FUENTE DE LA PASACUALA ANTES DEL CAMPING
Presentación
El nombre
Los llanos del camping
Con doce años
Sin tierras propias
Ahogados en el pantano
La gran riada
Sin puente
Ángel de la guarda
La repoblación
La madera
Venta de la Pascuala
Murieron de parto
La fuente del Pantano
Los nuevos tiempos
PRESENTACION
Frente a la carretera, justo donde se desvía el carril de tierra que entra al camping, bajo la sombra del pino, nos sentamos. Es casi medio día del diez de agosto y hace bastante calor. Circulan muchos coches por la carretera, se apartan hacia el camping, algunos, cantan rabiosas las chicharras y el viento ni se nota que pasa.
- En el Collado del Almendral, en el mirador que hay más allá, es donde están las piedras.
- Allí se las han llevado.
- Todas las piedras del cortijo. Las que formaron las paredes de este cortijo que ya no existe. Aquí mismo, en el pequeño rellano de tierra que estamos pisando, es donde estuvo.
- ¿Cómo se llamaba?
- La Venta de la Pascuala. Porque esto era una venta que se levantó por el mismo tiempo, más o menos, que la de la Golondrina. Yo fui el que vivió aquí y para que lo sepas te diré mi nombre: Me llamo Domingo Castillo Díaz, nací en el 1921, ya tengo setenta y cinco años y ahora vivo en el poblado de Coto Ríos. Fuimos diez hermanos y tres sobrinos que recogimos, chiquitillos los tres, que también los hemos criado nosotros. Se quedaron huérfanos y nos los trajimos a mi casa. De los hermanos, hemos sido cinco hembras y cinco machos y de los sobrinos, dos hembras y un macho.
EL NOMBRE
- ¿De qué le viene, a esto, el nombre de Pascuala?
- Mi madre se llamaba Pascuala Díaz García y como nos hicimos el cortijo aquí mismo, a la fuente que manaba y mana algo más abajo, se le empezó a decir “La Fuente de la Pascuala”, por el nombre de mi madre. Mi padre se llama Andrés Castillo García.
Primero vivíamos en la cueva esa, que se llama La Cueva de Arance, que de eso le viene el nombre a los llanos donde ahora se levanta el camping que tenemos más arriba. Camping de los Llanos de Arance, sin que casi nadie sepa que ese nombre arranca de la cueva que hay cerca de la carretera. La Cueva de Arance, que es donde nacimos tres de nosotros. Desde la cueva nos bajamos a una era que había más pegado al río, en el mismo llano. Ahí teníamos un casucho chiquitillo. Luego nos vinimos aquí pero como no cabíamos todos en la casa porque éramos muchos de familia, pusimos una tienda de esas que llevan los pastores. Aquí pasábamos el día los zagales guardando las cosas. Ya empezábamos a juntar las maderas y las piedras para hacer la casa.
La tierra no era nuestra. Había un señor que era el dueño, el dueño verdadero viejo, del coto y él nos autorizó para que en sus tierras hiciéramos la casa. Fue a mi padre a quien le dio su autorización. Entonces todo esto se llamaba el “Coto del Río” que de ahí luego fue surgiendo el nombre del poblado. Ese hombre, además de autorizar la construcción de la casa en sus tierras, nos dio madera y piedras. Nos dejó que hiciéramos una calera y de la cal que de ella sacábamos, él se llevaba de tres una. Lo que nos quedaba era la cal que fuimos empleando en la casa. La madera era igual. Era suya pero nosotros trajimos los aserradores, las tablas y los rollizos, que entonces no eran cuartones, pues también de tres una para él. El resto para nosotros y así fuimos levantando la casa.
- ¿La hicisteis vosotros mismos?
- Claro, si éramos muchos para trabajar. En aquellos tiempos las cosas estaban muy malas. Cuando ya teníamos la casa levantada, se nos ocurrió poner una tabernucha para ver si podíamos salir adelante.
- Porque pasaba el camino cerca.
- Sí por ahí mismo pasaba. La casa miraba al río. El camino pasaba por la misma puerta de la casa. Con mil fatigas íbamos saliendo para arriba y aquí acudía toda la gente: “Pediores” recoveros y leñadores. Todos se albergaban aquí.
- ¿Qué venta fue antes esta o la de la Golondrina?
- La de la Pascuala mucho antes. Fue la primera de por aquí cerca de la carretera. Había otra que se llamaba la Venta del Vaquillo, que esa era más antigua. La Venta Juan Ardí, más arriba de La Ericas y la Venta del Vaquillo, donde ahora se encuentra el hotel Mirasierra.
LOS LLANOS DEL CAMPING
Todo el llano este, donde ahora mismo se encuentra el camping que lleva el antiguo nombre de la Fuente de la Pascuala, todo eso lo sembrábamos nosotros.
- ¿Y los Llanos de Arance?
- Ese ya no lo sembrábamos nosotros. Hay había varios. Estaba hecho parcelas y lo cultivaban entre varios. Gente del poblado, ahora pero entonces le decíamos “El Cortijo del Río”. Otros eran del Olivico y de las Casas de las Tablas. Esa llanura ante se llamaba “Llano Curica”, justo donde ahora para el avión este que tenemos en Vadillo. Te estoy hablando del helicóptero que en verano traen por aquí para los incendios en la sierra. Tiene su campamento en el poblado de Vadillo pero en caso de incendios, recorre toda la sierra llevando personal para luchar contra las llamas. A lo ancho de las sierras del Parque, tiene varios puntos preparados para aterrizar. Por aquí, en este llano que te acabo de decir, es donde para.
Y este otro llano que nos queda aquí para abajo, lo que están acondicionado para que acampen los grupos de jóvenes que vienen de campamentos y que se llama Los Brígidos pero antes era el Llano de los Brígidos. Poca diferencia pero así eran las cosas. Esto de aquí para arriba, Solana de Coto Ríos hasta la Hoya de Miguel Barba. Los nombres de los cerros que nos quedan enfrente, también te los voy a decir. Los montes que nos quedan en primer plano en la vertiente de la cumbre del Banderillas y que se ven claramente desde estos dos compings. Este primero se llama el Cerro de la Tortilla, el Cerro de la Bandera aquel, el otro cercano el Cerro de la Cueva del Puntal, el arroyo que baja por ahí es arroyo de Aguarrocín. Como estás viendo, este cauce queda entre el gran río Borosa y el otro también hermoso río de Aguasmulas. Ese cerro que nos queda cerca del río Aguasmulas se llama el Cerro Cristóbal García. Es un nombre que no te sé decir de dónde viene pero que es muy antiguo.
CON DOCE AÑOS
Cuando la guerra, a mí me cogió con doce años. Fui el mayor de los que quedó aquí porque los otros se lo llevaron. Tenía un hermano mayor, que todavía no estaba casado y era el que llevaba la casa y se fue a la guerra. Bueno, se lo llevaron porque no había otro camino. Uno de ellos, el que tenía dos años más que yo, lo mataron, murió y ya no volvió más. Otro hermano mío, que era también mayor, murió siendo todavía yo pequeño. No llegué a conocerlo. Cuando la guerra, Mi padre ya había muerto. Nos quedamos nada más que todos los pequeños.
Teníamos un par de mulos. Con doce años yo no alcanzaba a echarle el ubio. Recuerdo que cada día, cuando llegaba el momento de uncirlos, me hinchaba de llorar. Pero como no había quien lo hiciera, no me quedaba otro camino. El primer día estaba el ubio encuero. Tuve que llamar a un hombre para que me lo arreglara para así poder yo arar las tierras. Me pasaba todo el día arando y por la tarde cuando soltaba los mulos, tenía que coger, con un sobrino mío de esos que recogimos huérfanos y subir a una cueva que hay más arriba. Se llama la Cueva del Romeral. Allí le tenía que ayudar a él a ahijar los chotos.
Mi hermano este último, sí volvió de la guerra. Estuvo en un campo de concentración bastante tiempo. Luego tuvimos que ir a hacer un aval de esos que hacían, el cura tenía que hacerlo, porque sino no lo echaban, y así pudimos sacarlo del campo de concentración. Volvía de noche y todavía tenía más faena: echarle pienso a las bestias y cuidarlas para que a otro día estuvieran a punto. A otro día, antes de amanecer, tenía que ir con él otra vez, porque era pequeño, a ayudarle y cuando volvía, le echaba el apero a los mulos y a sembrar por los llanos estos del camping, todo el día yo solo. Yo araba, cavaba, regaba, escardaba... todo lo hacía solo, sin ninguna otra ayuda. Ya te digo, de los que se quedaron en mi casa, era el mayor y claro, tenía que trabajar para traer una peseta a la familia.
Desde aquí mismo salía un camino que iba a la Hoya de Miguel Barba y a la Cueva del Romeral. Otro pasaba por donde justo estamos nosotros sentados. Era el camino real, que le decíamos. Estando ya nosotros aquí, los vecinos más cerca, eran unas familias que se vinieron a las cuevas esas. Las que siempre se han llamado Cuevas de Arance y que quedan a la derecha de la carretera subiendo para Coto Ríos. En otro sitio que se llaman los Salaos, había otros vecinos y en el lugar llamado Aguasmulas y el Molino de Eusebio. Estaba a la traspuesta de eso, en el mismo río de Aguasmulas.
- ¿De qué era ese molino?
- En él se molía de todo. Trigo, maíz, cebada. Aceituna no se molía.
SIN TIERRAS PROPIAS
Las cosechas que salían de estas tierras eran fundamentalmente de cereales y hortalizas. Como todos estos terrenos que yo trabajaba eran propiedad del dueño del coto, una parte de lo que aquí se producía, se la llevaba él. Del riego, de cuatro fanegas, lo mismo da fanegas que kilo, de cuatro, una para él y tres para nosotros. Y de secano, dos para nosotros y una para él. Un tercio, de tres una. Fuera de lo que fuera. Aquí lo que se sembraba era de todo: trigo, garbanzos, maíz, habichuelas... nunca salía suficiente para alimentar a la familia a lo largo del año. Pero había que atenerse a lo que uno sembraba. Y como lo sembrado era en terreno malo y entonces no había abonos ni nada de eso, pues no se criaba bueno.
