1.12.2008

Río diamantino, río Segura-1

NACE EL RÍO JUNTO A MI ALDEA
Pontones. 25-2-97

AGRADECIMIENTO
A Gaspar Alguacil de Pontón Alto y a toda su familia, mujer e hijos, Francisco y Cándida. A Narciso de Pontón Alto. Familia Ojeda Palomares, Juanjo, la hermana Anica, Francisco y otros de Fuente Segura de Arriba. A lo jóvenes de la aldea de Poyotello, Manuel, Francisco, Juani y Maribí. A Miguel de Pontón Bajo. Y a otros que sin nombrarlos, tengo muy presentes. Para todos, mil gracias y quede este sencillo testimonio para que su memoria no se pierda en la tierra que tanto aman.

El contenido recogido en las páginas de este libro, corresponde a la estructura de varias rutas en torno a los pueblos de Pontones. Paseos tranquilos, literarios si se gozan desde el libro, para recrear a fondo e ir empapándose de las mil sensaciones que bajan por las laderas, surgen de los valles y desprenden las corrientes. Una forma sencilla, quizá nueva pero hondamente humana y bella de abrazar los paisajes de estas sierras y a sus habitantes.

Pontón Alto, Nacimiento del río Segura, Loma del río, Pontón Bajo, Fábrica de Lana, Molino de harina, subida Almorchón, Arroyo de Pontón Alto.

1-Ruta del Agua

2-Ruta de las vistas hermosas

3- Ruta a las cumbres

4- Ruta al rincón oculto.

Nace el río junto a mi aldea
y sus aguas de cristal,
son como del viento, la esencia
que acarician al pasar
y, como del rocío la transparencia
y de la nieve, su azahar,
son los borbotones del río
que me mira al despertar.

Nace el río junto a mi aldea
y su canción al brotar,
es como un canto de luna
que se quiebra al brillar
por entre las nogueras verdes
y los rosales silvestres
que adornan el pedregal
y mientras se desliza dulce,
mi blanco río de pedernal,
¡cómo me besa amoroso
y nos abraza al pasar!

Nace el río en la noche clara
cerca de donde yo a jugar,
vengo con la luz del alba
y casi en la misma cuna
que al nacer, me vio llorar
y por eso, este río esmeralda,
es de Dios, reflejo y paz
donde yo tengo mi aldea
y cien sueños en libertad
floreciendo en mi corazón,
que como el río diamantino,
nunca deja de soñar.

TARDE DEL DÍA PRIMERO 28-2-97
Pontón Alto, Nacimiento del río Segura
Hoya de Era Empedrá, Viejos Lavaderos
“Sin otra luz y guía
Los primeros tiempos Que la que en el corazón ardía”

Vino a nacer donde brota el Segura y las aguas corren limpias. Un poco escondido por las rocas que le rodean, otro poco aplastado entre la fina hierba que le acuna y el resto arropado por las nubes que le coronan. Lo ves y te parece como si no fuera pueblo de tan chico y su silencio y menos parece aún cuando lo cubre la nieve. Por eso querías decir que de tan poco cosa, casi ni se nota que duerme junto al cauce hasta que lo pisas. Es lo que te sucedió aquella tarde-noche cuando por el lugar pasaste y es lo que te ha ocurrido después cada vez que por el rincón has vuelto. Y como por el rincón se concentra la luz más pura y la transparencia más azul del infinito, pasado el tiempo, te has dado cuenta que es gran cosa a pesar de ser casi tan nada.

Te sorprendió aquella primera vez, no sabes si por su resplandor de belleza intocable o por su aureola de secretos bien guardados y desde entonces andas buscando el momento de conocerlo mejor. Mil veces ya te has dicho que tienes que venirte por aquí y recorrerlo. Otras mil veces te has dicho que tienes que hablar con sus gentes, muchos de ellos ya buenos amigos tuyos y otras mil veces más te ha dicho que será bonito acariciar, siquiera levemente, la belleza fresca que brilla en su cara. Esto te has dicho ya un montón de veces y mientras tanto que dentro de tu alma va tomando cuerpo la idea y las fibras se tensan para el momento oportuno, algo has caminado hacia su encuentro.

Lo viste la otra noche y estaba allá: perdido entre los profundos bosques de aquellos primeros tiempos. No había casas por el rincón. Todavía no estaban ni la carretera ni los postes de la luz eléctrica. Sólo un silencio grande que cubría las cumbres, una niebla tenue que lenta avanzaba por los valles y un gran puñado de arroyuelos que limpios caían por las laderas. Las riberas resplandecían de hierba húmeda y por las colinas se apiñaban los árboles milenarios. Por las hondonadas se amontonaban las nieves y bajo su capa de escarcha dura, se recogían las lagunas de aguas purísimas. Por entre los agujeros de las peñas brotaban los manantiales y en los charcos remansados, color de cielo e hierba tierna, bebían los animales.

Una de aquellas blancas mañanas, cuando el campo estaba en calma, casi de puntillas llegaron ellos. Buscaron un rellano junto a las corrientes nítidas y donde el bosque tenía su claro y las rocas ofrecían un refugio, decidieron construir su nido. Sólo tres eran y tú los viste con toda claridad: la niña color amapola, el hombre y la mujer. Nada más llegar, revisaron el lugar, se sentaron sobre la roca y mientras pensaban cómo y de qué modo levantaban la morada, la primera vivienda humana que tuvo forma en el rincón-paraíso de este concreto trozo de sierra, la niña se fue con su juego.
- Por el río subo a ver si doy con la fuente.
Le dijo a la madre.
- Y yo me voy por el bosque a ver si encuentro un tronco recio que sirva para la viga de la entrada.
Dijo el hombre.
- Mientras, yo limpiaré de piedras la tierra para preparar el lugar.
Contestó la madre.

Y al poco, cada uno se ocupó en sus sencillas cosas. Cuando ya caía la tarde, la casa, la primera casa que se reflejó en las aguas translúcidas del gran río Segura, se alzaba hermosa. Nada espectacular: sólo cuatro palos, unas ramas cortadas en el denso bosque, tres piedras algo ordenadas, la cueva tallada en la roca y el resto, ellos tres. La niña con sus juegos, el padre en sus tareas, la madre con sus otros quehaceres, a un lado y otro, el bosque lleno de seres vivos, los valles solitarios, las fuentes cantarinas y las nubes surcando el limpio cielo. Así fue y surgió aquella primera mansión y aquellos fueron los primeros que tomaron posesión de las riveras donde el dulce río surge a la vida.

Luego que ellos fueron un poco dueños del paraíso, uno de aquellos días, subieron por la ladera buscando el collado pequeño.
- En cuanto terminemos de coronar veréis el barranco que a ese lado se abre.
Decía el padre.
- Y el río ¿por dónde va?
Preguntó la niña.
- Frente a nosotros lo veremos cruzando el valle.
- ¿Y los charcos que decías?
- Ya pronto aparecerán. En lo hondo de las tierras del collado que vamos a remontar es donde se remansan.
- ¿Ahí brota el manantial que es fuente de la vida?
- Lo primero que se ve es el río cayendo y remansándose en los charcos. Tiene más remansos que corriente y entre las piedras grandes, un trozo de cascada. Por el lado de abajo se extiende la arena y de un lado a otro se abre un lago limpio. Ahí mismo, en el centro de ese charco, es donde brota el manantial.
- ¿Y a qué se parece ese manantial?
- Yo sólo sé decirte que surge en borbotones redondos, como si estuviera hirviendo, cada vez más grandes y sin parar en ningún momento. Por el mismo charco los borbotones se duermen y en olas arrugadas, las aguas se alargan hasta que rebosan y caen por la corriente del cauce que sigue bajando. En cuanto terminemos de subir y lleguemos al collado, ya veréis qué barranco y el río corriendo por su centro.

Esto hablaban los tres aquella mañana mientras recorrían la tierra subiendo por la ladera. Apartaban el monte con sus manos porque no iban por senda alguna. Todavía por la sierra de este ahora Parque Natural, nadie había trazado caminos. Al rato, ya estuvieron sobre la ondulación del collado. El aire fresco que subía del río, los acarició y las profundidades de los bosques, los llenó de asombro. El barranco, por donde se remansaban los charcos claros y el borbotón surgía, era hondo. Estaba lleno de silencios y el río lo bañaba por su centro. Lo contemplaron durante un instante y luego siguieron bajando. Como no tenían caminos, trazaron varios zigzags mientras descendían por la ladera y enseguida estuvieron en las orillas de las aguas.

Sobre la arena, se quedan quietos y durante un rato observan el movimiento del venero. A sus pies rebosa el charco, un poco más abajo, la corriente se ciñe por entre las rocas y algo más adelante, ya surca el valle y tras los oscuros cerros del fondo, se pierde el río. Según se aleja, cae más en picado buscando la parte baja del valle grande, por donde ya no se ven nada más que sombras densas. Lejanías borrosas que levemente dejan adivinar los grandes cortes de rocas en las laderas y los bosques más apretados a un lado y otro. Más cerca de ellos y del charco donde surgen el borbotón, la tierra llana de las orillas del cauce, rezuma humedad. Es buena tierra ésta y por eso ya la han observado despacio.
- Un día, nos pondremos a trabajar en ella y sembraremos las cosechas.
Le decía el hombre a la mujer.

Pero ahora que ya estamos junto a las aguas, voy a meterme en el charco a coger los peces que por ahí nadan.
- Pero el charco, según se vez, es profundo. Te hundirás en él y puede que de esas aguas no salgas más.
- Eso es lo que parece viéndolo desde fuera. Yo voy a meterme y ya verás que conforme vaya entrando, las aguas me empezarán a llegar primero por la rodilla, luego subirán hasta la cintura y cuando ya esté pisando el manantial, lo más que me cubren es hasta el cuello. Hasta ese punto quiero llegar porque es donde los peces son más grandes.

Durante un rato más, los seguiste viendo y descubrías como casi sin esfuerzo, iban tomando posesión de la tierra y de los frutos que la tierra ponía ante ellos para que cogieran y comieran.

Dedicatoria
Justo cuando empieza a caer la tarde del día primero, te acercas a las primeras casas de la aldea. Tienes las ideas claras pero como otras tantas veces, nos sabes por dónde empezar ni cómo. Donde el río Segura ha cortado la cuerda rocosa y empieza a abrir en gran surco para despeñarse por las sierras en busca del río madera, donde la carretera da una curva y han cortado las rocas para que ésta pase, a la izquierda según vienes, hay una salida y un reducido letrero lo indica: “Pontón Alto”. Un trozo de carretera asfaltada y enseguida intuyes que si te vas por ahí, llegarás al centro de las casas.

Nunca en tu vida has venido a este núcleo de viviendas a pesar de haber pasado por el lugar más de mil veces. Siempre has mirado y te has dicho: “Aquí está Pontón Alto, que seguro son unas cuantas casas que se despegan de aquel gran núcleo de abajo. Un día tengo que venirme por aquí y dedicarme a conocerlo a fondo”. Esto es lo que más o menos siempre te has dicho pero hasta hoy no te has dispuesto para venir de verdad y meterte por las calles del pequeño pueblo. Aunque todavía ni siquiera deberías decir que es pequeño porque ni lo conoces.

Nada más entrar por la estrecha carretera que permite llegar a las casas, a la derecha, ves un coche y en sus chapas unas letras escritas: ¡Fotos Palomares” Frente se encuentra la casa y en ella el letrero que anuncia que ahí es donde se hacen esas fotos. “¡Mira, el mismo apellido de mi amigo el pastor de Fuente Segura, Amador Palomares”. Te dices y enseguida te fijas en el hombre que toma el sol un poco más adelante de la casa de foto. “A él le pregunto”. Te vuelves a decir y en cuanto te acercas, te paras y lo saludas.
- ¿Pero usted qué busca por aquí?
Te pregunta él.
- A una familia que tiene una hija estudiando en Úbeda.
- Esa familia debe ser la de la casa nueva. ¿Es así cómo se llama el padre de la zagala?
- El padre, que es amigo mío, se llama así y me han dicho que tiene su casa a la entrada del pueblo.
- Tan en la entrada no pero te lo voy a decir enseguida. Aunque a lo mejor yo le puedo servir en aquello que usted necesite.

Al oír esta proposición te entra la duda y como ya sabes bien que al moverte por entre la gente de esta tan gran tierra siempre es bueno ser sinceros, lo más sincero posible con cualquiera de ellos, piensas que lo mejor es contarle la verdad desde el primer momento. Y como enseguida él te facilita las cosas preguntándote:
- ¿Qué es lo que de verdad busca usted?
Respondes diciendo:
- Es que vengo con la idea de escribir.
- ¿De qué se trata?
- Ni siquiera lo sé. Tengo ganas de escribir porque me gritan las cosas de esta tierra y su gente y hoy me he puesto en marcha. Ahora mismo ni siquiera sé cómo empezar ni qué decir pero necesito escribirlo.
- Lo de escribir está bien pero quizá usted, lo primero que tendría que tener en cuenta es que por aquí todo el mundo escribe.
- ¿Cómo es eso?
- Lo que quiero decir es que de un tiempo a esta parte, mucha de las personas que vienen por esta tierra, lo primero que se le ocurre es escribir un libro. Por lo que estoy descubriendo, usted es otro.

Lo que acabas de saber, te duele porque en el fondo no quieres ser otro de esos. No quieres ni parecerte a ninguno de los muchos que por aquí desean escribir, porque, además, tampoco en el fondo pretendes escribir un libro. Deseas y buscas otra realidad. Intentas explicárselo y entonces te dice:
- Acláreme usted las cosas para que yo las entienda.
- Es que ni siquiera sé aclararlas.
- Pues es un lío. Resulta que pretende escribir un libro de las cosas y la gente de por aquí y ni siquiera sabe cómo lo va a hacer. ¿Y a quién le va a dedicar ese libro suyo, si es que eso si lo sabe ya?
- Bueno, eso si lo tengo un poco precisado: la primera dedicatoria de este libro mío, si es que soy capaz de sacarlo a flote, es para dos personas de la aldea de Poyotello. ¿Las conoces?
- Sólo las conozco de vista. Sé que son tres hermanas y que la mayor ya está casada. Las que usted ha nombrado, estudian ahora mismo en Santiago de la Espada.
- Pues a ellas les quiero dedicar el libro, además de a otros amigos míos.
- ¿Y cuales son esos amigos?
- Casi todos los pastores de esta gran sierra de Segura. Aunque quiero decir, todos los pastores, sus hijos a hijas. Pero también principalmente a los que conozco y ahora mismo estudian en la Safa del pueblo de Úbeda. Son de la Matea, Los Teatinos, El Cerezo, Fuente Segura de Abajo, Pontón Alto y Pontón Bajo y así podría seguir hasta nombrar una lista largísima con casi todas las aldeas y pueblos tanto de Segura como Cazorla y Pozo Alcón.
- ¿Y por qué ésta tan curiosa dedicatoria de su libro y a estas personas, si no es mucha curiosidad?
- La juventud de estos rincones son para mí personas muy interesantes. Por lo generosos, los sencillos, limpios y nobles de corazón, es por lo que desde siempre me cautivaron y por eso ahora que tengo la oportunidad, quiero tener un detalle con ellos. Se lo merecen y mucho más. ¿Tú qué opinas?

