8.09.2007

Cortijo del Zarzarla, (La Golondrina)-2

JUNTO A LAS AGUAS DEL GUADALQUIVIR

DIA SEGUNDO
SUBIENDO AL CORTIJO DEL ZARZALAR

A las doce y media del día seis de agosto de 1996, me he puesto en marcha por la senda que creo sube al molino del Zarzalar, en el arroyo bautizado por los serranos también como del Zarzalar y cuyo nombre en planos y libros, viene siempre escrito como arroyo del Membrillo. Justo antes de llegar a las primeras tiendas del camping de la Chopera del Coto Ríos, en la casa de la izquierda donde viven unos gitanos, he preguntado y me han dicho que aquí mismo sale la senda. La he buscado y es cierto: junto a la alambrada, por el lado de arriba, he cogido la senda.

Estoy subiendo por ella en busca de lo que fue el cortijo donde vivió Manuela, la dueña del Hotel la Golondrina. Cortijo y Molino del Zarzalar en el arroyo del mismo nombre. Nada más comenzar a subir por la senda, un gran bosque de pinos carrascos y muchos romeros. La senda se nota bien. No es que se encuentre muy marcada pero si se ve claramente por donde sube. Cantan las chicharras y eso me dice que hoy es un día de mucho calor. Enseguida corono un montículo, como una vaguada, se agarra otra cuesta grande y corona otro pequeño puntal. Mucho lentisco, esparragueras y majoletos. Una calera me encuentro aquí y unos metros más arriba, llego a una reguera.

De pronto la senda se ve más marcada porque al juntarse a la reguera se funde al surco convirtiéndolo en camino. De nuevo remonta otro puntalete y ya empiezo a ver arriba unos buenos picos rocosos que sobresalen por entre el espeso bosque de la gran ladera. Adivino que por ahí debe encontrarse el cortijo. Porque declaro que desconozco por completo el trozo de sierra que ahora mismo estoy pisando. Por aquí ya la senda, se ve mucho más usada, con abundancia de pisadas y algunas otras señales de las que ellos siempre van dejando: bolsa de plástico, papeles de caramelos y colillas de cigarros.

Como el rincón se encuentra cerca del camping, con relativa frecuencia más de uno se perderá por aquí en busca del agua de los arroyos que es, para ellos, el aliciente principal. Al remontar el collado y caer hacia la cuenca del arroyo que busco, la senda ahora empieza a bajar. Es esto una pequeña solana con la cara hacia el arroyo y al hotel de la Hortizuela que se encuentra al otro lado y tras unos montes de pinos. Se espesa, por aquí, el bosque: lentiscos, jaguarzos, romeros, cornicabras y pinos carrascas de poca entidad. Por lo que voy viendo creo que esta senda fue de verdad, es decir: que se usó mucho en otros tiempos. Se encuentra bien tallada sobre la ladera y según avanzo, se va tornando llana e incluso, baja buscando el arroyo. Es un delicioso y pequeño paseo. Y se ven por aquí pequeños trozos de muros de piedras que va sujetando el camino. Hay tierra movida como de haberla arreglado no hace mucho.

Por el barranco del arroyo empiezo a oír gente. Porque a este rincón se entra también arroyo arriba. Justo donde la carretera cruza el cauce, desde el mismo puente sale un camino que sube por el arroyo. Es el que más cogen los turistas. No hace mucho acabo de ver ahí un montón de coches aparcados. Son algunos de los que ahora oigo por el barranco. Yo voy bastante remontado sobre la ladera y creo que saldré casi a lo más alto del arroyo. Al mismo manantial según me han dicho los gitanos.

Ya noto yo por qué la senda que recorro está algo arreglada. Al pasar por aquí he sentido ruidos de agua y al mirar veo un trozo de tubo de plástico. Se ve que de este arroyo que busco, cogen el agua para algún establecimiento turístico. Según estas señales, no es senda lo que recorro sino el surco por, donde enterrado, baja el tuvo del agua. De pronto el sendero que recorro, cambia de dirección y en lugar de bajar, se viene más hacía el puntal de la derecha. Lo remonta y ahora baja. Al fondo ya veo el gran circo que los cauces han tajado en la ladera. Oigo el agua correr por el barranco que me queda a la izquierda. Al frente en todo lo alto veo un puntiagudo y elevado pico blanco. Enseguida pienso que puede ser el Blanquillo porque según mis cálculos sí es seguro que debe encontrarse por entre las cumbres que me superan.

Por la parte de abajo del pico, se observan profundo cortes rocosos. Por ahí descienden los arroyos y aunque no las veo, imagino las tremendas cascadas que descuelgan por entres esas rocas. Se cruzan en la senda varios troncos de pinos caído y algunos peñascos. Ya me encuentro próximo al arroyo y por eso la ladera se va cerrando y la senda penetrando por ella en busca del cauce. El bosque se espesa y al mismo tiempo se estira. Varios metros sobresalen por encima de mí. Mucho aladierno, grandes lentiscos, madroñeras de cinco y seis metros y la senda tallada en la ladera, rompiendo rocas y atravesando el bosque. Es esto vertiente del arroyo que busco y, además, una pronunciada pendiente.

