Entorno a Segura de la Sierra - 1
DESDE SILES A SEGURA DE LA SIERRA
Las páginas que siguen a continuación son el resultado de un proyecto que realizo casi diez años después de haberlo soñado. En el verano del 2001 estuve unos días en el precioso pueblo de Segura de la Sierra y ello me dio la oportunidad de recorrer despacio y saborear a fondo los hermosísimos paisajes que conforman el río Madera, afluente del Segura en su tramo alto y parte del río Segura, también en su tramo alto. El más hermoso de todos los ríos del Parque Natural de las sierras de Cazorla, Segura y las Villas. El más limpio y dulce río del mundo entero y por eso yo lo tengo bautizado con el nombre de “río diamantino”. Por donde este río tiene su fuente primera mi corazón tiene su paraíso particular. Unas vivencias estremecedoramente bellas. Bajo en sol y en el Planeta Tierra no hay rincón más hermoso ni consuelo más grande para el alma que llevo en mi cuerpo. Lo que sigue a continuación es el resultado de un latido muy íntimo y por eso primero ha sido sueño en mi espíritu, deseo de libertad y amor purísimo y hondo como el azul del cielo que siempre cubre a estas sierras. Para mi gozo particular, en agradecimiento al Dios que me ha dado la vida y en homenaje a personas muy queridas, las páginas que siguen a continuación.
En la soledad más absoluta,
en un silencio hiriente,
dulce pero amargo, muy amargo
y esperando no sé qué
te escribo por entre los pinos
de tu país mágico
y el desconocido rincón
de mi cuarto,
en la tarde y en la mañana
de tu adiós callado.
Sólo me regalas ausencias,
un mudo llanto, un río de tristeza
que a sorbos lentos trago,
tres nubes blancas por el cielo
y todo lo demás roto, callado:
hasta Dios y la hierba verde
de tu país mágico.
Y sé que eres belleza
y por eso te amo
a mi modo, con mi sangre
y solitario.
Me digo y me repito que puede que un día vuelva todo aquello. Y en más de un momento, mientras vivo solo para llorar mi sueño roto, me digo y me repito que ya no va a volver nunca más nada de aquello. ¿Para qué tendría que volver? Porque también me digo que si volviera ¿para qué serviría? Ni siquiera a mí me haría bien y sé que mucho menos le haría bien a ningún otro ser humano bajo el sol que alumbra al Planeta Tierra. Sin embargo, por si algún día sirve de algo, para ti o para alguien, te digo que en mi corazón lo tengo guardado como lo más puro y bello que gustado en los días de mi vida. Se hizo eternidad en aquel momento y ahí permanece como si fuera un trozo de cielo que nunca debe morir.
Qué bonita es la sierra que te dio cuna y cuánto duele cuando como yo se tiene en ella tantas y tantas horas trabadas el los viejos senderos, por donde brotan las fuentes claras, a la sombra de los pinos y robles, frente a los horizontes azules observados desde las cumbres y por donde corre tu diamantino río. Que bonita es la sierra y cuanto la quiero aunque ni siquiera tú lo sepas.
En este momento, mientras intento dejar escrito lo que ven mis ojos siente mi corazón, suena una sencilla música que me va acompañando. Es una música compuesta, tocada y grabada en cede por mí. Desde y en la soledad del cuarto donde vivo. Es un intento más de comunicarme contigo y de decirte lo que nunca podré por más palabras que salieran de mi boca y dejara escritas. Pero es bella esta música sin nombre porque me salió del dolor que me muerde por dentro y la tristeza de tu ausencia. Lo siento y pido perdón por no saber hacer otra cosa mejor. Lo siento y pido perdón por no haber sabido, ni antes ni ahora, transmitirte la energía y vida que eres en mi alma. Lo siento y te pido perdón.
Qué bonita es la sierra y cuánto duele. Qué bonita es tu sierra. Al remontar la carretera, la misma de aquellos tiempos pero hoy ya mejor arreglada, con asfalto nuevo y más ancha, enseguida el pueblo al frente. Aplastado en la ladera, entre pinares, al sol de la media mañana y todo hermoso. Ahí están las huertas, las casas blancas, algunas todavía con el color de los ladrillos, el río amado que me atraviesa el alma, la nave, las ovejas, los tornajos, los álamos, el bosque de majuelos, el rumor de agua, tu perfume y el silencio de siempre. El terrible silencio que tanto me ha matado y dado vida a un mismo tiempo.
La carretera sube un poco, remonta al pueblo y de ella se aparta un tramo menor que se va río arriba. Por ahí me voy a meter para recorrer algunos de los mil rincones bonitos que por ahí tenemos. Los tengo yo soñados, pisados, llenos de la mejor belleza y la mejor aroma. El río con su vega de huertos a un lado y otro, sus álamos jugando con el suave viento, las chicharras arropándolos con sus cantos y el gran silencio de esta sierra tan amada por mí. La carretera que remonta al pueblo. Dios mío cuánta belleza por aquí. La higuera de la curva donde nos paramos tantas veces a coger higos hoy no está. La busco con mis ojos y no la veo. Cuanto arreglaron esta carretera, la quitarle la curva, se la llevaron por delante. ¿Te acuerdas de aquel verano, del siguiente y de los siguientes? Seguro que tienes que acordarte porque tus juegos por aquí fueron muchos, tu sonrisa y el gozo por la vida y el momento. Fueron muchos y todos muy bellos. Todos impregnados de una fuerza y vida que se escapaban al tiempo y a la belleza de estos paisajes. ¿Te acuerdas? ¿Quién me iba a decir a mí que después de tantos años, tantas heridas en el alma, tantas batallas perdidas, tantos sueños rotos y tantas veredas recorridas buscando un sorbo de agua fresca, iba a volver por aquí? ¿Quién me iba a decir a mí que este verano, sin nombre, más árido que nunca en mi espíritu y en la soledad más grande iba a volver por aquí?
Me paro en la curva de la higuera donde, en aquellos veranos, tantas veces cogimos higos maduros y miro despacio. Y no está, la higuera no está. Para arreglar la carretera rompieron el pequeño cerrillo por donde corrías tras tus juegos, se llevaron por delante a la higuera y a todas las plantas que por aquí crecían. Varios pinos, algunas carrascas, retamas y el cerrillo de tus juegos en aquellas tardes de verano. Me duele la soledad que traigo en mi alma y me duele lo que mis ojos ven por aquí y por allí. ¡Qué rara ha sido mi vida a mi paso por este mundo! Se me va acabando y por eso siento con más intensidad lo extrañamente rara que ha sido mi vida a mi paso por esta tierra. Te voy viendo, en ausencia, en cada puñado de tierra, cada metro de la carretera, cada recodo del río, cada sombra de álamos, pinos y encinas y en la silueta de las montañas que me rebosan por los lados. Te voy viendo y no estás. Sólo estuviste en aquellos días y aunque eras real y muy bella, fuiste como un sueño dulcísimo y suave que se tragó el mismo viento que en cada momento por aquí nos abrazaba.
La carretera remonta recta para el pueblo y por la derecha se aparta la que voy a tomar. La que lleva a donde el río se remansa, crecen los romeros, saltan las ardillas y por la sombra de los pinos aun revolotean tus juegos y sonrisas. Un poco antes de la piscina natural donde la gente se baña y te bañaste tantas veces me encuentro el camping. Lo construyeron al año siguiente de irte de mi vida. Por eso no tengo en él ni recuerdos ni añoranzas tuyas. Lo siento y me duele porque en el fondo es igual. Por esta estrecha carretera que sigue igual pasaste y pasamos muchas veces y por eso saben a tanto a ti. Mientras avanzo lento por esta estrecha carretera de asfalto rugoso me voy encontrando con las huertas. Por la derecha y entre la carretera y el río siguen las huertas y como en aquellos veranos repletas de tomates, pimientos, lechugas, cebollas y las acequias por donde llega el agua que riega las tierras. Todo igual. Como si lo de aquellos días fuera hoy mismo. ¡Cómo pasa el tiempo y como silenciosamente va tiñendo de gris lo que ayer fue azul, alegre y bello!
No puedo apartar de mis oídos el canto de las chicharras que en estos momentos desgranan sus conciertos por entre estos pinos y álamos y aunque todo es en otro tiempo y otro verano suenan con las mismas notas de aquel verano. El perfume que mana de los romeros, la mejorana y los espliegos es el mismo y sabe a muerte. Sabe a ti y por eso acentúa el amargor de tu ausencia y la belleza de lo perdido. Qué normal sigue siendo todo lo que por aquí mis ojos van redes cubriendo. La misma normalidad que encontraba por aquellos días en la gente que por aquí vi y es la aceptada por la gran sociedad. Y sin embargo sigo creyendo que el más rica y hermoso de todos los estados del ser humano es la LOCURA. Sólo este estado permite sentir y percibir sensaciones y realidades que de ningún otro modo es posible gustar. La paz, la tranquilidad y el equilibrio no llevan nunca a la locura. La pasión que siempre ardió en mi alma, en aquellos veranos y en este de hoy, me llevaron a sentir y gustar el sabor de la vida y de la muerte. Por eso ahora lloro mientras recorro la estrecha carretera que lleva al rincón de los pinos y a la piscina remansada. Suenan las notas del piano que tocaba el otro día. Es un tema que me salió de pronto y lo grabé en una cinta. Ahora, mientras voy recorriendo los rincones que pisé en aquellos veranos en que estabas, voy gozando de la belleza de estas notas. Me ayudan a que el dolor sea más dolor y la soledad más densa. Nunca oíste esta música porque ha nacido no hace mucho. Por eso no la conoces ni tengo esperanza que la conozca nunca. Es una música única, mía, salida de mi alma, tocada y grabada por mí con la fuerza de tu añoranza y tu lejanía y por eso me ayuda en estos momentos. A sentirme más triste y a sentirte más lejos y ausencia.
Cruzo el viejo control. Donde ya en aquellos días no controlaban nada y aún sigue igual. Pero aquí sigue la vieja construcción, los postes que cortaban el paso, los pinos y el asfalto de la carretera. Rozo las rocas que escoltan a un lado y otro y antes mis ojos ya tengo las aguas azul diamante en la piscina remansada en el río. La que primero fue un charco, luego una balsa natural y más tarde una piscina artificial para que las personas se bañen en ella. Lo hiciste muchas veces en aquellos años de tu gran belleza porque eras inocente como las flores de la primavera en estas sierras. Mis ojos te vieron y aunque era cierto que estabas y eras tú nunca llegué a creérmelo. Tan bello me resultaba a mi alma y a los sueños de mi corazón que nunca llegué a creérmelo aunque podía tocarte y sentir los latidos de tu corazón.
En aquellas misteriosa y hondas tardes de verano nunca podía creerme que fuera cierto tu presencia surcando las aguas de este delicado charco. Tampoco me lo cría cuando ya la tarde caía y la sombra de la noche me arropaba con tu recuerdo en mi mente. Una vez y otra soñaba, saboreaba los juegos que por la tarde habías jugado y aunque daba gracias al cielo jamás me convencía de que aquella realidad me estuviera pasando a mí. Pero era cierto y por eso ya en aquellos momentos mi dolor era tan grande o más a como lo es hoy. Sabía que el tiempo me lo arrancaría y solo pensarlo se me llenaba el alma de angustia. Y el tiempo me lo arrancó. El tiempo te alejó de mi, te borró de mi mente, de mi corazón, de la sangre de mis venas y aunque grité como el loco más loco que nunca haya existido nada cambió. Nadie lo supo, nadie me echó una mano, nadie me ayudó ni me regaló un sorbo de agua para calmar un poco el dolor que me mataba en vivo. Tampoco tú. Y mi amor era sincero. Yo que lo conozco porque se hizo muerte y vida en el corazón que aun me late en el pecho digo que fue el amor más sincero y grande que nunca jamás nadie haya experimentado bajo el sol. Pero te fuiste, te alejaste llevándote la vida, el perfume de estas sierras, mis ríos de sueños y los latidos de las primaveras que por aquí me abrazan y me quedé con mi dolor. Por aquí paso hoy y sigo con mi dolor. Más grande, extraño y ácido que nunca porque ahora ya ni siquiera puedo venir, de vez en cuando, por estos rincones. Aunque ni estés ni vuelvas nunca más yo ahora ya ni siquiera puedo venir por estas sierras a llorar mi dolor mientras se me remueven los recuerdos. Ahora soy un desterrado en una ciudad que muchos llaman hermosa pero que está lejos de aquí y allí sigo muriendo. Muriendo más triste aún que cuando estabas y mis ojos podía verte y más triste que en estos mismos momentos. En aquella tierra extranjera y ácida para mí me muero entre cuatro paredes, frente a unos árboles que ni me conocen ni conozco y contemplando un trozo de cielo que ni es azul ni tiene belleza. Lo siento y lloro mi dolor y por eso como tantas veces ni doy gracias al cielo ni le pido nada. Sé que todo me viene de él y todo se me regala para mi dicha pero como a tontos otros en este mundo me siento desgraciado, muy desgraciado e injustamente tratado. Tanto he amado y creo que desde lo más limpio que no merezco la cárcel y la angustia que día tras día estoy viviendo. No doy gracias al cielo ni pido nada porque aunque todo sea digno y todo sea hermoso se me está obligando a vivir una vida que no es la que me pertenece según el alma y el corazón que llevo en mi cuerpo. Lo siento.
Rozo las aguas de este azul charco que ni siquiera me conoce aunque tanto me duela y sigo. Sigo sin poder seguir porque hasta mis oídos llega el rumor del agua en forma de chapoteos y juegos tuyos. No quisiera oír, no quisiera oler, no quisiera sentir pero sucede todo ello y con una fuerza que me tortura. Miro y descubro que las aguas son azules verdes, transparentes y claras. Como en aquellos días y también como en aquellos días juegan los niños y las personas mayores se lo pasan bien jugando con ellos. Los coches se amontonan bajo los pinos, junto a las mesas se apiñan las personas frente a los vasos llenos de cerveza y los chorizos recién asados. Cantan las chicharras y el sol quema. Hace calor. Tonto o más como en aquellos días.
