8.09.2007

Cortijo del Zarzarla, (La Golondrina)-1

JUNTO A LAS AGUAS DEL GUADALQUIVIR

“Así, todo es misterio y milagro
en el discurrir de mi vida”.

DIA PRIMERO
EL ENCUENTRO

Los caminos se van borrando pero los recuerdos siguen vivos y aunque las cosas ya han cambiado mucho, no está claro que esto tenga un buen futuro. Tú fíjate cómo se ve el panorama. Hoy es domingo cuatro de agosto y cuatro personas son las que han venido por aquí a tomarse algo. Y es que las criaturas, aunque no son menos que antes, sí hay muchos sitios donde pueden gastar los pocos dineros que traen y eso a lo mejor no es bueno ni para unos ni para otros.
- De todos modos, esto del turismo en el Parque siempre es así. Ahora vienen más, luego vienen menos. Se dice en los periódicos que este fin de semana se ha llegado al cien por cien de la ocupación hotelera. Luego no es verdad, más tarde si es verdad ¿Por qué no dejamos el turismo, o mejor empezamos por el principio y hablamos de lo nuestro?
- ¿Y qué es lo nuestro?
- Pues todo lo que tú recuerdes y quieras decirme de este trozo de tierra que tanto quieres. Y nunca mejor expresado, porque me han dicho que es tuyo de verdad.
- Sí que es mío pero eso lo dejamos para luego. El principio que tú quieres, viene desde más arriba.

He llegado a este rincón justo a las cuatro de la tarde y es domingo, cuatro de agosto. Aparco el coche en el sombrajo que para los turistas ellas han hecho a la derecha del hotel y mientras cojo las cosas y me dispongo a salir para encontrarme con ella, veo que en entre los coches juegan dos o tres niñas. En la misma puerta de la casa, y por entre las plantas, se mueve. No la conozco porque nunca he hablado con ella pero en cuanto la veo me digo que es ésta. Me acerco, las saludo y le digo:
- Vengo buscando a Manuela, la dueña de la Golondrina. ¿Me equivoco si pienso que eres tú?
- No te equivocas. ¿Tú eres el que el otro día hablaste con mi hija para decirle que ibas a venir para que te dijera cosas de este rincón?
- Yo soy.
- Pues ven. Vamos a sentarnos a la sombra y ya puedes preguntar lo que quieras.

La sombra la tenemos justo en el rincón de la derecha, pegado a la “parata” donde crecen las plantas que decoran la entrada del hotel. Aquí mismo crece un lilo y a la sombra que proyectan las ramas, ella tiene unas cuantas sillas.
- Esta es la tuya y esta la mima. Venga, siéntate y a ver qué quieres.
- Pues lo que quiero ya te lo he dicho: conozco un poco la Hoya de Miguel Barba, algunos detalles de por aquí y ya no puedo seguir más. Como sé que eres la más veterana de este rincón del Parque, ya me estoy imaginando la de cosas bonitas y no tan bonitas que guardarás en tus recuerdos. Si no me las cuentas hoy, tú un día ya no estarás por aquí, porque te irás, como todos poco a poco se fueron marchando y para siempre, ya esas cosas y tú, guardareis silencio. Habla ahora que puedes para que tus sentimientos y sueños queden vivos entre nosotros y así nunca te olvidemos. Tanta sierra y tantos días de sol y lluvia amontonados en tu corazón, no pueden ser sólo para ti. Habla y dinos cosas de tu cortijo y los serranos. Yo y quizá otros muchos, necesitamos de tus recuerdos y palabras, porque deseamos que algunos de aquellos viejos caminos, cortijos y hortales no se pierdan nunca. ¡Tienen y tienes tantas verdades grandes y bellas!

EL CORTIJO
- Pues te decía antes que sí. Toda la vida por estas tierras, han ido dejando huellas en la experiencia de mis días pero una ya tiene la memoria que le falla mucho. ¿Quieres saber dónde nací?
- ¿Dónde naciste?
- En el “royo” del Zarzalar, que está algo más arriba del hotel El Pinar.
- Pero si ese arroyo se encuentra a la altura de las tierras del Cortijo de la Tejerina.
- Es que hay dos royos con el nombre del Zarzalar.
- Bueno, eso es otra caso.

Y para mí, recuerdo ahora que no son dos arroyos con el mismo nombre. Por aquí cerca, en el lado derecho de esta cuenca del Guadalquivir, existe un cauce que se llama arroyo del Membrillo, que este es su nombre oficial en los planos y demás pero que desde siempre, a este arroyo, los serranos lo han llamado con el nombre del Zarzalar.

- Pues lo que había en ese “royo”, eran todos zarzales pero los terrenos buenísimos, que con eso hemos comido; de sembrar patatas, habichuelas, garbanzos, de todo lo que se necesitaba.
- ¿Y por el cauce aquel corría mucha agua?
- El royo ese entero que era nuestro. El royo de allá. Mira, este que tenemos aquí mismo, es el mío porque era de la finca esta y el que cuela para ir de Mirasierra para arriba, ese que tiene un “Puentarraco”, ese es el royo donde me lavaron a mí la cabeza y el culete.
- ¿Para qué te lavaron la cabeza?
- Es que allí me lavaron cuando me parió mi madre.
- ¡Ya caído! Cuando naciste te lavaron con el agua que mana en las fuentes de este arroyo.
- ¡Allá arriba!
- Pero donde te lavaron ¿Qué hay? Quiero preguntar: ¿Tú naciste junto al charco sin casa ni nada?
- ¡Válgame Dios! Menudo cortijo que teníamos nosotros. Se llamaba y se llamará siempre el Zarzalar, como el arroyo y el molino y estaba y para siempre estará, a media altura entre la cumbre y la vega del Guadalquivir. Por encima del la gran cerrada y en un sitio que aquello es un paraíso. Mana agua por todas las peñas y hay tierra buena que cría de todo. Ya te lo he dicho: en las aguas de ese royo me lavaron cuando nací.
- ¿Y con lo fría que siempre están las aguas de cualquiera de los arroyos de estas sierras?
- Ea pero es que era un cortijo que tenía siete casa u ocho. Buenas casas, con cuadras para las ovejas, los gorrinos. El Zarzalar le dicen a mi cortijo.
- Siete u ocho casa, es casi una aldea.
- Pues claro. Ya te he dicho que por lo menos ocho familias vivíamos y todos de buen vivir. Todos comíamos bien y no teníamos falta ni de trabajo ni de alimentos.

Como trabajamos mucho, pues había dinero. ¿Me entiendes? Al principio o al final, según se mire, cuando esto lo hicieron Patrimonio, pues los hombres que podían, echaban jornales en el Patrimonio. Pero ya también se empezó a complicar la cosa. Cuando lo hicieron Patrimonio, quitaron el cortijo, lo han derribado todo y allí se han quedado las tierras llenas de zarzas y los recuerdos desparramados por entre el monte y las riscas.
- ¿Ya no vive nadie en aquel trozo de sierra?
- ¡Qué lástima! ¿Quién va a vivir, si nos echaron a todos?
- ¿Lo que me estás contando es cierto?
- Tan cierto como que ahora mismo estoy aquí viva. Todo se puede acreditar que sucedió así. Pues si es verdad que ha pasado. Sí allí “despropiaron”, pues nos tuvimos que ir. Cada uno se fue por donde pudo.

REPASANDO
LOS RECUERDOS

Mis hermanas las tengo, una en Valencia, la otra está en Alicante y la otra en Barcelona. Total, se han esturreado todas. De las cuatro hermanas, sólo yo he quedado por aquí.
- ¿Las cuatro erais niñas?
- Todas mujeres. Mi madre estaba apañada con nosotras. Tuvo un hijico y le dio parálisis infantil cuando, el angelico, tenía un añillo. Escasamente andaba. Al pobretico le dio la parálisis y se quedó con las piernas secas. Y estábamos con él, mis tres hermanas y yo, que pa qué de contentas. Antes igual que ahora, el mal que es grabe, no te lo quita ni médico ni nadie. Porque te curan un poco pero no del todo. Así que mira. ¡Qué lástima!
- ¿Pero vivió luego, después?
- Sí, se nos ha muerto aquí en Coto Ríos con casi cuarenta años o así. Y ya te digo: tres años hace que lo tengo enterrao. Ha estado con sus piernecicas secas... Mi madre ya se me murió también.

Además de esto, allí los pobres de los padres, sembrando para recoger un poco para el invierno. Garbanzo, patatas, habichuelas. De todo. Como los trabajadores. Nosotras le ayudábamos a mi padre. Eramos niñas pero como mi hermano, ya lo sabes, se quedó como se quedó, pues nosotras a trabajar en todo lo que fuera. Teníamos nuestras eras para trillar el trigo. Mi padre tenía un par de mulos y al llegar el verano, a trillar con ellos en la era. Recogíamos paja para los animales, higos para secarlos, uvas para hacer vino, hortalizas con las que mi madre hacía conservas, garbanzos recogíamos para comer toda la familia y siempre nos sobraban. De aquí de la vega del río, mi padre subía cargas y cargas, serones, llenos de remolacha. Cuando luego en el invierno caían los nevazos aquellos tan tremendo, de esto era de lo que le echábamos de comer a los animales. Nosotros dentro de la casa calenticos, porque teníamos también mucha leña y a esperar a que las nieves se fueran.

- ¿Y cuando en la primavera, los trigos ya estaban crecidos?
- Entonces nos íbamos a los campos a escardar. Te lo voy a explicar para que lo sepas. A primera hora hacíamos unas gachas migas, un suponer. Almorzábamos bien. Preparábamos la comida para la merienda al medio día. Echábamos nuestros buenos cachos de jamón, de tocino frito con magrilla, pimentillos verdes y según la gente que íbamos, medio o un pan entero. Un pan más rico amasado y cocido en los hornos. Y también para luego algunos trinques de vino. Todo aquello estaba más bueno que pa qué. Lo echábamos en nuestras talegas y nos montábamos en el mulo. Cuando llegábamos, un suponer, a Los Canalizos que se criaban unos trigales muy buenos, descargábamos el mulo. En unas matas que les decíamos “cornitas”, que echan la uvilla esa menudilla, colgábamos las talegas con la comida para que no se llenara de hormigas.