- Opino que está bien esto que usted quiere hacer pero que eso de Poyotello, no lo veo tan claro.
- Con más calma, te lo explicaré luego en otro momento. Son para mí como el símbolo de algo que ni siquiera sé explicar y allí en aquella aldea tan menuda y bella. Por eso es como si tuviera la necesidad de poner en sus manos un presente bonito y original. Luego te lo explicaré.
- Pues entonces siga y ahí, donde esta carretera llega a las primeras casas que pegan al río por el lado derecho según se sube, verá una rampa con una baranda de hierros pintados en verde. La remonta y nada más caer, frente verá una fuente. Deje su coche ahí mimos. Cruce el puente y la primera casa que vea enfrente, esa es. ¡Ya verá que personas más buenas la familia entera! Me alegro que sea sus amigos y me alegro que venga por aquí con un proyecto tan original. Aunque no lo conozco, le deseo toda la suerte del mundo y de corazón, que su libro salga bonito. Ya lo leeremos cuando se venda por estos lugares.

Despides al hombre que toma el sol y sigues. Nada más avanzar un poco de frente, lo primero que te saluda es la corriente del río que cae saltando acequias, aplastado por entre los hortales y las nogueras. Más al frente te quedan las blancas casa recostadas sobre la ladera y un poco a la derecha ves bajar el barranco. No es el mismo que trae el río y esta es una de tus primeras sorpresas. Resulta que el pueblo que vienes a visitar no lo encuentras como tu creéis que era. No se alza junto al río, aunque sí, sino en la ladera que se recoge entre las tierras de un puntalillo enmarcado a un lado por el río y a otro, por el cauce de un arroyo. Primera sorpresa tuya y ello te sirve para decirte a ti mismo que a partir de ahora esto es lo que te va a suceder. Vas a comenzar a saltar de sorpresa en sorpresa para así, como tantas otras veces, una vez más descubrir que la realidad de estos rincones es muy diferente a la imagen que en tu mente tienes.

Remontas la rampa de las barandas pintadas en verde, vuelcas un poco y ves la fuente pegada a la pared. Un pequeño pilar de cemento donde cae un chorrillo de agua que sale por un grifo y justo en el rincón y la esquina. A la izquierda te queda el puente y al frente, el surco del arroyo que baja. En cuanto te apeas del coche descubres que por el arroyo corre bastante agua y también descubres que el pueblo, las sencillas, blancas y bonitas casas recogidas en este silencioso rincón, está solidario. Ni una persona se ve por las calles.

El encuentro
Miras despacio y la primera casa que ves, te dices que es la suya. La puerta está abierta, aunque con la cortina cubriéndola. Cruzas el puente, te acercas, descorres la cortina y al mirar hacia dentro, los ves sentados en la mesa camilla. Son cuatro: la amiga, la hija, su madre y el padre. Al verte se alegran, te piden que entres, los saludas, te piden que te sientes y al rato, ya estáis organizando la salida por las calles del pueblo. En un principio es el padre el que te acompaña pero sucede que nada más salir a la calle, te acuerdas que también ellas pueden venirse.
- ¿Y qué vamos a hacer nosotras?
- Nos dais compañía y si llega el caso, habláis de aquellas cosas que vayan saliendo.
Les dices. Se animan y en unos segundos ya andáis por las calles con un rumbo fijo: se trata de ir al nacimiento del río Segura. Crees que para empezar esta puede ser una bonita ruta y por supuesto, también crees que puedes encontrar cosas interesantes.
- Pues padre, cuéntele usted aquello de la vaca que reventó.
Expone la hija nada más empezar a moveros por la calle. Al oírla, preguntas:
- ¿Qué fue lo de la vaca?
El padre te mira y dice:
- Un hecho positivo: había unos huertos ahí con alfalfa y esta planta es muy mala cuando está mojá. Entonces vino el señor, le dio careo a las vacas y una comió tanto que reventó. Cayó precisamente ahí en la misma calle. La desollaron y ahí mismo acudió la gente a comprarle la carne al vecino para ayudarle a fin de que no fuera tan grande la pérdida para el pobre hombre. Esto puede servir para ver el apoyo que las personas de por aquí siempre se han prestado entre sí.

Ya estáis en la puerta de la casa. Y como el arroyo que corre por la puerta te tiene intrigado, le preguntas.
- El Canalón es como se llama este puente que estamos viendo aquí mismo.
- ¿Y el arroyo?
- Esto es la Rambla que baja de Majá la Caña. Por debajo de este puente, otras veces y de esto hace ya mucho, pasaban las caballerías. Quiero decir que entonces no existía este puente. Las caballerías pasaban por la corriente y para que las personas pudiera cruzar, se valían de dos vigas de madera que iban de un lado a otro. En aquella época, que como te decía fue hace mucho, vino una crecida y se llevó todas las vigas y parte de los pisos estos bajos.

Allí enfrente, crecía una noguera tan grande como esta que vemos aquí. Tuvieron que arrancarla para que si algún día bajaba otra avenida grande como aquella, no creara problemas en el barrio. Fue por aquellas fechas cuando hicieron los muros estos que encauzan el agua del arroyo que tenemos ahora mismo delante.
Comenzáis a bajar, ya con la ruta clara y como desconoces hasta los nombres de las calles, le preguntas:
- La que recorremos ¿Cómo se llama?
- Esta calle es ahora mismo la venida de Andalucía. Antes tuvo el nombre de Calvo Sotelo. Esta casa que estamos rozando fue en otros tiempos, un grupo escolar.
Miras y descubres que es la casa contigua a la que vive la hija.
- ¿Te acuerdas quienes fueron los propietarios?
- Todo esto era de mi abuela. Todo el barrio entero.
- ¿Y qué pasó?
- Que como fueron siete hijos, cada uno se llevó un trozo.

Giráis un poco y al fondo, hacia donde corre y se siente el río, se ve otra calle.
- Esa se llama El Pajarete. Podemos salir por aquí.
- Y la que subimos ahora ¿qué nombre tiene?
- De siempre por aquí la hemos conocido por la calle de la Escuela.
- ¿De dónde le viene eso nombre?
- Es que aquí hubo otra escuela. Seguramente todavía estarán ahí dentro los pupitres aquellos de madera con sus agujeros para meter los tinteros. Me acuerdo yo que aquellos tinteros parecían de china.
A la derecha os queda la calle Alta. Subís una cuesta con el firme de cemento y te das cuenta que como está muy pendiente, le han trazado unos escalones.
- Esto no son escalones. Nosotros le llamamos estrías y su finalidad es para que las caballerías tanto al subir como al bajar, no resbalen. Esta calle antes se llamaba del Médico. Lo que pasa es que ahora han cambiado todos los nombres. No sé por qué será.
- ¿Por qué antes se llamada de esa manera?
- Es que aquí vivía un médico que era hijo del pueblo.

Os paráis y al volveros para atrás, al frente se ve el monte que queda al otro lado del río, por donde más lejos y detrás, adivinas Cañá Manzano.
- ¿Cómo se llama ese monte?
- De siempre nosotros lo hemos llamado con el nombre del Castellón.
Miras despacio y ves que por ahí se alza una tiná para las ovejas. La calle gira y al salir a la otra, una especie de rampa al lado izquierdo y como de barandilla, rocas recogidas en las montañas y clavadas en el cemento. Unas rocas llenas de agujeros y picos tallados por las lluvias y la nieve. Unas figuras muy curiosas y al mismo tiempo bonitas.
- Pues no te asombres por tampoco cosa porque ya verás que mi pueblo, todo entero y sus alrededor, es una pura fantasía.
Te dice la hija.
- La que recorremos ahora es la calle de las Cuatro Esquinas. Como puedes observar, baja hasta donde se junta del río con el arroyo de Majá la Caña.

La miras despacio y te das cuenta que es una calle muy curiosa. Un balcón a la derecha, enfrente como una repisa de cemento. Al fondo la Tina de los Robles o de Isidro Cuadros en todo lo alto de las rocas, según te dice el padre.
- ¿Por detrás queda Majá la Caña?
- Un poco más a la izquierda.
Te vuelves otra vez para mirar la calle por donde subís y ves que la hija y su amiga, que van delante, se acaban de sentar frente a vosotros en una pared que le ha quedado muy a mano.
- Esto no es una pared sino una acequia. Un canal que le entra a un molino que había ahí más abajo. Todavía está de pie y nosotros le decíamos el Molino del tío Pascual. La acequia o canal, viene de allí, por donde ahora nos vamos a asomar, porque allí había otro molino.

No dejas de mirar, todo extrañado y algo perdido. Descubres que ya subís por el río. A la derecha os queda la corriente del agua al fondo por donde salta llenando de música el barranco y las casas que por el barranco se alzan. En primer plano, desde donde ahora ya miráis, se levanta la figura de un enano arbolito cargado de flores blancas. Hasta vosotros llega el olor a miel que sus ramilletes desprenden. Cercan se alzan las figuras de cinco o seis chopos. No tienen hojas porque todavía estamos en invierno pero sólo su esbelta y larga silueta, recostada sobre el azul intenso del cielo que esta tarde arropa el rincón, llena de belleza el momento.
- ¿De quién son?
Preguntas a tu amigo.
- Son de unos vecinos que le llaman Pedro.
- Y aquí tenemos un pilar que sirve para que laven las mujeres.
Te dice ahora la hija arrancándose ya un poco a contarte cosas de su pueblo. Miras hacia el fondo que es hacia donde ella te indica y ves el rincón. Queda al fondo, junto al mismo cauce del río y ya cerca de donde se encuentran las tierras de la huertas. Es bonito, muy bonito el puñado de tierra recogido entre el río, las casas de la aldea y los cortes rocosos de la cuerda al otro lado.
- ¿Qué nombre tiene ese tan bonito rincón?
- Eso es el centro donde ahora han hecho un hogar para los jubilados. Lo que se ve por el lado de arriba y pegado al río, es lo que antes te decía: un pilar donde, en aquellos tiempos, iban a lavar todas las mujeres del pueblo. Luego, a la vuelta, pasaremos por allí y lo verás con más detalle y despacio.
Te aclara la hija.
- El lavadero podría ser eso ¿verdad?
- Es que así es como nosotros lo hemos llamado siempre.

A la derecha os va quedando una fila de casas que van formando una calle pegando al río.
- Es que esta es la calla Alta.
- Y es grande por lo que estoy descubriendo.
- ¿A qué te refieres?
- Me refiero al pueblo que ahora mismo empezamos a tener bajo nuestros pies. Lo estoy viendo por primera vez y me doy cuenta que es mucho más grande de lo que hasta hoy había creído.
A la izquierda, otra casa abierta. La pared de la canal que os sigue acompañando y otra calle más. Esta se llama Picasso y eso lo sabes porque lo puedes leer en la placa que han puesto sobre la pared. Giráis un poco hacia la derecha despegandoos del río. A la izquierda un bonito rincón lleno de chopos y nogales y más a la izquierda la casa de Carrucha. Una cuestecilla que sube llena de estrías y las paredes de rocas que vais dejando atrás, llenas de pequeñas plantas rupícolas. La calle sigue girando a la derecha sin dejar de remontar. Vais dirección al barranco del arroyo de Majá la Caña. Es bonito el rincón que empezáis a pisar y la vista que desde él se ve. Al fondo os queda el picón de la Piedra Horadada y el magnífico barranco por donde se va el río.

Otra calle más y esta se llama de los Huertos. Si miráis para atrás viereis un grupo de casas talladas en la roca por donde se adivina, corre el río.
-¡Ay que ver! ¿Verdad?
- Desde allí, desde el Collado, se ve todo perfectamente.
Te aclara. La calle sigue remontando, dando una curva más y pregunta si por aquí se acaban ya las casas de esta aldea tan bonita.
- Ahora vamos a llegar al grupo escolar y este es el actual. El nuevo de estos tiempos. Nos vamos a asomar al barranco y ya verás que visión.
Lo que remontáis es la parte alta entre el arroyo de Majá las Cañas y el río Segura. Ya pisáis el rellano y desaparecen las casas. Al frente, mirando hacia Majá las Cañas, la cumbre de un precioso monte. Le preguntas y te dice que:
- Aquello se llama la Muela del Artuñio. Esto que pisamos ahora mismo, es mío.
Miras despacio y lo que tienes ahora mismo ante ti es la pared de una tinada, una nave y algunos huertos. La hija y la amiga se han parado frente a la pared y se asoman al corral donde cacarean las gallinas.
- ¿También son tuyas?
- Las gallinas también son mías y algunas cabras que todavía tengo. Las ovejas las vendí ya hace tiempo.
El gallo se ha asustado y forma una escandalera de mil demonios.

- Toda esta propiedad, de siempre nosotros le hemos llamado la Era del Ecino. Me refiero a este reducido trozo de tierra que pisamos ahora mismo. El rincón de arriba, pegado al arroyo, le llamamos el Corralón y frente nos queda el Covacho Paulino.
Por las espaldas baja una mujer mayor con unos cubos en la mano. La saludáis y enseguida os dice que su nombre es Angeles. Te crees que viene de blanquear por la cal que se ves en el cubo y te equivocas. Enseguida ella te dice que viene de hacer cosas en su cochera. Os mira un poco extrañada, saluda a la hija y como no os conoce, sigue bajando. Tu amigo, la despide diciendo:
- Luego vas a salir en televisión.
Ella se ríe y continúa con su lento caminar.

La presencia del pasado
Tienes el presentimiento que por la corriente de río que a la izquierda os queda cerca, se esconden aquellas señales que remiten al pasado y engarzan el presente para cimentarlo. Ni sabes lo que puede ser ni tienes idea en qué punto concreto se encuentran estas señales pero un presentimiento interno te dicen que están ahí. Quizá acariciadas por la limpia corriente que no deja de caer y esperando que alguien llegue y las toque. Porque ellas gritan desde su silencio diciendo que son las señas de identidad más pura de estas tierras y la gente que las poblaron y siguen en ellas. Quisieras hablar de este tema con tu amigo pero no lo haces. Ni te encuentras seguro ni sabes cómo presentarlo para que sea tangible y se pueda comprender. “Puede que cuando ahora, dentro de un rato nos aproximemos a la corriente, encuentre la manera de sacarlas a la luz”. Te dices y sigues en tu silencio hondamente lleno por dentro.

Estáis pisando la puerta de la escuela. Y como ya, con este edificio que tenéis antes vosotros, es el tercero que has visto esta tarde y que tiene que ver con escuela y con niños, le preguntas a tu amigo:
- ¿Este se usa ahora?
- Pero solamente con cuatro niños.
la hija y su amiga que van delante, abren la puerta que da entrada al patio. Se asoma por las cristaleras de las ventanas que miran al patio y mientras observan el interior va diciendo:
- Se ven dos puertas que son los servicios de las niñas y de los niños. Un tablón con un mapa de España. Hasta se pueden contar los niños que hay: uno, dos, tres... seis niños son los que acuden a esta escuela y eso lo digo porque estoy viendo los pupitres.
El sol de la tarde que cae, le da de lleno y aunque el edificio está solitario, se adivina la algarabía de los niños corriendo cuando salen a su recreo.

Por el lado que le entra el sol y da a la parte más alta de la montaña, tiene el patio que es al mismo tiempo un limitado campo de portes. Al otro lado de la alambrada que cerca el recinto escolar, ya no hay casas. Todo puro campo lleno de rocas repletas de tomillo, surcadas de una brisa templada que se pasea por la tarde, coronado por el azul brillante del cielo limpio que hoy se abre sobre estas sierras y arropado de silencio.
- ¿Que nombre tiene ese campo que se escapa hacia arriba y la tarde que se va?
Le preguntas.
- El nombre que nosotros le conocemos a esa ladera que sube y el monte que lo corona, siempre ha sido la Monja el Fraile. Eso ya lo decimos así: “Oyes, ve a la Monja el Fraile” Y nosotros nos entendemos.
Te quedas mirando como si quisieras encontrar una explicación a tan curioso nombre y lo único que se te viene a la mente es los muchos rincones dentro de este Parque Natural que también llevan este nombre. Pero aunque son nombres iguales, todos ellos hablan de Monja o de Fraile, por separado. Y casi todos se refieren a gruesas columnas de rocas clavadas en las cumbres de las montañas y en las laderas con la figura mas o menos parecida a la de un fraile.

