucha vida en sus venas y alma.

Siguió transcurriendo el tiempo y Aneluz se hacía toda una hermosa jovencita. Su pelo rubio caía como en cascadas adornando el rosa de sus mejillas y la tez de su fina cara brillaba como las puras aguas de las fuentes de sus montañas. Se hacia toda una mujer y además de aprender las ciencias de los libros y las cosas que le iban mostrando los mayores siguió creciendo en inquietud por las cosas bellas y misteriosas que le mostraban los bosque y ríos de sus montañas. No se borraba de su mente la imagen del hombre que tantas veces había visto en sueños y del cual la abuela también le había hablado tantas veces. Una lluviosa noche de otoño mientras dormía en la dulce cama de su casa tuvo un nuevo sueño. Volvió soñar con el hombre que tan ligado estaba a su vida desde antes incluso de nacer. Y en su sueño vio lo que sigue a continuación.

El bosque se abría antes sus ojos y cubría todas las laderas y valles que caían de las cumbres. Se vio caminando por una vieja senda que nunca antes había pisado y al fondo se oía el rumor de las aguas de un río. El campo estaba algo verde pero como era otoño las hojas de los robles y de los álamos junto a las riveras de los arroyos y ríos se mecían mostrando tonos naranjas y ocre. Toda la vegetación de la sierra mostraba el rostro del otoño y era un rostro muy bello. Hondamente bello y misterioso. A lo lejos y caminando por sendas que nunca ella había pisado vio la figura del hombre que conocía porque lo había visto muchas veces en sus sueños. Quiso aligerar el paso y llamarlo para encontrarse con él pero algo le impedía moverse lo aprisa que ella necesitaba y quería. Se paró en una curva de la senda que recorría y se puso a observarlo. Sus ojos empezaron verlo como si estuviera presente en la escena, sus oídos podían percibir todas las palabras y sonidos y su corazón y alma experimentaba las sensaciones con la frescura e intensidad de lo realmente vivo y palpitante. Como si lo estuviera viviendo de verdad en el tiempo y espacio. En sueño así es como se viven las cosas. Sin fronteras de materia ni de tiempo, ni de frío ni de calor. Todo es y existe en la dimensión de las sensaciones y a veces con más fuerza y realidad que la misma vida.


1- Era otoño y el cielo estaba mojado
Iba solo y meditando y a ratos se paraba para mirar a las nieblas que por el arroyo subían. Como en un sueño, por el carril que del pueblo desciende y luego remonta por el arroyo, le pareció ver que se acercaba ella. De regreso de casa de sus amigas y montada en la bicicleta. Cruza el remanso pequeño que desde el lado del sol de la mañana dulce y limpio corre. Al encontrarse con él por donde el roble viejo se para y le dice:
- Voy para el molino viejo donde ahora vivo con mis amigos y amigas. Si quieres puedes acompañarme y así llenas un poco la vida de ese gozo que tanto sueñas.

Se sintió bien y al mirarla más se llenó de dicha.
- Me invitas con tanto amor que quiero irme contigo. ¡La tarde es tan bonita! ¡Es tan hermosa la sierra, con tantos rumor de arroyuelos y tanta luz bendita que nada puede completarla mejor que sentir tu compañía.
Y siguió avanzando por el carril que por el arroyo ahora subía en busca de las ruinas del viejo molino. Se puso a su lado y caminando despacio avanzó sin pronunciar más palabras. Le sobraba todo porque con solo sentir allí su presencia tenía el Universo entero. Dieron la curva con el carril de tierra que pegado a las aguas subía y al frente apareció la ruinas del viejo molino. Al frente saltaba la cascada, más al frente la loma se extendía y al fondo del todo coronaba la montaña abrazada por las nieblas que quedamente se movían. Al ver el escenario preguntó:
- ¿Aquí vives ahora?
- Aquí vivo ahora. Te invito a que te quedes unos días. Es hermoso el rincón. Es grandiosa la cascada que por el arroyo salta limpia y la sierra ¿qué me dices de la sierra?
- ¿La sierra? ¡Qué bonita!

Y sintió en su corazón como un fuego dulce achicharrando que empapaba de honda dicha. Dentro de su corazón sintió y notó que tenía el Universo entero en forma de beso dando el amor y la vida. Era ella y el arroyo, el molino viejo, las nieblas que subían y la tarde de otoño que regalaba cielo y eternidad bendita. Se le vio bajar por la senda y no era mortal sino sueño que en amor se deshacía. ¡Qué hermosa ella y la sierra, qué bonita! ¿El sueño? Mucho más dulce que la más hermosa y dulce realidad.


2- Por la senda
que lleva a las higueras al amanecer se le ve caminando. Desde el lado de las ruinas del molino y en la dirección que corren las aguas del arroyo. Es otoño y la mañana es fresca. Con el cielo cubierto de nubes negras al lado norte y por las crestas de las cumbres las nieblas revolotean. Baja avanzando sin prisa y entre la espesura de los robles y las zarzas se pierde su figura. Al poco se le ve de nuevo por el clarillo de las encinas. Se acerca a las higueras que aun crecen al borde del arroyo y frente a sus ramas se para.

Las higueras ya tienen sus higos maduros. Es otoño y aunque han llegado las primeras lluvias en las ramas de las higueras los higos están maduros. También ya han madurado las uvas de las parras que por entre las ramas de los robles y las zarzas del arroyo se enredan llenas de fuerza. Están maduras las manzanas de los tres manzanos que crecen pegado a las ruinas del molino, las ciruelas que cuelgan de las ramas de los cinco ciruelos clavados al borde de la acequia, los membrillos y las nueces de gran nogal. Es otoño y por eso los frutos de los viejos árboles que llenaron las tierras llanas junto al molino están maduros. Los higos en las ramas de las higueras están más maduros que otros frutos.

En la mañana hermosa del otoño recién llegado se le ve subirse a la higuera y coger los higos de sus ramas. Se le ve arrancarlos con sus manos y después de quitarle la piel se los come. Hay tantos y todos tan maduros y gordos que va cogiendo solo los mejores. Se llena los bolsillos y al poco se le ve retirarse de la higuera y del nogal. Por la senda que sube surcando la solana se le ve remontar. Lleva sus bolsillos llenos de higos y en su mente lleva el amor por la tierra y la belleza que el recién llegado otoño le regala. Corona al collado y al volcar para el lado del nacimiento se le ve pararse. Se sienta sobre la piedra blanca y frente al valle por donde al fondo nace el río diamantino se queda contemplando. Al fondo es donde nace el dulce río diamantino y a la izquierda y abajo es por donde se hunde su corriente hasta fundirse con el arroyo del molino. El barranco es misterioso y repleto de vegetación. La senda sube desde lo hondo siguiendo el curso del río diamantino y otro ramal se va cañón abajo en busca del roble milenario. Junto a la senda y por encima de las juntas, a la mitad y frente a la cueva del agua, se alza el blanco humilde cortijo.

Por la puerta del cortijo juega ella. La amada de su corazón y la que es más dulce que el más dulce sueño. Juega entretenida con el chorrillo que brota en la fuente y parece como si esperara. La sierra entera está vestida con el mejor traje y como es otoño huela a tierra húmeda. Se le ve sentado en la piedra del collado y mientras avanza la mañana se le ve mirando para la profunda sierra por donde nace el río diamantino. No se ve pero en su corazón le arde el fuego del amor. Gusta la dulce belleza que le regala su amada jugando por la puerta del humilde cortijo y gusta el misterio de los paisajes por donde nace el río. El cielo sigue cubierto de nubes negras que amenazan lluvia. Las primeras lluvias del otoño que regarán los campos para que la hierba brote y los paisajes se vistan con el mejor traje para la gala más hermosa. La sierra, ¡qué bonita!


3- El vientecillo que el otoño
viene regalando ya es frío. Según va llegando la mañana el viento es más fresquito que en los meses pasados y conforme el día se abre el frío es menos. Han caído las primeras lluvias del otoño y por el eso ha refrescado. Según avanza el día las nubes se espesan en el cielo y al caer las tardes casi todos los días llueve. Las tormentas del otoño ya han llegado. La tierra se ha regado y por eso huele a humedad y las hojas de los árboles se han lavado. Brillan con un verde puro y limpio y el azul del cielo parece más azul que en los meses que han pasado.

