1.12.2008

Río diamantino, río Segura-3

Del nacimiento a Pontón Alto

Pues mirando al chorro de agua que brota como de las entrañas de la tierra y ahora corre por la canal para regar los pedazos, el padre me aclara:
- Hace unos años, cuando esta fuente dejó de echar agua, decían que la habían estropeado esos buzos que vinieron por aquí y se metieron para explorarla hasta no sé dónde. Pero claro, no había agua porque ya sabemos los años de sequía que hemos tenido.
- ¿Cómo conociste tú este manantial?
- A nivel de la corriente que se va por el río. Lo que pasa es que hace unos cuarenta años o más, ponían aquí sacos llenos de tierra y arena para que el agua se remansara y pudiera irse por la canal que le sale hacia el Collado de las Minas. Luego ya pensaron hacer una muralla fuerte con el fin de que se encauce el agua para allá sin problema ninguno.
- ¿Y era cierto que este manantial tenía truchas?
- Claro que las ha tenido y durante mucho tiempo. No dejaban pescarlas y es que este río Segura, de siempre ha sido muy nombrado por las grandes y buenas truchas. Y aquí en la misma fuente había pero muchísimas. Tenían su rejilla ahí para que no se salieran ni para que pasaran para abajo tampoco.

Esto estaba muy adornado con aquellas truchas tan bonitas. Tenía otro encanto. Porque tú sabes que las truchas necesitan agua limpia, fresca y corriente. Así que si miras bien, esta es el agua de ellas. Pero claro, cuando no hay agua, como ha pasado en estos últimos años, no se pueden venir ni para arriba ni para abajo. Entonces, pues el manantial de este río Segura, ha quedado totalmente derrotado. Como no sea que echen, como yo digo, esas de los criaderos, pues otro paso más perdiendo. Pero que esto ha sido una maravilla, aunque lo sigue siendo, aun bastante venido a menos.

Por la parte de arriba, coronando el rincón donde nace la gran fuente, las rocas donde se abre la cueva del Nacimiento y más en lo alto, los pinos meciéndose al viento.
- Pues detrás y hacia los lados hay muchísimas hoyas de tierra buena que no están repobladas y nadie las siembra porque se lo prohiben.
Ya vamos bajando por la carretera, ahora remontados sobre el valle por donde corre el río. Al otro lado, las casas de la dulce aldea de Fuente Segura de Arriba, son besadas por el sol que cae. Por las tierras llanas de la vega, pastan las ovejas y por entre los álamos que nos quedan entre la corriente del río y la acequia que sale desde la gran fuente y atravesando el Collado de las Minas, lleva el agua a las tierras de Cañá Manzano, se ven varias personas. Un hombre con un hacha, corta las ramas secas de un árbol caído y cerca, juega una niña, mientras espera y el vientecillo que mana del río, remueve el pelo rubio de su cabellera. ¡Qué gran momento y de cuanto secretos y belleza está lleno, así como la tierra y lo que por la tierra crece y revolotea!

Mirando la acequia que nos corre por la izquierda, un poco en la ladera y remontada del río, me dice:
- Hay uno, en el pueblo, que dice ha visto los documentos y comenta que esto está construido por el año 1777 o así. Lo de las minas y esto lo mismo. Así que ya sabes: hace más de doscientos años.
Y le contesto:
- Esto está bien pensado porque el agua va, por su propio pie, hasta las tierras de la parte de abajo.
- ¡Claro! Aunque también dicen que en tiempos más remotos, el rincón fue una hermosa laguna.
- ¿Y los nombres de la ladera?
- A esto le llaman la Cuesta de las Majaicas. Arriba hay una hoya, que era nuestra. También le dicen la Hoya de las Majaicas. A la izquierda se abre una sima profunda que le dicen la Sima de las Majaicas.

Que por cierto cayó uno ahí, que venía de caza y había nieve y cuando se enteró ya estaba hundido. Gracia a que se le cruzaron los cañones de la escopeta y agarrándose a las piedras, pudo salir. Y ahora a todo ese poyo que se ve ahí, se le llama Poyo Rubio. Que todo eso ha sido terreno de labor.
- ¿Y Hoya Maranza?
- De aquí a Hoya Maranza se echa una hora.
- ¿Y el barranco?
- Ese rincón está ahí al final de las nogueras esas. Y allí, por donde el árbol este, hay una cueva que le dicen la Covacha Poyo Rubio. Y otra tenemos ahí que le dicen la Cueva del Puntal. Que eso es el Puntal de la Tala. Y luego va teniendo otros nombres: que si la Hoya de la Marcelica, que si el Agüerico...

A la derecha y según la tarde va cayendo, nos van quedando las tierras de Cañá de Manzano. Se ve que son tierras buenas y por eso crees que no sólo ahora sino en aquellos tiempos y mucho antes, ellos las sembraron. Se lo preguntas y te dice:
- Eso ha estado sembrado desde siempre, de centeno, trigo, panizo y otras cosas.
Por la tierra de la ladera se ven muchas piedras y sólo en la parte más llana, las tierras labradas.
- Pues de los pinos para abajo, todo ha estado roturado.
- ¿Y las nogueras esas que se ven?
- Hasta hace muy poco han estado cultivadas y todavía tiene sus dueños.

Eran de un médico que había aquí antiguamente y se lo vendió a uno de Fuente Segura y por eso sigue teniendo propiedad. Me voy a referir al nogal y si no han cambiado las leyes, porque hoy las cambian de la noche a la mañana. Hoy son de una forma y mañana de otra. ¿Que le quiero decir? ahí tenemos una finca suya y pongo un nogal aquí, a tres metros. Si pasan veinte años y usted no me ha denunciado a mí el nogal, por derecho, al nogal le corresponde el rodal de tierra que quepa en un círculo que tenga un radio de veinte metros. Esa tierra ya le pertenece y nadie se la puede quitar.

En Royo Azul, a donde sí me gustaría mucho ir, un hermano mío tenía un nogal en la hoya de su pedazo y se juntaron el dueño y él allí. Se fue al secretario que había en el Ayuntamiento y le dijo que como el árbol tenía más de veinte años y no lo había denunciado, el nogal seguía siendo suyo más veinte metros de tierra a su alrededor. Tiene su derecho. Pues por esto te decía que estos nogales que estamos viendo en la ladera de enfrente los puso el médico este que mataron para la guerra.

Y como mientras me cuenta sus cosas según vamos regresando para las casas del pueblo, ya pisamos la tierra que me tiene intrigado desde hace mucho. Le pregunto y me dice:
- Esto se llama El Collado de las Minas. Y Cañá Manzano de aquí para abajo. El caminillo este que vamos andado es el que va al Collado de las Minas. Esa construcción que se ve ahí es la tiná del Collado de las Minas. Entonces ahora dices: “oye mira que te espero en la Tiná del Collado”. Y ya se sabe.

Nos desviamos hacia la izquierda dejando la carretera asfaltada que sube buscando el nacimiento, a la derecha.
- A esto le llama la Morra de Cañá Manzano.
Y como me resulta nuevo el camino a parte de bonito y muy recogido por lo alto de la cuerda y perfectamente tallado, digo:
- Pues esto no lo conocía yo.
- ¡Sí hombre! En la sierra nuestra los caminos van siempre buscando las querencias y acortando terreno para llevar al lugar necesario. Cuando siembran el pedazo de estas tierras que vamos viendo, por aquí se meten las máquinas a segar. Es que precisamente aquí hay un portillo. Se llama el Portillo del Collado de las Minas. Y ahora ahí tenemos un sitio que tiene un corral de piedra.

Sube aquí la cuestecilla desde Cañá Manzano, por el caminillo tallado en las piedras y remonta buscando la querencia del pueblo. Este era el camino que andaban aquellas bestias cargadas con las cosechas de la tierra y con ellos sobre sus lomos. Una pequeña llanura con su hierba fresca y como la altura es atractiva, al pueblo se le siente como más grandioso aunque encajado en el río y en su silencio.
- ¡La sierra es que tiene rincones muy bonitos!
Te dice.

Volcando el portillo del Collado de las Minas, se abre una hoya pequeña que es preciosa. Uno sube por el río o sube por la carretera del asfalto que viene al nacimiento y ni siquiera se da cuenta que sobre este puntal existe un rincón tan bello.
- Por eso a esto también le dicen el Portillo de la Hoya. Porque claro: hay un portillo y una hoya. Es esto precioso, grande y, además, de buena tierra. De aquí para acá es el portillo y de ahí para allá, Poyo de la Iglesia. Y ahora todo este trozo donde están los árboles, la Era Empedrá.
- ¿Y por aquí ya baja para el río y se llega al pueblo?
- ¡Que va! Por aquí no se baja al río porque las rocas se tajan en un pronunciado voladero.

De la tierra mana el perfume y recuerdo el momento: venía el joven aquella tarde montado en su yegua y en el corazón traía el gozo de la sencilla vida que le estaba prestando la tierra y en su cara, la caricia del aire fresco que desde el río se alzaba y perfumado con la esencia de lo eterno, lento pasaba besando las piedras del largo cerro y, además, él tría en sus manos el sudor de la tarea bien hecha y, en las aguaderas que descansaban sobre el aparejo de la yegua, la carga fresca de cerezas y ya asomaba por la vereda que atraviesa el cerrillo y venía, en el fondo, más que satisfecho.

Y al coronar la altura y atravesar el portillo, sobre la tierra llana tapizada por la hierba y la soledad de la tarde, se encuentra con su amigo.
- Aquí que estoy con el rebaño que toma la hierba y al tiempo que respiro la tarde, voy contando los borregos y ayudando para que las madres los amamanten.
Le dice y el muchacho que llega con sus cerezas:
- Pues si necesitas que te ayude ahora mismo me paro y cogemos a las ovejas para que los borregos mamen.
- Sólo me queda coger a la que estás viendo con la ubre llena y después, ya me siento sobre la roca que mira al río y me dejo empapar por el beso que llena la tarde.

Y el de la yegua detiene sus pasos y ayuda a su amigo a coger a la oveja de la ubre redonda y en cuanto el borrego enclenque ha mamado la leche que le da la vida y la fuerza, otra vez en libertad la deja y para celebrarlo, el que ha llegado de la tarde cargado con sus cerezas, las derrama sobre la hierba y los dos se sientan frente al río y mientras se las van comiendo y siente el placer en el alma entera, el que ha llegado y viene contento, comenta:
- Este año, los cerezos de la aldea que se baña en las espumas del arroyo, están cargados de fruta buena y por eso vengo tan contento y al verte, ahora para mí, no hay alegría más grande que sentarme aquí contigo y, con el beso que nos da la tarde, comernos estas cerezas.

Y nosotros, seguimos atravesando las tierras silenciosas de la cumbre que corona al pueblo y como me voy diciendo que estas son de esas rutas bellas que todavía no recorren muchas personas, mientras avanzamos me voy quedando en las piedras frías que tanto guardan y en el viento que nos acaricia. Caminillos antiguos que pasan por sitios muy bonitos y que teniendo tanto o más encanto que aquellas grandes rutas, según dicen y escriben, a nadie se le ocurre recorrer para llenarse de la esencia más fina que contiene estas tierras. Y estos rincones pequeños, son más bonitos que todos los otros proclamados.

- Aquel cerro que tenemos enfrente, le dicen Cerro Cortao. Y es que como se puede ver, está cortado por los cuatro extremos. En aquellos tiempos, los viejos decían que aquello era paradero de los moros y que había cosas escondidas.
- ¿Y se ha descubierto algo en alguna ocasión?
- Que yo sepa, nunca se descubrió nada. Pero eso era lo que siempre se decía de ese cerro. Claro que era antes cuando la gente soñaba con los tesoros. Dicen que un día por el lugar pasaron tres hombres con tres petates y dijeron: “Esto aquí nos lo dejamos. Si volvemos, nos lo llevamos y si no volvemos, aquí tienen ustedes su fortuna”. A lo mejor aquellas personas eran de aquellos que llevaban una carga de oro y de joyas pero hoy en día eso ya no es así.

Junto al camino que vamos recorriendo se ven las piedras muy bien puesta.
- ¿Cómo le llaman a esto?
- Es lo que antes te decía: La Era Empedrá. Y es que ahí, por donde van las muchachas, hay una era.
Las muchachas caminan con la urgencia de la tarde que cae y como ellas, aunque son de aquí, tiene ahora el corazón en otro lugar, pasan por la tierra dejando el perfume y sembrándola de belleza y casi no la sienten. Así son las cosas, tantas y tantas veces, en esta vida que los humanos bebemos al paso por este suelo.

- Pero las piedras estas que veo por aquí tan bien puestas ¿cómo lo llamáis?
- Nosotros llamamos a esto Majanos. En otros sitios le llaman olma. Pero nosotros aquí le llamamos parata a las piedras que vas viendo puestas por ahí y a lo que se elevan como pequeños montones, majano.
Descubro que majano es un montón de piedras que ha resultado de recoger las que por el terreno ruedan. Se limpia la tierra para sembrarla y las piedras se amontonan en el centro o a un lado. Conozco otros montones de piedras como estos con el nombre de Villares.
- Yo le digo muchas veces a mis chiquillos: “Mirad, todo esto lo hicieron a brazo, con mucho sudor y larga paciencia para sacarle a la tierra un puñado de trigo o de centeno”. Porque entonces no había ni carrillos de mano. Porque hoy coges un carrillo y la piedra la llevas a donde sea pero entonces todo era a pura sangre y a veces, casi sin fuerzas.

Pisamos Era Empedrá. Miro despacio y veo que es una auténtica era que está empedrá.
- Una era donde en aquellos tiempos se trillaba y se aventaba para separar la paja del grano, como se dice. La lucha de aquellas personas que se dieron la mano con los que todavía respiramos por el rincón. Ahí un poco más abajo y sobre el lomo de este poyo, mira y verás aquellas paredes.
Y respondo:
- Sí que las veo.
- Aquello era la Tiná de la Abuela. A mí me contó mi abuela que un año hicieron fiestas en el pueblo y en esta tiná corrieron las vaquillas. Entonces mandaban los de izquierdas y trajeron las vaquillas a esta tiná para que la fiesta fuera más divertida.

Y aquello que se ve frente, le llaman la Tiná Cañá Royo. Es que hay una cañá allí grandísima que da vista a Pontón Bajo por un sitio que le dicen los Picones. Que antes cuando no había dinero, hacían las fiestas en la plaza y los chiquillos, las mujeres y muchos más que no podían pagar una peseta porque no la tenían, nos subíamos a Los Picones y desde allí veíamos las fiestas gratis.

Las dos muchachas ya se nos han perdido.
- Es que no me he dado cuenta por dónde se han ido.
Vamos nosotros bajando por el poyo, frente al molino del tío Jacinto el lado derecho del río, según avanzamos y como no estoy seguro si por aquí podremos cruzar la corriente, le pregunto:
- ¿Hay algún puente?
- Esto ya es la Tiná del Castellón y esto de aquí, la Molata.
Miro y ahora ya comprendo lo que es una Molata, según el modo de expresarse de los serranos. Como un montículo de tierra o rocas que se queda como recogido entre la curva del río. Me voy por lo alto pisando la tierra que casi es pura roca y me asomo a la corriente. Traza por aquí una gran curva. ¡Qué hermoso es esto!