- Y tu propiedad en este rincón ¿cual es exactamente?
Le preguntas.
- Todo esto es mío todo. To esa nava hasta aquella y pa=riba hasta el mojón aquel que se ve, toda esta entrada es mía.
Miras a la hija y le dices que es una gran propietaria y a estas palabras el padre responde:
- Lo que pasa es que esto quisimos darlo de alta para ver si se podían hacer pisos aquí.
- ¿Y qué pasó?
- Pues que decía el alcalde que esto valía mucho darlo de alta.
- Y lo de la escuela ¿cómo fue?
- En tierras de mi propiedad se construyó. Ahora es cuando puede decir el Ayuntamiento que tiene escuela. Al principio tuvimos un poco de debate, porque como las tierras eran mías y no aparecían las escrituras por ningún sitio, fue complicado hasta que se aclaró. Las cosas que hemos estado diciendo antes de los pueblos. Había algunos por ahí que decían que esto no era de nadie, que no tenía escrituras y todo eso. Así que el Ayuntamiento ya se encontró apalancao, fue y buscó las escrituras en el registro de la propiedad y se las encontró. Mientras tanto la obra estuvo parada dos años. Al final, a mí me dieron alrededor de cuarenta mil duros por cuatrocientos sesenta y ocho metros de tierra. Eso no fue nada. Pero yo creo que a ellos les costó mucho más. Creo que tuvo que traer unos ingenieros técnicos para que vieran el terreno y lo aforaran y parece que les costó más de noventa mil pesetas.

Ya os vais retirando del rincón de la escuela caminando ahora por tierra llana, hacia el lado izquierdo que es por donde corre el río. A la izquierda y pegado a la senda que lleváis, una casa forrada de chapa.
- ¿Qué es?
- Es la casa de Guerrero. La tienen cubierta de chapa para que ni la nieve ni la lluvia rompan la pared de bloques con que está construida.
Al mirar descubres que este es un buen sitio para sacar una foto bonita. Llamas a la hija y a su amiga se lo pides. Se paran ellas, vuelvan para atrás y frente al sol de la tarde que tras las cumbres peladas de rocas blancas, se oculta, se ponen. El fondo es un gran manto de cielo azul profundo que se alza desde los grandes barrancos del río Segura y sube cubriendo todo el pueblo y las llanuras que hacia las partes altas se alargan. Más al fondo y cerca de vosotros, los tejados de las casas con sus tejas rojas y las paredes color piedra oro. Detrás, a tres metros de ellas, se alzan los almendros cargados de ramilletes de florecillas rosadas y la noguera chica. Un cuadro sencillo pero cargado de belleza tranquila y algo mágica. Te preparas, encuadras y recoges el momento para que se conserve hasta el final de los tiempos. Es lo que grita tan delicada imagen y en el fondo también tú deseas.

Miras al río y como el agua baja espléndida, toda ancha y llenando de música blanca tanto la tarde como el barranco por donde se quiebra, a tu mente acude el otro recuerdo. Lo viste un día, no sabes dónde y cómo y era puro como el viento amigo que acaricia estos rincones. Al encontrarte con ellos lo primero que te dijeron es lo de este río.
- ¿Qué cosa es la de este río?
Le preguntaste.
- El paseo en forma de ruta que desde las casas finales del pueblo sube por el valle del paraíso bello.
- ¿Y qué cosa ese valle del paraíso con su paseo de ensueño?
- Pues precisamente eso: el paseo de ensueño que sube por el río, rozando las aguas y acariciando el perfume que mana de los tomillos pequeños.
- ¿Pero por dónde va ese tan delicado paseo?
- Ya le hemos dicho que sube rozando el río y lo que tiene de original es precisamente el agua que desciende por esa corriente tan limpia que parece viento.

Usted la mira, mientras sube lento por el camino de tierra y en todo momento va sintiendo la sensación de un juego de espejos líquidos mezclados con viento, la luz fina que rebota en las rocas y el verde pradera de la hierba que por las riberas se mece.
- Pues según me lo pintas, ese paseo o ruta que lleva al nacimiento, podría se el espejo del río Segura en los rincones de su cuna chica.
- Eso es lo que queríamos decirle pero con otras palabras y más rotundamente. Es como un reflejo de muchas luces transparentes donde se mecen las rocas de las orillas y las hojas de los álamos y aunque es espejo y al mismo tiempo viento, no es nada de eso ni tampoco agua que se quiebre según desciendo por entre la arena fina y los álamos esbeltos. El espacio que ocupa el río al pasar por aquí y la pista de tierra subiendo por su borde, es como un edén alargado que surge desde el suave terciopelo del espíritu y se pierde un poco más arriba entre la ternura del alma que descansa en la hierba del recodo silencioso. ¿Lo entiendes?
- Quiero entenderlo pero me quedo sólo en la intuición.
- De todos modos es igual. Usted quédese sólo con una realidad sencilla.
- ¿Y cual es esa cosa sencilla?
- Que este recodo del río no es tal cosa sino el paseo chico del espejo. Las aguas del río recién nacido, el viento, el silencio de la tarde y las rocas asomadas, eso es lo que gritan. El paseo del espejo, es como debería llamarse para que la gente lo comprenda un poco.
- Si fuera así y debería serlo por lo que encierra, según me cuentas, el nombre que me dices, le cuadraría bien a este rincón no para que las personas lo comprendieran un poco, sino para que unos y otros dieran gracias al Padre eterno por una maravilla como esta. Sería como tener aquí mismo y al alcance de la mano el mejor bálsamo para deleitar el alma y de la manera más sencilla y en silencio.

Luego aquella tarde seguiste preguntando, porque aún querías ahondar un poco en el tan recogido secreto del río Segura en esta curva leve de las rocas y las huertas y ellos te dijeron que:
- Lo de los patos nadando por estas corriente azules también fue real.
- ¿Y cómo de real?
- Contártelo casi te puede parecer un sueño por el contraste entre lo que ahora mismo se ve por aquí y lo que en mi mente tengo de aquellos tiempos pero te repito que fue cierto.
- Dame sólo dos pinceladas a ver si lo entiendo.
- Fue tan normal como sencillo es en esta tarde el paso del viento que nos roza. Los patos, en bandadas de cinco, diez y hasta veinte, subían desde los barrancos. Al caer las tardes se les veía surcando el espacio cielo arriba desde lo más hondo y luego aterrizar por los charcos de la curva del río. Se les sentía graznar y chapotear en el agua y de vez en cuando se le volvía a ver remontando el vuelo para acercarse más a donde brota el gran venero. Yo vi el nido de muchos de ellos escondido entre la hierba y el pasto de las orillas de la corriente y luego vi como gracioso nadaban en cuanto salían del cascarón.
- ¿Y no les temían a los humanos que por aquí trajinaban?
- Eso era otra cosa: a unos y otros se les veían yendo por la corriente de las aguas cada uno ocupado en sus cosas y hasta parecían que mutuamente se necesitaban. Alguna vez ellos se asustaban pero nunca tenían que abandonar la orilla del río. Los patos, en aquellos tiempos, eran como una necesidad palpable fundidos con la corriente y el rincón. Quiero decir que el río no hubiera sido lo que era sin aquellas aves silvestres que tan fundidas y parte, eran del paisaje de estos mágicos espacios.

- Según lo que ahora estoy oyendo de ti caigo en la cuenta que es verdad aquello de que el tiempo rompe y borra muchas cosas pero esto de los patos, su vuelo de viento claro y su chapoteo por los charcos remansados de este río, nunca debería haber desaparecido. No lo veo pero me imagino lo hermoso que en estos días sería ese juego de patos silvestres revoloteando por el rincón. Pero en fin, ahora que estamos moviéndonos por aquellas tardes lejanas tan cerca en estos momentos y tan repletas todavía de las realidades más hermosas, quería preguntarte otra cosa.
- ¿Qué es lo que querías preguntarme?
- Aquello de los árboles milenarios y en particular los avellanos por la orilla de este río. ¿Qué sabes tú?
- Sé que fue cierto.
- ¿Qué es lo que fue cierto?
- Los árboles crecían por las laderas de estos montes y eran grandes como bosques enteros. Sus troncos retorcidos se curvaban hacia los barrancos y sus ramas espesas se movía empujadas por el viento y aquello parecía un mar de sombras meciéndose con la solemnidad de lo que no tiene fin.
- ¿Y los animales?
- Todos eran silvestres y llenaban los bosques de las laderas y las llanuras, donde dormían a lo largo del día para, al caer la tarde, salir a los rasos y orillas de los ríos, a pastar y beber. Abundantes eran los animales y de todas clases pero sobre todo aves y cabras monteses. También los peces. Lo sabes mejor que nadie y todavía lo saben los que por estos días pueblan las tierras aquellas: las aguas claras que corren por este río siempre estuvieron repletas tanto de truchas como de otra clase de seres vivos. Los peces por aquí fueron tan abundantes como los árboles de los bosques y eso era maravilloso.
- ¿Y lo de los avellanos?
- Fueron los árboles más bonitos que por las riveras de este río, crecieron. Lo llenaban todo. Desde las laderas umbrosas, cubiertas por las sombras y el musgo hasta las mismas orillas de las aguas de este río. Por aquí mismo, los fresnos, los robles y las encinas, se apiñaban contra los avellanos y aquello era un gozo supremo cuando los frutos estaban maduros. Las ramas se doblaban empujadas por el peso y luego las bellotas y las avellanas se abrían al sol doradas como la miel más pura.

En pocos días, cuando aquellas avellanas resbalaban de los tallos maduras y repletas de sabores, el suelo se llenaba de frutos, las oscuridades de las sombras se poblaban de pequeños animalitos y los aires se saturaban de aves ligeras. Unos y otros y también los humanos, acudían en busca del festín generoso que el bosque derramaba y aquello era un placer verlo y tocarlo.
- Pero los avellanos, ¿dónde estaban?
- Ya te he dicho que principalmente ellos llenaban la orilla de este río. Clavados en la tierra fértil que junto a las corrientes se amontonan, crecían robustos y espesos y otros por las laderas del cerro que sube. Sus largos tallos cimbreantes, sobresalían por entre la espesura del bosque y algunos eran tan viejos, que tenían troncos parecidos a los de los robles. Estiraban las ramas hacia el barranco y su sombra cubrían medio mundo.

Penetrando en el rincón
Al oír lo que has oído, sientes como si aquel pasado todavía estuviera presente por el rincón a pesar de los años. Sientes que muchos de los rumores, sombras y luces que ahora mismo se proyectan por entras las piedras blancas que desde las cumbres caen hacia lo hondo del valle, fueran aquellas mismos impregnadas de aquella esencia del pasado, todo presente de estos días y cuajadas con de secretos y gozo a punto de florecer en los días que están a punto de llegar. En compañía de tu amigo, su hija y la amiga, seguís la ruta que esta tarde habéis trazado rumbo al palpitar de la fuente y el misterio de día que cae y al pasar por el sitio, miras y ves:

A la derecha te queda el depósito del agua.
- ¿Es sólo para abastecer a Pontón Alto?
Le preguntas a tu amigo.
- Es el mismo para los dos pueblos pero que esto se llama Pontón Alto.
Camináis por un rellano que al mismo tiempo que sube en la dirección en que se encuentra el nacimiento del río, corona la cuesta que habéis recorrido. Uno de los viejos molinos os queda a la izquierda, algo metido en lo hondo cerca de la primera gran curva que traza el río.
- Si queréis podemos acercarnos a verlo y así dejamos que mi amiga beba agua.
Os pide la hija.
- Sí, vamos a verlo.
Le dices enseguida porque en el fondo esto es lo que quieres. Para esto has venido hoy por aquí.
- ¿Dónde se encuentra el molino?
- Llegamos a él siguiendo una de estas viejas y estrechas calles.
Miras y como el rincón te parece además de bonito, emocionante, les dices:
- No importa perder todo el tiempo que sea necesario porque lo que pretendo es empaparme del latido de cuanto por aquí respira. ¿Se puede subir luego por ahí para arriba?
- Sin problema ninguno.
Responde enseguida el padre al tiempo que te informa de la casa que os va quedando a la izquierda.

- Es la casa de la Pitusa que se encuentra en el Collado de los Huertos.
- ¿Cuál es ese collado?
- Este que vamos pisando ahora mismo.
Y el río que se ve al fondo, alargado y bajando lleno de aguas limpias y escoltado por las paredes de las rocas al otro lado. Justo en su orilla crecen los álamos y por entre ellos, las tierras llanas de las huertas. Vuelves a preguntar y tu amigo insiste que todo el rincón de las huertas y el morro del cerro que habéis coronado, llama el Collado de los Huertos. Que algo más arriba hay un sitio que le dicen la Huerta Larga. Aquí en este lado, otro rincón que tiene por nombre el Corralón.
- En fin, que a lo mejor en ese mismo trozo hay dos o tres nombres.
Estáis mirando y de pronto, por una senda estrecha que remonta desde el río, ves a un hombre avanzar cuesta arriba. Sube lento porque ya es mayor y al veros se retiene un poco. Trae acuesta un excavillo y una cesta en la otra mano. Os paráis frente a él esperando a que se acerque.
- Espera que llegue para saludarlo.
- Lo vamos a esperar, sí.
Y en cuanto se acerca le preguntas por el nombre.

- Pues yo me llamo Isidro.
- ¿Y de dónde vienes tan solo?
- Pues de cavar unos “ajuchos” que tengo.
- ¿Habrá buena cosecha este año?
- Ya veremos a ver la primavera como viene. Hasta ahora “paece” que no viene muy buena. Como no llueva, las tierras se van a secar.
- Pero con el agua que corre ahora mismo por el río, no tendrás problemas.
- Para regar si hay agua pero el campo necesita lluvia para que no se seque la hierba que es lo que da vida a las ovejas.
Caes en la cuenta que precisamente estás en la tierra de las ovejas. Ellos necesitan del campo para que su ganado tenga vida, la principal fuente de riqueza en la zona.
- ¿Y qué otra cosa siembras en el huerto?
- Pues patatas, habichuelas, tomates... en fin, lo que le paece a uno.
- Algo ayudará en la economía de la casa.
- Así es como siempre hemos vivido.

Tu amigo lo sigue mirando y ahora le pregunta:
- ¿No has ido todavía a la revisión?
- Dentro de unos días me voy.
Al oírlo le preguntas:
- ¿Que te pasa?
- Pues ahí el estómago y la angina de pecho que tengo.
- Pues la cuesta que vienes subiendo no es buena para eso.
- Tengo que subirla despacio.
Lo despedís y seguís vuestra ruta. Subís a un rellano pequeño y ya por aquí no hay casas. Algunas cocheras.
- El “Piadao”, le decimos nosotros y esto es porque a la madre le decían Piadá.
Por detrás de la cochera os vais y empezáis a caer hacia el río siguiendo una leve senda tallada en la roca. Tu amigo piensa que vas a irte recto hacia el río y al mirar te dice:
- Por ahí no podemos tirar.
Y es porque de frente lo que os sale al paso es un pequeño corte rocoso.
- Tenemos que dar la vuelta para ir al molino del tío “Jarcinto”.
Lo sigues y mientras avanzáis por la estrecha senda tallada en las rocas vivas, vas gozando de la visión que destaca al fondo. El río surcando la tierra, una gran chopera que destaca potente surgiendo del barranco. Las rocas al otro lado, caen en picado tajando la muralla.

