11.07.2007

Rutas para la historia-12

Río Guadalentín 28-8-94 Cortijo del Molinillo -1
El camino -2
Bajo el roble milenario -3
El pastor -4
Recuerdo a un amigo -5

El río Guadalentín por la Cañada del Mesto
LA RUTA: Cortijo del Molinillo, puente Cerrada de la Herradura,
casa forestal y puntal de Ana María. 24-8-94.
Distancia : 3 km.
Tiempo : 1,5 h. andando.
Desnivel : 200 m.
Camino : Carril y vereda. Zona restringida.

Cortijo del Molinillo - 1

Lo primero que voy a hacer es apuntar aquí los datos para que no se me olviden. Altitud entre 985 y 1150; hora, 5 de la tarde del 28 de agosto de 1994; temperatura, 21 grado. Vegetación, abundante cornicabra con enebros piramidales preciosos. Luego, el cortijo de la Herradura, Cerrada de la Herradura, cortijo de Los Tontos, cortijo y casa forestal del Puntal de Ana María, cortijo de las Acebadillas en lo hondo del río junto al puntal, casa forestal de Prado Arredondo por encima del Arroyo de Guazalamanco y casa forestal de La Yedra arriba, casi en la cumbre. Queda sólo el Arroyo de Los Almiceranes, los puentes sobre el río Guadalentín y la fuente de este río.

Todos los otros han caído y éste, además de permanecer casi intacto, todavía es útil. El pastor Pedro vive en él, guarda ahí a sus ovejas y cabras y hasta tiene sembrada una noguera en la puerta. Como en todo aquello que tiene auténtica solera de sierra, ennoblecida, además, por la presencia humana, aquí no podía faltar la noguera. Es pequeña todavía, de unos tres metros y protegida con alambres para que no se la coman las cabras. Este pastor es tan cuidadoso de la sierra como lo fueron toda aquella otra tropa de serranos.

Por eso digo que este rincón además de ser bello por su historia y estar levantado en el lugar exacto, junto al río y al borde de los caminos, para mí es ya un símbolo. Una pieza de museo que vale mucho. Alguien, no sé quién, debería hacer todo lo posible para que jamás se toquen ni sus paredes ni sus tejas ni sus aposentos. Que ya para siempre quede así, tal como hasta hoy lo hemos venido viendo y si algún día se rompe que sea el tiempo, la lluvia y la nieve los que lo quiebren.

Aquí, al borde del río más silencioso, limpio y bello de estos parajes, junto al puente que corona la corriente del cauce, junto a las ruinas de lo que según dicen en aquellos tiempos fue un molino movido por las aguas, junto al camino y el legendario arroyo de Guazalamanco, desde que fue construido este cortijo hasta hoy ¿cuánto es lo que ha visto y oído? ¿cuánto es lo que guardan sus paredes, las celosías de las ventanas y el dintel de la puerta? Tú lo miras y a primera vista te parece poca cosa. Tan pequeño entre el magnífico bosque de cornicabras, en una llanura casi insignificante de tierra roja, salpicada aquí y allá de rocas que son conglomerados de grabas que hace muchísimos años el río fue dejando por aquí, ahí se aplasta o se alza, según se mire, en silencio. Impávido ante nuestra presencia o mirada pero como todo lo de esta sierra, impresionando con su sencillez y el peso de la vejez que sobre sus espaldas lleva. Miras y ves que es hermoso todo este rincón pero enseguida descubres que como perla en el centro de esta joya nada podría ser más bello que este pequeño cortijo que se asoma y se refleja en las aguas limpias del Guadalentín.

El Camino - 2

La ruta comienza justo al lado o en la puerta del cortijo del Molinillo, cerca de donde el arroyo de Guazalamanco vierte sus aguas al río. La senda baja buscando el puente, no el viejo, sino el nuevo, que casi colgado en la misma Cerrada de la Herradura, sostiene en el vacío, sobre el azul del agua, la senda que llevamos. El puente viejo, el que realmente es de solera, queda a la derecha algo más abajo y ya casi sin utilidad. En otros tiempos hubiera pensado que por aquí cerca andaría la fuente del Guadalentín. Hoy no pienso esto por lo que luego diré. Pero sí conviene adelantar que llevo mucho tiempo buscándola y aún no la han visto mis ojos.