Pero entre lo animalillos y lo poquillo que se recogía, había que ir saliendo. Aguantarse con lo que hubiera.
- ¿Y la matanza serrana?
- También nosotros hacíamos matanza. Más mala o más buena pero la hacíamos. Este llano que tenemos aquí debajo estaba puesto de olivas todo entero. Pero que eran de su dueño. Nosotros no teníamos olivas. Teníamos que comprar el aceite. Pues mis muchachas iban a trabajar por aquí a los que tenían fincas y nos daban pringue. Lo que ellos no querían nos daban a nosotros para hacer de comer. Así nos apañábamos y así nos hemos criado.
- Y con los mulos, además de arar ¿qué otra cosa hacías?
- A trillar he ido yo con los mulos hasta Jabalcaballo, las llanuras esas que hay en lo más alto de la cuerda, entre Peña Corva y el Pardal. Allí hay unas tierras muy buenas que la sembraban y daban un trigo excelente. El cortijo donde yo trillaba está en Jabalcaballo pero el que criaba la siembra no era de allí. He trillado mucho en la Hortizuela, el Borosa, en San Román, que eso está ya cerca del Tranco, en el molino de Eusebio, en Aguasmulas, en las Animas, en las Loma de los Asperones, en la Solana de Padilla... En muchos sitios. Donde me avisaban. Había que dejar lo nuestro para ir a buscar un duro. No había dinero. Yo tenía un par de mulillas muy buenas para eso y me llamaban para que les trillara las mieses. Pero entonces no se cobraba nada. Ocho duros me daban por estar todo el día trillando y poniendo las mulas yo. El que no tenía dinero me daba grano pero siempre la cantidad que valiera los ocho duros. Ocho duros y mantenío yo y las bestias.
- ¿Qué personas venían por aquí en aquella época?
- Sólo había dos guardas. Uno en aquel lado del río y otro en este. Pero con nosotros no se metían. Los veíamos a lo mejor cada año una vez. No teníamos tierras ni propiedades y claro, poco tenían que decirnos a nosotros. Había un guarda del coto. Eso sí. Que era el que cobraba los “terrajos” que se llevaba, de aquellas cosechas que uno iba recogiendo de las tierras. Los pastos de los ganados, también lo cobraba él. Estaba a sueldo del dueño del coto. Como te he dicho, había dos guardas del Estado, el Patrimonio forestal pero como nosotros estábamos dentro de un coto, pues aquí estaba también el guarda del coto. Estábamos a las órdenes suyas. Lo que él decía. Como nosotros no salíamos de lo del coto, pues a los otros guardas ni los veíamos.
A los civiles sí se les temía muchísimo. A lo mejor no teníamos para comer y había que ponerle a ellos lo poquillo que hubiera. Además, les teníamos mucho respeto. De por aquellas fechas, recuerdo yo varias cosas de civiles. Cuando empezaron a echar aquí los ciervos y todos aquellos bichos que trajeron de fuera, pues un día se perdió uno. Era un ciervo chico. Les echaban la culpa a dos vecinos que había ahí abajo. Pasaban mucha hambre y dijeron “Estos han sido los autores de la desaparición del ciervo”. Vinieron, los colgaron de los pies, se hincharon de pegarles y luego no habían sido ellos. Luego apareció.
- ¿Eso fue real?
- ¡Vaya que si fue real! Entonces a los ciervos se les tenía que respetar. Una de esas personas ha muerto ya, la otra vive en Villa Real. Eso me parece que es de Castellón. Pero no creas, cuando apareció el ciervo, no vinieron ni a pedirles disculpas ni a pagarles nada.
Los jóvenes de aquellas fechas nos divertíamos en los bailes de los cortijos. Cuando nos enterábamos de algún esfarfollo en tal sitio, allá que íbamos nosotros. Otras veces hacían baile sin esfarfollo ni nada y también íbamos. Si se casaba alguien, a la boda y si era viuda, a darle la “cencerrá”. En las Casas de las Tablas se juntó una y fuimos a darle la cencerrá. En Bujaraiza recuerdo otra. Le tocábamos cencerros y le cantábamos coplas. Todo el llano ese que te decía antes, donde para el avión, ahora es de la Confederación pero antes era propiedad. Aunque esto fue un coto pero las propiedades esas eran a parte. Pues en esas parcelas se juntaba mucha gente. Por las tardes y por las noches formábamos ahí unos bailes que pa qué. Es que venían a trabajar y claro, luego echábamos nuestros ratos de diversión.
CASI AHOGADOS
EN EL PANTANO
- ¿Y lo del pantano también llegó por aquí?
- El agua no pero recuerdo que por aquellas fechas, creo que cuando se llenó el pantano por primera vez, estábamos nosotros con vacas ahí abajo. Teníamos unas pocas vacas. Estábamos tres. Un sobrino mío y otro. Nos juntamos y dijimos: “Vamos a bañarnos al pantano”. Nos subimos a un pino que estaba con agua por debajo y nos tiramos al pantano. Y aguas adentro estuvimos nadando por lo menos un kilómetro, sin descansar. Luego nos acercamos a la orilla, salimos y después de descansar un rato dijimos: “Lo mismo que hemos venido hasta aquí, pues también podemos volver al mismo sitio nadando”. Y en vista de irnos por la orilla nos fuimos por en medio.
Cuando íbamos por la mitad o así, se levantó un airecillo que nos daba de frente y nos ahogábamos. Pero es que estaba muy lejos la orilla. Por entre la superficie del agua asomaban las copas de unas carrascas. Sin hablarnos ni nada, porque estábamos ahogándonos ya, dijimos: “Vamos a ellas y nos agarramos a las ramas y descansamos”. Pues como rama que agarrábamos rama que se rompía por abajo. Uno detrás del otro dando vueltas y tragando agua. Yo que iba delante pensé: “Esto lo mejor es echarle el culo y volvernos otra vez”. Nos volvimos y como el aire seguía soplando, casi sin esfuerzo nos sacó de nuevo a la misma orilla. Así nos pudimos salvar.
Es que, además, de la misma superficie del agua se levantaba una nieblecilla que nos tapaba la respiración. Cuando llegamos a la orilla, como la tierra tenía mucha humedad por allí, nos encontramos con otro problema. Habían crecido muchos cardos de eso de bolas pinchosas. Y encueros y “escarzos” nos metimos por entre ellos. Ya no podíamos tirarnos al agua otra vez. Así que nos metimos por allí y para llegar a dónde teníamos la ropa sufrimos lo nuestro. Un Cristo parecíamos nosotros de tantos pinchos además de agotados y hartos de agua que veníamos.
- ¡Qué aventura!
- Que nos dio aquella manía. Como al principio fue bien, pensamos que a la vuelta iba a ser lo mismo. Y no nos ahogamos de milagro. Yo tendría dieciocho años o por ahí. Sabía nadar muy bien pero desde aquel día no me he vuelto a meter en las aguas del pantano.
Otra vez aquí, ahí mismo, estaba todo el llano este que coge el camping, tapado de agua. Nos juntamos en la orilla y pensamos colar al otro lado. Por aquel entonces no teníamos bañador. Yo tenía unos calzoncillos de estos largos que se ataban así por abajo. Había mucha gente aquí porque ya vendíamos vino y cosas en esta casa de la Pascuala y, además, también había una bolera. Aquel día había mucha gente jugando a los bolos y hasta mujeres. Pues mis ocurrencias fueron tirarme al agua con los calzoncillos puestos. Como ya te he dicho, los llevaba atados abajo y aquello se me llenó de agua. El peso empezó a tirar de mí para el fondo y como tampoco podía nadar, no había manera de salir. A fuerza de empujones y empujones ya llegamos a donde se tocaba fondo con los pies y al fin salimos a la orilla. Pero para ahogarse también en esta ocasión. Pero ¿cómo nos íbamos a quedar encueros si había aquí muchas mujeres?
LA GRAN RIADA
De riadas grandes sí recuerdo yo más de una vez. Especialmente de una, no me olvido. Cayó una nube grande un día y el arroyo de Aguarrocín y el de Aguas Blanquillas, bajaron repletos al mismo tiempo. Tantos peñones, montes y troncos de árboles trían que se cortó el río y la remansa, llegó dos kilómetros cauce arriba. Teníamos nosotros sembrado en la tierra de este llano muchas patatas, habicholones, remolacha y de todo eso, y se lo llevó todo. Se veían estos llanos por completo cubiertos de agua y sobre ellas flotando los troncos y los animales muertos. Ovejas y cabros dando tumbos que aquello era tremendo. La riada más grande que yo he conocido en toda mi vida. Tendría entonces unos catorce años y todavía no estaba el pantano.
Se llevó todas las cosechas y en el Zarzalar había dos personas con ganado. Se metieron en una cueva. El agua bajó por los dos lados de la cueva y los envolvió. Se salvaron porque cerca crecían unos chopos y se subieron en ellos. Pero según contaban ellos luego, los chopos estuvieron a punto de romperse por la fuerza de la corriente y los pedruscos que contra los troncos chocaban. Esa fue la salvación de aquellos hombres. Ya te digo, riada como aquella no se ha conocido por aquí ninguna ni antes ni después.
- Si en estos llanos hubiera habido todo lo que en estos tiempos estamos viendo ¿qué hubiera pasado?
- ¡Madre mía! Hubiera sido un desastre más grande que ese que acaba de ocurrir en el camping de Biesca. Lo de este invierno que ha pasado, también ha sido bueno, que tú sabes que el río ha saltado varias veces por encima del puente que lleva al poblado de Coto Río pero lo de este año ha sido de lluvia normal. Aquello que te he dicho antes, fue una nube. Algo así como lo ocurrido en el camping de Huesca. Riadas de las otras, de lluvia de temporal, las ha habido aquí siempre y algunas más grandes que las de este año. ¡Vaya, ya lo creo!
SIN PUENTE
- ¿Por dónde cruzabais el río entonces?
- Por donde había un vado y cuando estaba crecido por ningún lado. Para subir a Cazorla había que ir hasta el Vado de los Rosales que ya sabes está en el río Borosa, algo más abajo de la cerrada de Elías. Las personas que vivían en aquel lado del río, ese era el único camino que podían tomar. En el Guadalquivir, por este valle y en aquellos tiempos, no había más puente que el del Hacha. ¿Sabes cual te digo? Se encuentra cerca de Arroyo Frío. En aquellos tiempos se tenía que ir con caballería o a pie. Porque este puente que tenemos aquí, que cruza el Guadalquivir y da paso al camping de los Llanos de Arance y a la piscifactoría del río Aguasmulas, lo han hecho mucho después.