Por el portillo de la Molata del Molino de Jacinto, pasa la vereda y cae buscando el río. Que es por donde venían aquellas personas con sus bestias, al pueblo. Lo ingenieros que eran estos serranos de antes y de ahora haciendo las cosas que les servían para moverse por la tierra y sacar de ella el alimento que necesitaban. Caemos al río y lo primero, a la derecha, una construcción grande y algo nueva.
- Es el centro del Jubilado. Está funcionando y como ves se enclava al mismo borde de las aguas del río claro.
Hay aquí una acequia pequeña que viene al centro y una fuente con un caño de agua que por supuesto, es buena. Y voy entusiasmado con la corriente del río, la vegetación que derraman las nogueras y el agua que no deja de sonar, cuando a mi izquierda descubro los lavaderos del pueblo. ¡Claro! me digo, la acequia coge el agua de la corriente y por entre zarzas la trae hasta estos lavaderos. ¿Cómo iba a ser de otra forma teniendo ellos como tienen aquí un río tan caudaloso y limpio.

Las llamo a ellas para que vuelvan y me lo expliquen y entonces me dicen:
- Pues aquí están las losas. Las mujeres mojaban la ropa, le echaban el jabón y después de restregarla, la enjuagaban y luego la tendían en las piedras o hierba que ves por los alrededores. Como antiguamente no había agua en las casas, todo el mundo venía aquí a lavar su ropa.
Un sencillo puente se tiende para dar paso a las aguas del río y ya estamos en la plaza del pueblo. A la izquierda otra fuente con agua buena.
- En esta plaza se celebra el final de la procesión donde se reparte cuerva. Y desde este rincón ya se llevan otra vez la Virgen.
A la izquierda y junto al río, la construcción del molino de Pascual. Un poco más lejos, el de Jacinto. Un poco más abajo se ve otro que le dicen el molino del Lidio. - Lo que nos queda frente, es la Piedra Horada y debajo hay otro molino que es el número cuatro, algo más abajo tenemos otro que es el número cinco y el seis lo tenemos también en el mismo río pero antes de llegar al pueblo de Pontón Bajo. Todos estos molinos se juntaban en este río en aquellos tiempos y todos tenían trabajo y funcionaban.

Las muchachas se me acercan y me dicen:
- El nueve de agosto se celebra la fiesta de la Virgen del Rosario, porque es la época que coincide con la presencia de más visitantes y veraneantes. La iglesia está en Pontón Bajo desde donde se sube a la Virgen en procesión, siempre andando y cantando y se montan dos altares: uno aquí donde ahora mismo estamos y otro siguiendo la calle, al fondo. Allí se celebra la misa y después se trae la Virgen a este rincón, se reparte cuerva gratis, los músicos tocan y baila todo el mundo. Quiero aclara que la cuerva es un licor que se hace con vino, miel y frutas y ya, a unos y a otros, pues se le sube el calor por el cuerpo. Se vuelven a llevar a la Virgen a la iglesia de Pontón Bajo y dan comienzo las fiestas, que son vacas, verbenas y más alegrías.

El rincón se llama el Pajarete. Es una pequeña plaza, casi cuadrada, y en cada uno de sus lados tiene unos asientos en forma de poyetes. Son bancos de cemento pintados en verde a donde los ancianos, los jubilados, se vienen a tomar el sol en sus ratos libres que son muchos. Me acerco a la fuente y al beber, percibo que el agua está frío. Al preguntar, la hermana buena, dice:
- Cuando vienen los visitantes y beben casi siempre preguntan que si dentro, esta fuente, tiene una nevera.

El padre se me acerca y aclara:
- El batán, que ya sabes lo que es, estaba allí. Tomaba el agua de la acequia. Y caía precisamente donde está el árbol aquel. Hacia unas pesas pero de madera aquello, que tenía abajo como unos martillos que tendría más de un metro de largo por cuarenta de ancho. Aquello hacía rodar a una rueda que había abajo para limpiar las mantas. Las mantas las llevaban los bataneros, que todavía existen, a la casa de mi abuela que vivía ahí. Es que aquí, antiguamente, había una fábrica de lana. Una fábrica para hacer mantas de esas de sierra que se llaman y para hilar la lana.

Las mantas las limpiaban con greda. Quiero decir que desde la fábrica traían las matas hasta este chorro de agua, las lavaban y desde aquí se la llevaban a la casa de mi abuela donde estaban el tiempo que fuera necesario. Pero esto era un batán acreditado con todas sus escrituras y demás. El agua la cogían del río, por la acequia aquella y la fuerza de esta corriente era lo que le hacía funcionar. Yo vi muchas veces cómo funcionaba aquello pero ahora no sabría contarlo. Sé que abajo había una rueda como las de los molinos y como te digo, la cosa de la limpieza no sé cómo era pero ahí caía el agua a presión y esto era lo que le hacía moverse. Seguramente hace más de cincuenta años que se paró este artilugio.

En el Pontón de Abajo, que luego lo veremos, un edificio que hay antes de colar y a mano derecha, es donde estaba la fábrica de la lana. Y en Santiago de la Espada había otra. También en este pueblo de Pontón Alto, había muchos telares de esos que tejían. Una cuñada mía se llevó uno para tejer jarapa de esa que pone encime de las camas y las mesas. Existen todavía porque aquí había muchos telares de esos. Ya no se fabrican ni los trabaja nadie.


MAÑANA DEL SEGUNDO DÍA 1-3-97
Pontón Alto, Loma del río, Pontón Bajo,
Fábrica de Lana, Molino de harina.

Desde Pontón Alto, por las cumbres
A las diez de la mañana, emprendemos la ruta del segundo día. El pueblo de Pontón Alto, ahora mismo, está todo en silencio, como si sus habitantes durmieran y no es verdad porque las personas de este rincón de la tierra, madrugan tanto como los gallos que se encargan de despertarlos. Lo que pasa es que en este pueblo y por estos días, no hay muchas personas y las pocas que por el lugar navegan, todavía pastores y con sus trozos de tierra que riegan y siembran, ya se han levando y andan en sus tareas por el campo. Los otros, los jóvenes, la mayoría ya se fueron en busca de trabajo y nueva vida por otros rincones y los que no, estudian con la ilusión en lo mismo puesta.

Pero sí: está el pueblo ahora mismo todo en silencio. Y vamos por la calle que ya recorrimos ayer que se llama calle del Pueblo y va a salir a la plaza pequeña que se recoge junto al río donde reparten cuerva cuando llega al final la romería de la Virgen. Salimos a la plazoleta y enseguida, nos da el sol de frente. Hoy hace un día muy hermoso y sigue todo en su tranquilidad. Como si en masa ellos se hubieran ido y sólo el río siguiera con su correr eterno y su rumor de cascada perfumada. Me acerco a la fuente que corre a la izquierda según vamos ahora y bebo un sorbo como si fuera el símbolo del comienzo de algo grande que está aquí mismo pero duerme sobre la tierra.

- Es una cosa muy normal en los pueblos, una fuente para que lo que vengan de fuera puedan beber pero los chiquillos rompían todos los grifos que ponían y como no daban abasto a poner grifos, tuvieron que cortar el agua. Porque claro, un año de estos con tanta escasez, cayendo el agua continuamente, son muchos litros diarios aunque aquí siempre nos ha sobrado.
Me aclara mi amigo.
Y como ya vamos subiendo por la cuestecilla que se alza nada más cruzar el puente, miro y sobre la hierbecilla, se ve la escarcha que trabada tiembla.
- Es que ha caído helada esta noche. Seguro que por las tierras llanas de Cañada Hermosa, el paisaje estará blanco de la escarcha bella.

Ya vamos subiendo por la Molata del Batán. La intención es entrarle a Pontón Bajo desde la Tiná del Castellón.
- Y ya vamos con ruta hacia la Tiná de la Abuela, Cañá Arroyo y más adelante Poyo Sequillo y nos asomaremos a Los Picones desde donde se ve perfectamente el pueblo de abajo. Es donde ayer te decía que nos subíamos los chiquillos a ver las vacas cuando las toreaban porque cobraban una peseta y no la teníamos.

Miramos para atrás y el pueblo, las blancas casas de Pontón Alto, se abren en una preciosa panorámica. Como una fragante rosa que despliega sus pétalos para recibir los primeros rayos que el sol por la mañana le presta.
- ¿Llagaremos a algún punto donde tengamos una vista tan bella como desde donde estamos ahora mismo?
Le pregunto:
- Frente tenemos la Piedra Horadada y no dentro de mucho vamos a estar sobre otro picón más elevado que este punto.

Por la ruta que va por aquel lado de la Piedra de la Horadada, quería yo haberme metido. Por allí que hay un arenero donde antes sacaban la arena que mezclaban con la cal. Aquella arena para el cemento no vale. Es allí donde se ve blanquear. Entonces aquello le llaman el Arenero de Castilla la Vieja y por allí nos hubiéramos asomado por la loma aquella, un poco más volcado, que desde allí, un poco más allá, hay un barranco que es la Cueva de Rozul. Y es por que nos hacía cuenta habernos dejado caer y colar por un sitio que le dicen la Veleta, que hay unas naves y cruzando la carretera hubiéramos entrado a Pontón Bajo por un rincón que le dicen el Barrio Perché. Pero ya está. Desde aquí vamos viendo la gran panorámica que fíjate qué bella.

Vamos remontando por el puntal de la Tiná de la Abuela y como el sol no deja de besar de frente a las casas, todo me pide que me pare y dispare la máquina de fotos. Remontamos por el voladero y al fondo nos va quedando el río. Las huertas por el lado en que vamos subiendo y tenemos el pueblo frente y con el sol de la mañana. ¡Qué bonito se ve! El remonte discurre en todo momento frente a la Piedra Horadada que no deja de observarnos como si quisiera decirnos algo.

Y mientras tanto voy viendo que el trabajo que las aguas del río realizó por aquí, cortando el fuerte espigón rocoso, se ve con toda claridad y asombra desde esta perspectiva. Nos paramos un momento para tomar un respiro y le pido que me diga los nombres.
- Pues a la izquierda, según miramos hacia la Piedra Horadada, nos encontramos el huerto de Domingo, la nave de Ramón, que es aquella que se ve larga a este lado del carril, más acá la mía, la de Antonio el Centenares, a continuación viene el grupo escolar, a la izquierda y bien enfrente, la casa de Ramona Guerrero, pasamos para delante y tenemos la de Escolástico, la de Manuel Guerrero, a continuación ya nos encontramos con el depósito de agua, nos venimos como para Fuente Segura y tenemos la Casa de la Pitusa, lo que se ve enfrente la Monja y el Fraile, a continuación el cerrillo, la nave larga que se ve con las puertas rojas son de Emilio de la Cruz, lo que tenemos más arriba y enfrente, todas aquellas riscas, son los Toriles, a continuación y si subimos, hay una era que le dicen la Era del Esenciao, lo que nos mira más de frente es la parte de Peñamujo, que así se llama, pues a toda aquella confrontación le dicen los Pajarracos, luego tenemos el Cerro de los Pollicos, la Tina de Prao Mula.

Y ya pues, aquí tenemos las huertas de la Cueva de la Puerta, el Centro Social o como queramos decir, por donde se desvía la calle antes de entrar al pueblo para salir al Corralón, que es por donde hemos entrado con el coche.
- ¿Y las casas estas que pegan a las rocas?
- A esto le decíamos nosotros el Camino de la Ventilla pero también tiene el nombre de la Juliana, la casa de Matías el Herrero, y la que hay más adelante que era de una, que por eso me quería yo ir por allí, porque donde se ve el arbolito aquel en el huertecillo, cuando llovía mucho, nacía una fuente. Yo me acuerdo de irme con mi madre a lavar allí y darme ella agua así con la mano. Nacía debajo de las rocas aquellas que estamos viendo.

En invierno por ese venero, sale el agua muy caliente. Ahora ya como llueve menos, pues se aminora y al mismo tiempo la han encañado para regar abajo. Y todas esas cosas quería habértelas enseñado.
- ¿Y aquellas casillas que tienen como tres niveles?
- ¡Exactamente! Pues allí había una chiquera ¿sabes lo que es?
- Para los cochinos.
- Así es. Y cuando no estaba ocupada por los cochinos, una familia que le decían La Flora que tenía seis o siete hijos, se venía y vivía allí. Lo que pasa es que aquello ya lo tirando y las cosas cambiaron. Al dueño de aquella chiquera le decían el Tío Melguizo, de mal nombre. Que precisamente las casas que hay más abajo, que ya no son de él porque las vendió y los hijos se fueron por ahí, eran suyas. Ahora las ha comprado unos de Valencia, que son hijos también del pueblo.

- ¿Y aquí en el río, donde se ven los álamos estos?
- Eso no es puentecillo, es el canal por donde cuela el agua para moler en el molino de Lidio, al fondo de donde estamos. Toma el agua de donde se ve el chorreadero aquel, lo que se ve allí le decíamos la casa del tío Juanico, que es donde está la presa para entrar el agua por la canal esa que va por debajo de la carretera, por debajo del poste aquel a moler al molino. Y aquí abajo, coge la otra agua, en la otra presa, que es lo que va a moler en lo del tío Narciso. Al padre le decían Leonardo. Es ese que nos encontramos ayer por la tarde que precisamente ha pasado por la carretera hace un rato.

Vamos ya por lo alto de la cuerda y pisamos una preciosa llanura. Esto es la Hoya de la Tiná de la Abuela. Una llanura con mucha tierra y a la izquierda nos va quedando un profundo corte de rocas que es por donde el río ha horadado su surco. Justo estamos frente a la Piedra Horadada. Se nota, con nitidez, el profundo corte que el río ha tajado. Un puntal y otro, en sus tiempos, estuvieron unidos y ahora los separa el cañón que el río cavó. Se ve la carretera surcando el barranco pegado al cauce, las aguas que se deslizan dulces y blancas y el enorme barranco.
- ¿Qué nombre me decías que tiene esto?

- Se llama la Umbría del Corral del Soldado, que queda al margen derecho del río. Metido aquí formando como una cuerva. Lo que escurre es que antiguamente esto eran los sesteros del ganado, igual para vacas que para ovejas o para cabras, que había muchas. Era un abrevadero que había ahí. Entonces las ovejas de verano venían aquí, durante el día y de noche, se iban a pastar a todas esas tierras de Majá la Caña e incluso toda esta zona de las Morra, que le dicen, Poyo de la Iglesia y esto de Cañá Royo. Y por la mañana, a esta hora aproximadamente, cuando ya buscaban el sestero, pues bajaban por ahí, bebían agua y aquí hay unos corrales hechos de piedra y se juntaban, a lo mejor, dos o tres hatos de ganado. Que eso está debajo de la piedra esta. Son unas cuevas que hay ahí. O sea, que esto ha sido siempre un abrevadero del ganado.