Cae el sol de pleno por la ladera derecha del río que es por donde va el camino, senda en otros tiempos, hoy una pista forestal a medias que no han querido terminar del todo a fin de no abrir otro paso más por esta zona de la sierra. Por eso no es posible hacer esta ruta completa montado en un coche cosa que me agrada. Así por lo menos los que quieran cruzar la sierra siguiendo estos caminos tendrán que sentir las molestias de la caminata, de las subidas y bajadas, del sudor, quizá algo de sed y también de la ausencia de establecimientos para comprar cosas. Esto es bueno aunque otros dirían que vaya fastidio. Aunque le ha faltado poco para que la pista haya quedado completada y lista para que la surquen los automóviles. Solo un trozo que va desde el cortijo de los Tontos hasta el del Molinillo. Un kilómetro y medio poco más o menos. Por arriba, por donde está el Vado de Las Carretes, se pueden entrar hasta casi donde se alza aún la casa forestal del Puntal de Ana María. Por abajo, Arroyo de Guazalamanco, se llega cómodamente hasta el Molinillo. Así que sólo quedan unos pocos metros sin terminar y que son los que impiden entrar por un lado y salir por el otro sin dejar el coche. Bien por haber dejado este trozo sin acabar. Queda más bonito y se evita la avalancha.

Desde la cerrada de la Herradura la senda sube una pequeña cuestecilla, que no es tan pequeña según se mire y quien la mire, luego un trozo de pista y enseguida vienen las ruinas del cortijo de la Herradura. En un pequeño rellano sólo quedan algunos trozos de pared de piedra, nogueras y tierras ordenadas donde sembraban sus hortalizas y sementeras los dueños y habitantes de estas ruinas cuando todavía eran cortijos llenos de vida. Sentir y gozar a fondo la sensación de estos paisajes tan llenos de latidos y recuerdos nos lo impide el sol que nos llega por las espaldas. Aunque ya es tarde quema y como el camino sube y, además, sube por la solana nos da aún con mucha más fuerza. Se nos cae el sudor por la cara pero nos gusta.

Este barranco, ladera por donde vamos, puntal o cumbre más arriba a la derecha y cauce del río por lo hondo, no es propiamente el barranco del Guadalentín aunque orograficamente sí lo sea. Por aquí se llama Cañada del Mesto, vereda de trashumancia con el nombre de Vistas Pintorescas. Mas adelante hablaré un poco más de este asunto.

Porque ahora, como no dejamos de subir, ya estamos saliendo de una mancha de pinos de repoblación, carrascos, y nos encontramos de frente a un gran álamo que los corona. Hay también algunas nogueras y sobre una lomilla muy hermosa, de poca monda que se adentra algo hacia el río, las ruinas de otro cortijo. Es el de los tontos. A un lado y otro crecen encinas milenarias y entre ellas, preciosos enebros que buscan la sombra de las mismas encinas y algunos, la de los robles que a mi parecer son mucho más viejos que sus milenarias compañeras. Sus troncos son gruesos, retorcidos, anudados, llenos de agujeros y robustos como las mismas montañas que le rodean. Y veo que sucede lo de siempre: aquella gente amaba y respetaba al bosque hasta en la misma puerta de la casa donde vivían. De no ser así ¿Cómo estarían aquí estos tan nobles ejemplares rebosando de años por todos los costados?

Llegado a este punto y antes de seguir nuestra ruta quisiera hacer una breve reflexión sobre el nombre de cortijo de los Tontos. Leyendo el libro de Los Hornilleros, de J. L. González Ripoll, escrito ya hace muchos años y donde se narran las costumbres y vida de los primeros pobladores de la Sierra de Segura, en el capítulo titulado ‘EL CAMINO DE VILLANUEVA’ se dice: “al pasar por los ruedos del cortijo grande, me dijo mi abuelo: ‘ese es el cortijo de los Tontos ¿Quieres que bajemos a verlo?’ ¿Pues no iba a querer? Le dije que sí y nos desviamos del camino metiéndonos por una boca carril que iba a parar a la puerta del cortijo. En medio de la era, como dos estatuas, estaban sentados los tontos, como si nos estuvieran esperando. Al vernos se pusieron en pie y empezaron a hacernos morisquetas y a echar unos gritos muy recios: ruin-rruiii, como hacen los pastores cuando llaman a las ovejas a las salegas pero mucho más fuertes que retumbaban en los barrancos”.

