1.22.2008

Qué bonito era mi pueblo: Hornos de Segura-3

ha leído y otros muchos del pueblo.

Por la parte de arriba de la nave que aparece a la izquierda de la carretera, entra el camino, ahora pista de tierra.
- Es aquí donde estuvo una de las tres fábrica de aceite que antes había en el pueblo.
Voy a preguntar qué fue lo que pasó para que dejara de funcionar y caigo en la cuenta que ya lo sé. El caso es que la fábrica quebró. Por la carretera pasan algunos tractores con su carga de aceitunas. Por el camino que vamos pisando, muchas cagadas de burros plateros. Desde este punto, al pueblo, se le ve por su primitiva cara y ciertamente que es bonita.
- ¿Y ahora qué es esto?
- Aquí han hecho un almacén de bebidas. ¿No ves los letreros?
- Sí que los veo.

Ya recorremos el camino.
- Por aquí exactamente venía el antiguo. Por aquí íbamos a por agua a la Alcoba Vieja con las caballerías.
Por la izquierda, pegado a la parata de piedra aparece un pilar, sin agua y algo roto.
- ¿Y esto?
- Es donde veníamos a darle agua a las caballerías también. Es el Pilar del Chorrete, porque le decíamos así. Y ahí abajo, había otra fuente que se llamaba la Alcoba Nueva. A esta también veníamos a por agua pero cuando veíamos que había mucha gente o en verano, íbamos a la Vieja que estaba más fresca.
Al mirar descubro unos restos de paredes ya muy rotas. Se ve que la fuente de esta alcoba estaba metida bajo techo.
- ¿Y qué pasó con el Pilar del Chorrete?
- Pues que cuando hicieron la fábrica que hemos visto, excavaron por la parte de arriba una alberca y entonces el agua, “en vez” de caer aquí, se va a esa construcción nueva.

Las paratas que nos va acompañando por la izquierda, muestran sus piedras negras y llenas del musgo. Las del pilar también.
- ¿Son todavía aquellas?
- Las mismas que puso aquí un tal Pedro Rodríguez.

Vamos acercándonos a la ladera por donde creo crecen los morales que le dan nombre al rincón.
- ¿Y lo del Prao Gamellón?
- Es ahí mismo, ese punto que estamos viendo y es donde antes veníamos a tomar el fresco por las noches. Y allá, las Vistilla. Porque antes no era como ahora que todo es irse a los bares. Esto de aquí es donde estuvieron las eras para trillar. Luego ya compramos la máquina, nosotros, una trilladora, hicimos esta nave que vemos por este lado de arriba y en lugar de las eras, usábamos la máquina. Pero ya también ha decaído porque ahora ni se siembra nada ni por la tierra lucha nadie.

El camino se divide en dos y queda claro que el de la izquierda, que sube, es mucho más moderno.
- Esto era el Quiñón de Félix Vivo. Eso de ahí lo ha vendido ya una hija. Esto lo han dedicado a unas ovejas que tenían. Que por cierto, ha muerto hace poco.
- ¿Quién?
- Me refiero a Paco. Este otro quiñón es de uno de los hijos de Félix, Juan Vivo que vive en Cañá Morales y un poco más allá, era el de Paco Vivo que lo ha vendido también.

Otra construcción por el lado de arriba y cerca del camino que recorremos.
- Esta es la casa del PPO. Que teníamos nosotros para guardar el material. Es que vinieron aquí para hacer unos cursos. Ellos fueron los que trajeron por aquí los tractores y la máquina trilladora. Nos juntamos unos cuantos socios y en una mañana o dos, cada uno vino con su bestia a traer la arena, las piedras y otros materiales y con muy pocos dineros, hicimos esta casa. Si no teníamos dinero.

Lo que queda por arriba, era donde se jugaba a los bolos. Justo donde está la construcción que ahora vemos, que la hicieron estos años de atrás. Esto era la Cuesta del Moral.
Algunos árboles sí que se ve aunque parecen plantados de no hace mucho y no tienen hojas. Por la tierra, la hierba reluce verde. La mañana sigue en su paz y si por unos momentos nos paramos y miramos para atrás, lo que más destaca, es la robusta figura del Yelmo recortado sobre el azul del cielo.
- Por aquí para abajo iba otro camino ¿no?
- Es cierto e iba a Cortijos Nuevos.
- ¿Y este camino que por la derecha baja?
- Es precisamente el que lleva a la Alcoba Nueva. Este que se ve ahí, el quiñón de Félix, el camino que iba a la Cuesta del Morar y a las Eras y esto, lo que ha vendido Paco Vivo. José el Pastor, sabe usted, ha hecho aquí unas tinás.

Del voladero del Adarve del Castillo, sobresale una gran roca que se viene hacia el camino que recorremos.
- ¿Cómo se llama?
- De siempre le hemos dicho nosotros el Peñón del Filete. Y este otro no me acuerdo yo qué nombre tenía.
Me doy cuenta que el camino que pisamos, cuando ya se aproxima a la Puerta de la Villa, está arreglado.
- Lo restauraron cuando hicieron ese camino que por la ladera sube al castillo.

Aparecen unas pilas con un poco de agua por la derecha.
- Aquí estaba el lavadero que también lo han quitado. Como ya metieron el agua en las casas, pues la gente no lo usa. El Lavadero de la Puerta de la Villa, es como se llamaba.
Miro y descubro que esta noche, el agua que recoge, se ha helado. Algún niño ha venido por aquí, ha roto el hielo y lo ha tirado por el camino por donde se esparce en trozos grandes que parecen cristales de verdad. Cae un chorrillo de agua. Las hojas secas de los árboles que crecen cerca, lo tienen casi lleno. Por el lado de la izquierda queda un rincón bajo una roca.

- Esto se llamaba la Charca.
- ¿Por qué?
- Por debajo de esa piedra siempre había agua. Y lo que pasó fue que Félix Vivo hizo el lavadero este por aprovechar el agua del pueblo, que viene aquí para regar el quiñón este y el de abajo. Este que se ve por ahí, es el camino que va a todas las huertas y hasta Cortijos Nuevos. Lo que se ve ahí, era el Huerto Ginero, ese el Portillo, aquello que cuelga allí y lo que nos queda al frente, la entrada de la Puerta de la Villa y lo de arriba, el Fuerte.

Por las covachas de las rocas, todas en sombra y con un tono oscuro denso, ladran los perros. Un pilar ya muy próximo a la puerta.
- ¿Cómo se llamaba?
- Pues el Pilar de la Puerta de la Villa. Y eso era la Cueva del Vino.
- ¿Del vino?
- Sí. Como se ve, esto lo han restaurado para que no suba nadie ahí.
Remontamos una empinada rampa que también fue restaurada no hace mucho. Le pusieron piedras de pavimento y al notarlas, pienso que cuando por aquí pase el burro Platero o los de su raza, tendrán muchos problemas para andar. Tiene mucha pendiente y las herraduras contras las piedras, se deslizan como el hielo.

- Cuesta de la Puerta de la Villa, es como se llama esto. Esta casa que cuelga encima de la Puerta de la Villa, era la de la tía Pepa. Aquella otra, de la tía Sofía. Aquella mujer era muy devota y siempre se le veía al encuentro de los santos. El camino que estamos pisando tampoco ahora está fino. Antes estaba empedrado pero de otro modo y sí que se bajaba y subía por aquí con caballerías.

55- La mañana cayendo
con el sol dorado
de este corto invierno,
muda se me cuela
por los río del alma
y me corre doliendo
y todo pasa y calla
y me deja muriendo.


La mañana que abrazo
y respiro en silencio,
como un mar me empapa
de gozo y misterio
y me deja parado
en el mismo centro
de tu presencia redonda
y mi dolor doliendo.


Entramos por los arcos de la puerta.
- Estas eran las bóvedas. Tenía aquí una puerta que se sujetaba con unas vigas a la pared y cuando cerraban, ya nadie podía entrar al pueblo ¿quién iba a entrar?
Todo quedaba rodeado de voladeros y muralla.
Vamos pasando por el túnel de la puerta.
- ¿Lo han restaurado también?
- Hace diez o quince años y no lo hicieron bien. No ha quedado como estaba.

Salimos por la puerta y ya estamos dentro del pueblo. Por la izquierda unas paredes que arrancan desde la misma entrada.
- Esto es el Fuerte. Y esta casa, del tío Roque que lindaba. El rincón que pisamos es donde estaba la casa del tío Doroteo. Se la expropiaron y le derribaron esto para dejar el espacio que vemos. Que la casa llegaba hasta aquí mismo.

Subimos unos metros y ya nos encontramos en la esquina de la plaza donde corre ahora la bonita fuente moderna. Nos tropezamos con varias mujeres que salen de la tienda y al verme, una de ellas, dice:
- Pues si ya no quedamos nadas más que viejos, ¿qué cosas podremos contar que no sean antiguas?
- ¿Por ejemplo?
- Pues cuando mi marido vivía, hacíamos las conservas al baño maría. El pisto o fritao que era como lo llamábamos antes, lo metíamos en una lata, el abuelo Cesáreo le ponía una tapadera y la estañaba, metíamos la lata en agua hirviendo media hora y ya teníamos conservas para todo el año.

Quieren contarme muchas más cosas pero tengo que seguir. Subo por la calle en busca de la Rueda, que es donde el otro día me quedé esperando y con dos milagros en la punta de la lengua. Antes de llegar, otra mujer mayor, que viene precisamente de la Alcoba Vieja con su garrafa de agua, me dice:
- Es que la que tenemos ahora en los grifos, no sabe lo mismo. Como le echan cloro, tiene un gusto malo, sabe usted.
Y le digo que lo entiendo y a reglón seguido le pregunto:
- ¿Y lo de las Vaquillas?

Y ella:
- Pues que están preciosas. En el mes de agosto, el día quince, es el día de la Virgen y el dieciséis, es el día de San Roque, que es fiesta también. Hay misa y procesión y todo eso. Y los tres días últimos que son diecisiete y dieciocho y diecinueve, pues las vaquillas, por las calles corriendo.
- ¿Por qué calles?
- Por la Real y por la de Enmedio. Sólo por la parte de abajo. Por arriba, mi calle que es Guadalquivir, no entran. Que a esta calle antes se le decía Callejón Real y ahora le han cambiado el nombre. No sé por qué será, sabe usted. Para que se le quede claro, yo vivo ahora frentico a donde estaba la fragua de Vicente Sola. Entrando por la farmacia, donde vive el rápido, ahí mismo está la plaza de abastos.
- ¿Y qué más de las vaquillas?
- Nada más que corriendo por las calles y la gente detrás. Luego las matan. Antes tenían todos los días las mismas pero se ponían que el último día ya no valían para nada. Así que ahora, traen dos cada día y las sueltan por la tarde. A las seis las sueltan y ya toda la tarde. Las torean todo el que quiere salir.
- ¿Alguna vez ocurrió algún accidente?
- Pues no. Antes se hacían las vaquillas en la misma plaza de la Rueda. Ponían unas barreras pero luego pensaron que sueltas por las calles era mejor. Yo qué sé de esto. La gente se divierte ahora más pero yo pienso que antes estaban más bonicas. Pero claro, el personal, pues yo por ejemplo estoy en mi casa y cuando pasan por allí, las veo y si no pasan, pues ya no sería lo mismo ¿verdad?

