8.08.2007

Rutas para la historia-3

POR LA SOLANA DE COTO RIOS 19‑11‑94

Índice:
Torre del Vinagre, cortijo -1
Torre del Vinagre, museo -2
Coto Ríos - 3
La Golondrina -4
Los nogales -5
Los Llanos de Arance -6
La leyenda -7
El macho blanco - 8
Los arrendajos - 9
¡Por fin, la llanura! - 10
Nacido en la roca - 11
Y la eternidad - 12


TORRE DEL VINAGRE, EL CORTIJO‑1

Pasadas las colmenas, entre los romeros de esta ladera, la pista sigue cortando la solana por la mitad y se va dirección a la Torre del Vinagre, museo. Según avanzo y baja, se aleja del Arroyo torre del Vinagre y antes de llegar al collado, se divide en dos. A la izquierda queda un ramal que sigue subiendo y según la dirección, creo que es el que lleva hasta el Cortijo de la Hortizuela cerca del pequeño cauce que baja por entre Peña Corva y Piedras Rubias. Sigo por el ramal de la derecha que, a partir de aquí, desciende más rápido buscando el collado. Justo en el collado da una gran curva, se divide otra vez en un trozo que sigue al frente el cual me llevaría al museo y el otro que vuelve para atrás y sigue bajando por la cañada buscando el cauce del arroyo que antes despedía.

Sé que por aquí está el cortijo que da nombre al cauce de esta ladera y al museo de ahí más abajo. No he estado nunca por la zona y por eso me pica la curiosidad. Pero antes de encontrarme con lo que vengo buscando, en la vaguada, oigo rumor de agua. Del arroyo no es, porque aún queda lejos; miro a mi derecha y lo veo: es como un gran cauce que brota aquí mismo, en el centro del extenso romeral, en la zona que ha quedado dentro de la curva que va trazando mi camino; donde hay una especie de hondonada. Es una barbaridad la cantidad de agua que mana por aquí. Hasta han construido una alcantarilla para que cruce el camino. Algo más abajo la civilización humana le ha salido al encuentro. Obras de cemento y tubos lo aprisionan para llevarlo a las urbanizaciones del valle. ¡Qué pena, hombre! ¡Con lo bonito que me ha resultado el descubrimiento de este caudaloso manantial entre romeros tan floridos y ladera tan majestuosas! Pero tenía que haberlo pensado: los del valle, para esa civilización de lujo que por ahí están montando necesitan de éste manantial y de otros muchos. Ellos lo han descubierto antes que yo y se lo han apropiado con otro fin. ¿Sería mejor que siguiera como en aquellos tiempos? Yo diría que sí, pero si le pregunto a ellos sin duda que me van a responder que no.

Ya cayendo la tarde yo he llegado al cortijo. La pista que baja viene derecho a él, pero no puede acercarse sino hasta cierta distancia. Se lo impide una fuerte alambrada, con hierros metálicos y muy alta. Busco un agujero y lo encuentro, porque la puerta está cerrada con cadena y candado. No pretendo allanar propiedades de nadie, sino que según me voy acercando llamo por si el dueño anda por ahí; lo saludaré, le diré lo que hago por aquí y si puedo hablaré un rato con él para ver qué es lo que yo personalmente saco de todo esto. Me gustaría tener información directa para contrastarla con lo que me cuentan otros.

Mi pretensión no se puede realizar. Según me acerco me voy cerciorando de la soledad que, por lo menos hoy, existe en el edificio. Canales de cemento para regar la huerta que desde un pilar por la parte de arriba, salen y empiezan a surcar las tierras por el lado en que yo he entrado, muchos árboles junto a las regueras, algunas vides pero en forma de parras, nogales, perales, cerezos toda la tierra llana, que a simple vista se ve, son hortales.

No es este cortijo un solo cuerpo de casa. Es decir, voy descubriendo que todo es como un pequeño bloque de muchos edificios, cerca unos de otros, pero algo separados. La vivienda principal, que enseguida se adivina cual es, el corral para los animales, el gallinero, el pajar, la cuadra, otro cobertizo y por entre unos y otros como una pequeña calle aunque muy corta y estrecha. Todo un conjunto de edificios en el mismo centro de las tierras que encierra la cerca de malla metálica.

Está habitado porque hay cajas de cerveza vacías amontonadas por las paredes, una cortina de tiras de plástico en una de las puertas y paredes blancas como recién pintadas. Pero las puertas están bloqueadas con grandes candados y aunque ladra un perro ahí encerrado en unos de los cobertizos, nadie aparece por ningún lado. La hiedra crece casi en la misma puerta y siento que es una pena no haberme encontrado con alguna persona. Quizá me habría quedado por aquí charlando con ella todo lo que queda de tarde, pero, después de tanto como he oído hablar de Torre del Vinagre, estar en estos momentos, por fin, pisando la tierra y tocando las paredes de la casa, tiene para mí como una emoción especial.

Me alejo, pidiendo antes disculpas al dueño de este rincón por este atrevimiento mío sin su permiso y recorro otro buen trozo de tierra que se adivina fértil y rico, por la parte baja. Ya sí está cerca el arroyo porque mientras voy recorriendo el bosque de encinas y robles que, desde aquí hasta la carretera me van cubriendo con su sombra, lo oigo. Debe llevar mucha agua porque el ruido que hasta mí llega es eso lo que indica.

TORRE DEL VINAGRE, EL MUSEO ‑2

No tenía yo pensado hablar ahora de este lugar que es el museo, escaparate. Pero como hoy pasaba por aquí en la dirección que me lleva a la ruta correspondiente a esta jornada, sin pensarlo mucho, me paré.

En el fondo sí tenía que llegar para comprar algún libro. Bueno, no exactamente por esto. Lo que sucede es que como de vez en cuando alguien escribe y publica algo sobre estas sierras y como todo lo que se escribe y publica lo suelen vender aquí por la razón de que es por aquí por donde pasan la mayoría de los turistas, me paré a ver. También tenía claro que deseaba comprar dos libros que tengo desde hace mucho tiempo y conozco bien. Ambos forman parte, desde hace mucho tiempo, de la biblioteca particular que sobre estas sierras tengo. Unos ochenta títulos entre pequeños y grandes, libros y artículos. Los dos que hoy deseo comprar de tan usado, pronto los tendré que arrinconar y por eso pretendo reemplazarlos así que he decidido tener un ejemplar nuevo de cada uno.