Mi pregunta ahora es la siguiente: ¿Es real el cortijo de los Tontos que aquí se describe? Me parece que en toda la sierra no existe otro cortijo con este nombre que este del barranco del Guadalentín. Pero creo también que es casi imposible hacer un recorrido desde los campos de Mandil, la Mantilla que es de donde venían nuestros protagonistas, hasta Villanueva y encontrarse en el camino el cortijo del río Guadalentín y que se llama de los Tontos. No lo tengo muy claro.

Siguiendo con la ruta cuando, uno ya está por entre las ruinas del cortijo de los Tontos, si mira en la dirección en que sube el camino, ya empieza a ver el Puntal de Ana María. Sobresale desde la ladera y parece que se quiere clavar en el río. No lo consigue porque éste lo ha limado cortándolo casi en picado y dejando al descubierto un gran tajo rocoso que cae recto desde lo alto. Y es ahí, en lo más elevado del puntal, donde se desparraman las piedras del otro cortijo, el de Ana María.

Este cortijo lo fueron a construir justo donde más azota el viento, la lluvia y la nieve. Algo más abajo, pegado ya casi el paredón rocoso de la Lastra del Sabinal, es donde también se rompe la casa forestal del mismo nombre. Al verla te entra cierta curiosidad ante unas ruinas como estas. Te acercas con cierto respeto pero con el deseo de olisquearlo todo. Y lo primero que te impresiona es, por la parte donde estaría la puerta, el roble centenario. Luego las paredes que de tan rotas ya casi no son paredes, la chimenea que aunque no se ve se adivina, el corral, las habitaciones, la buhardilla y las escaleras de madera para subir. Sin mucho esfuerzo compruebas que fue muy suntuosa esta casa. Si la comparas con la modestia y pobreza de los cortijos, tuvo que ser un palacio. Aquellos serranos de casuchas diseminadas por los parajes, seguro que se sentían mal ante la presencia de una construcción como esta, señas de identidad de una administración prepotente al lado de sus cortijillos de miseria. Cortijillos que lo más que tenían eran dos o tres habitaciones, algo de corral, una sola planta de piedras sin tallar y troncos en su estado más natural.

Por esto decía que la casa forestal del Puntal de Ana María tuvo que ser un gran palacio en medio de estas sierras salvajes. Todavía hoy puedo ver, en lo que fue corral entre los dos cuerpos, una higuera que está bastante comida por las cabras y liada a sus ramas zarzas llenas de moras. Por el lado de abajo, la pila de cemento con su lavadero, el pequeño pozo a donde caía el chorro de agua que venía de arriba, de las rocas de la Lastra. Hoy, tanto la ladera como el pozo, la pila y el manantial del espigón rocoso, están secos; sin una gota de agua y según dicen, esto en aquellos tiempos era todo un puro venero.

Bajo el Roble Milenario - 3

Como tantas otras cosas en estas sierras a veces tienes la impresión que se repite. Crees que este roble lo has visto ya por otros sitios; por Fuente del Roble entre el río Aguasmulas y el Arroyo de las Espumaredas; por Roblehondo entre el río Borosa y Arroyo Frío, por Peñón Quemado, cerca del Cantalar; por Peña Rubia, entre Las Albardas y Peña Corva o por el Barranco del Guadalentín cerca del Vado de Las Carretas. Pero si te paras y observas despacio siempre descubres que no son iguales; que se parecen pero son diferentes en muchos detalles. Ningún roble es igual a otro ni los pinos y menos aún los manantiales.

Nuestro roble, el que al ver esta tarde me ha llenado de asombro, crece en la misma puerta de la que fue casa del Puntal de Ana María. Pegado mismamente a las paredes de la casa. Y esta tarde, aunque el edificio ya está abandonada, casi caído y lleno de zarzas por doquier, yo lo he visto pleno de vida. Precisamente aquí, bajo la sombra espesa que tiembla al paso del viento, juegan los niños.

Bueno, el hermano mayor juega con ese casi trocico de cielo que es la hermana pequeña. Como el hermano ya tiene casi quince años, se conoce, porque lo tiene muy andando, estupendamente todo el rincón. Sabe por donde va la senda que desde aquí baja al cortijo de las Acebadillas, sabe cual es la subida más fácil para llegar a lo alto de la Lastra y sobre todo se conoce a fondo el bosque, las praderas y los enebros. Por eso él, esta mañana, antes de ponerse a jugar con la hermana lo primero que ha hecho es cortar un buen manojo de hierba fresca. Bajo el roble la ha amontonado y cuando el trocico de cielo con ojos de viento y sonrisa de manantiales se ha venido al juego del hermano, éste lo primero que hace es casi comérsela. La tumba en la blandura de la primavera que para ella ha amontonado bajo el roble y le dice que se la quiere comer toda entera empezando por la nariz, por la cara y por la barriga. La niña se deshace en risas y gritos gozosos y como es todavía tan frágil, tan casi copo de nieve cayendo suave, casi no sabe defenderse. Ríe, alza sus manos y de vez en cuando llama a la madre.