Pero lo que sucede ahora es que ya no hay tantas personas en el pueblo como antes. Aquí no hay nada más que viejos y cuatro críos. Y eso se nota, si usted se da una vuelta por las calles, las verás solas. Antes había mucho personal pero ya, como aquí no hay vida, pues la gente se tiene que ir por ahí. En verano sí vienen más personas pero no es lo mismo. Así que las fiestas y las vaquillas, tampoco son como en aquellos tiempos.

56- ¿Qué tuvieron aquellos tiempos
y de qué perfume impregnados,
que siempre van mis recuerdos
por ellos como volando
y más vivo allí que aquí
aunque tanto esté callado?

La despido y sigo. Mientras avanzo escuchando la melodía de su tierna voz, de ella o de los otros que ya conozco o del silencio que me abraza, me parece que surge como un rumor que anuncia: A las personas que hoy u otro día decidan venir a este pueblo: que sean bienvenidas pero que no lleguen sólo para recorrerlo, ver algunas cosas e irse, como casi siempre sucede. Que vengan con la disposición de escuchar el silencio y a llenar de paz las regiones íntimas del alma. Porque el gozo profundo y cierto, es ahí donde nace.

Y por las calles de este pueblo, por la hierba que chorrea desde sus laderas, por el azul intenso que le cubre, por los valles y barrancos, por el viento que lo besa, lo que más abunda es precisamente silencio y paz. Y de sus personas, lo que más rebosa, es su trabajo sencillo y callado, enredado como en un buen beso de Dios, que los une, los quiere y los abraza. Porque ellos saben, que en el corazón, dentro, está la belleza y el amor. El monumento más hermoso jamás creado y la obra de arte más perfecta.

Así que para ti que vienes, coge y bebe y emborráchate del silencio y la paz que mana y transmite este pueblo. Llena tu alma de este don y ya verás como igual que ellos, descubres que lo importante no es ver mucho, saber o tener abundancia de cosas sino gustar, pausadamente y en lo más fino del alma, la belleza que mana de las cosas sencillas o pequeñas.

Piso la plaza que permanece y mana, silencio preñado. Miro al frente y veo abierta la puerta del Ayuntamiento. Entro y a dos pasos, unos cristales. Tras ellos, el muchacho joven que el otro día estudiaba sentado en el mirador del Aguilón. Nos saludamos. Le pido la llave de la iglesia y mientras se levanta y me la da, me aclara que ya han sido las oposiciones para policía municipal en Úbeda.
- ¿Y qué?
- No hubo suerte. Eran dos plazas y se las dieron a unos del mismo pueblo.

Le digo que lo siento y lo animo para que siga trabajando. Me da la llave y como ya son casi las dos de la tarde, le aclaro que mi visita a la iglesia será breve para que él se pueda ir de su trabajo cuando se le acabe la jornada que es justo a las dos de la tarde.
- Voy mientras a mi casa y le traigo las fotos que le hice y las que saqué de la matanza.
- Pues te espero en la iglesia.

Salgo, pongo la llave en la cerradura, abro y entro. Algo me palpita dentro y sin voz ni ruido, me dice que lo que en estos momentos estoy pisando, sí es lugar sagrado no sólo porque sea la casa de Dios sino porque ellos, los hijos de este pueblo, los de ahora y los de otros tiempos, están por aquí vivos con todas sus emociones, luchas, sueños, alegrías y sufrimientos. Algo muy serio y tremendo estoy yo ahora tocando con mis manos y observando con mis ojos y esto, me grita en lo más hondo.
Entro y de frente, unas puertas de madera que sujetan y presentan un espacio cerrado. Por el lado de la izquierda, empujo y paso. La luz tenue del día que ya va por su mitad, llena la estancia con un tono cálido. Mucho silencio y una gran nave central que arranca desde mi derecha y se viene hacia la izquierda donde al fondo, se alza el retablo y el altar. La pila bautismal me saluda en los primeros pasos y por la izquierda.

Unos metros más adelante, por la izquierda, me queda un hueco donde me encuentro con el belén. ¡Qué bonico y qué sencillo! Tiene pastores, ovejas, ríos de agua clara que aquí son de papel de aluminio, mucho musgo y caminos que, desde todos los puntos de la tierra, van hacia Belén. Por ellos caminan pastores, labradores, herreros, carpinteros. Y sin saber por qué, me digo que algo así como en aquellos tiempos. Desde la Vega que ahora cubre el Pantano del Tranco, subían los caminos y por ellos venían las personas que vivían en los cortijos, hacia este bonito pueblo de Hornos, que era como su belén particular. Aquello sí que tenía vida y estaba cubierto de escarcha verdadera.

Un poco más adelante, una puerta por este mismo lado. Es la sacristía. Frente queda el altar mayor. Leo un rótulo escrito en este altar: “La Verdad os hará libres”
y otra vez me digo que lo entiendo. Libres fueron ellos siempre entre las casas y calles sencillas de este pueblo bello. Y sí que lo fueron desde dentro porque su verdad, su sencillez, su amabilidad, su buen corazón y su disposición para con los hermanos cercanos y los que llegan ¿quién se atreve a discutirla?

Es bonito este altar con su retablo al fondo donde en todo lo alto, resalta la imagen de un Cristo y en el centro, abajo, la imagen de la Virgen de la Asunción. Ella, la reina soberana que tan limpiamente es amada por los hijos de este pueblo ¡Qué guapa y cuanto consuelo y amor reparte para los que bien la quieren! Si me pudiera responder le preguntaría ¿por qué siente tanto cariño por este rincón y este pueblo? ¿Por qué es tan generosa repartiendo consuelo a las personas de esta sencilla y humilde tierra? Si me pudieras responder...

57- ¡Oh tú, reina entre las reinas
y flor de flores y consuelo
de los que son humildes en la tierra
y fuerte, abrazas en tu pecho,
¿qué pacto de amor hiciste
entre la tierra y el cielo,
para que estos tus hijos serranos
y sus casas y su pueblo,
sean por ti, tanto amados
y tanto te quieran ellos?


Me muevo hacia la derecha y al pasar por delante del que es dueño de las flores las corrientes de agua que tanto me fascinas al verlas saltar por los arroyos de estas sierras, lo saludo con mi pobre reverencia. Por este lado, el hueco donde varias imágenes se apoyan en la espera y el recio silencio. Y San Roque. Miro hacia atrás, y la bonita nave con sus asientos de madera, dos lámparas de hierro colgando en el techo y sobre los primero asientos, unas hojas de papel amarillo oro. Cojo una y leo: “Hornos, celebra la Navidad”.

En fotocopia, en el centro de la hoja, una imagen del pueblo y como pie, un fragmento que dice: “El Señor os bendiga y os guarde, ilumine el Señor su rostro sobre vosotros y os sea propicio. Que el Señor os muestre su rostro y os conceda la paz” Abro la hoja y por dentro, la letra de unos villancicos: Esta noche nace el Niño, Niño mío, Gloria a Dios en las alturas, a Belén tengo que ir, Yo soy un pobre gitano, Soy un pobre pastorcico, Noche de Dios, Siempre es Navidad, Suenan Voces de paz, Abre tu mano, Gloria en el cielo, Pastorcicos de Judea, En Belén, una pandereta suena, El tamborilero y Chiquirritín.

Mientras los ojeo y medito levemente, me digo que me hubiera gustado mucho, en la noche de la Navidad que acaba de pasar, haber estado en este recinto sagrado. Me hubiera gustado mucho haber oído el son de estos villancicos cantados por los jóvenes y niños de este pueblo. Me hubiera gustado mucho haber vivido la Navidad con las personas de este precioso pueblo y sobre todo, me hubiera gustado, haber sentido el frío entre la luz de las estrellas y el rebuznar de Platero, en esta noche de Navidad y en este pueblo.

Si Dios lo quiere, otro año será porque además, desde hace mucho tiempo y dentro de mi alma, tengo el germen de un librico que quiere nacer. Será un cuento de Navidad con escenarios y personajes reales: este pueblo y los niños, jóvenes y mayores que lo habitan. Hay materia más que suficiente y como la abundancia y belleza de Dios es tanta, sólo tendré que coger y pasar al papel. “Hornos, pueblo mío en Navidad”, puede que sea el título.

58- Hornos, pueblo mío en Navidad,
vestido de escarcha blanca
y sobre tu gran pedestal
de rocas y viejos olivos
y todo luz en la claridad,
¡con qué mirada me miras
y me pides sin parar
que a ti vuelva y en ti me quede
hasta el fin de la eternidad!
Hornos, pueblo mío en Navidad,
¿qué Belén no eres tú
y qué pesebre a, Dios, no das?


Me muevo hacia el centro. Quiero asomarme al balcón que hay a otro lado de la puerta, al fondo de la nave central. Quisiera también hacer algunas fotos y recoger con más detalles, lo que desde el silencio de esta iglesia, mana y se me clava con tanta fuerza, en el corazón. Pero por un momento, me arrodillo en uno de los bancos. Pongo mis manos sobre la cara y me dejo abrazar por el silencio profundo. El silencio preñado de este bonito pueblo que tanto palpita y grita y, al mismo tiempo, transciende y da consuelo.

Quiero rezar. Sí, quiero rezar porque ahora me nace de dentro dar gracias aunque ya sé que en cualquier rincón de este paraíso serrano, está Dios reflejado y presente total. Pero en este recinto recogido de la iglesia, hoy necesito rezar para, por encima de todo, dar gracias por tanto y por ellos.

Y estoy conmigo y en mis pensamientos recogido en Dios, cuando del centro de la iglesia y, en forma de sueño, oigo surgir una música, con acento de Navidad:

“Esta noche nace el Niño,
entre la escarcha y el hielo,
quién pudiera Niño mío,
vestirte de terciopelo. Turururu.
Son las doce en punto, Turururu...
nublado y sereno, Turururu...
ven tú Niño mío
que yo tengo miedo.
Son las doce en punto,
nublado y sereno,
ven tú Niño mío
que yo tengo miedo”.


Y de mi alma se escapa: Esta noche, Dios mío, quizá ahora sea ya el momento del abrazo de vida y muerte que me tienes prometido. Ven y entra en mi pecho y fúndeme contigo en el amor que es fuego y permite que siga, para siempre, enterrado en el silencio que se enreda entre las casas de este tan bonito pueblo. Quizá ahora sí sea ya el momento, Dios y Rey soberano y creador de todo lo que es bello, de recibir de Ti, por fin, el definitivo beso y que se acabe esta lucha mía por los caminos duros de este suelo y que mi corazón descanse en el amor que en tu corazón yo tengo.