Y ahora me sorprendo: lo que hasta este momento creía era la senda que venía buscando el arroyo, no lo es. Al llegar a una gran roca, se mete por debajo de ella horadándola y es el tubo que hace un rato descubrí. Como no puedo seguir, miro y rodeo la roca por el lado de arriba. Ya estoy en el arroyo y lo primero que veo es una obra de cemento. Una alqueta grande de donde sale el tubo y a donde entra el chorro de agua que viene del arroyo. A este punto exacto le llaman ellos el nacimiento. Pero por lo que me ha dicho Faustino que vive en Coto Ríos y antes vivió en el cortijo del Zarzalar, esto se llama la Fuente del Ermitaño y las tierras que quedan al fondo, las Huelgas del Ermitaño. Descubro unas cuantas cosas que hasta este momento las tenía confusas:

A este barranco confluyen dos arroyo y no uno sólo como al principio creía. El principal no es el que acabo de pisar. Queda más adelante y más tajado por la pendiente de enfrente. Desde este cauce que cruzo ahora, sigue la senda, lo que creo es senda, mucho más tajada ahora sobre la pendiente rocosa. La sigo y me voy buscando el surco del segundo arroyo que parece mucho más grande. Pero no. A unos cien metros del agua que baja por el cauce grande, me quedo frenado. Me impide avanzar la misma pendiente rocosa que forma el cañón del arroyo. Y ahora es cuando veo con claridad que no es senda.

Lo que desde este cauce sale y recorre esta ladera en forme de senda por donde he venido, es un gran tubo, roto y viejo ya y de uralita, que en otros tiempos arrancaba desde este cauce grande. Me tengo que volver porque es imposible el paso por aquí. Miro y como no quiero bajar porque mi deseo es descubrir las ruinas del viejo cortijo, me preparo y empiezo a subir por la ladera de la derecha. Voy subiendo, monte a través sin saber ni siquiera a dónde saldré por aquí. Sólo veo ahora que es una ladera muy escarpada, casi toda pura roca, poblada de grandes cornicabras y con enormes tajos por donde es seguro no podré pasar.

ESCALANDO LOS TORCOS
Me he parado y miro el plano. Veo que sí: de los varios cauces por donde este momento me desenvuelto, el trozo más largo de arroyo, viene justo del pico Blanquillo. Hacia ese punto voy a intentar subir pero creo que me estoy metiendo en una ladera muy complicada. Se queda encerrada entre dos cauces formando como un recio castellón tajado a ambos lados y pura roca según se eleva hacia la cumbre. Un pico blanco y de pura roca es lo que veo en todo lo alto. No sé si podré abrirme paso por esta difícil y complicadísima ladera.

Avanzo y me tengo que agarrar al monte para salvar el desnivel y las rocas que me voy tropezando. He vuelto a cruzar el cauce seco del tercer arroyo que por esta ladera desciende. Por la derecha, entre este cauce seco y el primer arroyo que he pisado, sube casi escalando en la escarpada roca. Es pura cascada lo que voy remontando y puedo subirla gracia a que ahora mismo no tiene agua. Miro y el manantial donde en la alqueta de cemento meten el agua en el tubo negro, lo veo bajo mis pies. Por completo en lo hondo y esto me indica que me he remontado mucho.

Un poco más y ya estoy en lo más alto de este tranco. Justo donde comienza su caída la gran cascada que por aquí cae aunque esté sin agua en este momento. Me apoyo sobre el tronco de un gran pino que clavado en la misma pared rocosa se mece en el vacío de la cascada. Me quedan, creo yo, unos metros para volcar a lo alto. Voy a seguir.

Ya he remontado, creo, el tramo más complicado de esta cascada y no ha sido fácil. Me he tenido que meter por la mismas pared rocosa de la cascada. Justo por donde el agua chorrea. Al remontar, descubro dos o tres grandes pozas aunque están secas. Si ahora mismo este arroyo tuviera agua, no hubiera podido subir por este punto. Entre las grandes rocas de las pozas sin agua, a la sombra del bosque, me he parado porque incluso me siento mareado. Hace mucha calor, el esfuerzo es grande, me palpita con fuerza el corazón y todo el cuerpo lo tengo empapado de sudor. Me he mareado. Es complicado, muy complicado, la subida por esta ladera que recorro.

En cuanto he terminado de remontar las pozas, me he tropezado como una senda. No es tal senda, sino caminillos de los animales silvestres que cruzan el monte de un lado para otro. La sigo y me vengo hacia la derecha. Como ya estoy muy remontado, quiero asomarme al cañón del arroyo que he dejado a la izquierda. Me he metido en el centro del cerro que se alza entre los dos arroyos. Aquí al comienzo, la ladera está poblada de cornicabra, tierra y muchas piedras sueltas.

Subo un fuerte escalón y ante mí aparece el asombro: un amplio lapiaz. Es una pronunciada pendiente de roca calizas, por completo todas astillas y llenas de pequeños surcos.
- Aquello es como si en otros tiempos las rocas hubieran estado blandas y con los dedos uno las hubiera arañado.
Me decía el otro día Faustino, un compañero y vecino de Manuela en el antiguo cortijo del Zarzalar.
- ¿Y cómo se llama tan extraño paisaje?
Le preguntaba yo.
- Los Torcos, le hemos llamado nosotros desde siempre. Más arriba está el Majal y al remontar del todo, te encuentra un collado. Ahí mismo hubo varias casas y eso se llama el Collado de la Cueva.