Pues entonces nos liábamos a sembrar garbanzos o escardar trigo, según el tiempo que era. ¿Que cómo se escarda el trigo? Pues leche, tú ves que hay aquí un montón de trigo sembrado, menudico, pues vas abriéndolo así, te vas metiendo con el escavillo chico, hay un yerbajo, lo coges y lo arrancas con el escavillo. Si no, tiras de él y lo sacas de raíz. Si está cerca la orilla, lo echas fuera o sino lo dejas ahí. El trigo no se arranca. Si hay matas de esas grandes que le decíamos “alverjana” que era una sementilla muy chica, que eso echaba mucha simiente, tirabas de ellas y las arrancabas. Eso era muy malo. Se enredaba en el trigo y se aprovechaba de él.

Otras que eran grandes, la avena, había unas “matocas” de avena, y eso lo arrancábamos porque sabíamos que no era trigo. Matas grandes que parecían nabos. Todo eso lo escardábamos. Echábamos el día entero. Todo el día sin parar. Sólo a medio día un ratico para merendar. El día que llovía ya no escardábamos. Aquel día estábamos en la casa todos comiendo tan agusto. El trigo si estaba mojado no podías meterte a excardalo. Eso tenía que ser con sol. Que estuviera enjuto todo.

- ¿Y cuando ya estaba el trigo para segarlo?
- Pues yo cogía mi hoz, no segaba como un tío que tenía energía para darle con fuerza y liarlo pero me cundía. Los hombres, como sabían, cogían dos o tres matillas de trigo, le daban media vuelta aquí así, lo metían pa dentro y ya había un manojo que no se caía. Segaban otro poco y cuando soltaban la maná, que le decían maná, los dejaban en montones. Iban haciendo montones y luego lo cogían con la hoz y los juntaban. Cuando ya tenían un haz, lo ponían en un manojo de trigo, del más largo, y ataban su haz. Lo atabas por aquí, le hacías así una cruz, le dabas vueltas así y lo dejabas. Ya quedaba atado.

¿Los haces los has visto tú?
- Alguna vez, sí.
- Pues poníamos dos haces a cada lado del mulo y luego en medio. Total, que llevaba el mulo seis haces de trigo. Iba reventado. Lo llevábamos al cortijo. Lo poníamos así en un rodal como esto, haciendo una acina. ¿Entiendes? Y después venía la trilla. ¡Madre de mi alma lo que yo he trabajado por estos montes!

A LA LUZ
DE LA LUNA

Cuando los garbanzos estaban ya secos, había que arrancarlos y aquello también tenía su emoción y su arte. Por la tarde, nos juntábamos un montón de muchachas y de muchachos, de los vecinos, y decíamos: “Está la luna bien, esta noche vamos acoger los garbanzos”. Una noche les tocaba a los garbanzos del tío Francisco, otra a la de la tía Anselma... cada noche, los de uno. A veces íbamos catorce o quince y hasta veinte en ocasiones. Según estábamos de familiares, de chiquillos y muchachas. Nos llevábamos un poquillo vino y unas tajadillas de tocino, chorizo o morcilla. Y oscureciendo, nos íbamos a “piazo” pero con luna brillante. Llegábamos a un bancal, un barranco de labores y en cuadrilla, nos plantábamos todos a arrancar garbanzos. Los garbanzos bien sabes: los coges así del rabo y luego otra mata y las pones cruzadas. Le decíamos a aquello las gavillas. Las gavillas de los garbanzos.

Los arrancábamos en una “trasnochá”. Al pobre hombre le quitábamos un trabajo que pa qué. Un montón de jornales que se ahorraba y eso, pues ya verás tú cómo lo agradecía. A otro día, pues el hombre iba, juntaba sus gavillas, las ataba, pillaba su burro o sus mulos, los cargaba, se los traía a la era, los trillaba y ya tenía su apaño. Otra noche me toca a mí, con los míos, y aquellos también me ayudaban. Con la luz de la luna cogíamos todos los garbanzales de estas tierras. Lo hacíamos todo tan agusto y aquella alegría. Ibamos muy concentrados. Los vecinos y todos los serranos, siempre nos hemos llevando muy bien. Luego así que estaban terminados los piazos, pues lo celebrábamos. Nos veníamos al cortijo y ale, a bailar.
- ¿Por qué se cogían de noche?
- De día, con el salitre de esas plantas, no había que las tocara. También porque era por la noche cuando nos juntábamos todas esas pandillas de mozuelas y mozuelos.

ESFARFOLLOS
Y MATANZAS

Las cuatro hermanas no teníamos más diversión que cuando los esfarfollos. Eso era coger el maíz y quitarle las esfarfolla. La gente sembraba mucho maíz. Se hacia un gran montón de panochas. También se decía panizo. Por la noche nos juntábamos a esfarfollarlas. La noche que decíamos de esfarfollar, nos juntábamos, a lo mejor cuarenta personas. Es que entonces había muchos cortijos por aquí. Le dejábamos tres o cuatro farfollas para luego colgarlas y hacer ristras. Las ponías dentro de la casa o donde les diera el sol. De esta manera se conservaba para luego molerlo y sacar el panizo. De esta harina, se hacían migas de maíz y eran riquísimas. Se hacían unas migas muy buenas con el panizo. Para esto se aprovechaba todo el maíz que era bueno. Del otro, el que salía más malillo, pues para los gorrinos. Al rematar la tarea de los esfarfollos, siempre se organizaban una buena juergas, abundantes cuervas, una arroba de vino, patatas asadas. ¡Calla, qué bien lo pasábamos entonces!
- Lo pasabais bien.
- ¡Ay! De bomba todo.
- ¿Y estas tareas eran en los cortijos?
- En los cortijos todo. Alrededor de la lumbre si era invierno porque, además, esto era una manera de convivencia entre nosotros y de hacer que las noches, en los cortijos serranos, fueran amenas y tuvieran sus alicientes.

Por aquí todo el mundo echábamos unas matanzas que pa qué. ¿Tú sabes lo que es la matanza?
- Algo sí pero las vuestras, no del todo.
- Pues cuando te digo “matanza”, me estoy refiriendo a matar gorrinos en las casas. En cada cortijo se tenía su matanza particular. Se mataba un par de marranos de esos que pesaban ocho, nueve y hasta diez arrobas. Unos marranacos que se tenían que juntar cuatro o cinco hombres para matarlos. Mi padre que era muy trabajador, también era matador de marranos. El los “esollaba”, los pelaba, los picaba y de to. Hacíamos nuestras morcillas, el techo del cortijo parejo de morcillas, nuestros chorizos, morcillas “güeñas”, que se le echaban huevos, la sangre del marrano y muchas especias, salábamos nuestros jamones, el tocino también en sal. Con la carne del gorrino, salían unos montones de orza que aquello daba gusto verlo, olerlo y tocarlo. Y así, pues íbamos tirando de la vida, ¡hijo mío!

Cuando llegaba el invierno, el que podía, se iba a la aceituna y el que no, se quedaba en sus cortijos con sus animales.
- Porque tu padre también tenía animales.
- Tenía una punta de cabras y unas ovejillas. Las guardaba mi padre, porque nosotras las niñas ¿cómo íbamos a ir por el monte? Porque entonces, como no había nada más que montes, aunque se sembraban algunos “piazos” por aquí a la orilla del río y alrededor del cortijos, los mismos vecinos se encargaban de guardarlos y el pastor pues se iba con sus animales. Los muchachos, con catorce o quince años, ya eran los mejores y por eso se empleaban de pastorcillos que se iban con el ganado por el monte. Esos eran los que guardaban los ganados.

Pero que vivíamos bien las familias. No creas que aquí en este terreno no ha pasado la gente hambre. Aquí nunca nadie ha pasado falta.
- Pues a mí, por algunos sitios me han dicho, que los serranos sí pasabais hambre.
- ¡Una poca porra pa ellos! Mejor comíos que los de la capital. En aquellos tiempos del hambre, nunca nadie en estas sierras ha estado Aesmallao”. En tiempos del hambre, no hemos pasado ni una chispa de hambre ninguno. Esto te lo juro por el Señor.

Nunca los serranos hemos sabido lo que es hambre. Ya te lo he dicho: recogíamos, habichuelas las que no te comías, patatas, garbanzos. De todo se sembraba porque había muchos terrenos buenos y abundancia de agua. Lo que es que ahora, hijo mío, como lo quitaron to, pues ya se ha vuelto todo pinares. Todos estos ríos. ¡Pues ya ves tú! Nosotros desde el Aroyo” este, ¡no teníamos na de terreno aquí! Todos esos piazos que están lindando con el río, eran de siembra. De aquí recogíamos maíz para engordar los gorrinos. Sembrábamos estas huelgas de garbanzos y recogía mi padre una fanega por cada puñado.
- Pero claro, Manuela, la sierra es muy grande y tuvo muchos cortijos y viviendo en ellos, muchos serranos. A lo mejor en otros sitios no era como en tu paraíso del Zarzalar.
- Eso también puede ser verdad.
- ¿Cómo se llaman estos pedazos que me dices teníais por aquí?
- Nosotros le decíamos las Huelgas del río, porque están cercan del Guadalquivir y son tierras llanas.

Una fanega ¿sabes tú lo que te digo?
- Eso ya sí lo sé.
- Una cosa así de tablas. Pues echaba dos medias de estas y eran una fanega. Tres o cuatro fanegas, a lo mejor, recogíamos de cosas.
- ¿Te acuerdas tú de ir a sembrar?
- ¡Bendito sea Dios! Iba yo con mi padre pinchando maíz granico a granico. El de lante con un par de mulas y yo detrás sin parar en todo el día. De toda la vida sembrando por estas tierras. Mi padre ha recogío trigo para moler en los molinos para comer. No hemos necesitao comprar un Asacramento”. Mi padre era un labrador bueno, de saber labrar bien la tierra ¿me entiendes? Siempre con las bestias, con los mulos. Los demás, pues tenían su par de mulos también.