Mientras voy pasando y me muero a chorros también como en aquellos días me digo que tampoco hoy tiene sentido mi presencia por aquí. No tiene sentido y por eso me digo que es absurdo el que haya vuelto. Es absurdo que haya vuelto y pasa por este rincón tan solitario como en aquellos días y con el mismo amargor. La sombra de los pinos me acaricia levemente para que el sol me queme un poco menos y mis ojos se fijan en el mural de azulejos que tantas veces vi. Es el mural que levantaron para dibujar en él un breve mapa con los puntos y caminos más importantes que rodean a este rincón. Siempre me resultó simple este panel y me lo sigue resultando pero es indudable que tiene su utilidad. Para los que por aquí vienen por primera vez este sencillo mapa seguro que les sirve. Todo sigue en su monotonía, en su silencio.
Son ya las doce y media de la mañana. Cae el sol y calienta con fuerza. Desde aquí para adelante en la dirección que llevo, barranco arriba la sombra de los pinos va arropando delicadamente. La carretera sigue con su mismo asfalto. Desde aquellos días a pesar de haber pasado tantos años no la han arreglado. ¿Para qué quieren arreglarla? A mí desde luego no me sirve para nada pero a los que son de por aquí, a los que viven en estos pueblos les vendría muy bien. Cuando termine de hacer la breve visita que en estos momentos estoy realizando será mi final total. Nunca más volveré a venir ni a pasar por aquí. Ahora sí que ya será nunca más. Por eso digo que no me sirve para nada o en el fondo me da igual que arreglen esta carretera o hagan cualquier otra cosa. Pero ya lo he dicho: creo que las personas que viven en este pueblo y en los otros que conozco tienen derecho a una carretera mejor y a otras muchas cosas.
Avanzo y mis ojos van recorriendo los paisajes, los rincones, los barrancos, los caminos... Por todos estos sitios estás. No como yo quisiera y necesito pero estás. Eres esencia viva y por eso te palpo, me dueles y me das las vida. Dios mío qué extraño es lo que en esta vida me está tocando beber. Por todos estos sitios estás. En aquellas tardes de primavera, en las mañanas del otoño gris, en las horas de los inviernos repletos de nieve, escarchas, hielos colgando en las cascadas y charcos helados. Por todos estos sitios estás y ni pude beber en aquellos tan bellos momentos ni ahora ni nunca. Nunca podré beberte ni tocarte ni saciarme de ti según me grita la sangre que me da vida.
Cuando el frío, junto a las lumbres que encendimos una vez y otra al borde de los arroyos y cerca de las fuentes. Cuando asábamos las castañas en las brasas de estas lumbres mientras tus juegos y mis juegos llenaban las horas de dicha y luz. ¿Te acuerdas de aquellos chorizos crujiendo sobre las ascuas de las lumbres? ¿De aquellos bocadillos cuando ya el chorizo estaba bien asado y entre aquellos trozos de pan recién amasado? ¿Te acuerdas de aquella ardilla saltando por las ramas de los pinos a cinco metros de donde jugábamos? Tantos días han pasado y tantas cosas nuevas fueron trayéndote cada uno de estos días que seguro ya no te acuerdas de nada de aquello. En el fondo me da igual. Ni gano ni pierdo si recuerdas o has olvidado pero en el fondo no me da igual. Yo salí perdiendo y mucho y desde entonces y hasta final de mis días y puede que toda la eternidad esté añorando la belleza que se me murió a pesar de haberla amado y abrazado tan fuertemente en mi corazón.
En este punto la carretera se empieza a separar del río que va quedando por la izquierda. La carretera se pega al arroyo y unas veces por la derecha y otras por la izquierda sube por el amplio barranco y la espesura de los pinos. A cada metro que recorro me digo las emociones saltan en mi mente. Me sé de memoria esta carretera. Cada curva, cada bache, cada trozo de cuneta, cada pino clavado a los lados… todo me lo sé de memoria y eso que parecía que ni siquiera prestaba atención cuando la recorría en aquellos días. A cada metro que recorro las emociones me brincan en la sangre y en la mente y para auto ayudarme, como tantas veces en esta vida mía, me digo que recorro esta carretera libremente. Solo por el placer, aunque se me vaya convirtiendo en dolor, de revivir las emociones de aquellos días y de sentir la angustia de mi honda soledad.
¿Dónde estás en estos precisos momentos? ¿Qué tienes en tus manos que le hayas arrancado a la vida? ¿Qué casa te cobija, por qué calle vas, qué aire te besa y qué ilusión llena los pliegues de tu alma? También digo en que en el fondo me da igual. Que hagas o seas en estos momentos esto o aquello en el fondo me da igual. Nunca pude gozar ni siquiera de aquello que rozaste y menos de aquello que amaste. ¿Por qué me torturo ahora pensando en lo que es sólo puro sueño en mi mente? Y vuelvo a repetirlo: los sentimientos y realidad que en estos momentos atravieso sé que será para siempre. Para siempre ya.
Por la derecha se me presenta la fuente donde bebimos tantas veces. Entre pinos y álamos se me presenta la fuente y ni siquiera me paro. La miro sin detenerme demasiado y compruebo que por su caño de hierro hoy no corre el limpio caño de agua. Enseguida intuyo que se la han quitado un poco más arriba. Un poco más arriba está el camping que por aquellos días construían. El agua que debería salir por el tubo de hierro que hace de caño en esta fuente la han cogido para las necesidades del camping. Indiferente me digo que también me da igual. Las cosas de por aquí, aun siendo tan importantes en este trozo de vida que me está tocando vivir, me dejan indiferentes. Me da igual que le hayan quitado el agua a esta preciosa fuente donde tantas veces bebimos y por eso tanto sabe de nosotros. Me coge tan lejos y es tan extraña a las realidades del dolor de mi vida que me da igual aunque me duela mucho. Todo lo que voy viendo y recorriendo me duele mucho pero me da igual porque no tengo otra alternativa.
Unos metros más delante de la fuente la carretera se empina ladera arriba. La pendiente por aquí es mucha porque por los lados rebosan grandes montañas. Paso ahora por el sitio donde están los tornajos. Los que pusieron cuando jugábamos aquella tarde casi acurrucados a las llamas de la gran lumbre. Tiene su nombre este rincón y bien que me lo sé pero ¿para qué quiero decirlo? Pero por si algún día alguien lee estas líneas y desea enterarse diré que este rincón se llama Peña del Olivar. En un sentido amplio a todo este rincón y desde la piscina remansada para arriba se le conoce por la Peña del Olivar. Al menos esto es lo que por aquellos días aprendí y todavía recuerdo.
En los tornajos que me van quedando por la derecha y el lado de abajo, entre el arroyo y la carretera, se extiende la llanura de los olivos. Cerca la cascada de la acequia y los pinos de bello porte. En aquellas tardes, más de mil y todas deliciosamente bellas, junto a estos tornajos estuvimos comiendo los bocadillos de chorizo, las castañas asadas en la lumbre de la llanura y jugando los juegos de la ilusión más limpia. En aquellas tardes, al principio, todavía no estaban los tornajos. Sólo había una pequeña fuente con su chorrillo limpio y la música del agua cayendo de este chorrillo. Luego construyeron estos tornajos y aunque nos extrañó un poco enseguida nos acostumbramos a su presencia. Todavía siguen aquí y sólo Dios sabe hasta cuándo.
Por el carril de tierra que desde esta carretera se aparta para los tornajos suben dos burros muy viejos y famélicos. Sobre sus lomos dos ancianos sentados que ni siquiera me miran al pasar. Sus caras están arrugadas, tostadas por el sol y resecas. ¿De dónde vienen y quienes son? Ni me conocen ni los conozco. Por la derecha y remontado en todo lo alto de la cumbre me va quedado la Piedra de los Agujeros. Un bonito peñón donde anidan las águilas y que siempre me llamó la atención pero que nunca toqué con mis manos. Por las cumbres de estas sierras nunca anduve. Por eso desde aquellos días me siguen pareciendo misteriosas, lejanas y llenas de secretos. Al fondo veo al pueblo sobre la ladera. Recostado como en aquellos días y sumido en sus sueños también para mí misteriosos. Por aquellos días y hoy también envidiaba y sigo envidiando a las personas que viven en este pueblo. Siempre los sentí mejores que yo. Igual me ha pasado con todos los habitantes tanto de los pueblos como de los cortijos de estas sierras. Todos sois mejores que yo y sin embargo ninguno ha llegado a ser amigo sincero mío. Por más que lo he querido y hasta lo he suplicado en más de una ocasión no logré la amistad sincera de nadie de estas sierras, de sus cortijos, de sus aldeas y de sus pueblos.
La otra fuente a la sombra de los pinos y esta sí tiene su chorrillo de agua. ¡Qué bonito es todo este rincón! Rozo ahora el recogido lugar por donde corría el arroyo y se despeñaba la cascada de aquellos juegos en las tardes y mañanas. Hay una acequia tallada en el tronco de un pico que cruzaba de un lado a otro de la cascada para conducir el agua a las tierras que debía regar. ¡Cuántas veces fuiste y viniste por este tronco de acequia! Te inventabas un juego y enredado entre sus brazos te ponías a hacer equilibrio por los bordes de la acequia tallada en este tronco de pino. Hoy no veo este tronco de pino. Estoy seguro que ya no está. Ha pasado tanto tiempo que no puede estar. Se tiene que haber podrido y seguro que la acequia también se ha roto. Ya no riega ninguna de las tierras que regó en aquellos tiempos porque estos rincones ahora son Parque Natural.
Más adelante del rincón de la cascada y también por la izquierda se aparta un ramal de carretera. Va al rincón del que por aquí llaman antiguo Seminario. Un edificio muy grande que construyeron en tiempos lejanos y que en los últimos años lo fueron adaptando hasta rematarlo en un lujo hotel. Por este ramal de pista me aparto y en unos metros ya estoy en los aparcamientos de este lujoso y amplio hotel. Dejo el coche junto a los otros coches lujosos que esta mañana hay aquí y mientras me dirijo a las puertas de este edificio miro y observo. Desde hace mucho tiempo me intrigó este rincón y el edificio que digo. Pero en aquellos días y los que siguieron no vine nunca por aquí. Era como si respetara algo muy privado y a la vez extraño. Al pasar hoy no he podido contenerme y aquí estoy.
Sé la historia no del edificio viejo sino la del hotel que de aquello construcción ha resultado. Una historia que se mezcla y enreda con las de otros edificios y hoteles dentro de este Parque Natural. Y las personas que protagonizan la leyenda de esta historia tienen mucho a sus espaldas. Una extraña fábula a la que dieron lugar ellos mismos y que ha dañado a muchas de las personas nativas de este Parque. No diré nada más porque creo que de mi parte no debo perder ni un minuto en los cuentos de estas personas. Me duelen porque no las encuentro correctas pero a mí no se me ha perdido nada en esto.
Entro al lujoso y nuevo hotel. Saludo y pido alguna información. Como me esperaba todo está enfocado para gente con mucho dinero. Dormir una noche aquí no está a mi alcance. No puedo yo gastarme el dinero que cuesta una habitación para una sola noche. Lo siento y doy las gracias. Salgo y me retiro. Observo que el edificio está levantado en un rincón muy bello. Quizá el rincón más bello de todas estas sierras. Le han construido amplios y buenos aparcamientos, campos de golf, piscina y hasta algunos espacios para que se lo pasen bien los niños. Han levantado un buen hotel y con mucho lujo en este rincón del Parque Natural.
Me pongo en marcha y por la misma carretera que he llegado regreso, al llegar a la que sube desde la Peña del olivar tuerzo para la izquierda y sigo remontando. A los parajes que ahora voy a recorrer siguiendo la carretera hasta la cumbre se le conocen con el nombre de la Umbría de los Talazos. Una extensa umbría tupida de pinares de la especie laricios que son los que tienen troncos recios, rectos y blancos. A pesar de aquellos “Talazos”, gran tala, quizás descontrolada y por eso a lo bruto, en la hermosísima umbría crecen ejemplares de pinos muy bellos. Por aquí la carretera asciende mucho más llana y va cortando la curva de nivel de los mil trescientos metros hasta llegar a los mil cuatrocientos y algo más.
En poco rato corono a la cumbre. Por aquí la carretera se endereza un poco y lo hace justo cuando ya se torna llana y se mete por entre un espeso y recio pinar de pinos laricios. Es muy bello este rincón. Desde el primer día que lo vi me gustó por la belleza de sus pinos, las tierras que lo conforman, las sombras que proyectan estos pinos, los amplios horizontes que desde aquí se abren y otros mil matices que me llegan a alma y no sé que nombre tienen. Recorro despacio el trozo de carretera que corona y vuelca y al girar para la derecha y comenzar a bajar por la que ahora es vertiente del río Tus y terrenos próximos a las Acebeas, por la izquierda se me queda un carril de tierra. Lo recuerdo. Es el carril que baja a la serrería del río Tus y que recorrí y recogí en mi libro “Desde Segura de la Sierra el pueblo de la Cumbre”. ¡Qué tiempos aquellos y con cuanto sentimiento los revivo en estos momentos!
Ya por aquellos días vivía la angustia del destierro que presentía y que se confirmó tan solo unos años más tarde. Y tengo que decirlo: a lo largo de todos los días que tuve la suerte de pisar estas sierras sentí vivamente la angustia del destierro. Lo temía en todo momento y especialmente al terminar el curso. Y un día, tal como lo había presentido el destierro se confirmó. Se hizo realidad y hoy, cuando escribo estas líneas, lo hago desde la cárcel de ese destierro. Muy lejos de las sierras que voy describiendo. La muerte y la angustia se me amontonan en la garganta y en el alma y no me deja vivir. No puedo vivir porque estoy viviendo una realidad que ni me pertenece ni amo. Lo siento de verás. Lo siento mucho.