Desde el collado de la piedra se le ve moverse campo a través. Sigue remontando el cerrillo que le queda por la izquierda y al poco ante él aparece la carretera. La que desde el río diamantino atraviesa las llanuras, recorre la cumbre y luego desciende para el valle de embalse grande. Según avanzan va observando las obras que en los últimos tiempos han hecho en la carretera. La están arreglando para quitarle curvas y ensancharla y por eso, cuando el trazado de la carretera pasa por la ladera norte de la cumbre, ha roto media montaña. En la pura roca de la montaña han tajado una trinchera y por ahí van metiendo la carretera. Conoce el cerro y conoce la carretera y sabe bien que por ahí ha pasado y sigue pasando la persona que tanto ama. Por la carretera ha pasado y sigue pasando y por eso sabe a gloria aunque ahora no esté.

Se le ve caminar campo a través y corona el cerro que le viene quedando por el lado izquierdo. Comprueba que por donde estuvieron los bancales donde sembraba el trigo, las patatas y el maíz ahora han rozado el monte y crecen espesos los pinares. Casi no reconoce la tierra de tan cambiada como está. Remonta a lo más alto del cerrillo y frente al sol de la tarde que va cayendo vuelve a pararse. Mira y observa despacio la ladera de la izquierda y la que cae para el lado del río diamantino. Las ovejas y las cabras pastaban por esta ladera y ahora solo hay en ella pinos y más pinos. Romeros, sabinas, enebros, más romeros, algunas carrascas y muchos pinos. El vientecillo que corre trae ya enganchado en él los primeros fríos del otoño y el olor a tierra mojada. Su corazón la sueña y como se siente solo y la quiere sobre la cumbre de la tierra que ama la añora. Todo habla y todo grita menos su amada que guarda silencio. Su corazón la sueña y el perfume que viene trayendo el otoño huele intensamente a ella. La sierra mana su silencio y se muestra hermosa. Limpiamente hermosa con el cielo tapizado de nubes otoñales, la tierra mojada, el viento fresco con olor a pasto recién mojado y el bosque brilla limpio. La sierra se muestra hermosa y vientecillo que el otoño viene regalando ya reparte los primeros besos de las nieves del invierno.


4- Según la tarde
llegaba a su fin el cielo se fue nublando. Espesas nubes negras que amenazaban lluvias. Y con las primeras sombras de la noche las lluvias llegaron. En gotas menudas que por entre la oscuridad de la noche y las nieblas que fueron cubriendo barrancos y laderas comenzaron a mojar la tierra, las hojas del bosque, las rocas de la laderas y el polvo de los caminos. Mudamente y sin violencia las gotas menudas caían y a demás de mojar el campo y las ramas de los árboles también empezaron a empaparlo.

Y según la tarde iba cayendo y dando paso a las primeras sombras de la noche desde su collado fue observando lo que la naturaleza en ese momento le iba regalando. Se dio cuenta que la noche se cerraba en una densa oscuridad y lluvia espesa y por eso empezó a moverse para el lado de la ladera. Para el lado que salta el río diamantino para escaparse de la honda sierra. Se movió para este lado y a prisa empezó a buscar un refugio para guarecerse y pasar la noche. Por el lado de la ladera, entre el arroyo que baja de la tiná de piedra y la ladera que caía para el río diamantino sabía él que estaba la cueva. Una pequeña covacha abierta bajo las placas de las rocas que caían desde la cumbre. Se vino para este lado y antes de llegar se encontró con la torrentera. El camino daba una curva para salvar la torrentera y por el surco de un arroyuelo caía una veredilla de animales para acortar terreno. Se dijo que si seguía el trazado del camino iba a tardar casi media hora en llegar a la cueva y como la noche se cerraba y la lluvia arreciaba pensó que podría descender por la sendilla del arroyuelo y así encontrar la cueva antes de la oscuridad total.

Se asoma a la torrentera y sin pensarlo dos veces se echa por ella y desciende a la velocidad del rayo. Apunto está de salir rodando por lo mucho que ya el terreno mojado resbalaba pero se agarra a las matas de romero y en unos minutos está otra vez en el camino cuando ya éste vuelve de la curva que traza para salvar la torrentera. Unos metros más abajo estaba la cueva. En ella se refugia cuando ya la oscuridad de la noche es casi total y la lluvia cae con toda fuerza. Del barranco por donde se despeña el río diamantino sube las nieblas y por las cumbres que le corona crujen los truenos de la tormenta. Es una tormenta de otoño. Las primeras tormentas del otoño que dejan lluvias sobre la sierra. Por eso la sierra huele a tierra mojada y el viento corre frío. En el hueco de la cueva se acurruca y mientras la noche avanza y la lluvia cae su alma se embelesa herida por el rumor de las gotas cayendo y la densa oscuridad. Su pensamiento se concentra en ella y de nuevo siente su ausencia. Sabe que no la tiene lejos y que pertenece al espectáculo de la lluvia y las sombras de la noche, pero está solo. A pesar de ello siente que todo es muy hermoso. La lluvia, la oscuridad de la noche, su cuerpo mojado, el calor de la cueva, la soledad del campo, el canto del cárabo, todo es muy hermoso y sabe a Dios y a inmortalidad.

5- Estuvo lloviendo toda la noche
Sin viento ninguno pero sí con grandes relámpagos y muchos truenos. La tierra se empapó de agua y los arroyos que caen por la ladera en busca del río diamantino comenzaron a bajar cada vez más repletos. A lo largo de toda la noche, una extraña y hermosa noche de otoño en pleno corazón de la sierra, llovió sin parar y los arroyos corrieron. No se oía otro sonido que el de las gotas cayendo sobre las hojas del bosque, rompiéndose contra las rocas de la ladera y golpeando en los charcos formados en el terreno y los arroyos.

Al amanecer se abrieron las nubes y cuando el sol empezó a salir iluminó de una forma especial los paisajes empapados de lluvia y repletos de nieblas. Desde la cueva donde se ha refugiado, sin levantarse siquiera puede ver el precioso fenómeno del mágico amanecer. Tumbado en el suelo de la cueva y un poco inclinado hacia el barranco por donde salta el río diamantino abre sus ojos y observa. Por entre el peñasco que tapa un poco la entrada de la cueva y las ramas del majuelo que se agarran a las grietas del peñasco. Por entre esta abertura se puede ver la profundidad del gran barranco, el surco por donde se despeña el río, la ladera al otro lado del río, la cumbre que corona algo más lejos y el reluciente bosque lavado por la lluvia.

No se levanta enseguida. Durante un largo rato está observando sin prisa la preciosa luz que le regala el nuevo día y los tonos con que se engalanan los paisajes. Y la luz, los primeros rayos del sol, son realmente mágicos. Llegan desde el lado de las nubes espesas que cubren el cielo y por encima de la cumbre al frente del río diamantino. Y llegan como si también los rayos del sol comenzaran a encenderse. Con ese tono rojo oro que tienen las llamas de una lumbre cuando empiezan a formarse. Luz tenue que suavemente ilumina y más parece la caricia de un hada que otra cosa. Por eso las ramas de los árboles y las nieblas revoloteando por entre estos árboles, las laderas y los peñascos de las laderas parecen arder en un fuego que es oro y al mismo tiempo humedad, nieblas, verdes de bosques y pasto mojado. Nunca en su vida ha gozado de un amanecer tan hermoso y limpio. Nunca en su vida ha tenido la dicha de despertarse refugiado en una cueva en el corazón de la gran sierra y después de una noche de tormenta en los primeros días del otoño. Para sí se dice: “Con esta lluvia y el sol que el nuevo día le regala a la sierra los guíscanos no tardarán en salir. Este otoño seguro que será un buen año de guíscanos”. La recuerda y a su modo reza una oración por ella y le regala el hermoso espectáculo que la naturaleza le regala a él al llegar el nuevo día.


6- Cuando ya el sol calienta
alzado sobre la mitad del cielo entre el amanecer y el medio día sale de la cueva. Camina un trecho y bajaba en busca del huerto. En las tierras llanas a orillas del arroyo que algo más abajo se entrega al río diamantino se extiende el huerto. Un buen rozo de tierra fértil mezclada con estiércol de oveja y regada con el agua cristalina del arroyo. La explanada se muestra repleta de hermosas y frescas hortalizas, árboles frutales, zarzas en las acequias y espesas sombras de nogueras. En la tierra llana de la explanada del huerto las tomateras se estiran repletas de bueno tomates. Muchos ya están maduros. Al sol limpio de la mañana fresca de otoño los tomates maduros brillas vestidos de rojo sangre y jugo. Las tomateras este año están dando una buena cosecha.