Me encuentro casi en el centro de estos torcos y los miro despacio porque son preciosas las rocas que por aquí se derraman. Sigo y me llega el olor de carne podrida. Enseguida descubro de donde viene. Entre estas rocas, como una cueva y en su fondo, un animal salvaje. Se ha debido caer y ahí en el fondo se ha podrido. Remonto unos metros y me asomo al gran cañón del arroyo que me quedaba a la derecha. Sé que este es el arroyo principal, el Zarzalar. Y tal como lo intuía: es profundo, quebrado y tajado entre dos grandes paredes rocosas. Me asomo y veo el arroyo en el fondo pero bien en el fondo. Me encuentro muy remontado. Por la otra parte del arroyo, la ladera gemela a la mía, veo una senda e incluso más arriba, una pista. Intuyo que por ahí subirían a los cortijos que también intuyo deben encontrarse en el barranco que también se adivina hacia el lado de la gran cumbre. Observo despacio porque estoy empezando a buscar una salida para luego regresar. Me parece que, regresar siguiendo el arroyo grande, va a tener su complicación. Tampoco estoy muy seguro que me sea fácil bajar de este cerro y enganchar con aquellos caminos que veo por aquella parte. Y veo a gente andando por los caminos de la ladera gemela.

Voy a procurar descender de este cerro, meterme en el surco del arroyo e irme a los caminos de la ladera de enfrente y seguir por algunos de aquellos caminos. Sigo remontando la cumbre ahora ya buscando una bajada y me tropiezo con una dolina. Hoyo sobre la cumbre lleno de tierra donde crece el monte y cuatro o cinco grandes pinos. De vez en cuando descubro rastros de senda. La misma que encontré algo más abajo que por aquí sigue remontando. Se nota muy usada.

Y ya estoy en el centro de lo que sería el Majal. Un trozo de tierra casi redondo y fértil, entre las rocas de la ladera. Crecen aquí algunos enebros, cornicabras y mucho pasto. Esta primavera pasada, esta tierra debió ser toda una pradera tupida de hierba. Lo que ahora veo es pasto amarillo y la tierra llena de grietas de lo seca que está. ¡ Y amigo! He dado con el cortijo. ¡Precioso!

Me he venido hacia el borde de la pared rocosa de la izquierda, buscando la hoya de donde cae el arroyo grande y al asomarme, un gran circo, casi valle se abre ante mis ojos, el arroyo que corre por el centro y junto al arroyo, las ruinas del cortijo. A un lado y otro, las laderas despobladas de vegetación, las olivas en primer plano, la tierra roja y blanca que brilla y los bancales que bajan hacia el cortijo, lo rodean y se derraman junto a las aguas del arroyo. Toda la ladera se ve cubierta de nogales, almendros, higueras, parrales, granados, membrillos, ciruelos, algunas encinas y luego fresnos.

Estas son las tierras que Manuela, sus hermanas, sus padres y las otras familias, cultivaban cuando vivían en su cortijo del Zarzalar. Y qué maravilla. Qué espectáculo de naturaleza formando una inmensa hoya en mitad de esta ladera, donde se reúnen los arroyos, se remansan y con sus aguas pueblan de vida a las tierras que le rodean. Desde este mirador mío, el mejor de todos y sin haberlo pretendido, me recreo en el fascinante panorama recogido en esta hoya. Rozando las ruinas del cortijo, pasa una senda y por ella, veo a un grupo de gente que baja. Se meten por el cañón del arroyo grande y esto me indica que sí podré pasar por ahí cuando dentro de un rato comience a regresar.

Me muevo un poco más intentando subir los últimos metros de este castellón que vengo recorriendo y un pino verde en todo lo alto del filo rocoso. Es como de ensueño. ¡Mira que dónde ha venido a nacer y crecer este pino! En el mismo borde de las rocas y como hacia el barranco de los cortijos lo que existe es un gran corte, el punto donde crece este pino, es el mejor mirador y el pino, proyecta la mejor sombra para que al mirador no le falte de nada. No podré bajar esta tremenda pared sino remonto hasta el final Me paro, respiro y ahora ya sí muy satisfecho, fotografío las ruinas del viejo cortijo, porque un sitio mejor que este no lo encontraré aunque lo busque mucho y respiro más hondo. Le he entrado a este rincón por el sitio más hermoso.

Ahora voy a terminar de coronar el cerro que recorro y luego, desde el collado, me iré hacia el barranco de los cortijos. Voy a recorrer todas las ruinas del cortijo y después me iré por donde he visto que bajan los turistas. Son las dos de la tarde cuando de nuevo arranco desde el pino con miras a terminar de remontar.