EL MOLINO
Y EL PANIZO

- Por lo que me dices, trabajabais duro.
- Pero aquello no era trabajo porque todo era nuestro. Ya ves tú sembrar el maíz en estas tierras tan llanas, sin una piedra, era una gloria. Cuando se recogía las cosechas, se juntaban grandes cerros de panizo.
- ¿Dónde estaba el molino entonces?
- En mi cortijo. El royo que sube, este primero, es Aguas Blanquillas, conocido también por el arroyo de Los Picachales. El otro que hay más arriba, el de los Membrillos. Ese ha sido mi royo de siempre. Donde me lavaron.
- ¿Y en aquel rincón hubo un molino?
- Un molino de harina, de mi padre que lo tenía arrendao, que pa qué de bueno y grande. Molía con el agua del royo y hacía una harina buenísima. Más blanco que los capullos, salía el pan. ¡Y anda que no estaba rico!

Allí había un molinero, un hombre que se enseñó también a ser molinero, y todo el mundo iba al molino de mi padre a moler. Los de los otros cortijos cargaban en los mulos dos fanegas de panizo, esgranado ya, limpico, lo llevaban al molino y te traías dos grandes costales de harina. Luego la cernías con tus Aciazos”, no mucho, sacaba la flor de la harina que era lo mejor y de ahí salían unas migas que te chupabas los dedos. ¡Pocas migas que he hecho yo! ¡Y anda que no me salían ricas! Migas de panizo que mi madre fue la que me enseñó a hacerlas porque a mí me gustaban mucho las migas de panizo. ¡Qué buenas! Con sardinas arenques, con unas tajaicas de tocinos, con chorizo, lo que quisieras echar. Con cualquier cosa estaban riquísimas aquellas migas que yo me comía cuando era niña.
- ¿Se hace eso todavía en la sierra?
- ¡Qué va! Eso ya se ha olvidado todo. Si ya no tienen nada. Na más que to compral.

SIENDO PEQUEÑAS
- También habría muchos niños por aquel cortijo tuyo.
- No te creas que la gente era muy tonta pa hacer chiquillos, aunque fueran serranos. El que tenía cinco era raro. A lo mejor tres chiquillas y dos chiquillos. Algunas familias tenían hasta ocho. Ya te digo, cinco fuimos nosotros. Yo he conocido familias hasta con doce hijos. Diez tenía un matrimonio que vivía arriba, en un cortijo que le llaman de Los Pingos.

Yo recuerdo que cuando nosotras éramos pequeñas, como mis padres tenían que venir a cultivar las tierras estas del río, siempre nos traían con ellos. En los mulos, siempre se llevaba una manta grande que se ponía en lo alto del aparejo para no pincharse en el culo. Entonces había por aquí muchas chaparras. De ellas o de otras matas cortaban unas estacas, cachos de madera grandes. Clavaban esas estacas y encima ponían la manta, como un sombraje y allí nos acostaban en el suelo. Mientras los padres regaban, excavaban y de todo. Otras veces me ataban a la cinturilla y en cualquier sombra me dejaban por aquí pero siempre a la vista de ellos.

Del cortijo mío ¿qué quieres que te cuente? Cuando era pequeñica, para lavar, pues al principio, lo hacíamos en un pesebre de esos que decimos, en una gamella de agua. Con el tronco de un pino se hacía un tornajo y con una piedra que estuviera bien llana y bonica, de esos losares, la ponías y con aquello se lavaba pero que muy bien. De las cuatro hermana, era la primera que pasé mucho tiempo lavándole la ropa a los angelicos de la otras hermanas mías. Yo era la mayor. También a mi hermanico inválido. Pues desde que tenía siete y ocho añillos, ya empecé a trabajar y a ayudar en lo que podía. A barrer, a fregar. Ayudar en la casa todo lo que podía, hijo mío.

Y también jugábamos mucho en aquellos tiempos. Hacíamos san antones. La noche de san Antón, unos ofrecía una arroba de vino porque no se le había muerto la marrana, otros porque les pasaba cualquier cosa y decían: AVamos a hacer un baile y nos bebemos tres arrobas de vino”. Y convidaban a los vecinos y le daban de balde a todo el que iba al baile.
- ¿Pero dónde se celebraba el baile?
- Dentro de las casas. Teníamos unas casas muy hermosas. Y unas cocinas rellanas, que ya no es como antes, de barro y de tonterías. Aquellas cocinas nuestras eran todas de cal de mezcla igual que la que tengo yo aquí. Algunos también compraban cemento. Ya estábamos muy modernos.

EL VALLE MAGICO
- Me han dicho que el valle donde se alzaba tu cortijo era bonito ¿es verdad?
- Un valle como no hay otro en todas estas sierras. Y entre tantos momentos mágicos, que de aquel valle mío, conservo en mis recuerdos, uno de ellos era especialmente bello. A primeras horas del día, los pajarillos saltaban por las zarzas y los árboles de los hortales, las cascadas caían alegres, el rocío temblaba en los tallos de hierba y hojas de las tomateras y las fuentecillas chorreaban cantarinas. Los animales salían de sus corrales y en filas o amontonados, se iban por el monte. Un poco más tarde, cuando el sol comenzaba a extenderse por las tierras del valle, era cuando venía el momento mágico. El que a mí me gustaba de una forma especial. Desde lo hondo del arroyo, las ovejas subían hacia los lados del barranco, repartidas por aquí y por allí, comiendo por las praderas. Algún grupico de corderos chicos empezaban a retozar aprovechando las rocas de la ladera y por el aire se quebraba el son de los cencerros.

Yo, como era chica, me asomaba a la puerta de mi cortijo, alzado sobre las tierras de aquel puntal, y al ver tan sencillo espectáculo, sentía un no sé qué. Tan blancas las ovejas por el lugar pastando y el agua del arroyo corriendo por entre ellas. Tan callada la luz del sol bañando aquellas peñas. Tan suave el viento moviendo las copas de las carrascas. Tan misterioso el barranco con sus laderas verdes. Tan poca y tan gran cosa me parecía aquel mundo pequeño, que de verdad te lo digo: era como un sueño, como un momento mágico que de pronto había llegado con las primeras luces del día y me dejaba embelesada.

¡Qué grande era mi valle cuando las ovejas y el amanecer lo llenaban de tan extraña magia! ¡Qué cuadro más bonico y que mundo tan lleno de vida! ¡Qué silencio tan silencio y qué luz la de aquellos primeros rayos de sol! Ya te lo decía antes: como este valle mío, en aquellos amaneceres, no creo que haya otro en todas estas sierras. Yo lo vi muchas veces teñido de esta magia dulce y así lo mantengo vivo para siempre en mis recuerdos.
- ¿Pues sabes lo que te digo?
- ¿Qué me dices?
- Que mientras he estado oyendo el relato de tu mundo perdido, se me ha venido a la mente el recuerdo de algo que de pronto he asociado a ese valle tuyo.

- ¿Puedo saber qué es ese algo?
- La figura de un hombre que vivió hace mucho y se llama Bach. Escribió este hombre una música tan bella, que a mí me parece es como un puro reflejo de ese valle que me acaba de contar.
- Yo no sé de qué me hablas.
- No importa. Yo te le voy a decir: Te estoy hablando de la suite número dos de Juan Sebastián Bach. Cuando tú puedas y un día te apetezca, escucha esta música y ya verás como te vas a encontrar con una grata sorpresa.
- ¿Se puede saber qué sorpresa?
- Pues que en las notas y melodías de esa música, se contiene la belleza y la magia del valle que tú me acabas de contar. Puede parecer sueño y hasta creer que es mentira pero yo te digo que es verdad. Escucha esa música un día, cuando puedas. Ya verás qué asombro y qué parecido con tu valle mágico.

Y A MOCICAS
Pues cuando ya me vine junto al río, lo mismo: en la casilla esa tenía mi horno. No te puedes imaginar tú el pan que he amasado, para vender en esta venta.
- ¿Para venderlo aquí ya?
- Cuando me casé, hicimos la casilla aquella aparte ¿sabes? Pa las matanzas. Porque ya te lo he dicho, nosotros toda la vida hemos hecho matanzas. Desde que me casé no ha pasado un año sin matar. Para comer yo y mi familia y todos los que por aquí venían.
- Y estando aquí ¿cómo engordabas los marranos?
- Sembrábamos mucha remolacha. ¿Entiendes la remolacha? Pues en estos bancales, como tanto terreno teníamos, comprábamos abono y cuando no, basura de los pastores que nos daban toda la que queríamos, teníamos nuestras mulas con nuestro serón y así traíamos a la tierra todo lo que la tierra necesitaba. Antes teníamos un par de borriquillas y con ellas íbamos también a por la basura a donde estaban los pastores. Ellos la tenían que sacar para tirarla. ¿Adónde la iba a echar?

Por eso, los pastores nos la daban a nosotros. Como estábamos tan cerca, pues por ahí cogíamos y con la borriquilla nos traíamos las cargas de basura. Nosotras ya estábamos mociconas, con dieciocho años pero siempre iba mi padre y nos ayudaba. O más bien, nosotras le ayudábamos a mi padre. Hemos sido muy trabajadoras, porque no tenía na más que el hermanico y ya sabes lo que le pasó.

A leer y a escribir, me enseñaron a mí los muchachos que se fueron a la mili por el treinta y seis o treinta y siete. Los más jóvenes que se fueron, los últimos que eran todos de dieciocho años, esos me enseñaron a mí a leer y escribir antes de irse. En quince días. ¡Fíjate si sería lista! Claro, para escribirles las cartas a los pobreticos. Si aquí no sabía nadie escribir. Ni una abuela ni un abuelo ni nadie.
- ¿Y tú les escribías?
- Se me pasaba las noches escribiendo cartas. Algunas noches escribía siete u ocho cartas. Sí, para todos.
- Cuando recibías las cartas ¿quién las leía?
- ¿Quién las iba a leer? Pues yo. Todos los más viejos, que ya sabían algo, se habían ido a la guerra. ¡Qué lástima!

- ¿Quién traía las cartas a estos cortijos?
- Como por aquí, desde Cazorla, venía tanta gente, pa las Casas de las Tablas esas que hay ahí abajo y para los molinos de Eusebio ese, pues había mucha gente. No se pasaba un día que no fuera alguno a Cazorla. Y así nos arreglábamos, desde unos a otros. Luego ahí a la venta esa de Mirasierra, como era una cuñada mía la que vivía ahí, los que venían de los cortijos, dejaban las cartas ahí para echarlas al correo. Y como había un correo desde el Tranco a Cazorla, pues se las llevaba y las traía.