Busca sin prisa y coge tres o cuatro de los más maduros y gordos. Con las primeras horas del día y después de la tormenta los tomates de huerto saben a gloria. Los abre con su navaja y a trozos de los va comiendo. Saben a gloria y a esencia serrana porque han sido regados con el agua limpia de los manantiales de estas sierras y en la tierras mejores. El sol del verano y el del otoño que está llegando los ha madurado sanos y jugosos. De los almendros que por la ladera caen y casi arropan a las tomateras coge un puñado de almendras. Las parte en la piedra de la acequia y se las come. Ya están casi maduras. También están bien maduras las moras de las zarzas al borde de las acequias, las uvas de las parras y los higos. De todo coge un poco y va llenando su mochila.

Por el lado norte de la cumbre que corona pastan las ovejas. No son las ovejas de la que en su corazón acurruca pero como si lo fueran. Son las ovejas que en blancos rebaños pastan por las tierras de estas montañas y eso le vasta. Sube por el lado de los olivos y busca la cumbre de la montaña. Quiere encontrarse con el pastor para saludarlo y quedarse con él un largo rato. Quiere hablar con el pastor de las cosas de la sierra, de la lluvia que han dejado las tormentas, de los otros pastores de la sierra, de ella y del buen otoño que este año se presenta. Las ovejas pastan por la ladera norte por donde los calares y los voladeros y más al lado norte se abre el collado de las encinas milenarias. Para ese lado va el rebaño y él quiere coronar a lo más alto de la cumbre para ver si encuentra el pastor y luego irse por el otro lado al encuentro del rebaño. Cuando caiga la tarde bajará por las tierras del collado en busca del segundo arroyo que se una al río diamantino por encima del huerto y la cueva. Son tierras que conoce y por eso sabe que están preñadas de ella, de sus juegos, sus sueños y sus sonrisas. Son tierras muy hermosas y esta mañana de otoño limpio aun son más hermosas que otros días. Su alma es feliz y gusta la dulce pureza que le regalan los campos.


7- El lado sur de la montaña
está cubierto por un espeso bosque de gruesas encinas. Encinas milenarias que al duro sol del medio día y a las fuertes lluvias y vientos han ido modelando su tronco. En otros tiempos por aquí sí pensaron plantar pinos y arrancar estas encinas. Nadie supo ni nadie sabe hoy en día por qué milagro estas encinas no fueron arrancadas. Pero se salvaron de aquel expolio y la ladera sigue luciendo su precioso bosque de viejas encinas con el orgullo de lo que es propio y pertenece a la realidad de estas sierras.

Por entre la espesura de este gran bosque de encinas se mete y poco a poco va remontando en busca de la cumbre. No lleva senda. Camina campo a través y esto hace que a cada paso se tropiece con los troncos secos de las encinas que ya dejaron de vivir de una forma natural. Grueso y añejos troncos que han quedado tumbados por la ladera y enganchados entre los peñascos y las otras encinas. Algunos ya están medio podridos. Otros se empiezan a podrir ahora y muchos ya solo son trozos de ramas y astillas que van rodando por la ladera y se apilan allí donde el terreno es propicio. Salta por encima de estos troncos, sortea las matas de carrascas y sabina y sigue subiendo. A estas horas de la mañana el paisaje que ante sus ojos se abre es muy hermoso. Por el cielo solo se van algunos retazos de nubes sueltas que han quedado de la tormenta. Por el terreno las sombras repletas de humedad y fresco preludian un magnífico día de otoño y por la ladera que remonta y la cumbre que le corona todo está como en suspense. Como si empezara a despertar y al verlo que sube la naturaleza entera lo observara expectante.

A estas horas de la mañana no hay más ruidos o sonidos que el trino de algún pajarillo que a su paso levanta vuelo, el rumor del agua del río saltando por lo hondo del barranco, los graznidos de algún cuervo que revolotea por la ladera de las ovejas y lo demás todo es honda paz. Parece como si el mismo día que se va desperezando lo hiciera de puntillas para no herir la quietud que la tormenta ha sembrado sobre los campos. A lo lejos y por el lado sur se adivinan las sierras por donde tiene su nacimiento el grandioso río diamantino. Por ese primer valle repleto de alamedas y manantiales la adivina a ella. Como en un sueño muy hermoso tejido por la propia naturaleza y la misteriosa luz que el nuevo día viene regalando.


8- Sobre la mitad de la ladera,
en el claro del bosque, brota la fuente. Bajo la roca blanca y por entre las raíces de la noguera, los juncos y las zarzas. Por entre la grita de la roca sale el caño de agua y enseguida se despeña por el pequeño arroyuelo que cae ladera abajo por entre el bosque hacia el río diamantino. A un lado y otro del venero crecen las zarzas. Y las zarzas en esta fresca mañana que es preludio del otoño están repletas de moras ya maduras. Hermosos racimos de moras verdes algunas, otras, algo rojas y muchas ya bien maduras. Son tantas que con solo pararse y empezar a coger las manos se llenas en tres minutos. Las zarzas están bien regadas por el agua que mana bajo la roca y como la ladera mira casi de frente al sol de la mañana, del medio día y de la tarde las moras han madurado repletas de dulce sabor.

Por la sendilla que los animales han hecho para ir a beber a la fuente se acerca al manantial. Y según se aproxima hasta sus oídos llega el rumor de la cristalina corriente. Se para frente a los borbotones, se agacha y bebe. Lava sus manos y sobre la piedra que junto al venero hay se sienta. Quiere descansar un rato. La subida a la cumbre es dura y la cuesta larga. Quiere respirar el puro aire que sube desde el barranco y al mismo tiempo gozar de la hermosa visión que desde este lugar se ofrece hacia la gran sierra. Pone sus codos sobre las rodillas y con sus manos se coge la cara. Cierra los ojos y al momento en su mente se fraguan las imágenes.

La ve subiendo por la senda y frente a las robustas figuras de las montañas se para. Lo mira y le dice:
- ¡Fíjate cuántos colores tiene hoy la sierra!
Y al concentrarse en lo que le dice se da cuenta que las montañas, todas las laderas de las montañas a un lado y otro del río, brillan como ascuas encendidas. Y los colores de las ascuas tienen todos los tonos. Son de color rojo sangre, de color oro viejo, de color verde bosque recién lavado por las lluvias, de color fuego, amarillo primavera y también plateado.
- Nunca vi tantos colores en las tierras de estas montañas. ¿Qué ha sucedido?
Le pregunta a ella.
- No lo sé pero lo mismo que tú estoy viendo un espectáculo tan bonito que ni siquiera parecen las mismas montañas de siempre. ¿Quieres coger un puñado de estos colores?
- Me gustaría cogerlos todos y llevármelos conmigo. Son tan bonitos que me fascina como el sueño más bello. Me gustaría saber quién los pone antes mis ojos.
Pero lo que más llenaba su alma y era gozo en su corazón era la presencia de ella. Estaba allí mismo: ante sus ojos, tocando los mil colores que brotaban de las montañas y pronunciando sus palabras. Ella era mucho más bella que toda la sierra junta y la sierra era bella precisamente porque ella estaba allí y el la amaba en lo más hondo de su corazón.


9- Desde la cumbre
que domina media sierra. Junto al tronco retorcido del roble milenario se para. Frente al sol de la mañana que aun viene a media altura entre el horizonte y el medio día. A la izquierda le queda la gran caldera por donde el rebaño de ovejas avanza hacia el collado, al frente el sol que viene alzándose por entre nubes y nieblas y a la derecha le queda la gran hondonada también repleta de nieblas, brillantes rallos de sol y la cristalina corriente del río diamantino. Por este lado de la derecha la ladera se desmorona. Desde lo más elevado de la cumbre la ladera cae en picado y el cerro se desmorona en mil trozos blancos que ruedan hacia lo hondo del río. La ladera por este lado apenas tiene vegetación. Solo algunos robles milenarios, unas pocas carrascas, un puñado de alerces enganchados a las grietas de las rocas y majoletos.

Del lado del collado para donde avanza el rebaño de ovejas sopla el viento. Un viento fresco con olor a tierra mojada y con fuerza. Y el viento al quebrarse contra las rocas del filo de la cumbre se queja con un lamento agudo y lastimero. Como si estuviera enfadado por no se sabe qué razón y quisiera llevarse a la montaña por delante. La montaña también se queja. Al romperse el viento contra las rocas del filo de la cumbre y los robles milenarios la montaña cruje y para el lado de la derecha las piedras ruedan. En un tropel ensordecedor las astillas de rocas saltan y desde la misma cumbre ruedan ladera abajo hacia el barranco por donde corre el río. Y el viento sopla con más fuerza desde el lado norte que es por donde avanza el rebaño de ovejas y sigue estrellándose contra el filo de la cumbre que tiene antes sus ojos. Desde este mismo filo de la cumbre la montaña se deshace y en un bloque grande se desploma para la ladera de la derecha. De nuevo ruedan las piedras rotas en mil pedazos y media ladera cae para el surco del río diamantino.