DESDE EL COLLADO
DE LA CUEVA

He coronado el picacho que me quedaba y lo que intuía es verdad: aquí se encuentra el collado y justo sobre la tierra del centro del collado, las ruinas de un cortijo. Más pegado a mí, en las mismas rocas que desde este picacho se prolonga hacia el collado, las paredes de un cortijo. Aquí mismo, entre la montaña de piedras crece un gran almendro. Desde el cortijo del centro del collado, ya veo una senda que baja hacia el centro del barranco. Me va a ser muy fácil bajar al corazón de lo que vengo buscando. ¡Qué bonito es esto! ¡Qué hermoso el rincón donde ellos vivieron!

Sigo la senda que se viene por el lado opuesto al espigón de rocas que he venido coronando. Y entre el espigón la ladera, solana que ya voy recorriendo, queda una franja de tierra, llena de repisas, bancales, que en forma de grandes escalones van descendiendo hacia el gran arroyo. Estas fueron sus tierras de cultivo y arrancaban desde el mismo collado. A la mitad entre el collado y el arroyo, las tierras ahora mismo están cubiertas de junqueras. Señal inequívoca de que por aquí brotaban los manantiales. Agua que ellos aprovechaban para sus huertas y sus olivos que arrancan desde mis pies y también bajan hacia el arroyo cubriendo toda la ladera. ¡Qué bonito es esto!

Ya he volcado hacia la parte alta del barranco. Lo primero que descubre es que el gran arroyo por aquí queda dividido. De las laderas de la cumbre grande, hacia el comienzo de este gran barranco, caen al menos cuatro cauces. El principal que todavía lo sigue siendo y que queda en el centro y otros menores que le entran por los lados. También descubro que por aquí crecen muchos álamos. El primer arroyo con el que me voy a tropezar, baja repleto de agua. Ya estoy viendo la corriente saltando por una pequeña cascada justo por donde la senda que llevo, lo cruza. Por aquí la tierra es aún mejor y por eso está toda perfectamente tallada en grandes bancales. ¡Qué buenas huertas tendrían ellos en este rincón! Con tanta agua, tan buena tierra y tan amplio todo este barranco, qué paraíso tenía aquí.

Por entre los álamos que, salpicados, crecen por aquí, veo dos burros. Estos son de ahora y no los de aquellos tiempos. Pienso que algún serrano, todavía anda acurrucado por estas tierras. Hace un rato, cuando bajaba por la senda desde el collado, también he sentido perros ladrar y no me inclino a que sean de los turistas. Me asomo hacia el arroyo grande y veo la tela azul de lo que parece una tienda de campaña. Sé que a los turistas no le dejan acampar, ahora, fuera de las zonas habilitadas para ello. Entonces, el o los que haya por aquí, seguro son serranos que aún no han podido irse de sus tierras.

Por aquel lado del arroyo sube dos jóvenes pero estos sí son turistas. Se les note desde la distancia. Busco interesado y no veo ningún cortijo por esta parte alta del barranco. Porque eso es lo que he pensado: que a lo mejor se esconde por este lado de arriba algún cortijo pequeñito donde todavía puede quedar refugiada alguna familia de aquellos tiempos. No veo ningún edificio. Junto al arroyo grande, abajo del todo, se ven trozo de tierra sembradas.

Sigo la senda y al llegar al primer arroyo de esta parte alta del barranco, compruebo que baja repleto. Un gran caño de agua limpia y fresca que debe brotar por aquí mismo. Caen por unas piedras y aquí mismo la recoge la reguera que, atravesando la ladera, cae en picado hacia el arroyo grande buscando los pedazos de tierra que hay sembrados al final. Hay muchos bancales por aquí, de tierras sin labrar excepto los dos o tres del final.

VACACIONES
JUNTO AL ARROYO

Veo, junto al arroyo, bajo unas matas y pegado a los huertos, a unas personas sentadas. No son turistas pero sí creo que ellos cuidan la siembra de los huertos y a ellos pertenece también la especia de tienda que he visto entre los pinos. Voy a buscarlos. Sigo la reguera, paso cerca de los burros y ahora ladra con fuerza, el perro que desde arriba vengo sintiendo. Me acerco a él y cruzo el arroyo justo pegado al árbol donde está amarrado. Me quiere comer y casi me muerde si me descuido. Me he confiado mucho y por donde he cruzado el arroyo el animal llega bien porque la cadena que le amarra es larga.