A tu mente acude la imagen de los niños cuando aquel día iban por aquí. Los viste montados en su mulo y eran tres. El mayor ocupaba la parte primera en el lomo del mulo y llevaba en sus manos el cabestro. Descendía cómodamente por la senda y conforme se aproximaban a la corriente los pequeños les decían:
- En cualquier descuido de estos resbalamos y caemos al suelo.
- No tened miedo que yo llevo firme las riendas de este mulo.
- Pero como el mulo tropieza, ya verás a donde vamos a ir todos nosotros.
- El mulo no tropezará porque es un buen animal y ya nos conoce. El se siente orgulloso de llevarnos en su lomo.
- Y cuando lleguemos a la corriente ¿Cómo nos la vamos a arreglar?
- Este mulo también es valiente. Ya conoce esta corriente por las muchas veces que por aquí ha pasado. Viereis como en cuanto llegue, ni se para. Tal como va en este caminar seguro, se meterá por las aguas y antes de que nos demos cuenta estará en el otro lado.
- Ojalá sea así, porque fíjate lo crecida que hoy va esta corriente. Si el mulo no quiere pasarla ¿dime como nos las vamos a arreglar nosotros?
- El mulo la pasará y como otras tantas veces, nos llevará hasta donde tenemos que ir sin problemas de ninguna clase.

Esto iban ellos comentando mientras se acercaban a la corriente del río como también tú lo haces ahora. Aquel día, tal como decía el hermano mayor, ellos pasaron al otro lado sin percance de ningún tipo y como aquel día y la tarde, era tan bella en medio de este rumor de aguas que corren, lo recuerdas ahora con el gusto de la añoranza y la belleza. Y, además, mientras os vais acercando al molino, a tu mente acude otro recuerdo.

Es ahora el de tus amigos de Úbeda, Mariana y su marido Luis. Ellas es hija de pastores que viven en la aldea de los Teatinos y desde que se casó hace ya casi dos años, anda con la ilusión de encontrar un buen trabajo. Por fin un día se vino a Úbeda y como no puede olvidar las tierras de donde procede, le da vueltas a la idea. En más de una ocasión ha pensado comprarse algunas casas de estas viejas que ahora se caen por aquí y después de acondicionarla, dedicarla a lo que ahora llaman turismo rural. Ellos lo comentan contigo y otros amigos que tienen precisamente de este pueblo y unos y otros pensáis que el proyecto puede ser bueno.
- En los próximos años, es seguro que aumente mucho el turismo por estas sierras. Los que se preparen y sepan montar las cosas pensando en esos próximos años, pueden encontrarse con resultados buenos.
- Eso es lo que me dice mi amigo. El quiere comprarse algunas casas y luego trazar rutas para así aprovechar, igual que otros muchos, aquellas cosas buenas que traiga el turismo.

Le dices que sí, que puede ser una gran realidad este sueño y al mismo tiempo piensas en estas sierras. Lo que unos y otros están liando por aquí con el dichoso turismo. Mapas por un lado, libros por otro, casas rurales, rutas en caballo, bicicleta y todo terreno, rutas a pie a los rincones más apartados, restaurantes, hoteles, coches y más gente. Todo el mundo quiere sacar dinero de estas sierras y de los turistas que a ellas acuden. Todo el mundo tiene proyectos y todo el mundo sueña en futuros deliciosos. Por eso, ahora una vez más, recuerdas que es lo que hace ya años empezó a germinar y todavía no ha parado. Todavía no se han encontrado ni los modos adecuados ni la manera más certera, en bien de la naturaleza y de los turistas, para realizar los proyectos adecuados y justos.

Vais ahora por una pequeña calle encementada sin dejar de bajar rumbo al molino que la hija te quiere enseñar. Si miras hacia la izquierda, se ve el pueblo completo. Ya estáis muy remontados y casi fuera de las casas. Se ve el río y algo más abajo, la junta de los dos cauces. La del río y la del arroyo que baja por aquel lado de la casa de tu amigo. Otra calle más os sale al paso y de nuevo exclamas:
- ¡Qué bonito es esto! No lo creéis pero por lo que estoy descubriendo, es tan grande como Pontón Bajo.
- Es más grande.
Y ahora caes en la cuenta que las casas empiezan justo donde el río brota. Junto a lo que por aquí llaman “La Fuente”, es donde principian las casas de este esturreado pueblo. Fuente Segura de Arriba, se llaman las primeras. Las que siguen Fuente Segura de Enmedio y las otras Fuente Segura de Abajo. Luego continúa con estas casas de Pontón Alto y ya más adelanta, Pontón Bajo. Un sólo núcleo de población muy desparramando junto a las aguas de los primeros metros de este río. ¿Por qué salió este bello pueblo con esta configuración y no con otra?

Tienes claro que ellos se fueron acomodando lo más cerca posible de la corriente del río y allí donde existía un trozo de tierra bueno para cultivar. Y como todo surgió en tiempos tan remotos, ni siquiera pensaban en otra cosa que no fuera construirse la vivienda y labrar un trocillo de tierra. Conforme pasaron los años, los que iban llegando o naciendo, seguían levantando casas sin otro fin que poder cobijarse el algún rincón para guarecerse tanto de las nieves, el frío y las lluvias como de los días calurosos en verano. El pueblo, todas las casas que por este rincón se concentran junto a la corriente, salió así y es ahora cuando ya los humanos sienten la necesidad de ordenar y clasificar las cosas. Pero queda claro que desde aquellos tiempos esto salió así y aunque hoy las casas se estiran y derraman por aquí y por allá, no cabría decir que lo de arriba tiene un nombre porque son unos y los de abajo tienen otro nombre porque son otros. El río, las riveras de tierra fértil, las nubes que coronan el cielo y las rocas blancas de las soledades de estos campos, los une a todos en un sólo pueblo algo desparramado. Ellos lo vivieron así desde aquellos tiempos llamándose entre sí “hermanos” y todavía siguen sintiendo tal unión en lo más profundo de su ser.

Por la calle que ahora pisáis camino del viejo molino, otro rinconcillo te sale al paso. Otro precioso rincón recogido entre las últimas casas de pueblo y embellecido con una buena colección de piedras curiosas rebuscadas por los montes cercanos. Te asombras un poco más mientras dócil sigues a tu amigo. Se termina la calle y al frente ya te quedan las paredes del viejo molino. Pero en este momento lo que más te llama la atención es la casada que de pronto aparece ante ti. Salta al final de la curva que el río ha trazado y por detrás del molino. Te asombras al verla y así se lo manifiestas a tu amigo.
- ¿Te lo esperabas ton bonito?
- Ni por equivocación. ¿Cómo se llama tan asombrosa cascada?
- A esto nosotros siempre le hemos llamado el Chorreón.
Y al oír tal nombre, recuerdas que en las sierras de este Parque Natural has encontrado unos pocos rincones que se llaman igual que este. Quizá el principal de todos, el de tu amigo Ángel Robles: el Molino del Chorreón en la cola que el Pantano del Tranco tiene cerca del pueblo de Hornos. Ya no existe porque lo derribaron cuando la construcción de tal pantano. Pero las ruinas y la caída de la casada del Chorreón siguen ahí, ahora ya abandonada y en silencio. Otro chorreón se da por el arroyo del Cerezuelo, en la Sierra de las Lagunillas. En el cauce del río Borosa, casi nadie sabe que también existe una caída que se llama el Chorreón y un cuarto, sabes que corren por las sierras de Segura, cerca de las tierras del pueblo de Miller. Al menos cinco o seis son los chorreones que conoces aunque intuyes que son más y en muchos sitios de estas extensas sierras.

Este que tienes aquí delante ahora mismo, te llama la atención por lo impresionante y bonito además del rincón oscuro que lo acoge y la hondonada. Es una cascada precisa precedido de una vieja noguera justo donde el espigón de rocas se mete hacia el río obligando a éste a trazar una curva ampulosa. La primera gran curva del río Segura por lo pronunciada y cerrada al mismo tiempo. Le preguntas a tu amigo y te dice que:
- Yo no puedo recordar cuando nació este nogal por la sencilla razón de que cuando yo nací ya estaba lo mismo de grande que lo vemos ahora.
- ¿Quieres decir que tiene más de trescientos años?
- No sería eso ninguna cosa del otro mundo.
- ¿Desde cuando lo recuerdas?
- Ya te he dicho que desde siempre y lo mismo de grande y grueso que lo vemos ahora.
- ¿Y qué era lo que me decías que había al fondo de la calle a la derecha?
- Eso quería decirte: aquí se alzaba una construcción que le llamábamos la tiná de la hermana Barbina.

Miras y sigues observando lo mismo: tanto en el nogal como las ruinas de la tiná están en el puntalillo que se mete hacia el río. Tanto te entusiasmas que en estos momentos te quieres meter hasta el centro de la misma cascada.
- ¡Que por ahí no tenemos salida!
Te indica tu amigo.
- Pero encuentro tan bonito todo lo que por aquí veo, que me entran ganas de hacer una foto.
Se lo dices a la hija y a su amiga y empezáis a iros hacia donde corre la cascada.
- Pues veniros porque este caminillo que llega hasta el mismo Chorreón.
Te dice tu amigo. Lo seguís y otra vez le preguntas por el nombre de los sitios. Te responde diciendo que esta senda se llama el caminillo que lleva a la misma puerta del Molino.
- El camino del Molino es su nombre.

Os acercáis a la construcción y como a pesar de tanto y tanto, sigues siendo un gran ignorante de mil cosas y muchas más por estas sierras, crees que la puerta de esta ruina es el molino. Te asombras de tanta y tanta belleza a pesar de la soledad y el abandono y entonces tu amigo te orienta diciendo:
- El molino está allá en lo hondo.
- Entonces esto que tocamos ¿qué es?
- Esta parte de aquí es la vivienda. Ven por aquí y verás.
Te conduce por la estrecha veredilla y te lleva a lo que él llama “el Cáncamo”. Una reguera muy estrella, sin agua ahora mismo, por donde en aquellos tiempos del molino entraba la corriente.
- Ese agujero que se ve ahí al final es por donde caía en picado la corriente. Como está en pendiente, tomaba fuerza y de ese modo movía las piezas que ponían en funcionamiento toda la maquinaria del molino.

Miras y ves el agujero y en él, unos hierros que lo atraviesan.
- Eso era para sujetar los palos o cualquier otra cosa que arrastrara el agua.
Ya estás viendo que hoy no corre agua por este abandonado canal. Hoy no entra el agua ni por el agujero de la rejilla ni tampoco mueve las piezas del molino que adivinas encerrado en el edificio que tienes delante. Ha pasado el tiempo y al igual que otras muchas cosas en estas sierras, casas y tierras, se ha parado. Pero desde tu deseo de penetrar en la realidad de lo que ahora es puro silencio, te adentras por el agujero siguiendo la cascada del agua que cae y llegas hasta el corazón del viejo molino. Lo ves moviéndose al ritmo que el agua cae y también las poleas y las piedras. Los granos de trigo entran por un lado y salen por otro y la harina cae.

Vigilantes y atentos, ellos se mueven por entre las descoloridas máquinas y los que vienen de las tierras, descargan sus costales tanto de centeno como de trigo y cebada.
- ¿Cuándo me toca a mí?
Preguntan al molinero.
- Si te esperas un poco, lo molemos ahora para que te puedas llevar al menos un costal de harina.
- Es que mi mujer quiere amasar mañana.
Y los granos gordos que tienen el color de los rayos del sol cuando por las tardes se oculta tras las montañas de rocas blancas, son bañados por el agua limpia que baja por el río. Luego pasan a los otros costales, las piezas del molino que los transportan hasta donde serán machacados y la harina que brota. Todo sencillo, lento sin parar ni un instante y lleno de amor. Como un juego para llenar las horas de los largos días y al compás de la corriente que no se detiene. ¡Ay que ver qué cosas aquellas, ellos y sus trajines y aquí en este rincón tan grande!

Al tiempo que repartes tu interés en las instalaciones de este viejo molino no dejas de buscar curiosidades. Ahora te llama la atención el tapiz de musgo que cubre todas las rocas de la entrada del molino y el espigón entero que cae hacia la curva. En la misma puerta de la vivienda, descubres una fuente con su grifo y todo pero por donde no corre agua. En la parte de abajo, donde debía caer el chorro cuando sale agua por el grifo, ves el agujero tallado en el cemento para encajar el cántaro mientras se llenaba. Lo mismo que viste aquel día en la vieja fuente de la desaparecida aldea de Bujariza. la hija se te acerca y te dice:
- Como puedes comprobar, el molino se encuentra al final de un breve puntal que cae hacia el río. Porque el puntal es grande y además de pura roca, el cauce del río tiene que irse hacia aquel lado hasta encontrar un resquicio entre la pared de aquella cuerda y la tierra blanca de la rivera, para abrirse paso y seguir su rumbo. Eso está claro porque a la vista lo tenemos pero por el gran rodeo que el cauce da es por lo las aguas trazan la elegante curva del Chorreón o del Molino de Jacinto.

Fíjate si se concentra cosas en este punto. El espigón que cae y ya hemos dicho que es pura roca, el molino construido en esta pura roca para que sus cimientos queden firmes, las nogueras que aprovechan la poca tierra que entre las rocas se acumula y crecen robustas, con cara ya de milenarias, la cascada del Chorreón, la curva que en cuanto gira hacia el pueblo, como puedes ver, se convierte en torrente, el corralón de la pared rocosa al otro lado, el bosque de álamos y en lo poco que queda, las tierrecillas que los habitantes de este pueblo mío, labran desde hace siglos. Fíjate en tan poco cosa cuanto es lo que se concentra y al mismo tiempo tan lleno de vida y misterio. ¿Te das cuenta?
La miras y quieres decirle que intentas darte cuenta pero que te sucede como otras tantas veces: la realidad presente y tangible eclipsa levemente ese otro mundo, donde dentro del alma, las cosas adquieren la dimensión de lo trascendente. Descubres que es grande y bello cuanto ante tus ojos tienes ahora mismo pero no lo sientes con la fuerza y claridad que quisieras. Quizá tenga que suceder como también tantas otras veces: será necesario la lejanía y con ella la añoranza, para así medio darte cuenta que aquí se concentra la vida en su estado más puro.

El molino y las violetas
Tu amigo se te acerca y en ese deseo de llenarte de las cosas sencillas de su tierra, te dice que algo más abajo está la era del tío Genaro. También te dice que por entre estas rocas, unas de las florecillas que más abundan, son las violetas.
- Pero no esa que llaman de Cazorla, sino la otra. ¿Sabes qué nombre es el suyo?
- Será la Violeta adorata, que quiere decir rojo morado. ¿La habéis usado vosotros alguna vez para curar enfermedades?
- Que yo recuerde, nunca. ¿Es que esa flor cura cosas?
- Yo sé que los antiguos la usaban como vomitiva. En un libro muy gordo que se llama Dioscorides se dice que: “Este vocablo purpúreo, significa unas veces el color roxo escuro, cual se ve en la sangre cuajada y en las piedras llamadas ematites. Y otras nos dan entender el morado. Tiene la violeta virtudes de mitigar los dolores que proceden de causa calientes. Provocan sueño, molifica el vientre, refrena la cólera, mitiga la sed, son útiles a todo género de inflamación, ablanda el pecho, adelgaza las asperezas de la garganta y administrada útilmente, el dolor del costado. Hácese un jarabe solutivo y muy excelente para las enfermedades del pecho con la novena infusión de las moradas violetas. Se usa también como sudorífica. Las hojas se consideran emolientes y la raíz tiene principios vomitivos a causa de su contenido en saponinas. A pequeñas dosis se da como expectorante”.
- ¿Para todas estas cosas, según ese libro, sirven las violetas?
- Esto es lo que ahí se dice.