- ¿Recuerdas cuando fue?
- La fecha no pero sí sé que lo han hecho dos veces. Primeramente lo hizo una compañía que había. Fue y la pileta de en medio, hicieron el roto y en lugar de ponerlo como lo han puesto ahora, con cemento, levantaron la pileta con sacos de cemento si abrir. De sacos de papel llenos de cemento hicieron la pileta así hasta arriba. Y luego lo de arriba, era de vigas de madera.
Vino una riada grande y claro, los sacos como eran de papel, se “esfarataron”. Aunque el cemento que tenía dentro se había puesto duro, como los sacos no se pegaron unos con otros porque tenían papel, pues el agua se los llevó con toda facilidad. La riada se lo llevó y cayó todo el puente. Aquella primera vez el puente fue para sacar madera. La segunda vez que lo hicieron ya si fue a base de pilares y bien hecho. Entonces esa carretera era un carril muy malo.
EL ANGEL
DE LA GUARDA
De aquellas vacas que te decía antes, que no eran nuestras sino que nos las dejaron a medias, una vez tuvimos una que era brava. Tenía cinco años cuando la compró el que nos la dejó a nosotros. La vaca, se iba a la gente como un demonio. Pero nosotros la cogimos y la domamos con otra para ir a arar con ella. Como era tan borde arremetía contra todo en mundo. Sin embargo, a mí y a mis hermanos no nos hacía nunca nada. Pero sólo a nosotros. Para las demás personas tenía que está siempre atada.
Un día, se “encujó” y la teníamos ahí en un pino. Se acercaron dos por el llano ese de abajo y desde muy lejos ya venían diciendo: “Ya verás como esté la vaca suelta. Hoy nos corre”. Decía el otro: “¡Eh! ¿Qué irá a hacer la vaca si está coja? Eso no puede hacer nada”. “Pues, ya que no”. A la vaca ya le había dado del viento. Antes de sentirlos a ellos ya estaba con la cabeza alta oliendo así para abajo. El camino iba entonces por la parte de abajo, más pegado al río. En cuanto los vio, salió para ellos y se le tiró al primero que venía montado en su mulo. Lo echó por el suelo, derribó el mulo, le quitó el aparejo a la bestia y todo cayó, dando tumbos, para el barranco. Aquel día no pasó nada pero el susto se lo llevaron y fue lo suficiente para que la fama de la vaca se extendiera más.
A nosotros no nos hacía nada. Era nombrarla y la vaca ya no hacia nada. Otro día una sobrina mía estaba con ellas, ahí más para allá y fue a darle a unas olivas que había algo más abajo. Al verla la vaca arreó detrás de ella y la chiquilla corriendo y gritando, se subió en una olma. Todavía le dio tiempo de engancharla de los pies y la tiró al río. Aquella vaca era una fiera. Y, sin embargo, a nosotros no nos hacía nada. ¿A mí? Como si fuera mi perro de compañía.
Yo me iba con ellas por ahí porque no quería que se juntara con las otras porque estaba coja, me iba con ella y donde quiera que me sentara, así que comía, se acostaba a mi lado. Antes a mí me daban unos mareos muy grandes. Cuando me daban estos mareos tenía que acostarme y esperar hasta que pasaran. Un día, el amo de la vaca, vino por esta llanura a buscarme. Se acercó el hombre por allí y me vio tumbado. La vaca se había acostado y junto a mi cuerpo ella tenía la cabeza echada, con el hocico encima de mi barriga. El hombre se asustó. Dice: “Pues que lo ha matado”. Se fue corriendo a su casa y enseguida dijo: “Que la vaca ha matado al zagal”. Los asustó a todos. Vinieron corriendo a ver qué había pasado. En cuanto la vaca los oyó, levantó la cabeza y enseguida se puso de pie. Se plantó frente a ellos, defendiéndome a mí y en ese momento me espavilé. Todos se quedaron helados. Quisieron acercarse a ver qué pasaba pero no fue manera. Les dije que se fueran, que no pasaba nada y aquello fue para todos, un asombro.
A partir de aquel día todos se dieron cuenta que cuando yo estaba al lado de la vaca, no se podía acercar nadie a mí. Me guardaba que pa qué. Yo le daba de comer, la tentaba, la acariciaba, le rascaba por donde quería, le quitaba el cencerro y se lo ponía donde me gustara y a mí nunca me hacía nada. Pero que no se me acercará nadie. El animal me tomó cariño y como yo siempre estaba con ella haciéndole de todo, me defendía como su hubiera sido su propio hijo.
- ¿Cómo se llamaba?
- Yo le había puesto de nombre Bragá. Era de color canoso. Tuvo su cría y aunque yo agarraba y jugaba con la becerrilla, ya te digo, la vaca no me hacía nada. A mi hermano que fue el que la domó, pues lo mismo. Cuando él la nombraba, la vaca venía corriendo.
- ¿Cómo acabó luego esta vaca?
- Como no era nuestra, un día la vendió el dueño y me quedé sin ella. Me dio mucha pena porque aquel animal tan bravo para otras personas, para mí era como mi ángel de la guarda. Mejor que un perro para cuidarme. Y el animalico tantas siembras como había aquel día que se echó a mi lado para cuidarme, no probó ni un bocado de aquellas sementeras. Era lo que luego todo el mundo decía. En lugar de irse a las siembras a comerse lo que pillara, se vino conmigo para cuidarme. Echar la cabeza por lo alto de mí, con el calor que hacía, estaría yo sudando. ¡Lo que son los animales algunas veces! Más nobles que las personas.
LA REPOBLACION
DE LOS PINOS
Aquello de la repoblación fue por todos los sitios. Primeramente estuvimos por la zona esa de la Torre del Vinagre. Con un escavillo, al principio. En el cabo llevaba una punta y con aquello hacíamos el roto en la tierra. En el agujero poníamos el pino y con la pala del escavillo se enterraba. Luego nos dijeron que hiciéramos hoyos con un azadón. Los hombres y zagalones más mayorcetes, hacíamos los hoyos y las mujeres iban poniendo los pinos en estos hoyos.
Pasado el tiempo sacaron otro sistema. Hacer fajas de esas. Ha base de cavar con los azadones y a mano, se hacía una faja que había que darle cuarenta de ancho por cuarenta de hondo y allí es ponían los pinos. Se hacían las fajas primero, en la primavera y en cuanto llovía, pues a poner pinos. Las mujeres, más que na, entonces eran mujeres. Pero hombres y zagales también plantaban pinos. Para unas cosas fue bueno aquello de la repoblación porque dio trabajo y las personas sacaban algunas pesetas pero a los que tenían ganado se les complicó la cosa. La mayoría tuvieron que venderlo todo porque no dejaban que pastorearan por donde se había puesto una repoblación.
También estuve repoblando por Peña Corva, en el Canalón de los Tablones, en el Roblaillo, en la Hoya de Miguel Barba, en un sitio que se llama Poyo Sequillo, en los Quemaillos, cerca de la Hoya, en la Loma de los Esperones...
- Por cierto ¿dónde se encuentra la Loma de Los Esperones?
- Se encuentra sobre el kilómetro veintisiete de la carretera de Coto Ríos al Tranco. Por donde está el Aguadero. Antes de llegar y un poco más abajo. Cuando íbamos a los Sequillos y a Poyo Sequillo, que eso es en todo lo alto de la cordillera, desde mi casa aquí en la Pascuala, tenía que salir con teas encendidas porque había que ir de noche para estar en el tajo a la hora de enganchar. Al volver luego de noche otra vez para abajo. Teníamos que estar media noche despierto pendiente del trabajo.
Entonces no había relojes. La señal era cuando cantaba el gallo o si estaba raso, ver las estrellas y así había que apañarse. Algunos decían que era mejor dormir en el tajo pero en invierno ¿quién duerme sobre estas cumbres llenas de nieve, hielo y agua? Además, que había poco que echar para comer también.
LA MADERA
- Y cuando sacaban la madera de por aquí ¿qué recuerdas tú?
- Pues que la sacaban con caballerías. Arrastrando casi siempre. Por esta zona hubo un incendio y eso lo sacaron todo con caballerías. La bajaron a la Golondrina. Allí la hicieron cambras y por la zona esa donde estaba la Cueva de Arance. Se quedó ahí tanto tiempo la madera que empezó a pudrirse. Algunos la aprovecharon para leña y otros para una calera que echaron ahí los del molino. Así la aprovecharon.
Luego, después, ya hubo aserradores. Venían de la Puebla y de por ahí. Ya la serraban en el monte. Los cuartones, traviesas y todo eso lo bajaban ya con caballerías. Primeramente hacían cuartones, tablas y todas esas cosas. Después de serradas a lomo, no, era arrastrando.
- Pero la madera verde y troncos como esos, pesan lo suyo.
- Pues recién cortada la echaban encima de las bestias. Dos traviesas a cada caballería pero que pesarían cada traviesa más de cuarenta arrobas. Por los caminos de estos montes la bajaban a la orilla del río, por aquí. Hacían cambras y luego se la llevaban flotando por la corriente del agua. Yo lo he visto muchas veces. ¿Si tú supieras desde dónde han bajado maderas de esas?
- ¿Desde dónde?
- Desde lo alto mismo de los Quemaillos. Que se gasta desde aquí, seguramente, cuatro horas para ir allí. Eso está aquí por la Hoya para arriba. De la Hoya de los Aserraores también han bajado mucha madera. Que tenían que madrugar mucho para dar dos viajes. Entonces la Renfe tenía muchos borricos. Pero unos caminos muy malos. Uno se cae aquí y otro más allá y aquello era un Apenaero” que pa qué. Pero que la bajaban toda en las caballerías.
- ¿Y vosotros los serranos?
- A estos trabajos iban los que buscaban para ayudar. Para poner en el cargadero la madera, para ir con los aserradores alguno que otro, para hacer caminos. A estos trabajos si llamaban a la gente de aquí. Pero ya los arrieros y demás, era gente de la Renfe.