Ya he pasado y otros dos perros, de raza pequeña, me salen al paso. No le hago caso y me voy derecho a las personas que ya me miran algo expectantes. Me acerco. Los saludo y me paro porque en el fondo me alegro de haberlos visto. Ellos me van a contar lo que deseo saber y ahora desconozco de este rincón. Se lo digo y entonces me aclaran que aunque son serranos, ya no viven aquí. El hombre me dice:
- Trabajo en Barcelona y desde que me fui de estas sierras, en verano cada año vuelvo y si puedo me vengo a este arroyo a pasar mis vacaciones.
Ya lo tengo claro: son serranos, sin sierra ahora pero como vivieron y nacieron aquí, vuelven a sus raíces porque aquí están y estarán ellos para siempre. Los emigrados que aunque se fueron, no se han ido ni se irán nunca. Le pregunto y me explica:
- En este mismo arroyo había dos molinos: el Zarzalar, que está aquí mismo y el de los Membrillos que estuvo por donde pasa ahora la carretera.
- ¿Y los nombres de estos paisajes que nos rodean?
- Si miramos al frente, con la gran cumbre allá al fondo, lo que tenemos en el centro de estos tres arroyo, se llama La Copa del Castellón, todo el cerro ese. El royo que bajo por la derecha nace a unos dos kilómetros de aquí. El cauce de la izquierda de la Copa, se llama royo del Toril y nace en un punto que le llaman royo del Acero. Por ahí mana una fuente que se llama Fuente de Poyo Sequillo. Por cierto, el otro año subimos desde Coto Ríos, con Pío el de las Vacas, y la arreglamos para que bebieran los animales. Esa zona se llama ALas Praeras”. El monte este que tenemos aquí delante se llama el Toril y el pico que hay en todo lo alto ALos Esesperaos”.
- ¿Y este primer arroyo que yo he cruzado?
- Eso es una fuente que es propiamente la Fuente del Zarzalar. Nace ahí mismo, entre los pinos que se ven algo más arriba. Toda esa zona se llama la Lancha de Roblaillo. Arriba había unos terrenos muy buenos que los sembraban los vecinos de estos cortijos.

Lo que hay de la Fuente del Zarzalar para nosotros, son las Huelgas del Zarzalar, los terrenos que tenían los vecinos para sembrar.
- ¿Recuerdas tú algunos de los que vivieron en estos cortijos?
- En aquella casa del Collado vivió Juana. Al otro lado del collado de la Cueva, hay una piedra que se llama la Piedra de los Cuchillos que es redonda y abajo hay una cueva que es donde duermen las cabras. Pero arriba, hay un poyato y se meten los animales, desde la parta alta y ya no puede salir. Ahí siempre se empoyatan las cabras. Este invierno se empoyataron dos allí, fuimos a sacarlas y como las cabras son bordes, cogieron y se tiraron. No se mataron ni nada.

En uno de los cortijos de aquí abajo, vivía Pedro María, José Antón, el padre de la Golondrina que se llamaba Francisco, la madre que era Josefa y las hijas, que fueron cuatro y se llamaban Ramona, Manuela, Pepa Y Teresa. La tierra esta estaba dividida en cuatro o cinco partes. Los cortijos estos pueden tener hasta quinientos años y de ahí que muchas de estas propiedades fueran herencias que iban pasando de una generación a otra.

Es lo mismo que el cerro este, que por eso le llaman el Castellón: arriba del todo y volcando ya, había un cortijo que llamaban el Castellón.
- ¿Y más arriba todavía estaba el cortijo de Aguas Blanquillas?
- La Blanquilla y los Cerezos pero los Cerezos se encuentran subiendo por el royo este para arriba. Volcando la cuerda es donde nace el arroyo de la Fuente del Tejo, uno de los cauces más importante que desaguan en al pantano de Aguascebas. Eso es ya de las Villas. En el Cortijo de los Cerezos se criaron mis abuelos, luego mis padres y después yo hasta que me fui a Barcelona. Fuimos once hermanos.
- ¿Por qué os fuisteis?
- Porque aquí ya no se podía vivir. Esto lo hicieron coto de Caza, lo que sembrábamos se lo comían los bichos y tuvimos que irnos. ¿Y el venir aquí a pasar mis vacaciones junto a esta royo, que son las tierras donde me crié? Pues porque como somos de aquí, nos gusta tocar y respirar la tierra y el aire que nos acogió de pequeños. Esto es muy sano. En Barcelona me muero. En cuanto cojo unos días de vacaciones, al corazón de mis sierras que no puedo olvidar.
- ¿Te acuerdas de ella?
- ¡Ya lo creo que me acuerdo mucho! No la cambio por nada en el mundo. La primera agua que yo bebí es la de la Fuente de los Cerezos y mi sueño es morir bebiendo de ese agua.
- Que te tira la sierra.
- ¡Mucho y más todavía! Aunque esté bien, de noche y de día, mis pensamientos están aquí. Y allí estoy bien pero esto tiene algo que no me deja irme.
- ¿Ahora estáis en el hotel?
- Estamos en Coto Ríos. Mi mujer tiene una casa ahí, nos venimos a su casa. Durante el día, desayunamos en el Hotel Mirasierra, nos ponemos en camino, subimos a este rincón del Zarzalar y aquí todo el día junto a la corriente de este arroyo.
- Y pasáis el día en este chalé.
- El más grandioso y el que no cambio por ningún otro.