En la pila de cemento que por la parte de abajo del roble construyeron, lava la madre. No le hace mucho caso porque sabe que no pasa nada; todo es un juego. Pero ella tiene un ojo en el agua y la ropa que lava y otro en los hijos que juegan envueltos en la caricia del viento que recorre la montaña. La madre, aún en este mundo de soledades, rocas y bosques, es feliz. Más feliz que ninguna madre de todas las que viven en la tierra. El chorrillo de agua limpio que baja de las cumbres, el roble que se mece, el río que canta y el cielo azul mañana y tarde, no es gran cosa pero sirve como palacio para que sus niños crezcan, rían, jueguen y estén llenos de vida. Por eso la madre, que en lo material si es pobre, en lo espiritual y bendición del cielo, hoy se siente profundamente rica y es feliz.

El Pastor - 4

El pastor del lugar aún por estas tierras con sus ovejas, me lo encuentro junto a las viejas ruinas del cortijo. Como está cayendo la tarde, empieza a mover su rebaño para que aprovechen el fresco antes que llegue la noche.
- Por lo que adivino, en aquellos tiempos, esto no era lo que ahora veo.
- Esta ladera, veinte años atrás, era un paraíso de agua, de sementeras, de cortijos, de caminos y de gente todo el día ocupados en sus cosas.

- ¿Y Las Acebadillas?
- Mírala ahí abajo; al otro lado del río sobre la ladera de la vertiente del Cabañas y rodeada aún de hortales. Yo nací allí y de niños recuerdo lo mucho que me gustaba mirar, al levantarme cada mañana, hacia esta ladera y verla toda convertida en un hermoso trigal. Desde el puntal para abajo y para arriba no se veía otra cosa que trigales de más de dos metros de alto ondeados por el viento y luego dorados por el sol.
- ¿Cómo puedo creer lo que dices? Por esta ladera ahora sólo veo bosques de raquíticos pinos repoblados, algunas encinas y robles grandes que sabe Dios por qué milagro todavía siguen vivos.
- Nos quitaron las tierras y las repoblaron. ¿No ves que están todos en hileras como si los hubieran dibujado?
- Y, además, a dos metros el uno del otro; sin limpiar por la parte baja y sin una brizna de hierba.
- Bajo estos pinos no crece nada. Yo creo que al menos podrían talarlos porque sin un día hay un incendio por aquí todo arderá como la pólvora. La verdad es que no sé qué les pasa a estos que mandan ahora. No cortan madera, no quieren que tengamos ganado, no quieren que sembremos y ellos ni siquiera limpian el bosque.
- Como en aquellos tiempos ¿Verdad?
- Por aquí siempre andaban cuadrillas de hacheros cortando troncos. Los ajorraban al barranco y los echaban al río; como llovía tanto y era tanta el agua que por estos arroyos bajaba con toda facilidad podían sacar los troncos que a un lado y otro cortaban. Aquello daba mucho trabajo y la gente ganaba dinero.
- Pero cuando nevaba...
- Cuando nevaba, a veces hasta dos y tres meses se tiraba sin parar. Llegaba el mes de mayo y aún no podías sacar las ovejas por el campo. Por allí, por los ventisqueros del Torcal de Linarejos, aún en el mes de junio podías coger la nieve con la mano. Recuerdo una vez, cuando vivía en el cortijo de Las Acebadillas que al final de mayo, amaneció un día de sol que daba gloria. Cuando en aquellos tiempos venía un día de sol te parecía que estabas soñando. Pues aquel día, como el río no tenía mucha agua, desde Las Acebadillas me crucé al lado del Puntal; para donde estamos nosotros ahora. Cuando por la tarde volví no podía cruzar la corriente de la tromba de agua que bajaba. Lo que pasó es que con el calor del sol la nieve de la Sierra de la Cabrilla se derritió y al caer la tarde el río bajó lleno. Y esto en el mes de mayo. Era tanta la lluvia, la nieve y el agua en aquellos tiempos que todos los barrancos bajaban llenos y hasta el ganado se te quedaba ahogado en cualquier sitio.
- ¿Qué pasó con el cortijo?
- Que lo tiraron como esta casa, aquel cortijo, el otro y el otro.
- Sin embargo, el del Molinillo sigue en pie.
- Porque cuando vinieron a por él, estaba lleno de ovejas y no se atrevieron; volvieron otra vez y otra y siempre lo vieron con el rebaño allí dentro y aunque querían, los animales les frenaba y así parece que se ha salvado por ahora y hasta hoy.