Recién coronada la cumbre de la Umbría de los Talazos giro en la curva por donde a la derecha se aparta el carril de tierra que lleva a la Serrería del río Tus y al cortijo de Cardeña. Enfila la carretera hacia el rincón de las Acebeas y en cuento traza unas cuantas curvas muy cerradas se mete en un pequeño arroyuelo. Mas que arroyuelo es una amplia cañada donde empieza a fraguase el cortico arroyo del Tambor, afluente del arroyo Andrés y éste a su vez a fluente del arroyo del Tejuelo y del río Tus por la cascada del Saltador o del Saltillo. Justo aquí mismo, donde la carretera cruza la vaguada de este incipiente arroyo del Tambor, por la derecha se aparta otro carril de tierra. Es un carril amplio y llano pero muy misterioso para mí. No lo conozco. No lo he recorrido nunca y hoy tampoco lo voy a hacer. A pesar de mis años recorriendo estas sierras todavía me quedan muchos rincones sin pisar, sin conocer, sin amar aunque esto último no sea cierto.
Pero de este carril sé que sube llaneando por las tierras de la cañada que viene dando forma al arroyuelo del Tambor y se asoma para el barranco de la Umbría de los Talazos y el arroyo de la Canalica que es el que he recorrido desde la Peña del Olivar hasta la cumbre. Este carril de tierra o pista forestal como también le llaman en estas sierras se asoma al barranco que he dicho y un poco antes de llegar a los Pozos de la Nieve tiene un bonito mirador sobre el barranco que atrás decía. Va este carril por el lado norte del monte de las Acebeas que tiene 1536 metros de alto y en su punto más elevado alcanza los 1620 metros. En cuanto pasa el lugar de los Pozos de la Nieve se viene para el lado de la derecha que es el lado del barranco y por donde sube la carretera y comienza a bajar hacia el Camping de la Canalica. Es el camping que construyeron por encima de la cascada de nuestros juegos en aquellas tardes y por eso le quitaron el agua tanto a la cascada como a la acequia que corría por el tronco del pinto y también a la fuente que hay junto a la carretera.
El que carril que vengo comentando en cuanto pasa los Pozos de la Nieve tuerce para la derecha y enseguida roza un rincón muy bello. Se le conoce con el bonito nombre de la Fresnedilla. Esta palabra hace referencia a un lugar donde crecen fresnos pero no en gran cantidad y por eso es Fresnedilla. En diminutivo y aclaro ahora también que este nombre se repite mucho a lo largo y ancho de estas sierras. Hasta donde yo sé estas son las veces que se repite: Dehesa de la Fresnedilla, cortijo de la Fresnedilla, La Fresnedilla, casa forestal de la Fresnedilla, arroyo de la Fresnedilla, Filos de la Fresnedilla, Fuente de la Fresnedilla, Barranco de la Fresnedilla, Senda de la Fresnedilla a los Hoyos de Muñoz. Y los puntos son por el nacimiento del río Aguasmulas, Sierra de las Villas, barranco de Roblehondo, por las Acebeas y otros lugares.
En mi recorrido de hoy por este concreto rincón de la sierra y mientras una vez más me empapo de lo que tanto amo y vitalmente necesito, mientras una vez más me despido a la vez que abrazo y saludo en este tan singular encuentro, ya dejo atrás el carril de tierra que venía diciendo. La carretera ahora se pone recta sobre las llanas tierras de la cañada que va dando forma al arroyo del Tambor y los hermosos pinos laricios me siguen saludando. Es muy hermoso este rincón. Por la izquierda me va quedando el surco del arroyo, las tierras llanas y un buen bosque de pinos aun no muy grandes. Por la derecha se empieza a estirar la ladera del lado norte de las cumbres de las Acebeas. Sobre 1200 metros es la altura por aquí.
Me paro. Es tan bonito este rincón y me hiere tanto en el alma que me siento impulsado a pararme. Por entre los pinos jóvenes de la izquierda y a su sombra dejo el coche. Cojo mi vieja manta, el cuaderno y el bolígrafo y subo unos metros por la ladera de la derecha. En la vaguada de un arroyuelo y a la sombra de dos hermosos pinos laricios tiendo la mata. Sobre la fresca hierba que cubre el suelo de este recogido barranco. A pesar de ser pleno mes de agosto el suelo de estas laderas está cubierto por un espeso manto de hierba. Solo las matas mas altas se han secado, lo demás permanece verde como si fuera plena primavera. El aire que corre es fresco, muy fresco y puro. El sol cae y quema con fuerza y por eso las chicharras están excitadas al máximo. Pero el aire es fresco, el silencio total y la soledad aun más densa. De todo esto es de lo que más me sobra en la vida mía pero la soledad, el silencio, el sol, el cielo azul y el aire fresco de este singular rincón serrano tiene una característica especial. Bien lo sé yo y por eso me he detenido.
Sobre la vieja manta estiro mi cuerpo. Me tumbo a todo lo largo y boca arriba. Me dejo bañar por la densa y suave sombra de estos hermosos pinos serranos. Estoy solo. Completamente solo como tantos y tantos momentos en la vida que me está tocando vivir. Quiero escribir alto. No sé ni de qué ni qué pero quiero escribir algo. En el alma me bullen los sentimientos, la pesadumbre de tu ausencia y el desprecio de tantos y tantos. En el alma me bullen y escuecen los pensamientos y las ausencias. Estoy solo y por eso necesito escribir las cosas que ahora mismo me abrazan y queman. Es la única forma de encontrar un poco de consuelo. Te traigo a mi mente. Te paseo por mi mente con la urgente necesidad de agarrarme a ti y que me de un poco de vida. Pero el dolor se intensifica en todas las fibras de mis carnes y espíritu. Eres ausencia total. La ausencia más honda de cuantas ausencias se me han enganchado al alma. ¿Por qué? Me pregunto con la certeza ya de ante mano de que ni tu ni nadie va a responder esta pregunta mía. Pero me pregunto por qué y quiero llorar. Necesito llorar para consolarme a la sombra de este hermoso pino laricio, besado por la hierba verde y acariciado por el fresco viento de las montañas que te pertenecen.
Escribo sin ganas. Llorando y asfixiado de soledad pero escribo lo que puedo y de cualquier manera. Sobre el papel voy dejando letras y líneas que van dando cuerpo al diario que estos días voy redactando. Un diario que ya tiene casi un año de vida y que quiero continuar hasta que por lo menos se complete el año. Y también me pregunto ¿Para qué este diario y para qué las cosas que cuento en él? Sé que nunca lo leerás. Nunca lo leerán otros muchos y aquellos que a lo mejor sí le leen lo hará por la curiosidad de saber qué dije o pensé de esto o aquello. Lo leerán para criticarme y posiblemente condenarme como casi siempre han hecho desde que tengo uso de razón. Lo leerán para juzgarme y condenarme pero aun sabiendo esto escribo este diario. Desde hace casi un año ya escribo un diario que voy completando en las primeras horas de los días que llegan. En estos momentos y bajo la sombra de estos pinos escribo algunas cosas para las páginas de este diario y así se me hace más llevadera la soledad que me has regalado sin que yo te la haya pedido ni la quiera.
Cuando ha pasado media hora ya tengo escrito todo lo que creo es más importante. Ya no sé qué más dejar sobre las páginas de este diario. Suelto el bolígrafo y el cuaderno y cambio de postura. Frente al azul del limpio cielo que cubre a estas montañas sigo tumbado sobre la manta. Un pequeño pajarillo revolotea por entre las ramas de los majuelos que me cubre por el lado de arriba. Arrulla una tórtola y canta una abubilla. Las chicharras no paran en su monótono y denso concierto. El sol cae aplastante como en una lluvia recia y ancha y el viento pasa besando amorosamente. Como si no tuviera en cuenta ni mis pecados ni la desdicha que tengo clavada en esta desgraciada vida mía.
A pesar de la paz y el río de belleza que me regala la naturaleza de este rincón no me siento bien. Me falta dicha, gozo, amor, presencia humana con quien compartir este extraño sueño mío y el dolor que me va consumiendo. Estás en mis pensamientos pero con la sensación de pérdida para siempre. Tengo ya bien asumido que no te podré ver nunca más. No podré oír tu voz, no podré compartir nada contigo. Ya eres pérdida para siempre y creo que incluso en aquella otra vida que espero después de esta. Lo siento mucho. Lo siento de verás porque tan malo no fui contigo ni tampoco con los otros. Pero en mi alma tengo la sensación de que te he perdido para siempre. ¿Es decisión del cielo? Tengo que decir que hoy día ni siquiera tengo claro que el cielo decida que las cosas sean como me están ocurriendo. No lo tengo claro porque presiento que el cielo no decide estas cosas.
Con mis ojos miro fijo a las tres nubes blancas que surcan el azul que me cubre. Me recreo, como lo hiciera un niño pequeño, en el movimiento que el viento imprime a las ramas de los pinos que me dan sombra. Ni siquiera me apetece pensar. Ni siquiera deseo ocupar mi cerebro en pensar nada. Me entretengo en los pajarillos que saltan por las ramas de los pinos curioseándome. Para ellos soy algo extraño y nuevo por aquí. Quizá nunca en todos sus días hayan visto a un ser humano tumbado sobre una manta entre la hierba de la cañada y a la sombra de los pinos. Mirándolos dejo que pasen los minutos y cuando ya estoy cansado me concentro en las hojas secas que caen de los pinos. Se desprende con el calor del verano y surcando el aire caen al suelo por entre la hierba de la cañada.
Sin más dejo que pase el tiempo. No tengo casi nada que decir o comentar a pesar de morirme asfixiado en un torrente de ideas y de sentimientos. Pero en estos momentos no tengo más que decir. Repito otra vez que estoy solo en el centro de este brillante día de verano y en el centro de este hermoso paraíso verde. Dejo que mi mente se duerma aburrida y al poco me levanto. Recojo la manta y las cuatro cosas que por aquí he puesto y me voy. Subo en el coche y me pongo a rodar por la solitaria carretera que va surcando estas soledades. Las soledades de mis amores y mis desconsuelos en este terrible destierro que entre los humanos estoy viviendo. Por unos minutos he gozado el hondo silencio que regalan estas sierras, del rumor del viento quebrándose en las hojas de los pinos, del brillante cielo azul y de los horizontes recortados sobre las cumbres que me llaman. He gozado del fresco del paisaje, de la hierba, de la rectitud del tronco de los pinos laricios y de un rincón más de estas sierras que ahora tengo mucho más lejanas y prohibidas.
Sobre las seis de la tarde voy avanzando por la estrecha carretera que surca los pinares de estas montañas. Vuelvo otra vez al pueblo de la cumbre por donde en estos días me refugio. Y mientras regreso y avanzo me repito como tantas otras veces. Me repito que sin duda sería muy hermoso todo esto que estoy viviendo en estos días sin, como tantas otras personas, tuviera yo también con quien compartirlo. Aunque solo fuera en algunos momentos me sería suficiente para encontrar el consuelo y la dicha. Dios basta en algunas ocasiones pero Dios no puede llenar el vacío que hay en mi alma. El afecto de las personas es necesario para sentirse realizado y encontrar la paz. Dios existe y está pero el alma que va por los caminos de estas montañas también necesita del calor humano para sentir la vida y notar que la dicha puede ser real.
Por hoy y sin que sea el punto final termino el recorrido que he trazado por las sierras de este Parque Natural. Vuelvo al corazón del Pueblo de la Cumbre donde ya he dicho, por unos días en este mes de agosto, tengo mi refugio. Son muchos los caminos y los paisajes que por estos días quiero recorrer y pisar pero por hoy pongo punto y final a la ruta trazada. Mañana me iré por otros rincones de estas sierras y, si las cosas me salen como tengo pensado, a lo largo de los días que pienso estar por aquí viviré y contaré lo que mis ojos vean y mi corazón sienta.
HUELGA UTRERA
‑ Mira, en ese mismo rincón existe una recogida aldea que es pura joya. Huelga Utrera se llama y ya sabes que huelga significa huerta. La Huerta de Utrera o Huerta Utrera sería lo claro pero su nombre de siempre es tan bonito que nosotros no vamos ni a tocarlo. De la carretera se aparta una pista a la derecha y metiéndose por entre fresnos, cruzando el río que ya es el Segura, subiendo una pequeña cuesta y dando unas curvas, se llega a la aldea.
Se ubican estas casicas justo en la misma orilla del río Segura cuando ya a éste sólo le quedan unos metros para entregarse a las aguas del río Madera. Nada, diez casas que ya te decía antes son como las perlas de la joya grande donde la vegetación es abundante y espesa y el agua lo baña todo.
Quiero que sepas una cosa: “la apariencia engaña”.
- Explícate.
- Al ver un río y otro puede darte la impresión que el principal, el importante no es el que desciende desde las aldeas de Pontones y se hunde en el barranco por donde te encuentras ahora, sino que el río grande, el real, es este: el Madera.
‑ ¿Por qué puede aparentar esto?
- Porque el río Madera va recto, hermoso, señorial bajando decidido por su también gran barranco y el otro, el realmente grande y principal, el Segura, sin pretenderlo y sin que se entere el Madera, se le cuela por el lado derecho, agazapado por entre las casas de la aldea y más aplastado aún por entre los fresnos y las zarzas. Y como el gran Segura viene misteriosamente oculto en la zanja que tuvo que horadar en las laderas desde las que descuelga y como también viene torcido y al llegar al Madera es cuando se endereza y levanta con altivez, no te crees la realidad hasta que te entra por los ojos. El río Madera no es el principal aunque lo parezca sino el río Segura aunque no lo parezca.
Tú llegas después de recorrer el kilómetro de pista de tierra, al corazón de lo hermoso, dentro de lo modesto y sencillo. Al girar a la derecha, la pequeña plaza, con la gran noguera en su centro y un señor mayor sentado en los espléndidos bancos de hierro bajo la espesa sombra. Si le pregunta, porque es casi lo primero que en ese momento piensas, te dirá que la noguera, que este año sí tiene nueces, ha vivido ya 38 inviernos.
- Tantos como tú.
- Pongamos la mitad que yo.
- ¿Y qué aguardas aquí?
- Esperar es existir.