- ¿El correo era un hombre con bestias?
- Una alsina que era como mi casa de larga.
- Pero eso que tú me estás contando es cuando ya hicieron la carretera.
- Eso cuando ya estaba la carretera y antes, iba mucha gente al pueblo. Como hasta Burunchel, más pa cá de Cazorla, venía el cartero, de aquí de la sierra, hasta Burunchel no pasaba un día que no fuera alguien. Pues se traía las cartas y las dejaba en la venta esa de Mirasierra. Desde ahí para los cortijos correspondientes, por unas laderas y otras de este gran valle, las personas se encargaban de bajar a buscarlas. Sabían que le iban a escribir y ya cada uno estaba al tanto. Las de Las Casas de las Tablas y todos estos terrenos, pues la cartera, era la Golondrina, que fue y es una servidora.

En el royo de los Membrillos que éramos por lo menos diez vecinos, pues si no bajaba uno, bajaba otro a por las cartas. Ya te digo: otros las echaban para abajo aquí a la Golondrina. Desde aquí iban a otra venta, ahí mismo, que se llamaba La Pascuala. Desde ahí siempre bajaba gente pa La Aldea. Para cruzar el río, los que vivían en los cortijos de los montes esos de Aguasmulas y toda esa gran ladera, tenían que venir al puente este. Ya unos y otros lo sabían y al pasar por la Puerta de la Pascuala decían: A¿Hay cartas que vamos para La Aldea?” Y así nos hemos apañado todos. La muerte es la que no tiene apaño.

LUCHA POR LA TIERRA
- Y a ti ¿es que te gusta vivir aquí?
- No me gusta el pueblo. Compré dos pisos en Cazorla y mira: aquí me tienes. Los compré cuando eran mis hijas chicas, eran par caso como el chiquillo este nieto que tengo y allí los alquilé. Allí los he tenío y ahora se casó mi hija y ya se los ha quedado ella. Los guardas no me querían y fíjate por donde hoy tengo un guarda yerno.
- ¿Eso es verdad?
- Fíjate tú: lo que no quiere el hortelano, nace en la huerta.
- ¿Qué te pasaba con los guardas?
- Pues querían quitarme los terrenos y conmigo no han podido. Es que antes todo venía en contra de uno. No querían que viviéramos aquí.

¡Eso es! Me lo querían quitar todo. Sólo me querían dejar los llanos estos y eso trocito de tierra que labrábamos en la orilla del río. Los alrededores del terreno, mis pinos y todo lo que tengo aquí, eso ellos lo querían para el estado. Para el Patrimonio. ¿Lo conoces?
- Me suena.
- Pues como no han podido porque yo tenía escritos en Orcera por los notarios y todo, que no hay otros en todos estos terrenos, tuvieron que aguantarse. Todavía he tenido que sacar las escrituras este año. Han venido por aquí y las he tenido que sacar porque querían no sé qué cosa. Los pinos estos que ver por aquí se los quieren quedar. Pero ya te digo: hasta hoy no han podido.

- ¿Quieres decir que todavía son tuyas algunas de estas tierras?
- ¡Todo esto es mío! Hasta el royo de Aguas Blanquillas. Si el royo es el lindero. Y también el agua del royo. Claro. Si el royo es nuestro. Si aquí no se regaba nada más que la Jordana, que así se llamaba esto.
- ¿Cuántas fanegas tiene tu finca?
- Eso es lo que no sé. Bueno, sí lo sé pero que no me acuerdo. Pero que ya te digo: desde el royo para acá, todos estos llanos, siguiendo la orilla del río para abajo y todo el llanaco este grandísimo y todo esto de arriba que era también de labores, todo es mío. Esta ladera de los pinos lo sembrábamos antes de garbanzos. Hoy no sembramos casi nada.

Si hay tierras y aunque son buenas, no se labran. ¿Vas a estar ahí en los pinares?
- Y esto de las llanuras del Camping de los Llanos de Arance ¿también era tuyo? - De ahí para acá, desde una fuente que mana y le llaman la Fuente Salá, un manantial que brota ahí que tiene el agua más salada que la salmuera, esos llanos eran de mi padre pero por no pagar contribución, nos los quitaron. De la casa esa, para acá, es nuestro también. Pero lo ha vendido una prima hermana mía. Se fueron los pobreticos a Alicante y lo vendieron y de la aprensión de verse en aquella ciudad dando Apaluchazos”, se ha muerto mi primo. De ver lo que hizo. Hace cuatro meses o cinco que se ha muerto. En la flor de su vida. Pues tendría treinta y cuatro años o por ahí.

Cuando se fueron, su marido iba de albañil. Se hizo aquí albañil, la mitad de la casa esta nos la hizo él. Cuando se casó, se fue a Alicante porque le decían que en aquella tierra había mucho trabajo. Un día, sin saber lo que hacía, se puso y vendió este terreno. Pero cuando luego cayó en la cuenta de lo que había hecho, se puso malo, malo y a los pocos mese, murió.
- ¿Y quién lo vendió?
- El mismo. Y se arrepintió. Porque cuando salió de aquí y vio el trabajo y la miseria que había en Alicante, le dio por pensar en lo que había hecho con su trocico de tierra junto a este río Guadalquivir y como te he dicho: de la aprensión se ha muerto no hace mucho.

AMASANDO EL PAN
- ¿Tú sabías amasar?
- ¡Bendito sea Dios! Unos hornos de pan que amasábamos en mi cortijo para la gente que venía pidiendo, que daba miedo. Pues si ya te he dicho que me he pasado la vida amasando y vendiendo pan. ¡No he vendido yo pan en esta primera venta de la Golondrina! Te voy a explicar como se hacía el pan. ¿Tú sabes lo que es un horno?
- Lo he visto cientos de veces en casi todos los cortijos abandonados que hay en la sierra.
- Nosotros teníamos nuestras artesas, que todavía tengo una, y eran de madera. Con su tablero tan bonica y ahí era donde se amasaba el pan. Teníamos una levadura, de pan de verdad. Levadura para que se venga la masa. Un puñaillo así que dejábamos de un amasaico a otro. Cuando ya estaba el pan para hacerlo, entonces apartábamos la levadura. La envolvíamos en harina y la dejábamos guardaica en un cestillo o en un plato. Donde estuviera curiosica y tapaica. Ya la tenías preparada para otro amasijo. Cogías luego ese puñaico de levadura, la derretías otra vez en agua y ya tenías el fermento para otra artesa de pan.

Antes, en ver de decir kilos, decíamos celemines. Pues yo siempre amasaba de ocho a nueve celemines. De una fanega salía muchísimo pan y se penaba mucho para envolver la masa. Casi no cogía en la artesa, así que se venía, salía un artesón de masa que daba gloria sólo verla. Se le hacía unos ojos y una grietas que aquello daba gusto tan bonico.

- ¿Cuánto tardaba en venirse?
- La amasaba por las mañanas, a las ocho o por ahí y a las tres horas o cuatro se empezaba a venir. Se subía y entonces ponía mi tablero. Le daba media vuelta a la masa y comenzaba a coger mis pegotes de pan. De grande según quisiera saliera cada pan. Siempre los hacía de cuatro libras, que eran de dos kilos o así. De más de cinco libras no hacía muchos, porque salían muy grandes. Nos interesaba más que salieran pequeñicos. Salían muy rico. ¡Madre mía, cuánto habré amasado yo!

Cuando ya tenía mi masa y de ella mi pegote de cuatro libras, como tenía mi horno, ya lo metía para que se cociera. El pan como se viene dos veces. Se viene la primera vez. Cuando ya has modelado el pan, dejas tus panecicos por lo menos otra hora más. Y entonces se puja otra vez y se pone con sus rajitas, esponjado y como sabes que ya se ha venido por segunda vez, ya lo puedes meter en tu horno.

Pero antes de meterlo para que se cueza, hay que barrer bien el horno. Tiene que estar bien tostaico por abajo, bien limpio. El mío estaba de llano como este suelo. Tenía un Abarrior”, unos pocos guiñapos que se ataban a un palo. Los mojaba un poquillo y entonces, pon, pon, sacabas las ascuas y lo dejabas igual que esto de llano y limpio como el oro. ¡Ya ves tú! Para que no se manchara el pan, pues lo dejabas que pa qué. Así que sabías que el horno ya estaba en condiciones, porque echabas una chispilla de harina y de seguía se quedaba tostá, ya se podía meter el pan.

Tenía los panecicos preparados en mi tabla y cuando ya veía que se habían venido por segunda vez, te ponías mano a la obra.
- ¿Y cómo sabías que se había venido?
- Pues porque echaba unos ojos que pa qué. En cuanto se le abrían estos ojos, lo tapaba con una tapadera y lo dejabas un ratico más. Ya se subía de una vez y entonces lo destapaba para que no se me Atorrara” de arriba porque tenía mucha fuerza.
- Explícame bien porque yo no lo sé.
- Sí, sí, espera. Claro, sacabas uno con la pala que le metías por debajo porque ya no se pegaba en la tabla. Al echarlo en la tabla cogía una mujer así, la otra te lo echaba ende aquí. Tú ponías las manos y caía en tus manos y entonces lo soltabas en tu tablero. Era el momento de hacer tus rajas. Antes de meterlo en el horno le hacías tu Apotoricas”. Las cuatro rajas. Y una miajilla de pinchacillo en el centro. La gracia de Dios. Entonces pues ya, lo cogías tenías tu horno barrio, limpio como el oro y como era redondico, estaba bien caldeaico. Con tu pala lo soltaba, lo tirabas así y lo dejabas. Mojabas otro y así hasta siete, ocho o nueve, según los panes que quisieras cocer.