- Pero ¿El desalojo?
- Fue muy simple pero de eso mejor no hablar.
- ¿Y el escrito?
- Un recado que contenía la muerte. Como mi padre no sabía leer pidió que se lo leyeran. Rasgó el sobre, estiró el papel y leyó: ‘Según lo acordado en el consejo y por orden gubernamental, estas tierras y el cortijo quedan expropiadas pasando a ser patrimonio del estado. Se le concede una semana para que abandone la vivienda y las tierras llevándose consigo todo sus enseres y animales propios’.

Dobla el papel y se lo da a mi padre.
- ¿Qué es lo que pasa?
- Según he oído, dicen que aunque durante mucho tiempo vosotros lo habéis hecho bien, ahora empieza una nueva etapa con un nuevo empuje para estos montes y creen que lo mejor es la renovación total. Hay que empezar por cambiar a las personas; tenéis que iros todos para que venga otra gente nueva, otro equipo; su gente que estaremos a su servicio para llevar adelante, con garantía de éxito, la nueva planificación sobre los montes. Si os quedáis vosotros, dicen que seréis conflictivos, que impediréis el buen desarrollo del nuevo proyecto. Esto es lo que sé y he oído.

Dos o tres días tardamos en irnos del cortijo y lo que más nos dolió, que nos dolió todo porque es duro arrancarse de donde uno tiene sus raíces, era saber que nos echaban porque venían otros. Algo así como en el evangelio que teníamos que morir para que otros vivieran. Ni siquiera uno podíamos quedar no sea que fuéramos a contagiar a los que llegaban de fuera. Y lo que pasa es que uno tiene su corazón y como hay injusticias en la vida que duelen mucho, enseguida lo tomamos con los nuevos que nos suplantaron.

Así que nos fuimos y desde la añoranza de este rincón y las tierras, no podíamos creernos que fuera verdad lo sucedido. Hasta despierto nos parecía sueño pero despertamos del todo cuando, unos cuantos días después de haber dejado el cortijo, apareció otra vez. Venía con un mulo que traía cargado de cosas y nos entregó otro escrito. De nuevo lo leyó y decía esto: ‘Os envío los objetos que os habéis dejado aquí. Esta es la relación: una piel de oveja, varias latas vacías, botellas, un cubo, zapatos de esparto, un hacha, trozos de alambre y otras menudencias que a nosotros no nos sirven pero sí ensucian y contaminan al cortijo y a las tierras que le rodean’.

Y aunque no pudimos comprender nunca por qué fueron tan duros con seres como nosotros, el tiempo siguió adelante. Han pasado los años y todo se ha transformado sin saber todavía si para mejor o peor, cosa que ya no importa aunque el recuerdo sigue ahí. Puede que cuando pasen cinco o diez mil años más vengan por aquí seres humanos buscando restos de otros seres humanos, de nosotros, para enterarse de las cosas que hacían, vivían y sentían los que tantos años atrás poblaron estas sierras. Será como un sueño. Como para nosotros ahora son aquellos seres humanos de la Edad de Piedra y la de los monos que le precedieron. Puede que con el tiempo suceda esto.

Las ovejas ya empiezan a moverse en dirección al río. Lo de la fuente hoy sí me ha convencido y pienso que si me da tiempo me acercaré a verla. Lo voy a despedir pero antes le pregunto:
- ¿Qué vas a hacer ahora?
- Lo primero, llevar las ovejas hasta el río para que beban, luego me quedaré por ahí con ellas toda la noche; los animales con el calor no puede ni moverse, es por la noche cuando aprovechan para comer lo que pueden del campo.
- Pero hoy es domingo ¿Tú sabes lo que hace la gente los domingos por las tardes y por las noches?
- Aquí, para mí todos los días son iguales.