Todo esto que te digo fue después de vender el coto, todas las tierras que ahora cogen los campings de la Fuente de la Pascuala, Los Llanos de Arance y las del poblado de Coto Ríos. Antes de vender el coto, no había por aquí actividad de madera ninguna. Antes lo único que se hacían eran perchas para construir tinadas, para hacer las casas de los dueños del coto. Todavía hay dos casas muy buenas, aunque una ya está casi derribada.
- ¿En este poblado de Coto Ríos?
- No. Estas casas estaban en Bujaraiza. Una Los Casares, si sabes la que es. El cortijo de Los Casares era una familia que era del dueño del Coto de Bujaraiza. De Los Parras que eran cuñados los dos. Aquel y otro cortijo que estaba enfrente, porque ya lo han derribado, que se llama Rosalina. Esto se encuentra en tierras de la Isla de Cabeza de la Viña. Eso era de dos cuñados.
El de Los Casares, le gustó de echarle lujo por fuera al cortijo. Ya lo han modificado. Al otro le gustó echarle el lujo por dentro. Y se llevaron la madera de ahí, de lo alto del morro ese pero ya bien arriba, casi llegando a la Hoya de Miguel Barba. Todos los pinos salgareños arrasaron con ellos. Todo era tea. Al cortijo de enfrente de Bujaraiza, el de Rosalina. Con caballería se llevaron los troncos desde ahí mismo. Cosa de capricho. Que ya digo, hacían perchas de madera y además de aquellos dos cortijos tenían muchas tinadas. Eran dueños de muchas ovejas y muchas cabras. Tenían dinero aquellas personas porque eran los propietarios de todo.
VENTA DE LA PASCUALA
Cuando ya vino la Renfe, uno de los que serraba, el jefe, paraba aquí en mi casa. Se llamaba Pedro Caminero. Vivía en la Puebla de don Fadrique. Era de la Puebla pero ellos tenían el hato aquí en mi casa. Era un hombre recio y ya de edad. Muy buena persona. Entonces es cuando nosotros pusimos la venta. La Renfe montó una aserradora aquí cerca y aquí había gente así. Se traía una pipa de vino de cien arrobas y duraba medio día. No paraban los camiones de traer.
Mientras duró aquello pues estuvo la cosa bien. Nosotros aquí estábamos bien. Pero fue irse aquello y ya no había ambiente. Venía un recovero de tarde en tarde y eso no dejaba nada. Tuvimos que quitar la venta. Cuando hicieron la carretera se quedó en un buen sitio porque pasaba por la misma puerta pero no daba para nada. Aquí mismo, por donde se entra al camping, en estos pinos que antes no estaban, es donde estuvo montada la aserradora. Todavía se ven por ahí los pozos donde estuvo montada. Aquí había una y otra un poco más abajo, en el arroyo de la Hoya. Montaron otra más en la Venta de Luis. Un poquillo más para acá de donde está ahora el Hoyazo. En total eran tres aserradoras las que funcionaban junto al río.
- ¿Qué fue en otros tiempos eso del Hoyazo?
- Eran tierras de los mismo dueños de la Venta de Luis. Todas las olivas esas que se ven por allí, eran de ellos. De uno solo. Ahora ya son hijos. El Hoyazo era de ellos y los Llanos. Lo que pasa que los Llanos los “despropiaron”, igual que esto, los de la Confederación. Es que antes aquí en la orilla del Guadalquivir había muchos cortijos. Muchos.
- Y el final de la venta ¿Cómo fue?
- Un hermano mío se fue a Castellón. Es el último que ha quedado de los varones. Se casó y estuvo de peón caminero aquí, bastantes años. Los hijos se hicieron mayores, se fueron por ahí y tiraron de los padres. Ya me quedé de peón caminero en el puesto de él. Desde más arriba de la Golondrina hasta el Collado del Almendral, era mi territorio. Tenía que limpiar las cunetas, si caía alguna piedra, la quitaba, rozaba la hierba. Luego nos juntaron por cuadrillas y mi muchacho, un hijo que tengo, estaba de pinche. No ganaba mucho y entonces lo dejamos y nos fuimos a Gerona. El ganaba como yo. Nos estuvimos allí una temporada. Se había quedado la familia aquí sola y como no me la pude llevar, me vine.
MURIERON DE PARTO
Tres hermanas mías murieron de sobre parto. Una aquí en Coto Ríos. Le quedaron tres hijos que son los tres que te he dicho hemos criado nosotros. Se quedó nada más que el padre y el hombre estaba de cabrero con los dueños estos, Los Parras. No tenía casa ni nada ¿dónde los iba a cría? Luego murió él también cuando todavía estaban pequeños. Pues con nosotros han estado hasta que se han casado. Otra en un cortijo que se llama el Castellón, por encima del Cortijo del Zarzalar y por debajo del cortijo de Los Cerezos. Cuando murió ya había tenido un hijo y también murió. Y la tercera en el Cortijo de Aguas Blanquillas. El médico sí vino y todo pero tuvieron que ir con una caballería a por él a Santiago de la Espada y cuando llegó, era tarde. En el primer parto murió.
- Estamos ahora mismo sobre las tierras en que tu padre construyó aquella casa tuya que fue venta con el nombre de tu madre. ¿Dime por dónde tenía la puerta?
- La puerta miraba por aquí a la carretera que entonces era camino. Sólo tenía dos habitaciones. La puerta en el centro y a cada lado una habitación. La cuadra aquí también y una tinada que había junto a la piedra aquella. Y la cocina. Nada más, porque era casa de una sola planta. Arriba no había nada. La cocina sí era grande. Cuando venían los aceituneros a coger las aceitunas de la Confederación, aquí paraban. Dejaban su hato y ahí estábamos todos revueltos. Para las mujeres un dormitorio y los demás, a dormir en la cocina con las cabeceras que traían ellos.
- ¿Y el agua?
- Desde la fuente la subíamos con cántaros. Desde esa fuente salía una reguera que llevaba el agua a la aserradora. Que por eso la pusieron aquí. Un hombre con dos cubos, todo el día, no tenía más oficio que ese, echar agua a la caldera de la aserradora, porque era de vapor. Como era vapor, pues leña y agua y con eso andaban los motores. La aserradora estuvo aquí casi dos años. Había un señor que compraba nogueras y las traía para que se las serraran. No era de la Renfe, era cosa particular.
Estos dos árboles que todavía crecen en esta llanura donde estuvo mi casa, los plantamos nosotros. Cuando nos fuimos de aquí el fresno era como este y fíjate ya cómo está. Los únicos árboles frutales que por aquí había estaban donde ahora se encuentra el camping. Todas esas tierras estaban llenas de árboles frutales. Cuando el camping los quitaron todos y han puesto pinos y chopos. ¡Hay que ver que cosas! La noguera grande todavía crece en su sitio pero ya le han cortado las ramas. Todos los lindazos de esas tierras los sembré yo de árboles y daban una fruta buenísima. Había también por aquí unos “engarbaos” de parras que era gloria y las han quitado. ¡Con lo fértil y bonito que era todo!
LA FUENTE DEL PANTANO
- Una de las cosas por la cual la Venta de la Pascuala tiene mucha nombradía era por eso: aquí venía mucha gente pidiendo y se le daba de comer a todo el mundo sin cobrarles nadas. Dormían y luego se iban para otro sitio a ver si pillaban alguna otra cosa. Había entonces mucha gente que iba pidiendo por estos caminos. De aquello se le fue quedando a esto la Fuente de la Pascuala pero el nombre verdadero de este lugar siempre fue la Fuente del Pantano.
Es que fue un pantano que hicieron aquí para darle riego a las tierras del camping que vemos algo más arriba. Ahí ni había chopos ni tiendas de campaña como ahora. Todo eso se sembraba de maíz y de otras muchas cosas. Hicieron un pantanillo aquí, justo donde está la fuente. Esa obra que todavía se ve por ahí, era del pantano. Para que saliera el agua para arriba por su propio pie. Al llano que coge ahora mismo el camping este que se llama Fuente de la Pascuala. El pantano lo que hacía era remansar el agua de la fuente. Hicieron la obra para que el agua subiera y por la reguera llegara hasta la parte alta de las tierras. Todavía se conoce la obra por donde iba la reguera. Eso lo he visto yo con mis propios ojos.
LOS NUEVOS TIEMPOS
Como pasado el tiempo estas tierras las dejaron y empezaron a sembrarlas otra gente, rompieron por abajo y ya el agua sale por ese sitio.
- ¿Había tantos turistas por aquellos tiempos?
- Luego ya a última hora venían algunos por aquí pero pocos. Si estaba todo eso sembrado. Aquí a la fuente venía alguno que otro pero que no. Pero que ha estado muchos años la carretera y no había turismo.
- Y lo de ahora ¿está bien?
- Para algunas cosas sí y para otras no. Todo el que tiene algo para vender, gana dinero. Pero no está bien para los demás porque todas las cosas las suben mucho y luego no las bajan. Nosotros tenemos que comprar al precio del turismo y así todo el año sin ser turistas. Y el que no tiene nada para vender, pues se fastidia. Es decir: puede llegar un momento que la sierra sea sólo para los que tienen negocios para vender y para los turistas. Los serranos de siempre, nos vamos haciendo viejos, cada vez somos menos y como cada día es más difícil vivir aquí, al final desapareceremos como desaparecieron los cortijos y las aldeas.
Tanta gente por aquí metida, dicen que se portan bien y que no le hacen daño a la sierra pero por otro lado, yo qué sé. Con esto del turismo, todos los cerros están llenos de personas. Gente por todas partes. Puede que el turismo sea bueno porque mucha gente está ocupada en ello pero eso de que se salgan por ahí y recorran todo lo que quiera, yo no lo veo bien. Si antes echaron a las personas de los cortijos y las aldeas porque soltaron los ciervos en el monte, ¿por qué ahora los montes se llena de gente y no les dicen nada? Aquellos tenían más derechos porque eran serranos y se había criado ahí de siempre. Ya te digo: hay cosas que yo no las veo bien.