Si amasabas una fanega ya sabías que sacabas cerca de los catorce panes. Cuando echabas cuatro celemines, salían de los seis a siete panes.
- ¿Para cuantos días había en la familia con cuatro celemines?
- Ya te he dicho que amasaba siempre unos siete celemines. De ocho celemines para arriba, me salían ocho o nueve panes y eso no te lo podías comer.
- Y la torta de la cata ¿qué era?
- De la misma masa del pan se hacía una torta, no muy extendida. Le hacías las rajas así, con la navaja. La cortabas en cuatro o cinco rajitas, según fuera la torta. Luego la atravesabas y, Señor, un pinchazo, que salga buena.
- ¿Y era con azúcar o sin ella?
- Esa era la cata. Para comérnosla en cuanto salía. Por la noche para cenar o para almorzar al otro día.

Las de azúcar, eran finicas y con la manteca. Si querías aceite, pues se hacían también de aceite. Cogías el pegullón de masa, lo metías en un lebrillo, en un plato grande que tuvieras de porcelana o lo que fuera, extendía la masa y se le iba echando el aceite. Ya que veías que tenía suficiente para que no se empringara demasiado, porque si le echabas mucho, no podías sacarla del horno, se quedaba derretida allí. Tenías que echarle lo suficiente sin pasarte ni quedarte corto. La manteca de los gorrinos, igual.

Salían unas tortas riquísimas. Esponjadas y con repizcos ¿sabes? Por encima le echábamos unos chorreones de azúcar y estaba aquello para chuparse los dedos.
- El pan que amasaba ¿cuántos días duraba?
- Eso nos duraba siete u ocho días. Un pan por día y no nos lo comíamos. No ves que ese pan luce mucho. Para que no se estropeara teníamos unas cestas especiales donde lo guardábamos. Eran unos canastos de mimbre que nos hacían los gitanos. De esos altos. Por la parte de abajo, por el culo, un poco así redondo y de aquí para arriba, eran panzones. Panzoncetes. La boca terminaba de la anchura de un pan. Pero el cuerpo hueco, ya te digo, eran bien ancho.

Uno a uno íbamos metiendo el pan poniéndolo de canto, metiendo los que sobraran por en medio y no se recalcaba ni nada. Se le ponía el tendío que usaba para amasar, un tendío que teníamos de lana, se lo ponías por encima y allí se quedaba bien arropaico.
- Y eso del tendío ¿qué era?
- Un telar o más bien un trozo de tela que de lana se hacía con el telar.

EL TELAR
- Pero de eso no había ninguno por aquí.
- ¡Vaya que no!
- ¿Dónde?
- Mi abuela tenía uno en el cortijo del Zarzalar.
- ¿Y ella tejía?
- ¡Bendito sea Dios! Unos tendíos que sacaba ella de aquel telar que daba gusto verlos. Las cabeceras de lana con listas de colores. ¿Sabes lo que te digo? Las colchonetas estas para dormir un sólo hombre.
- Ya sé, las cabeceras que se ponían por la noche para dormir junto a la lumbre.
- ¡Exacto!

Mira: la solera de abajo, de tela y lo de arriba, de lana porque era más bonico, abrigaba más y por no ensuciar la lana. Entonces no se podía lavar tan fácil. Las que éramos más curiosas, hacíamos también una funda de tela finilla y la parte arriba de la cabecera, la metíamos dentro de la funda. Era para que no se ensuciar la lana. ¡Porque era tan bonica y te daba tanta lástima que se ensuciara! Ya te digo: si se ensuciaba la capa de la lana, como algunas eran tintadas, al lavarlas se le iba el tinte y ya se estropeaban.

- ¿Quién era la que tejía con el telar?
- En mi cortijo del Zarzalar, tejía mi madre y una hermana suya. Las otras mujeres mayores se encargaban de enseñar a todas las que querían aprender. Nosotros toda la vida hemos tenido telar. Pero ni mis hermanas ni yo, aprendimos a tejer.
- ¿Y eso?
- Porque nos decían que eso era de tontos y de pajuatos. Costaba mucho el algodón y estaba todo muy caro. Lo tenían que traer de fuera. Ya comenzaron a traer telas y empezaron a darse cuenta que era más económico comprar las telas que tejer. ¡Madre mía! Aquí me traje yo los últimos palos del telar. ¡Qué lástima! Y por ahí se han perdido algunos y otros los han quemado. Los tiempos modernos están acabando con cosas que valen mucho y que ya no volverán.

- Pero cuando tú pequeña y siendo tu abuela tan artista con aquel telar ¿no aprendiste nada?
- Aprender si aprendí. Me enseñó mi abuela a tejer. Lo que es que yo le temía a aquello. Pero ella me decía: AHija mía, tienes que aprender porque cuando luego seas grande, necesitarás saber ésta y otras muchas cosas”. Yo le decía: AAbuela ¿y yo cuando voy a ser grande?” APronto lo serás”. Me seguía diciendo mi abuela. Recuerdo que cuando tenía siete u ocho anillos me decía: A¿Ves tú como ya vas a ser grandecilla? Luego cuando seas mayor te casarás como tu madre con tu padre. Comprarás niños como tus padres os ha comprado a vosotras”.

APero abuela, los niños ¿a quien se les compra?” Le preguntaba yo. APues a los recoveros que vienen por aquí. Tu madre los encarga y ellos se los traen” ¡Qué lástima, madre mía! Cuando nacía cualquier niño en algunos de los cortijos del Zarzalar, las abuelas eran las primeras en decir que lo había traído un recovero. Cuando luego fuimos grandecillas, como éramos tunas, ya sabíamos que aquello venía por otro lado. ¡Qué lástima! Es que en esos tiempos, la gente, ya ves tú. Pero digo yo: ¿Qué falta le hace a un chiquillo con siete u ocho años saber que tu madre es la que te ha parido?

- ¿ Pero dime por qué te daba miedo el telar?
- Por si acaso me pillaba los dedos. Es que a aquello le tenías que dar con mucha soltura. Tenías que sujetarles los hilos cuando estaba tejiendo y pa eso cuando le ponías de colores. Para hacerle las listas había que meterle hilos de colores. A los trapos de las mesas que eran de lana. Se usaban ovillos de lana blanca que se entremezclaban con los de colores para echarle filos y flequillos. El fleco era lo último. Te lo explico:

Se hacía uno bien ancho, luego cortabas el pico este de afuera y éste, que pegaba al tendío, lo dejabas. Este otro lo cortabas así de cuatro dedos. Lo cortabas por aquí. Le sacabas los hilos así y ya se quedaban los flecos. Al final, se los atábamos así, cuatro o cinco hilillos juntos y el madroño tan bonico que estaba. ¡Ay lo que te cuento!
- Si son cosas muy importantes.
- Nuestras cosas, de la vida real de aquellos tiempos en los cortijos de estas sierras nuestras, hoy rotos, abandonados y perdidos por los arroyos, barrancos y laderas del monte.

- Seguimos con el telar y ya me cuentas algunas de los tejidos que con aquel artilugio hacíais.
- Ya te he dicho que principalmente eran las cabeceras para dormir los hombres. Nos enseñábamos también a hacer las capas de los colchones. Donde dormíamos nosotros ¿entiendes? Como entonces no había economía para comprar tela, pues la mitad de las abuelas, se dedicaban a eso: a trabajar con su telar y tejer las capas para los colchones. Me refiero a la cara de abajo. La de arriba sí era de tela comprada. La de abajo, pues era tan bonico el colchón. Luego lo rodeaban, cuando quería y lo ponían para arriba, le echaban las sábanas encima y parecía que estaba recién tejido todo aquello.

- ¿Y las mantas?
- También hacían mantas las abuelas. ¡Y les echaban unos flecos! Antes las abuelas nuestras vivían con todo eso. Tejían muchísimo. ¡Cuántas cabeceras habrán tejido en aquel rincón de mi cortijo!
- Tú te acuerdas de los nombres de algunas de las piezas de aquel artilugio de madera?
- De algunas sí que me acuerdo.
- Pues vamos a empezar.

- Se hace un urdidor y se echan los metros de hilo que quieras. Se hacen unas cruces que se ponen en tres varetas que tiene el urdidor. Luego ya se pasan al peine y del peine se pasan las cruces para allá y ya se mete el algodón por los lizos. Los lizos son movedizos. Cada vez que se pone una tela se quitan y se vuelven a poner de nuevo. Cuando se terminaba una pieza se ataban aquí los lizos. Y este cada vez que se pone se empieza desde cero y así vamos.
- Y lo que hay donde se pone los pies ¿cómo se llama?
- Los pedales.
- ¿Para qué sirven?
- Pues tenemos el uno y el seis para hacer lisos y los otros ya para hacer labores. Y entonces para hacer labor, en este telar, hay que urdirlo de una manera y para hacer el liso, pues todos metidos restos. Uno, dos, tres y cuatro por las cuatro varetas.

- Y según los colores de los hilos que le pongas, la tela sale más o menos vistosa ¿no?
- Ea, claro. Las alforjas se hacían lana con lana y los cuadros se ponían como se quisiera. Con cuatro hebras, con seis para hacerlos más grandes o más pequeños. Como se quiera.
- Y la parte esta del lado ¿Cómo se llama?
- Estos son los aires. Luego tenemos los enjulios, uno y aquel otro, que son dos y que sirven para liar la tela. Allí tiene dos llaves y cuando llegas aquí, sacas las llaves, le das careo, se va liando en este y se deslía de aquel. Por la parte de atrás tenemos el otro enjulio, las varetas de las cruces sin las cuales no se puede tejer. Si no tienes las cruces hechas o las sacas y se te juntan los hilos, ya no tejes. Por esas cruces, como ya van hilvanado, pues pisas y se cruzan los hilos. Para eso están los números.

- ¿Es difícil aprender a tejer?
- A tejer no, lo difícil es la preparación del telar.
- ¡Ay que ver las cosas que hacía y tenías en aquellos tiempos!
- Pues fíjate tú.

UN RECUERDO
PARA LA ABUELA

- ¿Te acuerdas ahora de tus abuelas?
- Claro que me acuerdo de ellas. ¡Qué lástima! Eran más buenas que pa qué. Me querían muchísimo. Estaban comiendo y siempre el mejor trozo me lo daban a mí. Es que yo era muy churretera para ellas. Las agarraba, les tiraba del mandil para que no les picaran las moscas. Cuando amasaban, siempre hacían tortas de manteca, como ya te he dicho. De la primera que sacaban del horno, me daban un cacho. Les decía yo: AComo no me deis dos cachos, yo no quiero. Me tenéis que dar para llevarle uno a madre Josefa y otro y a la hermana Enselma”, la madre de un mucho que viene ahora por aquí.