Cuando ya me voy a despedir le regalo un buen racimo de uvas moscatel que traía para merendar esta tarde. Ya me buscaré otra cosa y si no meriendo tampoco pasa nada. Me lo agradece, nos despedimos y lo veo que empieza a llevarse a las ovejas para que beban agua. Yo regreso desde el Puntal de Ana María. Ya refresca y ahora como voy para abajo no tardaré en llegar al coche.

Y antes de seguir tengo por aquí algunas cosas que quisiera aclarar. Voy con la primera: ¿Por qué le llaman a este barranco la Cañada del Mesto? Quizá porque tenga relación con la Mesta y es verdad que por aquí va una de las muchas vías de trashumancia que surcan estas sierras. Su denominación es la de cordel de Vistas Pintorescas. Es decir, no es una cañada real que ésta tiene más de setenta y cinco metros de ancho y el cordel sólo tiene treinta y siete metros. Por lo tanto, lo que por aquí va es un cordel y no una cañada. El nombre de cañada también se le da cuando nos referimos a un accidente geográfico. Espacio de tierra entre dos alturas poco distantes entre sí; como si fuera un arroyo sin llegar a serlo pero por donde van las aguas de las lluvias. Casi siempre suelen ser zonas suaves, llenas de vegetación, pequeñas praderas o llanuras que se abren suavemente desde el centro hacia los lados. Bueno, pues, nuestro barranco, este del río Guadalentín que sube desde el pantano hacia el centro de la sierra, desde luego no se parece a una cañada real. Es un rincón muy abrupto, profundo y escarpado. Se parece más a un cañón que a una cañada. Cañón es un valle cortado a modo de garganta con paredes casi verticales que avanzan y retroceden en forma de espuela. Se encuentra sobre todo en las zonas tubulares de estratos horizontales. Nuestro barranco tiene más parecido con un cañón que con una cañada. Y es aquí ahora donde empieza la segunda cuestión.

Recuerdo a un amigo - 5

Tengo que reconocer que de este río guardo recuerdos hondos. No he llegado todavía a completar su recorrido desde las cumbres, donde nace de verdad, hasta el pantano ni tampoco a la inversa. Primer recuerdo incompleto. Aquel amigo mío que en solitario y por primera y última vez recorrió un trazo de su cauce, murió. Segundo recuerdo tronchado. Junto a otros amigos yo he intentado varias veces hacer el trayecto que va desde la Cerrada de la Canaliega hasta la casa del Molinillo. Nunca lo pude completar. Tercer recuerdo sesgado.

Por lo tanto, este río y en concreto este trozo, no lo tengo aún registrado en mis experiencias como algo que conozca y domine bien, sino todo lo contrario. El primer día que lo intentamos nos asustó. Bajamos por el Arroyo Frío ya cayendo la tarde después de haber recorrido toda la parte alta del Arroyo de Guazalamanco y nos paramos a comer. Justo donde el Arroyo Frío quiere unirse al río pero allí, antes de fundirse con él, en el mismo cauce hay un montón de rocas. Es complicado aquel paso y lo que hicimos fue pararnos y mientras comíamos lo fuimos estudiando. Cuando ya arrancamos decidimos no seguir por el arroyo sino irnos por la senda que baja paralela al río pero bastante alzada sobre la ladera. Es el camino que viene a salir a la casa del Molinillo.

Pero aquel amigo mío, el más entusiasta de todos ante la montaña y el que nunca se dejaba vencer por nada, se empeñó en venirse por el cauce del río. La ruta que habíamos planeado pero descartamos por miedo. Temimos encontrar dificultades grandes superiores a las que estábamos acostumbrados y a las fuerzas que llevábamos en aquel momento. Nos pareció prudente no meternos en aquel cañón que ya nada más mirarlo producía respeto. Mi amigo se fue a pesar de nuestra oposición. Se metió por las rocas del arroyo que son como una cerrada en forma de escalón o cascadas con dificultades tremendas.
- Te esperamos en el coche.
- Llegaré antes que vosotros

Y nos despedimos y subimos un poco buscando el camino y luego empezamos a bajar ladera adelante siguiendo el cauce del río derechos hacia el Molinillo. Desde arriba se veía el río, aunque no exactamente el río sino el surco por donde adivinábamos iba la corriente y también el compañero valiente que se había empeñado en desafiar aquel gigante desconocido y en poner en evidencia nuestra cobardía. Sentíamos miedo porque de verdad todo ese barranco imponía un poco.
- Pero Juana es de los que vencen bien todas las dificultades que se presenten.
- Seguro que llega.
- Llegará pero eso de ir solo por zonas tan complicadas no es para quedarse tranquilo.