Desde el tronco del roble milenario observa detenido frente el misterioso sol que se alza entre nieblas y desde las profundidades de la sierra. Las nubes pasan por la cresta de la cumbre a la velocidad del rayo empujadas por el fuerte viento. Absorto contempla es espectáculo que le está regalando este tan extraño día que va llegando y aunque quiera hablar no encuentra las palabras. Nunca en su vida ha visto una montaña desmoronarse como ahora en estos momentos. Y comprueba que se desmorona de verdad. En grandes y asombrosas avalanchas de tierra, piedras y monte que caen estrepitosamente para el barranco del río. Los quejidos del viento, la gaseosa masa de nubes en forma de niebla, la luz del sol llegando tamizada por entre estas nieblas y la altura de la montaña asombran de tan hermosa y a la vez terrorífica. Su corazón no tiene miedo. Sólo tiene asombro y un hondo regusto a cielo y eternidad. Siente como si en el centro de este grandioso espectáculo estuviera el Dios en el que cree sin titubeos y también la presencia de la persona que ama. En estos momentos la recuerda y como sabe que no está lejos le manda un abrazo. Desde su corazón le regala el grandioso escenario con tan bonito y singular amanecer. En el fondo es hermosísimo todo lo que sus ojos están descubriendo desde la altura de esta cumbre. Quisiera dar voces y llamarla para que se presentara y viera. Quisiera compartir con ella este momento y espectáculo. Quisiera que gustara lo que él gusta en este instante. Está convencido que sería muy feliz por lo grandioso que es lo que está viendo con sus ojos y gustando con su espíritu.


10- La mañana se abre llena de luz y color
En el cielo no hay ni una nube. Quieto el viento, la naturaleza como sumida en un mágico sueño y el recién llegado otoño pasando como de puntillas. A lo largo de todo el mes de agosto y septiembre ha soñado el momento del comienzo de curso. Como tantos otros años atrás al comenzar el curso se encontrará con ella y volverá a compartir las sencillas cosas que cada día la vida le regala. Ha soñado el día primero de comienzo de curso con verdadera pasión.

Al atardecer del día veintinueve recibe un mensaje en su pequeño teléfono móvil. “Hola. Cdo es tu cumpleaños? Se que es en sep y kiero felicitarte, tb regalart algo. El 30 voy a la ciudad xa kedarme. A ver si kdmos. Tngo mucho que contar”. Con ilusión y dolor lee el mensaje. Decide no responder. Algo más tarde recibe una llamada. Al descubrir de quien viene tampoco la contesta. Ya entrada la noche vuelve a recibir otra llamada. No responde. Su alma está llena de un dolor extraño algo mezclado con odio, amor y desesperación. Lo que más ha amado en su vida sigue en la distancia y a la vez llenándole el corazón de un amargo dolor.


11- Ya corre el mes de octubre
Las lluvias han caído, los campos se van cubriendo de fina hierba y el frío va tiñendo de naranja las hojas de los robles y los álamos del río. Las higueras se empiezan a quedar sin hojas y las nogueras muestran sus frutos maduros. Al amanecer todos los días se oyen los graznidos del cernícalo y los de los cuervos. La sierra se presenta llena de belleza y asombro como tantos otros otoños. Este es un otoño más para él pero distinto y con un dolor único. Huela a musgo, a bellotas maduras, a setas y a tierra húmeda. Su pensamiento está fijo en ella. La adivina ahora ya por las calles de la ciudad camino de la universidad y con sus libros bajo el brazo. Piensa que podría ser hermoso ir a su encuentro y abrazarla. Sueña que podría ser muy hermoso y gratificante y por eso lo necesita.

Pero el mes de octubre avanza y al igual que el mes de agosto y septiembre sigue solo en el centro de la grandiosa sierra que tanto ama. Sin más compañía que el limpio viento que cada hora Dios le regala, la luz tenue del sol otoñal y la profunda quietud de las horas pasando. Como si la humanidad entera no existiera para él. Como si el mundo de los humanos, las ciudades con sus calles, los coches, las escuelas y todo cuando los humanos han logrado construir sobre el planeta tierra no existiera en absoluto. Como si lo único que existiera fuera el verde del bosque de la grandiosa sierra que ama, el rumor de los arroyuelos, el canto de los pájaros, la luz del sol, el fresco viento del otoño y la pura hierba creciendo en las praderas.


12- Ya corren los primeros días de noviembre
De los castaños que crecen en la umbría ha cogido un buen puñado de castañas. En las ascuas de la lumbre que arde en su refugio las asa y luego se las come. Están buenas. Saben a gloria aunque sea triste comerlas en tanta soledad. La recuerda y en algunos momentos piensa que podría ir a verla y de paso llevarle una buena bolsa de castañas. Ha cogido tantas que lo mismo que otros años un día de estos podría ir a llevarle castañas. Sería muy hermoso.

Ya ha pasado más de un mes desde que comenzó el curso en la universidad donde estudia. No la ha llamado ni ella ha vuelto a llamar. Es doloroso, muy doloroso pero puede soportarlo aunque tenga que llorar un días detrás de otro. En algunos momentos sueña que le toca la lotería. Muchos millones y con ellos se compra una casa en uno de los rincones más bellos de esta sierra. Sueña que se compra un bonito coche y también sueña que le regala a ella muchas cosas. Para que sea feliz y porque la ama mucho. Sueña este sueño en algunos momentos y lo celebra porque al fin es libre. Por fin ha podido escapar de la cárcel que le regalaron los que conoció. Por fin se ha podido liberar de ellas y de sus extrañas reglas y forma de vida. Este sueña en algunos momentos y luego despierta. Nada es real excepto su dolor, su soledad, la ausencia de ella y su desgraciado signo.


13- Sobre las cumbres más altas
las nieves caen. Desde los barrancos suben las nieblas y las nubes cruzan veloces por entre los pinares. Ha llegado el frío. Desde su rincón entre las rocas y en lo más alto de la montaña sus ojos ven el espectáculo. Se le cuela hasta lo más hondo del alma y en ocasiones tiene ganas de llorar. En otros momentos por sus venas corren como hilillo de un extraño gozo. Sabe y así lo capta que a pesar del frío por las nieves y las lluvias es muy hermosa la visión del invierno en estas sierras. Tan hermosa y profunda que sabe a inmortalidad y sueño eterno.

Por el lado de sol de la tarde las nieblas se espesan. Cumbre al pequeño valle por donde nace el río diamantino. Y por entre las nieblas, de las casas blancas en el verde valle del río diamantino, se escapa el humo. Sabe que en estas sierras es el momento de la matanza. Los habitantes de las blancas casas por el valle del río diamantino ya se afanan en las tareas de la matanza. Involucrada en estas tareas está ella junto a los suyos. La adivina y la sueña. Hasta él parece llegar el olor a matanza. El fresco vientecillo que sube desde los barrancos parece venir impregnado del olor que se escapa de las matanzas en las blancas casas del valle.

Por entre los pinares crecen los últimos níscalos de la temporada. Al caer la tarde los ha estado buscando y por la noche los asa en las ascuas de la lumbre que ha encendido. Solo con un poco de aceite de oliva y unos granos de sal. Tal como los pastores de estas sierras se lo han dado a comer tantas veces. Y los níscalos asados en las brasas de la lumbre que ha encendido en el refugio que le cobija saben a gloria. Están buenos de verdad porque son alimentos sanos y frescos. Mientras se los va comiendo los acompaña con un puñado de bellotas que también ha cogido de las encinas por donde brota la fuente. Son bellotas dulces como castañas y ahora que ya se han secado un poco están buenas. Como verdaderos trozos de jamón. Los “guíscanos” también saben a jamón y a momentos hermosos vividos con los pastores de estas sierras. También con ella y los que a ella les quieren tanto. Los níscalos son como trozos de vida saboreados a conciencia porque ellos transmiten el más puro de los placeres. Los tiene grabados en lo más fino de su alma y en su soledad lo goza. Un sentimiento con regusto a tristeza y a felicidad sincera.