En estos momentos, la hija se te acerca y te dice:
- Pues para que coste y se sepa, para lo único que yo he visto usar estas florecillas diminutas en este pueblo mío, es para decorar las casas y llenarlas de perfume.
- ¿Tú has visto eso?
- Lo he visto muchas veces porque cuando yo era todavía una niña, una cría pequeñuela que para lo único que servía era para jugar y pasármelo bien, mi madre me las cogía del campo. Hacía un ramico con ellas, me las ponía en un tarrico en mi casa para adornarla y para que el ambiente se llenara de perfume. A ella le gustaba esto mucho porque se sentía feliz viéndome a mí alegre con aquellas florecillas. Siempre me decía que su hija, que por supuesto era yo, se parecía a una de aquellas flores moradas. “¿Por qué dices eso, madre?” Le preguntaba yo a lo que ella me respondía: “Es que no hay, en el mundo entero, una niña tan bonita, cariñosa y buena como tú. Estas florecillas son como un detalle de mi amor por ti ya que no puedo otra cosa”. “¿Y qué esa otra cosa quisieras?” Le seguía preguntando a mi madre. Ella me respondía diciendo: “Pues lo que yo quisiera es poderte abrazar a todas horas hasta comerte enterica. Quisiera que fueras para siempre el mismo latido de mi corazón y la misma sangre que corre por mis venas”. “¿Y eso por qué es, madre?”. “Por lo que ya antes te he dicho: te veo tan delicadamente bonita y dulce que sólo comiéndote toda enterica me saciaría de ti para siempre”.

Luego mi madre seguía diciéndome cosas y más cosas, todas bonitas y grandes y claro: como yo era tan renacuaja, ni me enteraba de la importancia que aquellas palabras tenían. Pero de lo que sí me daba cuenta era que aquello me gustaba a mí. Me dejaba un sabor alegre y dulce por dentro que me tenía contenta y llena de felicidad todo el día. Así me crié yo: enredada en un puro juego de amor y repartiendo a todo el mundo sonrisas y simpatía. ¡Qué cosas aquellas y qué madre la mía, con sus florecillas y las expresiones de cariño para con su niña del alma!
Al oír lo que has oído también ahora exclamas:
- Desde luego qué cosas tan bonitas y en este rincón lejano donde, hasta muchos piensan, que la vida es casi imposible. Que la vida es simple y vacía de fuerza que la trascienda.

Mientras por tus ojos han ido entrando los colores brillantes de las diminutas violetas escondidas y aplastadas por entre los huecos de las rocas, recorres el puntalillo que busca el río. El asombro te desborda y por eso no sabes ni dónde pararte ni a qué sensación agarrarte. Te has quedado casi encerrado por la corriente que baja, rodea el puntal, vuelve y sigue bajando. Las nogueras te arropan y las rocas de la ladera de enfrente te aplastan. ¡Qué nogueras las que en este rincón crecen! Te vienes, desde el puntalillo, un poco para el lado izquierdo por donde se ha quedado tu amigo con la intención de enseñarte el lugar y al bajar de las rocas y cruzar la sombra de la noguera, te tropiezas con el rellano.

- Esta es la era que antes te decía. Lo que ves en aquel lado, son las tierras de las huertas, el castellón lo tenemos un poco más abajo, aquí mas cerca las curvas y las cascadas del río que avanza como puede y lo que ahí retumba, con los sonidos de mil cristales que se rompen, es la gran cascada del Chorreón. ¡Fíjate que grandioso es esto a pesar de no aparentar nada!
Lo escuchas y como la cascada la tenéis al alcance de la mano, os movéis un poco hacia ella. Os paráis en lo alto de unas piedras que sobre salen y despacio la contempláis. Las zarzas arrancan desde vuestros mismos pies, el agua de cauce casi os salpica y la hondonada de canalón se os mete por los ojos.
- ¿Qué vivencias me decías que tienes desparramadas por este rincón?
Le preguntas.
- Lo que antes te decía es que ahí, en ese mismo charco donde la cascada se derrama, yo me he bañado muchas veces. Nosotros le decíamos el Charco del “Zurrión”.
- ¿Cuándo fue eso?
- Pues era todavía un niño. Y como ya sabes las cosas de los niños, nos juntábamos al caer la tarde y nuestras diversiones era venirnos a este charco a bañarnos. Eran épocas en que el río llevaba menos agua. Por eso nos metíamos por completo debajo del chorreón que cae y aquello era un gozo tremendo.

Lo escuchas atento al mismo tiempo que asombrado contemplas despacio cuanto antes tus ojos se abre. De un lado sientes bienestar por la belleza que de esto y aquello mana y por otro lado siente como un poco de pena. Cuando ellos venían a este rincón a bañarse, seguro que incluso estaba hasta más bonito. No habría tantas zarzas y los caminos estarían más claros. Seguro que las personas llenarían, ocupados en sus tareas, todas las riveras y sendas de este río y aquello daría gusto. Ahora, en este mismo momento, la orilla del río, el borde del charco, las sendillas que van y vienen, las casas y calles del pueblo, se ven solitarias. Muchas de las tierras ya no se cultivan y por eso las zarzas avanzan tapando caminos y llenando el ambiente como a ausencia un poco amarga. Ellos, y ni los conoces, ya no son lo que eran. Se han ido de estas tierras suyas y por eso ahora se ve tan impregnada de soledad a pesar de su belleza. Por eso por aquí se palpa la presencia de aquella ausencia, pincelando el ambiente como de una soledad desconsolada.

No se ven caminando por las calles del pueblo ni tampoco se ven caminando por las sendillas ni cultivando sus tierras. Y sabes que a pesar de todo, muchos ahora vienen por aquí pero notas que no es lo mismo. Los que son de aquí, si ahora vuelven, en el fondo no son ellos mismo y los otros, los que vienen en avalanchas buscando no se sabe qué por estas tierras y por eso no son de aquí, no les prestan ninguna verdad a estos paisajes y por eso ni siquiera le dan lo que a ellos les falta. Los turistas son otra realidad porque siempre serán de fuera y vendrán por aquí como de paso y apoderándose de esto y aquello. Intentas sacar fuera de ti una hebra de este sentimiento y al captarlo tu amigo, como no sabe decir más, porque él si lo entiende todo, te dice:
- ¡Ea! Las cosas son así.
- Pero fíjate lo solos que estáis ahora y las casas con sus calles.
- Mejor lo sé yo que, a pesar de todo, aquí me mantengo fiel.
- ¡Qué tremendo, verdad y qué impotencia!
- Y más lo es aún cuando ves que este río, los álamos que se mecen y las florecillas que brotan, sigue casi con la misma imagen limpia y dulce de aquellos días. Como si nada hubiera cambiado a pesar de los días transcurridos y lo mucho que algunos hemos envejecido.

Su presencia y la tierra
Sin decir una palabra más, dejáis el pedestal que os ha sostenido frente a la cascada. Dais media vuelta y comenzáis a subir por las tierrecillas que por el lado derecho, según se va hacia el nacimiento, quedan extendidas junto al cauce. Remontáis un puntalete y como la ruta sigue aguas arriba, en lugar de volver por la misma senda, os metéis por las tierras de un pequeño hortal. Estas sí están labradas y, además, sueltas. Al pisarlas te hundes y entonces notas lo buenas que son estas tierras.
- Es que como puedes intuir, se han labrado desde tiempos lejanísimos. Y como también sabes , por aquí todo el mundo tiene ovejas. A estas tierras, el único abono que de siempre se la ha echado ha sido eso: basura de los rebaños.

Y en este momento, te parece verlos, enredados por entre el tiempo que se ha ido y por eso allá lejos pero presentes y llenos de vida por entre las tierras que siempre les pertenecerán. Están viviendo días agitados por culpa de los que por aquí han llegado deslindando fincas y trazando planos. Los que son tus amigos se reúnen cerca de las aguas del río porque aquí es donde ellos tienen su trabajo y están ocupados en las labores de la tierra, cuando lo ven a él que se acerca por el caminillo que baja del otro lado.
- ¡Ya veréis a lo que vienen hoy!
Comentan ellos mientras esperan que llegue el que se acerca. Por un lado ellos esperan que les traiga buenas noticias, porque eso es lo justo y lo que les pertenece y por otro lado, como ya los conocen, temen lo contrario. Pueden llegar con otra noticia de expropiación o más denuncias.
- No os asustéis, personas de poca confianza.
Les decía al acercarse a ellos.
- Nosotros no estamos asustados, señor. Como puede ver, estamos aquí labrando estas tierrecillas y como lo hemos visto venir nos hemos puesto a esperarle porque nos alegramos verlo.
- Eso será verdad pero según estoy viendo en vuestras caras, estáis preocupados por algo. ¿Acaso seguís pensando que no os voy a pagar lo que debemos?
- Nosotros no hemos dicho nada de eso pero ya que usted lo saca, desde luego que nos hubiera dado una buena alegría si ahora mismo hubiera traído el dinero en sus manos.
- ¿Veis como no me equivoco? Sois personas de poca confianza. Siempre estáis pensando en que no vais a recibir ni un céntimo por las tierras que os hemos quitado.
- Pues es verdad que lo pensamos porque aunque usted y sus compañeros nos lo han prometido una vez y otra, el tiempo pasa y las palabras no se hacen realidad. ¿Cuándo va a pagarnos usted?

- Vuelvo a deciros que sois personas de poca fe y menos paciencia. Ya os he dicho mil veces que no os preocupéis porque os vamos a pagar y crecidamente, todas las cosas que os pertenecían. Como comprenderías ahora mismo no puede ser porque el dinero no lo voy a llevar en el bolsillo.
- ¡Claro! Eso lo comprendemos pero es que son ya más de mil veces siempre repitiendo lo mismo.
- Vosotros tranquilos que se cumplirá todo lo que se ha dicho. Ahora lo que necesito es beber un trago de ese agua fresca que tenéis por aquí, y seguir. Todavía me queda un largo camino y claro, no me voy a estar con vosotros todo el día. Dejad que beba porque tengo que seguir y ya veréis como se pagará todo lo que se debe.
- Usted puede beber todo lo que necesite y luego puede irse a donde tenga que irse, porque nosotros no se lo vamos a impedir pero ya sabe la inquietud que tenemos dentro. Creemos que por lo menos tenemos derecho a sentir esta inquietud pero también creemos que así no se puede aguantar toda la vida. Algo más de consuelo y paz es lo que en el fondo deseamos.
- ¡Que os pagaré hombre, que os pagaré! No seáis personas de poca fe.

Y viste como el que mandaba en estas tierras por aquellos días, bebió del agua fresca que ellos le dieron y luego siguió su camino. No se sabe ni a dónde iba ni qué era lo que tendría que hacer. Según él, eran cosas importantes en beneficio de estas tierras y sus gentes y al poco se perdió por los caminos que ya les habían arrebatado a los serranos. Te dio un poco de pena los hombres que allí se quedaron y te desesperó también un poco aquella tan larga espera suya. Sentiste que era un poco amargo aquel vivir sin esperanza y en el fondo también asustados.

Y estabas allí mirándolos como si en el fondo buscaras la manera de echarle una mano, cuando viste que por el mismo camino que se había perdido el que ahora hacía de dueño, apareció otro montado en su caballo. Los hombres lo miraron y al verlo con aquella facha y con los animales de la montería allí colgando en las bestias, se dijeron:
- Este es otro como aquel.
Y en cuanto estuvo a cerca de ellos también les pidió de beber.
- Agua sí le podemos dar, señor. Es lo único que nos sobra mucha en estas tierras nuestras.
- Es que vengo muerto de sed después de trotar tantas horas por el monte. Un día entero para matar dos animales tal como estáis viendo y ni siquiera son grandes. No es justo una suerte como la mía.
A estas palabras, los amigos tuyos allí presentes, no quisieron decir nada. El tema aquel les venía largo y más aun los hombres que a él se dedicaban.

- ¿Es que no os gustan las piezas que hemos cobrado?
Preguntó el que había llegado. Los hombres lo miraron y algo temerosos dijeron:
- Es que estamos viendo algo muy extraño, señor.
- ¿Qué es lo que estáis viendo?
- Pues que ese animal que usted lleva ahí y cree que acaba de matar en su magnífica montería, no está muerto del todo. Ese animal aún respira.
El que había llegado miró a los hombres de la tierra y ya un poco enfadado dijo:
- Vivo no puede estar ese animal porque le acaba de dar tres tiros.
- Usted mírelo despacio ya verá como respira.
- Bueno y aunque respire ¿qué pasa?
- Pasar no pasa nada pero da un poco de pena ver sufrir de este modo a un animal tan bello como ese.
- ¿No querréis que me baja ahora del caballo y me ponga a pegarle tiros aquí mismo para rematarlo?
- Lo que usted podría hacer es bajarse del caballo y en lugar de ponerse a pegar tiros, soltar ese animal para que se vaya a su mundo. Ya está viendo que respira y eso es un sufrimiento inútil al mismo tiempo que cruel.
- Y de esta manera tan tonta, echo a perder todo un día de caza y me arriesgo que luego los amigos me digan esto y lo otro. No pensáis con lógica y por eso ya me voy. No sé por qué me he parado aquí con vosotros.

Viste, como tantas otras veces, que los de la tierra una vez más fueron despreciados por los que habían venido de fuera. Viste como se quedaron tristes por las cosas que aquellos otros hacían y decían y ni siquiera eran escuchados. Como si ni siquiera tuvieran nada que decir siendo ellos los más grandes y dueños de los rincones que pisaban.

Esta otra tarde de primavera adelantada caminando por la orilla del río limpio, sigues los pasos de tu amigo. Cruzas las tierras que todavía riegan ellos y a cada instante va exclamando admiración. No vais por senda alguna, sino resto río arriba porque él sí conoce a fondo el lugar. Junto a los álamos blancos que aunque sin hojas aún, se mecen elegantes, se para la hija. Os espera y cuando ya estáis cerca pregunta:
- ¿Padre, que dice mi amiga que si puede beber agua en este río?
- Que sí mujer. ¡Pues anda que no está limpia esta corriente!
Al oír la opinión del padre, las dos se agachan frente a la corriente. Lavan sus manos y beben del líquido cristal que desde los montes bajan. Al verlas y oírlo, para ti te dices que es un riesgo. El agua se presenta pura, cristalina como el viento que por la tarde se pasea pero en estos tiempos las cosas no son igual que en aquellos tiempos. Piensas que es un riesgo beber agua en la corriente de este río aunque sea a cien metros de donde tiene su fuente principal.

No les dices nada y sigues en tu asombro. Descubres que habéis salido otra vez a la misma corriente después de atravesar el barbecho de una de las huertas y ahí mismo aparece otra vez el camino. Os subís al borde de una acequia y por ahí camináis.
- Es este el canal que llevaba el agua al molino que hemos visto antes.
Te aclara tu amigo.
- De aquí mismo cogían el agua y como puedes ver todavía crecen por aquí los chopos.
- ¿Cómo le llaman a este rincón?
- Siempre nosotros le hemos llamado la Chopera del tío Jacinto por lo que ya te he comentado antes.
Hay aquí, como una corta cerrada y por el lado que subís, se acumula un pequeño puñado de tierra. Justo de este punto arranca el canal y crecen los árboles. Miras a la corriente y además de verla cristal, grandiosa y señorial, la descubres cuaja de vida. Los berros crecen espesos bajo el agua que pasa y como brillan tan verdes, le preguntas a tu amigo si se comen. Bueno, tú sabes que los berros sí son comestibles pero en el fondo lo que deseas es saber si ellos se los han comido alguna vez. Te refieres a todos los serranos y no a uno concreto. El te responde diciendo que:
- Nosotros nunca hemos sido amantes a las hierbas del campo.