NOMBRES SERRANOS
Recuerdo ahora que el otro día comentaba con ella algunos nombres de los sitios por la cuenca del arroyo de su cortijo.
- Como tanto ignoro de estas sierras, escucho y anoto. Me han dicho que por esa zona se encuentran los sitios que se llaman Collado del Pedro García, Tiná del Madroñal, Lancha de los Corrales, Huelga del Ermitaño, Aguas Blanquillas y algunos más. ¿Tú qué dices Manuela?
- Pues mira, hijo mío, si las cosas las crees tal como me lo has contado, da la sensación que todos los lugares se encuentran juntos.
- ¿Y no están juntos?
- ¡Qué va! La Tinada del Madroñal se encuentra subiendo a los cortijos de Hoya Armadilla. La Huelga del Ermitaño está abajo, estas que hay en el barranco de la cerrada esa tan mala de esperillas, justo en el mismo arroyo del Zarzalar. También le decían a eso las Huelgas del Cargaero. La Cueva del Cáñamo es la que hay yendo a la venta de Mirasierra, conforme entras a los llanos que se llaman Llanos de la Calera, miras para arriba y verás unos cantonales, por ahí se encuentra la Cueva del Cáñamo. El Collado de Pedro García es el que yo he sembrado toda mi vida aquí en el royo de Aguas Blanquillas. Subiendo, en los covachacos grandes que hay ahí, arriba se ve un llano como este de la Golondrina. Hay nos hemos criado nosotros comiendo trigo. La Lancha de los Corrales está muy lejos. En lo alto de la sierra. El cortijo de Aguas Blanquillas, que es el royo este nuestros. Arriba hay un cortijo donde se han criado los más ricos que por aquí había. Esos no han pasado hambre nunca. Subiendo todos estos cantonares, al final hay un llano y allí se encontraba el cortijo.

Y eso que me decías antes, también te lo confirmo: son distintos el cortijos de Aguas Blanquillas y el cortijo de los Pingos. ¡Madre mía de mi alma la distancia que hay entre uno y otro! En el cortijo de los Pingos se casó una hermana mía y aunque es verdad que cogía mucho perdigones, mi padre le ganaba. Le decían el Atío piojillo” y era el que más perdigones ha cogido en el mundo a lo largo de su vida. Mi padre, cuando tenía once años, le pegaba un tiro a una estrella. Mataba de todo.
- Explícame eso de los perdigones.
- ¿Pues qué quieres que te explique? Que teníamos perdigones de esos chiquitines, recién nacidos de las perdices. Siempre teníamos pájaros en mi cortijo. Yo me pasaba las horas cazando grillos por aquellos campos.

PERDIGONES Y GRILLOS
A buscar los grillos y a manotazos, pues venga cazar grillos. Los echaba en un taleguillo. Sacaba un talego así de alto y luego lo tenía para todo el día para echarle de comer a los animales. Te levantabas por la mañana temprano, antes que a los grillos le calentara el sol, porque si le calentaba, ya no ganabas un grillo. Eso dan dos brincos y cualquiera los agarraba. Pues nos levantábamos en cuanto nos amanecía, par caso. Cogíamos un taleguillo que hacíamos de tela. Así, un suponer, lo pillabas y lo ponías así y grillos a grillos, pues traía un talegón que Dios temblaba. Para mis perdigones.

Criábamos unas perdices que era la envidia de todos los vecinos. Luego las vendíamos y le sacábamos buenos dineros. Yo les decía a todos los tíos, los engañaba: AEste es un macho que pa qué”. La perdiz más hermosa que había, que estaba más lustrosa, que las mujeres bien sabes, nos apañamos más que los pájaros también, era la que vendía. Los perdigones algunos había que eran machos de verdad pero eran más chicos y enratonados. Que no estaban lustrosos. Cuando llegaban a comprarme los perdigones decía: A¿Esto? Esto sí que es un macho de verdad. Una prenda”. Y era una perdizaca de aquellas que se criaba muy Afondota”, igual que nosotras pero luego qué leche, no cantaba. Una perdiz que el tío me daba un buen dinero creyendo que se llevaba un gran macho.
- ¿Bajabas al río a venderlos?
- Iban a mi cortijo a por ellos.

Los perdigones los cazaba mi padre. Mi padre era muy cazador. Un abuelo cazador que eso nos tenía mantenidos de caza. De conejos, de perdices, de todo. Si nos hemos criado hinchados de comer caza nosotros. El los agarraba de las perdices. Cuando nacían en el campo, pues sentía a la perdiz Acarracachacá, carracachacá” y enseguida a los perdigoncetes, pli, pli, pli, cantando los pajaruchos. Y claro, en cuanto echaba detrás de ellos, en algunos sitios que había rodales de tierra, los cogía. Se metían en las matas y como estaban recién nacidos, pues de momento los cogía. Los metía en una taleguilla y como no les pasaba nada, nos los traía al cortijo y nosotras los criábamos.

Hacíamos una malla, de esas de alambre, que no se podían salir. La perdiz o el macho que tuviéramos, así al lado. Los pajarillos allí metidos tomando su sol y comiendo sus grillos. Luego, ya te decía, nos los pagaban muy bien. Yo quería que fueran todos machos. Y las perdices, cuanto más hermosas estaban, eran las que parecían más machos. ¿Entiendes? Si me pedían un macho, yo les decía: ANo, este no lo puedo vender. Los peores no podemos venderlos. Este que mire usted qué bien criado está. ¿No está usted viendo? Si nada más que de verlo da envidia”. Me decía: APues ese es el que yo quiero”. Y aquello era una perdizaca. Tenía eso del pico muy coloraillo. Como estaba muy bien mantenía, pues parecía el mejor macho. Y los engañaba a los tíos. Luego venían diciendo: AAy que nos ha salido hembra la perdiz que te compramos”. Yo les decía: AHaber, yo qué culpa tengo. Si eso no los tiene a la vista”. Todas esas cosas hacíamos entonces.