A PARTIR DE AQUÍ ESTÁ EN EL LIBRO DE LAS RUTAS

CINCO RUTAS MENORES
PROXIMAS A HORNOS

Nota: lo de rutas menores no es porque lo sean en belleza o emoción. Lo expreso así para diferenciarlas de un gran trabajo mío, sobre este mismo tema, de todo el Parque Natural y que tiene por título: Grandes rutas por la sierra profunda. Y lo de grandes, tampoco lo es porque condensen más belleza que las menores. Creo y, en más de una ocasión lo he comprobado, que en lo pequeño se concentra tanto o más misterio y gozo que en lo grande, por su volumen.

1, 2 - ALCOBA VIEJA
Y PISCINA NATURAL

La distancia
Desde la curva de la carretera que sube al pueblo de Hornos y que viene del Pantano del Tranco y Cortijos Nuevos y hasta el mismo rincón de la fuente Alcoba Vieja, son unos trescientos cincuenta metros.

Al cauce del arroyo que es donde se encuentra la piscina natural, llega a los mil quinientos metros.

El tiempo
Andando y partiendo desde la misma curva de la carretera, no se tarda cinco minutos. Desde el pueblo, en un paseo tranquilo a fin de ir dejando que el alma se empape de lo que rezuma el paisaje, se puede tardar media hora.

Al rincón de la piscina que se embalsa en el arroyo, si se hace andando cosa que es de una emoción singular, se puede tardar unos treinta minutos. Si se recorre en coche, cinco o seis.

El camino
El ramal de pista de tierra que remonta al rincón de la Alcoba vieja, está en muy buenas condiciones, tanto para hacerlo a pie como en coche. El otro tramo, que es algo más largo y baja buscando la piscina, también se encuentra perfecto en su firme. Es de una emoción especial recorrerlo por la vista que muestra en todo momento hacia los barrancos.

El paisaje
Es común para las dos rutas puesto que se desarrollan por el mismo rincón. El que sube a la Alcoba Vieja, transcurre escoltado por acacias, olivos colgando de las laderas, muchos pinos ya al final y árboles frutales en algunas de las viejas huertas que todavía existen por entre los olivos. La visión es hermosísima tanto al frente como a la izquierda según avanzamos, que es por donde nos queda el barranco del arroyo.

El tramo que nos lleva a la piscina natural, como es más largo, presenta matices más ricos. Los olivos chorrean por arriba y por abajo, higueras que se cargan de frutos en su tiempo y el bosque de pinos, romeros, retamas y enebros que nos escoltan hasta lo hondo del arroyo. Ya en este punto, la corriente que llega, presenta tonos y rincones de verdadera fantasía.

Lo que hay ahora
Son las once y media de la mañana del veintiocho de diciembre. Estoy en la misma curva donde, por la derecha, se apartan las dos pistas que llevan a la Alcoba Vieja y a la piscina del arroyo. Por la derecha y por la parte de arriba, sale la que va a la fuente bella.

Es una mañana muy fría. Aquí mismo está la escarcha blanqueando sobre la hierba al borde de la pista. El día se muestra como parado, íntimo y al mismo tiempo, misterioso y algo triste, sin serlo del todo. Sube la pista un poco, no demasiado y enseguida compruebo que el firme está muy bien. Pasan por aquí los tractores y coches y con la húmeda que tiene el suelo, la tierra se ha compactado mucho.

Se siente el canto de algunos pajarillos. Unos árboles que se parecen mucho a los serbales, escoltan por ambos lados del camino. No tienen hojas porque lo son de las caducas y el invierno se las ha llevado por delante. Algunos son acacias que se mezclan con majoletos y otras especies que no conozco.

Sigue remontando como unos veinte metros y a la izquierda, la construcción de una pequeña casa. Tiene las paredes de piedra y salta a la vista que la han reconstruido no hace mucho. Tiene su chimenea y una placa solar. Por aquí mismo, la pista se allana. La casa tiene la puerta mirando hacia el rincón de la fuente con una entrada muy bonita.

Con el camino, avanzo cómodamente ceñido a la ladera buscando la sombra del misterioso rincón. Ya lo veo frente como a unos cien metros de mí. Le da el sol a los pinos que le quedan por la parte de arriba y relucen verdes, con un pequeño matiz amarillento que el frío de las heladas ha dejado sobre las hojas. Los otros árboles, álamos, granados, higueras y almendros, silenciosos se clavan en la tierra, desnudo de hojas y con apariencia de sequedad. Parece como si lloraran no se sabe qué sobre la luz fina que la mañana les va regalando.

Según recorre la pequeña hondonada, la pista discurre por completo llana. Por la izquierda me va quedando una bonita hilera de acacias desnudas. Y por la derecha, los olivos aparecen cargados de aceitunas. Han madurado porque se les ve negras y no son muy gordas. Es tiempo ahora de la recogida pero por este punto, aun no ha tocado.

Por el barranco y las otras laderas de enfrente, se le ve a la gente afanada en esta tarea. Unos varean, otros recogen los mantos, varios se calientan en la lumbre que humea en abundancia y por los caminos, recogiendo los sacos llenos, van los tractores. A donde no llegan ellos, sí entra el burro blanco que llamo Platero. Sobre su lomo transporta los sacos de aceitunas que huelen a alpechín y hasta sueltan sus gotas de aceite.

Sigue llamando mi atención, la escarcha presente a un lado y otro del camino que recorro. Casi en todo el invierno se va de aquí esta escarcha y es que el terreno, se recoge en la zona de la umbría y por eso, ni siquiera al medio día, dan los rayos del sol. Que por otro lado, tampoco calienta demasiado por lo caído que va, sobre la raya, casi, de la parte más alta de la sierra que recorro.

Como las hojas de los árboles, ya hace días que se cayeron, por el suelo forman un tapiz espeso, negras algunas ya, otras cubiertas de blanco por las escarchas y las más bonitas, mostrando el color naranja oro que les regaló el otoño. Se mezclan las de los olivos con las de los álamos y las acacias y por donde ellas no cubren, asoma la hierba con su traje de escarcha.

La pista tuerce un poquito y ya se enfila recta al rincón de la Alcoba. Se le ve al frente, por entre varios de estos árboles sin hojas y el corazón se alegra un poco por no se sabe qué perfume presente en el ambiente. El rumor del chorrillo que cae, ya llega con su tono alegre y ello rellena el placer por el alma.

Por la izquierda, ahora la ladera se hace más larga. Con mucha hierba y ya desaparecen los olivos. Lentiscos, madreselvas, algún roble, zarzas e hierba embutida entre las zarzas y apiñada con el musgo y las hojas secas de los árboles que no dejan de acompañar, por la derecha. Y por la izquierda, mucha espesura de zarzas con sus hojas mitad verdes y mitad color miel naranja.

Entro al recinto, que es un rellano ganado a la ladera. Por eso, por el lado de arriba, le pusieron una pared de piedra con el fin de sujetar la pendiente. Pegado a la pared pero en la tierra llana que es propiedad de la fuente, a una distancia de tres o cuatro metros, van apareciendo unos bancos de piedra. Los cuanto y me salen siente en fila, que miran hacia la fuente y se escapan para el barranco del arroyo y las laderas de enfrente.

En el mismo centro del rellano, levantaron la fuente. Varios árboles por entre los asientos construidos de cemento, una papelera, la hierba impregnada de rocío y escarcha y al final de la pared que me acompaña por el lado de arriba, traza un ángulo recto y se va para el barranco. En este lado, también aparecen dos asientos mirando hacia la fuente y el pueblo de Hornos que queda mucho más lejos. Unos metros baja la pared y ya aparece la baranda.

Se la pusieron por el lado que da al barranco un poco para sujetar el rellano y otro poco para sujetar a las personas visitan el rincón, mientras se apoyan en sus hierros y miran para las profundidades, que es por donde, en un mar amplísimo, se extienden los olivos. Sobre esta baranda, también pusieron bancos pero tuvieron un problema: como la belleza se queda en el centro, chorreando con la fuente y su cristalino caño de agua, pues no sabían para qué debía mirar estos asientos.

Lo resolvieron poniendo tres mirando hacia el barranco, dos, a la entras, mirando para la fuente y los dos últimos, uno para cada lado. De este modo, las personas mayores que desde el pueblo vienen dando su paseo a por agua o simplemente para matar el tiempo y de paso respirar la naturaleza que tanto aman, pueden escoger lo que más les apetezca. Por este lado son en total siete asientos.

Las acacias no tienen hojas. Recorro la baranda del lado de abajo, por donde sobresale la hiedra que viene creciendo desde la base del muro, me asomo y aquí están los olivos, mezclados con los árboles frutales de alguna vieja huerta. Son granados, membrillos y alguna higuera. Por el suelo del rellano donde en su centro mana la fuente, siguen tapizando las hojas secas y la espesa hierba.

Por aquí entran los coches, le dan la vuelta a la fuente y vuelven. Pero yo sí me acerco a ella. Es cónica con la parte más ancha, arriba y por el centro le sale un pivote. De ahí salen dos grifos dorados porque son de cobre. De cada uno de ellos sale un buen chorro de agua que cae en el centro de la taza que presenta el cono. Ahí se queda recogida y por el agujero que tiene el pivote en un lado, se escapa para seguir corriendo hacia el barranco.

Nadie aprovecha esta agua a no ser para regar las huertas de la ladera o los olivos. Y claro, dos chorros más gruesos que un dedo gordo, es mucha agua a lo largo de un día entero. Es bonita esta fuente y a ello colabora la construcción de piedra que le pusieron. Tiene una plataforma también de cemento a todo su alrededor y una alqueta por el lado del pueblo.

Me acerco y bebo por el puro gozo de empaparme por dentro de lo que es tan puro y la tierra que amo, me ofrece con tanta abundancia a la vez que con tanto amor sincero. No hay nadie esta mañana aquí en el rincón y ello me ayuda a sentir que para mí solo, la naturaleza y en ella Dios, palpita y se ha vestido el traje de gala que presenta. Un regalo sin igual que acepto humildemente y lleno de gozo al tiempo que doy las gracias.

*******
Justo en la cerrada curva de la carretera, donde también pusieron unos bancos para que las personas mayores que dan su paseo hasta el lugar, se sienten y gocen de las vistas hacia los horizontes, sale la pista de tierra que lleva a la piscina natural del arroyo. Pero arranca y en lugar de subir, baja levemente para irse por el lado de abajo de la Alcoba Vieja. Llama la atención, entre otras cosas y al comienzo, el firme tan bueno que también este camino presenta.

Zarzas a la izquierda y por la derecha, olivos que cuelgan en la torrentera con sus aceitunas todavía sin coger, mucha escarcha en la hierba al lado de arriba y el barranco por el lado de abajo, impresionante y hundido. Desde son fondo, rebosan las laderas sembrada de olivos y la nieblecilla, no mucha, revolotea inquieta. Se mezcla con el humo que sale de las lumbres que los aceituneros han encendido para no sentirse tan desamparados frente a la mañana de este frío invierno.