Tengo, pues, una buena razón para parar y al mismo tiempo echo un vistazo por si hay algo nuevo. No hay nada nuevo excepto un par de boletines de ecología que edita el grupo de ecología de Linares. En uno de los números que compro se habla del censo de buitres en el parque, en otro, el número treinta, de los sabinares de la sierra y en el número treinta y uno hay un artículo sobre la situación actual de la conservación de este parque. Ojeo también los videos que por cierto, ya venden tres distintos, que hablan de estas sierras y como el último que ha salido, me parece bueno, me quedo con él. AVídeo al‑andalus, marca registrada@, es el grupo cordobés que lo edita; A Un amplio recorrido por los más bellos rincones del mayor de nuestros espacios protegidos es lo que se ofrece en este documento. Paisajes de ensueño, dominados por los pinos salgareños. Todo me sirve como bibliografía e información.

Creo que es bueno ver, leer y oír lo que otros dicen y hacen por y de estas tierras para no construirme yo un mundo a mi manera. Quizá este centro de interpretación, información y museo para los turistas debería orientarse más en esta línea: hacia las señas de identidad e historias de estos montes y no tanto en muestrario, casi idílico.
Pensaba yo esto mientras compraba el vídeo y se acercó, al mostrador de unos de los empleados que aquí da información, un turista de los de verdad.
‑ Para una excursión por la sierra ¿qué tenemos que hacer?
‑ Yo le vendo aquí los tikes. Un todo terreno completo vale doce mil quinientas todo el día y por persona, cuatro mil.
‑ ¿Adónde nos lleva y qué es lo que se ve?
‑ Por la zona alta y se ven maravillas.
‑ Pero por ejemplo: ¿Se va por carretera o por el campo? ¿Se ven animales o sólo montañas?

En este caso, el que contrata el viaje, después de oír, se limita a exclamar:
‑ ¡Guapísimo! ¿De dónde se sale y a qué hora?
‑ De aquí mismo y a las ocho de la mañana, pero es norma pagar por adelantado un tanto por ciento.
‑ Eso está hecho.

COTO RIOS ‑3



Tan poco yo tenía pensado hablar de este poblado, en esta ocasión concreta porque esperaba otro momento, pero da también la casualidad que el otro día salió el tema este del Coto Ríos en el periódico de la provincia. Lo leí yo con gran curiosidad y ahora que paso por aquí, me acuerdo de lo que allí se decía. Lo transcribo por cuanto creo que es interesante. ACoto Ríos es uno de los poblados de colonización creados en la época de los cincuenta en la provincia como consecuencia de las expropiaciones que sufrieron pequeños anejos afectados por algún proyecto de infraestructura. Las viviendas les fueron facilitadas a los vecinos en régimen de cesión por un período de 50 años, plazo que expira esta misma década. Esta circunstancia había llevado la preocupación a los vecinos, sobre todo ante el crecimiento progresivo de este núcleo de unos 600 habitantes, en parte porque debido a su privilegiada situación estratégica en el interior del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas, donde la mayor parte de sus habitantes desarrollan su actividad laboral. Para el alcalde de Santiago‑Potones, la situación es angustiosa toda vez que las familias ven como se casan sus hijos y no pueden facilitarles vivienda alguna, lo que está produciendo que la mayor parte de las familias vivan en situación de hacinamiento.

Para intentar solucionar esta situación, el Ayuntamiento aprobó el año pasado una revisión de las normas subsidiarias, paso previo para poder actuar en la zona. Posteriormente, al inicio de este año, la Comisión Provincial de Urbanismo y la Comisión de Infraestructuras del Parque Natural aprobaron la dotación de 31.000 metros cuadrados de suelo urbanizable en esta pedanía de Santiago‑Potones. Si embargo, el expediente tenía que ser finalmente aprobado por la Junta de Andalucía, circunstancia que aún no se ha producido pese a serle enviado el mismo en el mes de marzo.

Por todo ello, el alcalde se ha entrevistado recientemente con la secretaría general técnica de la Consejería de Medio Ambiente para pedirle que la Junta agilice de manera urgente el proceso de cesión de la titularidad de los terrenos con el fin de que el ayuntamiento o los propios vecinos puedan acometer la construcción de las viviendas. El Alcalde ha destacado la >buena disposición= mostrada por la Consejería de Medio Ambiente y confía en que en 1995 pueda hacerse realidad la solución a este conflicto.

El alcalde ha destacado la prioridad que recibirán a la hora de concederse los permisos de construcción de los vecinos de Coto Ríos, así como las de otros pequeños núcleos próximos como las ericas o Loma de María Angela. Esta afirmación despeja cualquier duda sobre supuestas especulaciones inmobiliarias en esos terrenos, temor expresado recientemente por los representantes empresariales en la Comisión de Infraestructuras del Parque Natural, que han exigido que esta acción se ejecute en los mismos términos del acuerdo@. (Diario Jaén)

LA GOLONDRINA ‑4



Es ave muy conocida por todos nosotros por la cantidad de veces que la hemos visto surcando el cielo desde el comienzo de la primavera hasta los primeros días del mes de septiembre. Agil y veloz voladora de larga cola con los extremos laterales largamente afilados, vuela a menudo a ras de tierra. Su parte superior es negra con reflejos metálicos y la frente y garganta algo roja. Se alimenta de insectos cazados al vuelo y cría de mayo a septiembre en dos o tres puestas.

Con ser también muy abundante en estas sierras alguien, algún día, cogió su nombre para ponérselo al puente que cruza el Guadalquivir por la zona del camping de los Llanos de Arance. Más tarde construyeron allí cerca una venta que luego se convirtió en hostal y pensión con el mismo nombre. De este rincón precisamente quiero yo hablarte hoy y tengo varias razones para ello. La primera es la ruta que desde aquí mismo he trazado esta mañana y que lleva hasta la Hoya de Miguel Barba y desde aquí a los pies mismos del pico Blanquilla. La segunda está relacionada con la venta que mencionaba arriba, pero va más directamente a la guía turística que habla de esta ruta. Y la tercera, que la dejaré para lo último de todo, viene otra vez aquí, al Hostal de la Golondrina que por primera vez hoy lo he visto algo más despacio.

Con la primera, que es la ruta, voy a empezar diciendo que también es la primera vez que hago una ruta con una guía de turistas en la mano. Y es que ojeando la guía que el otro día cayó en mis manos vi una ruta que desconocía por no haberla hecho aún y entonces me dije: Avoy a recorrerla. Me la leí bien, miré todo lo que puede en otras fuentes, me aprendí de me memoria el lugar y hoy me he venido hasta aquí.

LA TERRAZA DE LOS NOGALES ‑5



Pues tú dejas el coche ahí, por la venta de la Golondrina e incluso frente al comienzo de la pista. Sin hacerle caso a la guía, ponte en marcha pista arriba. Disponte sólo a dar un buen paseo y a dejar que tu alma se impresione con cada detalle encontrado en la ladera. Parecen más tuyas las cosas cuando eres tú el que las vas descubriendo por sorpresa.