- Pero se dice que en la espera se sufre tanto por lo que se desea, que no se puede soportar otra presencia.
- Y también se dice que la espera comienza cuando ya no hay nada que esperar, ni siquiera el fin de la espera. La espera es fruto de grandes corazones y muy fecunda en aciertos. Pero en fin: Mato el tiempo. Se está aquí tan fresquito, a estas horas del día, todo silencio y paz, que de aquí a la gloria, sólo un paso.
Te dirá él expresando así lo feliz que se siente en su noguera, su sombra, el fresco que bajo ella corre y el gran silencio roto sólo por la corriente del Segura que la roza.
El edificio que hay ahí mismo es el de correos. Clavado en el tronco de la noguera pusieron el buzón. Si le preguntas.
- ¿Y para ir a las juntas?
te dirá que:
- Donde las aguas limpias del río Segura se besan con las aguas inmaculadas del río Madera, para llegar al punto que por aquí conocemos como Las Juntas, usted se va por aquí; por esta calle que tiene enfrente y nos queda un poco a la izquierda. Enseguida sale a la presencia de las dos encinas más grandes de estos contornos. Centenarias son y tienen hasta sus parras trepando por los troncos y encaramadas por entre todas las negras ramas de las viejas encinas.
Usted se mete por debajo de ellas y justo ahí tuerce a la izquierda. Es una sendilla de tierra de la cual siempre se lamentan los turistas cúrsiles pero usted no se lamente sino goce de la belleza para así no caer en la impersonalidad. En cuanto baja una corta cuestecilla se extiende la pasarela. El es un puente de los de aquellos tiempos. Así que sólo verá como una gran plancha de hormigón que va de un lado a otro del río sin baranda a los lados. En aquellos tiempos sólo necesitábamos lo necesario, lo realmente importante que era poder cruzar el río para ir y venir a los cortijos de unas laderas y otras. Y ya desde ahí no tiene pérdida.
Y no tiene pérdida: en pasando el puente ya no hay nada más que seguir la sendilla de tierra que avanza descendiendo ahora por el margen izquierdo río Segura adelante en busca del amigo para entregarse a él.
- A usted le acompaña en todo momento el sol que le da de lleno, el rumor de la corriente del río que por aquí sí lleva mucha agua a pesar de la gran sequía y el verdor por la hondonada del cauce. Nada, cinco minutos y acaba usted en una explanada repleta de espliego, mejorana, ajedrea y otros arbustos. Cuando de pequeño yo iba por el lugar, siempre me decía mi padre: “El que coge mejorana hace lo que le da la gana”. O también, cuando iba con mi hermana me decía que: “El que pasa por el romero y no coge de él, no tiene amor ni piensa tener”.
Y es que ahí, parece como si se hubieran concentrado las mejores, las más sanas y vigorosas plantas aromáticas de estas sierras. El llano aún pertenece a las riberas del río Madera. Por entre los tomillos, atravesando el campo, porque la senda ya se desdibuja, usted avanza torciendo un poco hacia la derecha y repentinamente, descubre las aguas del río Madera. Una fina sinfonía de corrientes mansas, surge del cauce. La sigue usted unos metros, saltando de piedra en piedra ya metido en la corriente y de pronto, se encuentra frente a las sosegadas aguas del Segura.
El río avanza por entre el bosque de zarzas y otras mil plantas y sereno, grandioso, limpio y saltarín se acerca al Madera que le recibe asombrado. El Madera, con ser más pequeño y parecer el principal, se le inclina, se le entrega humilde sabiendo que a partir de aquí él muere para que el Segura viva. Y como el Segura serrano, nunca ha sido ni será un río soberbio ni bravío ni pedante sino que desde los Campos de Hernán Pelea, las sierras bajas, su pequeño pueblo de Pontones y hasta aquí, recala lleno de franqueza y humildad, el abrazo con el hermano es también desde la pequeñez.
Como si en el fondo no quisiera ser lo que en realidad es. Como si estuviera practicando lo que tan normal siempre fue en los serranos. A pesar de caudal tan noble y aguas tan limpias, su encuentro con el Madera es como un abrazo desde el corazón y en silencio. Y aquí, en este mismo rincón que tampoco es grande ni ampuloso.
El río Madera sabe que su hermano mayor trae entre sus aguas limpias el mismo aroma de sencillez que brota de los pastores que en las altas cumbres lo ven nacer. Sabe que a lo largo de su recorrido también se va entregando a él, el Arroyo Azul por el barranco del Vierzo y el manantial del Molino de Loreto, donde ahora él tiene su nacimiento. Conoce esto y otros mil mundos bellos y por eso, a partir de esta junta, ya se deja enredar en los remolinos blancos y para siempre los dos se hacen uno.
Los helechos ahora parecen más grandes y hasta el mirlo acuático salta de acá para allá lleno de gozo. Usted se queda por ahí un rato gozando de la música del bosque, de matices tan único en el mundo, del fresco que las aguas van dejando a su paso por la ribera y del alegre remolino en el pequeño y azul charco donde ambos ríos han decidido para siempre fundirse en uno. Luego regresa tranquilo por la misma senda. Una excursión cortica, redonda en sí y completa como lo es el pequeño rincón por el que usted se mueve y el paseo discurre.
Y con esto concluimos.
- No del todo porque algunas cosas quería yo preguntar.
- Pues es el momento. ¿Qué quieres saber?
- Hace un rato sacaste a colación algunos representantes del reino vegetal correspondiente al grupo de las plantas aromáticas y medicinales. Mi pregunta es sobre el romero. Eso de “una medicina en la cocina” ¿cómo lo aplicáis vosotros por aquí?
- Pues muy sencillo. Queda explicado con la frase que también dice: “mala es la llaga que el romero no la sana”. Las heridas deben ser lavadas al menos dos veces al día con esta agua que se prepara de nuevo cada vez. Es espíritu del romero es perfumado, curativo, alegre. El olor que deja en nuestras manos si las rozamos al pasar, no deleitará durante el tiempo que dure su aroma. Si al caminar pisamos algún matojo su fragancia suave y dulce, nos hará ensoñar un instante. De la flor del romero extraen nuestras abejas aromas para la miel. Es, me atrevo a afirmar, la más natural de las recetas del romero.
Estas son algunas de las palabras que oirás del hombre mayor que toma el sol bajo la noguera de 38 años que llena con su sombra la plaza de la aldea. Esto te dirá y no te equivoca ni te engaña, ni se queda corto ni se pasa. Todo es exactamente tal como él te lo cuenta y si acaso algo más en cuanto a transparencia y sencillez pero ya sabes que los serranos son comedidos en la ponderación de sus excelentes realidades.
‑ En cuanto regreso ¿ya lo tengo todo visto en esta pequeña aldea según dices tan vergel?
‑ Eso depende de la urgencia que lleves, el cariño que sientas, tanto por la pluralidad de estas sierras como por los serranos y sus vidas. Pero al subir por las encinas verás ahí mismo que ya se amontonan los turistas que van llegando. Aunque si te fijas bien también verás que estos no son turistas del todo. Son los serranos que un día se fueron y como por aquí tienen ellos todavía raíces y sus trozos de tierras, vuelven en verano con los hijos y las familias y aquí se quedan el tiempo que puedan.
Por aquí ya los verás a ellos y hasta si te encuentras alguna muchacha rubia, alta y guapa hija de los serranos que un día se fueron, le puedes preguntar por curiosidades de la aldea. Le puedes preguntar por el bar y ella te dirá que aquí no hay ningún.
‑ Entonces, para tomar unos refrescos ¿no existe ni un pequeño bar?
Vuelves a preguntarle insistiendo de nuevo.
‑ Sólo hay una casa donde tienen un teléfono y se puede llamar.
En estos momentos se asoma a la puerta de la casa una señora diciendo que sí, que ella tiene aquí algo de eso que buscas. Al principio te extrañas un poco porque, como buen cateto y cursi que eres para no desmerecer en nada a la gente que son y viven en la ciudad y se pasan la vida nadando en la abundancia de la civilización y todas esas cursilerías, no haces nada más que mirar a ver si encuentras algún letrero que te diga que aquello es un bar, un restaurante, una discoteca o cualquier otra cosa que te remita a ese mundo tuyo.
Pero no, sigues lleno de asombro porque ante tus ojos no aparece nada que se parezca a la imagen que tienes en tu mente. Lo único que ves es una sencilla casa y eso sí: limpia. El cemento de la puerta recién fregado, las flores en la misma entrada frescas y regadas, en las paredes de la fachada, reluciendo el sol y en su interior, oliendo a limpia.
‑ Sí, aquí tengo lo que usted quiera, así que dígame qué le pongo.
Te sigue diciendo la señora dueña de la casa y con acento serrano.
‑ Pero si vengo buscando un bar.
Sigues recalcando.
‑ No importa. Esto es una casa particular pero sin ser un bar puede serlo porque si usted quiere tomarse algo no tiene nada más que decírmelo. Pero antes pase “para adentro”, por favor.
Te insiste ella para convencerte de que, en su casa, puedes encontrar lo que buscas. Pasas por fin al interior. Es una sala amplia con televisor, nevera, mesa y sillas donde se encuentra sentada la familia. Ella abre la nevera y te ofrece el refresco.
‑ ¿Este es entonces el bar del pueblo?
Machacas tozudamente. Te explican que este cortijo no es un pueblo y que su casa tampoco es un bar.
‑ Estas cuatro casas que usted ve por aquí, todas tan limpias, ordenadas, arropada por la sombra de la noguera y arrulladas por las aguas frescas del río Segura, no es un pueblo. Ya hace algún tiempo, en el principio, esto fue un cortijo y ahora es una reducida aldea. Huelga, para que usted lo sepa, significa huerta y Utrera puede ser el nombre o el apellido del que al principio tenía por aquí su huerta. Así que esto es la aldea de Huelga Utrera y en mi casa sólo tengo algunas cosillas para cuando, así como usted, viene algún turista. Aunque el agua del río y la que corre por la canal que pasa por la puerta, es buena y está fresca, ellos prefieren beber cerveza o refrescos de latas. Son así.
Algo confuso, humillado y aleccionado por la sencillez y nobleza de esta gente, su aldea y su huerta, empiezas a preguntarle que cómo están sobrellevando la escasez de lluvia. ‑ Mal. Nosotros antes oíamos hablar que había sequía y siempre decíamos que eso no era por aquí, que nunca llegaría tal problema a estas tierras pero fíjate ahora lo que tenemos.
Te dice, el marido de la señora que te ha dado el refresco. Y como le haces algunas preguntas más, te propone que esperes:
‑ Aquí mismo tengo unos gemelos que compré cuando estuve en Andorra. Vamos a ir a la era del cortijo y desde allí le voy a enseñar las crestas y cumbres que busca.
Se mete uno de los aposentos del fondo y al rato sale con el sombrero de paja y sus gemelos y gozosamente amable te lleva por donde crecen las encinas. Detrás de la casa de los que han vuelto, rincón donde juegan los niños, se extiende el pequeño rellano empedrado con cantos rodados del río.
- Esto fue la antigua era, donde toda la vida se trillaron las mieses en aquellos tiempos.
- Más tardío que en otros sitios habrán granado siempre aquí las sementeras.
Le preguntas.
- ¡Depende! Primero se decía: “Si en marzo oyes tronar, agranda la era y limpia el pajar”. Al final de la primavera ya se oían otros como: “Al llegar junio, le dice a mayo, tal te encuentro, tal te grano”. Aludiendo al grano del cereal. También otros decían: “Cuando junio llega, busca la hoz y limpia la era”. A punto de comenzar la faena, a unos y otros se nos oía decir: “En julio, lo verde y lo maduro”. Había que segar los cereales. O también: “Dijo el trigo al sembrador, con un grano o con dos, para julio estoy con vos”. Porque ya sabe usted: “Agua por San Juan, quita aceite, vino y pan”.
- Y la faena de la era ¿cómo resultaba?
- En todas las partes de esta gran sierra, las cosas eran así: una vez segado el trigo era transportado por caballerías a la era para ir extendiendo la mies hasta formar la parva. Subidos en un trillo era tirado por un par de mulos para dar y dar vueltas a la parva hasta triturarla. Se amontonaba la parva y se procedía a separar el grano de la paja. Proceso que se hacía aventando. Aventar es echar al aire el grano y la paja para que al caer, aprovechando el viento, se vaya por un lado el trigo y por otro la paja. Y por último, encerrar el grano en los trojes que son unos recintos cortados por tabiques situados en las partes altas de las casas y meter la paja en el pajar. Pasando el verano se decía que: “por septiembre cosecha y no siembres”.
- Y actualmente, en tu huerta ¿qué se siembre?
- En mi huerta, cuando ya va llegando el final de la primavera, se siembra de todo. Si usted viene por aquí sobre el diez de junio, ya verá sembradas las patatas, las lechugas bien grandes e incluso atadas, que algunas les podré dar para que las pruebe, los ajos gordos y altos, también le daré un manojo para que se haga una tortilla. Las habichuelas, por esos días aunque ya están sembradas, todavía se les verás pequeñas igual que los tomates, los pimientos, los melones y las calabazas. Aquí mismo, al lado de mi casa, tengo un bancal de zanahorias y el semillero de todas las otras plantas. En fin, que con lo que yo ahora siembro en mi huerta, tengo más que suficiente para la casa a lo largo del todo el verano.
Desde la vieja era, te pide que mires hacia las cumbres por donde detrás se extiende Cañada Hermosa.
‑ Ahí se ve la caseta de fogoneros donde he estado trabajando de vigilante cuarenta años. Cuarenta minutos tardaba en bajar desde lo alto, atravesando el campo, a por alimentos a esta casa mía y dos horas echaba luego en regresar a la cumbre.
‑ ¿Cómo se llama aquello?