Baja bastante en el primer tramo, pasa por debajo de la casica de piedra junto a la pista que lleva a la fuente y atraviesa la hondonada que la arrugada tierra de la ladera, presenta. Al lado de arriba, una parata de piedras con mucho musgo y éste, tapizado del blanco de la escarcha. Los olivos son grandes, muy grandes. Se amontona con una espesura de ramas tremenda y caen casi cubriendo la pista que recorro. Se doblan de tanta aceituna como tienen.

Sigue bajando, mucha hierba por la torrentera por donde caen los olivos, algunas matas de tomillo, pasto del año pasado y otra parata que va sujetando el barranco para que no rompa a la pista cuando la lluvia arrastra tierra y piedras. Dos olivos muy densos y justo aquí mismo, a doscientos metros, el camino se divide. El de la izquierda se mete en picado para el surco del arroyo. Creo que esta lleva a lo que fue en aquellos tiempos la central eléctrica.

Por la que sigue al frente y por el lado de arriba, continuo. Remonta levemente y aquí, por el lado de arriba, desaparecen los olivos. Hacen su presencia los pinos que caen desde la fuente de la Alcoba Vieja. A la izquierda y el lado de abajo, una higuera sin hojas. La conozco y por eso sé que da brevas muy ricas. Cuando en la fecha oportuna, otras veces he pasado por aquí, la he visto doblada de estos dulces frutos y no he podido resistir la tentación de coger algunos. Al levantarse la mañana, bien maduros y fresquitos ¡qué ricos están!

Remontando un poco, dos grandes olivos por este mismo lado y ya toma posición llana. Por el lado derecho, caen las piedras del rincón de la Fuente. Ya la tengo rebasada y también dejo atrás a los olivos. El monte es el bosque natural que tan bellamente puebla las cumbres y laderas de la inmensa sierra. Aparecen los enebros, los romeros, matas de carrasca, pinos, jaras blancas y tomillos. Durante unos metros, por el lado de abajo todavía me acompañan los olivos.

Algunas piedras que han rodado por la ladera, otra higuera pequeñita por el lado del arroyo y como si en el rincón hubiera habido alguna construcción antigua. Gira en una escasa curva que viene para la derecha, sigue remontando sin ser mucho, un olivo muy bonito con un sólo tronco, se mete en una hondonada menor y aquí ya, despido el último olivo por la derecha, casi solitario entre el monte.

Con asombro comienza a presentarse los pinos. Gira otro poco para la derecha con la curva, por completo clavada en la ladera. Como me voy aproximando al arroyo, la inclinación del terreno, cada vez es más fuerte. Tuvieron que cavar por aquí una buena zanja para construir la pista que recorro.

Al frente sobresale Peña Rubia, muy bonita por entre los pinos y ya el barranco por donde se despeña el arroyo. Le entra el sol desde el lado de la cumbre y la nieblecilla que se va levantando, le presta un traje mitad misterio y el resto asombro por la rara belleza.

Se allana levemente y sigue trazando otra curva para la derecha. Romero, jarablanca y retamas. A setecientos metros, me he parado porque de la ladera, ha rodado una gran piedra y para poder pasar, le he quitado. Hay coscoja también, enebros con sus semillas y ahora, deja de ser llana y cae en picado para el surco del arroyo. El firme sigue bueno y la anchura también.

Ya bien metida entre pinos. Por el lado de arriba, un gran corte en la pura roca por donde tuvieron que tajar para seguir adelante. En todo momento voy por la curva de nivel que marca los ochocientos metros, rozando un poco antes, la de los novecientos. Al rincón me lo voy encontrando solitario y esto me anima.

Gira otro poco para la derecha y ya me da el sol de frente. Arriba se ve el cielo azul con unas barras de nubes blancas y que trazan el mismo recorrido que el perfil de la montaña. Es el punto más alto de la Cumbre que acoge la carretera que lleva a Pontones y Santiago de la Espada.

Se inclina ahora mucho y baja. Por el lado de arriba, continuamente se desprenden las piedras y la tierra. Pinos carrascos, el sol que me sigue besando de frente y aunque son ya las doce de la mañana, pues se presenta por completo horizontal y por eso, muy poco levantado de la cumbre por la que asoma. Juncos y la torrentera que se hace más larga. Es de pura tierra. Cuando son abundantes las lluvias en invierno, esta tierra se empapa y a veces se hunde dejando la pista cortada.

Hay aquí dos trozos que están mal. Lo arreglaron el año pasado. Un ensanche menor y se allana levemente muy cerca del arroyo. A un kilómetro del punto de partida. Ahora sube, quedándole por el lado de arriba el tajo de la torrentera en pura roca y gira. A un kilómetro cien, una desviación por el lado de arriba y para abajo, aparece como una explanada donde muchos de los coches que llegan, se quedan. Desde aquí a la piscina, la distancia es corta y el rincón muy bonito.

Dejo aquí mismo el coche, donde me encuentro otro parado y por un momento me vengo al lado izquierdo donde, en la tocona de un pino, he visto tres preciosas setas. Le voy a sacar una foto. Se refugia entre la espesura de coscojas, romeros y enebros. En cualquier rincón y cuando menos me lo espero, me tropiezo con la belleza vestida con su mejor traje. Por el suelo, muchos rectos de piñas comidas por las ardillas.

El rincón de la piscina
Atravieso la explanada y ya busco el cauce del arroyo. Aquí mismo crecen muchas matas de espliego. Todavía tienen sus flores que, aunque secas, concentra un perfume deliciosos. El romero tiene algunas florecilla abierta y los tomillos se muestran callados y algo heridos del frío invernal.

El rumor de la corriente me llega nítido y, en el momento pequeño, se me alegra el corazón. En cualquier rincón y hora del día, cuando uno recorre estas sierras, puede quedar sorprendido y hasta paralizado por el abrazo tan limpio y sincero que la naturaleza da de repente. Es lo que me sucede ahora y de ello me alegro porque así compruebo que es dentro de uno, donde las cosas tienen su verdadero sabor.

El amplio silencio de la mañana, sólo es roto por la música que mana de la corriente que salta. Los pinos quietos, la naturaleza sin moverse, no corre ni chispa de viento y el día medio se abre teñido de azul brumoso.

Una piña casi enana, me sorprende al verla en el suelo. Es de un pino carrasco y se nota que alguna ardilla la ha cortado no hace mucho. La cojo y me la guardo en el bolsillo. Por el lado izquierda me saluda una madroñera grande, ya sin madroños pero con algunas flores todavía colgando de sus ramas.

Hay aquí un trozo que está muy malo y por eso los coches no entran, algunos, hasta el final. Caen en una pendiente muy pronunciada y enseguida, sobre la misma orilla del arroyo, un rellano. Una construcción que son los servicios cuando en verano este rincón se llena de gente. Mira al cauce y compruebo que trae mucha agua. Arroyo de los Molinos es como se llama por este tramo y por las partes altas, de la Garganta.

El hielo que la noche ha dejado por el campo, se ve blanco sobre la hierbecilla y arena de los bordes de esta explanada. Un pino que se ha caído y se dobla justo por encima de las aguas de la corriente. El rellano, con una pared por el lado que da al cauce, otra pared que le pone fin por el lado que pega a la piscina y en la esquina, un puentecico de tablas para cruzar al otro lado. Tablas por abajo y la baranda también de tablas.

Por la derecha se me presenta el muro de la piscina natura, hoy con sus compuertas levantadas y por eso, vacía. Sólo el chorro de agua que trae el arroyo, corriendo por el fondo de ella, que es arena fina. Por el lado izquierdo del arroyo, una sendica estrecha y remonta unas escaleras con diez peldaños y ya estoy encima del muro de la piscina.

Es muy sencilla este charco grande que usan como piscina. En un tramo del arroyo, donde se estrecha mucho y queda recogido entre dos paredes naturales de piedra, construyeron un pequeño muro de cemento. Le pusieron una compuerta y con sólo cerrarla, el agua se remansa a lo largo del surco del arroyo y esa masa limpia que se renueva continuamente, es la piscina. Por eso lleva el calificativo de natural. Nada de depuradoras ni cloro.

Por las paredes de rocas naturales que tiene a los lados, ahora mismo se ve con claridad la marca que han dejado las aguas mientras se remansaban. Por el lado de la izquierda, sobre un muro de cemento, entre unas rocas y las raíces de un pino, pues sigue subiendo la senda para irse a donde comienza la piscina. Remonta otras escaleritas con una baranda de hierro que le han puesto por el lado que pega a la piscina y al llegar a lo alto, se allana. Es de cemento y ya baja.

El rincón es precioso a estas horas de la mañana, sin más ruido que el rumor del agua, el canto de algún pajarillo y el sol que besa mudo. Baja una leve torrentera y aquí, por una esquina sin escaleras, es por donde las personas se meten en las aguas de la piscina cuando está llena. Sigue un rellano algo más amplio y ancho, por la izquierda todavía y con un muro para sujetar por el lado de las aguas.

Hay ya aquí una pequeña cascada que cae hacia lo que sería la piscina. Otro puentecico, este no de tablas sino con dos vigas de hormigón y cemento tapando el centro. Da paso para el lado derecho del arroyo. Y nada más descansar en este lado, un rellano menor, una cuestecica hacia la torrentera de rocas, una apariencia de cueva y por debajo, sobre una repisa de tierra por delante de esta covacha, una mesa de cemento para que las personas se puedan sentar y comer, sin lo desean.

Mucho culantrillo hay por aquí, zarzas y coscojas. Avanza unos metros ahora por el lado de la izquierda sobre un pequeño muro de cemento y enseguida se tropieza con la masa azul de un gran charco. Una escalera por la derecha que remonta para salvar este charco y para la izquierda, se va la senda. Pasa saltando de pivote en pivote, dos o tres, de cemento. El charco se remansa mostrando una buena masa de agua cristal y la senda lo recorre por el lado de la izquierda.

Busca el chorro de una fuente menor que mana y construyeron en el mismo rincón de estas rocas que se abren en forma de covacha poco profunda. Le hicieron por aquí un rellano de cemento para que sea más fácil acercarse a la fuente e incluso quedarse sin agobios.

El chorrilo que mana de la roca, sale por un caño de hierro y cae a una pileta de cemento que también le hicieron y ahí se estanca en un juego primoroso en el lado de lo pequeño. Lo arropa una gran masa de culantrillo y para decorarla un poco mejor, un rayo de sol se cuela por entre los pinos de la ladera y viene a morir justo en el rincón y sobre las aguas del dulce manantial. El recto del arroyo, todo queda en sombra y eso hace que aún resalte más la luz que este rayo de sol derrama generosamente.

El charco queda por completo en sombra, la cascada que le entra por arriba, también pero escoltada por muchas matas de hierba que se ha secado y ahora tienen tonos oro y como en el fondo del arroyo, crece mucho musgo con un verdes puro e intenso, el cuadro es de ensueño. ¿Quién sobre esta tierra podría crearlo con más sencillez y al mismo tiempo, con tanta belleza simple, a los ojos humanos y tan honda, al pensamiento y al alma?