Así que en cuanto subes un poco, porque todo es remontar desde este momento, ya empiezas a ver lo Llanos de Arance. Hoy es un camping y en él sólo se ven dos o tres tiendas. En otros tiempos esto era eso: un llano. Lo conocí yo cuando aún estaba libre de toda instalación y el acampar ahí o irte por él era una auténtica experiencia. Estrellas limpias en las noches silenciosas, conciertos de grillos entrelazados con el cascabeleo de la corriente, gruñir de jabalíes por entre los juncos buscando sus lombrices entre la húmeda tierra y sobre todo, olor a poleo. Toda una gran llanura llena de pequeñas matas de poleo con perfume de menta que por el mes de agosto se llenan de florecillas aterciopeladas entre azules y violetas. ATodos los años vengo a este lugar para recoger mi ración de esta aromática planta que a lo largo del año luego me la voy bebiendo en pequeños sorbos en forma de infusiones@. Me ha dicho más de una vez ese amigo mío de Ubeda. Los llanos hoy no son lo mismo.

Como es otoño, estación de muda, de borrón y cuenta nueva, es la sublimación de un mundo en cambio. Tiempo de luz escurridiza, de calientes templados, de colores ocre, de alas migratorias, del momento y del lugar. Un día como el de hoy es un día de suerte porque te puede atrapar, con toda su belleza, un decorado especial tendido sobre estos llanos. Bosques dormidos con piel de otoño, robles y álamos expresándose en maravillosas policromía. Así que, en un abrir y cerrar de ojos, en quince minutos te encuentras que la pista gira a la izquierda, miras y lo que hay ante tus ojos, te parece un sueño. Es un bosque encantado, en miniatura y además de nogales.

Sin advertirlo y sin que nadie te lo haya dicho te das de bruces con la llanura, que es una pequeña terraza que más bien parece un juguete, pero que está aquí y como su tierra es negra y muy fértil, en el lugar plantaron nogales. Ochenta y tantos he contado yo y algunos con troncos gruesos como el muslo de una persona. No son muy viejos ni tampoco grandes, esa es la verdad y por esto me temo lo que no me gusta: Quizá estos nogales no fueron plantados por aquellos serranos sino por una de las administraciones no lejanas. ¿Que por qué digo esto? Sé yo bien que en otros tiempos aquí había un manantial y que desde tiempos muy lejanos este lugar se ha llamado Fuente de la Tobilla; casi como otros en estas sierras, pero distinto. La fuente era un manantial que brotaba en la parte alta de la llanura y sus aguas regaban generosamente todo este rodal de tierra. Como los nogales no son muy grandes intuyo que en tiempos remotos aquí se sembraba y se cultivaba otra cosa.

¿Qué es lo que ha pasado? Bastantes cosas y entre ellas que el manantial ya no existe. Y no es porque llueva menos que antes, sino por algo que más adelante sacaré. Pero unos años atrás, no demasiados, donde brotaba el manantial construyeron una fuente de piedra que nada más verla te dices: ¡Icona! La obra es preciosa, con dos tubos para el agua, un pilar y algunos poyos a los lados. Intuyo que los nogales son de la época de la fuente. Le quitaron las tierras a los que la cultivaban, destruyeron el manantial levantando la fuente y rompieron la tierra sembrando nogales. La fuente hoy está totalmente seca, los nogales son bastante raquíticos y desde luego no tienen nueces. Como es otoño las hojas ruedan por el suelo y las ramas aparecen por completo desnudas.

Cuando llegues al rincón te olvidas de lo de la fuente y demás y dedícate de lleno a sacarle al lugar todo su partido. Es un balcón precioso sobre el valle del Guadalquivir que con su paz, su silencio, sus bosques de nogales y por arriba, de pinos, te llenará de agradables sensaciones. Descansa largamente aquí porque hay que gozar a fondo y despacio el perfume de la mejorana abundante entre los nogales y el viento fresco que por el rinconcillo siempre corre. Son muy querenciosas estas tierras para las perdices. Lo sé, porque hoy, tanto al subir como al bajar, se me han levantado algunas bandadas casi de los pies. Es lugar de piedras y tierra arenosa ideal para que las perdices se afilen el pico, pues tiene tal roca un componente silicio que le da consistencia y dureza.

LA LEYENDA ‑6



He descansado en el terreno de la terraza dejándome refrescar por el vientecillo que corre y aunque he deseado beber agua de la fuente no he podido. He descansado un rato mientras gozaba de la gran panorámica. Al otro, lado el río Aguasmulas, La Campana y el Arroyo de Aguarrocín. Después he seguido y al llegar a la primera gran curva que esta pista traza en su serpentear hacia la cumbre, me he tropezado con el pastor de Coto Ríos. Arriba, en lo más alto que hay un poco de monte quemado, ya hace rato que vengo viendo las cabras. Como son blancas, la raza de estas sierras, se ven desde lejos.

Lo saludo y como él también sube porque viene desde el poblado a darle una vuelta al ganado, nos vamos juntos. Conoce bien todo este terreno y como, además, me dice que incluso se acuerda de cuando vivía gente en el cortijo de la Hoya, le hago dos o tres preguntas y con esto es suficiente para que no pare de hablar durante todo el rato.
‑ Tan acostumbrado como ya estaba a ver siempre ahí gente viviendo, cuando los echaron del cortijo no me fue fácil adaptarme a la soledad, casi absurda, en que todo quedó.
‑ ¿Tenías por aquí raíces?
‑ Muchas y otros aún más que yo. Por aquellos años una tarde subí esta ladera y me vine hasta la llanura por donde aún crecían las habas que se mecían verdes, altas, llenas de flores e igual que los garbanzos y el trigo. Sus dueños ya no vivían aquí, pero después de irse, durante varios años más estuvieron sembrando estas tierras. Este año estaba siendo uno de esos buenos años para el campo porque las cosechas y las hierbas crecían vigorosas prometiendo abundantes frutos.

Son como las cuatro de la tarde y hace un día hermoso. Me acerco a la vieja casa que se alza casi en el mismo centro de la llanura, sobre el pequeño montículo. Al aproximarme una vez más compruebo que sigue abandonada. Tiene sus puertas cerradas y las maderas descoloridas y astilladas por la lluvia y el sol. También las ventanas están astilladas y en las paredes crece el musgo, el beleño, el trébol y las ortigas cuelgan suspendidas en el aire. Descubro, por la parte de arriba que es por donde todavía crecen los olivos, se desmorona la alberca, el manantial y las regueras para llevar el agua por todo la llanura, un huerto. Mas bien algunos frutales que también están abandonados. Parece que ningún ser humano ha pasado por aquí desde hace mucho tiempo. Sin embargo, sigo viendo los frutales, y aunque ya nadie los cuida, de sus ramas cuelgan las peras, las almendras, los higos, las uvas. Entre ellos descubro un peral con frutas gordas y maduras. Cojo un palo y me acerco. Es un árbol grande y viejo que también tiene el tronco casi podrido y astillado. Pero no todas sus ramas están secas; algunas de ellas siguen verdes y de aquí es de donde cuelgan sus frutos.