El nombre
Los llanos del camping
Con doce años
Sin tierras propias
Ahogados en el pantano
La gran riada
Sin puente
Ángel de la guarda
La repoblación
La madera
Venta de la Pascuala
Murieron de parto
La fuente del Pantano
Los nuevos tiempos
PRESENTACION
Frente a la carretera, justo donde se desvía el carril de tierra que entra al camping, bajo la sombra del pino, nos sentamos. Es casi medio día del diez de agosto y hace bastante calor. Circulan muchos coches por la carretera, se apartan hacia el camping, algunos, cantan rabiosas las chicharras y el viento ni se nota que pasa.
- En el Collado del Almendral, en el mirador que hay más allá, es donde están las piedras.
- Allí se las han llevado.
- Todas las piedras del cortijo. Las que formaron las paredes de este cortijo que ya no existe. Aquí mismo, en el pequeño rellano de tierra que estamos pisando, es donde estuvo.
- ¿Cómo se llamaba?
- La Venta de la Pascuala. Porque esto era una venta que se levantó por el mismo tiempo, más o menos, que la de la Golondrina. Yo fui el que vivió aquí y para que lo sepas te diré mi nombre: Me llamo Domingo Castillo Díaz, nací en el 1921, ya tengo setenta y cinco años y ahora vivo en el poblado de Coto Ríos. Fuimos diez hermanos y tres sobrinos que recogimos, chiquitillos los tres, que también los hemos criado nosotros. Se quedaron huérfanos y nos los trajimos a mi casa. De los hermanos, hemos sido cinco hembras y cinco machos y de los sobrinos, dos hembras y un macho.
EL NOMBRE
- ¿De qué le viene, a esto, el nombre de Pascuala?
- Mi madre se llamaba Pascuala Díaz García y como nos hicimos el cortijo aquí mismo, a la fuente que manaba y mana algo más abajo, se le empezó a decir “La Fuente de la Pascuala”, por el nombre de mi madre. Mi padre se llama Andrés Castillo García.
Primero vivíamos en la cueva esa, que se llama La Cueva de Arance, que de eso le viene el nombre a los llanos donde ahora se levanta el camping que tenemos más arriba. Camping de los Llanos de Arance, sin que casi nadie sepa que ese nombre arranca de la cueva que hay cerca de la carretera. La Cueva de Arance, que es donde nacimos tres de nosotros. Desde la cueva nos bajamos a una era que había más pegado al río, en el mismo llano. Ahí teníamos un casucho chiquitillo. Luego nos vinimos aquí pero como no cabíamos todos en la casa porque éramos muchos de familia, pusimos una tienda de esas que llevan los pastores. Aquí pasábamos el día los zagales guardando las cosas. Ya empezábamos a juntar las maderas y las piedras para hacer la casa.
La tierra no era nuestra. Había un señor que era el dueño, el dueño verdadero viejo, del coto y él nos autorizó para que en sus tierras hiciéramos la casa. Fue a mi padre a quien le dio su autorización. Entonces todo esto se llamaba el “Coto del Río” que de ahí luego fue surgiendo el nombre del poblado. Ese hombre, además de autorizar la construcción de la casa en sus tierras, nos dio madera y piedras. Nos dejó que hiciéramos una calera y de la cal que de ella sacábamos, él se llevaba de tres una. Lo que nos quedaba era la cal que fuimos empleando en la casa. La madera era igual. Era suya pero nosotros trajimos los aserradores, las tablas y los rollizos, que entonces no eran cuartones, pues también de tres una para él. El resto para nosotros y así fuimos levantando la casa.
- ¿La hicisteis vosotros mismos?
- Claro, si éramos muchos para trabajar. En aquellos tiempos las cosas estaban muy malas. Cuando ya teníamos la casa levantada, se nos ocurrió poner una tabernucha para ver si podíamos salir adelante.
- Porque pasaba el camino cerca.
- Sí por ahí mismo pasaba. La casa miraba al río. El camino pasaba por la misma puerta de la casa. Con mil fatigas íbamos saliendo para arriba y aquí acudía toda la gente: “Pediores” recoveros y leñadores. Todos se albergaban aquí.
- ¿Qué venta fue antes esta o la de la Golondrina?
- La de la Pascuala mucho antes. Fue la primera de por aquí cerca de la carretera. Había otra que se llamaba la Venta del Vaquillo, que esa era más antigua. La Venta Juan Ardí, más arriba de La Ericas y la Venta del Vaquillo, donde ahora se encuentra el hotel Mirasierra.
LOS LLANOS DEL CAMPING
Todo el llano este, donde ahora mismo se encuentra el camping que lleva el antiguo nombre de la Fuente de la Pascuala, todo eso lo sembrábamos nosotros.
- ¿Y los Llanos de Arance?
- Ese ya no lo sembrábamos nosotros. Hay había varios. Estaba hecho parcelas y lo cultivaban entre varios. Gente del poblado, ahora pero entonces le decíamos “El Cortijo del Río”. Otros eran del Olivico y de las Casas de las Tablas. Esa llanura ante se llamaba “Llano Curica”, justo donde ahora para el avión este que tenemos en Vadillo. Te estoy hablando del helicóptero que en verano traen por aquí para los incendios en la sierra. Tiene su campamento en el poblado de Vadillo pero en caso de incendios, recorre toda la sierra llevando personal para luchar contra las llamas. A lo ancho de las sierras del Parque, tiene varios puntos preparados para aterrizar. Por aquí, en este llano que te acabo de decir, es donde para.
Y este otro llano que nos queda aquí para abajo, lo que están acondicionado para que acampen los grupos de jóvenes que vienen de campamentos y que se llama Los Brígidos pero antes era el Llano de los Brígidos. Poca diferencia pero así eran las cosas. Esto de aquí para arriba, Solana de Coto Ríos hasta la Hoya de Miguel Barba. Los nombres de los cerros que nos quedan enfrente, también te los voy a decir. Los montes que nos quedan en primer plano en la vertiente de la cumbre del Banderillas y que se ven claramente desde estos dos compings. Este primero se llama el Cerro de la Tortilla, el Cerro de la Bandera aquel, el otro cercano el Cerro de la Cueva del Puntal, el arroyo que baja por ahí es arroyo de Aguarrocín. Como estás viendo, este cauce queda entre el gran río Borosa y el otro también hermoso río de Aguasmulas. Ese cerro que nos queda cerca del río Aguasmulas se llama el Cerro Cristóbal García. Es un nombre que no te sé decir de dónde viene pero que es muy antiguo.
CON DOCE AÑOS
Cuando la guerra, a mí me cogió con doce años. Fui el mayor de los que quedó aquí porque los otros se lo llevaron. Tenía un hermano mayor, que todavía no estaba casado y era el que llevaba la casa y se fue a la guerra. Bueno, se lo llevaron porque no había otro camino. Uno de ellos, el que tenía dos años más que yo, lo mataron, murió y ya no volvió más. Otro hermano mío, que era también mayor, murió siendo todavía yo pequeño. No llegué a conocerlo. Cuando la guerra, Mi padre ya había muerto. Nos quedamos nada más que todos los pequeños.
Teníamos un par de mulos. Con doce años yo no alcanzaba a echarle el ubio. Recuerdo que cada día, cuando llegaba el momento de uncirlos, me hinchaba de llorar. Pero como no había quien lo hiciera, no me quedaba otro camino. El primer día estaba el ubio encuero. Tuve que llamar a un hombre para que me lo arreglara para así poder yo arar las tierras. Me pasaba todo el día arando y por la tarde cuando soltaba los mulos, tenía que coger, con un sobrino mío de esos que recogimos huérfanos y subir a una cueva que hay más arriba. Se llama la Cueva del Romeral. Allí le tenía que ayudar a él a ahijar los chotos.
Mi hermano este último, sí volvió de la guerra. Estuvo en un campo de concentración bastante tiempo. Luego tuvimos que ir a hacer un aval de esos que hacían, el cura tenía que hacerlo, porque sino no lo echaban, y así pudimos sacarlo del campo de concentración. Volvía de noche y todavía tenía más faena: echarle pienso a las bestias y cuidarlas para que a otro día estuvieran a punto. A otro día, antes de amanecer, tenía que ir con él otra vez, porque era pequeño, a ayudarle y cuando volvía, le echaba el apero a los mulos y a sembrar por los llanos estos del camping, todo el día yo solo. Yo araba, cavaba, regaba, escardaba... todo lo hacía solo, sin ninguna otra ayuda. Ya te digo, de los que se quedaron en mi casa, era el mayor y claro, tenía que trabajar para traer una peseta a la familia.
Desde aquí mismo salía un camino que iba a la Hoya de Miguel Barba y a la Cueva del Romeral. Otro pasaba por donde justo estamos nosotros sentados. Era el camino real, que le decíamos. Estando ya nosotros aquí, los vecinos más cerca, eran unas familias que se vinieron a las cuevas esas. Las que siempre se han llamado Cuevas de Arance y que quedan a la derecha de la carretera subiendo para Coto Ríos. En otro sitio que se llaman los Salaos, había otros vecinos y en el lugar llamado Aguasmulas y el Molino de Eusebio. Estaba a la traspuesta de eso, en el mismo río de Aguasmulas.
- ¿De qué era ese molino?
- En él se molía de todo. Trigo, maíz, cebada. Aceituna no se molía.
SIN TIERRAS PROPIAS
Las cosechas que salían de estas tierras eran fundamentalmente de cereales y hortalizas. Como todos estos terrenos que yo trabajaba eran propiedad del dueño del coto, una parte de lo que aquí se producía, se la llevaba él. Del riego, de cuatro fanegas, lo mismo da fanegas que kilo, de cuatro, una para él y tres para nosotros. Y de secano, dos para nosotros y una para él. Un tercio, de tres una. Fuera de lo que fuera. Aquí lo que se sembraba era de todo: trigo, garbanzos, maíz, habichuelas... nunca salía suficiente para alimentar a la familia a lo largo del año. Pero había que atenerse a lo que uno sembraba. Y como lo sembrado era en terreno malo y entonces no había abonos ni nada de eso, pues no se criaba bueno.
Pero entre lo animalillos y lo poquillo que se recogía, había que ir saliendo. Aguantarse con lo que hubiera.
- ¿Y la matanza serrana?