Cae la noche y mientras duerme pegado a las brasas de la lumbre la recuerda. La sueña y reza por ella y aunque tiene la sensación que la tiene cerca es como si ya la sintiera perdida para siempre. Incluso hasta dentro de la eternidad que a lo largo de su vida ha venido soñando. La tiene cerca y ni siquiera sabe si respira o sueña. A lo largo de la noche llueve sin parar. Sopla el viento y de las ramas de los pinos caen las gotas de lluvia. Es un espectáculo muy hermoso y por eso en todo momento la recuerda. Lo que más le gustaría y lo que más feliz le haría sería sentirla cerca o al menos oírla y verla. Pero sabe que este es el más imposible de todos los sueños. La lluvia cae sin parar y el viento sopla. Es como el mejor y más delicados de todos los conciertos en el planeta tierra. Se le cuela hasta lo más hondo del alma y mientras transcurre la noche a ratos duerme y a ratos se recrea en el rumor de la lluvia y el susurro del viento. Una vez más gusta y goza las limpias y misteriosas sensaciones que transmite la lluvia cayendo sobre el bosque en la oscuridad de la noche. Es un placer único y más cuando se experimenta en la soledad que en estos momentos le envuelve. Le gustaría poder compartir con ella este mágico y extraordinario mundo. Es lo que más le gustaría de todo.

Al amanecer se asoma al barranco por el lado del sol de la tarde. A los lejos, por entre nieblas y pinares, se ven las aguas del gran pantano. El azul pantano que se remansa en el que fue el valle más bello y amplio de todas estas sierras. Sobre las laderas que rebosan por el lado sur se ve la pequeña aldea de casas blancas. La conoce bien y por eso se recrea contemplándola. Conoce cada rinconcito de esta aldea, cada casa, cada puerta de cada casa, las personas que en ella vivieron y viven aún y hasta los olores y el frío que por aquí la naturaleza regala. Al otro lado del pantano y sobre la ladera de enfrente se ven las blancas casas de otra aldea. Es más grande que la primera y por eso en ella viven más personas, hay más coches, antenas de televisión en los tejados y más caminos que llegan y salen en todas las direcciones. Desde la aldea primera y más pequeña en la umbría frente al pantano los ve salir. Los ve caminando por la vieja vereda que atraviesa los bosques y hasta los oye charlar. Tres se van por la trocha y desciende con prisa. Una muchacha se va sola por el camino principal que da más vuelta y un joven se queda atrás.
- Llegaré antes que vosotros.
Les dice a los que ya caminan por la trocha.
- No sé cómo lo conseguirás si te has quedado detrás de nosotros.
Le responden los que baja por la trocha.
- Ya lo veréis.

Y el joven se mueve para el lado de la tarde. Busca las rocas que sobre el cerro se clavan y por donde la subida es posible asciende. El que lo está viendo desde las cumbres de enfrente sabe que el joven pretende saltar desde las rocas y lanzarse al vacío. Sabe que abrirá sus brazos e intentará volar como si fuera un pájaro. Sabe que querrá cruzar los bosque de la ladera, las aguas del pantano que cubre al gran valle y aterrizar por donde las casas de la aldea en la solana. Sabe que esto es lo que desea y quiere y en estos momentos se le viene a la mente el recuerdo de los sueños que tantas veces tuvo. Como ese joven mil noches soñó que desde las cumbre más altas de estas sierras saltaba y al modo en que lo hacen las águilas volaba surcando los montes, valles y arroyos de estas sierras. Un hermoso y misterioso sueño que se le repitió millones de veces en los años que pisaba las veredas de estas sierras. Era cuando estaba lleno de energía y por eso creía que el cariño que sentía por estas sierras le liberaría y le llevaría a la libertad que veía en sus sueños. Transcurrido el tiempo nada fue como sus sueños se lo habían pintado. Ahora lo sabe bien y por eso, una vez más, llora a pesar de la hermosura que la naturaleza le regala en el nuevo amanecer. Sabe que el joven que ha subido a las rocas del monte no podrá volar según sus sueños le han dicho pero aun así la sensación mucho más placentera que si todo se hiciera real.

Los caminos que bajan desde la aldea de la umbría y los que suben por la solana de enfrente están cubiertos de nieve. Pisando esta nieve y recorriendo estos caminos baja la muchacha que ha salido de la aldea. Se pierde por entre los pinares hacia las azules aguas del pantano que cubre al valle. Observa despacio y en todo momento cree que está soñando. Que no es real lo que sus ojos ven y menos aun lo que experimente en el alma. Las nieblas suben desde los barrancos y las nubes se abren dejando ver trozos de cielo azul y puro. El sol ilumina los paisajes y la quietud y soledad acentúa el hondo brillo que los paisajes emiten. Es como un sueño. Como el más sentido y delicado de los sueños.


14 La tierra está empapada
Ha llovido tanto a lo largo de todo el mes de noviembre
y en los primeros días de diciembre que la tierra está por completo empapada. Corren los arroyos llenos casi por completo y de las peñas en las laderas de las montañas chorrean hilos de agua por todos sitios. En la mañana ya mediado de diciembre se le ve metido en su meditación frente a los paisajes. Otra anoche más se la ha pasado sin parar de llover y cuando ahora el día derrama su luz por los campos verdes y empapados sus ojos se recrean en el limpio espectáculo. Desde la cumbre donde se refugia como en un intento de hacerse naturaleza y luz con las sierras que tanto ama deja que su alma goce del día nublado la tierra húmeda.

Por las veredas que atraviesan la sierra van los rebaños de ovejas. Rebaños que llegan desde las llanuras por encima del río diamantino y desde el valle de las aldeas. Conoce estos rebaños y conoce los pastores que los van guiando. Son sus amigos desde aquellos días en que ella jugaba junto a las aguas de cristalino río. Sabe que es la época de la trashumancia. Los pastores descienden con sus rebaños desde las altas cumbres para llevarlos a las tierras bajas donde invernaran. Las nieves ya cubren casi por completo y por eso bajan a las tierras más calidad. Es la época de la trashumancia y por eso las viejas sendas de la sierra se llenan de balidos de ovejas y ladridos de perros. Desde su rincón frente al mundo y al calor de sus sueños goza el hermoso y gris día que le viene regalando el mes de diciembre sin dejar de recordarla. En su corazón late el mismo dolor, el mismo gozo y el mismo sueño de hace tres meses y de hace un año. Y aunque todo se presenta como un grandioso paraíso a sus ojos la vida para él casi no tiene sentido en esta tan interminable ausencia y espera.


15- Como en un abrir
y cerrar de ojos en su sueño Aneluz ve como pasa el tiempo. Corre todo el invierno con sus lluvias, sus días de frío y nieve, los arroyos repletos de aguas, los árboles desnudos de hojas y la naturaleza como parada para siempre. Sobre el cerro lo ve una y otra vez y hasta comprueba que por momentos estás triste, por momentos camina de acá para allá como si buscara algo y por momentos se sienta bajo las rocas y mira hacia la gran profundidad del valle.

Corre todo el mes de enero, febrero y marzo y cuando ya la primavera está a punto de explotar, puede por fin recorrer todos los caminos que van por estas sierras y llegar a su lado. Como si lo conociera de toda la vida y como si el gran sueño no fuera sueño sino realidad concreta se acerca a él y después de saludarlo le dice:
- Me parece como si te conociera desde toda la vida. Desde siempre. Te he visto solo recorriendo estos montes y mi corazón se ha llenado de miedo al mismo tiempo que de gozo y paz. ¿Quién eres?
La mira despacio y como si también la conociera de toda la vida le dice:
- Ahora mismo estoy aquí y hasta me puedes tocar. Sé que necesitas saber quién soy pero en dos palabras no puedo explicarlo. Ya ves que estoy viejo. He vivido mucho y por eso sería muy largo de contar. Para que supieras quien soy tendrías que saber todos los detalles desde mis años de niños, de joven y luego de mayor.
- Quizá me lo puedas contar y a ti te guste pero lo primero que me interesa es saber por qué estás aquí y de dónde has venido.
- Vengo de una ciudad grande junto a dos ríos también grandes, al lado del sol de la tarde, por donde se derraman las montañas y el valle se abre ancho. Me he escapado de una gran casa, misteriosa y triste donde me encerraron.
- ¿Quién te encerró?
- Yo mismo. Desde niño empecé a perseguir un sueño y en un momento concreto de mi vida unas personas me dijeron que siguiendo un camino especial llegaría a realizar mi sueño. Me lo creí y me fui por ese camino. Pasaron los años y mi alma se empezó a llenar de dolor y tristeza. Descubrí que siguiendo ese camino que me habían dicho no solo no alcanzaba a realizar mi sueño sino que no lo alcanzaría nunca. Ni siquiera después de la muerte. Porque creo en otra vida. Ya te he dicho que pasado los años, con un gran dolor en mi alma y triste, llegué a la casa de la que ahora me he escapado para venirme a estas montañas.
- ¿Y por qué te has venido a estas montañas?
- Es en estas montañas donde encontré un día la única cosa bella que han visto mis ojos desde que vivo y la única bocanada de vida que he tenido a lo largo de mis muchos años.
- ¿Es el sueño que dices soñaste desde niño?
- Lo es.
- ¿Y cual es tu sueño?
- Nunca tuve a nadie que me quisiera y lo necesité mucho. Siempre apetecí la libertad y nunca fui libre. Lo que más me gusta de todas las cosas que hay obre el Planeta tierra son los bosques, los ríos, los arroyos, los prados tapizados de hierba, las nubes cubriendo a las cumbres de las montañas, el silencio después de la lluvia sobre los campos y el canto de los pájaros. Esto es lo que más me gusta porque es la esencia del sueño que desde niño llevo dentro de mí. Y un día lo encontré en los paisajes que ahora mismo tengo antes mis ojos. Aquí encontré además un rincón único donde nace un río también único en un pequeño valle único en el Planeta Tierra y ahí mismo encontré a una criatura humana que se me metió en el alma y se apoderó de mi vida. Desde el día que la conocí ya no he podido vivir ni un solo minuto sin pensar en ella.