Las derribo con el palo y luego las recojo; me siento en la sombra del mismo árbol y me pongo a comerlas. Son buenas, es una fruta sana y rica. Pasa un rato y de pronto, por la parte del arroyo, oigo que se acerca alguien. Miro y lo reconozco enseguida. Es una de las personas que tiempos atrás vivía en la casa de la llanura.
‑ ¡Hola!
Lo saludo con gusto porque de verdad me alegra verlo. Le ofrezco una fruta y entonces él saca un trozo de pan de su zurrón y me lo da diciendo:
‑ Con esto sabrá mejor. Si no te importa voy a quedarme contigo un rato.
‑ Yo no voy a ningún sitio.

Algo más tarde se empieza a ocultar el sol. El campo se llena de sombras y silencios. Las puestas de sol desde las llanuras de esta casa son de lo más bello en estas sierras. Tendrías tú verlas y vivirlas como las tengo vividas yo. Subimos hasta la mitad de la ladera del cerrillo frente a la casa; el cerro está lleno de monte tupido, gris. Bajo una encina, junto a un peñasco casi blanco, nos paramos. Recogemos un puñado de troncos viejos, raíces de pino, ramas de encinas y encendemos una hoguera. A su alrededor nos sentamos. Por un rato observamos el sol ocultándose al otro lado de la cordillera, por Peña Corva y Peña Rubia.
‑ Fíjate en la casa.
Atento la observo y cuando ha pasado un rato, le digo:
‑ Tú la conoces bien.
‑ Desde pequeño; bajo su techo, al calor del fuego y en la compañía y el amor de ellos, viví mi niñez y mi juventud. Tristes, duros y alegres días de sol, lluvias y nieves. Horas enteras me las pasaba sentado en el peñasco charlando y jugando con la niña del dueño de estas tierras. Recuerdo que aquellos días eran deliciosos cuando por aquí brotaba la primavera con tantas flores, tantos pájaros, tanta agua por los arroyos y las cascadas. Recuerdo que fueron unos días de esos que se te clavan en el alma y ya no se te borran jamás.

La casa que es medio cortijo, medio mundo por tener casi todo lo necesario para subsistir lejos de los pueblos y las ciudades, se alza algo al final de la ladera, pero todavía dentro de ésta, en el mismo montículo rocoso. Corre por allí cerca el arroyo que primero se despeña, por la llanura se hace casi remanso y luego se despeña otra vez para caer ya al valle y al Río Guadalquivir. En la primera ladera, a la izquierda, por donde se despeña también por primera vez el arroyo, brota el manantial que metido en regueras, los tubos de aquellos tiempos, trae y esparce el agua por la llanura y el cortijo. Allí mismo, donde brota el manantial, sembraron los olivos, álamos blancos siguiendo el curso de las regueras, parras que como son plantas trepadoras, se agarran a las encinas y a los robles y salen incluso por encima de sus copas más altas.

Durante lago rato aquel hombre me habla de ésta casa y sus recuerdos por todo este mundo hasta que consigue que mi cariño y curiosidad por él aumente por momentos. Estoy escuchando extasiado sus palabras cuando de pronto, ya entre dos luces, se oye un gran ruido. Son las paredes y las piedras del cortijo que se desmoronan. La parte de delante, toda la pared en bloque cae hacia la llanura; luego las dos de los lados y los muros de otras.
‑ Fíjate lo que está ocurriendo.
Le digo. No se mueve; sigue fijo en la casa de piedra y a mis palabras, unos segundos más tarde, responde diciendo:
‑ ¿Por qué se hunde? Quizá no pueda comprenderlo, pero lo que sí está claro es que se muere. La presencia de la muerte como elemento amable para hacernos sentir la belleza y el gozo de la vida, del presente. Todas las cosas, hasta las más amadas y fuertes, desaparecen; igual que aquellos amigos; igual que nuestras ilusiones. Pero, además, el hundimiento de esta casa ahora mismo, aquí delante de nosotros, es un símbolo en el mismo corazón de estas sierras. Todo o parte de muchas cosas tienen que morir para que de esa muerte surja otra vez la vida, el cambio y hasta puede que la belleza.
‑ Pero según tú me decías habéis sido echados por la fuerza de este rincón. Todos os fuisteis llenos de dolor porque, además, ni siquiera fueron amables ni humanos en aquel momento.
‑ Mas tú sabes que la mayor riqueza de los pobres, los de sin raíces ni tierra propia y sin aprecio, son las heridas de su alma y como precisamente eso es dolor, estamos acostumbrados a no hacer casi nada en esta tierra y sí todo en la otra dimensión. Esta casa ha llegado a su fin aún en contra y por encima de nuestro amor por ella. Quizá cuando todas las cosas lleguen también a su fin, sólo tú y yo quedamos por estos montes atravesando campos y besando flores.
‑ Pero, sin embargo, la explicación del derrumbe de esta casa es sencilla: este año ha llovido mucho, sus paredes están húmedas y ya es muy vieja.
‑ En parte es algo de eso, pero en parte es también otra cosa. Las paredes de esta casa son de piedra auténtica. Trozos de rocas arrancados a las montañas de estas sierras que una a una, en aquellos tiempos, nosotros fuimos juntando desde todos los alrededores y después de hacer los cimientos, piedra a piedra levantamos la casa. Y, además, como en el Evangelio: sobre roca viva para que resistiera bien todos los temporales. Las ventiscas de nieve, las tormentas del verano, las escarchas del invierno y los aguaceros del otoño. Esta casa no se hubiera caído de no haber sido rota primero por las manos de los hombres.

Pronunciadas estas palabras guardó silencio. Se recostó sobre la tierra de la ladera desde donde se ve toda la llanura, los robles y la casa y a lo largo de toda la noche no volvió a pronunciar palabra. Cuando amaneció se bajó por el barranco que configura el arroyo de la fuente que es, además, por donde siempre existió la senda que lleva y trae a la casa del valle, la hoya, por ser más exacto. Esto de la pista fue después para subir con los coches hasta el cortijo, pero en aquellos tiempos se iba y se venía con mulos usando la senda que arranca en el valle, cerca del Guadalquivir. Pues por allí se fue él y desde entonces no lo he visto más. Consigo se llevó un mundo lleno de vida que se le adivinada saliendo por todos los poros de sus carnes y queme hubiera gustado mucho descubrir y compartir con él hasta el final. Pero así son las cosas, las personas y las historias de estas sierras. Sabes que existen, que laten y gritan y que están ahí desafiando la muralla del tiempo y aunque a veces desearías llegar hasta el último rincón de su alma, te cierran sus puertas porque ya no se fían.
‑ Quizá conviene que sea así para que nunca se descubra por completo el misterio de estas sierras a fin de que jamás pierdan su sello propio. Lo mejor de uno mismo nunca sale a la luz sino que nace y muere con uno mismo.
Le respondí al pastor.