‑ Ese pico se llama la Campana y ya son dos con el otro cerro de la Campana por donde nace el río Aguasmulas. Al macizo entero se le llama la Buitrera y aquellos dos escalones, aquello los Poyos de la Toba y por allí es por donde desde la Toba sube una pista que engancha con la que viene de Santiago en Cañada Hermosa justo donde se agazapa la “Tina del Organista”. Por aquí a la derecha del río Segura tenemos Cabeza Gorda que además de ser un monte con 1536 m. también es o más bien fue una pequeña aldea, una cortijada... El Portillo, las Varas o Castellón de las Varas, junto con Poyo Escribano, Picón de Rufino y los Algaides. En las cumbres de Buitreras, la Piedra Dionisia, Poyos de Diego Martínez, Tola del Aljibe, cortijo del Aljibe, Charco, cueva o cascada del Aljibe el Portillo, Cerro de la Misa y el Calar del Pinos que como su nombre indica es un calar, es decir, un buen conjunto de montes, llenos de grandes rocas calizas. Al menos cinco de ellos rozan y hasta pasan los 1.500 m.
- ¿Y lo de la cueva que me dijiste?
- Pues lo de la cueva esa que me preguntas, te lo voy a explicar: se sube por ahí, una sendilla que se aparta del lado de arriba de la pista, en la misma curva. Una vereilla de na que hay que conocerla muy bien ya que la trazaron las cabras y por eso ni va recta ni se ve con claridad pero yo la conozco. En unos metros remontas el poyo que se llama de la Cruz y se mete en el barranco, cruza las tierras llanas que en otros tiempos fueron huertas y pasando bajo la noguera redonda, cae al surco del arroyo. Un poco antes de llegar, nos encontramos un mojón que divide tres lindes: el Coto de Huelga Utrera, Poyos de la toba y Coto de Despiernacaballos.
¿Qué cómo se llama ese rincón?
- Claro que me gustaría saberlo.
- La cueva siempre nosotros la hemos llamado con el nombre de Cueva de la Aljibe. Y esto se debe a que en su interior se forma un precioso charco de aguas transparente, motivo por el cual también la llamamos Cueva del Charco. Pero como la cueva se ha ido formando de la cascada que por ahí cae, también la cascada la llamamos del la Aljibe. Un cortijo que existe algo más abajo lleva el nombre de cortijo de la Aljibe y hasta el mismo barranco. ¿Me explico?
- Con toda claridad pero según vamos avanzando me surgen curiosidades.
- Dime una.
- Si la cueva se encuentra en una cascada, explícalo.
- No es fácil pero como la idea sí la tengo clara, lo intento:
Por el surco del arroyo, desde lo alto de la cumbre, la cascada cae. Hay un gran escalón de rocas por donde salta la corriente. En la parte de abajo, donde ya se quiebra el chorro, entre la cascada y la pared queda como una oquedad y resulta lo siguiente: como tú sabes que el agua de las corrientes, al pasar por las rocas siempre va cuajándose, pues aquí empezó a cuajarse desde arriba. Con el correr del tiempo, por donde mismo caía el agua, se fue fraguando un pequeño tabique de ese cuajado del agua. La delgada pared se empezó a formar también desde abajo y más con el correr del tiempo, el tabique de arriba y el de abajo, se unieron. Por detrás, entre este tabique y la oquedad de la pared rocosa, ha quedado un gran espacio cerrado. Eso es hoy en día la cueva.
Y claro, como aquello es la corriente de un arroyo que al pasar por allí se hace cascada, el agua mana por cualquier sitio. Incluso en verano, por cualquier punto de aquellas paredes, brotan gotas de agua limpia que lentamente va embalsándose en la parte baja donde se forma el charco. De ahí el nombre de la cueva. ¿Qué te parece?
- Más que interesante.
- Pues otra curiosidad.
- Como me has dicho que aquello tiene tanta agua y como estoy viendo, queda en umbría, si esa cueva, además, tiene buena luz, ¿qué plantas curiosas crecen en las paredes?
- Esa es otra: porque las plantas son muchas y entre ellas dos muy originales: la Aguileña de Cazorla, según me han dicho a mí, y la famosa insectívora. La pingüicula. ¿Te lo crees?
- Me lo creo pero te confieso que es una sorpresa para mí. Según esta cueva y esas flores, la Aguileña de Cazorla no sólo crece en aquellas tierras, sin también en estas de Segura. Y lo de la Pingüicula vallisnerifolia, aunque su territorio es más amplio que el de la Aguileña, también es una novedad para mí en este lugar.
- Pues si tú vieras los chuzos de piedra que dentro de aquella cueva crecen, te asombrarías. Aunque ya muchos están partidos. ¿Y sabes por qué?
- Me lo imagino.
- Son pocos los que conocen el lugar pero ya sabes tú cómo es la gente: uno se lo cuenta a otro y el segundo al tercero y el cuarto viene con un regimiento. Comienzan a decir que esto es bonito y que sería interesante llevarse un recuerdo y ya ocurre lo trágico. Uno arranca el mejor chuzo de la cueva, otro corta una flor, el tercero se lleva un ramo de culantrillo para sembrarlo en su chalé y los cuartos, quintos y demás, amarran cuerdas para escalar por las rocas. ¡Una pena porque este rincón que era bonito y estaba lleno de tranquilidad, empieza a estropearse y a llenarse de personas!
- ¿Y qué solución le ves tú al problema?
- La solución, cuando las cosas ya se desmadran, es muy difícil pero los vecinos de esta aldea, cualquier día de estos podemos comprar vallas y cercar esta cueva. Queremos y nos gusta que el personal que venga por aquí disfrute pero si la gente no sabe comportarse y respetar lo que aquí tenemos, vemos con malos ojos su presencia por estas tierras. Pasa lo mismo con los cortijos.
- ¿Qué es lo que pasa con los cortijos?
- Pues que como resulta que casi todos se han quedado abandonados, ahora los están comprando gente de fuera. Muchos de otros lugares de España y otros del extranjero. Compran los cortijos y las tierras que les rodean y claro, así poco a poco, la sierra puede pasar a mano de personas de fuera y luego vienen los inconvenientes: como esas fincas tienen dueño, ya nadie puede pasar por las tierras ni tampoco nadie puede disfrutar de las cosas que las tierras tienen. Eso es un fastidio y una cosa mala para estos montes.
Así que resumo para que te quede claro: la cueva, el charco, la cascada y el cortijo se llaman de la Aljibe. El otro cortijo que existe un poco más abajo, se llama Despiernacaballos, como la ladera y el puente que del tiempo de los moros existe por ahí. Más abajo el arroyo de Cañada Hermosa, se junta con el de Segura. Y desde aquí, lo que nos queda enfrentado con la Cueva de la Aljibe, se llama Piedra de la Ventana, Cueva de la Paja, con el Puntal del Calar del Pino, el Cerro de la Misa que ya lo conoces, Piedras Bermejas, arroyo de la Tejera, Barranco y Cortijo de los Fresnos que es donde yo nací y me críe y arroyo Patas. También se encuentra por ahí la Venta de Benito y el Molino de Arrancapechos que es donde en aquellos tiempos, se molía todo el trigo que por aquí se cosechaba.
Por supuesto, el molino se movía con el agua del río Madera. Y para terminar, te voy a decir que nosotros por aquí siempre hemos dicho que “cuando el Barranco de los Fresnos tiene niebla, mañana lloviendo está”.
- Claro, es parecido a lo que dicen del Yelmo en Segura o del Calar del Mundo en Siles.
- Pues ya queda todo explicado aunque bastante a lo grande. ¿Qué era lo que antes me decías?
- ¿Te preguntaba por lo de aquel día?
- ¿A cuál te refieres?
- Al día que los niños se mudaron, que no fue mudanza sino una visita temporal en forma de juego, del cortijo de arriba al de abajo porque el tío Andrés se puso tan grave que se moría.
- El tío Andrés se murió. Aquel mismo día, cuando amaneció, ya no tenía vida. Tuvo por la noche un fuerte dolor en el corazón y como también estaba malo de una gran úlcera en el estómago, cuando alboreaba el día, sus familiares preparaban el caballo para sacarlo de estos barrancos y llevarlo el pueblo pero no dio tiempo. ¿Cómo sabes tú lo de aquel día?
- Me contaron sólo un poco y como me gustaría conocerlo completo, por eso te he preguntado.
- Pues yo lo sé porque también me lo contaron. Aquello ocurrió hace muchos años. Yo no había nacido todavía y claro, en tiempos tan lejanos, es normal que ni hubiera carreteras ni coches, ni médicos y menos aún dinero para curar las dolencias y enfermedades de las personas que vivían por aquí.
Uno se ponía malo de úlcera o de cualquier otra enfermedad y si no se curaba con las plantas que tomaba, se moría porque nadie podía hacer otra cosa. Los serranos desde siempre tuvimos nuestros propios remedios para curar las enfermedades. Los cocitorios de mejorana, tomillo, espliego, hiedra y romero, era lo más corriente.
- ¿Y cómo era la relación de los vecinos con los enfermos y familiares?
- Siempre acudía el vecindario a preguntar por el enfermo y a ayudar, si hacía falta, sin interés ninguno. Jamás se desasistía a un enfermo y se consideraba una gran falta social el no visitarlo en tal trance. Si el enfermo carecía de parientes que lo cuidase, los vecinos remediaban tal falta.
- Así que esto es lo que a mí me contaron. Si quieres ahora seguimos con los nombres de estos lugares.
- No mucho rato más porque tengo prisa. Pero antes yo quisiera una cosa.
- ¿Qué es lo que quieres?
- Ya que estamos metido en faena, podríamos darle un “repasico” al rincón ese de la aldea de Los Anchos. Cuando pasé por allí me debí haber parado y preguntar. Aunque lo mejor hubiera sido ir a la aldea pero con estas prisas, a ver quién es el guapo que goza de estos lugares como ellos se merecen.
- De la aldea de Los Anchos yo no te puedo decir demasiado.
- Para ir hasta ella ¿Por dónde tengo que coger?
- Cerca de la Venta de Rampias, se gira a la izquierda si vienes bajando, pasas un puente sobre el arroyo de Los Anchos y justo a la salida, a la izquierda, un indicador te señala la ruta que tienes que seguir. Es un carril con ocho kilómetros, de tierra todo polvoriento. Antes de llegar a la aldea, a la izquierda se te queda el “cortijo de la Maja Oscura” y luego ya en ella te saluda la capilla. Esta aldea serrana llegó a tener más de treinta vecinos y actualmente sólo viven allí unas tres o cuatro familias durante todo el año aunque como ya sabes, en verano vuelven los que se fueron.
En la ladera, casi en el centro del barranco, se alza la aldea. Cuando la nieve cae sobre estas sierras, casi siempre se cubre pero luego al llegar la primavera, desaparece la nieve y brota la hierba. Por detrás y por delante, corren los arroyuelos y por la fecha en que brotan las flores, todavía algunas veces llueve, bajan las nubes por los barrancos y al amanecer la niebla sube por los pinares de la ladera. El arroyo grande, se llena de agua por la nieve que arriba se funde y al despeñarse buscando al río Madera, desde la aldea se le oye cada vez más claro.
La capilla es un edificio muy sencillo que fue construido sobre las ruinas de un antiguo templo que se hundió del peso de aquellas grandes nevadas de otros tiempos. Tú continuas, pasando un pilar lavadero y desciendes por la ladera del valle por donde se encuentran edificadas las viviendas.
Todas esparcidas en calles de trazado irregular y con vegetación natural y espontánea. Aquellas calles todavía están sin asfaltar y aún no tienen alumbrado público. Como por aquí, allí también crecen los grandes nogales. Entre los muchos elementos que aún se conservan con la personalidad de aquellos tiempos, destacan los hornos para cocer el pan. Son ahora tres aunque hubo algunos más en tiempos pasados. Uno de ellos se hunde sin remedio, los otros dos se conservan bien, aunque sólo uno se pone a veces en funcionamiento.
Por el valle te puedes encontrar con la fuente conocida con el nombre de El Peñón. Tiene agua muy fresca y es de este manantial de donde se abastece la aldea. De este manantial se riegan, además, las huertas, se nutre el hermoso cauce del arroyo de Los Anchos y el aire del barranco, se llena de rumor. Y ya no te puedo decir más de esa aldea. Creo que lo mejor es que un día te vayas por allí y despacio te empapes de ella.
- En cuanto pueda, eso es lo que tengo que hacer pero ahora mientras tanto, cuando llega el otoño por ese barranco que me han dicho, es tan hermoso ¿qué sucede?
Y él durante todo este largo rato, te ha atiborrado no sólo de nombres, sino de pequeñas historias ocurridas por estos lugares.
- Si quiere usted podemos seguir tres días sin parar.
- Es una pena pero hoy sí tengo prisa para parecerme bien a un buen turista. Otra vez será.
- Cuando usted quiera.
Le dices que otro día porque hoy tienes que irte. Te quedan muchos valles, barrancos y laderas por recorrer. Es decir: la cantidad más que la calidad a pesar de que sabes bien esa máxima de San Ignacio: “No el mucho saber sacia el alma sino el gustar profundamente de las cosas”.
Pero aquí lo dejas en su era, con sus gemelos, su acogedora morada donde te has saciado de aquello que tanto deseabas, y te vas. Cruzas el canalillo de agua que baja desde el río y pasa por la misma puerta de su casa. Ahí mismo, en la reguera repleta de tan limpio líquido, y en la losa tallada en el cemento del canal, lava la señora que has saludado hace un rato. Al pasar y mirar ella te dice que sí.
- ¿Sí a qué?
- Que esta es la mejor “lavadora” del mundo. Agua limpia de los montes, los nudillos de los dedos de mis manos que son duros y la losa de cemento. Como he lavado toda mi vida y antes que yo mi madre y mi abuela y mucha más gente. Así y aquí se ha lavado siempre.
- ¡Claro! Antes las mujeres penabais mucho.
- ¡No le digo ná lo que penábamos con la ropa y lo probes que éramos! Que eso pa qué.
La sigues, mirando mientras te habla, para convencerte y porque te gusta ver el agua correr por el surco de cemento tan inédito y tan lleno de cristal.
- ¿Y de dónde viene?
- Del río Segura. La desviamos por allá arriba, hacemos que pase por delante de nuestras casas, cruzando la aldea de arriba abajo, la conducimos por las tierras de las huertas para regar las hortalizas y después la volvemos otra vez al río.