En la misma curva, otra más leve que el río traza por aquí, en las rocas de la derecha, descubres un covacho.
- La Presa del tío Jacinto se llama esto incluyendo el covacho, la tierra de la huerta, la cerrada, la curva, los álamos y el canal que lleva el agua al molino. Ahora mismo no va agua por esta acequia porque todavía nadie riega los huertos pero en cuanto avance más la primavera, empezarán a usarla.
Desde la cueva subís un poco y el primer huertecillo te dice él que es suyo. Unos rústicos escalones tallados en las rocas y remontáis al caminillo que antes habíais dejado en el collado de los Huertos. Te acercas a la amiga de la hija y entusiasmado le preguntas a ver qué siente lo que de verdad crees que debe sentir. Ella es tímida y muy parca en palabras haciendo así hornos al carácter de las personas de Canaria. Tarda en responder y cuando comienza lo hace lento y profundo:
- ¡Hermoso! Esto no lo he visto nunca en Canarias. Me han gustado los molinos, los huertos y sobre todo, el agua en tanta cantidad y tan limpia.

Por el camino se acera un hombre que viene de las partes altas. Conduce un rebaño de ovejas y sobre los hombros trae cien cuerdas de plástico. En sus manos sujeta una soga trenzada. Mientras baja detrás de su rebaño, la viene confeccionando. Al verlo la hija, coge la cámara y le hace una foto. Os paráis frente a él y le preguntas por el nombre.
- Es que yo no sé si decirte a usted el mote o el nombre.
- Tú dile las dos cosas para que se entere bien.
- Pues mi mote es el de “Tomatero” y el nombre el Ramón.
- ¿De Pontón Bajo?
- De allí soy yo, sí señor.
- Y esto que traes entre manos ¿qué es?
- Una soga que trenzo para atar una yegua.
- ¿De los sacos del abono son esas cuerdas que llevas liadas por los hombres?
- No, esto son guitas de la paja, de la alfalfa y de to esas cosas.
- Y el perro ¿cómo se llama?
- Yo no lo sé. Perro y ya está.
- Y ovejas ¿cuántas tienes?
- Ahí alrededor de quinientas hay pero no son mías. Yo no tengo ninguna, como acaba de decir tu amigo.
- ¿Y cómo es que no te las has llevado a Sierra Morena?
- Antes han estado sin ir, cinco o seis años y ahora se fueron dos años seguidos pero no les fue muy bien y por eso ya llevan dos años sin salir de aquí.

Lo despedís y seguís el camino que avanza frente a la tarde que empieza a desplomarse tras las cumbres rocosas de los montes altos.
- Todavía caminamos por lo que ya te decía antes se llama El Collado de los Huertos y vamos con dirección a Las Veguillas.
Oír el nombre los recuerdas a todos y ellos son la familia Ojeda. Un grupo más de buenos amigos tuyos repartidos por estas tierras que tan dentro llevas. Y los recuerdas porque una de las muchachas, la más chica de las tres hermanas, en más de una ocasión ya te ha dicho que las tierras de sus huertos las tiene junto al río Segura en un rincón que se llama Las Veguillas. En más de una ocasión ella, en nombre de sus padres y otros hermanos, te ha regalado tomates, habichuelas pintas, manzanas, nueces, y hasta pepinos criados en estas tierras y regados con estas aguas. Una delicia de alimentos y más delicia aún por ser un regalo de ellos. “Estos tomates, los he sembrado yo. Luego los he regado a lo largo de todo el verano y después los he cogido con mis propias manos”. Te ha dicho la niña más de una vez en el momento de ofrecerte tan delicados presentes.

Y, como los quieres a ellos y sabes, no mucho pero sí lo suficiente, de la pureza de sus corazones, la transparencia de los aires y aguas de este río y la soledad de las tierras que ellos aman, valoras mucho detalles tan únicos. Se lo agradeces sinceramente porque sabes también la gran nobleza con que lo ofrecen y siempre te dices que tan grande es esa acción sencilla de ellos, que merecen mucho más que esas palabras de agradecimiento. En más de una ocasión te has dicho que un día tendrás que hacer algo para pagarle lo que tanto valor tiene y tan generosamente te dan.

¡Qué personas estas y qué alma tan grande la que en sus cuerpos llevan! Porque además, ahora recuerdas que todavía hay mucho más. Ellos tienen contigo muchos más detalles colmados hasta el límite de sencillos trozos de vida.”¿Cómo se los podré pagar un día?” Es lo que ya te has preguntado mil veces y por eso, ahora esta tarde, al pisar las tierras donde ellos siembran sus tomates y habichuelas y al sentir el rumor del agua purísima con las que ellos empapan los surcos de su huerta, te alegras al tiempo que también te emocionas. Sabes que por aquí han pasado llenando el aire de su perfume y sientes que por entre este rincón que la tarde va llenando de oro eterno, laten casi convertidos en viento limpio. Un poco más arriba tienen su casa, en Fuente Segura de Abajo, y aunque esta tarde no los veas por aquí, porque en estas fechas están con sus rebaños en Sierra Morena, no importa. Sólo con pisar las tierras y los caminos que conocen de sus pasos, te sentirás dichoso al mismo tiempo que premiado y afortunado. Esperas con emoción el encuentro y esto hace que la tierra que ahora tienes bajo tus pies sea más importante.

El rincón de sus sueños
Al oír el nombre de este rincón de labios de tu amigo, preguntas:
- ¿Es por aquí donde ellos tienen sus tierras?
- Tiene tierras y algo más arriba tiene la casa y la nave para sus ovejas. Luego llegaremos.
Y este “Luego llegaremos” te suena como un premio lleno de esperanza. Te dices que luego volverás a estar con ellos otra vez y justo donde ellos tienen su cuna amada y ahora te dedicas a lo inmediato.
- Lo que ahora mismo vamos viendo, al lado izquierdo del río, se llama La Era Empedrá. Más arriba también hay un sitio que le dicen la Tiná El Collao. Otro sitio más le dicen la Hoya El Portillo. Todo eso de ahí para allá hasta Fuente Segura, Poyo La Iglesia. María Aznar es del río para allá. Esto decían que antes era todo de la Marina. Pero luego se ve que las cosas cambiaron. Mi abuelo hablaba de un sitio que le dicen Bragas, que por lo visto todo eso y lo que ahora estamos viendo, eran propiedades. Y dicen, mi padre lo decía, que vino un señor un día, hace cien años o muchos más, que no lo sé cierto. Se acercó a la gente y les preguntó: “Decidme por donde va el lindero de vuestras tierras”.

Como la gente, por aquel entonces, estaba tan cohibida por no decir asustada, pensaron que lo mejor era decir que el lindero iba por el río. ADel río para allá del Estado y del río para acá propiedad de los vecinos que vivimos en estas sencillas casas@. Le dijeron. Ellos se dieron cuenta de aquel fallo y se aprovecharon. Dijeron que bueno y así trazaron las lindes. Al poco tiempo, los de aquí, se dieron cuenta del gran error y de la trampa que les habían tendido pero ya era tarde. Las tierras se las habían quitado sin darles ni siquiera una peseta. Unos y otros, desde aquel día, vivieron tristes pero ¿qué iban a hacer? Contra el Estado ¿quién diputa?

De este tema, sí tienes algún conocimiento y sabes que en el Pueblo de Santiago de la Espada, se redactaron muchos documentos. En las páginas de algunos de ellos se dice: “La iniciación de los deslindes, provoca los primeros incidentes de que hay constancia entre el Estado y los particulares. Con ello se crea un clima de continuado malestar, abundante de acusaciones contra la Administración tales como la de que ésta se había aprovechado de la ignorancia e incomunicación de los vecinos y había despreciado sus protestas. El volumen de la disconformidad es tal que da lugar a una ley que ordenaba la formación de una Comisión que dictaminase sobre las reclamaciones habidas en Santiago de la Espada y Pontones contra deslindes en montes del Estado. Pese a que las órdenes citadas propugnaban benignidad y clemencia, nada se resolvió con ellas”. (Informe sobre dificultades existentes entre el Patrimonio Forestal del Estado y el vecindario de este término municipal y sus posibles soluciones. Diciembre de 1.961)

El joven, el que es símbolo para ti a lo largo y ancho de esta inmensa sierra, lo tienes bien metido entre las cosas que en tu alma llevas y en una ocasión más lo viste. Por uno de los rincones de este espacio estaba un día y, como tantas otras veces, vivía su momento de incertidumbre y rebeldía. Aquella mañana, del grupo de los que mandaban, vino la orden: “Que se venga para acá porque lo necesitamos para un trabajo que hay que hacer urgente”. La orden la recibió el padre y como el joven aquella mañana estaba trabajando en las tierras de su huerta, el padre habló con la madre. AAcércate y dile que se prepare y se vaya a donde ellos tienen el tajo. Ya ves que aquí piden que acuda pronto porque le quieren encargar un trabajo. A estas personas hay que atenderlas con rapidez y educación porque de ellas vamos a depender en el futuro. Si les servimos bien, ellos tendrán consideraciones con nosotros. Nos pondrán entre el grupo de sus amigos y eso nos conviene. Con los de arriba siempre hay que estar bien para que te favorezcan@.

La madre se puso en acción y se fue para las tierras del hortal a cumplir el deseo del padre. Cuando llegó a donde el joven trabajaba, cavando y regando las habichuelas, los tomates y los pimientos, lo llamó. Le dijo que el grupo de los que mandaban preguntaban por él para encargarle un trabajo y que era bueno que acudiera cuanto antes. “Pero madre, si ahora mismo tengo yo aquí mucho trabajo. Tú sabes que cuando termine de regar este huerto me tengo que ir con las ovejas que las tenemos solas en el monte y están pariendo”. La madre lo miró y como sabía que el joven no sentía mucha simpatía por aquellos que mandaban, con suma delicadeza le dijo: “Tu padre me ha nombrado intermediaria para animarte a que realices este encargo. Es necesario que vayas y ahora mismo porque tanto él como yo, creemos que es bueno complacer a esas personas”.

El joven no dijo nada más, por el cariño y el respeto que le tenía a la madre. En ese mismo momento dejó el escavillo, salió de las tierras de la huerta, se acercó a donde tenía el zurrón con algunas cosillas que había llevado para comer y cogiéndolo, se sentó en la roca. La madre se puso allí al lado y comenzó a prepararle algunas cosas. “Límpiate el barro de esas esparteñas, lávate esa cara y las manos, ponte esta ropa que te traigo y espabila que vas a llegar tarde”. “Pero madre, ¿por qué tengo que prepararme tanto para presentarme a ellos”. “Tú sabes, hijo mío, que son personas importantes, que tienen estudios y mandan ahora en estas tierras. Hay que tratarlos con elegancia y presentarse con toda la decencia. A ellos les gusta que se les trate así y por eso es bueno que lo tengamos en cuenta”.

Siguió el joven atendiendo a la madre, no del todo convencido y por eso guardó silencio, haciendo así honor al respeto que los serranos han sentido siempre por sus mayores. Se ocupó en las cosas que ella le iba pidiendo hasta que llegó un momento que no pudo más. Se levantó de la roca, miró fijo a la madre y no enfadado contra ella o el padre, sino lleno de rebeldía contra ellos, habló diciendo:”¡Se acabó, madre! Ya no sigo más con esta pantomima”. La madre lo miró y preocupada le preguntó: “¿Pero qué te pasa hijo?” “Que estoy harto y lleno de rabia por dentro”. “¿Harto de qué estás tú, hijo?” “Estoy harto de ellos, de sus cosas, de este teatro que estamos viviendo y de este montaje que ahora tenemos que realizar para tenerlos contentos a fin de que nos sean propicios”. “Pero es que a nosotros nos convienen que las cosas sean así. No podemos discutir con ellos ni poner en dudas sus órdenes ni tampoco contrariarlos. Eso sería lo último y lo más malo para nosotros, las tierras y las demás cosas que por aquí tenemos”.

“Pues por eso mismo estoy harto. Desde que llegaron nos hemos quedado sin libertad, nos hemos sentido humillados a parte de maltratados, nos están quitando las tierras y hasta nos hemos convertido, un poco, en esclavos y peleles de ellos que bailamos al son que nos tocan. ¿Y sabes lo que te digo, madre?” “¿Qué me dices?@ AQue nosotros no nos merecemos un atropello tan grande como el que estamos sufriendo”.

Al oír la madre las palabras que el hijo decía, por un momento guardó silencio. Despacio miró a la corriente del río que saltaba limpia y pensativa se dejó ir por entre la espuma de las alegres cascadas. Y mientras nadaba sin irse y volaba sin moverse del lugar, para sí se dijo: “¿Qué hago con este hijo mío y qué le digo yo a su padre para que comprenda una cosa y otra y no haya disgustos entre nosotros? Y vuelvo a preguntarme: ¿Qué hago y con la duda de si él tendrá razón o no? ¿Será bueno que le obligue o será bueno que atienda sus razonamientos?” Estas y otras preguntas cruzó por la mente de la madre mientras se dejaba acariciar por el perfume de la delicada corriente y veía como el hijo, se sentaba junto a la lumbre que ardía.

Lo miró otra vez, llena de amor, y acercándose le preguntó: “¿Qué es lo que piensas hacer ahora mismo?” Extendió el muchacho sus manos hacia las llamas y con calma dijo: “En este momento me voy a quedar aquí, sentado al calor de esta lumbre, mientras descanso un rato. Y si lo que me quieres preguntar es si me preocupa la reacción de ellos, te voy a decir que sí pero no me importa. Me siento libre y soy dueño de mis decisiones aunque en el fondo tema por vosotros. Pero dime madre: ¿es mejor que nos sometamos a los caprichos que a ellos se les ocurra y estemos todo el día bailando al son que les apetezca tocarnos o es mejor plantarnos y decir que hasta aquí hemos llegado? A esta pregunta la madre no respondió. Todavía, durante un rato más, siguió mirando a la corriente que hermosa bajaba al tiempo que pensaba en la reacción del padre cuando supiera que el hijo se había revelado contra aquellos que ahora mandaban.

Los tres tesoros y la hija
Ahora, en esta limpia tarde de primavera ya un poco adelantada, mientras subís por el camino que lleva a las Veguillas, por un momento lo has visto en el mundo de tus sueños. Pero como ahora, esta tarde, la realidad parece otra aún siendo muy hermana y también los paisajes, vais en vuestras cosas cuando ves que en dirección contraria a la que lleváis, baja un coche. El que conduce os viene mirando y al acercarse se para al lado del tu amigo. Se saludan mutuamente y después de hablar dos palabras de sus cuatro cosas, hablan de las canales. Como es algo que no entiendes ni sabes de qué va, los escuchas en silencio sin tomar parte en el tema. Cuando ya se despiden y seguís vuestra ruta, le preguntas a tu amigo:
- ¿Qué es eso de las canales, que yo me entere?
- Eso es que vamos a canalizar una acequia que tenemos ahí más arriba. Que como ha habido tantos años que no ha llovido, se han podrido las raicillas de “uña en gato” y de otra clase que había en la acequia. Por lo visto se ve que eso se ha secado y se ha podrido. Por lo sitios que iban esas raíces, nos calculamos que es así, se filtra el agua e inunda las tierras. En ese rincón tenía yo sembrado, el año pasado, unas pocas patatas y se me enguachinaron todas. Porque ya hice una sangría para que saliera al río, que sino, se me pudren todas. Tanta agua se colaba por los agujeros de esas raicillas que aquello era imposible de pode gobernar.