Y como el silencio junto con la soledad que esta mañana presenta el rincón, me abraza con tanta fuerza, ahora ya voy a dejar de hablar. Durante unos minutos me voy a dedicar a sacar algunas fotos y luego, me pararé y sentado frente a lo que tanto me asombra, me quedaré todo el rato que sea necesario. O mejor, hasta que mi alma se sienta saciada, de tanta abundancia de Dios, reflejado en espejo tan perfecto.

La fragancia eterna
En la tierra negra que deja al descubierto el arroyo pequeño, justo donde crece el fresno del tronco torcido, maduro y viejo, esta mañana se amontona la escarcha que, al pasar, ha dejado la fría noche del invierno.

Y ahí mismo, por la primera ladera, todavía chorrean las matas de las calabazas y cuelgan, hermosas y desteñidas por el tiempo, los frutos gordos como esperando un poco más a ver si el cielo y la niebla de esta noche oscura, los madura del todo y los deja por completo añejos.

Y claro que recuerdo cuando aquella mañana subí siguiendo los pasos de la niña hermana, buscando los últimos frutos del invierno y al llegar a las tablas de la tierra buena, padre nos saludó diciendo:
- Al amanecer de los días estos del invierno, en la solana que desde el río se alza y bajo las rocas del agujero, se ve una maravilla tan grande que aquello ¡qué misterio!

Y le decimos nosotros a padre que un día tendremos que ir a verlo porque hoy, de la tierra negra del embarrado huerto, tenemos que recoger las calabazas que todavía cuelgan por la torrentera donde crece el fresno.


3- LAS CELADILLAS

La distancia
El punto de partida es justo el cruce de la carretera que, de la que sube a Pontones, se desvía un ramal para entrar al pueblo. Pues desde ese punto hasta el rellano donde arranca la senda que lleva al mirador, son unos cuatrocientos metros. Desde la carretera al mirador, el trocico de senda, no llega a cien metros.

El tiempo
Muchas personas mayores de este pueblo, al caer las tardes, se dan su paseo por la carretera hasta el mirador. No se tarda más de quince minutos aunque el ritmo sea lento que es como realmente, de estas rutas menores, se aprovecha todo su valor esencial: paz para el espíritu y amplios horizontes para el descanso de lo más íntimo.

El camino
El primer tramo, va por carretera asfaltada porque es la misma que lleva a Pontones y Santiago de la Espada. Donde hay que coger la senda por el lado derecho, lo primero que se presenta es un rellano muy agradable, arropado por la sombra de los pinos y luego el pequeño trozo de senda hasta el mirador, discurre perfectamente visible y con suave inclinación por lo alto del cerro hacia el mirador.

El paisaje
Por ser esta una ruta cortica y quedarse casi a los mismos pies del pueblo, el paisaje que le va acompañando, es precisamente y casi de continuo, la figura blanca del bonito pueblo sobre su pedestal rocoso. Pero, como desde que arranca hasta que termina en las tierras del cerro, no deja de remontar, por más que miremos, nunca el paisaje es el mismo ni los fondos que lo resaltan ni la luz ni el matiz en cada momento.

Por el lado de arriba nos acompañan pinos verdes que caen desde las cumbres del Pico Hornos y por la parte de abajo, siempre los claros reflejos de las aguas del Pantano, como si eterno, quisiera repetirnos que él pertenece y es gran parte del sueño que, sobre la dorada roca, de continuo brilla.

Ya en el caminillo que nos llevará al mirador fantástico, lo grande que no la belleza, se torna pequeño y las rocas blancas que empiedran la corona del cerro, restallan fascinación siempre resaltadas por la verde hierba, la sombra de los pinos y el azul, a lo lejos.

Lo que hay ahora
La carretera sube y al rozar las primeras casas del pueblo, se abre la curva hacia la izquierda. Nada más arrancar para seguir por el ramal que se escapa hacia las cumbres lejanas, por la izquierda todavía se ve el edificio de la Guardia Civil, hoy deshabitado, una curva menor para la derecha y dos edificios algo más pequeños. Las escuelas, un recinto que ahora es guardería y años atrás acogió al Ayuntamiento mientras se remozaba el actual.

Por la derecha también y algo caído por la ladera que se inclina, la cooperativa o fábrica de aceite pegada a la carretera que sube y a la que baja hacia las aldeas. Remonta un poco la carretera empinándose mucho para ganar altura desde el Collado de las Eras y por la izquierda, tierra desnuda de bosque pero sí con mucho pasto e hierba enratoná. Por el lado contrario, se ven los montones de aceitunas en los recintos de la fábrica, se oye su trajín y el olor de alpechín, llega penetrante y consolador.

Las casas del pueblo quedan recostadas en la ladera hacia el castillo y por los bordes, el tajo de la roca que lo sostienen. Algunos almendros por la derecha y al fijarme bien, noto que en sus ramas se apiñan las yemas que no dentro de mucho, reventarán en flores perfumadas. Parece que el frío de estos días los está reteniendo un poco.

Sigue remontando con energía y por la izquierda ya aparecen los pinos que cubren las laderas del Cerro Hornos. La vista, como desde tanto puntos de esta gran ladera, es preciosa hacia el pantano, toda la extensa vega y hacia el pueblo. Gira brevemente hacia la derecha y ya pinos por ambos lados. Sobre este cerro y a una altura de algo más de mil metros, es donde se encuentra el Mirador de las Celadillas. Es un puntal que le sale a la ladera al que cae desde la cumbre más elevada que es el Cerro Hornos, con mil ciento cuarenta y dos metros.

Hay aquí un collado menor, lo remonta la carretera, a la derecha quedan pinos y algunos cipreses, se allana el terreno, por la izquierda unos olivos y al frente un letrero donde se puede leer la presencia del mirador. Una explanada menor donde me paro. Por el lado de la derecha y de aquí mismo, se aparta o sale una senda que es la que lleva al mirador.

En cuanto se empieza a recorrer, por la izquierda queda una hondonada y entre árboles, se ven unas construcciones. Es ahí donde quisieron hacer una piscina para el pueblo. La avanzaron mucho pero antes de concluirla, se quedó parada y así está. El trozo de senda que lleva al mirador, es muy bonito. Pinos carrascos, mucha hierba por entre las piedras calizas que sobresalen de la tierra y se muestran con una belleza extraña pero agradable.

Por el suelo se amontonan las hojas secas de los pinos, el pasto y por entre ellos, la hierba queriendo crecer. El frío no la deja demasiado. Ante de llegar al mirador, por entre los pinos y mirando para la derecha, se ve la torre de la iglesia, el torreón del castillo y el pueblo. Una visión nueva por el marco que le presta el cerro y los pinos.

Se va un poco dirección hacia el pantano. Al final de este puntal, es donde pusieron el mirador artificial porque antes, siempre fue natural, sin arreglo por parte de los humanos. Lo primero que aparece es la cola del pantano por donde le entra el río Hornos, ese trozo hoy sin agua y desde lo hondo, la ladera que sube hacia la roca del pueblo. Se ven trozo de tierra con olivos, otros repletos de pinos, muchos pelados porque es donde antes sembraban los trigales y algunas huertas con sus árboles frutales.

Me asomo a la primera esquina, la que forma la pared que le hicieron y queda por el lado del pueblo. En primer plano, tengo el pueblo, siempre bonito porque no hay quién agote el misterio que le arropa. A la iglesia se le ve como colgada en el rincón, filo de la roca y ahí mismo, el balcón del Aguilón. Desde este punto, si me vengo para mí, las casas que rebosan por la Puerta Nueva y cuando llegan a la ladera por donde subía el viejo camino que venía de la Vega, por ella se siguen derramando. El punto final lo ponen las ruinas de aquella fábrica de aceite.

Siento el ruido que sale de la nueva fábrica y es porque hoy está moliendo aceitunas “a to meté”. Al fondo, resalta el azul del cielo sobre el que se recorta la figura blanca del pueblo. Lo que más sobresale, son las dos robustas torres de piedra: la del castillo y la de la iglesia.

Desde donde me he parado, me muevo siguiendo el muro pero desde el lado del pueblo hacia el de la gran cumbre de Pontones. Lo que al frente, abajo y por este lado queda, es la gran profundidad de las sierras hacia el valle del gigante pantano. Ahí es donde se recoge remansado mostrando su cara de asombro, por la belleza que ciertamente concentra pero al mismo tiempo y, penetrando con los ojos por entre el tiempo y más allá de las superficies de sus aguas, por la belleza y riqueza que inundó para siempre y ya nadie verá nunca.

A este mirador, frente a las azules y verdes aguas de este pantano, le pusieron cinco asientos. Por delante levantaron un muro y claro, tiene casi un metro de alto y ello impide que se vea con comodidad y aquello que desde aquí apetece. Por la parte de atrás de estos asientos, los pinos, un rodal de tierra llana sin apenas rocas por donde los tomillos y la hierba surge del suelo.

No hay más ni menos y sin embargo, para mí que tanto me gusta la sierra y encuentro el valor de su grandeza hasta en el más pequeño arroyuelo, qué rincón más bonito es este por lo que tiene de privilegio para que el alma se alimente de tanto como necesita. Porque el alma, a veces se muere y grita pidiendo un trocico de ese pan vital que sólo regala el sincero beso de Dios. Desde este rincón ¡qué momento para ello!

La fragancia eterna
Se le ve, al cerro, chorreando sus laderas, todas surcadas de sendas y por la parte más alta, se le ve redondo y repleto de llanuras pequeñas, por donde los peñascos y la hierba, se apiñan llenos de asombro.

Y ahí, donde parece acabar el infinito porque termina la cuesta y ya todo es la redondez del cerro, a él se le ve caminando tras su rebaño de ovejas que van y vienen y regresan del valle a las praderas de las cumbres, por donde la nieve se espesa.

- Pues cuando llegues con tus borregos, los separas y los dejas, por las llanuras anchas que extienden por la derecha.
Comenta el hermano amigo al pastor que remonta el cerro.
- Cuando llegue con mis borregos, me parecerá mentira y con esta lluvia fina que nos empapa calando hasta los huesos.

Y desde lejos y al otro lado del tiempo, si se mira atento, se le ve, al cerro, redondo en su parta más alta, algo más abajo, al pueblo y ya en lo hondo del todo, al valle en su silencio y por las sendas que remontan, se le ve al pastor luchando con sus ovejas.

4- CASCADA DE LA
ESCALERA

Nota: el último tramo de esta ruta, senda de aproximación por el arroyo hacia la cascada, presenta variada dificultad y la aproximación total a la cascada y el gran charco que la genera, es muy peligroso. Se recomienda no hacerlo a no ser con alguna persona que conozca el terreno.

La distancia
Desde el mismo cruce de la entrada a Hornos hasta el puente sobre el arroyo de la Cuesta de la Escalera, son unos dos kilómetros y medio. El recorrido por el arroyo hasta la cascada no llega setecientos metros.

El tiempo
Se arranca en el mismo cruce de la entrada al pueblo y si se va en coche, no se tarda más de diez minutos, bajando despacico. Si se hace andando, hasta el puente del arroyo, se puede tardar más de media hora. Desde el puente por la senda desdibujada que sube pegado al cauce, hay que ir andando y el tiempo para recorrerla no llega a quince o veinte minutos.