- Pues según lo que veo y me dices, nadáis en la abundancia y nunca mejor dicho.
- Más bien estamos rodeados de abundancia. Si queremos podemos abrir el grifo y llenar los vasos de ahí. Pero también si se nos antoja, salimos a la puerta de la calle y cogemos del agua que corre por esta reguera. Así es como riego yo cada día las macetas que usted ve en la fachada de mi casa. Agarro un cacharro, salgo, lo lleno en la reguera, ando dos pasos y lo vacío en las macetas.
- Y, además, agua de calidad. ¿Verdad?
- De la más limpia.
También ahora quieres. Te gustaría pararte aquí otro buen rato. Te agradaría seguir charlando con esta mujer y oír todas las cosas que, al parecer, ella tiene ganas de contarte. Pero hoy no puede ser. Tienes prisa.
‑ En fin, otra vez vendré por aquí.
Le dices a él y a la mujer en la misma puerta de su casa.
Te despides también del hombre que toma el fresco a la sombra de la noguera y aunque antes de que te alejes parece como si él quisiera decirte que: “Usted vive en otra dimensión lejana y rara que ni por asomo se parece a este mundo mío”, ni le haces caso. Pero está claro que él no tiene prisa ninguna porque aquí en la sombra de su noguera, que casi ha crecido con él, se pasa el día, los meses, los años y la vida entera y tú en una mañana quieres recorrer media comarca. Absurdo y deprimente que vengas a estos campos y te pasees por ellos con la misma angustia y apuros que cada día soportas en tu mundo civilizado. Es absurdo y perdona que te diga: así no se puede ir por la sierra. Con tu urgencia degradas y ofendes tanto a los paisajes como a los que son y viven en ellos.
En la soledad más absoluta,
en un silencio hiriente,
dulce pero amargo, muy amargo
y esperando no sé qué
te escribo por entre los pinos
de tu país mágico
y el desconocido rincón
de mi cuarto,
en la tarde y en la mañana
de tu adiós callado.
Sólo me regalas ausencias,
un mudo llanto, un río de tristeza
que a sorbos lentos trago,
tres nubes blancas por el cielo
y todo lo demás roto, callado:
hasta Dios y la hierba verde
de tu país mágico.
Y sé que eres belleza
y por eso te amo
a mi modo, con mi sangre
y solitario.
Me digo y me repito que puede que un día vuelva todo aquello. Y en más de un momento, mientras vivo solo para llorar mi sueño roto, me digo y me repito que ya no va a volver nunca más nada de aquello. ¿Para qué tendría que volver? Porque también me digo que si volviera ¿para qué serviría? Ni siquiera a mí me haría bien y sé que mucho menos le haría bien a ningún otro ser humano bajo el sol que alumbra al Planeta Tierra. Sin embargo, por si algún día sirve de algo, para ti o para alguien, te digo que en mi corazón lo tengo guardado como lo más puro y bello que gustado en los días de mi vida. Se hizo eternidad en aquel momento y ahí permanece como si fuera un trozo de cielo que nunca debe morir.
Qué bonita es la sierra que te dio cuna y cuánto duele cuando como yo se tiene en ella tantas y tantas horas trabadas el los viejos senderos, por donde brotan las fuentes claras, a la sombra de los pinos y robles, frente a los horizontes azules observados desde las cumbres y por donde corre tu diamantino río. Que bonita es la sierra y cuanto la quiero aunque ni siquiera tú lo sepas.
En este momento, mientras intento dejar escrito lo que ven mis ojos siente mi corazón, suena una sencilla música que me va acompañando. Es una música compuesta, tocada y grabada en cede por mí. Desde y en la soledad del cuarto donde vivo. Es un intento más de comunicarme contigo y de decirte lo que nunca podré por más palabras que salieran de mi boca y dejara escritas. Pero es bella esta música sin nombre porque me salió del dolor que me muerde por dentro y la tristeza de tu ausencia. Lo siento y pido perdón por no saber hacer otra cosa mejor. Lo siento y pido perdón por no haber sabido, ni antes ni ahora, transmitirte la energía y vida que eres en mi alma. Lo siento y te pido perdón.
Qué bonita es la sierra y cuánto duele. Qué bonita es tu sierra. Al remontar la carretera, la misma de aquellos tiempos pero hoy ya mejor arreglada, con asfalto nuevo y más ancha, enseguida el pueblo al frente. Aplastado en la ladera, entre pinares, al sol de la media mañana y todo hermoso. Ahí están las huertas, las casas blancas, algunas todavía con el color de los ladrillos, el río amado que me atraviesa el alma, la nave, las ovejas, los tornajos, los álamos, el bosque de majuelos, el rumor de agua, tu perfume y el silencio de siempre. El terrible silencio que tanto me ha matado y dado vida a un mismo tiempo.
La carretera sube un poco, remonta al pueblo y de ella se aparta un tramo menor que se va río arriba. Por ahí me voy a meter para recorrer algunos de los mil rincones bonitos que por ahí tenemos. Los tengo yo soñados, pisados, llenos de la mejor belleza y la mejor aroma. El río con su vega de huertos a un lado y otro, sus álamos jugando con el suave viento, las chicharras arropándolos con sus cantos y el gran silencio de esta sierra tan amada por mí. La carretera que remonta al pueblo. Dios mío cuánta belleza por aquí. La higuera de la curva donde nos paramos tantas veces a coger higos hoy no está. La busco con mis ojos y no la veo. Cuanto arreglaron esta carretera, la quitarle la curva, se la llevaron por delante. ¿Te acuerdas de aquel verano, del siguiente y de los siguientes? Seguro que tienes que acordarte porque tus juegos por aquí fueron muchos, tu sonrisa y el gozo por la vida y el momento. Fueron muchos y todos muy bellos. Todos impregnados de una fuerza y vida que se escapaban al tiempo y a la belleza de estos paisajes. ¿Te acuerdas? ¿Quién me iba a decir a mí que después de tantos años, tantas heridas en el alma, tantas batallas perdidas, tantos sueños rotos y tantas veredas recorridas buscando un sorbo de agua fresca, iba a volver por aquí? ¿Quién me iba a decir a mí que este verano, sin nombre, más árido que nunca en mi espíritu y en la soledad más grande iba a volver por aquí?
Me paro en la curva de la higuera donde, en aquellos veranos, tantas veces cogimos higos maduros y miro despacio. Y no está, la higuera no está. Para arreglar la carretera rompieron el pequeño cerrillo por donde corrías tras tus juegos, se llevaron por delante a la higuera y a todas las plantas que por aquí crecían. Varios pinos, algunas carrascas, retamas y el cerrillo de tus juegos en aquellas tardes de verano. Me duele la soledad que traigo en mi alma y me duele lo que mis ojos ven por aquí y por allí. ¡Qué rara ha sido mi vida a mi paso por este mundo! Se me va acabando y por eso siento con más intensidad lo extrañamente rara que ha sido mi vida a mi paso por esta tierra. Te voy viendo, en ausencia, en cada puñado de tierra, cada metro de la carretera, cada recodo del río, cada sombra de álamos, pinos y encinas y en la silueta de las montañas que me rebosan por los lados. Te voy viendo y no estás. Sólo estuviste en aquellos días y aunque eras real y muy bella, fuiste como un sueño dulcísimo y suave que se tragó el mismo viento que en cada momento por aquí nos abrazaba.
La carretera remonta recta para el pueblo y por la derecha se aparta la que voy a tomar. La que lleva a donde el río se remansa, crecen los romeros, saltan las ardillas y por la sombra de los pinos aun revolotean tus juegos y sonrisas. Un poco antes de la piscina natural donde la gente se baña y te bañaste tantas veces me encuentro el camping. Lo construyeron al año siguiente de irte de mi vida. Por eso no tengo en él ni recuerdos ni añoranzas tuyas. Lo siento y me duele porque en el fondo es igual. Por esta estrecha carretera que sigue igual pasaste y pasamos muchas veces y por eso saben a tanto a ti. Mientras avanzo lento por esta estrecha carretera de asfalto rugoso me voy encontrando con las huertas. Por la derecha y entre la carretera y el río siguen las huertas y como en aquellos veranos repletas de tomates, pimientos, lechugas, cebollas y las acequias por donde llega el agua que riega las tierras. Todo igual. Como si lo de aquellos días fuera hoy mismo. ¡Cómo pasa el tiempo y como silenciosamente va tiñendo de gris lo que ayer fue azul, alegre y bello!
No puedo apartar de mis oídos el canto de las chicharras que en estos momentos desgranan sus conciertos por entre estos pinos y álamos y aunque todo es en otro tiempo y otro verano suenan con las mismas notas de aquel verano. El perfume que mana de los romeros, la mejorana y los espliegos es el mismo y sabe a muerte. Sabe a ti y por eso acentúa el amargor de tu ausencia y la belleza de lo perdido. Qué normal sigue siendo todo lo que por aquí mis ojos van redes cubriendo. La misma normalidad que encontraba por aquellos días en la gente que por aquí vi y es la aceptada por la gran sociedad. Y sin embargo sigo creyendo que el más rica y hermoso de todos los estados del ser humano es la LOCURA. Sólo este estado permite sentir y percibir sensaciones y realidades que de ningún otro modo es posible gustar. La paz, la tranquilidad y el equilibrio no llevan nunca a la locura. La pasión que siempre ardió en mi alma, en aquellos veranos y en este de hoy, me llevaron a sentir y gustar el sabor de la vida y de la muerte. Por eso ahora lloro mientras recorro la estrecha carretera que lleva al rincón de los pinos y a la piscina remansada. Suenan las notas del piano que tocaba el otro día. Es un tema que me salió de pronto y lo grabé en una cinta. Ahora, mientras voy recorriendo los rincones que pisé en aquellos veranos en que estabas, voy gozando de la belleza de estas notas. Me ayudan a que el dolor sea más dolor y la soledad más densa. Nunca oíste esta música porque ha nacido no hace mucho. Por eso no la conoces ni tengo esperanza que la conozca nunca. Es una música única, mía, salida de mi alma, tocada y grabada por mí con la fuerza de tu añoranza y tu lejanía y por eso me ayuda en estos momentos. A sentirme más triste y a sentirte más lejos y ausencia.
Cruzo el viejo control. Donde ya en aquellos días no controlaban nada y aún sigue igual. Pero aquí sigue la vieja construcción, los postes que cortaban el paso, los pinos y el asfalto de la carretera. Rozo las rocas que escoltan a un lado y otro y antes mis ojos ya tengo las aguas azul diamante en la piscina remansada en el río. La que primero fue un charco, luego una balsa natural y más tarde una piscina artificial para que las personas se bañen en ella. Lo hiciste muchas veces en aquellos años de tu gran belleza porque eras inocente como las flores de la primavera en estas sierras. Mis ojos te vieron y aunque era cierto que estabas y eras tú nunca llegué a creérmelo. Tan bello me resultaba a mi alma y a los sueños de mi corazón que nunca llegué a creérmelo aunque podía tocarte y sentir los latidos de tu corazón.
En aquellas misteriosa y hondas tardes de verano nunca podía creerme que fuera cierto tu presencia surcando las aguas de este delicado charco. Tampoco me lo cría cuando ya la tarde caía y la sombra de la noche me arropaba con tu recuerdo en mi mente. Una vez y otra soñaba, saboreaba los juegos que por la tarde habías jugado y aunque daba gracias al cielo jamás me convencía de que aquella realidad me estuviera pasando a mí. Pero era cierto y por eso ya en aquellos momentos mi dolor era tan grande o más a como lo es hoy. Sabía que el tiempo me lo arrancaría y solo pensarlo se me llenaba el alma de angustia. Y el tiempo me lo arrancó. El tiempo te alejó de mi, te borró de mi mente, de mi corazón, de la sangre de mis venas y aunque grité como el loco más loco que nunca haya existido nada cambió. Nadie lo supo, nadie me echó una mano, nadie me ayudó ni me regaló un sorbo de agua para calmar un poco el dolor que me mataba en vivo. Tampoco tú. Y mi amor era sincero. Yo que lo conozco porque se hizo muerte y vida en el corazón que aun me late en el pecho digo que fue el amor más sincero y grande que nunca jamás nadie haya experimentado bajo el sol. Pero te fuiste, te alejaste llevándote la vida, el perfume de estas sierras, mis ríos de sueños y los latidos de las primaveras que por aquí me abrazan y me quedé con mi dolor. Por aquí paso hoy y sigo con mi dolor. Más grande, extraño y ácido que nunca porque ahora ya ni siquiera puedo venir, de vez en cuando, por estos rincones. Aunque ni estés ni vuelvas nunca más yo ahora ya ni siquiera puedo venir por estas sierras a llorar mi dolor mientras se me remueven los recuerdos. Ahora soy un desterrado en una ciudad que muchos llaman hermosa pero que está lejos de aquí y allí sigo muriendo. Muriendo más triste aún que cuando estabas y mis ojos podía verte y más triste que en estos mismos momentos. En aquella tierra extranjera y ácida para mí me muero entre cuatro paredes, frente a unos árboles que ni me conocen ni conozco y contemplando un trozo de cielo que ni es azul ni tiene belleza. Lo siento y lloro mi dolor y por eso como tantas veces ni doy gracias al cielo ni le pido nada. Sé que todo me viene de él y todo se me regala para mi dicha pero como a tontos otros en este mundo me siento desgraciado, muy desgraciado e injustamente tratado. Tanto he amado y creo que desde lo más limpio que no merezco la cárcel y la angustia que día tras día estoy viviendo. No doy gracias al cielo ni pido nada porque aunque todo sea digno y todo sea hermoso se me está obligando a vivir una vida que no es la que me pertenece según el alma y el corazón que llevo en mi cuerpo. Lo siento.