Me regaló muchos días llenos de paz, amor limpísimo y pureza. La empecé a amar y cuando quise darme cuenta la amaba mucho más que a mi propia vida. Un día me alejaron de esta criatura y del rincón donde nació y vivo. Sentí la muerte correr por mis venas y desde entonces, aunque sigo vivo y ando de acá para allá, no soy yo ni tengo vida en este suelo. Hace mucho que no la veo y más tiempo hace que no sé nada de ella. No pudiendo aguantar más en la extraña casa que ya te dije antes fui encarcelado me he escapado y me he venido a estas montañas. Quiero vida. Quiero vivir abrazando y besando el sueño que me arde dentro del alma.

Guarda silencio. La niña sigue a su lado sintiendo en su interior una paz muy dulce. Como si lo conociera de toda la vida y en el fondo intuyera que necesita de ella para vivir y llegar al gozo que anhela. Le pregunta:
- ¿Puedo ayudarte para que llegues a ella?
- No lo sé.
- Quisiera poder hacerlo.
- Es lo que más deseo y necesito, pero en el fondo sé que es por completo imposible.
- Si pudieras verla y tuvieras la oportunidad de hablar ¿te sentiría liberado?
- Seguro que sí.
- ¿Tienes hijos?
- No estoy casado. Ya te he dicho que mi sueño me ha llevado a una realidad muy extraña sobre este suelo. A la más desafortunada de todas las realidades sobre este suelo.
- Siento pena de ti. Quisiera ayudarte. Tengo necesidad de ayudarte. Aunque no te conozco de nada ya te quiero. Debes saber que yo también persigo a un sueño. Desde hace mucho sueño contigo y ni siquiera sé por qué aunque presiento que es algo hermoso. ¿Tú has escritos libros?
- Tengo muchos libros escritos.
- ¿Y qué cuentas en ellos?
- Lo que antes ya te he dicho.

Guardó silencio y la niña también. Cayó la tarde de aquel día y al llegar la noche se cubrió el cielo de nubes. Poco después comenzó a llover y a lo largo de toda la noche llovió sin parar. Él prendió fuego a unas ramas secas que había amontonado dentro de la pequeña cueva abierta en la roca de la montaña y junto a sus llamas estuvieron un buen rato. Nada dijo él y tampoco dijo nada la niña. Siguió cayendo la lluvia y con la densidad de la oscuridad de la noche y el rumor de las gotas cayendo sobre el bosque se quedó dormido sobre la tierra de la cueva. Junto a él se tumbó la niña y en poco rato también se durmió.

Cuando la niña despertó al día siguiente enseguida lo buscó. No estaba. La lumbre se había apagado, fuera de la cueva seguía lloviendo y por el cielo avanzaban las densas y negras nubes. Descubrió ella que amanecía un día un tanto extraño y misterioso repleto también de una muy extraña belleza. No hacía frío. La primavera estaba presente y por eso los campos reventaban de verde. La hierba cubría todas las laderas y valles de la sierra y en su ramitas y las flores que ya se habrían temblaban las brillantes gotas de la recién caída lluvia. La niña se siento un poco perdida. Quiso llamarlo pero no lo hizo. Se levantó y al mirar para el lado derecho en una repisa de las rocas que formaban la covacha vio un papel. Lo cogió y enseguida descubrió que era para ella. Antes de irse le había dejado un mensaje escrito. Extendió el papel y leyó lo siguiente:

“Me he marchado y lo siento porque no quería dejarte sola. Me ha gustado mucho conocerte y el haber pasado un rato a tu lado. En realidad te quiero. Eres muy importante en el sueño que en el alma me arde. Sé que necesitabas saber más cosas de mí. Te lo hubiera contado todo y con mucho gusto. Tengo verdadera necesidad de contar a las personas la historia de mi vida y mis sentimientos. Me voy sin despedirme de ti y lo siento. Quizá algún día nos volvamos a ver. Te dejo este escrito para despedirme de ti y para decirte que mires en el hueco que hay al fondo de la cueva. Ahí te he dejado un regalo para. Es lo único que podía darte y lo mejor. En el fondo a nadie más en este mundo podía dar este regalo sino a ti. Tú eres la afortunada. Tengo certeza que sabrás lo que tienes que hacer. Un abrazo y te quiero. Nos encontraremos algún día”.


En busca del tesoro soñado
Aneluz se despierta. Está en la habitación de su casa junto al río que corre agua color chocolate. No se levanta. Se queda en la cama tal como ha despertado y por unos instantes medita lo que acaba de soñar una vez más. No llama a la abuela. No habla con nadie. Medita lo que acaba de soñar y al poco se levanta. Desayuna y como es ya casi mediado de abril y además Semana Santa, a su casa llegan los primos y el amigo desde el pueblo de la loma de los olivos. Los saluda y al momento les dice:
- Prepararos porque hoy vamos a emprender una larga excursión.
Les preguntan:
- Una excursión ¿a dónde?
Le responde:
- A un rincón de estas sierras donde no hemos ido nunca.
- ¿Lo conoces?
- No lo conozco pero sí sé dónde está.
- ¿Qué hay en ese lugar?
- Además de mucha belleza por los grandes bosques de pinos laricios que ahí crecen, hay un arroyo con una cristalina corriente, un río que le dicen el río diamantino y luego un gran monte. En lo alto de este monte hay una pequeña cueva en las rocas y dentro de esa cueva hay un tesoro escondido. En esta ocasión sí sé dónde se esconde el tesoro y por eso quiero cogerlo en mis manos cuanto antes.
- ¿Qué clase de tesoro es ese y por qué lo sabes?
- Hoy mismo vamos a ir a lugar y lo veréis con vuestros propios ojos.

Los primos y amigo de la niña le hacen caso. La madre y la abuela les preparan unos bocadillos y sobre las diez de la mañana se ponen en movimiento impulsados por lo que Aneluz les ha anunciado. Bajan por la calle, cruzan por delante de la puerta de la iglesia, tuercen a la derecha, suben por la carretera, cruzan los olivares, atraviesan el primer puente sobre el río que corre agua color chocolate, enristran por la recta hacia el pueblo blanco en el centro del valle y en cuanto lo cruzan giran a la izquierda. Remontan la cuesta por donde la carretera traza una vez y otra curvas muy cerradas, rozan las casas del pueblo sobre las rocas frente a las aguas del pantano, siguen remontando por la empinada y larga ladera hacia la cumbre y al llegar al puerto de la Cumbre, donde las vertientes se dividen hacia el río Guadalquivir y el río Segura, giran un poco para la izquierda. Siguen bajando y al poco se vienen otra vez para la derecha. Los pinares se espesan y los barrancos se abren cada vez más pronunciados y hondo. Uno de los primos por tercera o cuarta vez pregunta:
- ¿A dónde nos llevas?
Aneluz responde:
- Sé a dónde os llevo. Tened un poco de paciencia y no tardaréis e verlo.