- ¿Y el edificio que vemos?
- Es la nueva depuradora.
- ¿Tan pegado a las aguas claras del río?
- Pues no hace mucho que lo estrenaron. La casa que se ve cerca la han hecho también hace poco, que eso es de una familia de aquí que les dicen Los Mudos. Aquellas dos ventanas que asoman y se ven, son del molino que ya lo hemos dejado un poco tapado.
Hay un corte de rocas que caen en picado hacia el río, que se ve correr por el fondo y contra la pared donde estamos, las paratas que formaban para meter el ganado. - Se metía antes, que eso ya no se usa.
Como no dejo de mirar, veo a una mujer que avanza por la orilla del río a lavar o a regar su huerto.
- ¿Y los nombres de lo que estamos viendo?
- ¡Ah, claro! Por eso yo dije: “Nos vamos por allí y paso por paso le voy diciendo cómo se llama cada cosa”.

Toda esa zona que se ve por ahí, tiene sus nombres. Empezamos por la subida de la tiná de Isidro que es como si fuéramos a Majalacaña. A toda esa zona le llaman la tiná de los Robles. Aquella nave que asoma por allí, nosotros le decimos la tiná del Campillo. El dueño es Fraile Romero, como se llama. La loma que se ve larga que sube un carril y entra al pueblo, le dicen la Loma de Prao Rincón porque al otro lado hay un llano grande que le dicen Prao Rincón.

Seguimos todo eso para allí y a todo se le sigue llamando Los Robles hasta que llega a la carretera que existe una era, por donde asoma el chopo aquel, que le dicen Prao las Tiesas.
- ¿Y la tiná que se ve arriba?
- Es la tiná de Prao Mulas. Y el monte que se ve, que es una cosa redonda, como una muela y por eso se llama precisamente La Muela del Artuñio. Detrás de la horquilla aquella, a la izquierda, está el pueblo del Artuñío. Y ya por ahí para abajo vuelca a todos los barrancos esos de Los Periquillos, Majá las Vacas, Los Coloraillos, La Venta Cabeo, luego aquello que asoma por allí frente a las Casa de Carrasco que es el Collado de la Romana, justo por donde la carretera vuelca hacia el Artuñío, más aquel lado hay otro que le dicen el Collado de la Loca, por detrás de las Casas hay un cerro que le dicen las Zorreras, luego nos metemos en una cañada grande que hay y le dicen Cañá de las Casas, ese que hay ahí se llama Cerro Cortao y luego a este lado, un llano que es por donde asoma la siembra, le dicen la Cañá del Cerro.

Luego nos metemos aquí y todo eso es Castilla la Vieja pero ya, a partir de la tiná para arriba, toda esas zona, aquella que se le ve, es la Tiná de Castilla la Vieja. Pues a partir de ahí para arriba hay una zona que le dicen Los Calzones, más arriba hay unos corrales igual que ese que estamos diciendo ahí, que le decimos Los Corrales del Bizco y en lo alto, allí donde se ven las matas aquellas, que son como unos espinos, aquello tiene un rincón que le dicen El Corral de la Roja. El que hay enfrente, el que más levanta, es el Corral de Periquillo, al otro lado de aquello hay unos hoyos que le dicen Los Hoyos de los Tintureros y si nos venimos más hacia la derecha tenemos una cañada que le dicen los Hoyos del Mellado, que era los dueños de la casa que hay junto al bar ese, eso era la Ventilla El Mellao.

Una venta donde vendía vino y de esto hace ya mucho tiempo. Cuando yo tuve un poco de razón, ya no existía. Y siguiendo, lo que hemos dicho antes: el arenero y todo este puntal que tenemos enfrente y que arranca desde la Piedra con sus Ojos, se llama Loma de la Piedra Horadada y toda la solana esa, es la Solana del Molino. ¿Por qué razón? Pues porque ahí tenemos un molino y algo más abajo tenemos otro y este que asoma por aquí es un tercero.
- Luego cuando volvamos, tenemos que llegar.
- Pues llegamos, si se encarta.

A la entrada del pueblo por la carretera que sube de Pontón Bajo, se ve una niña jugando con una bicicleta. Y un tractor que sale con su remolque, de la tiná de la parte de arriba baja un hombre y es como si a estas horas de la mañana, empezara a verse personas trajinando. Seguimos la ruta y ya hemos pasado las tierras de la Tiná de la Abuela.
- A partir de aquí se llama Cañá de Cañá Royo. Que como ves, queda en medio, entre el surco del río, Umbría del Corral del Soldao y Cañá Manzano pero en lo alto. Voy mirando despacio quedándome en cada trozo y descubro que es una cañada preciosa de tierra que se labra y cuando no, para hierba que aprovecha el ganado.

Una roca aquí en forma de pico de águila. En el mismo voladero y un poco pasado el agujero de la Piedra Horadada ¡Qué bonito! Y nos preparamos para sacar la foto. La piedra, como otras tantas por las cumbres de esta gran sierra, se ha quedado por completo en el aire con una figura curvada hacia abajo y asomada al profundo vacío. ¡Una maravilla!

Arrancamos y al pisar la tierra veo un cardo que se abre hermoso. Le pregunto y me dice:
- Hay unos cardos que nosotros los llamamos yesqueros. Recuerdo yo que los viejos los recogían cuando ya estaban maduros y los secaban. Con dos cosas planas, los machacaban y aquello salía como una esponjilla, como una estopa pero muy fino y con los deslabones que había que se lo metían en los tres dedos, por la parte gruesa y ponían la estopa encima de la pedernala, de la piedra aquella, le daban un golpe y al chispar, se prendía la yesca y con esto encendían los cigarros.

Desde la preciosa cañada remontamos un poco para ir a asomarnos a las casas de Pontón Bajo. Por aquí la vista es menos porque la tierra se va recogiendo hacia la junta con Cañá Manzano. Nos asomamos al río y vemos el molino de Leonardo.
- Aquello de enfrente es la Solana del Molino. Allí había antes unas tinadas donde encerraban ganado. A eso le decimos la Cueva de la Solana del Molino.

Una carrasca en primer plano que cuelga hacia el surco del río. Está más que repelada del ganado. La vegetación de estas tierras es tomillo, retama ¿y qué más?
- Por aquí hay dos o tres clases de espinos. A unos les decimos espinos “ovilleros”, que echan una semilla así pequeña y hay otros que le decimos los majoleteros que dan majoletas. Este que tenemos aquí mismo es majoletero y aquel que hay allí y ahora aquel otro, ya es ovillero. Ahora porque no es tiempo pero luego en mayo, esta planta da todo un mar de flores amarillas. Y dicen que el año que echa muchas flores y muchas ovillas, y que es año de nieves. Dicen: “Que están los ovilleros cargados de ovillas. Va a ser un año de muchas nieves”. Son cosas antiguas pero que tienen su ciencia.

Otras veces, lo mismo que con el sol. Allá aquella tiná que se ve, que es la tiná de Castilla la Vieja, cuando no existían los relojes de bolsillo, hay una era a este lado, grandísima. Por este lado de la tiná que hay una cañá grande que está de labor y sembrada. Pues los muleros allí tenían una señal que cuando empezaba a caer la sombra de la tiná por la parte de este lado, soltaban los mulos, venían a darle la merienda al pueblo y cuando llegaban ahí, la una en punto. Quiero decir que simplemente mirando la sombra sabían la hora que era y no se equivocaban. Que era de la forma que vivían entonces las personas.

Lo mismo que lo que hemos dicho de los cardos yesqueros. Esa materia del cardo yesquero y la pedernala y el eslabón, hasta incluso lo utilizaban los pastores para encender lumbre. Cogían la yesca, le daban al eslabón contra la pedernala, saltaba la chispa y al hacer contacto con la yesca, se prendía y para encender lumbre ¿qué hacían? Pues que en vez de ser una insignificancia de yesca sólo para encender el cigarro o la cachimba, que entonces existía por la escasez del papel, la yesca era más, deshacían un ramal de esparto, echaban la yesca en medio del estropajo y empezaban a darle vueltas con el brazo hasta que se prendía y de esta forma se encendían las lumbres. No existían ni los mecheros y si había cerillas, no se tenía ni para comprarlas. Así es que todas estas cosas eran útiles.

Por la carretera que desciende con nosotros pero pegado al río y por lo hondo, bajan dos muchachos montados en sus bicicletas. La carretera se ve alargada y con suavidad, trazando una preciosa curva, adaptándose a la Solana del Molino. Por lo hondo, el río, algo más arriba, la carretera, que se ve de construcción nueva, más para arriba la solana, una pendiente suave y coronando, los cortes rocosos y ya en todo lo alto, la parte llana, que es lo que corresponde a la Loma de la Piedra Horadada. Una visión deliciosa en esta mañana de sol limpio y de viento templado. Casi en el centro de la pequeña llanura que vamos recorriendo, una gran piedra suelta, como si acaso hecho, alguien la hubiera puesto en un punto que llama mucho la atención por lo solitaria en este llanete.

“Pisando las tierras llanas de la cañada ancha que se derrama en el cerro, avanza el blanco rebaño de ovejas y delante de ellas y como guiándolas, camina el pastor joven y, la tarde, con su cielo azul bordado de nubes rosa y oro, va cayendo por las crestas que coronan el nacimiento mientras el río blanco pasa hermoso dando a los pueblos su beso y llenando de música el surco que se abre al lado derecho del cerro y va como desde el corazón que late al corazón de lo profundo que ahora no se ve pero está como asomando a la gran cumbre que se hace valle.

Y va el pastor tan callado hablando con el viento fino y los rayos de sol que arden, cuando de pronto no se le ve y sí se le siente y se le palpa y como en un remolino invisible, arde en forma de viento transparente y al instante, el rebaño que avanza buscando la majada del pueblo, se para y como bolas de nieve que están pero no se mueven y sí se deshacen, se quedan fijas sobre la tierra llana de la cañada ancha que hermosa se abre y como si esperaran que el momento se abriera y desde él surgiera el otro grandioso Valle, mudas e inertes miran de frente a la luz rosa y oro que derrama la tarde, como si por ahí se hubiera fundido o se hubiera perdido o transformado su amo y amigo el pastor joven y en forma de rosas encendidas, les estuviera llamando hacia la región que sobre esta tierra no cabe.

Y durante un rato más, sigue detenida la tarde y como enredada entre las rocas de los picachos y la figura o el alma del pastor joven, como suspendida en el vacío inmenso que revolotea sobre la hierba que brota de la tierra de la cañada y el valle y como no se le ve, aunque sí se le siente en la luz rosa y oro que prende a las nubes y sin arder, arden, se intuye como si fuera un paisaje inmenso todo de flores pequeñas y grandes y en el centro, su corazón como transformado en diamante y dominando la tierra y abrazando y amando y llamando a sus ovejas que quieren irse con él pero el camino que lleva a esas regiones ¿desde dónde arranca y por dónde pasa y por qué puerta, paso se abre?

Y el pastor que las está viendo desde la fina luz rosa y oro que prende a las nubes del cielo y convierte en aurora la tarde, como que habla diciendo:
- No preocuparos ovejas mías que ahora dentro de un rato seguimos y os guío hasta la nave pero en este momento, a vosotras y a mí y a los valles, con su río de aguas limpias y a los pueblos, es que nos ha dado un beso la eternidad y ¿no veis como con el sol que se va y las nubes rosa y oro y el viento y entre vosotras, en flores blancas, mi alma, de luz arde?@

Siguiendo la cuerda, es tierra llana y las rocas calizas, perfectamente meteorizada. Llenas de agujeros por la lluvia y las nieves y con muchas rajas del hielo. Estas piedras calizas siempre sorprenden por las figuras tan originales que a veces pueden tener. Estas que tenemos en lo alto de la loma, son muy curiosas y por eso resultan originales y bellas. Tenemos frente la tina Cañá Royo que baja la tierra hacia la hondonada y se forma la cañada sobre las cumbres del puntal que vamos recorriendo. Muchas matas de una hierba que se llama Helleborus foetidus y esta planta es venenosa. Ni siquiera las ovejas se la comen.

Vamos subiendo por el puntal que esto también es muy largo y nos vamos encontrando trocitos de piedras agujereadas de la lluvia y de la nieve. Como una parata y no lo es porque enseguida descubrimos que corresponde a un puesto para cazar. Por debajo de Cañá Royo, se nos abra la Cañá de Poyo Sequillo. Más pequeñas pero hermosa y extendida sobre el silencio donde la mañana la acaricia de frente y el sol la cubre como en un beso dulce. ¡Qué paisajes más espléndidos! Ya va declinando la tierra como si se preparara para rendirse sobre las casas de Pontón Bajo. Se va cerrando el puntal y lo que parecía, al principio, que no era casi nada, ahora se descubre claramente que tiene una buena porción de tierra. A toda esta altura también se le conoce por el lugar con el nombre de Las Morras.

Ya se ve mucho más cerca la hondonada de Cañá Manzano y como todavía no tengo claro lo de Hoya Maranza, le pregunto y me dice que:
- A eso le llamamos nosotros el Barranco de Mariaznal. Pero eso nace allí en Hoya Maranza. Donde se ve la nieve es el pico de Mariaznal que debajo están los Tornajos. Debajico de donde se ve la nieve, hay una tornajera grande, un abrevadero que tiene unas veintitantas pilas. Y eso es lo que te decía ayer por la tarde que es Poyo Rubio. Todo ese poyo que se ve ahí y al final, donde da la sombra todavía y reluce más de verde por la hierba, hay una cueva que le dicen la Cueva del Puntal. Y ya todo eso es el Puntal.

La vegetación de pinos que vemos son de repoblación artificial y al fondo, ¿vez como destaca el Almorchón? Es que yo sé que por ahí, más o menos, entra un camino que va a Hoya Espinosilla, unas naves que hay por detrás de las lomas esas. Y “ende ahí no está lejos”. De Hoya Espinosilla, es que no he pasado yo.
- Y lo que pisamos ¿propiedad de quién es?
- Del río para acá, del Estado.

La zamarrilla nos sale al paso y al verla me dice:
- Es que de esta planta, hay varias clases. Una es blanca y hay otra que es mejor que esta que es la negra que se da mucho por los Campos de Pinar Negro y esas zonas. Y este que vemos ahora es el escaramujero ¿Sabes lo que son los escaramujos? Pues este que tenemos delante lo es.
- Entonces hay tres clases ¿No?
- Es verdad que por aquí hay tres clases de espinos. Escaramujero, ovillero y majoletero.
Y conforme vamos pisando la tierra, aunque no es tiempo, una seta. Y entonces me dice:
- Es que esta tierra es de lo mejor que hay en el mundo para las setas.

Y ahora recuerdo que en más de una ocasión, mis grandes amigos de estos rincones, casi todos pastores, me las han llevado exquisitamente preparadas en cajas de cartón para que no se estropeen y de las mejores. Algunas son casi como sombreros de grandes y también los níscalos. Y ahora también caigo en la cuenta que esta tierra es la de ellos y por eso la que tiene, además de grandes y exquisitas setas de cardo, níscalos y ovejas, las mejores del mundo, tanta agua limpia, tanto cielo azul, tanta soledad y tantas personas buenas que no cambiaré nunca por lo más grande o mejor en cualquier otro rincón de planeta.

- En los años que llueve temprano y hace buena temperatura, no se quita una seta cuando ya hay otra. Y hablando de plantas, aquí tienes el cambrón. Una pequeña planta almohadillada con muchos pinchos y te digo que también hay dos clases de cambrones: uno negro y otro blanco. Por aquí no toparemos con ninguno blanco. En Castilla la Vieja es donde más hay de los blancos. Donde se cría el cambrón blanco es lugar de tierra más floja. De menos riqueza.