EL MACHO BLANCO ‑7



Mientras el pastor me ha ido desgranando su recuerdo, como no hemos dejado de subir hacia el collado, al llegar a la segunda curva se despide de mí. Sus cabras, que las hemos venido viendo durante todo el rato, andan sobre la cumbre de la derecha y precisamente al llegar a este punto me dice que deja la pista para irse hacia el cerro donde carea la manada. Aunque no conozco aún el terreno, pienso que si en lugar de apartarse aquí de la pista, se viene conmigo hacia el collado, desde allí le será más fácil entrarle a la manada faldeando el monte mejor que subir casi en línea recta pendiente arriba. Se lo digo porque, además, deseo que me siga acompañando, pero no acepta; más bien lo que desea es irse de mí.

Le sucede esto mucho a la gente de la sierra. Parece timidez, pero también en el fondo creo que les huyen algo a los turistas. En estos últimos tiempos ellos deben de estar bastante cansados por tanta gente como andan buscándoles para que les cuenten cosas y vivencias por estos montes. Parece como si últimamente, los pastores y todos aquellos que siempre han vivido en el campo, se hayan convertido de pronto en personajes importantes para todos los que venimos de las ciudades y los pueblos grandes.

Desde esta curva al collado hay un respiro y es más corta aún porque ya notas el gozo de la cumbre. La cuesta sigue muy empinada, pero en cuanto se avanza un poco, aparece la pequeña hondonada del arroyuelo que por aquí comienza a fraguarse. Aprovechando este surco bastante suavizado porque más bien parece una pradera que arroyo, la pista se pega a la hondonada y sube más ligeramente. Entras por aquí y se te llena el alma de emoción al ver la ladera de enfrene que se pega a ti y te va acompañando hasta casi el final de la cuesta. No tiene otra vegetación que enebros, romeros, carrascas y lentiscos y como es otoño, muchas de estas plantas andan ya cambiadas de color. Por ejemplo: la cornicabra, que al ser pequeña y estar aplastada por entre las rocas, chorrea anaranjada como trocitos de atardeceres dándole al paisaje un tono especial. La solana y esto son dos paisajes diferentes aunque vivan en la misma ladera y se den la mano uno y otro.

Más arriba, la diferencia sigue agrandándose. Es otra la especie de pinos, los segundos en importancia y belleza por estas sierras y luego las encinas. Por aquí ya se ven muchas encinas lo cual me dice que por esta zona no hubo incendios. Y por aquí, por entre las encinas que ya crecen sobre las tierras de lo que es un poco la cumbre, me encuentro con el macho blanco. Como la manada va desde la hoya hacia la cumbre que es por donde se ha ido el cabrero, el macho sería el último; es decir, que se ha quedado atrás y por una razón lógica: anda buscando bellotas por debajo de las encinas. Es uno de los bocados que más apetecen tanto las cabras como las ovejas.

Lo llamo y mi sorpresa es ver como no sólo no se muestra arisco sino que me busca. Saco la barra de pan que traigo en el zurrón y en cuanto se la muestro se viene a buscarla. De las manos me quita el primer trozo, luego el segundo, el tercero y así hasta acabar con toda la barra. No tengo más y él sigue queriendo más y entonces se me ocurre darle bellotas. Me agarro al tronco de las encinas más jóvenes, las zarandeo y como ya por esta época, además de estar maduras se despegan con facilidad del cascabillo, caen y en cada zarandeo cojo un buen puñado. Se las pongo en la mano y con mucho más interés en un santiamén, acaba con ellas.

El macho blanco es precioso. Tendrá como año y medio o así, pero ya le cuelga la barba y lo sobre sale dos buenos cuernecetes. No huele, porque los machos cabríos, cuando te acercas a ellos, notas su olor, pero eso es cuando están en celo. Ahora, blanco es casi como la nieve. Todo el día por estos montes, que no manchan sino que limpian, no es posible que él pueda tener un pelo sucio. Si estos montes fueran jaras, sería distinto. Mi machete blanco del collado de las encinas está limpísimo y, además, como tengo que seguir la ruta, en cuanto intento dejarlo se quiere venir conmigo. Se ve que como le he dado pan y bellotas me ha cogido cariño y quiere seguirme. Bonito detalle por su parte que ahora yo recuerdo con agrado y por eso lo escribo. De aquí que también ahora recuerde el collado tan lleno de emoción, tan en silencio precisamente por la presencia del macho blanco.

LOS ARRENDAJOS ‑8



En cuanto estás sobre el collado la cuesta se suaviza. Primero hay como una pequeña llanura que se hace muy agradable recorrerla no ya por el respiro de caminar por una llanura después de la subida tan fuerte y casi dura, sino por el bosque, el vientecillo y el mismo clima que por aquí te vas encontrando. El bosque que está formado casi de Quercus, es espeso, sombrío y desde luego repleto de vida. El viento por aquí ha de ser muy distinto según el día y la época del año. Hoy, como ni hace frío ni calor, es de lo más confortante y delicioso. Y por último, el nuevo clima que desde luego resulta de lo más significativo de todo este lugar.

En cuanto remontas la curva del collado comienzas a bajar y eso hace que vayas entrando en una zona algo umbrosa. Como el bosque es espeso y, además, encinas y robles, la humedad es altísima. Se nota a simple vista por la cantidad de musgo en todas las rocas, los troncos de los árboles y por cualquier sitio. Buen rincón para las setas que como hoy es otoño precisamente las voy viendo por cualquier trocito de tierra. Níscalos sólo veo un par de ellos porque da la casualidad que este año no hay muchos.

Pero además de todo esto el rincón te sorprende por algo muy concreto: los arrendajos. En cuanto comienzas a cruzar el bosque se echan a volar, mostrando sus alas negras, azules y blancas y dejando oír sus desagradables chirridos. Aunque prefieren los robledales, los linderos de los bosques de coníferas y las pequeñas concentraciones de árboles, se ve que este rincón es también atractivo para ellos. En cuanto me descubren llenan todo el barranco de gritos y todo el aire de revoloteos. Su presencia me trae a la mente la figura de aquel niño hijo de los habitantes de la cortijada de la llanura.