El camino
Es carretera asfaltada desde Hornos hasta el puente del arroyo Cuesta de la Escalera. No presenta ninguna dificultad ni por el nivel ni el firme del camino tanto si se hace en coche como andando. El tramo de senda, muy desdibujado, que remonta arroyo arriba en busca de la cascada, al comienzo, tampoco tiene problemas pero al final, se va complicando por la espesura del monte y la senda ya casi perdida por el poco uso.

El paisaje
El tramo de carretera que lleva desde el pueblo hasta el arroyo que nos marca la meta, discurre en todo momento, asomado a las profundidades del valle grande donde ahora se embalsa el pantano. Si es por la tarde, la visión es menos espectacular porque el sol cae desde el lado contrario y la masa de las aguas, siempre se muestran como un espejo que refleja la luz.

Pero si la ruta la recorremos por la mañana y en épocas de días largos, el cuadro que nos ofrecen las aguas lejanas y remansadas por los valles y barrancos, es de ensueño. Más aún asombrará sin las nubes, las nieblas o los vientos, revolotean trazando sus juegos fascinantes por cualquier rincón o palmo de agua.

Siempre nos acompañan los olivos y las crestas de las cumbres por todos lados y cuando ya recorremos el trozo de senda que lleva a la cascada, el profundo surco que el arroyo ha horadado cayendo desde las partes altas, nos dejará más que colmados. Los pinos, romeros, enebros, zarzas, olivos y álamos, en todo momento nos irán dando su compañía para que el alma se reconforte y desde dentro se ensanche hacia los horizontes que necesita para la vida.

Lo que hay ahora
El Cruce, que es como lo llaman ellos, casi siempre aparece como punto de arranque para ir a las tierras que rodean al pueblo. El Cruce sigue siendo el Collado pero en aquellos tiempos más que ahora. Siempre el progreso trae ventajas y se lleva por delante bellezas y valores únicos.

Pues por entre la carretera que sube para Pontones y la que se mete para el pueblo, sale la que lleva a las aldeas de las laderas del Valle. Se mete por entre las casas, cae muy en picado, por la izquierda roza la fábrica de aceite con sus montones ce aceitunas y el suelo manchado de alpechín y por la derecha, las casas nuevas. Tampoco hoy hay mucha gente por aquí porque las tareas del campo, recogida de las aceitunas, se los ha llevado a los olivares.
En cuanto termina de bajar la parta más inclinada de esta cuesta, por la izquierda, se aparta la carretera que hoy voy a recorrer. La que sigue al frente, es la que en la otra ruta, nos llevará a los Viejos Saleros. Así que me voy por la carretera de arriba. Recién arreglada con fondos Europeos, según puedo leer en el letrero que aquí pusieron. Me preparo y ya me siento bien porque voy a recorrer otra de las bonitas rutas que enriquecen las emociones que regala el pueblo.

Se allana un poco. Por el lado de arriba, algunas higueras secas. Varios niños juegan. Por la derecha, las ruinas de aquel otro viejo molino. Otra vez por arriba y bajo unos pinos, un chambaillo para encerrar ganado. Al fondo, siempre las aguas del pantano donde se refleja el sol de la tarde y ello impide que se vea claro. Es como un espejo pero ahora sólo del redondo sol que sobre él se quiebra.

Monteagudo recortado sobre las nubes blancas y más a lo lejos, la sierra de las Lagunillas. Qué rincón ese también. Gira un poco para la derecha y discurre por completo llana ciñéndose a la ladera. Una curva a la izquierda y enseguida, en el barranco, el cementerio nuevo. Un gran peñón por el lado izquierdo y acompañando al cementerio, un buen bosque de cipreses.

Lo roza la carretera que recorro y por el barranco, busca su paso para seguir hasta donde le corresponde. Por la derecha ahora, se me abre el barranco de los viejos Saleros. Remonta y baja enseguida levemente. Olivos a un lado y otro y al fondo, la gran sierra vestida siempre de espesos bosques de pinos y romeros. Como voy cara al sol, todas estas laderas y barrancos, se quedan hundidos en la sombra que cae desde las partes más altas. Esto hace que los paisajes no queden claros antes mis ojos sino como brumosos y perdidos en lejanías y profundidades mucho más largas y hondas de lo que en realidad son.

Una curva para la derecha y baja muy empinada. Por este mismo lado, una gran pared de rocas, con los pinos y muchas higueras. Esta carretera, casi en todo momento, avanza por la curva de nivel que recorre la franja de los ochocientos a novecientos metros. Por aquí cerca mana la fuente Camarillas.

Se mete para la izquierda buscando cruzar un arroyuelo. Por el lado de abajo se ven unas huertecicas. Una hondonada, cruza el surco del arroyo y gira para la derecha. Los olivos acompañan de continuo. A tramos aparecen higueras y muchas zarzas. Gira para la izquierda, remonta un poco el puntalete, otra curva para la derecha y se ve la cola del pantano al meterse por el valle del arroyo que voy buscando y el salero de abajo.

Gira para la izquierda y ya se va metiendo en el barranco del arroyo que es meta. Por aquí aparecen los romeros, jaras blancas, coscojas, carrascas, enebros y sabinas coronadas por pinos. Un almendro por la izquierda, muchos troncos de pinos que han cortado por las partes altas y han arrastrado hasta esta carretera para llevárselos. Muy en picado baja buscando el surco del arroyo por donde, a las tres y cuarto de la tarde, queda por completo en sombra.
Por donde nace este arroyo llamado de la Cuesta de la Escalera, se muere la Hoya del Cambrón, una bonita aldea que se quedó abandonada en aquellos tiempos del Coto Nacional. Traza una curva casi de ciento ochenta grados, primero para meterse muy airosa en el surco del arroyo y luego para irse por la otra ladera hacia las aldeas.

Un puentecico antes del arroyo grande y al llegar, antes de cruzar el segundo puente, por la derecha queda una pequeña explanada que la han remozado precisamente estos días de atrás. Voy a dejar el coche en este punto y a partir de ahora, el recorrido hacia la cascada, es por una senda que sube por entre el monte.

Aproximación a la cascada
A las tres y veinte me pongo en marcha arroyo arriba. La sombra es húmeda, el viento me roza frío porque la escarcha todavía sigue fresca sobre la hierba, el rumor del arroyo que acompaña y la gran soledad del barranco. Algunos olivos me salen al paso en un puñado de tierra que todavía le robaron al arroyo a estas alturas de la sierra. Son unos treinta o cuarenta. No tienen muchas aceitunas y puede que dentro de unos días ya se las hayan cogido todas. .

Cornicabras, romeros, jaras blancas, alguna madroñera, tarayes y pinos. Una pista de tierra, muy poca cosa, atraviesa por entre los olivos y se nota enseguida que sirve casi exclusivamente para que los tractores pasen a por las aceitunas y a labrar el terreno. Por ella camino. Sube unos metros y en cuanto atraviesa un puñado de bosque, sale al olivar. Higueras sin hojas y una mata de durillo. Desde el mismo surco del arroyo, cuatro álamos salen rectos en busca de los rayos del sol que quedan muy arriba. No tienen hojas pero sí presentan un porte bello y elegante.

Remonto un poco y aquí se pega más al arroyo por donde se acaban los olivos. Los tres últimos y el monte. Se termina la pobre pista de tierra que traía y toma el relevo una senda estrecha. Se la come el monte y muchas zarzas pero se ve bien. La tapiza la hierba y sobre ésta, se derrama la blancura de la escarcha. Por el suelo también hay mucho musgo que tapiza con su verde brillante, esmaltado de cristales de hielo y adornado con muchas gotas de rocío. La humedad es muy densa.

Remonta un poquito y todo el bosque ya a manta. Un pino que se ha doblado y traza un arco dejando que la senda pase por su centro. Muchos pinos secos y los que no, sobresaliendo rectos desde la hondonada del barranco en busca de los rayos del sol. Se allana ahora un poco al tiempo que baja y aquí, muchas ramas secas de pinos. Otro que se ha caído y corta la senda. Tengo que saltar por encima. Enseguida otro que también corta la vereda pero paso por debajo. Como si se tratara de un juego para que no se aburra la emoción.

Discurre llana ahora, muy pegado al arroyo y busca remontar por el surco. Canta algún pajarillo y a la corriente clara, se le ve por entre la vegetación en su limpio juego de cascadas primorosas. A pesar de la sequía de este año, trae mucha agua este arroyo y ello se debe a que es bastante largo. Es afluente, este cauce, del río Hornos cuando éste no tenía el pantano y al mismo tiempo y por esta vertiente, compañero del arroyo Montero, las Espumaredas, río Aguasmulas, río Borosa, arroyo de Linarejos, arroyo de los Habares y arroyo Amarillo. Los grandes y limpios cauces que al Guadalquivir le entran por este lado desde su nacimiento y hasta que ya empieza a despedirse de la sierra profunda.

Remonta algo, vuelve a bajar y ahora comienza a complicarse. El monte se la va comiendo poco a poco y como por ella no pasa casi nadie, se pierde y se pierde. Lo que más cubre ahora son los romeros. Baja y se mete casi recta al arroyo. No se puede cruzar porque nadie trazó por este punto un paso y me voy por el lado izquierdo con el deseo de no perderla.

Descubro, en un vistazo rápido, que lo que entra hacia las aguas del arroyo, es como un paso abierto por los turistas, que siempre va a “trochi y mochi” sin ninguna lógica y a lo más recto. No es la senda buena y con la dignidad que le estamparon en aquellos viejos tiempos. Sigo por la izquierda. Remonta un poco y la veo de nuevo. Sigue remontando y de pronto una ladera. Al arroyo se le ve ya bastante abajo.

Un pino caído cortando otra vez la senda que sigue progresando en dificultad y oscuridad. A cada metro se borra más. Paso por el lado de arriba de una madroñera. Otro pino caído que vuelve a complicar el paso. Mucho monte que se espesa por aparecer aquí una breve hondonada. Un surco de arroyuelo sin agua y empujando a las matas, paso y sigo. Una piedra gorda en el centro y zarzas que la envuelven.

Miro con atención y veo a la senda que sigue aunque todo parece indicar que es casi imposible. Noto que baja para el arroyo y al mismo tiempo, se enfrenta a un bosque denso y alto. Sigo adelante apartando ramas o pasando por debajo. Parece que esta vereda que ahora sigo no es la verdadera senda sino algo que han forjado las personas que por aquí se acercan con el deseo de ver la cascada. No tiene mucha lógica pero sí busca el arroyo por la parte de abajo de lo que parece una cerrada con su cascada.

Sale a un reducido plano del mismo cauce del arroyo. Intuyo que este puñado de terreno sí fue cultivado por serranos en tiempos pasados. Unos pocos pinos tapizados de musgo y al mirar hacia el otro lado, me parece ver una pista forestal. No es tal cosa. Se termina la llanura y por el lado de arriba, busco para entrar al cauce. Muy espesa se presenta la vegetación pero parece que la senda, la moderna, continua. Mucho durillo, madroñeras y zarzas.