Estamos dando vista ya a las casas de Pontón Bajo. Se ve la hondonada donde se recogen las primeras y el valle que se abre un poco y al final, se vuelve a cerrar que es por donde el río se precipita hacia el profundo barranco que queda escoltado por la molen de Castilla la Vieja, a la izquierda, y la otra molen de Los Palancares, a la derecha. Más en lo hondo, como a unos cinco kilómetros, nace el cuerpo de agua del Molino de Loreto y por ahí ya se le junta, por la izquierda, los arroyos de Rozul, Cabañas y Masegoso. Se me ocurre que el nombre de Rozul quizá pueda ser la unión de las dos palabras: “Royo y Azul”. Arroyo Azul. Tendré que averiguarlo hasta donde pueda.

- A partir del punto en que el río se hunde, hay un sitio que le llaman el Majal de la Carrasca, luego allí el Majal del Mellado, a continuación El Cucón, que eso es un hoyo grande con una gran roca que tiene como una pila donde cogen tres o cuatro cántaros de agua.
- ¿Y se llena cuando llueve?
- ¡Claro que sí! Y en aquellos tiempos en que no había ni botellas, pues lo tapaban los pastores, para que no bebieran los bichos ni cayese ningún excremento ni nada y luego llegaban, destapaban el Cucón ese y bebían agua. Le volvían a poner la losa encima y así de esto modo aguantaban con agua durante mucho tiempo. Por ese sitio hay otros cucones parecidos aunque más chicos.

No asomamos al barranco del río y se ve el lugar donde estuvo el molino.
- Si contamos desde arriba, éste ¿qué número representa?
- Sería el número cinco antes de llegar a Pontón Bajo. Que como ves, está derrumbado. Y ya a todo esto le llaman la Huerta del Molino. Todo lo que se recoge de la carretera y del cas para abajo.
En todo lo alto de la Loma del Molino, una gran roca y sobre ella, una carrasca.
- Yo creo en antiguamente todas estas tierras estuvieron repobladas de monte. Sé que hace muchos años por estos lugares hubo robles. Bueno, y aún te vas por Castilla la Vieja y se ven algunos. Varios de ellos son bastantes gordos.

No le quiero decir que tiene mucha razón, porque si nos metemos por los recovecos de la historia, cuando lo de la Provincia Marítima, algunos siglos atrás, de estas tierras cortaron y sacaron mucha madera. Así que es verdad que en estas tierras hubo un espeso bosque con grandes árboles de todo tipo que cortaron en aquellos y otros tiempos más recientes y ya se quedó la tierra desnuda. Sólo con los rodales de pinos que luego pusieron y la soledad ante la profunda herida y la lucha de las personas aguantando y aguantando. No se lo quiero decir porque creo que es demasiado largo y la historia, en ocasiones, es mejor dejarla quieta y encontrarse con el presente que también será historia pasado un tiempo. ¡Cuánto no sangra ahora por aquí con el mismo dolor de aquellos tiempos! Así que ¿para qué ir a la historia en este recorrido y paseo nuestro, que es otra cosa aunque vivo y sobre el latido de corazones de carne y hueso?

- ¿Seguimos con los nombres?
- Pues el Poyo de los Carneros está a continuación del Cucón, que eso es un chaparral grande que hay ahí. Por algunos sitio ni se puede pasar y chaparros gordos. Ese será por la razón de que está un poco más difícil de entrar a cortarlos.

Nos asomamos al puntalillo desde donde se ve Pontón Bajo. Aquí en lo alto, un palo de sabina clavado. Ahora descubro que este núcleo de casas, es más pequeño, a simple vista, que Pontón Alto. ¡Bonito este rinconcito! Va muriendo suavemente la elevación de la cuerda que traemos. Menos rocas, más tierra y más suave la inclinación. Sube por la carretera una persona mayor que va dándose su paseo. Bajamos del morro y nos situamos sobre el segundo puntal. Estamos por encima justo del pueblo. Se aprecia que sí, es más pequeño o al menos está más recogido. Las casas alargadas a los lados de la carretera y del curso del río y un rincón que se mete hacia las rocas y el lado derecho que es por donde le entra Cañá Manzano.

En el centro y algo al frente, se alza un cerro que se llama la Veleta. Por las rocas de su ladera se clavan las casas aprovechando cualquier resquicio y espacio abierto para surgir. Al otro lado de la Veleta, unas naves para el ganado. Entre la carretera que va al Nacimiento del Río Segura y la que va a Santiago de la Espada, un trozo de carretera que se llama la Veleta, un grupo de casas nuevas que son de las protegidas.
- La fábrica de lana, la puerta la tiene allí por la verja aquella verde. Aquello está a modo de terraza pero por debajo se ve claramente como fue. Ahora cuando subamos lo vamos a ver. No podremos entrar porque eso está cerrado. Es privado y no hay nadie ahora. Pero si tuvieran el dueño principal íbamos a verlo porque seguramente deben tener telares y cosas ahí todavía.

Hemos remontado otro puntal, ya cerca de las casas, por el lado del cementerio y todo el poblado nos queda por completo debajo. El grupo de casas nuevas, el cementerio y el final de Cañá Manzano. Todavía no ha llegado la primavera pero está verde todo. Una valla metálica nos corta el paso y ya no podemos seguir bajando rectos que es lo que teníamos pensado.
- ¿Por qué está vallado?
- Es que existe ahí una nave de ganado. Lo malló el dueño, no se lo impidieron y mallado está. Por ahí tiene una puerta que si está abierta, entramos y salimos justo al grupo escolar.

Antes de caer a la hondonada por donde se derrama el pueblo, echamos una última mirada a la ladera de enfrente que es el final de la Solana del Molino.
- Pues por ahí es por donde yo quería venir y luego dejarnos caer por donde se ven las piedras aquellas “rojeal” que hay allí una cueva. Más arriba hay una secreta que como sabes es una cueva. Tiene agua y unas columnas que van de arriba abajo que son preciosas. Lo que pasa es que yo estuve allí cuando tenía doce o catorce años y ahora no sé si daré con ella porque está muy tapada. Pero me acuerdo perfectamente.

Seguimos bajando y otra de las hierbas que vamos encontrando por aquí ahora se llama manrubio. Es una planta medicinal que en otros tiempos se tomaba para los resfriados. Es de sabor amargo pero siempre dio su resultado en las personas de estas sierras.
- Lo de las ovejas de por aquí ¿cada uno se cuida la suya?
- Esto pasa como la agricultura que si la mano de obra no es propia, se diga lo que se quiera, no se saca dinero.
Vamos cayendo y todavía por la ladera descubrimos hasta rastros de conejos. El Barrio Perché es lo primero que vamos a pisar. Hemos abierto la puerta de la cerca que no tiene candado, pasamos por delante de la tinada y cogemos por una de las calles del pueblo.

Según ya vamos andando, a la izquierda nos quedan los grupos escolares. Una valla de hierro, unos escalones pequeños de cemento, un patio, un edifico algo alargado con grandes ventanales con rejas y el patio de recreo para los niños. El grupo escolar está cerrado y es bonito con su fuentecilla que tiene un caño de agua, una pequeña terraza y la escuela que se encuentra cerrada. Tiene como un porche, una cancela de hierro pintada de rojo y una puerta de madera gris. Y luego ya aquí, un pequeño balcánico que da al primer patio de la fuente.

Las casas nuevas se ven abajo, sobre las tierras llanas de la vega. Por la parte de atrás, vamos rodeando este edifico y ya salimos por el collaito que hay entre el Cerro de la Veleta y el puntal por donde hemos entrado, que son Los Picones. A través de este collado, la parte del pueblo que se asienta junto a las aguas del Segura, se comunica con el otro trozo del pueblo que se extiende por las primeras tierras de Cañá Manzano. Nos asomamos al rincón y la vista es preciosa. Y ya estamos viendo lo que sería el grueso del pueblo. Con la iglesia que surge casi en el centro. Un puente que se eleva sobre el arroyo que baja por Cañá Manzano, por donde no correr agua ninguna y un grupo de casas de tejas rojas.

Una muralla se ve como sujetando las rocas del Cerro de la Veleta.
- Aquello lo hicieron porque se desviaron las riscas y tuvieron a punto de caer sobre las casas. Es que se despegaron y como están “movidas” con el tiempo y las lluvias pues podían seguir rodando y un peñón de esos tan grande, si se deja caer destroza la vivienda que coja.
Las observo concentrado y descubro que tiene gran razón en lo que dice. Los grandes peñones como que se amontonan desde lo alto del cerro y la ladera y esperan un momento propicio para desprenderse y caer sin contemplaciones.

Es bonito el pueblo y más entrándole por este lado pero se ve como más pequeño que el otro núcleo de arriba. Esto es lo que a simple vista parece. Como más reconcentrado. El lugar donde se asienta es mucho más llano y como repartido entre dos pequeñas vegas. La del río Segura que a su paso por el rincón se allana un poco y la de Cañá Manzano que también se recoge como si al entregarse al cauce mayor no quisiera se violenta. Vamos andando por las primeras calles, rincón este por donde se enlaza con la carretera asfaltada que sube al nacimiento y al mirar al frente, por la ladera que desde Cañá Manzano rebosa hacia las cumbres de Mariaznal, se ve humo.
- Alguien que estará quemando broza.
Comento y él contesta:
- A eso le dicen el Chorreón y es porque sale allí una cascada. Es el arroyo del Erial.

Como cuando hace unas horas salíamos de Pontón Alto, por las calles de este segundo pueblo, no se ve a nadie.
- Las personas están todas por la sierra y los que no, fuera de estas tierras.
Me comenta y no le digo que me duele esta soledad aunque sea bella, porque nace de una ausencia que también es dolorosa. Miro al rótulo de la calle y leo: “Barrio Perchel”. Es la calle que hemos recorrido que sube al grupo escolar. Giramos para abajo y nos metemos para el grueso del pueblo. Un rinconcito recogido con su fuente y la soledad muda e hiriente. El agua surge clara y su murmullo es lo único que enturbia la luz y sombra de la deliciosa mañana. Sobre unos muros de cemento, sentados varios hombres mayores. Me acerco y al preguntarles responden:
- Yo me llamo José Endrino Cruz y me he criado en Pontón Alto en la misma calle que tu amigo. Mi compañero se llama Cesáreo Ruiz Fuentes.
Le sigo preguntando y me contesta diciendo que el lugar, todo se llama El Chorreón. Por donde arde la lumbre que desprende el chorro de humo, me dicen que están quemando la broza de las zarzas y el monte bajo que les ha nacido en el “piazo” y lo están limpiando para sembrar.

Más cerca de nosotros y también por la derecha, se amontonan un puñado de casas nuevas. A este lugar se le llama La Rambla. La calle que baja de La Rambla para abajo, la prolongación del arroyo de Hoya Maranza, se llama Avda. de la Democracia. Quiero hacer algún comentario pero me contengo porque el amor que siento por la tierra y ellos, me sujeta.
- Veintinueve casas modernas que pronto se las darán a sus nuevos dueños.
- ¿Y son buenas?
- Por dentro claro que son buenas viviendas y las hay de tres tipos.

La calle va a salir al mismo centro de la plaza mayor donde hay una fuente con un cristalino caño. Desde allí arranca hasta el punto en que nos hemos parado que es donde muere. A lo lejos y por encima del cerro de la Veleta, se ve una larga ladera cubierta de pinos verdes.
- Aquello último que se divisa, donde está aquel “pegullón” de pinos en lo alto, se llama El Jabalí y esto más cerca de los pinos estos, se llama El Torcal y donde está el repetidor de la televisión que vemos aquí, le decimos La Umbría.
- ¿Y las ovejas de aquellos tiempos?
- Nosotros ya estamos jubilados. Las ovejas, son como todas las cosas, dan mucho trabajo y cuando ya no puedes, sino tienes quien te ayude, no se puede seguir porque esto es como la agricultura.

Miro con más atención. El rinconcito está adornado con narcisos, retamas y violetas. Es un recodo muy bonito donde empieza la calle que hemos visto antes. Los despedimos y seguimos la rambla para abajo. Frente se ve la iglesia. Pequeña con un frontal de piedra y arriba una especie de tres columnas, dos arcos y un redondel en el centro.

Por detrás de la iglesia hay una plazoleta pequeña y un edificio algo grande. Es donde estuvo el Ayuntamiento cuando este pueblo fue municipio. Ahora se le considera una aldea de Santiago de la Espada. Una plazoleta pequeña y otra fuente. Bueno, más que plazoleta, es la gran plaza de pueblo que es bastante reducida.

Se estrecha la calle y sale frente a la droguería y otra tienda de electrodomésticos. Otra plaza pequeña y la Calle de la Nieve. ¡Qué curioso y al mismo tiempo qué bonito! Donde más nieva hay, en todo el territorio de la Provincia de Jaén, las calles tienen el nombre del meteoro blanco y frío. Quizá como homenaje a la mucha nieve helada que estas personas han pisado a lo largo de su vida o quizá como una muestra de cariño a lo que tanto les da compañía a lo largo del invierno. También le Calle Príncipe de España. Universal desde lo más limpio y todo, aunque sea en este rincón tan escondido. La plazoleta es bonita junto con sus cuatro o cinco calles. Ya desde aquí sale a la otra plaza.
- ¿Tres plazas tiene este pueblo?
- Esto sale a la carretera, por donde se encuentra la panadería.

Un bar que se llama de Juanito. Nos vamos a parar a tomar un café y el mirar vemos a un amigo de mi amigo.
- Vamos para allá y le preguntamos.
Cruzamos el puente y al mirar al río, se me alegra el alma del agua tan limpia. Pisamos la carretera, giramos unos metros hacia arriba y al acercanos a la persona que mi amigo busca le preguntamos por el nombre. Nos lo dice y a continuación:
- No es que haya sido guarda es que lo soy aunque debería de estar jubilado. Yo llevo el Pinar del Risco, Mariaznal y el tramo del río por la pesca.
- ¿Y a las personas les gusta que ya no haya Ayuntamiento en este pueblo?
- ¡Que le va a gustar! No ve usted que si hay cinco duros se los llevan a Santiago.

El problema es que esto no tiene muchos habitantes y lo han “despropiado” y no queda nadie. Si antes había cuatro o cinco mil habitantes y ahora hay quinientos o seiscientos, pues se está quedando vacío el pueblo.
- ¿Pero sí habrá un pedáneo?
- ¿Y qué?
- No lo sé.
- Es que la solución debería ser otra. Si hay que hacer una cosa oficial, ni está autorizado para firmar, ni tiene sello ni nada. Lo que pasa es lo que le digo, que aquí cada vez quedamos menos.

- ¿Y el turismo?
- Pues que cuanto más personas se metan por el monte y descontrolado, más problemas crean. Si un parque como este su pudiera aislar para que no hubiera nadie, pues sería una maravilla. Pero es que ponemos cadenas y nos las rompen y es un problema. La caza mayor también trae muchos furtivos de noche y estamos ahí liados que no paramos.
- ¿Es más difícil el trabajo en estos tiempos que en otros?
- ¡Pues tú verás! Como las leyes son más amplias, pues cada uno temenos derecho a expresar aquello que es bueno para la nación y para uno. ¿No? En cuanto paras a uno pues ya dice que la sierra es para todos. Cuando hay que hacer todo lo contrario: cuidar la sierra. Esto no es plan.