Andando por el bosque que ahora mismo atravieso un día dio con un nido de arrendajo a escasa altura en un gran matorral. Sería sobre mediado de mayo y tenía cinco huevos. Veinte días más tarde nacieron los polluelos y unos veinte días después tres de aquellos polluelos salieron volando y se fueron con la bandada. Los otros dos se los llevó al cortijo, les cortó las alas y se puso a jugar con ellos.
‑ Voy a enseñarles a hablar.
Le dijo el niño a su madre. Aunque el muchacho no había ido a la escuela sí sabía que el arrendajo es un maestro en el arte de imitar. Sabía, porque mil veces lo había oído por todos aquellos alrededores, que esta ave tiene tal habilidad para la imitación que se le considera como uno de los pájaros más sorprendentes y grotescos. Mil veces lo había oído remedar a la perfección los gritos del mirlo negro, del cárabo, de la corneja y sobre todo el maullido del ratonero común.

Pues él se dedicó a jugar con las aves y cada día se las llevaba por la llanura. Por entre las piedras, los olivos y las hortalizas que los mayores tenían por allí sembradas, él se dedicaba a buscarle su alimento que consistía en coleópteros, grillos, orugas, arañas y avispas. Los llamaba y al principio las aves acudían sin responder y luego poco a poco, a cada llamada del niño, contestaban ellos con un grito casi, casi similar al que el niño había emitido. Los mayores observaban aquel fenómeno y como consideraron que aquellas aves casi eran benéficas para ellos, le dijeron al niño:
‑ Llévatelos por los olivos, la sementera y todos los sembrados a ver si acaban con todos lo insectos que por ahí hay. Y Es que habían descubierto que algunas de las plagas que destruían sus cultivos eran precisamente el bocado predilecto de aquellas aves.
‑ El grande hoy se ha comido casi doscientos insectos y el pequeño algunos menos, pero pocos menos.
Le decía cada día el niño a los mayores.

Pero además de esta curiosidad que fue bien vista y aceptada por aquella gente, ocurrió otra aún todavía mayor; los otros arrendajos, la bandada que andaba por el bosque a su aire, en cuanto sentían a los que eran amigos del niño, se venían por la llanura y en un par de horas limpiaban las plantas de parásitos y plagas.
‑ ¡Pues si estas aves resultan ser en mejor insecticida natural que existe!
Decía aquella gente. Ellos por la casa, saltaban desde la cama a la silla, a la mesa, por la puerta y el tejado. El niño los llamaba y respondían y su sonido era muy parecido a las palabras que los humanos usaban para entenderse. En el otoño se iban por el bosque y en cuanto veían una bellota se la llevaban para esconderla. Cogían cinco o seis, las almacenaban en la garganta y se las llevaba a otra parte del bosque donde las enterraban bajo el musgo. Al llegar el invierno las bellotas germinaban porque al parecer los pájaros, una vez enterradas, se olvidaban de ellas.

Hoy, al pasar por aquí, en cuanto he comenzado a cruzar el bosque, una bandada de arrendajos se ha alzado en vuelo llenando toda la llanura de escandalosos gritos. Me ha venido al recuerdo la historia de aquel niño y ahora hasta me parece ver, en estas encinas que se mecen sobre el limpio collado, las bellotas que aquellas aves escondieron. Los pájaros hoy se asustan a mi paso no son los de aquellos tiempos, pero los árboles sí creo que son aquellos.

¡POR FIN LA LLANURA! ‑9



En cuanto bajas un poco mientras vas atravesando el bosque de la umbría que te deja suspendido entre dos sorpresas: el sueño y la fantasía, ya se ve la llanura. Por fin esta es la Hoya de Miguel Barba, la llanura que rodeada de montañas, era un vergel. La despensa del huerto natural más bello del mundo y en aquellos tiempos. Por eso, en cuanto la vas descubriendo, toda hoy verde, con los olivos rodeándola por la parte de arriba, lo primero que intuyes es la figura de aquellos hombres encorvados sobre sí mismos, con la azada en la mano y labrando la tierra para que ésta les dé sus frutos.

Poner huerto y atarearse con él era tan convencional y repetitivo, en aquellos tiempos y por aquí, como hoy ir a jugar a las cartas al bar tras la siestecilla del verano. Casi todos los que vivían por estas sierras tenían una mayor o menor parcela donde criar las verduras y hortalizas para el consumo. Y sin saberlo, tal vez incluso sin quererlo, se alimentaban mucho antes de engullir el tomate, la patata o el pimiento. En primer lugar, porque aprendían a mantener unas buenas relaciones con otros seres vivos. Los veían crecer desde la semilla al fruto. Entraban, pues, en un tiempo diferente al de los relojes. Y así comenzaban un pacto constantemente renovado: porque la agricultura es más alianza que dominio, por lo menos, hasta la grosera química, la ingeniería genética y las semillas híbridas de hoy. Con el día a día de la huerta se aprende, por contagio, un castillo de auténticos sabores: los que tienen relación con las múltiples, delicadas y complejas relaciones de los vivos. Ellos reconocían que el suelo también es un organismo que se le debe dar de comer correctamente. La fertilidad natural o lo más parecida posible a lo que inventó el bosque, es el único modelo de la famosa economía ecológica que todos andamos cacareando hoy. Y, además, ellos coqueteaban con la autarquía, autonomía, capacidad para gobernarse a sí mismo, situación de la economía de un país que le permite prescindir de las importaciones, y pasaban de los mercados y las tiendas. Porque lo del huerto vale tanto que mejor no ponerle precio y menos a las horas empleadas en él. Pero ¡Qué bendición no vender, no comprar! En el huerto ellos aprendían realismo y práctica: a manejar el agua, las manos, la mirada, la paciencia. Cultura natural, cultura física.

Ya van quedando pocos huertos y los comercios de comida, ultramarinos, al fin con verdadero sentido de la palabra, pues los garbanzos son mexicanos, las lentejas chinas, los tomates marroquíes. Nada que objetar a la exportación de los productos de cualquier lugar del mundo, pero sí al desplome de una forma de comunicación. Porque el huerto nos pone en contacto con nuestras propias raíces y si ellas se callan, nos quedamos sin esa sabiduría no escrita porque no puede encerrarse en el lenguaje. Vamos olvidando y es una pérdida para todos, como se hacen algunas de las más cruciales tareas; por ejemplo, la de procurar o procurarse alimento de forma independiente, sana, armónica con la naturaleza como lo hacían ellos.