- María Josefa ¿quién era?
- Mi abuela se llamaba María Josefa. Mi madre Josefa sólo y mi padre Francisco. ¡Qué lástima! Mi suegro se llamaba Manuel y por eso tengo a mi Manolo. A mi Francisco, por mi padre y mi Josefa, por las abuelas. Es que antes teníamos esas costumbres. No como ahora que les ponen a los hijos esos nombres tan raros.

¡Qué abuelas más santas y trabajadoras ha dado esta sierra! Yo lo he dicho y lo he pensado siempre. Y eso, sin que nadie lo supiera. Ahí metidas en cualquier barranco de la sierra, refugiadas entre las cuatro paredes de sus humildes cortijos de piedra, en el silencio de los días de lluvia, de viento o de nieve, junto al fuego de las chimeneas, ellas dale que dale, con su trabajo y su corazón siempre puesto en este trabajo. ¿No crees tú que estarán todas en el cielo?
- Creo que estarán todas en el cielo y seguro en un cortijo también de piedra, junto a las aguas limpias de un arroyo y rodeadas de montes verdes y cumbres blancas.
- ¿Y allí serán ellas dueñas de aquellos cortijos y aquellas tierras?
- Seguro que sí. Los que tanto os complicaron la vida en los rincones de estas sierras, ya no pintarán nada por aquellos lugares y hasta puede que más de uno os mire con mucha envidia. Ellos serán pequeños, no tendrán autoridad y vosotros seréis grandes, quizá los más grandes de todo aquel reino y os rebosará el gozo por todos los poros.
- Las personas antes éramos así. Buenos, vergonzosos, hacíamos caso de todo lo que nos decían los viejos. No como ahora que somos más frescos que un demonio.

BÁJATE AL RIO
Y PON UNA VENTA
- ¿Recuerdas cuando ya te viniste de tu cortijo del Zarzalar a esta casa de la Golondrina junto a las aguas del Guadalquivir?
- El novio es que era del cortijo. Desde pequeños nos tomamos cariño. Siempre estábamos viéndonos. Estaban las casas cerca. Unos así enfrente y por aquí por en medio, iba un barrio de las otras casas pero echaban las esquinas. Las puertas nuestras estaban enfrente. Y como nos estábamos viendo a todas horas, pues yo qué sé, nos tomamos cariño.

Ibamos de baile o algo y salíamos con la familia. Con mis primas, mis hermanas, porque yo era la mayor y los otros vecinos. En esos bailes pues poco a poco se enamoraba una. Yo qué sé. Como no había otro, pues así fue surgiendo todo aquello del novio. Me casé con la edad de veintitrés años. Ya cuando me casé me vine aquí a hacerme mi casa. Me dijo mi padre: AMira, bájate al río. Y pones una casilla y un ventorrillo en ella. Todos los arrieros pasan por allí. Es un sitio que dicen van a echar una carretera y eso será bueno”. Le decía yo a mi padre: APero padre ¿quién va a meter una carretera por la sierra esa para abajo? ¿Quién va a brincar por la sierra esa de Burunchel para acá a estos ríos abajo?” AQue sí que dicen eso. Mira: más sierras que hay en Almería y en Granada y allí hay unos pueblos que están metidos en lo más profundo de las sierras, que aquello yo no sé cómo han podido hacer las carreteras por tan grandes riscalares pero el caso es que están hechas. El río nuestro comparado con aquellas sierras, es la palma de la mano. Tú te vas y haces la casa ahí junto al río que ya verás como hacen carretera”.

Con el dinero que recogí en la boda, me vine a estas llanuras del río a principiar la venta. Me busqué un albañil, uno sólo y con aquel dinero de mi boda, le iba pagando los días que trabajaba en la construcción de esta casa mía. Yo nací en el 1919 y con veintitrés años me casé, que fue en el 1942 y ahora ya sabes que tengo setenta y siete años. Así que la construcción empezó por el año 42. Fueron mis padres los que me dijeron: ABájate al río”. Esto era el río. El nombre de todos estos Apiazos” era el de la Jordana. Pero a mí, desde pequeña mis padres me decían que esto era el río, y así será siempre hasta que me muera. La Venta del Río. Ahora ya la Venta de la Golondrina.

NOMBRE PARA LA VENTA

- ¿Y cómo se te ocurrió ese nombre?
- Me lo pusieron unos de fuera y aquello fue para mí el disgusto más grande de mi vida. Fueron unos marchantes de Torreperogil. ¡Pobretico! Uno de ellos se ha muerto hará sólo ocho días. Se llamaba Nieves y fue marchante. Nos han mandando razón de su muerto y no hemos ido. Siento yo ahora como si ya la Golondrina estuviera revoloteando por entre los ríos y los paisajes del cielo. ¿No crees tú?
- Casi seguro que un poco así ya será pero ahora necesito saber cómo fue el primer vuelo de aquella Golondrina que un día se puso a construir su nido junto a las aguas transparentes del gran Guadalquivir.

- Yo estaba haciendo mi venta. Tenía la casa así, como de la ventana esa para abajo, toda de piedra. Los cimientos nada más, de riscales. Todo esto, estas llanuras que ves aquí ahora mismo alrededor de la casa, estaban parejas de riscales. Los había traído mi marido con la borriquilla que teníamos. Le ponía un serón de esparto, se iba por esas laderas, lo llenaba de piedras y por aquí las descargaba. También teníamos un carro de aquellos tiempos. Pues de ahí, de todos estos cantonares, empezó a sacar piedras y como estaba cerca, Ade seguida” junto aquí piedras para hacer un palacio.

Estando un día en plena faena, vinieron unos marches de Torreperogil a comprar ganado a un cortijo que se llama la Hoya de Miguel Barba. Ahí arriba. Tú ya la conoces. A estos marchantes les gustaba mucho las gachas migas. En cuanto llegaron me dijeron que eso era lo que querían comer pero como estaba tan atareada con la mezcla de mi casa, no me podía parar. Mi marido estaba con el acarreo de las piedras, yo con la mezcla y el albañil, atendido por mí, construyendo los cimientos y levantando la pared. Yo venga llenar el caldero y no dejaba parar al albañil ni para respirar. Era para que se diera Apriesa” en la construcción de mi cortijo. Y me decía el albañil: APara, Manuela que me vas a enterrar de mezcla y piedras antes de que tu casa esté levantada”. AEs que no quiero que te falte”. Le decía yo.

Llegaron los marchantes y me sintieron. De pronto me dicen: AHaznos unas gachas migas que tú las haces muy buenas y hoy tenemos mucha hambre”. Entonces les dije: AEn esta ocasión, lo siento mucho pero mirad la faena que tengo. ¿Cómo me voy a parar a preparar lo que queréis? Mientras os hago las gachas ¿quién le trae las piedras al albañil? Fijaros que gana cuatro pesetas y si no me termina la casa pronto, no se las puedo pagar”. Me dicen los hombres: ANo te preocupes, leche, no tardarás tanto en hacer unas gachas”. Aquella fue, para el caso, la primera comida que yo di en mi venta y fíjate con qué pie comenzaba y con qué apaños. En medio del campo, entre las piedras y al aire libre.

Mi marido, que era muy bueno y en esos momentos, llegaba con su borriquilla cargado de piedras, el verlos y oírme, dice: AAnda, háselas mujer. Porque pierda el albañil una miaja de trabajo no vamos a salir de pobre”. Digo: ABueno, pues sí os voy a preparar esas gachas”. Cojo, pongo cuatro piedrecicas ahí, enciendo mi lumbrecilla, que teníamos un buen rimero de leña de los pinos esos, cojo mi plato, saco la talega de la harina, mi cuchara, mi sal y ellos mirando a ver lo que yo hacía. Hago mis gachetas, pongo la salten en las piedras, le echo el aceite y mientras tanto, sin dejar de arrimarle piedras al albañil. Dice el hombre: APero dedícate a la cocina que cuando te necesite ya te llamaré”. ATú tranquilo y sigue con tu trabajo que la cocina está controlada”. Le decía yo.

A los marchantes que no hacían nada más que mirar mientras esperaban a que las migas se tostaran para comer, les oía que de vez en cuando se decían uno al otro: A¿Tú te das cuenta como se mueve esta mujer?” Yo no estaba ni con unos ni con el otro. Yo iba a lo mío que era arrimar piedras y mezcla y de paso, darle vueltas a las migas. Cuando ya estuvieron a punto, se las comieron sentados ahí en las piedras. Y yo, seguía con mi tarea. Cuando ya se iban me dijeron: AManuela ¿cómo se va a llamar tu venta?” Digo: APues yo qué sé cómo le vamos a poner. Pues una venta y ya está”. Entonces contestó el albañil y dijo: APues le tendrán que poner la Venta del Río. Como está el río aquí cerca”. Contesté y les dije: APues yo qué sé cómo le pondremos. Si es la Venta del Río, pues bien quedará”.

Seguí con mi tarea de arrimar piedras y cuando ya iban subiendo por la cuesta en busca del cortijo de Miguel Barba, de nuevo les oí que decían: A¿Tú has visto a la ventera? Nos ha atendido a todos y le ha quedado tiempo. Ha hecho las gachas migas que estaban riquísimas y al albañil le han sobrado las piedras y la mezcla. Esta mujer es más valiente y más trabajadora que una golondrina. ¿Por qué no le ponemos la Venta de la Golondrina?” Y el otro le contestó: A¿Y si se enfada?” A¡Pues que se enfade! Un nombre más bonico y que le cuadre tan bien, a una venta y ventera como esta, no se lo puede colocar nadie. A ver si le van a poner algún nombrajo feo y eso no se lo merece esta mujer. Ya está decidido. Se llamará Venta de la Golondrina porque es lo más bonico que puede haber”.