- También nosotros hacíamos matanza. Más mala o más buena pero la hacíamos. Este llano que tenemos aquí debajo estaba puesto de olivas todo entero. Pero que eran de su dueño. Nosotros no teníamos olivas. Teníamos que comprar el aceite. Pues mis muchachas iban a trabajar por aquí a los que tenían fincas y nos daban pringue. Lo que ellos no querían nos daban a nosotros para hacer de comer. Así nos apañábamos y así nos hemos criado.
- Y con los mulos, además de arar ¿qué otra cosa hacías?
- A trillar he ido yo con los mulos hasta Jabalcaballo, las llanuras esas que hay en lo más alto de la cuerda, entre Peña Corva y el Pardal. Allí hay unas tierras muy buenas que la sembraban y daban un trigo excelente. El cortijo donde yo trillaba está en Jabalcaballo pero el que criaba la siembra no era de allí. He trillado mucho en la Hortizuela, el Borosa, en San Román, que eso está ya cerca del Tranco, en el molino de Eusebio, en Aguasmulas, en las Animas, en las Loma de los Asperones, en la Solana de Padilla... En muchos sitios. Donde me avisaban. Había que dejar lo nuestro para ir a buscar un duro. No había dinero. Yo tenía un par de mulillas muy buenas para eso y me llamaban para que les trillara las mieses. Pero entonces no se cobraba nada. Ocho duros me daban por estar todo el día trillando y poniendo las mulas yo. El que no tenía dinero me daba grano pero siempre la cantidad que valiera los ocho duros. Ocho duros y mantenío yo y las bestias.
- ¿Qué personas venían por aquí en aquella época?
- Sólo había dos guardas. Uno en aquel lado del río y otro en este. Pero con nosotros no se metían. Los veíamos a lo mejor cada año una vez. No teníamos tierras ni propiedades y claro, poco tenían que decirnos a nosotros. Había un guarda del coto. Eso sí. Que era el que cobraba los “terrajos” que se llevaba, de aquellas cosechas que uno iba recogiendo de las tierras. Los pastos de los ganados, también lo cobraba él. Estaba a sueldo del dueño del coto. Como te he dicho, había dos guardas del Estado, el Patrimonio forestal pero como nosotros estábamos dentro de un coto, pues aquí estaba también el guarda del coto. Estábamos a las órdenes suyas. Lo que él decía. Como nosotros no salíamos de lo del coto, pues a los otros guardas ni los veíamos.
A los civiles sí se les temía muchísimo. A lo mejor no teníamos para comer y había que ponerle a ellos lo poquillo que hubiera. Además, les teníamos mucho respeto. De por aquellas fechas, recuerdo yo varias cosas de civiles. Cuando empezaron a echar aquí los ciervos y todos aquellos bichos que trajeron de fuera, pues un día se perdió uno. Era un ciervo chico. Les echaban la culpa a dos vecinos que había ahí abajo. Pasaban mucha hambre y dijeron “Estos han sido los autores de la desaparición del ciervo”. Vinieron, los colgaron de los pies, se hincharon de pegarles y luego no habían sido ellos. Luego apareció.
- ¿Eso fue real?
- ¡Vaya que si fue real! Entonces a los ciervos se les tenía que respetar. Una de esas personas ha muerto ya, la otra vive en Villa Real. Eso me parece que es de Castellón. Pero no creas, cuando apareció el ciervo, no vinieron ni a pedirles disculpas ni a pagarles nada.
Los jóvenes de aquellas fechas nos divertíamos en los bailes de los cortijos. Cuando nos enterábamos de algún esfarfollo en tal sitio, allá que íbamos nosotros. Otras veces hacían baile sin esfarfollo ni nada y también íbamos. Si se casaba alguien, a la boda y si era viuda, a darle la “cencerrá”. En las Casas de las Tablas se juntó una y fuimos a darle la cencerrá. En Bujaraiza recuerdo otra. Le tocábamos cencerros y le cantábamos coplas. Todo el llano ese que te decía antes, donde para el avión, ahora es de la Confederación pero antes era propiedad. Aunque esto fue un coto pero las propiedades esas eran a parte. Pues en esas parcelas se juntaba mucha gente. Por las tardes y por las noches formábamos ahí unos bailes que pa qué. Es que venían a trabajar y claro, luego echábamos nuestros ratos de diversión.
CASI AHOGADOS
EN EL PANTANO
- ¿Y lo del pantano también llegó por aquí?
- El agua no pero recuerdo que por aquellas fechas, creo que cuando se llenó el pantano por primera vez, estábamos nosotros con vacas ahí abajo. Teníamos unas pocas vacas. Estábamos tres. Un sobrino mío y otro. Nos juntamos y dijimos: “Vamos a bañarnos al pantano”. Nos subimos a un pino que estaba con agua por debajo y nos tiramos al pantano. Y aguas adentro estuvimos nadando por lo menos un kilómetro, sin descansar. Luego nos acercamos a la orilla, salimos y después de descansar un rato dijimos: “Lo mismo que hemos venido hasta aquí, pues también podemos volver al mismo sitio nadando”. Y en vista de irnos por la orilla nos fuimos por en medio.
Cuando íbamos por la mitad o así, se levantó un airecillo que nos daba de frente y nos ahogábamos. Pero es que estaba muy lejos la orilla. Por entre la superficie del agua asomaban las copas de unas carrascas. Sin hablarnos ni nada, porque estábamos ahogándonos ya, dijimos: “Vamos a ellas y nos agarramos a las ramas y descansamos”. Pues como rama que agarrábamos rama que se rompía por abajo. Uno detrás del otro dando vueltas y tragando agua. Yo que iba delante pensé: “Esto lo mejor es echarle el culo y volvernos otra vez”. Nos volvimos y como el aire seguía soplando, casi sin esfuerzo nos sacó de nuevo a la misma orilla. Así nos pudimos salvar.
Es que, además, de la misma superficie del agua se levantaba una nieblecilla que nos tapaba la respiración. Cuando llegamos a la orilla, como la tierra tenía mucha humedad por allí, nos encontramos con otro problema. Habían crecido muchos cardos de eso de bolas pinchosas. Y encueros y “escarzos” nos metimos por entre ellos. Ya no podíamos tirarnos al agua otra vez. Así que nos metimos por allí y para llegar a dónde teníamos la ropa sufrimos lo nuestro. Un Cristo parecíamos nosotros de tantos pinchos además de agotados y hartos de agua que veníamos.
- ¡Qué aventura!
- Que nos dio aquella manía. Como al principio fue bien, pensamos que a la vuelta iba a ser lo mismo. Y no nos ahogamos de milagro. Yo tendría dieciocho años o por ahí. Sabía nadar muy bien pero desde aquel día no me he vuelto a meter en las aguas del pantano.
Otra vez aquí, ahí mismo, estaba todo el llano este que coge el camping, tapado de agua. Nos juntamos en la orilla y pensamos colar al otro lado. Por aquel entonces no teníamos bañador. Yo tenía unos calzoncillos de estos largos que se ataban así por abajo. Había mucha gente aquí porque ya vendíamos vino y cosas en esta casa de la Pascuala y, además, también había una bolera. Aquel día había mucha gente jugando a los bolos y hasta mujeres. Pues mis ocurrencias fueron tirarme al agua con los calzoncillos puestos. Como ya te he dicho, los llevaba atados abajo y aquello se me llenó de agua. El peso empezó a tirar de mí para el fondo y como tampoco podía nadar, no había manera de salir. A fuerza de empujones y empujones ya llegamos a donde se tocaba fondo con los pies y al fin salimos a la orilla. Pero para ahogarse también en esta ocasión. Pero ¿cómo nos íbamos a quedar encueros si había aquí muchas mujeres?
LA GRAN RIADA
De riadas grandes sí recuerdo yo más de una vez. Especialmente de una, no me olvido. Cayó una nube grande un día y el arroyo de Aguarrocín y el de Aguas Blanquillas, bajaron repletos al mismo tiempo. Tantos peñones, montes y troncos de árboles trían que se cortó el río y la remansa, llegó dos kilómetros cauce arriba. Teníamos nosotros sembrado en la tierra de este llano muchas patatas, habicholones, remolacha y de todo eso, y se lo llevó todo. Se veían estos llanos por completo cubiertos de agua y sobre ellas flotando los troncos y los animales muertos. Ovejas y cabros dando tumbos que aquello era tremendo. La riada más grande que yo he conocido en toda mi vida. Tendría entonces unos catorce años y todavía no estaba el pantano.
Se llevó todas las cosechas y en el Zarzalar había dos personas con ganado. Se metieron en una cueva. El agua bajó por los dos lados de la cueva y los envolvió. Se salvaron porque cerca crecían unos chopos y se subieron en ellos. Pero según contaban ellos luego, los chopos estuvieron a punto de romperse por la fuerza de la corriente y los pedruscos que contra los troncos chocaban. Esa fue la salvación de aquellos hombres. Ya te digo, riada como aquella no se ha conocido por aquí ninguna ni antes ni después.
- Si en estos llanos hubiera habido todo lo que en estos tiempos estamos viendo ¿qué hubiera pasado?
- ¡Madre mía! Hubiera sido un desastre más grande que ese que acaba de ocurrir en el camping de Biesca. Lo de este invierno que ha pasado, también ha sido bueno, que tú sabes que el río ha saltado varias veces por encima del puente que lleva al poblado de Coto Río pero lo de este año ha sido de lluvia normal. Aquello que te he dicho antes, fue una nube. Algo así como lo ocurrido en el camping de Huesca. Riadas de las otras, de lluvia de temporal, las ha habido aquí siempre y algunas más grandes que las de este año. ¡Vaya, ya lo creo!
SIN PUENTE
- ¿Por dónde cruzabais el río entonces?
- Por donde había un vado y cuando estaba crecido por ningún lado. Para subir a Cazorla había que ir hasta el Vado de los Rosales que ya sabes está en el río Borosa, algo más abajo de la cerrada de Elías. Las personas que vivían en aquel lado del río, ese era el único camino que podían tomar. En el Guadalquivir, por este valle y en aquellos tiempos, no había más puente que el del Hacha. ¿Sabes cual te digo? Se encuentra cerca de Arroyo Frío. En aquellos tiempos se tenía que ir con caballería o a pie. Porque este puente que tenemos aquí, que cruza el Guadalquivir y da paso al camping de los Llanos de Arance y a la piscifactoría del río Aguasmulas, lo han hecho mucho después.