Rozo las aguas de este azul charco que ni siquiera me conoce aunque tanto me duela y sigo. Sigo sin poder seguir porque hasta mis oídos llega el rumor del agua en forma de chapoteos y juegos tuyos. No quisiera oír, no quisiera oler, no quisiera sentir pero sucede todo ello y con una fuerza que me tortura. Miro y descubro que las aguas son azules verdes, transparentes y claras. Como en aquellos días y también como en aquellos días juegan los niños y las personas mayores se lo pasan bien jugando con ellos. Los coches se amontonan bajo los pinos, junto a las mesas se apiñan las personas frente a los vasos llenos de cerveza y los chorizos recién asados. Cantan las chicharras y el sol quema. Hace calor. Tonto o más como en aquellos días.
Mientras voy pasando y me muero a chorros también como en aquellos días me digo que tampoco hoy tiene sentido mi presencia por aquí. No tiene sentido y por eso me digo que es absurdo el que haya vuelto. Es absurdo que haya vuelto y pasa por este rincón tan solitario como en aquellos días y con el mismo amargor. La sombra de los pinos me acaricia levemente para que el sol me queme un poco menos y mis ojos se fijan en el mural de azulejos que tantas veces vi. Es el mural que levantaron para dibujar en él un breve mapa con los puntos y caminos más importantes que rodean a este rincón. Siempre me resultó simple este panel y me lo sigue resultando pero es indudable que tiene su utilidad. Para los que por aquí vienen por primera vez este sencillo mapa seguro que les sirve. Todo sigue en su monotonía, en su silencio.
Son ya las doce y media de la mañana. Cae el sol y calienta con fuerza. Desde aquí para adelante en la dirección que llevo, barranco arriba la sombra de los pinos va arropando delicadamente. La carretera sigue con su mismo asfalto. Desde aquellos días a pesar de haber pasado tantos años no la han arreglado. ¿Para qué quieren arreglarla? A mí desde luego no me sirve para nada pero a los que son de por aquí, a los que viven en estos pueblos les vendría muy bien. Cuando termine de hacer la breve visita que en estos momentos estoy realizando será mi final total. Nunca más volveré a venir ni a pasar por aquí. Ahora sí que ya será nunca más. Por eso digo que no me sirve para nada o en el fondo me da igual que arreglen esta carretera o hagan cualquier otra cosa. Pero ya lo he dicho: creo que las personas que viven en este pueblo y en los otros que conozco tienen derecho a una carretera mejor y a otras muchas cosas.
Avanzo y mis ojos van recorriendo los paisajes, los rincones, los barrancos, los caminos... Por todos estos sitios estás. No como yo quisiera y necesito pero estás. Eres esencia viva y por eso te palpo, me dueles y me das las vida. Dios mío qué extraño es lo que en esta vida me está tocando beber. Por todos estos sitios estás. En aquellas tardes de primavera, en las mañanas del otoño gris, en las horas de los inviernos repletos de nieve, escarchas, hielos colgando en las cascadas y charcos helados. Por todos estos sitios estás y ni pude beber en aquellos tan bellos momentos ni ahora ni nunca. Nunca podré beberte ni tocarte ni saciarme de ti según me grita la sangre que me da vida.
Cuando el frío, junto a las lumbres que encendimos una vez y otra al borde de los arroyos y cerca de las fuentes. Cuando asábamos las castañas en las brasas de estas lumbres mientras tus juegos y mis juegos llenaban las horas de dicha y luz. ¿Te acuerdas de aquellos chorizos crujiendo sobre las ascuas de las lumbres? ¿De aquellos bocadillos cuando ya el chorizo estaba bien asado y entre aquellos trozos de pan recién amasado? ¿Te acuerdas de aquella ardilla saltando por las ramas de los pinos a cinco metros de donde jugábamos? Tantos días han pasado y tantas cosas nuevas fueron trayéndote cada uno de estos días que seguro ya no te acuerdas de nada de aquello. En el fondo me da igual. Ni gano ni pierdo si recuerdas o has olvidado pero en el fondo no me da igual. Yo salí perdiendo y mucho y desde entonces y hasta final de mis días y puede que toda la eternidad esté añorando la belleza que se me murió a pesar de haberla amado y abrazado tan fuertemente en mi corazón.
En este punto la carretera se empieza a separar del río que va quedando por la izquierda. La carretera se pega al arroyo y unas veces por la derecha y otras por la izquierda sube por el amplio barranco y la espesura de los pinos. A cada metro que recorro me digo las emociones saltan en mi mente. Me sé de memoria esta carretera. Cada curva, cada bache, cada trozo de cuneta, cada pino clavado a los lados… todo me lo sé de memoria y eso que parecía que ni siquiera prestaba atención cuando la recorría en aquellos días. A cada metro que recorro las emociones me brincan en la sangre y en la mente y para auto ayudarme, como tantas veces en esta vida mía, me digo que recorro esta carretera libremente. Solo por el placer, aunque se me vaya convirtiendo en dolor, de revivir las emociones de aquellos días y de sentir la angustia de mi honda soledad.
¿Dónde estás en estos precisos momentos? ¿Qué tienes en tus manos que le hayas arrancado a la vida? ¿Qué casa te cobija, por qué calle vas, qué aire te besa y qué ilusión llena los pliegues de tu alma? También digo en que en el fondo me da igual. Que hagas o seas en estos momentos esto o aquello en el fondo me da igual. Nunca pude gozar ni siquiera de aquello que rozaste y menos de aquello que amaste. ¿Por qué me torturo ahora pensando en lo que es sólo puro sueño en mi mente? Y vuelvo a repetirlo: los sentimientos y realidad que en estos momentos atravieso sé que será para siempre. Para siempre ya.
Por la derecha se me presenta la fuente donde bebimos tantas veces. Entre pinos y álamos se me presenta la fuente y ni siquiera me paro. La miro sin detenerme demasiado y compruebo que por su caño de hierro hoy no corre el limpio caño de agua. Enseguida intuyo que se la han quitado un poco más arriba. Un poco más arriba está el camping que por aquellos días construían. El agua que debería salir por el tubo de hierro que hace de caño en esta fuente la han cogido para las necesidades del camping. Indiferente me digo que también me da igual. Las cosas de por aquí, aun siendo tan importantes en este trozo de vida que me está tocando vivir, me dejan indiferentes. Me da igual que le hayan quitado el agua a esta preciosa fuente donde tantas veces bebimos y por eso tanto sabe de nosotros. Me coge tan lejos y es tan extraña a las realidades del dolor de mi vida que me da igual aunque me duela mucho. Todo lo que voy viendo y recorriendo me duele mucho pero me da igual porque no tengo otra alternativa.
Unos metros más delante de la fuente la carretera se empina ladera arriba. La pendiente por aquí es mucha porque por los lados rebosan grandes montañas. Paso ahora por el sitio donde están los tornajos. Los que pusieron cuando jugábamos aquella tarde casi acurrucados a las llamas de la gran lumbre. Tiene su nombre este rincón y bien que me lo sé pero ¿para qué quiero decirlo? Pero por si algún día alguien lee estas líneas y desea enterarse diré que este rincón se llama Peña del Olivar. En un sentido amplio a todo este rincón y desde la piscina remansada para arriba se le conoce por la Peña del Olivar. Al menos esto es lo que por aquellos días aprendí y todavía recuerdo.
En los tornajos que me van quedando por la derecha y el lado de abajo, entre el arroyo y la carretera, se extiende la llanura de los olivos. Cerca la cascada de la acequia y los pinos de bello porte. En aquellas tardes, más de mil y todas deliciosamente bellas, junto a estos tornajos estuvimos comiendo los bocadillos de chorizo, las castañas asadas en la lumbre de la llanura y jugando los juegos de la ilusión más limpia. En aquellas tardes, al principio, todavía no estaban los tornajos. Sólo había una pequeña fuente con su chorrillo limpio y la música del agua cayendo de este chorrillo. Luego construyeron estos tornajos y aunque nos extrañó un poco enseguida nos acostumbramos a su presencia. Todavía siguen aquí y sólo Dios sabe hasta cuándo.
Por el carril de tierra que desde esta carretera se aparta para los tornajos suben dos burros muy viejos y famélicos. Sobre sus lomos dos ancianos sentados que ni siquiera me miran al pasar. Sus caras están arrugadas, tostadas por el sol y resecas. ¿De dónde vienen y quienes son? Ni me conocen ni los conozco. Por la derecha y remontado en todo lo alto de la cumbre me va quedado la Piedra de los Agujeros. Un bonito peñón donde anidan las águilas y que siempre me llamó la atención pero que nunca toqué con mis manos. Por las cumbres de estas sierras nunca anduve. Por eso desde aquellos días me siguen pareciendo misteriosas, lejanas y llenas de secretos. Al fondo veo al pueblo sobre la ladera. Recostado como en aquellos días y sumido en sus sueños también para mí misteriosos. Por aquellos días y hoy también envidiaba y sigo envidiando a las personas que viven en este pueblo. Siempre los sentí mejores que yo. Igual me ha pasado con todos los habitantes tanto de los pueblos como de los cortijos de estas sierras. Todos sois mejores que yo y sin embargo ninguno ha llegado a ser amigo sincero mío. Por más que lo he querido y hasta lo he suplicado en más de una ocasión no logré la amistad sincera de nadie de estas sierras, de sus cortijos, de sus aldeas y de sus pueblos.
La otra fuente a la sombra de los pinos y esta sí tiene su chorrillo de agua. ¡Qué bonito es todo este rincón! Rozo ahora el recogido lugar por donde corría el arroyo y se despeñaba la cascada de aquellos juegos en las tardes y mañanas. Hay una acequia tallada en el tronco de un pico que cruzaba de un lado a otro de la cascada para conducir el agua a las tierras que debía regar. ¡Cuántas veces fuiste y viniste por este tronco de acequia! Te inventabas un juego y enredado entre sus brazos te ponías a hacer equilibrio por los bordes de la acequia tallada en este tronco de pino. Hoy no veo este tronco de pino. Estoy seguro que ya no está. Ha pasado tanto tiempo que no puede estar. Se tiene que haber podrido y seguro que la acequia también se ha roto. Ya no riega ninguna de las tierras que regó en aquellos tiempos porque estos rincones ahora son Parque Natural.
Más adelante del rincón de la cascada y también por la izquierda se aparta un ramal de carretera. Va al rincón del que por aquí llaman antiguo Seminario. Un edificio muy grande que construyeron en tiempos lejanos y que en los últimos años lo fueron adaptando hasta rematarlo en un lujo hotel. Por este ramal de pista me aparto y en unos metros ya estoy en los aparcamientos de este lujoso y amplio hotel. Dejo el coche junto a los otros coches lujosos que esta mañana hay aquí y mientras me dirijo a las puertas de este edificio miro y observo. Desde hace mucho tiempo me intrigó este rincón y el edificio que digo. Pero en aquellos días y los que siguieron no vine nunca por aquí. Era como si respetara algo muy privado y a la vez extraño. Al pasar hoy no he podido contenerme y aquí estoy.
Sé la historia no del edificio viejo sino la del hotel que de aquello construcción ha resultado. Una historia que se mezcla y enreda con las de otros edificios y hoteles dentro de este Parque Natural. Y las personas que protagonizan la leyenda de esta historia tienen mucho a sus espaldas. Una extraña fábula a la que dieron lugar ellos mismos y que ha dañado a muchas de las personas nativas de este Parque. No diré nada más porque creo que de mi parte no debo perder ni un minuto en los cuentos de estas personas. Me duelen porque no las encuentro correctas pero a mí no se me ha perdido nada en esto.
Entro al lujoso y nuevo hotel. Saludo y pido alguna información. Como me esperaba todo está enfocado para gente con mucho dinero. Dormir una noche aquí no está a mi alcance. No puedo yo gastarme el dinero que cuesta una habitación para una sola noche. Lo siento y doy las gracias. Salgo y me retiro. Observo que el edificio está levantado en un rincón muy bello. Quizá el rincón más bello de todas estas sierras. Le han construido amplios y buenos aparcamientos, campos de golf, piscina y hasta algunos espacios para que se lo pasen bien los niños. Han levantado un buen hotel y con mucho lujo en este rincón del Parque Natural.
Me pongo en marcha y por la misma carretera que he llegado regreso, al llegar a la que sube desde la Peña del olivar tuerzo para la izquierda y sigo remontando. A los parajes que ahora voy a recorrer siguiendo la carretera hasta la cumbre se le conocen con el nombre de la Umbría de los Talazos. Una extensa umbría tupida de pinares de la especie laricios que son los que tienen troncos recios, rectos y blancos. A pesar de aquellos “Talazos”, gran tala, quizás descontrolada y por eso a lo bruto, en la hermosísima umbría crecen ejemplares de pinos muy bellos. Por aquí la carretera asciende mucho más llana y va cortando la curva de nivel de los mil trescientos metros hasta llegar a los mil cuatrocientos y algo más.
En poco rato corono a la cumbre. Por aquí la carretera se endereza un poco y lo hace justo cuando ya se torna llana y se mete por entre un espeso y recio pinar de pinos laricios. Es muy bello este rincón. Desde el primer día que lo vi me gustó por la belleza de sus pinos, las tierras que lo conforman, las sombras que proyectan estos pinos, los amplios horizontes que desde aquí se abren y otros mil matices que me llegan a alma y no sé que nombre tienen. Recorro despacio el trozo de carretera que corona y vuelca y al girar para la derecha y comenzar a bajar por la que ahora es vertiente del río Tus y terrenos próximos a las Acebeas, por la izquierda se me queda un carril de tierra. Lo recuerdo. Es el carril que baja a la serrería del río Tus y que recorrí y recogí en mi libro “Desde Segura de la Sierra el pueblo de la Cumbre”. ¡Qué tiempos aquellos y con cuanto sentimiento los revivo en estos momentos!
Ya por aquellos días vivía la angustia del destierro que presentía y que se confirmó tan solo unos años más tarde. Y tengo que decirlo: a lo largo de todos los días que tuve la suerte de pisar estas sierras sentí vivamente la angustia del destierro. Lo temía en todo momento y especialmente al terminar el curso. Y un día, tal como lo había presentido el destierro se confirmó. Se hizo realidad y hoy, cuando escribo estas líneas, lo hago desde la cárcel de ese destierro. Muy lejos de las sierras que voy describiendo. La muerte y la angustia se me amontonan en la garganta y en el alma y no me deja vivir. No puedo vivir porque estoy viviendo una realidad que ni me pertenece ni amo. Lo siento de verás. Lo siento mucho.