Hasta que ya dije: “En vez de gastarme el dinero en cemento para cubrir la acequia voy y compro canales”. Las encargué en Cortijos Nuevos y allí las tengo esperando que vaya a recogerlas un día de estos.
- ¿Y eso te sale más barato que el cemento?
- ¡Claro hombre! Porque ochenta y seis canales, que es lo que yo tengo pedido, dos hombres lo ponen en un día y les sobra tiempo. Con un saco de cemento le cubren las juntas y así se me queda a acequia de dulce. Conque ese es el significado de las canales.
Como en el fondo no te estás enterado de la mitad de las cosas que te está diciendo, le propones que cuando lleguéis al lugar, te lo explique bien.
- No te preocupes que si podemos colar el río hasta aquel lado, te voy a llevar a donde tengo el pedazo de tierra.

Y al terminar de pronunciar estas palabras te das cuenta que estáis en el valle. Vais ya caminando por las tierras que lo conforma y por eso, dentro de tu alma, comienza a danzar lo que tanto te habían dicho. Y lo que te habían dicho es que cuando uno pisa el valle, lo primero que siente es como el temblor de tres grandes estremecimientos.
- ¿Y eso por qué?
Preguntabas.
- Porque en el valle, esas tierras semi llanas que recorren el barranco desde las partes altas y se alargan suaves hacia el otro barranco hasta perderse en las lejanías y entre la espesura de los bosques, es como un sueño que se presenta con la fuerza de tres grandes tesoros.
- ¿Y cuales son esos tres tesoros, los tesoros del valle, que es como propiamente se les podría decir?
- La verdad es que el valle contiene más de tres tesoros pero entre todos ellos tan únicos y tiernamente aplastados en el vientecillo que por ahí se mueve, resaltan tres rasgos característicos y hermosos. ¿Quieres que te los diga?
- Te estoy pidiendo que me los digas y ello es por el deseo que me has despertado desde el primer instante en que más has hablado.
- Pues los tres grandiosos tesoros del valle son: el camino silencioso que lo atraviesa y recorre desde arriba, el cauce saltarín del río que también lo atraviesa y viene casi dándose la mano con el camino y el otro río: el que no se ve porque corre bajo la tierra que tapiza el valle. Ese es el río de las aguas subterráneas, tan caudaloso o más que el que va por las tierras doradas del valle que podemos tocar.

Al oír la descripción y reflexionar en lo que te acaban de descubrir, piensas que en el fondo puede ser verdad pero que eso es casi lo mismo que existe en todos los valles de estas sierras.
- Pero no es igual.
- ¿Cómo me lo demuestras para que yo me convenza de que es distinto?
- El camino es como la columna limpia que da forma y contenido al valle. Le entra por la parte alta, como ya te decía, y lleno de la majestad más grande que uno puede contemplar por este suelo, baja solemne y bello. Se curva sin violencia ni prisa, un par de veces según desciende las cuestecillas empedradas de rocas blancas y se viene derecho al río. Como si no quisiera rozar la tierra para no herirla y como si al mismo tiempo deseara fundirse con ella para hacerse uno con la tierra que recorre. Yo le llamo a eso el abrazo de hermano, porque cuando lo miras despacio, te das cuenta que camino y tierra no son dos cosas, sino una sola que existe precisamente porque la dos son. Es decir: que ni el camino sería él si no fuera por la tierra del valle ni tampoco el valle sería tal sino fuera por el camino que lo recorre. ¿No sé si me explico?
- Algo quiero comprender aunque no penetro en el matiz que noto deseas presentarme.
- Pues que para llegar a más tienes que hacer la prueba.
- ¿Qué prueba?
- La prueba de la emoción más grande que el alma humana pueda experimentar.
- Explica a ver qué es eso.

- Le entras al valle por la parte de abajo, por donde asciende tan fundido con la tierra, como ya te decía, que ni siquiera parece camino. Avanzas por él andando al ritmo en que el camino sube y al llagar a ese punto que parece la entrada sin serlo ni parecerlo, te concentras con toda la fuerza y miras detenidamente. Si es necesario te paras un rato y mientras miras te desparramas valle arriba por donde las tierras se ondulan y el camino se ciñe amoroso. Lo primero que descubres, al tiempo que lo sientes correr por tu alma, es la elegancia silenciosa del camino surgiendo y aplastado en su propia tierra algo roja. Sólo ya eso te deja sin aliento al tiempo que te sirve, más que suficiente para comprobar el matiz dulce que estoy intentando explicar.
- Y si avanzo un poco más y me fijo en el río que recorre el valle pegado a las tierras del camino ¿qué es lo que se siente o se ve?
- Ese es el otro temblor del que antes te hablaba: no es gran cosa, porque la corriente cae tranquila respetando la planicie de la tierra y las declinaciones que el valle va trazando según se inclina para el barranco.

Se duerme un poco en el remanso de la curva, se despereza luego otro poco por la tira larga y después salta y bulle como si fuera el juego que divierte al valle entero y claro, mientras te deleitas en la figura del camino y los hilillos cristalinos del río amigo, sientes y adivinas el palpitar del otro río que corre por las entrañas. En fin, un remolino de tres cosas sencillas que te envuelven y te deleitan entre ese otro puñado de latidos también pequeños que respiran por el valle. El camino, el río y el otro río, es la personalidad fina de este valle concentrado y sin apenas importancia, donde los serranos tienen su nido.

*Pisando las tierras del camino que entra al valle, vais vosotros y además del puñados de sueños que de él mana y dan gozo, sentís el fresco vientecillo impregnado de tomillo y el trino de dos pajarillos que revolotean. Se abre al frente el valle teñido por la luz de la tarde que cae. Ella, la hija predilecta de tu gran amigo y al mismo tiempo, el gozo más dulce de su corazón, se acerca a vosotros y os dice:
- Por aquí fue donde yo tuve aquella aventura.
Al oírla te despierta la curiosidad.
- ¿Qué aventura fue esa y cuando ocurrió?
- Era yo todavía niña y una tarde andaba mi padre por la tierra con las ovejas. Me vine con él porque eso es una cosa que de siempre me ha gustado mucho. Estaba mi hermano jugando por entre la torrentera y como en aquella edad de mis doce años, me gustaba tanto el juego, él me dijo:
- ¿Jugamos al pilla pilla?
Le dije que sí porque era el juego que de siempre más me había gustado y además porque lo estaba deseando. Y sin más preparación, dimos comienzo a nuestro gozo.

Recuerdo yo aquel momento, con especial emoción, como una de las cosas más tiernas de mi infancia y recuerdo que aquella tarde era la más bonita de las tardes de primavera que nunca ha brotado en estas sierras. También recuerdo el río mago, con su brillo de aguas limpias y su sinfonía de canciones mágicas. Recuerdo como las ovejas pastaban tranquilas llenando la tierrecillas de la puerta de este valle y recuerdo como empezó nuestro juego. Me acerqué a mi hermano y con la sonrisa de aquella niña traviesa, le dije: ”¿A que no me pillas?” “¿Que no, ahora verás?” Me contestó él enseguida al tiempo que se arrancó y comenzó a perseguirme. Salí corriendo, llena de risa y con el gusto empapándome todas las fibras de mi alma chica y tan loca iba que ni siquiera me daba cuenta de lo que pisaba ni dónde me metía. ¿Y sabes, en aquella carrera alegre, a dónde fui a meterme?
- Algo me puedo imaginar pero como no lo sé y me lo estás descubriendo con tanta intriga, deseando estoy ya de saberlo. ¿Caíste a las aguas del río?
- ¡Que va! Fue peor y más tragedia aunque también más intrigante. Bajé sin control por la ladera y de lleno fui a caer al centro de las zarzas.

Por mi parte, comencé a dar gritos y llamadas de socorro de todas clases, en el centro de aquella espesa zarza, toda asustadica. Acudió mi hermano, acudió mi padre y cortando ramas por aquí y por allá, me sacaron de entre las matas. Y como sé que ahora mismo estás pensando en si me rompí la ropa o me hice heridas, para tu curiosidad te diré que sí: salí de allí toda llena de pinchos y con los brazos arañados al tiempo que lloraba y echaba sangre por todos sitios. Mil heridas que no fueron nada del otro mundo pero que sí tuvo su emoción al tiempo que me llenó de miedo. Aquel día fueron las cosas así y desde entonces recuerdo este rincón como el lugar donde me caí al río y me metí en las zarzas.

Tierras prohibidas
Un poco más arriba de donde la hija se cayó en las zarzas, brota un manantial.
- La Fuente de las Veguillas es como se le llama a ese lugar.
Te dice tu amigo. Y te sigue diciendo que este agua fue la primera que recogieron para meterla en el pueblo.
- ¿Y sabes lo que hubo en esta vega hace un montón de años?
- Agua y tierra, seguro que había pero además de eso, ¿qué otra cosa hubo?
- Ellos plantaron por aquí un vivero de pinos, cosa que ya muy pocos recuerdan.
- ¿Y sabes la fecha en que fue?
- Creo que por el cuarenta y cinco. El vivero era de pinos pequeños para repoblar la sierra y cogía toda esta tierra que te digo. Desde la Fuente de las Veguillas, todos esos álamos para arriba hasta la curva aquella. Donde crecen los chopos que vemos allá, a eso le dicen la molata.

Al oír ahora la palabra, caes en la cuenta que desde hace mucho tiempo andas queriendo saber lo que es una “Molata”. Por eso aprovechas la oportunidad y preguntas:
- ¿Explícame lo que es?
- Pues nosotros llamamos con ese nombre a un trozo de tierra que queda encerrado entre dos hondonadas, arroyo o río, y levantado un poco, sin que sea muy grande. Algo así como si fuera un cambio de rasante. ¿Lo entiendes?
- Ya sí.

A la izquierda os ha quedado la tiná de una hermana de tu amigo y más para abajo, corre el río. Como todavía no ha llegado la primavera aunque la tierra está seca, los arbustos no han brotado. Las ramas de los álamos se estiran desnudas y la hierba se ve enratoná.
- Pero estos lugares, tú lo sabes, cuando llega la primavera y más todavía el verano, son maravillosos.
- ¿Y el nombre de la ladera que nos vamos dejando a la derecha?
- A todo este trozo de tierra le llamamos la Tiná de las Veguillas. Tiná de abajo y tiná de arriba, que son dos. La parte alta, el morro de ese cerro que se ve al fondo, le decimos el Morro del Sastre.
Y como por la ladera se ven algunas reducidas dolinas, también él te dice que por aquí, por los paisajes de las tierras que estás recorriendo, “hay muchos sorviores”.
- Que eso es lo que los científicos llaman dolinas.
- Creo que sí pero nosotros siempre le hemos dado el nombre que te he dicho.

Por el camino, en dirección contraria a la vuestra, aparece otro hombre que baja. Tu amigo lo reconoce desde lejos y por eso te dice que se llama Narciso.
- Es el dueño de uno de los molinos que antes hemos nombrado.
- ¿Lo veremos luego?
- Sí, luego. La última tarde del último día, vamos a ver despacio el molino de Narciso. Te gustará por lo bonito a pesar de ser tan chico y llevar ya tantos años sin funcionar.
Al llegar a la altura del hombre que regresa al pueblo, lo saludáis.
- Seguramente a mi hijo lo conoce usted.
Te dice enseguida.
- ¿Por qué debo conocerlo?
- Estuvo estudiando en el colegio de la Safa en Úbeda.
- ¿En qué fecha fue eso?
- Ya hace tiempo y le estoy hablando de los dos hijos míos que han estudiado allí. Uno se llama Leonardo y ahora está de profesor en el Puerto de Santa María. El otro, cometió y error. Porque resulta que entonces, los profesores que había allí, le dijeron que podía dar escuela en Jaén. El dijo que no y se fue a estudiar a Alcalá de Henares donde ha estado cinco años. Vino este invierno pasado de hacer la mili y ahora ya no se engancha a trabaja porque como han cambiado las cosas, por lo visto lo que tiene hecho ya no le vale.

Atento escuchas a Narciso y cuando ya os vais a despedir le dices que luego te llegarás por su molino. Te responde que allí te espera y seguís vuestra ruta. La hija y la amiga han seguido subiendo por la orilla derecha del río y cuando acordáis, las veis allá al final. Donde el cauce traza la otra curva y se amontonan las rocas. Observas que por ese trozo de tierra, ya no hay pista. La ladera es muy escabrosa, toda pura roca y por eso desistieron de construir camino. Una pena porque es el único trozo que falta para unir las dos pistas de tierra. La que baja de las tres aldeas de Fuente Segura y la que sube de Pontón Alto, por donde habéis entrado al valle.

Al mirar y verlas tan arriba, tu amigo llama a las muchachas.
- Que nosotros nos vamos por aquí.
A lo lejos y muy débilmente se les oye preguntar:
- ¿Y por dónde cruzamos nosotras?
- Seguís por ese lado hasta que nos juntemos en la cerrada del cortijo de abajo.
Sabes que ese cortijo, es la enana aldea de Fuente Segura de Abajo, donde vive tu amigo Amador. A pesar de lo bonito y amable de los paisajes que vais cruzando, a cada instante piensas en el momento del encuentro con el rincón en que vive tu amigo. Tampoco sabes por qué pero siente dentro una fuerza dulce que te atrae hacia ese puñado de sencillas casas. Buenos y muchos recuerdos tienes tanto del trocito de tierra donde se apiñan estas viviendas como de ellos, sus animales, el puentecillo y la noguera grande. También de este amigo tuyo quieres decir cosas, y ello, desde hace mucho tiempo. Hoy puede presentarse el momento que tanto has buscado y deseado desde aquellos primeros días.

Dejáis el camino, porque sigue por el lado derecho del río y os vais hacia las tierras llanas de las riveras que pegan a la misma corriente.
- Por entre esos álamos del fondo, creo que podremos cruzar.
Como vas mirando y no ves ningún puente, le preguntas:
- ¿Hay piedras para saltar por ellas al otro lado?
- Lo que hay son dos palos, troncos de álamos, que pusimos nosotros para colar a la otra orilla. Si no se los ha llevado la corriente, cruzaremos sin problemas.
Miras despacio la llanura que vais cruzando y al verla tan limpia, tan sin barreras y por eso abierta a la gran libertad de la amplitud de estas montañas, los recuerdas a ellos. También sabían de la amplitud de los campos por donde toda su vida habían navegado hasta que las cosas cambiaron.

Los viste una mañana y estaban sentados frente al fuego de la chimenea dentro de su humilde cortijo. Junto el uno con el otro, se calentaban del frío que por el aire corría y al mismo tiempo también se daban calor espiritualmente. Se calentaban de los golpes que le estaban dando, los que habían llegado de fuera y se hacían dueños de las tierras. Y como ellos eran pocos, sencillos, casi sin cultura y por eso sin recursos para moverse a fin de defenderse y reclamar sus derechos, de los golpes duros que les estaban dando les costaba mucho levantarse. Su único amparo era acurrucarse frente al fuego de la estrecha chimenea, extender las manos hacia las llamas para recibir el calor, rumiar en silencio la pena de sus almas y dejar que el tiempo pasara, sin saber ni siquiera para qué.

Tú los viste aquella mañana y parecían cuatro cositas de nada. Ni siquiera respirar se les oía y sí crepitaban, de vez en cuando, los tizones de la lumbre y con ellos las chispas que saltaban. Fuera ladraban los perros y se oía el repique de los cencerros al moverse las ovejas. Como con miedo, por el respeto que sentías hacia sus pequeñas personas, te acercaste y después de mirarlos tiernamente, cogiste una silla y te sentaste a su lado. Durante un rato compartiste el calor que brotaba de los troncos y acariciaste la luz dorada que las llamas desprendían. De reojo los miraste una vez y luego otra vez los miraste frente a frente. Querías hablar porque deseabas oírlos pero dudabas cómo empezar no fueras a herirlos más. Ellos también querían hablar porque sentían que así se quitaban de encima un poco de aquella pena pero tampoco sabían cómo. Al fin rompiste el silencio preguntando:
- ¿Qué es lo que ahora os han roto?
- Nos han cerrado los campos.
- ¿Y cómo se pueden cerrar estos campos?
- Eso es lo que nosotros nos estamos preguntando.