Ahora, algunos, incluso los atareados en la conservación de su poder, ponen tres surcos en la parcela de su chalé y casi siempre fracasan por no conocer el lenguaje de la naturaleza. No fue pequeño para ellos el placer de ver crecer durante días y años los frutos que les mantenían vivos. Es casi seguro que aquella gente, los que construyeron este cortijo y vivieron en él cultivando las cosechas en la tierra de esta llanura, lo hacían simplemente por esto: porque necesitaban comer y de la tierra se saca el alimento cuando a la tierra se le sabe tratar y pedir sólo aquello que es necesario para vivir. Para ellos, la tierra era como hoy para nosotros los supermercados con la diferencia que allí no se compraba sino que se cultivaba lo que se necesitaba.

Ni siquiera sabían que tantos años después aquella forma de vida suya, tan compenetrada con la tierra, iba a ser apetecida, deseada y soñada por la gran mayoría de la gente de la ciudad. Ni siquiera sabían que lo suyo, su forma de ser y vivir, era y es el camino correcto para todos los que hoy nos consideramos seres racionales. Ni siquiera sabían el valor y la riqueza que poseían con sólo esta pequeña casa de piedra en el centro de la nava, rodeada de montañas, perfumada de tomillo y besada por tantas nubes limpias. Ellos vivían dejando el sudor en la tierra que les daba el fruto y eran felices como lo habrían seguido siendo hasta hoy si los hombres de la civilización moderna no les hubieran complicado la existencia.

Una vez más se cometió un error haciendo pagar a personas inocentes y hoy pasa lo que siempre: se quiere conseguir, se quiere volver otra vez a lo de antes sin comprender que eso ya es imposible. Si alguno volviera a esta llanura con el proyecto de sacar de ella patatas, tomates, trigo o aceite como lo hacían en aquellos tiempos, no sería posible. No es lo mismo. La cultura, los principios, las motivaciones ya son otras. Hasta la tierra lo sabe y de ahí que ella tampoco sería la misma ni podría comportarse igual. Esto es una verdad sencilla que a mi modo de sentir es profunda porque nos va en ello mucho a todos los humanos que ahora respiramos y más a los que vendrán después. Uno, nada más acercarse a esta llanura siente estas cosas y como uno anda un poco informado de lo que le pasa a la sociedad y sabe lo que ocurrió en aquellos tiempos, quisiera poner un granito de arena para que el futuro sea algo distinto. La gente de este cortijo tenía su felicidad y tesoro por aquí y se lo machacaron y ahora se les quiere rehabilitar diciéndoles que sí. ¿Por qué no hay algo más de cordura en las acciones de los hombres comprendiendo de una vez que en lo pequeño está la verdad cierta?

NACIDO EN LA MISMA ROCA ‑10



La pista esta que he venido subiendo hasta llegar al rincón no es real. Bueno, real sí es, pero falsa. Este no ha sido nunca un camino en serio que sirviera para entrar y salir al cortijo. La pista la hicieron también ellos, los que tampoco son reales y de aquí que todo sea artificial. Se nota enseguida porque conforme vienes por ella ves que, al llegar a la buena tierra, la llanura de la hoya, no tiene la dignidad, no se atreve, sabe que es extraña y en lugar de irse por la tierra de la llanura, se aparta para venirse por el lado. Rodeándolo le entra al cortijo por la parte de atrás sin llegar a él. Una vergüenza de camino que parece que sólo sirve para remontar la solana dando mil curvas, rompiendo un montón de naturaleza y al llegar a lo que realmente es un núcleo bello, ni se atreve rozarlo. Como si se avergonzara de ir por estas sierras. Quizá sabe que no es serrano y por eso se esconde con tanta timidez.

Quiero hacer la prueba y conforme voy llegando, aunque veo la casa y la llanura y me dan ganas de acercarme para conocerla en todos sus detalles, sigo por la pista. Rodea la casa casi grotescamente y busca el arroyo para ocultarse detrás de un montecillo y seguir subiendo. Por la llanura he visto un rebaño de ovejas pastando y por la parte baja del cortijo, en el roble de la roca, me encuentro al pastor. Lo saludo, pero nada más llegar al lugar lo que me llama la atención es el árbol. Aunque se parece tanto a otros en estas sierras por su corpulencia con ramas que se abren y cogen media fanega de tierra, el grueso del tronco que necesita más de una persona para rodearlo, lo mejor de todo, lo más original es el lugar donde ha nacido: justo en la misma roca. La única roca que bajo todo el roble hay, es donde él está clavado. Porque parece eso: que ha sido expresamente clavado en el centro de esta roca. Pero, además, la corteza del mismo se ha adherido de tal forma a la piedra que por encima de ella se extiende hacia un lado y otro envolviéndola hacia el corazón de su tronco. Una maravilla de roca y árbol mostrando la aspereza y potencia de estas sierras y al mismo tiempo la firmeza de la vida abriéndose paso, amorosa y bellamente, hasta en lo más duro de la tierra.

‑ ¡Que curioso ¿Verdad?
Exclamo lleno de sorpresa al llegar a Jerónimo que es como se llama el pastor.
‑ Se ve que eres otro de los muchos que en esta época escapa de las ciudades y se echa a andar por los montes buscando no sé qué. Lo digo por tu admiración ante este roble. La naturaleza por cualquier sitio da fenómenos como éste y más raros y bellos, según se mire.
‑ Tienes toda la razón al decir que soy otro de los muchos escapados y desorientado por estas sierras. Aunque en el fondo no deseo parecerme a ellos, tú nos igualas a todos en un mismo punto porque en realidad, somos extraños en estos montes. Ni siquiera sé lo que busco y hago como ellos, andar y andar como si coleccionara paisajes, puestas de sol, cascadas o cortijos abandonados.
‑ Pero, además, en cuanto veis un pastor os entran ganas de preguntarle de todo; como si fuerais periodistas, como si todos estuvierais escribiendo el mejor de todos los libros o qué sé yo.
‑ Sigues dando en la diana. Porque, por ejemplo, ahora mismo al pasar por ahí y ver a las ovejas en la llanura me acordé que hace tiempo deseaba encontrarme con un pastor para preguntarle algunas cosas relacionadas con los corderos.
‑ ¿Ves como he acertado?
‑ Sí, pero antes de la pregunta quería decir que yo tengo entendido que los cabritos, carneros, corderos y otros ovinos fueron las primeras ofrendas que el hombre hizo a los dioses. Aquellos sacrificios de animales asados en la leña que nos cuentan los libros clásicos y el cine fueron, en cierto modo, precursores de nuestras barbacoas.