En un pequeño rellano junto a la carretera asfaltada dejan el coche. Preparan las mochilas con los bocadillos y algunas cosas más que les ha incluido la abuela y se ponen en marcha. Siguiendo un carril de tierra bajan hasta el arroyo. Por el arroyo que nace un poco más arriba por donde el Puerto de la Cumbre hoy corre un buen chorro de agua cristalina. Es primavera y ya casi mediado de abril pero las lluvias siguen cayendo sobre los bosques y montañas de las sierras que les pertenecen. Lleva ya dos o tres días sin parar de llover y hoy, aunque el cielo está casi despejado de nubes y azul brillante como un mar purísimo, hoy también puede llover. A lo largo de la noche pasada ha llovido mucho. Cuando ellos se disponen a cruzar el arroyo no llueve aunque sobre el horizonte sí aparecen algunas nubes blancas y negras. Como grandes vellones de algodón que destacan hermosamente sobre el purísimo azul del cielo que les corona. Hoy puede llover porque en este mes de abril siempre hay tormentas sobre las sierras que les pertenecen. Puede llover y aunque ellos vienen un poco preparados por si esto ocurre las tormentas siempre son imprevisibles.

Frente a la corriente del cristalino arroyo se sitúan para cruzarlo. Buscan por donde pueda resultar más fácil y encuentra un tramo donde la corriente se ensancha algo. Hay unas piedras gordas y saltando de una a otra piensan que lograrán conseguirlo. El primero en intentarlo es el amigo de los primos y de la niña. Es el mayor y el que se cree con más experiencias en cosas de montañas y demás. La niña se ha puesto en medio de la cola que se enfrenta a las piedras para saltar al otro lado de la corriente. Lo va a intentar el amigo mayor cuando justo en este momento Aneluz mira hacia la cumbre al otro lado del arroyo. Por donde se eleva el monte que tienen que escalar para llegar a la cueva que buscan. Atravesando la colina y desde el lado norte para el poniente descubre un rebaño de ovejas. Hasta ella llega el sonido de sus cencerros y el balido de los animales. Mira Aneluz concentrada y enseguida descubre que detrás del rebaño va una mujer. Es una pastora y hasta llega a distinguir que es una muchacha. Alta, delgada y seguida de un par de perros careas.

- Mirad es la pastora que conozco. El otro día me hablaron de ella.
Exclama Aneluz un poco excitada.
- ¿Qué pastora es esa?
Pregunta el amigo de los primos y de ella.
- La que yo conozco y tengo necesidad de encontrarme con ella. Llamadla y decirle que nos espere. Es la pastora del valle por donde nace el río diamantino. No hace mucho me han hablado de ella.
- ¿Pero quién es esa pastora?
- Una muchacha muy guapa que tiene el pelo negro y ha estudiado para maestra en un colegio de la loma de los olivos. Decidle que nos espere. Quiero verla porque necesito preguntarle algunas cosas.
El amigo mayor da un par de voces pero con el ruido de la corriente del arroyo y la lejanía la pastora no las oye. Sigue detrás del rebaño de ovejas y en unos minutos rebaño y pastora se pierden al otro lado del monte.
- Tenemos que encontrarla. Vamos a cruzar rápido y rodeamos por este lado de la montaña haber si la vemos por ahí antes de que se aleje más.
Sigue indicando la niña.

El amigo mayor intenta saltar por las piedras para cruzar al otro lado de la corriente pero empieza a comprobar que no es tan fácil como parecía. La corriente es grande, se ensancha mucho y las piedras además de estar mojadas y por eso resbalan como las ovas, están bastante separadas. Empieza a darse cuenta que ni dando un buen salto podría alcanzar la piedra gorda que hay en el centro de la corriente. Y si la alcanzara con toda seguridad que al pisar en ella se resbalaría e iría al agua sin remedio. Piensa en la niña y en los amigos más pequeños. A ellos les va a costar mucho más saltar por estas piedras para cruzar la corriente del arroyo. Se mueve de acá para allá mirando y evaluando todas las posibilidades y al final dice:
- No podremos cruzar la corriente de este arroyo saltando por estas piedras. Lo veo muy complicado.
Algo preocupada la niña pregunta:
- ¿Entonces qué hacemos?
Le responde el amigo:
- Vamos a buscar a ver si encontramos algún sitio por donde se estreche el arroyo.
- ¿Y si buscamos un buen tronco seco y lo ponemos sobre las aguas el forma de puente?
Pregunta uno de los primos.
- También podría salvarnos pero tiene que ser un tronco largo y gordo. Como no haya por aquí algún pino seco que se haya caído será difícil.

La niña y los primos miran para un lado y otro buscando lo que necesitan y cerca de ellos no ven nada.
- Vamos a extendernos un poco por estos alrededores y por entre el bosque a ver si lo encontramos.
- Venga vamos.
Anima el amigo mayor.
Desde la corriente del arroyo se mueven para un lado y otro buscando un viejo tronco de pino que les pueda servir. Comprueban que los pinos que por aquí crecen son de la especia laricios. Árboles de un gran porte, troncos muy gruesos y con hasta treinta y cuarenta metros de largo. Todos los que van encontrando tienen sus raíces clavadas en la tierra y se elevan majestuosos. Pero de pronto, uno de los primos pequeños grita:
- He visto algo que puede servir.
Todos se vienen para el lado del que ha encontrado lo que necesitan y enseguida comprueban que entre unas rocas se amontonan las ramas y tronco de un viejo pino. Una de las ramas se ha partido y ha rodado para el arroyo. Se acercan con la esperanza de encontrarla útil y al cogerla para transportarla se parte.
- Está podrida. No nos servirá.
Exclama el amigo mayor.
- ¿Y el tronco del pino?
Pregunta Aneluz.
- Como ves es tan grande que ni veinte hombres pudrían con él.
- ¡Qué mala suerte!
- No hay que desanimarse. Sigamos buscando y ya veréis como vencemos.

Siguen moviéndose por entre la espesura del bosque. El amigo mayor se aproxima al arroyo algo más abajo del vado por donde quería cruzarlo. Descubre unos árboles clavados al borde mismo de las aguas. Uno de ellos es un viejo fresno. Tiene su tronco algo torcido inclinándose para la otra orilla del arroyo. Enseguida se le viene a la mente la posibilidad de trepar por el tronco de este fresno y desde las ramas saltar al otro lado de la corriente. Se acera y tantea lo que ha imaginado. Se agarra a una rama, pisa el tronco y sube un poco, salta a otra rama próxima y se asegura. Comprueba que es posible lo que pretende. Por eso se queda sentado en el centro de la rama que queda suspendida en el mismo centro de la corriente del arroyo y da una voz llamando a los demás.
- Ya tengo la solución.
Los niños acuden a toda prisa. Mientras se acerca Aneluz dice:
- Estaba segura de encontrar una solución.
El amigo mayor les dice:
- Yo cruzo el primero y ya desde la otra orilla os ayudo.
- ¡Vale!
Confirma la niña.
El amigo mayor sigue avanzando por entre las ramas del viejo fresno usando el tronco como puente y en unos segundos salta y pisa tierra al otro lado de la corriente.
- Es lo más fácil que os podáis imaginar. Adelante el primero que yo estoy aquí para echaros una mano.
- Voy yo ahora.
Anuncia uno de los primos y se agarra a la primera rama del árbol. Sube por el tronco, aparta dos o tres ramas que le van estorbando y en cuanto supera la corriente salta para donde el amigo mayor le espera. Este le tiende la mano y lo coge todavía en el aire. Le ayuda a pisar tierra y sin problema alguno queda situado al otro lado de la corriente.
- ¡Qué fácil!
Exclama.
- Ahora me toca a mí.
Anuncia la niña.
- Sí, tú primera y el primo detrás por si tienes algún problema.

Aneluz se agarra a la primera rama que le ofrece el viejo fresno y pone sus pies sobre el tronco. Salta un poco y sube. El primo se pone de tras y avanza cogido a ella. La niña aparta dos o tres ramas, se agacha un poco y cuando ya ha superado casi todo el grueso de la corriente se dispone a saltar.
- Venga que nosotros te cogemos en este lado.
Le anima el amigo mayor.
- Pues allá voy.
Desde la rama Aneluz salta y justo en este momento el amigo y el primo la cogen en el aire, tiran de ella y como por arte de magia queda situada sobre la tierra al otro lado de la corriente.
- Lo conseguiste. Lo hemos conseguido. Ahora te toca a ti.
El primo que seguía a la niña animado por el éxito de los que ya están al otro lado de la corriente avanza, aparta las ramas y salta. Ni siquiera le han tenido que ayudar. Queda de pie sobre la tierra al borde de la corriente pero ya a otro lado del arroyo. Lo aplauden los que le están esperando y de inmediato se concentra en la continuación de la ruta.
- Seguro que la pastora ya se habrá alejado mucho. Por más prisa que nos demos no la podremos alcanzar.
Expone la niña.
- Eso no importa ahora. Vamos a seguir con la ruta que por aquí nos trae y si la encontramos bien y si no en otra ocasión será. ¿Por dónde está la cueva del tesoro que buscas?
- Vamos a bajar por la senda que discurre por el borde de este arroyo y al llegar al río ya os diré para donde tenemos que seguir.
- Pues adelante.
Anima el amigo mayor. Cargan con sus mochilas y se ponen en marcha.