Recorro una torrentera muy complicada por la vegetación y salto al surco del arroyo. Mucho monte crece también por lo que es arroyo. El agua pasa por aquí mismo, hozaduras de jabalíes y la cascada que se me presenta por el lado de arriba y por la derecha. ¡Qué bonita ella, tan vestida de verde en las rocas que moja y trazando tantos juegos de caños, pozas y remolinos!

Son las cuatro menos veinte cuando acabo de situarme a los pies de esta preciosa cascada. Se estrecha el cauce y se complica el paso hacia la cascada. Algunos charcos están por completo helados. Muchos juncos, por el lado de la derecha, como una covacha en las rocas y si miro en la dirección que el arroyo baja, veo la cascada cayendo hermosa. Blancas son sus aguas que al mismo tiempo son cristal y es tanto el musgo que cubre las rocas por donde pasa, que también tienen tonos verdes claros y reflejos azules del cielo que cubre por arriba.

Quiero aproximarme y no puedo porque me lo impide la corriente por la parte más llana y el monte con las rocas, por los lados. Observo atento y descubro que por encima de la cascada, el arroyo se estrecha formando una profunda garganta con paredes rocosas casi en vertical y entre ellas, se remansa un gran charco. A un lado y otro, ladera arriba, las pendientes se pronuncian fuertemente y las rocas complican el paso. Por eso decía que es muy peligroso irse por algunos de los lados de esta cerrada, sino se va con personas expertas y se encuentra un buen paso.

La visión es mágica y la senda, sí que remonta por el lado izquierdo hasta alcanzar una pista de tierra que recorre la ladera por las partes altas y que lleva al cortijo de la Cuesta de la Escalera. Pero la senda se encuentra muy rota porque casi nadie la recorre ya. Por esto, lo más prudente, es quedarse en el delicioso rincón que ofrece tan extraña y bella cascada. Merece la pena el esfuerzo y el que ahora se goce con calma.

La fragancia eterna
Volvieron los cerezos a cubrirse de flores blancas y, el aire cálido de los meses largos, volvió a llenar de perfume las mañanas y al poco, las ramas de los cerezos, volvieron a cubrirse de hojas verdes y el viento al pasar, de nuevo llenó de aromas las Vegas y las cañadas.

Y no tardaron en volver otra vez las golondrinas negras que al revolotear se les ven manchadas y en las ramas de los cerezos y los almendros, se posaron ellas y con los días nuevos y en las alboradas, esparcieron sus trinos por el mar celeste de la primavera mágica y al poco, volvieron los ruiseñores a cantar por entre las zarzas.

Y cuando el sol de los primeros días del verano, brilló en lo más alto, una vez más volvieron los cerezos a llenar sus ramas de frutos color sangre y a teñir de vida y de esperanza, a las mañanas hermosas del verde Valle y cuando ya nadie lo esperaba, los niños serranos de los cortijos blancos, desparramados por las tierras llanas, volvieron a jugar sus juegos de gañanes, pastores y dulces hadas.

Y estaban ya los garbanzos de las tierras buenas, bien maduros en sus vainas, cuando oyeron el rumor del agua y al poco, medio asombrados, medio llorando y el resto deshechos en el alma, se fueron yendo de sus cortijos por las veredas que inertes callan y al volver la vista para atrás y observar, desde la distancia, vieron como sus cortijos, sus tierras, sus ovejas, sus cerezos y sus vacas, se quedaban sepultados para siempre bajo las azules aguas, del gran pantano de la Vega que por primera vez, grandioso se remansaba.

Y desde aquel amanecer y aquella inolvidable luz del alba, ya no volvieron a florecer los cerezos ni revolotearon más las golondrinas al posarse en sus ramas ni tampoco cantaron los ruiseñores junto a sus nidos entre las zarzas y los niños, callados y a coro, dijeron: “cuando la primavera vuelva a teñir de rojas cerezas nuestros juegos en las mañanas ¿por dónde encontraremos un rincón libre que tenga tantos cerezos cuajados de flores blancas?”.

5- SALEROS DE ARRIBA

La distancia
El punto de arranque también es desde el mismo cruce de la entrada al pueblo de Hornos. Pues desde aquí y hasta las mismas ruinas de los saleros, hay como un kilómetro y medio.

El tiempo
Saliendo desde el cruce que da entrada al pueblo, con el coche y hasta próximo al viejo edificio de los saleros, se puede tardar diez minutos. Es pista de tierra con pendiente muy pronunciada. Andando, es como media hora para bajar y algo más para subir.

El camino
Descendiendo por el barrio de las casas nuevas y por la pista de tierra que se apoya sobre el viejo camino de aquellos tiempos, camino real verdadero, no encontramos más dificultad que el firme que es de tierra y la inclinación del terreno. Ya próximo a la vieja construcción de los Saleros, tenemos que irnos campo través para acercarnos al rincón que buscamos y recorrerlo. Pero tampoco hay grandes dificultades y sí paisajes muy bellos tanto aquí como a lo largo de todo el recorrido.

El paisaje
Cae el camino desde las casas blancas del pueblo, y al comienzo, la atención se recrea en las ruinas que por el lado derecho nos quedan. Son las de uno de los tres viejos molinos que en otros tiempos hubo en este pueblo. Luego nos abrazan los olivos colgados en sus laderas y siempre repletos de misterio por el verde de sus hojas y sus figuras retorcidas pero explotando de vida.

El juego de los caminos que a un lado y otro nos van saliendo y sentir que estamos pisando sendas reales que, tantos los serranos como otros personajes ilustres, pisaron en aquellos tiempos, nos recogerá la atención en todo momento para que la experiencia sea profunda.
Por las hondonadas donde se conservan las instalaciones de estos viejos saleros, a un lado y otro, el paisaje se nos presenta de lo más variado. Pinos carrascos que se mezclan con olivos, algunos árboles frutales y zarzas, nos recrearán clavados en su tierra mientras el sol los besa y por entre sus ramas, cantan o revolotean, algunos pájaros pequeños.

Lo que hay ahora
Desde el Cruce o Collado de las Eras, parten muchos caminos y más hacia el lado de lo que fue la gran Vega y ahora pantano. Ya son menos pero siguen arrancando y otro de ellos, es aquel camino viejo y real, porque lo era de verdad, que por este lado entraba al pueblo llegando desde la verde Vega. No ha muerto del todo aunque los tiempos y el progreso lo hayan cambiando tanto, que ya sea casi irreconocible para el que lo pisó en aquellos lejanos días.

Pero se sigue yendo y viniendo por él para entrar y salir del pueblo hacia los olivares y tierras que todavía cultivan las personas del lugar. Es el mismo camino viejo de aquellos tiempos pero hoy resulta más cómodo de andar para los pocos que lo andan porque ahora, casi todos van en los vehículos del tiempo y a lo más, en burros blancos compañeros de Platero y hasta el mismo Platero, porque él también trabaja.

Pues desde el Collado que fue y sigue siendo cruce de muchos caminos, arranca la ruta que ahora nos va a llevar a las viejas ruinas de los Saleros de Hornos. Los de arriba, aunque también sigue hasta los de abajo y a casi todos los rincones que por esta Vega perdida aun quedan fuera de las aguas del Pantano.

Desciendo por la pendiente que desde el Cruce cae y el primer tramo, es común con la ruta que lleva a la Cascada de la Escalera. Al dejar atrás las casas, por la derecha, las ruinas de aquel viejo molino de aceite. Lo hicieron un poquito antes de llegar al collado porque el sitio era bueno y había agua. Todavía se ve aquí un pilar con su chorrillo y ahora sirve para que beban los animales.

Son las cuatro y veinte. Unos metros más adelante, mana también agua. En este pueblo de Hornos, a pesar de encontrarse remontado sobre tan dura roca, en muchos puntos del terreno, mana agua. Suben unos coches que vienen de la recogida de la aceituna. Pregunto si se puede dar la vuelta cerca de los saleros y me dicen que sí. Conozco el rincón de años atrás pero siempre fui él andando y desde los Saleros de Abajo.

El camino es pista forestal de tierra por donde pasan bien los todoterrenos y los tractores. Por la derecha, en el puntal y entre olivares, se ven las piscinas del alpechín. No llevan mucho tiempo hechas y como en tantos otros lugares, sirven para recoger este líquido negro que sale de la molienda de las aceitunas y que no se vaya directamente a los cauces ni contamine mucho la tierra. El sol reverbera sobre las aguas del pantano y no deja verlo bien.

Por el lado de arriba, almendros sin hojas pero con las almendras todavía trabadas en las ramas y por el suelo. Ayer por la tarde mismo, estuve debajo de uno de estos almendros. Busqué unas piedras y sin apenas molestarme, recogí un buen puñado de estos frutos secos y me los comí. Son del año que está terminando y por eso no se han podrido aún y de verdad que estaban buenas. Tanto que me decía y me digo por qué ellos no las recogen en lugar de dejarlas ahí como sin dueño y abandonadas por completo.

La pared sujeta a la tierra que por la izquierda presenta la ladera. Por la derecha y un poco antes de un collado menor, una granja. Vuelco el collado y antes de una pronunciada curva, dejo el coche justo donde otra pista se va por la izquierda. Me bajo y lo primero que me impresiona es la tarde derramándose dulce sobre el pueblo, las laderas donde me encuentro y crecen los olivares y las llanuras y barrancos hacia el gran pantano. ¡Qué bonito, Dios mío y cómo te me muestras desde tu silencio que grita! Sé que estás y noto que tu belleza es la que de verdad sacia al alma que has puesto en mi cuerpo. Sé que estás y por eso te adoro y te doy las gracias.

Si me quedara toda la tarde, mirando al pueblo desde este punto, no me cansaría porque hay que ver con qué traje se presenta recortado sobre su roca y el cielo azul de fondo. El camino traza una curva hacia la derecha y por ella me voy. Subiendo, veo a Platero que viene con su dueño sobre el lomo. Regresan de los olivares y de acarrear sacos de aceitunas. Ellos suben y yo bajo y mientras los miro, ya me digo que al cruzarnos, les tengo que decir algo.

Y no me los cruzo del todo porque el dueño, ha guiado a Platero por la trocha que acorta esta curva y yo, acabo de irme por el vuelo de la curva a pesar de bajar. Pero un poco me acerco y le digo:
- Tiene fuerza este burro ¿verdad?
Y él.
- Ya ve que está gordo.
- Lo estoy viendo y además, noto que, aunque lleva a su dueño en lo alto y la cuesta es dura, sube a todo correr. ¡Qué Platero más bueno!
- No se llama Platero pero da igual. Es blanco de algodón muñido y además de ser un buen amigo, trabaja como él solo y nunca da coces.

Me alegra lo que acabo de oír y quiero seguir hablando pero como lleva su ritmo, en un periquete, nos alejamos.