Pero estas ofrendas religiosas tenían no sólo aspectos claramente espirituales sino también otros de orden práctico y nutritivo. Los oficiantes tras las ceremonias, se comían la carne asada. Así, entre los judíos y cristianos, la fiesta de la Pascua terminaba siempre con un banquete, en el que el centro del mismo era un cordero asado. Para darse cuenta de la importancia del cordero en estas culturas, basta decir que los censos de población en aquella Palestina ocupada por los romanos se realizaban en función de los corderos sacrificados durante la Pascua. La regla aritmética era fácil, multiplicarlos por diez; cada animal asado nutría a ese número de personas. Además, hay algo que siempre me ha parecido muy curioso: cómo muchas de las normas religiosas encierran interesantes consejos dietéticos. Es el caso de la grasa: condenada por impura se quemaba en los sacrificios, consumiendo sólo las carnes magras. Algo que sigue siendo válido hoy en día es no comer la grasa, pero sí utilizarla para asar el cordero, puesto que hace que su carne no se reseque ni pierda gusto. Esta cita histórica no hace más que confirmar la calidad y la consideración de la carne de cordero desde tiempo inmemorial.

Y ahora me gustaría aclarar algunas cosas más.
‑ Pregunta lo que quieras que aunque nosotros no somos gente de letras porque en aquellos tiempos no había tanta facilidad para ir a la escuela, de tanto andar toda la vida en los montes aprende uno algo.
‑ Son cosas simples, pero importantes que tú conoces bien. La fuente que surte a la alberca ¿Dónde está?
‑ Ya no existe.
‑ ¿Qué pasó?
‑ Con tanta sequía ni por la fuente sale agua.
‑ Y la pista que continúa ascendiendo ¿A dónde va?
‑ Es verdad que sube hasta el collado, pero no se queda ahí sino que nos lleva a la otra hoya, la del Aserraor.
‑ De la alfalfa, que según la guía debería crece en la llanura y por ahí sólo veo a tus ovejas ¿Qué ha pasado?
‑ Tú mismo lo estás viendo; no hay alfalfa.
‑ Este rodal de tierra donde nosotros estamos es una hoya ¿A qué cosa llaman los serranos hoya?
‑ En la sierra llamamos hoya a los polles, que esto sí me lo sé. A los calares que son rocas calizas rotas por la acción de las lluvias y las nieves.

‑ ¿Y este roble?
‑ Una maravilla que es el guardián del valle casi desde que existe el valle. Pero para que lo sepas, no hace ni dos horas que he visto por ahí a cuatro turistas así como tú. Dos parejas de ellos y ellas que después de recorrer la llanura, se han puesto a comer ahí mismo, en lo alto del cerrillo donde se han desmoronado las paredes de la casa y sobre sale una roca. En cuanto se fueron me he dado una vuelta por el lugar porque a uno le entra su curiosidad y ¿sabes lo que he visto?
‑ No. ¿Qué has visto?
‑ En el mismo pequeño rodalito de hierba verde que ya empieza a crecer han montado su mesa para comer. Una gloria para ellos que toda la vida se la pasan metidos en pisos que más bien son jaulas, pero como parece que no tienen educación o creen que en la sierra se pueden permitir todo lo que les apetezca porque es muy grande y ni se ve el dueño ni nadie te regaña, en ese mismo rodalito de hierba verde han dejado todas sus basuras. Tres botellas grandes de cerveza, litronas vacías; cuatro vasos de plástico, dos latas de cerveza, otras dos de coca cola, un par de latas más de esas de conservas, cigarros, papeles y trozos de pan es la señal que por ahí han dejado ellos. ¿Qué te parece?
‑ Pues que los he visto cuando iba yo para arriba y me parece muy mal que hagan estas cosas. Tienes toda la razón en eso de que no son ni educados.
‑ Digo yo que antes de venir a estas sierras deberían darse una vuelta por aquellos sitios donde enseñan los modales porque eso que veo en ellos ni siquiera lo hacemos nosotros los pastores que somos gente ignorante y con poca cultura. Ya que vienen a una tierra que no es suya que al menos nos den un poquito de ejemplo.
‑ Sigo creyendo como tú que eso es lo que deberían de hacer.

Y es que este pastor tiene toda la razón del mundo. Muchos de ellos no van a volver más por aquí y de ahí que no les importe dejar latas por cualquier sitio. Pero muchos de los que son de aquí, como esta es su tierra, aquí van a seguir hasta que mueran y no hay derecho a que vengan otros a romperles sus tierras y dejar en ella tanta basura. Bastante les rompieron y quitaron ya en aquellos tiempos, para que ahora todavía nosotros sigamos maltratándolos.

Y LA ETERNIDAD- 11
Como parado, como escondido entre el viento
para el gozo de aquellos que no tienen
su tesoro en este mundo.
Porque pasado el tiempo todo vendrá a su verdad.

Que en cuanto llegas a la hondonada te envuelve como un aroma, como un hálito invisible que te hace sentir la realidad que hay más allá de lo que ves y tocas. Por ejemplo: viniendo senda arriba que, por el arroyo viene desde el gran valle, ves a un grupo de personas que se acerca. Han tardado un día entero en llegar desde la otra cortijada y ahora, aunque van casi al borde del precipicio, no sienten ni miedo ni cansancio. Es como si no pisaran la tierra; como si su camino, su presencia y su figura estuvieran fuera del tiempo.

Llegando al roble de la roca, el nacido en la misma roca, se tropiezan con las cinco ciervas. Son las mismas que todas las tardes sestean entre las hojas secas de las encinas. Se paran junto a ellas y como los animales les conocen y ellos conocen a los animales, lo primero, sólo se levantan tranquilamente, sin asustarse y se van hacia la espesura del bosque. Es como si no tuvieran miedo, como si aquí hubieran estado toda la mañana esperando que llegaran para darles la bienvenida.

Cae la lluvia y como se refugian bajo las ramas del roble, frente a ellos, a un lado y otro, toda la llanura es visible. Pero la lluvia no es como la que nosotros vemos. Las gotas son notas musicales que aunque no son cristales, si lo parecen, pero en forma de sonidos. Por la llanura el agua se amontona en charcos alargados y redondos que al pisarlos ellos se abren como las alas de las mariposas. El chapoteo de los niños resuena quebrándose en la ladera.

Por entre los olivos se mueve una bandada de zorzales que saltan de un lado a otro y como la lluvia los ha mojado parece como si jugaran el juego del viento, las gotitas blancas y la tarde que se va. Lanzan sus cantos asustado un poco y divertido el resto y en cuanto el grupo de personas pasa a la estancia de la casa el abuelo coge a la niña, la sienta en sus piernas junto al fuego de la chimenea y acerca sus manos a las llamas para calentarlas.

Todo es un trozo de eternidad que silencioso y escondido ha bajado del cielo para quedarse en este rincón. Ni siquiera la humanidad entera, con todo su trabajo junto, es capaz de crear algo tan bello. Menos aún las inquietudes, obras, sueños y problemas de una persona aislada pueden compararse ni en valor ni en belleza a este pequeño puñado de realidad celeste. La eternidad escondida y trascendiendo el tiempo en este valle de cumbres, como un regalo que sólo algunos pueden gozar.

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