La senda baja desde la misma cumbre y desciende por el borde del arroyo. Se distingue bien aunque está casi tapada de monte y arropada por el bosque de pinos, encinas y robles. El cauce del arroyo según desciende se hundo en el profundo barranco del río que cae desde el lado norte. Al llegar al río que desciende desde el norte, no el río diamantino sino el de los bosques de álamos y espesuras de zarzas que más en lo profundo de los barrancos entrega sus aguas al verdadero río diamantino, la senda se junta con una pista forestal de tierra. Es un camino forestal que recorre todo el río desde su nacimiento hasta donde se junta con el diamantino. Ellos no van a irse por este carril. Su vereda, el viejo camino que en tiempos remotos recorrían los serranos para ir y venir desde los cortijos al pueblo de la cumbre y a otros pueblos por el valle de los olivos, discurre pegado al cauce del arroyo salvando voladeros y laderas y acortando las distancias. Así eran y así son todas las veredas que en otros tiempos trazaron los serranos. Discurrían por los parajes más hermosos de estas grandiosas sierras pero siempre buscaban acortar las distancias todo lo que fuera posible. Ellos recorrían estos caminos siempre a pie, montados en algún burro, mulo o yegua y por eso tardaban horas, días y hasta semanas en ir de un punto a otro y hacer lo que tenía que hacer.

Por la vieja vereda que acompañando al arroyo se hunde en el barranco avanzan los niños. Es media mañana. El cielo se ha llenado de nubes. Desde el lado del levante, que es por donde se abren los hondos barrancos hacia los que se despeñan los ríos, van levantándose muchas nubes. Grandes frentes de nubes negras con bordes blancos que avanzan hacia las sierras que recorren los niños y las que han dejado atrás y a los lados. A Aneluz parece no preocuparle que el cielo se esté cubriendo de nubes. Se siente llena de entusiasmo y es feliz. Como si estuviera realizando el más hermoso de todos sus sueños. Uno de los primos pequeños pregunta:
- ¿Y si llueve qué haremos?
El amigo mayor responde:
- La lluvia en la montaña es uno de los espectáculos más bellos.
Aneluz afirma:
- Estoy contigo. A mi me gusta la lluvia y más si es en medio de los bosques y prados.
- Déjate de tonterías.
Contesta uno de los primos pequeños.
- Pues yo creo que hoy nos puede caer una buena tormenta. Nos pondremos chorreando si no encontramos donde refugiarnos. Y lo pero será después. ¿Alguno habéis pensado en eso?
Pregunta el otro primo menor.
- No hay por qué preocuparse. Que las cosas sucedan como deban suceder que en su momento buscaremos la solución.
Afirma Aneluz. El amigo mayor, abriendo camino a frente del grupo y apoyando la ilusión que a la niña le trae por aquí, reafirma:
- Lo importante es lo importante y si la lluvia llega será una experiencia más. Ya veréis como luego nos alegramos.

La senda se separa un poco del arroyo. Por entre los espesos pinares, los robles y las encinas al otro lado del arroyo y entre álamos y tierra se ven algunas casas. Son ruinas de cortijos abandonados. Los serranos que en otros tiempos vivieron en estos cortijos tuvieron que irse y los hijos buscaron trabajo en pueblos y ciudades muy lejos de estas sierras. Alguna vez alguno de ellos ha vuelto por aquí y hasta ha querido arreglar algunas de las casas en ruinas para venirse en la época de las vacaciones. Le han faltado los dineros y por eso los cortijos siguen en ruinas. Más debajo de estas ruinas, ya cerca del río de los álamos y las zarzas, las tierras son llanas. También en otros tiempos estas tierras fueron fértiles huertos. Los sembraban los serranos que vivían en los cortijos y de estas tierras todos años sacaban buenas cosechas de tomates, lechugas, habas, cebollas, ajos, patatas, pimientos, calabazas y más frutos. Ahora por las tierras solo crecen cardos, mejoranas, zamarrillas y zarzas. Los árboles frutales que sembraron aquellos serranos solo algunos siguen verdes. Muchos manzanos se han secado, también algunos perales, parras y membrillos. Pero por la llanura todavía crecen los viejos robles y los grandiosos pinos laricios.

Dando una última curva la senda desciende y se junta con la pista de tierra. Por ella avanzan los niños y unos cuatrocientos metros más adelante se apartan para el lado derecho. La senda se vuelve a separar del carril y buscando el cauce de otro arroyo menor se pega a él y ahora sube. Enseguida un bosque de majuelos y bajo ellos brotando una fuente. Un rico manantial de agua cristalina que invita a beber. Los niños se paran. Sacan sus cantimploras y las llenan. Beben del purísimo y fresco líquido y se sientan sobre las rocas. De común acuerdo han decidido descansar un rato. Ya es algo más de media mañana y por eso también sacan sus bocadillos y comen. La abuela y la madre les han preparado varios bocadillos para cada uno. También le han puesto abundante fruta, chocolate y frutos secos.

Media hora más tarde siguen. Despacio y sin pronunciar palabra ahora avanzan siguiendo la senda que remonta a la cumbre. Sopla el viento. Las nubes se ven cada vez más espesas. Comienza a llover. El primo mayor comenta:
- Nos empaparemos, ya veréis.
Aneluz aclara:
- Eso no es malo. La abuela me lo ha dicho muchas veces. Y también me ha dicho que siempre debemos ser amigos de la lluvia, de los pájaros, de la hierba y de las flores de los campos. Porque las personas que son amantes de la lluvia nunca tendrán ni malos sentimientos ni podrá harán daño a los demás. Si llueve no será malo. Y, en estos momentos, menos aun. La abuela me lo ha dicho muchas veces y ella nunca me ha mentido. Siempre me ha contado la verdad.
- Pero ¿a dónde nos llevas?
- Espera un poco y no tardarás en verlo.
Guardan de nuevo silencio y siguen avanzando. Aumenta la lluvia. No hace frío. En el corazón de la niña una llama arde y, aunque le quema sin dolor, tiembla de emoción y al mismo tiempo, teme.

Coronan el monte y, antes de llegar a lo más alto, la niña les dice a los compañeros:
- Ahora haced las cosas tal como yo os diga.
- ¿Pero qué es lo que quieres mostrarnos?
- Solo un momento más y lo veréis con vuestros propios ojos.
Salen de la espesura de unos pinos y coronan por completo. La niebla cubre pero deja ver algo. Al frente aparecen unas rocas gruesas y altas. Comenta Aneluz:
- Guardad silencio y mirad despacio.
Por entre la lluvia y la niebla, miran y, a solo unos metros, lo ven. Está sentado sobre una de las repisa de la roca, de espaldas a ellos, mira hacia el corazón de las nubes, por donde la blanca niebla se espesa y no se le ve la cara. Dice Aneluz:
- Ya sí lo hemos encontrado y ahora no es sueño. Vosotros quedaros aquí. Yo voy a acercarme, lo saludaré y le diré que me mire. Que soy la Aneluz que tanto él a esperado y tantas veces yo en mi sueño, una noche y otra, he visto.

Y la niña se separa del grupo. Avanza como de puntilla para no perturbar su meditación, y se pierde entre la niebla. Pero al poco aparece como rodeando la roca donde él está sentado. Se dice para sí, mientras se acerca buscándole la cara para verlo de frente: “Ahora sí tendrás que decirme quién eres y qué es lo que quieres de mí. Ya sí estoy preparada para hacerme cargo del mensaje que necesitas transmitirme. Ya si me siento con fuerza para irme por todos los caminos de estas sierras y descubrir los secretos que solo tú conoces y por eso quieres transmitirme. Estoy preparada para el encuentro con el alma y la esencia de estas sierras, tu amor secreto y tu mayor tesoro. Estoy asustada pero confío en mí y espero de ti el tesoro que siempre has querido poner en mis manos. Ahora ya sí. La abuela nunca me ha engañado. Creo en ella y en el secreto que me reveló. Creo en ti, aunque no te conozca. La abuela siempre me ha contado la verdad. Estoy preparada y quiero”.

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