Lo que sí es verdad que los perdigones de Pollo Sequillo tenían más famas que estos de la ribera del río. Por aquellos, todo el mundo preguntaba y era porque cantaban más. Estos de la vera del río, pues no eran tan cantores. Estaban mejor alimentados y eran muy hermosos. Luego, no tenían más que plumas bonitas. No era cantaores buenos. El caso es que por los de Pollo Sequillo, todo el mundo preguntaba. Los de por ahí arriba, se hacían astillas cantando. ACon el pie, con el pie, con el pie” o Acuchichí, cuchichí” y se estaban todo el día Acon el pie”.

Y seguimos con lo que antes me preguntabas. Los Canalones se encuentran frente a un sitio que le dicen el Robleillo. Ahí criaban trigo en cantidad. Desde las huelgas del Zarzalar, siguiendo el arroyo grande, arriba hay una cueva que le llaman la Cueva de las Pilas. Todo son pilas y tiene una en el centro, en la que te puedes bañar. Aquello es la bendición sólo verlo. Es justo el royo que baja del cortijo de los Pingos. El agua que viene de allí es la misma. Al principio hay una pila grande donde también te puedes bañar. Y el agua helada como un granizo. Y tiene aquello miles de punzotes por arriba. ¿Entiendes lo que te quiero decir? Como cuajada de piedras. Mira aquello es precioso.

Estas cosas me decía Manuela el otro día allá en su venta de la Golondrina y ahora le pregunto a Cecilio:
- Y para ir al pueblo desde el cortijo de Los Cerezos ¿Por dónde salían?
- Por la Fuente de la Zarza para allá. Primero se salía al Pardal, toda la cuerda adelante, la Nava del Puesto, Narigón, collado de los Plomos, Salto del Moro, Puerto de las Palomas y Burunchel. Por encima del cortijo de la Blanquilla, había un pino laricio, que todavía crece en el mismo sitio, que cada vez que venía una tormenta, le caía algún rayo. ¡Yo qué sé las señales de rayos que ese pino tendrá en su tronco! Pero de todos ha salido vivo. Todavía está verde y sabe Dios hasta cuando. Un día tendrías que ir por el lugar para hacerle una foto.
- Pues no creas, que a lo mejor un día voy por allí y eso: le hago una foto.

POR EL PICACHO
DEL MOLINO
Son ya la cinco de la tarde y casi sin darnos cuenta, llevo aquí con ellos tres horas. Me levanto y le digo que ya si me voy. Cecilio se levanta y se viene conmigo.
- Te voy a enseñar donde estaba el molino del Zarzalar.
Cruzamos el cauce, remontamos un poco la cuesta y coronamos a las ruinas de las casas. Junto al gran laurel de tres pies nos paramos y mirando hacia el arroyo me dice:
- Mira, ahí en lo hondo estuvo el molino. Primero fue del Tío Trinidad. Cuando ya el hombre se hizo mayor, se marchó y se lo quedó el padre de la Manuela, la Golondrina. Trabajaba en él un cuñado de la Manuela. El hombre lo atendía y cobraba un tanto por moler el trigo.
- Y este picacho que tenemos entre nosotros, el arroyo y el molino ¿qué nombre tiene?
- Precisamente se llama así Picacho. Pero también puede ser el Picacho del Zarzalar. Si tú te vas ahora siguiendo el cauce del royo, por donde se puede pasar, atravesarán ese cañón que me has dicho. Pues ese cañón siempre lo hemos conocido nosotros por La Cerrá. Que claro, como hay otras muchas cerradas en la sierra, para distinguirla la pudríamos llamar también la Cerrada del Zarzalar.

Miro al laurel que nos queda al frente y recuerdo lo que el otro día me decía Manuela:
- ¿Y qué te cuento del laurel? Si es que aquello, hijo mío, lo pusimos en aquellos tiempos y junto a la roca se ha quedado tan sano y tan fuerte. Si nos vinimos todos del cortijo y aquello lo han hecho polvo para que nadie nunca más viviera en el Zarzalar.
- ¿Pero quién sembró el laurel?
- Lo sembró mi madre.
- ¿Tú lo regaste alguna vez?

- ¡No lo iba a regar yo! Toda mi vida de niña lo estuve cuidando y regando. Mi madre se murió y al laurel yo le tenía mucho cariño. Aquello es tan grande como las nogueras estas que tengo aquí. Y eso que se han llevado muchas ramas los pastores. Con el hacha le cortaban las ramas enteras.
- ¿Y para qué lo usabais?
- Pues le echábamos al potaje de garbanzos, al potaje de habichuelas. Si hacíamos arroz, dos hojicas de laurel. Echabas adobo y entonces metías unas hojas de laurel o molías en el mortero unas hojillas y eso daba un sabor muy rico. Da un gusto muy bueno a las comidas las hojas del laurel. Es una especia de las mejores que hay.