- ¿Recuerdas cuando fue?
- La fecha no pero sí sé que lo han hecho dos veces. Primeramente lo hizo una compañía que había. Fue y la pileta de en medio, hicieron el roto y en lugar de ponerlo como lo han puesto ahora, con cemento, levantaron la pileta con sacos de cemento si abrir. De sacos de papel llenos de cemento hicieron la pileta así hasta arriba. Y luego lo de arriba, era de vigas de madera.
Vino una riada grande y claro, los sacos como eran de papel, se “esfarataron”. Aunque el cemento que tenía dentro se había puesto duro, como los sacos no se pegaron unos con otros porque tenían papel, pues el agua se los llevó con toda facilidad. La riada se lo llevó y cayó todo el puente. Aquella primera vez el puente fue para sacar madera. La segunda vez que lo hicieron ya si fue a base de pilares y bien hecho. Entonces esa carretera era un carril muy malo.
EL ANGEL
DE LA GUARDA
De aquellas vacas que te decía antes, que no eran nuestras sino que nos las dejaron a medias, una vez tuvimos una que era brava. Tenía cinco años cuando la compró el que nos la dejó a nosotros. La vaca, se iba a la gente como un demonio. Pero nosotros la cogimos y la domamos con otra para ir a arar con ella. Como era tan borde arremetía contra todo en mundo. Sin embargo, a mí y a mis hermanos no nos hacía nunca nada. Pero sólo a nosotros. Para las demás personas tenía que está siempre atada.
Un día, se “encujó” y la teníamos ahí en un pino. Se acercaron dos por el llano ese de abajo y desde muy lejos ya venían diciendo: “Ya verás como esté la vaca suelta. Hoy nos corre”. Decía el otro: “¡Eh! ¿Qué irá a hacer la vaca si está coja? Eso no puede hacer nada”. “Pues, ya que no”. A la vaca ya le había dado del viento. Antes de sentirlos a ellos ya estaba con la cabeza alta oliendo así para abajo. El camino iba entonces por la parte de abajo, más pegado al río. En cuanto los vio, salió para ellos y se le tiró al primero que venía montado en su mulo. Lo echó por el suelo, derribó el mulo, le quitó el aparejo a la bestia y todo cayó, dando tumbos, para el barranco. Aquel día no pasó nada pero el susto se lo llevaron y fue lo suficiente para que la fama de la vaca se extendiera más.
A nosotros no nos hacía nada. Era nombrarla y la vaca ya no hacia nada. Otro día una sobrina mía estaba con ellas, ahí más para allá y fue a darle a unas olivas que había algo más abajo. Al verla la vaca arreó detrás de ella y la chiquilla corriendo y gritando, se subió en una olma. Todavía le dio tiempo de engancharla de los pies y la tiró al río. Aquella vaca era una fiera. Y, sin embargo, a nosotros no nos hacía nada. ¿A mí? Como si fuera mi perro de compañía.
Yo me iba con ellas por ahí porque no quería que se juntara con las otras porque estaba coja, me iba con ella y donde quiera que me sentara, así que comía, se acostaba a mi lado. Antes a mí me daban unos mareos muy grandes. Cuando me daban estos mareos tenía que acostarme y esperar hasta que pasaran. Un día, el amo de la vaca, vino por esta llanura a buscarme. Se acercó el hombre por allí y me vio tumbado. La vaca se había acostado y junto a mi cuerpo ella tenía la cabeza echada, con el hocico encima de mi barriga. El hombre se asustó. Dice: “Pues que lo ha matado”. Se fue corriendo a su casa y enseguida dijo: “Que la vaca ha matado al zagal”. Los asustó a todos. Vinieron corriendo a ver qué había pasado. En cuanto la vaca los oyó, levantó la cabeza y enseguida se puso de pie. Se plantó frente a ellos, defendiéndome a mí y en ese momento me espavilé. Todos se quedaron helados. Quisieron acercarse a ver qué pasaba pero no fue manera. Les dije que se fueran, que no pasaba nada y aquello fue para todos, un asombro.
A partir de aquel día todos se dieron cuenta que cuando yo estaba al lado de la vaca, no se podía acercar nadie a mí. Me guardaba que pa qué. Yo le daba de comer, la tentaba, la acariciaba, le rascaba por donde quería, le quitaba el cencerro y se lo ponía donde me gustara y a mí nunca me hacía nada. Pero que no se me acercará nadie. El animal me tomó cariño y como yo siempre estaba con ella haciéndole de todo, me defendía como su hubiera sido su propio hijo.
- ¿Cómo se llamaba?
- Yo le había puesto de nombre Bragá. Era de color canoso. Tuvo su cría y aunque yo agarraba y jugaba con la becerrilla, ya te digo, la vaca no me hacía nada. A mi hermano que fue el que la domó, pues lo mismo. Cuando él la nombraba, la vaca venía corriendo.
- ¿Cómo acabó luego esta vaca?
- Como no era nuestra, un día la vendió el dueño y me quedé sin ella. Me dio mucha pena porque aquel animal tan bravo para otras personas, para mí era como mi ángel de la guarda. Mejor que un perro para cuidarme. Y el animalico tantas siembras como había aquel día que se echó a mi lado para cuidarme, no probó ni un bocado de aquellas sementeras. Era lo que luego todo el mundo decía. En lugar de irse a las siembras a comerse lo que pillara, se vino conmigo para cuidarme. Echar la cabeza por lo alto de mí, con el calor que hacía, estaría yo sudando. ¡Lo que son los animales algunas veces! Más nobles que las personas.
LA REPOBLACION
DE LOS PINOS
Aquello de la repoblación fue por todos los sitios. Primeramente estuvimos por la zona esa de la Torre del Vinagre. Con un escavillo, al principio. En el cabo llevaba una punta y con aquello hacíamos el roto en la tierra. En el agujero poníamos el pino y con la pala del escavillo se enterraba. Luego nos dijeron que hiciéramos hoyos con un azadón. Los hombres y zagalones más mayorcetes, hacíamos los hoyos y las mujeres iban poniendo los pinos en estos hoyos.
Pasado el tiempo sacaron otro sistema. Hacer fajas de esas. Ha base de cavar con los azadones y a mano, se hacía una faja que había que darle cuarenta de ancho por cuarenta de hondo y allí es ponían los pinos. Se hacían las fajas primero, en la primavera y en cuanto llovía, pues a poner pinos. Las mujeres, más que na, entonces eran mujeres. Pero hombres y zagales también plantaban pinos. Para unas cosas fue bueno aquello de la repoblación porque dio trabajo y las personas sacaban algunas pesetas pero a los que tenían ganado se les complicó la cosa. La mayoría tuvieron que venderlo todo porque no dejaban que pastorearan por donde se había puesto una repoblación.
También estuve repoblando por Peña Corva, en el Canalón de los Tablones, en el Roblaillo, en la Hoya de Miguel Barba, en un sitio que se llama Poyo Sequillo, en los Quemaillos, cerca de la Hoya, en la Loma de los Esperones...
- Por cierto ¿dónde se encuentra la Loma de Los Esperones?
- Se encuentra sobre el kilómetro veintisiete de la carretera de Coto Ríos al Tranco. Por donde está el Aguadero. Antes de llegar y un poco más abajo. Cuando íbamos a los Sequillos y a Poyo Sequillo, que eso es en todo lo alto de la cordillera, desde mi casa aquí en la Pascuala, tenía que salir con teas encendidas porque había que ir de noche para estar en el tajo a la hora de enganchar. Al volver luego de noche otra vez para abajo. Teníamos que estar media noche despierto pendiente del trabajo.
Entonces no había relojes. La señal era cuando cantaba el gallo o si estaba raso, ver las estrellas y así había que apañarse. Algunos decían que era mejor dormir en el tajo pero en invierno ¿quién duerme sobre estas cumbres llenas de nieve, hielo y agua? Además, que había poco que echar para comer también.
LA MADERA
- Y cuando sacaban la madera de por aquí ¿qué recuerdas tú?
- Pues que la sacaban con caballerías. Arrastrando casi siempre. Por esta zona hubo un incendio y eso lo sacaron todo con caballerías. La bajaron a la Golondrina. Allí la hicieron cambras y por la zona esa donde estaba la Cueva de Arance. Se quedó ahí tanto tiempo la madera que empezó a pudrirse. Algunos la aprovecharon para leña y otros para una calera que echaron ahí los del molino. Así la aprovecharon.
Luego, después, ya hubo aserradores. Venían de la Puebla y de por ahí. Ya la serraban en el monte. Los cuartones, traviesas y todo eso lo bajaban ya con caballerías. Primeramente hacían cuartones, tablas y todas esas cosas. Después de serradas a lomo, no, era arrastrando.
- Pero la madera verde y troncos como esos, pesan lo suyo.
- Pues recién cortada la echaban encima de las bestias. Dos traviesas a cada caballería pero que pesarían cada traviesa más de cuarenta arrobas. Por los caminos de estos montes la bajaban a la orilla del río, por aquí. Hacían cambras y luego se la llevaban flotando por la corriente del agua. Yo lo he visto muchas veces. ¿Si tú supieras desde dónde han bajado maderas de esas?
- ¿Desde dónde?
- Desde lo alto mismo de los Quemaillos. Que se gasta desde aquí, seguramente, cuatro horas para ir allí. Eso está aquí por la Hoya para arriba. De la Hoya de los Aserraores también han bajado mucha madera. Que tenían que madrugar mucho para dar dos viajes. Entonces la Renfe tenía muchos borricos. Pero unos caminos muy malos. Uno se cae aquí y otro más allá y aquello era un Apenaero” que pa qué. Pero que la bajaban toda en las caballerías.
- ¿Y vosotros los serranos?
- A estos trabajos iban los que buscaban para ayudar. Para poner en el cargadero la madera, para ir con los aserradores alguno que otro, para hacer caminos. A estos trabajos si llamaban a la gente de aquí. Pero ya los arrieros y demás, era gente de la Renfe.