Un ahora más tarde llegamos nosotros al coche que por la mañana habíamos dejado entre las cornicabras que rodean el cortijo del Molinillo. Aunque esperábamos encontrarlo allí no lo esperábamos porque éramos cocientes de la dureza e intrincado de la ruta. No estaba allí. Lo esperamos un rato y ya nos pusimos a dar voces. Sabíamos que no podía oírnos porque adivinábamos que el ruido del agua por donde él bajaba ahogaría nuestras llamadas. Pero lo llamamos sin parar y como no sabíamos por qué punto o rincón aparecería, venga dar voces.
- Si nos siente sabrá que al llegar aquí tiene que dejar el río porque es el punto donde lo esperamos. Desde abajo no ve nada.

Casi dos horas duró la espera y en todo este tiempo no dejamos de llamarlo. Por fin apareció. Por lo hondo del barranco, con el río de fondo y aprovechando la entrada al cauce de un pequeño regato. Por aquí se vino para arriba en busca nuestra que desde lo alto del montículo lo esperábamos llenos de impaciencia. Sentíamos que había recorrido el río a lo largo de todo el trozo que para nosotros era el más enigmático, el más misterioso de cuantos barrancos conocíamos de la sierra y ahora él tenía en su haber una experiencia, unos paisajes que ni por remota idea conocíamos nosotros. Cuando ya estuvo a nuestro lado intentó contarnos cuanto pudo pero nos dimos cuenta que no era igual. La experiencia, el conocimiento, la realidad la tenía él registrada en su mente y en las fibras del alma. Nos llenó de envidia y desde aquel momento lo empezamos a considerar superior a nosotros al menos en su desafío y conquista final con triunfo rotundo de aquel rincón que aún sigue dándonos respeto.

Este amigo nuestro, joven, con dieciocho años, unos meses después murió en Úbeda. De la forma más tonta y en el lugar más absurdo que nada tenía que ver con aquellos rincones fantásticos que a lo largo de tantos años había recorrido una y otra vez siempre triunfante. El que había sido el más competente y entusiasta de todos los montañeros que conmigo han pisado las sierras de este parque, se llevó en su alma el secreto de este misterioso trozo del río Guadalentín. Nunca nos pudo contar plenamente su experiencia porque “hay que recorrerlo para saber lo que ahí se encierra”, según nos decía. No pudimos compartir con él aquel trozo del río que tan animosamente recorrió ante nuestra cobardía. Desde entonces, desde que se fue para recorrer con su entusiasmo aquellos otros lugares que son eternos y Dios tiene reservados a los buenos como él, no he vuelto a venir por este rincón.

Pero, además, ahora tengo decidido una cosa: Nunca jamás aceptaré la idea de recorrer este tramo del río que él pisó. Creo que le pertenece; que encierra un secreto que sólo mi amigo gozó y por eso ahora es mejor que para siempre siga siendo misterio para nosotros. Este trozo de río, hoy más que antes, lo miro y lo veo lejano, oculto, inaccesible y misterioso. Tiene que ser así y así ha de quedarse en mi sueño para siempre.

Todos los trozos que del cauce conozco, en su corriente, en sus cascadas y en sus charcos son transparentes. Es verdad que tiene pequeñas cantidades de tierra que de las laderas o barrancos la lluvia ha arrastrado y que casi siempre se queda perdido entre tantas rocas y charcos. Por que eso sí: en este río lo que existe en cantidades bastantes grandes son las rocas. Paredes de calizas que desde que nace hasta que llega al pantano lo escoltan a un lado y otro haciendo que sea imposible entrar o salir en muchos de sus tramos. Si te adentras por el cañón de la Cerrada de la Canaliega todo es casi un continuo peñasco. A los lados, por el fondo y por las cumbres que lo corona. Esta particularidad es la que me ha impedido una vez y otra que lo recorra en toda su totalidad. Por aquí sólo hay rocas limpias, blancas y complicadas. Otra cosa puede ser del pantano para abajo. Desde ahí para delante no lo conozco y como anda fuera de lo que son las sierras del Parque me interesa menos recorrerlo.