- ¿Y esos árboles que dicen “de tiempos históricos?”
- Son los abedules, una especia que en todo el Parque Natural, sólo se dan en un rincón de estas sierras. Te digo el lugar pero no lo pongas en ningún sitio.
- Pues no se pone.
- A estos árboles no los ha sembrado nadie y se conservan muy bien en este lugar. Los acebos, también hay otra mancha o dos que van a menos y claro, estas son cosas que hay que conservar para que no se terminen. Las personas que van a pie por los caminos, es difícil que hagan daño pero donde llegan los coches, es otro cantar.

- ¿Y la pista de aterrizaje que hay el Almorchón?
- Eso es que lo hicimos para las avionetas cuando tratamos a la procesionaria. Fue el otro año que había una plaga grande y tuvimos que hacerla. Ya no se tratan. Cuando viene un invierno de bajas temperaturas, el frío las matas y eso es lo mejor. Se nos acerca otro vecinos del pueblo y mi amigo lo llama.
- Este hombre sí que nos puede decir cosas de la fábrica de lana.
Le pido que venga y al preguntarle, dice:
- Es que aquí junto al río y en ese edificio que se ve ahí, había una fábrica de hilados con personal y maquinaria. Y había bastantes personas trabajando y sacaban mantas, tejidos que los buscaban desde varios sitios de España para llevárselo. Lo digo porque nosotros tenemos comercio y lo sabemos bien.

También se hacían alforjas con sus madroños de colores para los caballos y mantas. Lo de las mantas es mucho más antiguo todavía. Mi abuelo se dedicaba a tintar las lanas que tejían aquí las personas. Las mujeres las hilaban y eso y luego las tejían ellos, precisamente ahí enfrente. Donde mismo está el mesón tenían unas calderas y teñían las mantas con tintes de productos naturales. Y luego también estaba ahí el batán. Que era donde las mantas y los tejidos largos los pasaban y los batían. Lo movían para quitarle la grasa porque al tejerlo le echaban mucho aceite.

El batán funcionaba a base de agua. Tenía una turbina y daba vueltas el tejido en unos rodillos y aquello venga agua, venga agua hasta que los tejidos quedaban limpios y a ese artilugio se le llamaba batan. Luego ya los secaban en unos tendederos. Que por cierto ponían una barra bastante larga con muchos pinchos arriba y abajo. Colgaban el tejido arriba, lo enganchaban con los pinchos y abajo también y luego con unos tornos lo estiraban. Esto era para que se quedaran como planchado y lo dejaban hasta que se secaban y entonces ya lo enrollaban.

Hacían piezas bastante grandes. Esto fue por la época del cuarenta y cinco, cuarenta y seis y cuarenta y siete. A los años cincuenta yo no llegó esto de la fábrica de lana.
- ¿Y por qué decayó?
- Porque ya en la mayoría de los sitios, en Alcoy mayormente, se fabricaban muchos tejidos. Los dueños de esto se lo llevaron a Villacarrillo, montaron toda la maquinaria y aquellos fue el fracaso. Después de llevarse la fábrica, el hijo que quedó, montó un molino de harina y un horno para amasar pan. Pero con los molinos pasó lo mismo, la harina ya se empezó a comprar fuera y vinieron a menos. El molino está todavía ahí. Tiene la presa hecha y el agua la puede echar.

De la fábrica, yo me recuerdo ahora mismo como si la estuviera viendo. Además, era todo a base de lana y manos de personas. Es que si hubiera visto usted las alforjas que salían de ahí, eran una maravilla. ¡Yo qué sé las que a mí me han encargo para la ruta aquella de la Virgen de la Cabeza! Allí, si llevaras mil, todas se vendían y las pagarían como uno quisiera. Es que la materia prima salía de la oveja. Se esquilaban las ovejas, se hilaba la lana, se teñía, se hacía el tejido y se vendían. O sea, que fíjate que ventajas.

Pero que no daban abasto haciendo piezas. Y la fábrica, pues yo me recuerdo que era muy rudimentaria. Con unos rodillos grandes de madera que también se hacían por aquí. Rodillos de madera con correas de cuero, lana de las ovejas, tinte naturales cogidos por los campos y agua del río. Las correas tenían unas grapas grandes y aquello hacía unos ruidos enormes pero servían. Total, que aquello ya se perdió y fue una lástima.
- ¿Nadie intentó resucitarlo?
- No porque como se la llevaron a Villacarrillo y empezaron por un lado y otro, al final, todo se les vino abajo. Si hubieran seguido aquí a lo mejor las cosas hubieran funcionado, quien sabe, si hasta hoy mismo.

Ahora desde luego, se está potenciando eso pero que cuando ya empezaron en el año cincuenta y sesenta es que no rendía. Además, tenían fama las mantas Pontoneras. Ibas a cualquier sitio y enseguida te decían: “Oyes a ver si me compras una manta Montonera”. Ahora, aquello pesaba como una cosa mala. Tejían también para hacerle capotes a los pastores. Que era un sistema para cubrirse en el invierno cuando iban con las ovejas por el campo, para no mojarse. Pero lo mismo: aquel tejido que era muy grueso, cuando se empapaba de agua, no había quien pudiera con él. Pero entonces no había plástico ni las cosas de ahora.

- ¿Y la otra fábrica?
- La de luz estaba ahí más abajo. Que resulta que estábamos más veces sin luz que con ella. Tenía sus turbinas y el alternador pero como eran cosas muy antiguas, se averiaban y tan pronto subía la luz que bajaba. El problema estaba en que el cas del agua cogía hojas y entonces bajaba la corriente. Cuando lo limpiaban, subía y la luz iba al ritmo de la cantidad de agua que entrara desde esa corriente.

Mira si era la luz aquí tan floja que se utilizaban lámparas de treinta y dos voltios. Esto era para poder alumbrar algo. Si ponías una lámpara a ciento veinticinco, no encendían. Aquí había unas lámparas que tenían los filamentos de arriba abajo, parecidas a las de bajo consumo que hay ahora. Eran bonitas aquellas lámparas. Y ya te digo, como la corriente era muy mala y, además, se empezó a dar a Pontón Alto, a Fuente Segura, a las Casas de Carrasco, La Ballestera y los Goldines, pues dijeron de traer corriente de Salto de los Organos. De la central que hay allí en el río Borosa, que tú la habrás visto.

Desde allí instalaron la línea por un sitio muy malo. Bueno, trajeron la línea y se pasaba un año y otro más y que no llegaba la luz. Hasta que una vez vino Franco ahí a la Torre de Vinagre y dijo: “Vamos a ver los pueblos esos que se incomunican por la nieve@. Y vino aquí y luego quiso ir a Santiago de la Espada y de aquella visita se cuenta que los niños que lo esperaban en la plaza, empezaron a decir: AMirad el tío de los sellos de correos”. Y al regresar, como resulta que teníamos la línea de la luz y no venía corriente, empezamos a gritarle: “Queremos luz, estamos a oscuras, queremos luz”. Esto es una anécdota que en la radio ha salido muchas veces.

Total que ya pasó Franco para arriba con su escolta cuando se encontró con el cura que bajaba desde Pontón Alto montado en su borriquilla, don Lorenzo, y al verlo le dice Franco a la mujer: “¿No decían que no tenían cura?” Y ella le contestó: “No Paco, si lo que decían es que están a oscura, que quieren luz para ver en sus casas”.

Pues a raíz de aquello, no tardaron tres meses en poner la luz. Ya le indemnizaron a esta señora lo de la fábrica y primero fue la Eléctrica Centro España y luego la pasaron a la Sevillana. Total que desde entonces tenemos luz de la Sevillana. Ahora dicen que quieren rehabilitar la fábrica esta pero no sé si será posible.

- ¿Y el puente que vemos ahí mismo?
- Es de toba y lleva muchos años cruzado sobre las aguas de este río. Resulta que por arriba se desgató y se hizo un agujero. Entonces lo arreglaron rápido pero pensando dejarlo tal como estaba porque se trataba de un puente antiguo y aquí más abajo hacer otro. Tuvimos que ir al Ayuntamiento y dijimos que cómo iban a hacer ese desastre. Que alargaran ese pero con la misma piedra de toba que tiene y darle la misma forma. Pues nos dijeron que eso era imposible porque resulta que la toba tenían que cortarla y que no podían hacerlo así. Que tenían que encofrarlo y que tal y que cual. Total que lo hicieron con cemento y fíjate que parche lo del puente viejo de Pontones. Si lo hubieran hecho bien parecería que lo viejo y lo nuevo, fuera el mismo puente.

A mí también me hubiese gustado que en los años estos en que ha estado seco el río, se hubiera construido aquí unas presas bonitas para retener el agua y darle vistosidad a este cauce tan claro a su paso por el pueblo. Pues no ha podido ser y mira que he hablado con éste y con el otro.

Y hablando de otra cosa te voy a decir que mi padre era herrero. La fragua la teníamos allí un poco más abajo, al lado del río. Una fragua como las de entonces: a base de yunque, martillos y nada de soldaduras como ahora. Casi todos los arados que había por estas tierras, los hacía mi padre en esta fragua y de la manera que ahora se dice “artesanal”, cosa que sí era verdad antes y no ahora. Siendo yo pequeño, me acuerdo que le dábamos al fuelle para soplar al fuego y caldear el hierro.

Y ya te digo: a base de martillos, porras de aquellas y yunque, se hacían los arados, las azadas, los clavos y todo lo que fuera de hierro. Desde que amanecía hasta que anochecía estaba trabajando y ya bien de noche, era cuando se dedicaba a hacer las cosas de chapa como los candiles, los carderos y otros utensilios. Y otro oficio más que tenía mi padre era el de herrero. Ponerle herraduras a la caballería. El mismo hacía la herradura, le perforaba los agujeros y con los clavos, que esto sí venía de fábrica, se la colocaba a los animales.

Fue pasando el tiempo y entonces ya se traían las azadas y otras cosas, de Albacete pero él seguía con el oficio hasta que por el tiempo de la guerra, le quitaron las herramientas. Pero resulto que en vez de perjudicarlo, le hicieron un gran beneficio porque como él sabía algo de comercio, pues se fue pasando a la ferretería. Ya por aquel entonces los hijos empezamos a ayudar mucho en todo el negocio.

Corría muy poco por aquí el dinero y como la carretera era estrecha y los coches no entraban allí, nos traían la mercancía con carrillos de mano. Y como no había dinero pues funcionaba mucho el trueque. Nos llevaban los huevos, las gallinas, las pieles, el tabaco, aunque estaba de contrabando, habichuelas, trigo, Todo se lo tomábamos. Tanto me vale esto, tanto lo otro y le dabas las apargates o lo que necesitaran. Luego venían compradores y nos compraban a nosotros las cosas que nos habían traído las personas de esta tierra. Así eran las cosas por aquí en aquellos tiempos.

Aquí mismo nosotros los embalábamos con virutas y muchos de los huevos que salían de aquí iban a Madrid y hasta a Barcelona. Lo mismo los gallos y las gallinas que salían de este pueblo camiones cargados de estos animales. Conforme la vida iba corriendo ya se empezó a vender algunos muebles. Las camas que se usaban antes eran de hierro y metálicas. Azules o blancas, con somier de hierro. Recuerdo que en un año vendimos trescientas o cuatrocientas camas y el pueblo no tenía más de mil quinientos habitantes.

El ajuar de un matrimonio joven que se casara era una cama y si acaso estaba un poquito mejor, una mesita y un armario. Pero lo normal del ajuar era una cama y una mesita. Más adelante se empezó a vender el lavabo y estas pocas cosas, a las personas les costaba mucho trabajo comprarlo porque ya te digo que corría muy poco el dinero porque no lo había. Hoy en día nosotros seguimos vendiendo dormitorios de más de un millón de pesetas.

Conforme fueron cambiando las cosas, vino la televisión y como nosotros no hemos dejado escapar nada, la trajimos. ¿Forma de vender la televisión? Pues como no había señal, también nosotros mismo estudiamos la manera de poner los repetidores. En lo alto de la montaña poníamos los repetidores que eran unos “abelios”, con dos antenas, una que recibía y otra que emitía, la gente contenta y a vender televisores. Todas las instalaciones eléctricas de las aldeas, Los Goldines, Pontón Alto, Casas Carrascos y Fuente Segura, las hicimos mi hermano y yo. De casa en casa y todas las aldeas sin quedar una.

También entonces esquilaban con tijeras y salió la máquina moderna de gasolina y con peine como las de los barberos. Entonces primero nosotros aprendimos a montar y desmontar las máquinas e incluso a esquilar algo para cuando venían a comprarnos una máquina de aquellas decirles a las personas cómo se hacía. La mecánica de las máquinas de coser, también la aprendimos y además de enseñar a las personas las reparábamos nosotros.

A mí me llegan personas con máquinas que he vendido hace treinta años y se las reparo incluso sin cobrarles nada o les digo que tocándole a tal tornillo, siguen funcionando. Esto ya por la experiencia del trabajo diario. Y esta es nuestra lucha por la tierra y la cultura que hemos ido dejando por este rincón nuestro.

Avanza el día, ya el sol está casi en el centro y esto indica que el medio día está tocando su meta. Lo despedimos y seguimos nuestra ruta ahora por la carretera del asfalto que sube pegado al cauce del río. Unas escalaras de cemento que bajan al centro del canal por donde encauzada, corre la corriente del limpio Segura.
- Es que ahí lavaban antes las personas del pueblo. Al levantar el muro, les obligaron a hacer la escalerilla para que las mujeres pudieran seguir bajando, con la losa de madera y lavar en la corriente del agua.
A la izquierda nos queda un pequeño puente muy bonito y todavía con toque de antigüo. Es el que da paso a la desaparecida fabrica de lana de Pontón Bajo.

La hiedra y el verde de las otras plantas, tapizan toda la zona por donde las paredes de la vieja fábrica se caen. Vamos subiendo y ya llegamos al que sería el cuarto molino. Una llanura menor, un mazacote de tierra, como un castillo en miniatura y junto al río, se recoge en su silencio. Todavía tiene su acequia por donde entra el agua.
- Nos desviamos de la carretera y buscamos al dueño para pedirle permiso y verlo por dentro, si él le parece bien.
- Pues tú mandas.

Narciso y Gloria son los dueños del molino de Leonardo. Nos movemos frente a la Piedra Horadada pero en lo hondo. Por este lado de la carretera se ve la cruz de hierro, en pequeño y clavada en una roca.
- La cruz se debe a que en los tiempos pasados, iba por aquí un camino. Dicen que justo aquí mataron a una persona. No hace mucho tiempo que está puesta ahí.
En unos hierros en forma de mirador que han puesto en el lado izquierda de la carretera, nos paramos mirando a la hondonada del río. Abajo está la depuradora.