Todo esto que te digo fue después de vender el coto, todas las tierras que ahora cogen los campings de la Fuente de la Pascuala, Los Llanos de Arance y las del poblado de Coto Ríos. Antes de vender el coto, no había por aquí actividad de madera ninguna. Antes lo único que se hacían eran perchas para construir tinadas, para hacer las casas de los dueños del coto. Todavía hay dos casas muy buenas, aunque una ya está casi derribada.
- ¿En este poblado de Coto Ríos?
- No. Estas casas estaban en Bujaraiza. Una Los Casares, si sabes la que es. El cortijo de Los Casares era una familia que era del dueño del Coto de Bujaraiza. De Los Parras que eran cuñados los dos. Aquel y otro cortijo que estaba enfrente, porque ya lo han derribado, que se llama Rosalina. Esto se encuentra en tierras de la Isla de Cabeza de la Viña. Eso era de dos cuñados.
El de Los Casares, le gustó de echarle lujo por fuera al cortijo. Ya lo han modificado. Al otro le gustó echarle el lujo por dentro. Y se llevaron la madera de ahí, de lo alto del morro ese pero ya bien arriba, casi llegando a la Hoya de Miguel Barba. Todos los pinos salgareños arrasaron con ellos. Todo era tea. Al cortijo de enfrente de Bujaraiza, el de Rosalina. Con caballería se llevaron los troncos desde ahí mismo. Cosa de capricho. Que ya digo, hacían perchas de madera y además de aquellos dos cortijos tenían muchas tinadas. Eran dueños de muchas ovejas y muchas cabras. Tenían dinero aquellas personas porque eran los propietarios de todo.
VENTA DE LA PASCUALA
Cuando ya vino la Renfe, uno de los que serraba, el jefe, paraba aquí en mi casa. Se llamaba Pedro Caminero. Vivía en la Puebla de don Fadrique. Era de la Puebla pero ellos tenían el hato aquí en mi casa. Era un hombre recio y ya de edad. Muy buena persona. Entonces es cuando nosotros pusimos la venta. La Renfe montó una aserradora aquí cerca y aquí había gente así. Se traía una pipa de vino de cien arrobas y duraba medio día. No paraban los camiones de traer.
Mientras duró aquello pues estuvo la cosa bien. Nosotros aquí estábamos bien. Pero fue irse aquello y ya no había ambiente. Venía un recovero de tarde en tarde y eso no dejaba nada. Tuvimos que quitar la venta. Cuando hicieron la carretera se quedó en un buen sitio porque pasaba por la misma puerta pero no daba para nada. Aquí mismo, por donde se entra al camping, en estos pinos que antes no estaban, es donde estuvo montada la aserradora. Todavía se ven por ahí los pozos donde estuvo montada. Aquí había una y otra un poco más abajo, en el arroyo de la Hoya. Montaron otra más en la Venta de Luis. Un poquillo más para acá de donde está ahora el Hoyazo. En total eran tres aserradoras las que funcionaban junto al río.
- ¿Qué fue en otros tiempos eso del Hoyazo?
- Eran tierras de los mismo dueños de la Venta de Luis. Todas las olivas esas que se ven por allí, eran de ellos. De uno solo. Ahora ya son hijos. El Hoyazo era de ellos y los Llanos. Lo que pasa que los Llanos los “despropiaron”, igual que esto, los de la Confederación. Es que antes aquí en la orilla del Guadalquivir había muchos cortijos. Muchos.
- Y el final de la venta ¿Cómo fue?
- Un hermano mío se fue a Castellón. Es el último que ha quedado de los varones. Se casó y estuvo de peón caminero aquí, bastantes años. Los hijos se hicieron mayores, se fueron por ahí y tiraron de los padres. Ya me quedé de peón caminero en el puesto de él. Desde más arriba de la Golondrina hasta el Collado del Almendral, era mi territorio. Tenía que limpiar las cunetas, si caía alguna piedra, la quitaba, rozaba la hierba. Luego nos juntaron por cuadrillas y mi muchacho, un hijo que tengo, estaba de pinche. No ganaba mucho y entonces lo dejamos y nos fuimos a Gerona. El ganaba como yo. Nos estuvimos allí una temporada. Se había quedado la familia aquí sola y como no me la pude llevar, me vine.
MURIERON DE PARTO
Tres hermanas mías murieron de sobre parto. Una aquí en Coto Ríos. Le quedaron tres hijos que son los tres que te he dicho hemos criado nosotros. Se quedó nada más que el padre y el hombre estaba de cabrero con los dueños estos, Los Parras. No tenía casa ni nada ¿dónde los iba a cría? Luego murió él también cuando todavía estaban pequeños. Pues con nosotros han estado hasta que se han casado. Otra en un cortijo que se llama el Castellón, por encima del Cortijo del Zarzalar y por debajo del cortijo de Los Cerezos. Cuando murió ya había tenido un hijo y también murió. Y la tercera en el Cortijo de Aguas Blanquillas. El médico sí vino y todo pero tuvieron que ir con una caballería a por él a Santiago de la Espada y cuando llegó, era tarde. En el primer parto murió.
- Estamos ahora mismo sobre las tierras en que tu padre construyó aquella casa tuya que fue venta con el nombre de tu madre. ¿Dime por dónde tenía la puerta?
- La puerta miraba por aquí a la carretera que entonces era camino. Sólo tenía dos habitaciones. La puerta en el centro y a cada lado una habitación. La cuadra aquí también y una tinada que había junto a la piedra aquella. Y la cocina. Nada más, porque era casa de una sola planta. Arriba no había nada. La cocina sí era grande. Cuando venían los aceituneros a coger las aceitunas de la Confederación, aquí paraban. Dejaban su hato y ahí estábamos todos revueltos. Para las mujeres un dormitorio y los demás, a dormir en la cocina con las cabeceras que traían ellos.
- ¿Y el agua?
- Desde la fuente la subíamos con cántaros. Desde esa fuente salía una reguera que llevaba el agua a la aserradora. Que por eso la pusieron aquí. Un hombre con dos cubos, todo el día, no tenía más oficio que ese, echar agua a la caldera de la aserradora, porque era de vapor. Como era vapor, pues leña y agua y con eso andaban los motores. La aserradora estuvo aquí casi dos años. Había un señor que compraba nogueras y las traía para que se las serraran. No era de la Renfe, era cosa particular.
Estos dos árboles que todavía crecen en esta llanura donde estuvo mi casa, los plantamos nosotros. Cuando nos fuimos de aquí el fresno era como este y fíjate ya cómo está. Los únicos árboles frutales que por aquí había estaban donde ahora se encuentra el camping. Todas esas tierras estaban llenas de árboles frutales. Cuando el camping los quitaron todos y han puesto pinos y chopos. ¡Hay que ver que cosas! La noguera grande todavía crece en su sitio pero ya le han cortado las ramas. Todos los lindazos de esas tierras los sembré yo de árboles y daban una fruta buenísima. Había también por aquí unos “engarbaos” de parras que era gloria y las han quitado. ¡Con lo fértil y bonito que era todo!
LA FUENTE DEL PANTANO
- Una de las cosas por la cual la Venta de la Pascuala tiene mucha nombradía era por eso: aquí venía mucha gente pidiendo y se le daba de comer a todo el mundo sin cobrarles nadas. Dormían y luego se iban para otro sitio a ver si pillaban alguna otra cosa. Había entonces mucha gente que iba pidiendo por estos caminos. De aquello se le fue quedando a esto la Fuente de la Pascuala pero el nombre verdadero de este lugar siempre fue la Fuente del Pantano.
Es que fue un pantano que hicieron aquí para darle riego a las tierras del camping que vemos algo más arriba. Ahí ni había chopos ni tiendas de campaña como ahora. Todo eso se sembraba de maíz y de otras muchas cosas. Hicieron un pantanillo aquí, justo donde está la fuente. Esa obra que todavía se ve por ahí, era del pantano. Para que saliera el agua para arriba por su propio pie. Al llano que coge ahora mismo el camping este que se llama Fuente de la Pascuala. El pantano lo que hacía era remansar el agua de la fuente. Hicieron la obra para que el agua subiera y por la reguera llegara hasta la parte alta de las tierras. Todavía se conoce la obra por donde iba la reguera. Eso lo he visto yo con mis propios ojos.
LOS NUEVOS TIEMPOS
Como pasado el tiempo estas tierras las dejaron y empezaron a sembrarlas otra gente, rompieron por abajo y ya el agua sale por ese sitio.
- ¿Había tantos turistas por aquellos tiempos?
- Luego ya a última hora venían algunos por aquí pero pocos. Si estaba todo eso sembrado. Aquí a la fuente venía alguno que otro pero que no. Pero que ha estado muchos años la carretera y no había turismo.
- Y lo de ahora ¿está bien?
- Para algunas cosas sí y para otras no. Todo el que tiene algo para vender, gana dinero. Pero no está bien para los demás porque todas las cosas las suben mucho y luego no las bajan. Nosotros tenemos que comprar al precio del turismo y así todo el año sin ser turistas. Y el que no tiene nada para vender, pues se fastidia. Es decir: puede llegar un momento que la sierra sea sólo para los que tienen negocios para vender y para los turistas. Los serranos de siempre, nos vamos haciendo viejos, cada vez somos menos y como cada día es más difícil vivir aquí, al final desapareceremos como desaparecieron los cortijos y las aldeas.
Tanta gente por aquí metida, dicen que se portan bien y que no le hacen daño a la sierra pero por otro lado, yo qué sé. Con esto del turismo, todos los cerros están llenos de personas. Gente por todas partes. Puede que el turismo sea bueno porque mucha gente está ocupada en ello pero eso de que se salgan por ahí y recorran todo lo que quiera, yo no lo veo bien. Si antes echaron a las personas de los cortijos y las aldeas porque soltaron los ciervos en el monte, ¿por qué ahora los montes se llena de gente y no les dicen nada? Aquellos tenían más derechos porque eran serranos y se había criado ahí de siempre. Ya te digo: hay cosas que yo no las veo bien.
1 comentario:
No me cansaré de leer todo lo relacionado con la sierra de Cazorla y sobretodo de Coto-rios,será porque me he criado alli y porque Domingo Castillo es mi maravilloso abuelo.Que vida la de él y la de la gente de aquella época.Muchos deberiamos aprender hoy día de personas como mi abuelo...Ahora tiene casi 90 años y espero poder disfrutar muchos mas años junto a él. Verónica
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