Y como llevo mucho tiempo buscándola y unos me dicen que por encima del puente viejo, otros me dicen que por ahí, justo a donde llegan las aguas del pantano y luego otros me dicen que ya no hay fuente, que esto era antes de la construcción del pantano; cuando llovía como era debido ¿Tú qué dices?
- La Fuente del Guadalentín está de verdad por debajo del puente que ya no se usa. Cuando el pantano está lleno la cubre. Hace por lo menos veinte años que no la hemos visto y muchos andamos pensando que ya no la vamos a ver jamás. Sin embargo, la sequía de este verano ha dejado el pantano casi sin agua y ahora sí se ve. Si quieres hoy puedes verla.
- Ya no me da tiempo; fíjate que hora es.
- Todavía puedes llegar a ella antes de que se haga de noche.

Y la verdad que yo ahora mismo tampoco sabría decir en qué punto exacto se encuentra este manantial y menos aún puedo afirmar o comentar sobre su abundancia, limpieza o belleza. No la he visto con mis propios ojos; no he tocado con mis manos sus aguas ni tampoco he bebido de su cristal y aún menos he tenido la suerte de sentarme junto a ella y en silencio dar gracias a Dios de esta maravilla rodeada de bosques. No la he visto y aunque ya intuyo que he estado bastante cerca de donde brota, no he llegado a gozar más de lo que aquí estoy diciendo.

Pero, además, es que sucede una cosa: ahora que parece que por fin, con solo un pequeño esfuerzo más, me sería fácil encontrarme con ella, abrazarla, besarla y bebérmela; ahora que parece que todo lo tengo al alcance de mi mano después de tantos años buscándola por la sierra, soñándola por las noches y anotándola, creo que llegado a este punto debo pararme. Siento y, además, lo intuyo que será mucho más bello no llegar jamás al borde de sus mismas aguas. No llegar nunca jamás a saber dónde está o si es redonda, profunda, grande o cristalina.

Aprendí hace mucho y andando por los rincones de estas sierras que todo lo intuido y soñado es infinitamente más bello y profundo que la más exuberante realidad. Aprendí esto hace tiempo ya y como esta fuente mía en mi grandioso y querido río Guadalentín la llevo en mi alma tan honda, tan clavada, tan rumorosa, tan silenciosa y transparente, creo que ahora es mejor dejarla así para la eternidad. No quiero verla con los ojos materiales de mi cuerpo. No quiero tocarla con mis manos ni quiero beber de sus aguas ni quiero saber de su celeste música. No quiero pisar la tierra que le rodea ni rozar el monte que le da sombra. No quiero saber del punto exacto ni de la cueva o roca donde brota. Deseo que para mí, ella siga ahí: oculta en el corazón del monte de las cumbres más altas de la sierra, para que al mismo tiempo también siga aquí, dormida interiormente y dulce en la cuna que en mi alma tiene. Precisamente por eso: porque en sueño la he visto tan bella e inmaculada, me ha gustado tanto y me ha dado tanto gozo, que es imposible gozarla con más encanto de ninguna otra manera.

Pero, además, hay otra cosa: como para mí es importante el perfume de aquel amigo mío que un día anduvo por aquí y hoy ya no respira entre nosotros sino que anda allá por las lagunas eternas, el misterio de esta fuente, el agua que de ella mana y no conozco es como si fuera un pequeño regalo, una pincelada dulce por entre las sierras que tanto amó. Él pisó y recorrió en solitario las aguas de este río. El vivió y dejó su emoción desparramada en las cascadas de aguas blancas que se despeñan por estos barrancos. El lo hizo bien porque palpitó subiendo y bajando estas sierras. Nada mejor, en recuerdo a su amistad, podría tener yo en mi corazón que un secreto tan fino como este y en ofrenda a su paso por estos parajes. La fuente, la que es bella y tiene transparencia de viento, inmaculada ahí, en su rincón y en mi alma como latido silencioso en memoria a su presencia eterna.

Quizá algún día, en su momento, Dios permita que volvamos de nuevo por aquí para recorrer y gozar, a fondo, el perfume de este edén suyo. Quizá, llegado el momento, hasta puede que esta fuente, la oculta y misteriosa fuente, sea nuestro gozo sin fin. Quizá aquel día sí sepamos bien dónde está y cómo es porque nos pertenezca y seamos sus dueños para siempre. Quizá quiera Dios llenar plenamente nuestro amor a estos ríos y cumbres dándonos para siempre en posesión este paraíso u otro similar. Esto es lo que yo siento, intuyo y sé de la fuente.

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