Ya te digo: pones un potaje y le echas unas hojicas de laurel y ya tiene un gusto diferente. Para los guisotes se refreía la carne, se le ponía sus pimenticos, colorados o del tiempo, lo que le tocara, su cebollica, su hojita de laurel, lo refreía todo eso, cuando estaba algo refrito, le echabas el pimiento molido, un tomate del hortal si estaban tiernos y aquello salía que te chupabas los dedos de tan rico. Así que Fíjate qué buen apaño nos daba el laurel. ¡Madre mía lo que me acuerdo de mi cortijo y las de veces que de niña he jugado por allí!

Y hoy aquí, junto al laurel verde, despido a Cecilio, dándole las gracias por todo cuanto me ha dicho y el buen rato que me ha hecho pasar y me pongo en marcha con la intención de salir arroyo abajo. La senda es visible y como la ruta y el encuentro con este rincón ha sido tan bello y ha quedado tan redondo, conocer ahora el arroyo que desciende desde los cortijos va a ser un buen broche final. De este modo, sin haber tenido control casi ninguno sobre el proyecto de recorrer y conocer los lugares y cortijos en que vivió la Golondrina, todo queda magníficamente encajado y claro. Ni el mejor experto lo hubiera bordado tan sencillo y bello.

Comienzo a descender y cruzo las paratas de los últimos hortales por este lado. Todavía crecen por aquí los grandes parrales enredados entre las ramas de las encinas y los robles. Crecen los ciruelos que ahora mismo ya tienen sus ramas dobladas de tantas ciruelas verdes y gordas. Los granados, los olivos y muchas higueras. Cruzo el arroyo, con dificultad porque la corriente es grande y ahí mismo, junto al un gran ciruelo cargado de fruta, me paro a comer. Son más de la cinco y media. Pero no me importa.

De aquí para abajo, recuerdo también ahora que Manuela me decía el otro día:
- Por el tajo ese de la cerrada, pasaban todas las personas que iban al cortijo del Zarzalar. Con un pico, le hicieron unos escaloncillos ¿me entiendes? Hay una losa como la mitad de la pared esa así para allá. Una losa grandísima. Mi padre mismo y mis abuelos, con un puntero, le hicieron escaloncillos y en ellos poníamos los pies. De noche y de día hemos pasado por esas losas. ¡ Hemos ido pocas veces! Pues si ese ha sido mi camino de siempre. ¿Tú has pasado esa cerrada para arriba?
- La tengo que pasar.
- Ya verás la losa esa donde poníamos la pata. Miras para abajo y te mueres. Todavía me duele el pie de cuando pasaba por allí sólo de acordarme de eso. Pues no creas, Faustino me ha dicho a mí que por ahí pasó una novilla con un año y pico. ¿Tú te crees? De noche, millones de veces he pasado yo, por no irnos por el molino y dar tanta vuelta. Unos a los otros nos dábamos la mano y sin linternas y sin nada. Una tea la encendías, pegabas fuego y te mataban. ¡La hemos pasado negras! No creas
- ¿Pero las bestias también subían por la cerrada?
- Eso no. Las bestias tenían su camino que da mucha más vuelta. Hay un charco por debajo que si te caes, te ahogas sin salvación.

Esto es lo que ella me dijo. Así que por esta cerrada me iré del rincón del cortijo del Zarzalar, donde todo ha sido breve pero tan agradable, tan bonito y tan lleno de sensaciones que ahora mismo, sin pretenderlo, se me viene al recuerdo mi sueño de anoche.

Vi un sencillo cortijo sobre un pequeño montículo. La familia trajina dentro y la niña juega con su pequeño pajarito. Hace poco que se lo han traído de fuera y aunque el pájaro es de colores vivos, no pertenece a estos montes, no es este su mundo. Quizá por esto, el pájaro no es feliz aunque la niña sí. Va a echarle de comer y al abrir la puerta de la jaula, el animal revolotea, se escabulle y dando una gran volada, se escapa por la puerta del cortijo. Surca los aires, remonta el bosque, se pierde por entre los árboles y parece alegre. Aunque la niña se ha llenado de tristeza él ha encontrado la libertad volviendo a su mundo. Esto es lo que parece pero enseguida compruebo que la realidad es otra.

Subo yo por el arroyo y al ver a la niña que tanto llora llamo al pajarito. Le pido que vuelva y ante el asombro de ella y mío, el ave vuela desde los árboles y se para en una piedra junto a nosotros. ACógelo, es tuyo de nuevo”. La chiquilla lo coge y feliz ya otra vez se lo lleva a la jaula. A¿Adónde ibas a ir tú que estuviera mejor que aquí?” Le dice la muchacha como si le regañara un poco y al mismo tiempo le diera también un poco de cariño. A¿Adónde iba a ir él?” Me digo yo, dándome cuenta de la realidad.

El animal quiere volver a su mundo, a su tierra, a su libertad. Necesita del aire, del perfume y hasta de los sonidos de la tierra a que pertenece y por eso quiere irse, quiere escaparse, quiere volver. Sabe que está preso, se siente preso, en tierra extraña y juguete de unos pocos. A este pobre pájaro le obligan vivir aquí y de este modo pero su tierra, sus raíces y hasta los suyos, se encuentra en aquellos otros rincones.

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