El dueño del molino y su señora se nos acerca. Lo saludamos y al preguntarle si todavía tiene en molino su maquinaria, nos dice:
- Si quieres verla, vamos y lo abrimos.
Comenzamos a bajar por el camino de tierra que se aparta desde la carretera y al cruzar el canal que viene lleno de agua, nos dice:
- Esta es la clavija de la harina. Si se abre la compuerta, entra el agua y el molino se pone en movimiento.

Un agujero redondo que está por el lado de allá de la roca de la carrasca que crece frente al molino, se llama el Covacho de la Vieja de la Harina. Nos va a enseñar el molino y lo que él recuerde, también nos lo va a contar.
- Pues estuvo funcionando hasta hace cinco o seis años. Ha sido el último molino que molió por aquí.
Tiene su chorrillo de agua en la misma puerta y entramos por la parte de atrás. Es precioso el rinconcito. Un puente con unas vigas y cemento para cruzar el río. Por aquí, el cauce se cierra y por eso, aprovechando la angostura y la pequeña explanada donde se encuentra la construcción, montaron el molino. Es un lugar bonito.

Nos abre la puerta del edificio y entramos. En este molino se molían toda clase de cereales y pimientos secos colorados para hacer el pimentón. Conforme se entra una estancia amplia, a la derecha una puerta y para adentro, otra estancia grande con la cocina a la derecha y muchos muebles de madera vieja.
- Lo que vemos aquí es una saladera para salar el tocino y los jamones y esto la torva donde se echaba el trigo. Lo que tenemos en este lado es la torva para echarlo a las piedras.

Las piedras del molino todavía conservan su redondez y belleza. Son dos y si les empujara el agua, ahora mismo se pondrían en funcionamiento. Tienen un rulo de madera arriba.
- Esto es el tambor para la limpia. La correa se engancha en aquel extremo y aquí se limpia el trigo. Lo que vemos aquí es la cabria que sirve para levantar las piedras y picarlas si hicieran faltan. Una sola persona, con este artilugio, coge y mueve estas piedras y hasta les puede dar la vuelta. La cara que se pica es la parte de abajo que es por donde se muele el trigo. Lo que se ve a este lado es una criba y la parte de abajo es el harinal, donde caía la harina. Aquí tenemos el guardapolvo que como su nombre indica era para tapar las piedras y que no cogieran polvo.

No dejo de observar y veo que la estancia del molino por dentro es chiquita y recogida con la cocina en el mismo rincón y toda la maquinaria de madera excepto las piedras de moler con sus cinchas de hierro y tornillos para enganchar las piezas. La polea es de cuero que es la que mueve las cribas donde se cierne el trigo. Le pregunto si recuerda en qué fecha se puso en movimiento la primera vez y me dice que no lo sabe porque el molino viene de herencia del abuelo. Cuando el abuelo murió él tenía unos seis o siete años. Y el abuelo cuando lo compró ya estaba funcionando. Así que el dueño de ahora cree que el molino pequeño que se recoge junto a las aguas claras de este río, tendrá más de doscientos y más de trescientos años.

Me dice que su padre, como era de los hermanos, se lo compró a partes a los otros y luego él se lo ha comprado a sus hermanos.
- Yo lo he tenido puesto en movimiento hasta hace cinco o seis años. Lo paré porque aquí ya no hay movimiento. La gente, no muchos, siguen sembrando pero ya no quieren moler porque ahora les resulta más cómodo ir a la panadería y comprar el pan directamente.
- ¿Y la chimenea que estoy viendo?
- Es porque de primeras, era aquí donde vivíamos. Luego, por el año treinta y cinco, levantamos la vivienda que tiene arriba, que es como una segunda planta sobre ésta donde está el molino y en esa planta nos pusimos a vivir. Pero que antes vivíamos aquí mismo, donde ahora estás viendo las maquinarias de este viejo molino que se pudre por los años pero que permanece cargado de vida y de recuerdos. Como era poco el espacio y muchos de familia, tuvimos que agrandar las estancias e irnos a vivir a las partes de arriba.

Salimos fuera y mientras mi amigo me va explicando por dónde se remansa el agua para que al caer tenga fuerza y mueva las piezas del molino, nos vamos moviendo por la cuestecilla para salir a la carretera. Agradable es el lugar donde este molino se muere arrinconado por la corriente del río tan cerca, las sombras de las nogueras grandes, los chorros de agua clara que salen y caen por un lado y otro y la mucha vegetación que en las torrenteras de un lado y otro, crece. Es, más que bonito este rincón, de lujo, grandioso por lo recogido entre los grandes desfiladeros rocosos que lo coronan y el cielo azul purísimo que lo arropa.

El dueño me sigue diciendo que tiene varios hijos pero que a ellos ya no les gusta estas cosas. Que cuando vienen de vacaciones sí se lo pasa bien pero que luego, vivir aquí, ya no les gusta tanto. Seguimos subiendo y pisamos la carretera al tiempo que se siente como algo de pena. Un trozo bello de tierra, con su casa, la corriente del río, el rumor del viento rozando los árboles y la presencia cansada de ellos, se muere sin remedio y para siempre. Porque los que ahora vienen y vengan en el futuro, sin poderlo remediar, son y serán otros y con otras muy distintas actitudes frente a esta tierra y lo que ella representa y es espejo. Por esto, el alma en silencio llora y cruje ante el montón de tanta pérdida y la distancia que el tiempo va poniendo por medio. Y, sin embargo ¡cuánta belleza latiendo y fragancia eterna gritando presencia de Dios!

Entramos por las sencillas calles del pueblo y buscamos la casa de mi amigo. Despedimos al dueño del molino mientras nos dice que él ni por veinte millones vende el edificio con las tierrecillas que les rodean.
- Si ya no sirve para nada y por eso, ni funciona.
- Pero ahí estoy yo y soy con toda mi alma y las raíces que tengo en este suelo.

Vamos llegando a la casa y ya estamos oliendo a comida recién hecha. Es la madre que, mientras nosotros hemos estado andando, ha preparado lo más suculento que en su casa tiene y de la mejor manera. Sólo oler los alimentos, qué ricos se adivinan y sazonados con el fino amor que tanto abunda en los corazones de estas personas.


TARDE DEL DÍA SEGUNDO 1-3-97
Subida al Almorchón


Mientras vamos alimentando nuestros cuerpos sentados en la confortable mesa de la casa que da tanto calor y en compañía de los que son tan buenos, meditamos y comentamos la excursión de la tarde y mientras la madre, que no para un segundo porque su deseo de servir y complacer, le arde en las venas y por eso parece que lo único que le alimenta es no sentarse y poner manjares apetitosos delante de nosotros, retirar platos, sacar más alimentos y luego las frutas, el agua, la cervezas y mientras tanto, su continuo rogar:
- Se lo tienen que comer todo.

Y sí que uno se lo quisiera comer todo por lo que de verdad sincera y cariño puro ha depositado ella en los presentes. Y es que claro: la madre, sin que ella sea consciente y, eso es lo que sucede siempre, es el símbolo de todas las madres que en su día vivieron y llenaron los cortijos, las cuevas, las aldeas y los caminos de esta sierra. Reinas todas juntas desde lo hondo de su corazón pero sin saberlo ni proclamarlo sino en la entrega a los suyos y a los que se rozan con los suyos y por eso digo que: ¡cuánta sabiduría y amor en sus limpios corazones olvidados de tantos en esta tierra!

Y terminamos la comida y les doy las gracias sabiendo que es nada con lo que tengo que devolverle y siento y montamos en el coche y nos metemos en carretera y cuando el reloj va dando las cuatro de la tarde, ya rodamos por las curvas que desde Pontón Bajo ascienden hacia Cañá Hermosa porque la idea es subir al Pico Almorchón aunque para mí, como tantas veces me ha pasado en estas sierras, la subida a este pico y esta tarde, es sólo un deseo que se hace sueño de tanto como lo acaricio pero confieso que ni sé por donde entrarle al monte, ni conozco las sendas ni me he informado demasiado, mas hoy, quiero subirlo porque lo necesito en lo más hondo de mi alma vieja.

Sé que mientras no conozca, en todos sus detalles y matices, hasta los más pequeños rincones de estas sierras, sus sendas, arroyos, fuentes y montes elevados como este con sus cañadas de hierba llenas, no podré decir que los quiero limpiamente porque me engaño y engaño y por eso remontar este monte es como una necesidad que se expande en muchas direcciones y después penetra y se clava en el corazón mismo de Dios que es donde, en definitiva, está contenida esta sierra y los humildes que la llenan. Y como de los humildes es de donde quiero aprender para que me den su mano y no me sienta tan solo y sin raíces, tengo necesidad de subir el monte y esta tarde más que nunca porque me grita por las venas.


MAÑANA DEL TERCER DÍA 2-3-97
Arroyo de Pontón Alto.

Ya he llegado y como ahora mismo empieza el sol a levantarse, aunque ellos me esperan, mientras van tomando posesión del día recién nacido, me voy por la parte de atrás de sus casas y, para mí solo, me digo que voy a dar una vuelta por las últimas paredes de las construcciones, todas escondidas por el rincón del arroyo que le entra al pueblo desde la llanura de Majá las Cañas.

Así que me pongo en marcha y lo primero que veo es que frente a su casa, el arroyo viene bajando, todo limpio y aplastado en su silencio. Un rinconcito casi de juguete pero lleno de macetas y, pegado al surco del cauce, una baranda verde. Un lilo que está empezando a brotar y casi todas las casas cerradas y sin presencia humana ninguna. Precioso el rincón pero con tanto en estas sierras, en su profundo silencio que para ellos es soledad y la eterna espera.

Al arroyo se le ve bajando y como trae su chorro de agua, al caer por las rocas, configura su cascada en miniatura. Arriba se alza la tiná de mi amigo. Subo por la senda tallada en la tierra y veo que las casas se cierran con el arroyo que por aquí forma una pequeña garganta. Un puentecito de tablas que sirve para dar paso hacia el espigón rocoso que me mira desde arriba. De ese rincón viene el agua de una fuente. Voy a cruzar este puente de juguete. Tres palos y dos tablas cruzadas. Algo muy artesanal y por eso hermoso. Una cascada que cae, toda abierta y preciosa y esto es ya el final de las últimas casas.

Me acerco al espigón rocoso y veo que de por aquí mana un chorrillo de agua. Voy remontando y con la débil luz de la mañana que nace, qué bello reluce el rincón. Quiero remontar a la parte de arriba de la cascada porque me fascina el dulce misterio que desprende la humedad de esta hondonada. Una sendilla por entre las zarzas, me va guiando y al otro lado, un grupo de casa, cada vez más humildes y fundidas con las rocas que bajan de la parte alta. Y es curioso pero todo solitario. Ni una sola persona. Claro que también es muy de mañana.

Sigo remontando con la cascada que me queda a la derecha. Por entre las rocas y la hiedra, se agarra la vereda buscando coronar a las tierras llanas de la parte alta. ¡Qué bonito esto y más todavía, la vista que el pueblo ofrece desde aquí! Miro y sigo viendo su casa como apretada para no tener tanto frío, contra las que le dan compañía. Ya remontado, por encima de la cascada, veo que el firme es todo pura roca.

Otra cascada algo menor, un charco redondo y azul y algo así como un pequeño pantano, aprovechando la estrechura del cauce y las rocas. Con cuanta fuerza se me clava en el alma. Me asomo por aquí, con el deseo de que la cascada se me cuele de lleno por los ojos y al mirar hacia el barranco, que es por donde ahora se aplastan las casas, siento que por el rincón debe ser delicioso dormir por la compañía que presta el rumor de la corriente y el denso silencio.

Pegando al arroyo, los edificios son más bien tinadas con una alambrada que sube. Y el chorro que por el arroyo desciende, baja tan limpio como el cristal. Las sencillas violetas surgen de entre las grietas de las rocas y se muestran abiertas y frescas. Me gusta el rincón y por eso decido seguir remontando un poco más. Esta hondonada está ya tapizada de mucha hierba fresca. Los majuelos todavía no han brotado pero los pajarillos, sí desgranan sus frágiles trinos a la nueva luz de esta mañana que nace. El sol se derrama sobre las rocas blancas y por eso el amanecer no puede ser más hermoso.

Ya estoy encima del charco que se remansa nítido por debajo del pequeño embalse. Dos, cuatro, seis, siete álamos y por la parte de arriba del rinconcito, es donde veo el muro del pequeño pantano. Voy a seguir avanzando por encima de estas rocas a ver qué descubro. El pueblo ya se me queda como aplastado en la hondonada y por eso me siento como dominándolo.

Por la parte de arriba del muro, hay una pequeña playa de arena y otra cascada que salta. ¿Que cual de ellas es la más hermosa dentro de su pequeñez? Una vez más siento que no es cuestión de volumen sino de presencia de Dios. La cerrada comienza a abrirse y arriba, se ve la tinada y llanura de Majá la Caña. El arroyo ahora es remanso deslizándose por la superficie de las rocas y trae mucha agua a pesar de que llevamos varios años de poca lluvia.

Tropiezo con una alambrada y busco el mismo surco del arroyo para cruzar y seguir. Rocas limpias y el agua cristal que pasa besándolas desde el lado de la tarde hacia la cara de la mañana que viene naciendo de frente. ¡Delicioso este paisaje! Me asomo y veo que el muro del pantano está abierto y en el fondo se acumula una menuda playa de arena y por entre ella y el agujero que se abre en la pared, el agua corre nítida como la misma luz que viene brotando de la mañana.

Sigo remontando y veo que las rocas que forman la cerrada, se van abriendo. Hay tierra color caramelo y sobre ella, el tapiz de la verde hierba con sus gotitas de rocío temblando. Por aquí la corriente discurre como en un suave juego de caricias tiernas con las rocas y las violetas que se miran en la corriente. A un lado y otro, pequeños puñados de césped verde como si estuvieran tendiendo una alfombra a los rayos dorados que comienza a besarla.

Remonto el puntalillo, otra cascada chica, la tinada al frente, a la izquierda según subo, un álamo en primer plano y la llanura que ya se adivina por donde el arroyo nace. Ahora más que arroyo, parece un chorrillo de luz que aplastado atraviesa el silencio profundo de la mañana. Más al fondo se estiran serenos, cuatro o cinco álamos que clavan sus raíces junto al mismo surco del cauce y parecen vigilar la quietud de la mañana. ¡Qué visión más bella, Dios mío!

Quiero acercarme a la corriente del agua que baja tan acunada en la suavidad. Se abre más la llanura y otra tinada aplastada en el fondo. Por el lado derecho se remonta un cerrillo que muestra, sin decir nada, tanto o más misterio que el trozo que piso. Me paro frente a la pura corriente y la miro detenido. Baja dulcemente por entra la lisa superficie de las rocas y mientras salta de un escalón a otro, se retiene en los cristalinos charquitos que las pozas de las rocas, muestran.

Praderas de hierba a un lado y otro, tierra llana y corriente cristal que baja teñida de sol reluciente, una pequeña playa de arena y algo muy curioso: el arroyo se ensancha y como pequeños escalones por donde el agua va remansándose de uno a otro y es porque la misma roca se muestra con esta característica.

La llanura que existe más al fondo, ya se ve y es grande con sus cuatro álamos que tengo aquí más cerca y uno más al final. En lo hondo de toda la llanura se ven dos o tres tinadas. Una abajo llena de álamos y grande y la otra un poco más remontada. Junto a estos cuatro álamos cae el agua por una pequeña rampa en las rocas y por la parte de arriba se remansa en tres o cuatro charquitos que están escalonados. ¡Preciosos!