59- Platero, mi burro bonito
de sangre de olivos y nardos,
qué suerte más grande la tuya
siempre entre hierbas y barro
y surcando los viejos caminos
que yo siempre voy soñando.


Sigo, con el camino, bajando y ahora compruebo que cuando ellos subían del Valle, tenían que remontar una cuesta muy empinada. Casi recto habían trazado este sendero real. Otra división más y me voy por el ramal de la izquierda. Veo un collado algo más abajo y ya tengo ganas de estar en él.

Esta ladera es tierra blanca y roja y hasta en lo más complicado, está sembrada de olivos. Algunos de los trozos que rozo, los han sembrado no hace muchos días. Por eso le han puesto una alambrada. Noto que el firme del camino está empedrado aunque desigual y tirando a muy malo. Ello me indica que ciertamente voy por lo que fue el camino real.

Un arroyuelo sin agua con su alcantarilla de construcción y piedras de aquellos tiempos. Se pone recto puntal abajo y busca el collado. Parece como si desde aquí, quisiera tirarse de cabeza en las aguas del pantano. Se le ve frente total y con sus aguas ardiendo por los rayos del sol que en él se bañan.

Por la izquierda, una cuneta donde aparecen juncos. Una parata de piedra que separa a los olivos del camino. Un viejo pilar con un dedal de agua pero no le entra ningún chorrillo. Algo más abajo, a la tierra se le ve húmeda porque rezuma algún venero poco caudaloso. Aunque no es año de muchas lluvias, ya lo decía, en las laderas de este pueblo, sí hay muchas fuentecillas con sus hebras de agua.

Llega la pista al collado segundo y noto que, para rodear el cerro que me queda frente, se va por el lado norte y lo abraza. El viejo camino, se viene por el lado sur y recto, cae hacia el barranco de los Saleros de Arriba. Por este lado de la izquierda y siguiendo el deteriorado camino, me vengo. Lo descubro empedrado pero en muy malas condiciones y desde luego que para recorrerlos sólo andando o montado en alguna bestia.

En lo alto mismo de este puntal, veo las ruinas de algún cortijo. Muy derruidas ya e ignoradas de todos. El camino se hunde como en una trinchera no muy profunda. Se fue haciendo al desgastarse el terreno de tanto usarlo. El empedrado que lleva hasta tiene escalones que ya han roto las lluvias y el abandono. Se va para Monteagudo y luego se viene para el lado de cementerio nuevo. Se nota que es camino pero de tan malo que está de andar, casi se ha convertido en arroyuelo.

El camino de estos tiempos que es el que acabo de dejar en el collado segundo, le ha dado la vuelta al cerro y ahora aparece por esta solana y se viene hacia mí por donde me lo encuentro precisamente en la hondonada. En este punto, por donde sigo, toma un aspecto nuevo y mucho más cómodo. Pueden pasar por aquí los coches y los tractores sin ningún problema. Me queda una alambrada por el lado de abajo que protege a otros olivos jóvenes y ya tengo cerca las ruinas del cortijo que vengo buscando.

Una hondonada bastante extensa y llana por donde crecen muchos juncos y la apariencia es que este rodal de tierra, fue cultivada en otros tiempos. La pista que voy recorriendo, sigue ladera adelante casi paralelo a la carretera que algo más arriba va a las aldeas del Valle pero yo me vengo para la derecha. Cojo otro camino de aquellos tiempos y por donde no pueden pasar los coches, que se aparta por la derecha.

Por aquí mana agua porque corre un chorrillo. Compruebo que éste vuelve a ser camino antiguo. Corre agua que se sale del camino por la derecha y yo sigo, sorteando el barro y piso la llanura que precede al viejo cortijo que busco. Tierra repleta de juncos y llana. Fue tierra de cultivo en aquellos tiempos. Por la derecha queda otra hondonada con tierra llana y recogida entre bancales. Ahí es donde ellos sombraban.

Ya todo esto son los saleros. Si miro para arriba, por la cañada que me queda a la izquierda, veo el cementerio nuevo en su hondonada y pegado a la carretera nueva. Me acerco a las ruinas de la casa que me viene tirando. El camino rozas unas piedras, pasa un poco hundido por entre ellas y una llanura limpia de vegetación y ya tengo la casa a diez metros.

Por el lado que le estoy entrando, parte de arriba, una alambrada le precede recogiendo la primera de las puertas del cortijo y en la misma entrada, el tronco casi seco y arrugado de una higuera. Ahí mismo se ve todavía el horno con su puerta. Intuyo que puede servir para encerrar ovejas. Por la izquierda, un árbol sin hojas y un pilar también sin agua. Avanzo unos metros y por lo que sería la puerta, tres árboles sin hojas y tierras llanas con mucha hierba.

Sigo por el lado del puntal recorriéndolo a todo lo largo. Es rectangular y por eso, además de la puerta que queda recogida con la alambra, presenta otras tres más, la primera cerrada con tablas y una especia de porche con tres columnas con un trocico de techado todavía. Ya tengo claro que las puertas de este cortijo eran cuatro y miraban para donde se encuentra el cementerio nuevo. La parte de abajo, lado pequeño del rectángulo, queda para Monteagudo y la parte de atrás, da al arroyo que es por donde estaban las piscinas del agua salada. No tiene ni entradas ni ventanas. Sólo un ventanuco en la primera vivienda.

Me asomo por detrás y ya veo las piscinas. De entre las zarzas, salen unos pájaros. Por aquí, por entre estas zarzas y carrizos, voy a bajar hacia los manantiales. Mueve el aire a los carrizos y el rumor parece de agua saltando por las cascadas del arroyo. Paso por entre ellos y salgo a un canalizo. Es por donde iba el agua de la piscina grande a las chicas. Lo sigo y en unos metros encuentro que se divide. Para pasar de una piscina a otra, hay una zanja grande y con un tronco de pino, vaciaron la mitad e hicieron un canal para que corriera el agua por él. Todavía se conserva sano.

Sigo el canalizo y me lleva a la alberca principal, un hoyo casi redondo cavado en la tierra y recubierto de cemento o mezcla de cal y arena. Por la parte de arriba de esta alberca, de la tierra, brotaba en venero y el agua se quedaba embalsada en el estanque. Hoy sale un chorrillo de agua. Lo rodeo un poco y compruebo que por la pared que pega al cortijo, se ha roto y ahí mismo crece un gran lentisco.

Me asomo. Tiene un poco de agua esta alberca. Por el lado de arriba, donde el agua no cubre, del verano, todavía tiene sal blanca trabada en la tierra y piedras. Tiene unas escaleras muy rústicas para entrar dentro y bajar a su fondo. Y ya está. No hay más excepto un taray que ha nacido en su mismo centro, la tarde que besa muda, las ruinas del cortijo que miran extrañadas, en la soledad del barranco y el viento que besa ajeno a la ausencia y presencia.

Me retiro desde esta alberca, primera por el lado derecho bajando en la dirección que van las construcciones y salgo a las cuatro piscina más pequeñas que venía viendo desde arriba. Son por completo planas, con poca profundidad y ello dice que es aquí donde se evaporaba el agua y se fraguaba la sal. Paso por el lado de la izquierda rozando los pinos y las piscinas, que tienen agua las dos primeras y las otras dos, pues barro. Cuando llueve las aguas corren y arrastran barro que hoy está seco y con sus grietas abiertas.

Al final de las cuatro primeras cuadradas, hay una a por completo redonda. También está ciega de barro. Corre por aquí un hilo de agua que sale de la alberca esta y se nota que es salada porque a un lado y otro, la tierra blanquea. Recuerdo yo ahora que el otro verano, me encontré por aquí preciosos chuzos de sal que colgaban de las canales de madera. En verano sí pero ahora no.

Sigue en hilo de agua, empapa a la tierra que por aquí es roja por completo, al final hay como una alcantarilla y ya se va por el arroyuelo hacia la profundidad del barranco. Por ese fondo, se ven algunas alberquillas de estas para hacer la sal. Salto una zanja que hay por el lado de la izquierda y salgo a otras dos albercas que hay aquí en dirección del cortijo, si bajara. Están comidas por la vegetación: carrizos, tarayes y zarzas. Las paredes están rotas y se muestran empedradas. Se parecen a eras más que a piscinas. Quizá era aquí donde amontonaban la sal en espera a que los habitantes de los cortijos de la Vega y otros rincones, viniera a por ella para salar sus matanzas, sus jamones y sus cocidos de garbanzos.

Es una piscina completa, larga y rectangular y por eso está cortada en trozo y con pedazos de tablas de pino. Por el lado de arriba hay una pared que es por donde viene el canalillo y el agua. Está roto. Lo dejo, me vengo más para la izquierda y aparecen aquí dos tandas de seis alberquitas menores y en dos niveles distintos. Le entra una pared por el lado de arriba y por ella viene el canalillo. Su finalidad era traer el agua y repartirla en cada una de estas piscinas.

Muy bonito esto. Ahora, al llegar a este punto, vuelvo a salir a la senda que al bajar, pasaba por la misma puerta del cortijo. Ya remonto puntal arriba. Conforme subo descubro que por aquí había unas cinco o seis tandas de albercas pequeñas preparadas en niveles distintos y cada nivel, con cinco o seis piscinas reducidas. La última por arriba, la más larga, tiene siete divisiones pero con tablas.

Se ve que aquí tenían montado toda una compleja industrial salera. ¿Por qué la dejaron abandonada? Siento pena y me recojo para subir hacia las ruinas del cortijo. Entre la última alberca y el cortijo, se me presenta un trozo de tierra con muchas coscojas y rocas. La vegetación invadiendo las tierras que ellos amaron.
Y sin saber por qué, reflexiono y me digo que puede que con cada trozo de aquellas presencias sepultado en el pasado y el olvido, algo importante se pierde para siempre que no será nunca más, aunque el presente venga lleno de avances y comodidades.

La fragancia eterna
A la niña hermana, río azul por donde van las estrellas, se le ve en su juego justo por donde surca la senda tapizada de matas de enebro y corre el hilillo de agua que brota bajo la piedra.

Y como es invierno y la escarcha de la noche ha pintado de blanco la hierba, el padre de la niña dulce, ha encendido una lumbre justo pegado al camino y en el recodo de tierra.
- Para que te calientes tú en esta mañana gris que tanto frío de hierro clava en las tiernas carnes de tu cuerpo.
Le dice el padre.

Y como el hermano pequeño también está ahí tiritando, manchado de barro y de las aceitunas de los olivos que caen por la ladera, como si pidiera permiso, se acerca y donde la niña está en su juego y derritiendo su frío, se queda y reanima sus manos que tiemblan.

Y a la niña hermana, se le ve en la fría mañana, enredada en el misterio de la escarcha y el noble barro que ofrece la inerte tierra y la lumbre ardiendo mientras ellos, los aceituneros, ahí mismo recogiendo la cosecha mitad ilusión y mitad temblando frente al invierno que sonríe y deja el corazón helado junto al amor que calienta.

Este librico se empezó a escribir
el 18- 12- 98 y se terminó el día
2- 1- 99. En Úbeda y Jaén
José Gómez Muñoz

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