Llegan al cortijo. Estaban esquilando las ovejas y los estaban esperando para comer. Habían matado un borrego y habían preparado una buena comida. La gente que vivía en ese cortijo eran ricos. A¡Válgame Dios qué día nos habéis dado! A las horas que venís que son ya las cuatro de la tarde. Todavía no hemos comido aquí esperado a que lleguéis y con la comida preparada”. Hablaron los marchantes y dijeron: A¡Callad, callad! Nos hemos comío unas gachas migas ahí abajo, en una venta y eso era gloria de lo buenas que estaban”. Preguntaron: A¿Dónde está esa venta que no la conocemos?” ALa están haciendo ahora y se encuentra ahí mismo, junto al río”. AEs que no sabéis: esa es la venta de la Manuela”. Entonces contestaron los marchantes y dijeron: AEsa venta, a partir de ahora mismo no tiene más nombre que el que nosotros le hemos puesto: Venta de la Golondrina”.

Y aquellas personas del cortijo del Miguel Barba, le contestaron a los marchantes y le dijeron: APues quedáis advertidos: esa mujer tiene muy mal genio. Cuando se entere que vosotros le habéis puesto ese nombre a su venta, ya veréis lo que pasará”. Contestaron los marchantes y dijeron: APues se enfade o no se enfade, esa mujer ha de ser la golondrina hasta que se muera. Y sus hijos los golondrinos. Y esto lo decimos así, porque mujer más trabajadora y valiente, no la hemos visto en la vida. Mientras nos ha estado haciendo las gachas migas, ha navegado más que una golondrina volando. No se ha parado ni en el cielo ni en la tierra”.

Cuando bajaron de ese cortijo, lo primero que hicieron fue venir a mi venta a decirme que ya tenía nombre. Les pregunté y cuando me dijeron que me habían bautizado con el nombre de ALa Golondrina”, les eché unas miradas que me los quería comer allí mismo. Les dije todo lo bonito y feo que se le puede decir a una persona. Y como ya no podía más, me tiré por el suelo y me moría llorando. Cogí una irritación que ni por la noche dormía.

Pues como lo fueron contando por todos sitios, aquello se cundió y ya no había manera de pararlo. Los pastores, los esquiladores, los marchantes, los serranos, todos empezaron a decirme la golondrina y aquello ya no había ser humano en la tierra que me lo quitara. Yo venga llorar y mi Pedro me decía: A¡Anda y déjalos tranquilos! ¿Por que te hayan puesto ese nombre lloras?” ASi es que ese es un pájaro no me gusta a mí”. APero mujer si es el ave más bonica que existe”. Yo empeñá en que no pero ya aquello se corrió y desde aquel día hasta hoy, soy la golondrina de las riberas del río Guadalquivir.

Hoy, ya tantos años después, me da alegría. Todo el mundo me sigue diciendo que es muy bonico ese nombre. Ahora hasta les tengo cariño a estos pajarillos negros porque aquí, en los tejados de mi venta, han hecho sus nidos muchas veces. Ya estoy convencida de que es un pájaro realmente bonico. Así que ¿qué te parece?
- Que la historia no puede ser más sencilla y al mismo tiempo hermosa.
- Después ya levanté mi venta.

HUEVOS PASADOS POR AGUA
- Y a parte de aquellas gachas migas con las que tú obsequiaste a los marchantes que dieron nombre a tu venta y que seguro fue la primera comida que diste en ella ¿cual fue el siguiente buen banquete que diste aquí?
- La de los huevos pasados por agua.
- ¿Qué ocurrió?

- Eran también los marchantes que otro día volvieron por aquí. Una noche estaban todos junto a la lumbre. A uno de ellos le gustaba mucho los huevos. Siempre que venían por aquí, a parte de las gachas migas, lo que más pedían para comer, eran huevos. Era para cenar porque se hacía de noche. No me decían Manuela, siempre Golondrina. Uno de ellos dice: A¿Golondrina, Por qué no me pasas un par de huevos por agua? Ya sabes que a mí no me gustan de otra manera” Digo: APues vaya, eso ahora mismo está hecho”.

¡Mira! Les pongo la mesa, con su pan y lo que pusiera allí. Y cojo mis dos huevos que los acababan de poner las gallinas aquel día. Fui a la fuente y los lavé muy bien. Se los pongo en su plato y le digo: AAquí tiene usted sus huevos pasados por agua”. Cuando estaban comiéndose ellos sus choricillos tan agusto, van y cascan uno de los huevos, de postre. Cuando cascan el huevo en el plato y cae crudo, aquello fue de asombro. Me llaman y me dicen: APero Golondrina ¿qué has hecho?” APues leche, lo que me habéis mandado. Yo soy muy obediente. Cuando me mandáis una cosa es que la hago completa. ¿Qué me has dicho?” APues que me trajeras unos huevos pasados por agua”. Digo: A¿Pues que he hecho? He ido a la fuente, los he lavado muy bien y os los he traído fresquitos recién pasados por agua”. APero Golondrina, que así no se hacen los huevos pasados por agua. ¡Valiente ventera que vamos a tener nosotros junto a este río!”

Pero pasado el tiempo, cuando yo fui siendo más experta en todos los temas de la venta, se la pegaba a ellos. Siempre he sido durilla y valiente. Los arrieros son muy listos, no creas tú pero yo le sacaba el dinero, sin aprovecharme nunca, porque lo necesitaba para criar mis hijos y para ir agrandando mi casa. Buena y luchadora si he sido siempre con todo el mundo pero tonta, jamás. Por eso algunos me decían que: ANo eres la mejor pero como tú no hay otra”.

Mira, venían los arrieros y en mi venta yo no dejaba que se chispara ni uno. Ahí un poco más arriba, una mujer mayor que le decían la Atía remendá”, tenía un puestecillo. La tía María, se llamaba la pobretica y eso era más buena que un trocico de pan. Me decía: ATú hija mía, cuando veas que se están chispando, le echas agua en el vino. Verás como se van tan contentos y no se chispa ninguno”. Y yo me reía de lo que me decía la abuela, porque me quería muchísimo. Pero aquellos consejos me dieron sus resultados, no creas. De vez en cuando le echaba mi agua al vinillo pero eso sí: siempre fue para ayudarles a ellos y no por ganar dinero yo. Aprovecharme de la gente yo nunca he sido capaz.

¡Ay madre mía de mi alma! Qué gracia tuvo aquella primera comida mía en esta venta. ¡Y lo que me han querido, siempre aquellos marchantes! A partir de ellos, mi venta fue levantando vuelo poco a poco y eso sí: sin perder nunca mi acento, mi gracia y mi identidad serrana.

LAS OTRAS VENTAS
- ¿Qué otras ventas había por aquí entonces?
- Mira que te diga: si es que lo que me pasa que fui la primera ventera. Si es que no había ninguna.
- ¿Y la de La Pascuala?
- La de La Pascuala estaba hecha pero no era venta. Era un cortijillo que había ahí donde vivía la abuela Pascuala y los hijos que tenía. Pero ahí ni venta ni leche, si eso era de teja vana, bien sabes, que no había revoltones ni nada. Con tablas y todo tejado llano y una chimenea para meterse todos en el rincón. Lo que pasa es que tenían mucha anchura y como entonces venían por aquí tantos arrieros, pues se paraban ahí con los burros. Los hijos pusieron un poco de vino y aguardiente y así de esta manera también recogían alguna basura de los burros para las tierras de los hortales. Creo que ellos ni daban comida ni nada.

- ¿Y la del Vaquillo?
- Esa ha sido también una venta pero sin carretera ni nada. Un camino. La hicieron mucho después que yo. Esa venta que hay al lado de la carretera, hay otra más arriba alrededor de la fuenterraca esa que baja, unos llanos que hay allí, mi padre los ha cultivado toda la vida. Pues allí era la Venta de la Rogelia pero era para arriba. La Venta el Vaquillo que le decían también de la tía Rogelia, porque la abuela se llamaba así. Lo del Vaquillo fue por una vaca que un día se escapó y ocurrió por el rincón una aventura que yo no sé contarte. Aquello tuvo una historia.
- ¿Y quedaba por donde ahora se encuentra Mirasierra?
- Por encima. Al lado de arriba, cerca de la fuente que baja.

- ¿Y la otra venta que se llamaba de Juan Ardid?
- Aquella que hay arriba. Por la Ericas cerca de la orilla del camino. Unos viejos que había allí como yo cuando hice aquí la mía. Eso es que ahora lo han comprado y le han puesto todo el rumbo que han querido pero aquello era una ventilla pues igual que la mía. No tenía ni carretera ni nada. Camino real para ir a Cazorla. Ellos vendían su vino, su aguardientillo, sus copillas de cosillas. Fue también después de la mía. Aquello le decían la Venta de Juan Ardid pero allí no vendía casi de nada. El hombre aquel que se quedó allí, el tío Juan Ardid, pues eso: vendía una copilla de aguardiente y otra de vino.

Pero yo, es que he sido la primera ventera de verdad tanto en antigüedad como en vender cosas.
- ¿Seguro que nadie podrá decirnos luego, que tú no has sido la primera ventera en este valle del Guadalquivir?
- ¡Seguro que nadie! Yo he sido la primera. Por antigüedad, por negocio de venta, por arrieros, por recoveros, por estraperlistas, civiles... todo el mundo serrano ha pasado por mi venta. Aquí todos eran hermanos y todos se han sentido como en su casa. Desde que me casé, luchando siempre como un buen serrano lucha por su sierra para que ésta le dé las cuatro pesetas que se necesita para ir tirando en la vida.
Su hijo Manolo, que está sentando junto a nosotros, interviene en la conversación y afirma:
- Lo que te dice mi madre es verdad: La primera venta de todas por este valle, fue la de La Golondrina. Convéncete de esa realidad.
- ¿Y la venta de Hilario?
- Esa ya no existe. Estuvo donde ahora se encuentra el hotel Mirasierra pero Hilario ya murió. Lo de Hilario se perdió para siempre, con lo bonito y la solera serrana que tenía y le pusieron, lo que le digan ahora.