Por la derecha me sale una pista y se ven unos tornajos para los animales. Se ve otra pista que cruza por allí que es la que va a la Espumaredas. Esta sería Majá la Caña. Me vuelvo por aquí remontando por la derecha porque pienso que mi amigo ya puede estar esperando. Sigo un camino que vuelve otra vez al pueblo. Las casas de este recogido y blanco pueblo se me han quedado metidas en la hondonada. Yo me voy a volver, siguiendo el arroyo para bajo y según va la corriente. Hay una pista que sube un poquito, yo la voy a dejar y me vengo por una senda paralela al arroyo.

Al lado derecho y remontado, veo una tinada y las ovejas por ella. Entre la senda que forma como un poyete y el arroyo, queda un trozo de tierra llana que se ve ha estado muy cultivada. Un par de nogueras pequeñas que crecen en el centro y ya va buscando, pues la cerrada que he dejado atrás.

Nada más tocarla, la senda gira brevemente como buscando el muro del pantano pero remontado por la izquierda. La veo curvándose y adaptándose al terreno y voy a salir justo a lo alto de las casas que he dejado hace un rato pegado al arroyo. Por lo alto del pueblo y el lado izquierdo del arroyo, voy a salir. La senda está muy bien tallada, con paratas incluso a un lado y otro, sujetándola por la parte de abajo y por la parte de arriba. Este es un trozo de aquel antiguo camino por donde han entrado y salido a este pueblo y desde siempre, las personas que aquí han vivido.

Un almendro florecido y ahora ya veo el pantano con en charco que por debajo se remansa. Un álamo junto a lo que es el vaso del pantano y muy grande, con su tronco clavado en la misma arena. Sólo tiene una taza de agua porque está abierto.

Estoy viendo, en aquel lado, la tinada de Gaspar y por aquí, pues voy dominando el puntalillo que me queda el muro que es por donde se cierran las rocas. Corono este lomete y me asomo para la parte de abajo. Por aquí sigue cerrándose el surco hacia la primera gran cascada que presenta el arroyo. Por detrás de las tiná se ve salir una pista que seguro se junta con la otra que va por aquí y suben a las Espumaredas.

La senda traza una curva menor, encajada por entre unas rocas preciosas. Mucha hierba y una pequeña hondonada. Otra curva más buscando las casas del pueblo por lo alto de este agradable lomete. ¡Deliciosamente bello este trozo de tierra!

Y ahora aquí se allana. Vuelve otra vez buscando el arroyo que es donde se despeña la cascada primera y discurre por completo llana sobre las puras rocas. Una alambrada que me sale al paso que es la que protege a las últimas casas del pueblo por este lado. Y ya estoy remontado por encima de la alambrada, oigo la cascada y la veo y las casas, las que se meten por aquí arroyo arriba, porque luego, por aquel lado, remontando el curso del río, también se meten otras pocas. Y justo donde se juntan arroyo y río, en medio de un puñado de tierra que queda ahí y son pura rocas, es donde se ha formado el pueblo.

No puedo bajar por aquí porque una alambra me corta el paso pero seguiré la senda hasta ver dónde llega el pueblo. Va llana por la roca, sujeta por el lado de abajo con una pared de cal y canto. Ya la veo: baja por entre estas rocas, tiene una curva al final y se mete por una de las calles del pueblo. ¡Preciosa! Una casa grande con dos plantas, una pequeña terraza cogida con unos hierros y alambres y dos ventanas que miran a la senda.

No hay nadie. Ni siquiera una sola persona que cuide de estas casa y con la cual me pueda parar un momento para preguntarle algo. ¡Qué silencioso y sólo se ve este sencillo y bello pueblo a estas horas de la mañana! ¿Qué anuncia, Dios mío, esta soledad? O están metidos en sus casas porque es muy temprano, cosa que me extraña o no hay nadie, realidad que también me extraña y me duele dulcemente.

En el rincón da la curva la senda, gira para atrás acercándose al arroyo y ya se mete por la primera casa y va a la calle. Ya esto que piso es calle. La primera casa tiene su ventana a ras de la senda y caen por un par de escalones fraguados de cemento y se ensancha. Da una cuerva y uno, dos tres, cuatro escalones y se divide a derecha y a izquierda. Es muy hermoso este solitario rincón.

A la derecha, como una cueva metida en la roca y dos casas muy bonitas. A la izquierda, baja por una pequeña rampa y un montón de madera pegado a la puerta y al frente me queda como una zanja protegiendo la casa que hay. Me voy por la derecha y dos casas, a un lado y otro, nuevas pero cerradas. No se ve a nadie. ¡Qué soledad más tremenda en el centro de tanta belleza!

Una cueva protegida por un corral y una pequeña puerta, una bicicleta y otro giro a la izquierda con otro rinconcito y la puerta de madera vieja, cerrada. A la derecha veo una cueva y otra algo más abajo y voy girando por la estrechura de las casas y las rocas y salgo justo a donde se encuentra la puerta que crucé antes del pequeño puente. Me vuelvo para atrás porque este trozo ya lo tengo andando.

Una casa de lujo y metida en el rincón totalmente sola. ¡La soledad que sobre estas personas se amontona cada día! Bajo por la rampa y el mismo asombro: las casas cerrada y ni una presencia humana. Una primera y una segunda que tiene como una terraza con rejas y otra puerta cerrada. Una casa preciosa por lo pequeña con su letrero de “se vende” y ya salgo por aquí justo a donde tengo el coche que es casi frente a la casa de mi amigo. Y la primera persona que veo en todo el rato: una señora mayor que me mira extrañada.

Voy a cruzar el arroyo para llegar a la casa de mi amigo y caigo en la cuenta que lo vivido en estos momentos se me amontona en el alma con la fuerza del dolor más agudo. ¡Dios mío cuanta belleza aquí presente, en las casas y rincones de este pequeño pueblo de Pontón Alto y al mismo tiempo, qué soledad más aplastante! Si pudiera, como tantas veces siento, transformaría el rincón para darles a ellos ese gran premio que merecen. ¡Cómo me duele hasta el fino y fresco aire que me roza en la cara y cómo siento mi sangre atravesada por cuchillos y todo es como aquello que vi ayer y lo que también descubrir ante de ayer! Y claro que tengo que decirlo: Tú, Padre Bueno, diluido por entre este silencio de la mañana y dando un beso que es soledad, quema y transmite muerte a la vez que placer amargo.


Cuatro rutas, en torno a Pontones,
versión simplificada del libro


El contenido recogido en las páginas de este libro, corresponde a la estructura de varias rutas en torno a los pueblos de Pontones. Paseos tranquilos, literarios si se gozan desde el libro, para recrear a fondo e ir empapándose de las mil sensaciones que bajan por las laderas, surgen de los valles y desprenden las corrientes. Una forma sencilla, quizá nueva pero hondamente humana y bella de abrazar los paisajes de estas sierras. Porque para mí, no es la cantidad, sino la calidad, lo que sacia el alma y eleva el espíritu. Pero como el contenido de estas páginas quizá resulte largo y un poco pesado para leer según se va caminando, por si a alguien le puede servir y gustar, pongo a continuación esas mismas rutas en su versión simplificada y lo más parecido a las rutas de las guías para turistas.

1-Ruta del Agua
Tarde del primer día
Distancia aproximada: 5 kilómetros ida y vuelta
Tiempo aproximado : 4 horas
Dificultad aproximada : Casi ninguna

Que comienza por entre las casas y calles de Pontón Alto, se va río Segura arriba, pasa por las tres aldeas de Fuente Segura, llega hasta el nacimiento, baja por el ramal de carretera asfaltada y al pasar el Collado de las Minas, se mete por el viejo camino que corona la Tiná de la Abuela, baja por la ladera que hay frente a Pontón Alto y viene a morir justo en la pequeña plaza del Pajarete. Donde se celebran algunas de las fiestas del pueblo, se sientan los mayores a tomar el sol, lavan las mujeres en el viejo lavadero de aquellos tiempos y corre la fuente con el grifo de hierro. Será de larga tanto cuanto queramos y el tiempo en recorrerla, lo mismo. En una tarde se hace bien pero mejor es emplear el día entero para gozarla despacio y llenarse de aquello que en el fondo vamos buscando. He llamado a esta ruta del agua, por ir en todo momento, acompañada de la corriente del río, de los manantiales que por su orilla van brotando y como broche final, la gran fuente del Nacimiento.

Los detalles
La observación detenida de las casas y callejuelas del pueblo de Pontón Alto, lugar donde arranca esta ruta, nos llenará de sencillas y limpias emociones. Las calles se adaptan a la ladera del cerro y suben o bajan, unas veces escalonadas y otras en rampa. Organización curiosa y llena de encanto por los paisajes que al fondo, en todo momento vamos contemplando, con los cauces del arroyo y río que nos encierran y protegen al pueblo a un lado y otro. La soledad es una de las sensaciones que más se nos meterá dentro así como la presencia de lo añejo en macetas y balcones junto con el aire fresco con sabor a limpio que no deja de acariciar.

Por la parte alta remontamos el pueblo y siguiendo la pista de tierra que lleva a la Veguilla, tierras llanas junto al cauce del río entre las casas de Pontón Alto y Fuente Segura de Abajo. Es este un camino de servicio para ir a las tinadas que por la zona se aplastan y también las huertecillas de las tierras que el río riega así como a las otras casas de las aldeas antes del nacimiento. Por este motivo, seguro que en nuestro paseo nos tropezaremos con más de una persona que va o viene tanto a las huertas como a las tinadas o a las casas antes mencionadas. Saludarlos y pararnos a charla un rato con ellos, será una experiencia rica y bella por los humanos y encantadores que son las personas de esta tierra.

Pasado la primera cerrada, enseguida tenemos las casas de Fuente Segura de Abajo. En invierno y hasta bien entrada la primavera en esta sencilla aldea, apenas vive gente. Sus habitantes, casi todos pastores con raíces profundas en estas sierras, se marchan a las tierras de Sierra Morena para invernal con el ganado. Pero al final de la primavera y en verano, estas casas y también las de las otras dos aldeas algo más arriba, están llenas de vecinos e incluso, familias que se fueron y vuelven en las temporadas de vacaciones o puentes. El lugar es recogido, silencioso, lleno de rumor de corrientes claras manando del río, tupido de sombras de nogueras centenarias y ambientado, casi siempre por el balar de las ovejas y los corderos. Saludar a los vecinos, pararse a charlar con ellos y hasta sentarse a su lado, es un ejercicio relajante, profundamente enriquecedor y lleno de placer humano.

Desde esta aldea, por el lado de arriba y siguiendo el curso del río, sale una pista que lleva directamente a las casas de las dos aldeas aplastadas en la ladera que mira al barranco de la vega por donde bajan las aguas del nacimiento. Subiendo por ella llegamos a Fuente Segura de Enmedio y a Fuente Segura de Arriba, la más grande de las tres aldeas al borde de este manantial. La visión sobre el valle nos irá llenando de placer mientras remontamos cómodamente puesto que la subida es suave y seguro que nos encontraremos con más de un rebaño de ovejas llenas de corderos blancos y armonizadas por el son de las cencerrillas y el balar de las cabras. Saludar a las personas que cuidan este ganado y pararse a charla con ellas, de nuevo nos dará la oportunidad de enriquecernos y expandir nuestro espíritu para sentirnos bien.

Desde la aldea grande, la pista de tierra, baja suave buscando la fuente del nacimiento. En unos minutos estaremos frente al gran charco de aguas purísimas y como al verlo, lo primero que nos sorprende es su silencio a pesar del borbotón tan inmenso, nos dejará embelesados. Nos sorprenderá la quietud del rincón, el rumor delicado del agua brotando y luego rompiéndose al caer al cauce y por encimas, las cumbres rebosándonos. Un espectáculo sencillo como lo es todo el paisaje que hasta este momento hemos recorrido pero rebosante de emociones y traspasado de una luz mágica en belleza y tonos.

El último tramo de la ruta es el paseo más cómodo aunque no menos emocionante. Desde la misma fuente seguimos la carretera asfaltada y mientras la recorremos nos iremos quedando por el valle que surca el río ahora a nuestra izquierda y por debajo de nosotros. En un rato llegamos al Collado de las Minas y unos metros más adelante, torcemos a la izquierda por el viejo camino que nos llevará a la Tiná de la Abuela y Era Empedrá. Una pequeña hoya desde donde ya empezamos a divisar las casas de Pontón Alto aplastadas sobre la ladera y recogidas entre los dos cauces. Una vista preciosa es la que se nos abre desde lo alto de esta cuerda sobre el valle casi completo y las alturas algo más lejos. Seguimos bajando por la vieja senda y venimos a descansar justo a la Plaza del Pajarete. Es este el punto donde podremos dar por terminada la ruta, cerrando el circuito y habiendo empleado en recorrerla desde dos horas, como mínimo, hasta el día entero si la tomamos como paseo para gozar tranquilamente.

El perfume eterno
Yo la vi a ella, a la niña hermana y que es delicia en el espíritu que da vida al alma, la vi subir por la senda cogida a la mano de la abuela y toda empapada de la belleza que vestía la mañana.

Y sólo verla, qué sensación más placentera dejaba su imagen en mi corazón y qué momento más intemporal, se hacia esencia en la región del sueño que traspasa y domina la materia.

Y vi como cuando llegó a la curva del río, donde el agua salta abierta y es espuma de viento, dejó a la abuela y pisando la escarcha blanca que se traba en la verde hierba, se puso a saltar por entre los chorros de seda teñida de tonos celestes y oí como le dijo la abuela:
- El río que tanto te gusta, te pertenece porque es tu juego pero en casa la madre espera.

Y vi yo a la niña que se trajo con ella toda la claridad de la corriente y al cogerse otra vez de la mano de la abuela, vi como la hermana hermosa, se hizo de pronto eterna luz de primavera.


2-Ruta de las vistas hermosas
Mañana del segundo día
Distancia aproximada: 5 kilómetros ida y vuelta
Tiempo aproximado : 4 horas
Dificultad aproximda : Casi ninguna

Que arranca entre las casas y calles de Pontón Alto, justo en la misma plaza del Pajarete donde hemos dejado la primera ruta. Por la ladera asciende una vieja senda y en caso de no encontrarla, a campo través se puede subir sin problema ninguno. Corona las parte altas del espigón rocoso que el río ha dejado al lado derecho según baja. Sin senda pero con mucha comodidad, se recorre la cuerda en la dirección del río, gozando de los preciosos balcones naturales que da vista al cañón por donde el cauce avanza hasta que se llega a los picos que corona Pontón Bajo. Se vuelca hacia el lado de Cañá Manzano, salvando la cerca de alambres que en la ladera existe y se coge la carretera de asfalto negro que viene del nacimiento. Por la parte de las escuelas, se entra al pueblo, se recorren algunas calles y se sale a la plaza principal. Junto al viejo puente o la antigua fábrica de tejer mantas, se puede terminar esta ruta aunque yo la sigo.