Toda la vida trajinando por estos paisajes, surcando sus veredas, roturando las tierras para sembrar las cuatro cosillas que nos sirven de alimento y siempre los campos libres. Sin ninguna barrera que te impida ir por donde quieras y eso es un gozo. Pero ahora llegan ellos y sin pedir permiso ni avisar siquiera, van y las cierran. Y claro, te enfadas, lloras, sufres y mil veces más te repites que no te gusta porque nunca en tu vida has visto tal muralla y porque, además, te sientes pisoteado, encerrado en una tierra que, siendo nuestra, comienza a estarnos prohibida.
- ¿Pero qué ha pasado?
- Fue tan sencillo como duro.

La otra tarde subimos por las tierras húmedas de la cañada grande e íbamos tan contentos a pesar de esta dura lucha, cuando los vimos. Al asomar al collado se nos presentaron de frente y los vimos allí. No necesitamos decirte quienes eran porque lo sabes y te puedes imaginar lo que hacían.
- Puedo adivinar quienes serían pero lo que hacían, me cuesta más trabajo.
- Pues hacían lo siguiente: en el centro de las tierras el jefe había montado lo que él llamaba una oficina. Una mesa larga, una silla y por lo alto de la mesa, muchos papeles. Desde allí miraba y dando órdenes decía: “Ahora tirad para allá y clavad las estacas siguiendo aquel arroyo. Cortad ese árbol, pelad sus ramas, sacad tablas y construir la puerta. Ponedla luego en la entrada del collado y cerrarlas bien. Revisar aquel portillo y tened cuidado que por aquellas rocas no quede ningún paso”.

Al ver lo que allí se estaba haciendo y sentir lo que se decía, durante un rato nos quedamos quietos intentando descubrir más detalles. Luego nos acercamos y desde fuera, frente a la puerta grande que cerraban, miramos al que estaba dentro y nos atrevimos a preguntar.
- Si es que se puede preguntar.
Le dijimos.
- Sí que se puede y está bien que lo hagáis. ¿Qué queréis saber?
- ¿Pues qué son estos alambres encerrando las tierras que hemos pisado a lo largo de los siglos?
- Vuestras ovejas se comen todo lo que la tierra cría y como a vosotros os da igual que el campo tenga flores, árboles bellos o aguas limpias, la única manera de que los pinos que hemos sembrado crezcan, es cercando las tierras para que no paséis por ellas. ¿Lo quieres más claro?
Le dijimos que no, que estaba bien claro y para confirmarlo lo estábamos viendo con perfecta nitidez.

Pero, aunque él nos cerró la entrada, nos quedamos frente a aquella puerta con el pellizco cogido en el alma y el deseo de hablar. Necesitábamos hablar de persona a persona para que ellos también notaran que aquello nos dolía mucho. A lo mejor no hubiéramos solucionado nada porque a lo mejor tampoco hubiéramos llegado a un acuerdo pero aquellas personas nos hubieran dando una oportunidad. Nos hubiéramos desahogado y puede que eso ya hubiera sido gran cosa. Habría sido un consuelo y puede que hasta hubiéramos llegado a un acuerdo razonado y humano.

Pero como vimos que no era posible, nos vinimos. Nos metimos en este cortijo nuestro y frente a la lumbre que estás viendo, nos sentamos. Nos pusimos a mirar las llamas que danzan y mientras en silencio dejamos pasar el tiempo, no paramos de pensar en lo que ellos han hecho con nuestras tierras. No se va de nuestra mente la imagen de esos alambres cortando el paso por los caminos ni la terrible puerta gritando prohibición. Cuando has llegado hace un rato nos has preguntado por lo que ha pasado. En un momento y con dos palabras ya te lo hemos dicho. Hablar más o decir esto o aquello, no dejaría más clara la realidad ni serviría para cambiarla.

Ellos guardaron silencio y a su lado seguiste todavía durante un rato más. Luego saliste y al mirar y ver lo que por las riveras del río se extendía, comenzaste a comprender. Si algo tienen de grandioso estos rincones es precisamente esa gran sensación de libertad, de campos abiertos hacia infinitos profundos y eso es normal que los serranos lo conozcan. Quitarles sus tierras y prohibirles andar por los caminos llevando sus rebañas a pastar por las praderas, también es normal que para ellos sea casi la muerte. Los que venían de fuera ¿cómo fueron capaces de aquel atropello y declarar luego que era en beneficio de los propios serranos?

Donde duerme el misterio
Ahora, esta tarde de sol dorado y de paisajes grandiosos que se despiertan para saludar tu presencia por el rincón, mientras cruzáis las tierrecillas de la huerta en busca del paso que tu amigo dice, recuerdas lo de ellos aquel día.
- Nosotros nos vamos a ver si podemos colar por aquí y ellas que cuelen por allí.
Te aclara tu amigo. Como no ves camino ninguno, le respondes:
- Por allí no van a poder colar ellas.
- Ya les he indicado que sigan y en Fuente Segura nos encontramos.
Las miras allá a lo lejos mientras te entretienes en la curva que el río traza. ¡Qué bonito es esto! Se ve la corriente aplastada, casi fundida con la tierra y lleno, el cauce, a rebosar.
- ¿Cómo se llama por donde queremos pasar?
- Esto se llama la alameda del tío Pasiano.
Dos palos puestos de un lado a otro y por ellos cruzáis al otro. A la hija y su amiga, se les ve por la otra orilla, mucho más remontadas pero al mismo tiempo también mucho más lejos. Tendrán que dar una gran vuelta para llegar a las casas de la aldea que es donde habéis acordado juntaros. Nada más cruzar, comenzáis a pisar la tierna hierba de la extensa pradera.

- Esto sería una chopera, en sus tiempos ¿Verdad?
Le preguntas.
- Era la Chopera del Rallao. Y de aquí para abajo, de este lindazo para abajo, es donde estuvo el vivero que antes te decía. Aquí enfrente tenemos la molata y lo que se ve desde ahí para arriba, es de una hermana mía.
Miras hacia el fondo del valle, por donde habéis subido y se pierde el río, y al descubrir que habéis remontado mucho, le preguntas:
- ¿Qué distancia habrá desde las casas de la aldea hasta el nacimiento del río?
- Serán cuatro o cinco kilómetros.
- Si no podemos llegar porque se cansen ellas, nos quedamos por las casas de Fuente Segura.
- Sí llegamos, ya verás.

Al frente y ya cerca, os quedan las rocas que sirven de puerta al segundo valle. La primera cerrada que el río cortó para escaparse de su primer charco, justo donde surgía a la luz. Tienes también ganas de encontrarte caminando por entre este abierto y corto desfiladero por la belleza que ahí se concentra. Lo miras, mientras sigues a tu amigo y no dejas de decirte que esta imagen se parece a la que dentro llevas. Aunque la segunda es más grande, más profunda, mas llena de sombras misteriosas allá perdido en unas lejanías casi imposible de penetrar. Es el barranco hondo que para ti llamas “donde duerme el misterio”, por ese secreto apagado que sólo contigo convive. Le has preguntado a tu amigo y te ha dicho que luego, uno de estos días, vais a bajar a ese barranco. Y esto te ha preparado el ánimo por el tiempo que llevas esperando.

Pero ahora, mientras camináis por las tierras de la suave ribera del Segura sólo a unos metros donde éste nace, se te viene a la mente la imagen de aquel día ellos bajando en busca de la misteriosa aldea. Y se te viene también a la mente la imagen de ese que ahora anda recorriendo estas tierras con el proyecto de sacar un gran mapa a flote. Te lo encontraste el otro día y como le preguntaste, te respondió diciendo:
- Es el mejor mapa que nunca se ha realizado en estas sierras.
- ¿Y para qué servirá ese mapa?
- Para que los turistas vengan y al mismo tiempo que conocen las sierras, recorriendo los caminos, los cortijos y las aldeas, dejen dinero. Será un mapa único y con un trabajo de campo nunca hasta ahora visto.
- ¡Pues qué bien y qué estupendo que traigáis más turistas a estas tierras!
Luego quisiste decirle lo que pensabas sobre este mapa y las consecuencias que en el futuro pueda traer para estas tierras pero no te atreviste por miedo a que dijera que ya estabas criticando. Pero sí le dijiste que en el fondo, aunque la idea y el proyecto es grande y bonito, no te gustaba totalmente.
- ¿Por qué no te gusta?
- Es cuestión de pequeños matices, sensibilidad y principios pero no quiero entrar en el tema. Quizá merezca la pena ese mapa y por eso sácalo adelante. Luego, ya veremos.

Pero lo de la aldea, su misterio y el barranco profundo por donde se esconde, no se te borra del recuerdo y por eso ahora, sin saber por qué, se te abre pletórica de fuerza. Ves una senda casi borrada, que cruzando la llanura de las cumbres, desciende por la ladera hacia la oscura brecha por donde el río corre y se pierde. Y los ves a ellos, bajando lentos en busca de la misteriosa aldea. Hoy, con el joven, va la niña y la madre. Su propósito es llegar hasta la aldea que se aplasta al tiempo que se alza y descansa junto a las mismas aguas del río. En las tierras llanas del otro pequeño valle, bajo las rocas de la ladera y entre la espesura de los árboles. Y su propósito hoy, es llegar a la casa de su amigo para preguntarle por la abuelica.
- Dicen que está peor pero ya veréis como se anima en cuanto nos vea.
Comenta el joven.
- Pero yo creo que no llegamos a tiempo.
Responde la madre.

Y lo dice porque la tarde cae y las nubes negras cubren amenazantes las cumbres del otro lado.
- Llegaremos a tiempo y si luego no tenemos luz del día para regresar, le pedimos a nuestro amigo que nos dé cobijo. Dormimos esta noche en la aldea y mañana temprano salimos de regreso.
Argumenta el joven.
- Pero sabes que la senda, al pasar por la asperilla que cae al río, se ha borrado casi por completo. Si nos quedamos sin luz del día, nos costará mucho pasarla y si, además, la lluvia cae, como parece que va a suceder en cualquier momento, ¿dime cómo vamos a bajar hasta la aldea?
Sigue diciendo la madre.

*Ya han cruzado la llanura que se extiende por la cima de la cumbre y remontan la tierrecica suave que se asoma al río. Al volcar queda la ladera y mitad de ella, el cortijo de las nogueras. Más abajo ya salta la corriente y al otro lado, el otro enorme barranco oscuro. Por encima, y a un lado y otro, se levantan las rocas formando escalones hasta terminar en cumbre y entre las grietas y las repisas, crecen las encinas. Espesos bosque de encinas milenarias que cuelgan amenazantes con la belleza del vacío a sus pies y el temblor que les imprime el vientecillo que asciende del barranco.

Ya han cruzado la llanura que se extiende por la cima y por la derecha les va quedando la ladera del arroyo mediano. Algo más abajo se hunden ladera y cauce y por la asperilla naranja que por este lado del río se alarga frente a la aldea, se ve la borrosa senda. Una chispa de senda tallada en la pura roca y retorciéndose de acá para allá mientras caen para la rivera del río. Por ahí chorrea el agua que las nubes han derramado en las partes altas y por el arroyo que va por el centro, también se despeña la corriente.

Durante toda la noche la lluvia ha caído sin parar y aunque a media mañana ha aclarado un poco, cuando ya por la tarde va apagándose el día, las nubes se tornan negras y amenazan lluvia otra vez.
- Tú decides lo que hacemos pero si la lluvia cae y el día se acaba, lo mejor es que nos quedemos en el cortijo de las nogueras. Esto te lo digo porque también es bueno que lleguemos a saludar a nuestros amigos.
Dice otra vez la madre.
- También tienes razón y de este modo, si ya esta noche no llueve, al amanecer mañana nos será fácil cruzar las rocas húmedas de la senda cuando pasa por la asperilla.

Y nada más terminar de pronunciar estas palabras, la lluvia comenzó a caer. Las nubes negras que amenazantes cubrían las cumbres, llenaron el barranco desde la parte alta y comenzaron a dejar sus gotas. Al sentir el agua chorrear por sus caras, los tres aligeran el paso descendiendo por la ladera con el cortijo ya a un tiro de piedra.
- Pues a pesar de esta lluvia y la luz del sol que se apaga, en cuanto lleguemos al cortijo ¿vosotros sabéis lo que yo voy a hacer?
Dice y pregunta la niña de pronto. El joven, que la lleva cogida de la mano porque “este ángel dulce”, como él la llama, es el gozo supremo de su alma, le pregunta:
- ¿Qué es lo que vas a hacer?
- En cuanto salude a vuestros amigos del cortijo que son también mis amigos más queridos, me voy a ir por el trozo de sendilla que baja hasta el río. Lo voy a cruzar por las piedras gordas que en la corriente pusieron y voy a subir ese otro trozo de sendilla que va por aquel lado y desde allí ¿a ver si adivináis a dónde quiero ir?

Como el hermano la conoce y conoce con todo detalle el rincón de la sendilla que sube, le dice:
- Adivino que quieres ir al misterio del segundo barranco oscuro que le entra al río por aquel lado.
- ¿Y para qué crees que quiero ir a ese barranco?
- Eso también me lo sé de memoria. Quieres hacer una visita al charco largo y verde que se esconde entre las negras sombras de los fresnos. ¿Me equivoco?
- No te equivocas y ahora que lo has mentado ¿te pregunto lo que tanto me intriga?
- ¿Qué es lo que quieres saber?
- Lo del barranco, su oscuridad, la transparencia de ese agua, la sombra de los árboles y la sendilla que por allí sube ¿qué es lo que esconde y por qué resulta tan extrañamente bello?
- Eso te lo diré luego cuando lleguemos porque aunque está lloviendo y la noche ya empieza a cubrir los bosques, yo te quiero acompañar por ese barranco.

Y esto se lo decía el joven por lo que tan hondo llevan en su corazón. Tantas veces había jugado ya con la niña por el barranco y el borde de aquel remanso verde oscuro, que venir ahora por aquí y no irse con ella a repetir el juego de siempre, era algo casi imposible. ¿Qué tenía el barranco, el charco oscuro, la sombra densa y la profundidad del cañón por donde bajaba la corriente? pregunta imposible de contestar como tampoco era posible contestar qué tenía la aldea pequeña aplastada allá a lo lejos, las aguas delicadas del río y la roca sudando chorrillos limpios a un lado y otro de la senda.

Los viste aquel día a ellos bajando hacia la misteriosa aldea y luego apartarse del camino y, mientras la lluvia los iba empapando, irse en busca del cortijo. Viste como los granizos cubrieron la tierra que pisaban y luego viste como al llegar al cortijo, lo primero que hicieron fue pararse y mirar hacia la aldea. Viste como la vieron escondida allá en lo hondo y tan repleta de misterio, mientras la lluvia caía, la noche llegaba y la niebla se alzaba barranco arriba. Viste luego como el hermano se fue con la niña de la mano y saltaba la corriente del río limpio. Viste esto y mucho más, todo ello como en un sueño pero al mismo tiempo, tan real y dulcemente bello que luego pasado el tiempo no se te ha borrado jamás.

Aun los sigues viendo dentro de tu alma y lo mismo que la niña preguntaba por el misterio del barranco, tú te sigues preguntando: ¿Qué tiene el barranco, la sombra que lo cubre, el silencio que lo arropa, la senda y la aldea allí aplastada que después de la visión de aquel día, dejó tan dulce sabor dentro de tu alma? Y aun más: ¿Qué tenían ellos y aquella tierna niña, imagen de lo frágil y puro, que da tanto gusto recordarla y a pesar del tiempo no se borra nunca?


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