- Total que la primera, fue la Golondrina
- ¡Así es! La segunda, podríamos decir, La Pascuala ¿Y la tercera?
- La de Hilario y luego la de Juan Ardí y la del Vaquillo.
- ¿Y ya no había más ventas en todo este río?
- De aquí para La Aldea ya no había más. La Venta de Luis, eso no tenía venta ni nada, Aurelio.
- ¿Dónde estaba la de Aurelio?
- La que hay por debajo de La Pascuala. Hay tenían una arrobilla de vino y cuando se les terminaban, ya no tenían de nada. Para que te queden claro, las tres fundamentales eran: la de la Cruz, que era la de Hilario, esta de la Golondrina y la de La Pascuala. Los que más chiste hemos tenido de siempre éramos los de la carretera pero eso no quiere decir que los otros no tuvieran su importancia. La tenían y eran buenas personas todos ellos y llenos de dignidad, amor y lucha por sus cosas, su tierra y su gente. Con todos me llevo bien y a todos los quiero y los respeto.

CAMINO Y CARRETERA
- Y lo de la carretera ¿cómo fue?
- Un día estaba yo por aquí detrás y vi a unos hombres que venían midiendo tierras con unas cuerdas. Claro, yo había levantado mi casa con la puerta mirando al camino real que pasaba justo por donde ahora va la carretera. Pero entonces no había carretera sino camino. De las piedras de todos estos ríos, a un lado y otro del camino, había muchas paratas. Sin embargo, yo vi que aquellos hombres de las cuerdas coloradas, se saltaban las paratas y se fueron por ahí detrás. Primero se pusieron ahí y luego se quitaron. Se tiraron por detrás, entre mi venta y el río y arrearon por medio del llano al salir a la casa del guarda donde engancharon otra vez con el camino. Yo me dije: A¿Qué vendrá haciendo la gente esta?” Entonces yo, como nunca he sido tonta, fui y me acerqué.

Los saludé y les dije: AMiren, por favor, quiero enterarme a ver que van haciendo ustedes con los ramales estos por aquí midiendo. ¿No será esto la carretera?” Dicen: APues eso es. Usted lo ha acertado. Estamos delineando la nueva carretera”. Entonces los miré muy seria y les pregunté: A¿Y ustedes qué piensa hacer conmigo?” A¡Mujer, pues darte vida!” A¿Me van a dar vida echando la carretera por detrás de mi casa y dejando la puerta frente al monte y sin camino? Lo que me van a dar es un disgusto gordo y después la muerte”. APero muchacha ¿qué formas son estas?” ALas formas son las de ustedes. ¿No ven que todas las ventanas, la puerta y la fachada de mi casucha, levantada con sudor e ilusión, miran al camino?”

Entonces no teníamos casi nada. Sólo una habitación y arriba una especie de camarote lleno de copos para los burros. Ni siquiera tenías revoltones, que ya sabes que así es como siempre en la sierra le hemos llamado a los colchones. Sí hacía poco que había principiado. APero entonces mucha ¿qué quieres que hagamos?” Me dijeron aquellos hombres de las cuerdas coloradas. A¿No comprenden que siendo el terreno mío y yendo el camino por arriba, lo que están haciendo sale mal?” Me miraron muy serios y me dijeron: A¿Por qué sale mal?” APrimero porque si hacen la carretera por donde están midiendo, da una curva grande y por el camino de ahora, iría recta y segundo porque me van a extraviar para toda la vida”. Y al terminar de pronunciar estas palabras, me eché a llorar. Al verme con aquella aflicción se acercaron y dijeron: AMuchacha, no llores. Paramos las obras ahora mismo y hablamos haber si lo podemos arreglar. ¿Cuál es tu idea?” APues mi idea es que si ustedes hacen caso a lo que les estoy diciendo, me harán un gran beneficio y por el cambio, ustedes no van a tener ningún prejuicio. Más bien van a llevar ganancias. Venga conmigo y vean lo que tengo”.

Ya te digo: era una casucha de adobes, un cuartucho y para protegernos del rocío en el techo había puesto unas mantas porque todavía no tenía ni tejas. AYa ven usted, todo lo tenemos en jerga, levantándolo poco a poco con mil esfuerzos y sudores. Si ahora trazan la carretera por allí, mis años de lucha levantando estas cuatro paredes ¿para qué me han servido? Y yo no tengo dinero para comenzar otra vez de nuevo y levantar la venta por donde ustedes están trazando la carretera. ¿Qué piensan ustedes?” A¿Que qué pensamos? Ahora mismo lo vas a ver”.

De momento, el muchacho mayor le dijo al más joven: ATira de los ramales esos y vente aquí y a ver lo que quiere la mujer”. Se vinieron para arriba y junto a ellos me puse yo diciéndoles: APóngase usted ahí y que el otro muchacho se vaya allá arriba. Tiren la cuerda por aquí, que la tierra es mía y sin miedo tracen la carretera por el mismo sitio del camino”. Se me quedó mirando y me dijo: ALe vamos a hacer este favor porque, además, nos demuestra que hemos sido más torpes que usted”. Claro, no me quisieron decir que llevaban mala idea. Pasaron por ahí, clavaron los estacones esos que llevaba y se vino para acá uno y me dice: A¿Qué está usted contenta ahora?” Le digo: ASí señor, que estoy contenta porque han hecho ustedes una buena obra de caridad”. Me contestó y me dijo: A¡Es usted muy lista”. Digo: ABueno, vamos a echar un trinque de vino y vamos a callar que ya está todo apañado”.

Aquellos cuatro muchachos de las cintas, pasaron a mi venta, saqué un litro de vino, en el planto les piqué un par de choricillos que tenía colgados, se comieron sus aperitivos, se bebieron su vino, se fueron tan contentos y me dejaron mi carretera por ahí. Cuando se despedían les dije: AAquí tienen ustedes una venta para lo que se le ofrezca el día que tengan necesidad” ¿Qué te parece?
- Pues que fue un acierto estupendo.
- La salvación de mi venta.

TODOS A LA GOLONDRINA
He penado muchísimo pero la gente siempre me ha favorecido. He sido buena para todo el mundo y eso parece que el Señor me lo ha ido premiando. En la venta esa de arriba que es de mi cuñado, no se paraba ni un arriero y, sin embargo, aquí sí venían todos. No cabían los burros aquí y dormían apretados todos pero no se paraban en las otras ventas. Todos venía a parar a la Venta de la Golondrina.
- ¿Y eso por qué?
- Yo era muy plamplinera, muy churretera, para todo el que ha pasado por aquí. Recuerdo yo que aquellos arrieros venían chorreando y en cuanto se paraban aquí lo primero que hacía era echar una gran lumbre. AVengan se quiten las chaquetas. Si no hay nadie. Anda y ponerlas aquí en la silla. Ya veréis como dentro de una hora las tenéis enjuta y por la mañana no Asos” las tenéis que poner chorreando. Si ahora no se va a calentar nadie. Y el que venga, como no está mojado, le digo yo que les estoy enjugado las blusas y ya está”. Todo eso.
- Claro y el sentirse tratados con tantos detalles a la gente les gustaba.

- Así he sido yo siempre. Desde el primer momento mi venta tuvo éxito. Y fíjate, nada más empezar a poner adobes, ya tenía marchantes, arrieros, recoveros, estraperlistas y todo el que pasaba por aquí. Se dejaban las otras ventas y aquí se venían. Yo no les cobraba nada por acostarse ni los demonios. Ellos le echaban su pienso a los burros, me dejaban la basura, estiércol para criar ahí cuatro pimiento y un bancal de tomates. Recogía una cuadra de basura y allí mi cuñado no tenía a nadie. Se bajaban todos aquí aunque se helaran de frío. Se fumaban sus cigarros, contaban de su vida y nadie se metía con ellos.

- ¿A los estraperlistas también les dabas posada?
- ¡Los pobretico! Yo les salvaba la vida a todos. Venían al estraperlo. El trigo, el aceite y el tabaco verde se lo llevaban de aquí. En tiempo de contrabando aquel se lo llevaban todo de aquí y luego lo vendían en otros sitios. Pero ellos también traían cosas de por ahí. Pero yo, como no me metía con ellos sino que les ayudaba, siempre venía a refugiarse a mi venta.

Como los pobreticos siempre tenían que estar con cuatro ojos para que no los cogieran los civiles, en mi casa se encontraban seguros. Los civiles llegaban por la mañana temprano y muchas veces dormían aquí. Siempre los hinchaba de comer y no les cobraba nada. Muchas veces dormían aquí y me lo decían, que la mía era la venta que más les gustaba. Y se estaban a la expectativa.

Los arrieros llegaban a las once o a las doce caían los pobreticos de la campiña. Yo siempre también los acogía. Cuando llegaban, como era en el mes de agosto, les echaba las cabeceras ahí. Aquí mismo en la puerta, en el cantón este. Entonces esto estaba así liso. Como hacía calor les gustaba a ellos de dormir en el campo. Los burros los ataban en unos pinos que teníamos ahí abajo. Y yo se lo decía: ACualquier día los civiles os pillan aquí”. A¡Qué va! Aquí no vienen los civiles tanto”. Me decían siempre ellos. A¡Ya veréis como os pillan algún día!”

Pues recuerdo que una mañana, estaba yo por la puerta de mi casa y siento el tilín de los cascabelillos que los burros llevaban puestos en el cuello. Eso, aunque es chico, suena mucho. Siento el cascabel del burro. ¡Mira! Y los civiles durmiendo ahí tumbados en la sombra de la noguera que pillaba todo eso. Salgo nerviosa y les digo: A¡Ay! Miren ustedes por favol, etesen quietos aquí y no se levanten que me se ha soltao la gorrina grande y la tengo en las huelgas esas de arriba y me está Aerribando” to el panizo”. Dicen: ATú vete tranquila, que aquí no pasa nada. Nosotros estamos acostado y todo lo tenemos controlado”.

Arranco a correr carretera arriba y de seguida veo el burro de los cascabeles. Conforme iba corriendo me pongo así, con la mano en la frente que era la señal que ya había convenido para avisarles de la presencia de los civiles, y con la otra les decía que se pararan. AQue están aquí acostados”. El hombre, de seguida paró el burro, cogió el cascabel, lo tapó con hierbajos, dieron media vuelta y cruzando por ahí, por Coto Ríos, se fueron por esos montes con dirección a Santiago de la Espada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

He disfrutado con la lectura. Quizá nos conozcamos. Mi nombre es Juan Ruiz y vivo en Cazorla. Te dejo mi correo, quisiera contactar contigo si es posible. Un saludo y enhorabuena por esos textos tan frescos. Juan.

juanruiz@arrakis.es