En este libro, después de charlar y comprar pan y algunas otras cosas que tengamos necesidad o nos apetezca, continuamos por la carretera río arriba. Ahora vamos en dirección contraria a la que hemos traído y por el fondo del cañón, cosa que también da gusto. Se goza de las famosas piedras horadas, de los viejos molinos todavía junto a la corriente del río, de la charla con los mayores casi siempre entretenidos en sus huertas y cuando acordamos, nos encontramos de nuevo en Pontón Alto. Un día largo y bien lleno, puede durar la ruta, aunque como es natural, depende de la actitud que tomemos frente a lo que deseamos recorrer, conocer y gozar. Y es ruta de las vistas hermosas, por ir en casi todo su recorrido, por la alto de la cuerda que baja desde Pontón Alto a Pontón Bajo.

Los detalles
Las callejuelas del sencillo pero bello pueblo de Pontón Alto, es lo primero que en esta ruta nos saluda y desde su silencio como eterno parado, la sombra limpia que proyectan las casas y el perfume de las macetas que cuelgan de los balcones. Y mientras nos venimos para el lado del levante que es por donde el precioso puente cruza el río Segura, nos comienza a dar compañía el suave y dulce murmullo de la corriente que salta un poco todavía como asustada por el traje que la naturaleza le ha preparado nada más brotar de su limpio manantial.

Antes de cruzar el puente, nos acoge la pequeña plaza recogida junto al mismo rumor de las aguas y si fuera por la tarde o ya algo avanzada la mañana, seguro que por el rincón y en sus bancos de cemento, encontraremos alguna persona charlando o tomando el fresco o el sol de la mañana, si es primavera o algún día claro de los meses del invierno. A estas personas mayores, ancianos que siempre se juntan por este lugar para verse y charlar de sus cosas, si le preguntamos por alguna duda que tengamos, seguro que nos la aclaran con mucho gusto y, además, profusamente. A las personas mayores de los pueblos de estas sierras, siempre les gusta hablar de la tierra y de sus luchas con ella, tema inagotable para ellos y en el cual son grandes expertos.

Sube la vereilla por el suave repecho de rocas que mira al río y mientras casi si esfuerzo la vamos recorriendo, la panorámica se nos abre cada vez más y las casas aplastada como en lo hondo que es donde se refugia este pueblo. Si es por la mañana, nos dará gusto ver como el sol besa de frente las paredes blancas de estas sencillas casas, fundidas con las rocas que las sostienen al mismo tiempo que el verde de las grandes nogueras que, aprovechan las aguas del surco del río, las viste de gala ampulosamente. Este es uno de los mil cuadros que por el rincón, nos impresionará gratamente.

Ya remontados sobre el filo del corte rocoso, el horizonte se nos abre hacia la cuerda por donde se acerca la carretera que viene a estos pueblos y hacia el barranco por donde desciende el río penetrando cada vez más en un cañón estrecho de grandes rocas, en ocasiones coloradas y blancas por la ruptura de las nieves y los hielos. Si el día está despejado, el cielo se nos mostrará con un azul tan intenso, que hasta parece estuviera sangrando infinito o como preñado de viento puro.

Siguiendo la cuerda, a ratos por rodales de tierra negra cubierta de hierba o pasto y a ratos, por entre rocas que se asoman y cuelgan al surco por donde desciende el río, avanzamos buscando las casas del Pontones. Al frente, siempre nos saludan las crestas de la bella piedra Horadada, el corte duro que presentan las rocas y arriba, las llanuras del pico Castilla la Vieja. Entre la Piedra Horadada y el puntal que recorremos, nos va quedando el río, con su rumor de agua y su gran cañón. La Umbría del corral del Solado y a la derecha nos van quedando pequeñas praderas con alguna tinada, las ovejas, casi siempre, por aquí pastando y la soledad profunda de los paisajes de estas altas montañas. Nos movemos a una altura de casi 1300 m.

“Antiguamente esto eran los sesteros del ganado, igual para vacas que para ovejas que para cabras, que había muchas. Era un abrevadero que había ahí. Entonces las ovejas de verano venían aquí, durante el día y de noche, se iban a pastar a todas esas tierras de Majá la Caña e incluso toda esta zona de La Zorra, que le dicen, Poyo de la Iglesia y esto de Cañá Royo. Y por la mañana, a esta hora aproximadamente, cuando ya buscaban el sestero, pues bajaban por ahí, bebían agua y aquí hay unos corrales hechos de piedra y se juntaban aquí, a lo mejor, dos o tres hatos de ganado. Que eso está aquí debajo de la piedra esta. Son unas cuevas que hay ahí. O sea, que esto ha sido siempre un abrevadero del ganado”.

Al pueblo de Pontones, el de abajo, lo cogemos o le entramos desde la parte alta y nos metemos por él desde el lado de Cañá Manzano. Las escuelas nos quedan sobre la ladera de la izquierda y sobre el valle, las calles estrechas y las bonitas casas encajadas en las rocas y asentadas sobre puro firme de piedra.

El perfume eterno
Volvieron las mariposas, al llegar la primavera y por la cañada de los manzanos, donde las zarzas se amontonan por los lindazos y el agua clara del río empapa la tierra, ellas revolotearon y en los meses de la primavera fresca, se hicieron dueñas de las flores de los manzanos.

Y volvieron, por el mes de agosto, a llenarse de calor los campos y los árboles de la cañada, se cubrieron de hojas nuevas y de sus ramas viejas, colgaron relucientes y bellas, las nuevas frutas del viejo año, por la tierra y huertos de la cañá de los manzanos.

Y cuando ya el otoño se hizo presente tiñendo de color miel y caramelo las cañadas y los barrancos, la niña se fue por la vereda que acompaña al río claro y de las ramas de los viejos árboles, ella cortó y, mientras jugaba, los frutos sanos y cuando se los estaba comiendo, miró a la abuela y le dijo, como en un juego blanco:
- Estas manzanas de color oro y el agua de nuestro río hermano ¿verdad que son alimentos de dioses que la tierra, el viento y el sol, nos ha regalado?
Y ella:
- Y un poco las mariposas que en la primavera revolotean y con ellas y el canto de los ruiseñores, Dios que nunca deja de su mano.

Volvieron las mariposas y con ellas y la luz limpia de la primavera, los campos se llenaron de rocío y de perfume las flores de los manzanos.

3- Ruta a las cumbres
Tarde del Segundo día
Distancia aproximada: 5 kilómetros ida y vuelta
Tiempo aproximado : 4 horas
Dificultad aproximda : Un poco dura

Que comienza en Pontón Alto, aunque puede arrancar desde cualquier otro punto, tanto del primer pueblo como del segundo o de la misma Cañada Hermosa, si se viene de Santiago. Por el lado del Pico Almorchón que da a la Tiná de Hoya Espinosilla, en un trozo de la vieja carretera, se deja el coche. Se asciende ladera arriba, siempre sin senda por lo fácil que es traza el camino por cualquier punto de la ladera. Se corona el monte por la parte que da a la Cañada que baja hacia los Teatinos, se recorre la cumbre hasta el punto geodésico y luego se vuelve pendiente abajo.

Al final y frente a donde hemos dejado el coche, mana la caudalosa Fuente del Engarbo, cuya agua es limpia y pura como la nieve que en invierno se amontona sobre las laderas y cumbres del pico que hemos coronado. Un paseo delicioso que al igual que los anteriores, podemos recorrer a lo largo de un día entero para así llenarnos de cuanto a los ojos se va ofreciendo y gozar con la calidad y no con la cantidad. Y en cuanto el nombre de ruta a las cumbres, es porque precisamente se trata de un paseo que nos lleva a la cumbre más grandiosa de todo este contorno.

Los detalles
Que son tantos y todos tan uno que hay que seguir la carretera del asfalto negro que va desde el pueblo blanco de Pontón Bajo hacia Santiago de la Espada y sube por la retorcida cuesta que, por el lado de donde sale el sol, se eleva hasta coronar las tierras que van vertiendo hacia el arroyo que baja de Hoya Espinosilla y después de recorrer la larga cuesta y el espeso bosque de pinos que escoltan la carretera, asomarse a las tierras llanas, primoroso rincón que es puerta de la Cañá por excelencia, y ya dejar que el alma se empape del limpio silencio que eterno late como escondido en cada tallo de hierba y enredado con las soledad que, entre los pastores, en la tarde juega.

Desde esta tierra mitad ondulación y el resto pradera y enseguida la cuesta, comienza la ascensión, sin pista ni senda sino a través de los muchos majoletos y las mil piedras blancas y sueltas que desde las partes altas, invierno tras invierno, ruedan y mientras la cuesta se van empinando y hasta parece que no termina nunca porque se le mira y ya se le ve por entre las estrellas, las visión hacia el norte y por donde se estiran los bosques y se alargan las llanuras que son el techo de otras cumbres fieras, cada vez se hace más grande y más profunda y más callada gritando desde su espera.

Y en coronando las que parecen son las rocas del infinito, más aún se abre el mundo de las bellezas y más parece es todo como un reino de libertades inmensas y luego siguen surgiendo los cortes pétreos por donde van las veredas que trazan los rebaños cuando en los días de verano coronan estas cumbres para comer la fina hierba y para, en las noches de luna clara, dormir amontonadas en lo más elevado de esta tan profunda sierra.

Y ya aquí en lo alto, no hay nada más que mirar y dejar que el alma se pierda por los barrancos que caen hacia ese otro reino de las aldeas y no pronunciar palabra sino quedarse embelesado en los horizontes azules que caen como arroyuelos de un lado a otro lado y de una ladera por otra ladera y si acaso, dar gracias a Dios por visión tan completa y beberse todo el aire que sube desde las cañadas con tan fino olor a hierba.

Cañá Hermosa y el Almorchón y las veredas que no se ven y por eso no van a ninguna parte pero sí penetran por las tierras, es tan sueño y tan repleto de esencias, por las tardes cuando el sol a lo lejos se quiebra y por las mañanas cuando se alzan las auroras teñidas de madreselvas, que recorrerlo y conquistarlo, más que placer en el corazón, lo que deja es sabor a eternidad y deseos de hacerse viento e irse volando por los espacios y no volver ya más a esta tierra.

El perfume eterno
Es larga la ladera y cae grandiosa desde la cumbre del cerro oscuro y como mira al río y al sol primero de la mañana, al monte que cubre la ladera y a las rocas blancas que la empiedran, desde la junta del arroyo de los granados, se le ve majestuosa y rodeada de un misterio que extraña.

Y como por la parte media y también mirando al sol de la mañana, la cruza el arroyo de la corriente clara, cuando la niña va de la mano de la abuela siguiendo la senda que hasta la misma junta, al arroyo acompaña, al llegar a donde los fresnos se espesan y crece la higuera blanca, casi siempre ella dice:
- Abuela, esta ladera, nunca yo todavía sé dónde empieza ni dónde acaba.

Y la anciana soberana que de tantos años ahora es un poco sueño y un mar de ciencia, a veces calla y a veces contesta:
- Esta ladera, con su halo oscuro del monte que se inclina y mira al sol de la mañana y remontado sobre el río ¡qué grande es ella y qué misterio ahí, Dios, tiene escondido!

Y las dos siguen llevando sus pasos por la vereda que la curva traza donde el arroyo es ancho y al rozar los troncos de las higueras, se paran y durante un rato, miran de frente a la gran ladera que grandiosa, se enfrenta al sol de la mañana y a las aguas limpias, que a sus pies, se alejan.


4- Ruta al rincón oculto
Mañana del Tercer día
Distancia aproximada: 3 kilómetros ida y vuelta
Tiempo aproximado : 2 horas
Dificultad aproximda : Casi ninguna


Que también comienza en Pontón Alto. Recorre el trozo de carretera negra que viene hasta Cañada Hermosa, gira por la pista de tierra que va a la Aldea de Poyotello, corona los collados que vuelcan hacia la vertiente del río Segura y se encuentra con las blancas casas de la pequeña aldea, en medio de la llanura. Recorre y saluda las personas, las calles y las casas de este puñado de sueño, mira por aquí y por allá, descansando en la sombra de la milenaria noguera y comienza el descenso a la Cueva del Agua.

Una veredilla borrada que sigue la hondonada de un corto arroyuelo, se curva por el cauce ya algo al final, se monta sobre la asperilla del corte rocoso y tallado por la pared, cae al surco que el Segura por aquí tiene horadado. Sale a la misma puerta de la gran cueva, sigue en busca de las tierras que fueron huertas algo más abajo, cuela por debajo de la cascada llamada El Chorreón y por aquí puede terminar aunque sigue hasta el Charco de la Ceniza y continúa hasta la aldea de Huelga Utrera. Otro paseo grandioso que puede durar el día entero, si lo que queremos es empaparnos del esplendor que la naturaleza por aquí tiene concentrado. El nombre de ruta al rincón oculto, es precisamente por lo que de apartado y escondido resulta este trozo de la sierra sin que ello indique ni deshabitado ni carente de belleza. Quizá todo lo contrario.

Los detalles
Pues que hay que comenzar esta ruta con el corazón preparado para recibir y gozar las emociones más limpias y bellas porque aunque no queramos, la presencia de la primera ladera cayendo para el hondo surco del río, la vereda metiéndose por entre los pinares que por la tierra chorrean, las figuras de las rocas cortadas en murallas duras que parece gritar soledad y sinfonía, el rumor de la corriente del río más hermoso de la tierra, encañonada por el profundo barranco y las esbeltas figuras de las cumbres, nos abraza desde el primer momento y nos mantienen en vilo hasta la misma oscuridad de la cueva.

Ya en el río, la sombra de tantos árboles meciéndose al viento y todavía tan fuerte y clavados en las tierras que ya nadie cultiva, los surcos de aquellas acequias que desde la cueva, llevaban el agua a los bancales de los pimientos, las rocas quebradas y amontonadas como dando testimonio de otros lejanísimos tiempos, las zarzas espesas, los avellanos, el azul del cielo siempre coronando y desde este hondísimo rincón, como aplastando y el perfume de no se sabe qué esencia, puede colmarnos tanto que, como es normal en esta sierra, nos sintamos empachados y sin palabras en la boca y con el alma toda llena.

El perfume eterno
A la reina madre, la que lo es de verdad porque su corona se apoya en el pilar del amor que del corazón nace, se le ve al amanecer, yendo tras las ovejas que llenan la ladera grande, de los pinos espesos y las piedras blancas que, en losas, caen.

Y al acercarme, desde la distancia y la veneración que siempre me inspira ella, y preguntarle:
- ¿Y tu niña del alma, la que sí parece princesa y aprende en la universidad tremenda del amplio campo y del rocío de las estrellas?
Y la buena madre:
- Ahora se acurruca en la casa junto al fugo de la lumbre porque fíjate el frío que hace pero en cuanto termine de llegar la primavera y la hierba se ponga grande, y se vistan de hojas verdes, los álamos que por el viento llevan su baile, se vendrá por aquí conmigo a recoger los borregos que con ella juegan en la tarde.

Y le digo a ella que:
- ¡Hay que ver qué niña y qué princesa es la hija que llevas en la sangre!
Y luego sigo mirando por la anchura de la ladera que se mira en el río que a miel sabe y para mí y en mi corazón, me digo que ¡hay que ver qué esencia y qué paisajes y por ellos, las ovejas entre el amor de la reina madre!

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