Recién coronada la cumbre de la Umbría de los Talazos giro en la curva por donde a la derecha se aparta el carril de tierra que lleva a la Serrería del río Tus y al cortijo de Cardeña. Enfila la carretera hacia el rincón de las Acebeas y en cuento traza unas cuantas curvas muy cerradas se mete en un pequeño arroyuelo. Mas que arroyuelo es una amplia cañada donde empieza a fraguase el cortico arroyo del Tambor, afluente del arroyo Andrés y éste a su vez a fluente del arroyo del Tejuelo y del río Tus por la cascada del Saltador o del Saltillo. Justo aquí mismo, donde la carretera cruza la vaguada de este incipiente arroyo del Tambor, por la derecha se aparta otro carril de tierra. Es un carril amplio y llano pero muy misterioso para mí. No lo conozco. No lo he recorrido nunca y hoy tampoco lo voy a hacer. A pesar de mis años recorriendo estas sierras todavía me quedan muchos rincones sin pisar, sin conocer, sin amar aunque esto último no sea cierto.
Pero de este carril sé que sube llaneando por las tierras de la cañada que viene dando forma al arroyuelo del Tambor y se asoma para el barranco de la Umbría de los Talazos y el arroyo de la Canalica que es el que he recorrido desde la Peña del Olivar hasta la cumbre. Este carril de tierra o pista forestal como también le llaman en estas sierras se asoma al barranco que he dicho y un poco antes de llegar a los Pozos de la Nieve tiene un bonito mirador sobre el barranco que atrás decía. Va este carril por el lado norte del monte de las Acebeas que tiene 1536 metros de alto y en su punto más elevado alcanza los 1620 metros. En cuanto pasa el lugar de los Pozos de la Nieve se viene para el lado de la derecha que es el lado del barranco y por donde sube la carretera y comienza a bajar hacia el Camping de la Canalica. Es el camping que construyeron por encima de la cascada de nuestros juegos en aquellas tardes y por eso le quitaron el agua tanto a la cascada como a la acequia que corría por el tronco del pinto y también a la fuente que hay junto a la carretera.
El que carril que vengo comentando en cuanto pasa los Pozos de la Nieve tuerce para la derecha y enseguida roza un rincón muy bello. Se le conoce con el bonito nombre de la Fresnedilla. Esta palabra hace referencia a un lugar donde crecen fresnos pero no en gran cantidad y por eso es Fresnedilla. En diminutivo y aclaro ahora también que este nombre se repite mucho a lo largo y ancho de estas sierras. Hasta donde yo sé estas son las veces que se repite: Dehesa de la Fresnedilla, cortijo de la Fresnedilla, La Fresnedilla, casa forestal de la Fresnedilla, arroyo de la Fresnedilla, Filos de la Fresnedilla, Fuente de la Fresnedilla, Barranco de la Fresnedilla, Senda de la Fresnedilla a los Hoyos de Muñoz. Y los puntos son por el nacimiento del río Aguasmulas, Sierra de las Villas, barranco de Roblehondo, por las Acebeas y otros lugares.
En mi recorrido de hoy por este concreto rincón de la sierra y mientras una vez más me empapo de lo que tanto amo y vitalmente necesito, mientras una vez más me despido a la vez que abrazo y saludo en este tan singular encuentro, ya dejo atrás el carril de tierra que venía diciendo. La carretera ahora se pone recta sobre las llanas tierras de la cañada que va dando forma al arroyo del Tambor y los hermosos pinos laricios me siguen saludando. Es muy hermoso este rincón. Por la izquierda me va quedando el surco del arroyo, las tierras llanas y un buen bosque de pinos aun no muy grandes. Por la derecha se empieza a estirar la ladera del lado norte de las cumbres de las Acebeas. Sobre 1200 metros es la altura por aquí.
Me paro. Es tan bonito este rincón y me hiere tanto en el alma que me siento impulsado a pararme. Por entre los pinos jóvenes de la izquierda y a su sombra dejo el coche. Cojo mi vieja manta, el cuaderno y el bolígrafo y subo unos metros por la ladera de la derecha. En la vaguada de un arroyuelo y a la sombra de dos hermosos pinos laricios tiendo la mata. Sobre la fresca hierba que cubre el suelo de este recogido barranco. A pesar de ser pleno mes de agosto el suelo de estas laderas está cubierto por un espeso manto de hierba. Solo las matas mas altas se han secado, lo demás permanece verde como si fuera plena primavera. El aire que corre es fresco, muy fresco y puro. El sol cae y quema con fuerza y por eso las chicharras están excitadas al máximo. Pero el aire es fresco, el silencio total y la soledad aun más densa. De todo esto es de lo que más me sobra en la vida mía pero la soledad, el silencio, el sol, el cielo azul y el aire fresco de este singular rincón serrano tiene una característica especial. Bien lo sé yo y por eso me he detenido.
Sobre la vieja manta estiro mi cuerpo. Me tumbo a todo lo largo y boca arriba. Me dejo bañar por la densa y suave sombra de estos hermosos pinos serranos. Estoy solo. Completamente solo como tantos y tantos momentos en la vida que me está tocando vivir. Quiero escribir alto. No sé ni de qué ni qué pero quiero escribir algo. En el alma me bullen los sentimientos, la pesadumbre de tu ausencia y el desprecio de tantos y tantos. En el alma me bullen y escuecen los pensamientos y las ausencias. Estoy solo y por eso necesito escribir las cosas que ahora mismo me abrazan y queman. Es la única forma de encontrar un poco de consuelo. Te traigo a mi mente. Te paseo por mi mente con la urgente necesidad de agarrarme a ti y que me de un poco de vida. Pero el dolor se intensifica en todas las fibras de mis carnes y espíritu. Eres ausencia total. La ausencia más honda de cuantas ausencias se me han enganchado al alma. ¿Por qué? Me pregunto con la certeza ya de ante mano de que ni tu ni nadie va a responder esta pregunta mía. Pero me pregunto por qué y quiero llorar. Necesito llorar para consolarme a la sombra de este hermoso pino laricio, besado por la hierba verde y acariciado por el fresco viento de las montañas que te pertenecen.
Escribo sin ganas. Llorando y asfixiado de soledad pero escribo lo que puedo y de cualquier manera. Sobre el papel voy dejando letras y líneas que van dando cuerpo al diario que estos días voy redactando. Un diario que ya tiene casi un año de vida y que quiero continuar hasta que por lo menos se complete el año. Y también me pregunto ¿Para qué este diario y para qué las cosas que cuento en él? Sé que nunca lo leerás. Nunca lo leerán otros muchos y aquellos que a lo mejor sí le leen lo hará por la curiosidad de saber qué dije o pensé de esto o aquello. Lo leerán para criticarme y posiblemente condenarme como casi siempre han hecho desde que tengo uso de razón. Lo leerán para juzgarme y condenarme pero aun sabiendo esto escribo este diario. Desde hace casi un año ya escribo un diario que voy completando en las primeras horas de los días que llegan. En estos momentos y bajo la sombra de estos pinos escribo algunas cosas para las páginas de este diario y así se me hace más llevadera la soledad que me has regalado sin que yo te la haya pedido ni la quiera.
Cuando ha pasado media hora ya tengo escrito todo lo que creo es más importante. Ya no sé qué más dejar sobre las páginas de este diario. Suelto el bolígrafo y el cuaderno y cambio de postura. Frente al azul del limpio cielo que cubre a estas montañas sigo tumbado sobre la manta. Un pequeño pajarillo revolotea por entre las ramas de los majuelos que me cubre por el lado de arriba. Arrulla una tórtola y canta una abubilla. Las chicharras no paran en su monótono y denso concierto. El sol cae aplastante como en una lluvia recia y ancha y el viento pasa besando amorosamente. Como si no tuviera en cuenta ni mis pecados ni la desdicha que tengo clavada en esta desgraciada vida mía.
A pesar de la paz y el río de belleza que me regala la naturaleza de este rincón no me siento bien. Me falta dicha, gozo, amor, presencia humana con quien compartir este extraño sueño mío y el dolor que me va consumiendo. Estás en mis pensamientos pero con la sensación de pérdida para siempre. Tengo ya bien asumido que no te podré ver nunca más. No podré oír tu voz, no podré compartir nada contigo. Ya eres pérdida para siempre y creo que incluso en aquella otra vida que espero después de esta. Lo siento mucho. Lo siento de verás porque tan malo no fui contigo ni tampoco con los otros. Pero en mi alma tengo la sensación de que te he perdido para siempre. ¿Es decisión del cielo? Tengo que decir que hoy día ni siquiera tengo claro que el cielo decida que las cosas sean como me están ocurriendo. No lo tengo claro porque presiento que el cielo no decide estas cosas.
Con mis ojos miro fijo a las tres nubes blancas que surcan el azul que me cubre. Me recreo, como lo hiciera un niño pequeño, en el movimiento que el viento imprime a las ramas de los pinos que me dan sombra. Ni siquiera me apetece pensar. Ni siquiera deseo ocupar mi cerebro en pensar nada. Me entretengo en los pajarillos que saltan por las ramas de los pinos curioseándome. Para ellos soy algo extraño y nuevo por aquí. Quizá nunca en todos sus días hayan visto a un ser humano tumbado sobre una manta entre la hierba de la cañada y a la sombra de los pinos. Mirándolos dejo que pasen los minutos y cuando ya estoy cansado me concentro en las hojas secas que caen de los pinos. Se desprende con el calor del verano y surcando el aire caen al suelo por entre la hierba de la cañada.
Sin más dejo que pase el tiempo. No tengo casi nada que decir o comentar a pesar de morirme asfixiado en un torrente de ideas y de sentimientos. Pero en estos momentos no tengo más que decir. Repito otra vez que estoy solo en el centro de este brillante día de verano y en el centro de este hermoso paraíso verde. Dejo que mi mente se duerma aburrida y al poco me levanto. Recojo la manta y las cuatro cosas que por aquí he puesto y me voy. Subo en el coche y me pongo a rodar por la solitaria carretera que va surcando estas soledades. Las soledades de mis amores y mis desconsuelos en este terrible destierro que entre los humanos estoy viviendo. Por unos minutos he gozado el hondo silencio que regalan estas sierras, del rumor del viento quebrándose en las hojas de los pinos, del brillante cielo azul y de los horizontes recortados sobre las cumbres que me llaman. He gozado del fresco del paisaje, de la hierba, de la rectitud del tronco de los pinos laricios y de un rincón más de estas sierras que ahora tengo mucho más lejanas y prohibidas.
Sobre las seis de la tarde voy avanzando por la estrecha carretera que surca los pinares de estas montañas. Vuelvo otra vez al pueblo de la cumbre por donde en estos días me refugio. Y mientras regreso y avanzo me repito como tantas otras veces. Me repito que sin duda sería muy hermoso todo esto que estoy viviendo en estos días sin, como tantas otras personas, tuviera yo también con quien compartirlo. Aunque solo fuera en algunos momentos me sería suficiente para encontrar el consuelo y la dicha. Dios basta en algunas ocasiones pero Dios no puede llenar el vacío que hay en mi alma. El afecto de las personas es necesario para sentirse realizado y encontrar la paz. Dios existe y está pero el alma que va por los caminos de estas montañas también necesita del calor humano para sentir la vida y notar que la dicha puede ser real.
Por hoy y sin que sea el punto final termino el recorrido que he trazado por las sierras de este Parque Natural. Vuelvo al corazón del Pueblo de la Cumbre donde ya he dicho, por unos días en este mes de agosto, tengo mi refugio. Son muchos los caminos y los paisajes que por estos días quiero recorrer y pisar pero por hoy pongo punto y final a la ruta trazada. Mañana me iré por otros rincones de estas sierras y, si las cosas me salen como tengo pensado, a lo largo de los días que pienso estar por aquí viviré y contaré lo que mis ojos vean y mi corazón sienta.
HUELGA UTRERA
‑ Mira, en ese mismo rincón existe una recogida aldea que es pura joya. Huelga Utrera se llama y ya sabes que huelga significa huerta. La Huerta de Utrera o Huerta Utrera sería lo claro pero su nombre de siempre es tan bonito que nosotros no vamos ni a tocarlo. De la carretera se aparta una pista a la derecha y metiéndose por entre fresnos, cruzando el río que ya es el Segura, subiendo una pequeña cuesta y dando unas curvas, se llega a la aldea.
Se ubican estas casicas justo en la misma orilla del río Segura cuando ya a éste sólo le quedan unos metros para entregarse a las aguas del río Madera. Nada, diez casas que ya te decía antes son como las perlas de la joya grande donde la vegetación es abundante y espesa y el agua lo baña todo.
Quiero que sepas una cosa: “la apariencia engaña”.
- Explícate.
- Al ver un río y otro puede darte la impresión que el principal, el importante no es el que desciende desde las aldeas de Pontones y se hunde en el barranco por donde te encuentras ahora, sino que el río grande, el real, es este: el Madera.
‑ ¿Por qué puede aparentar esto?
- Porque el río Madera va recto, hermoso, señorial bajando decidido por su también gran barranco y el otro, el realmente grande y principal, el Segura, sin pretenderlo y sin que se entere el Madera, se le cuela por el lado derecho, agazapado por entre las casas de la aldea y más aplastado aún por entre los fresnos y las zarzas. Y como el gran Segura viene misteriosamente oculto en la zanja que tuvo que horadar en las laderas desde las que descuelga y como también viene torcido y al llegar al Madera es cuando se endereza y levanta con altivez, no te crees la realidad hasta que te entra por los ojos. El río Madera no es el principal aunque lo parezca sino el río Segura aunque no lo parezca.
Tú llegas después de recorrer el kilómetro de pista de tierra, al corazón de lo hermoso, dentro de lo modesto y sencillo. Al girar a la derecha, la pequeña plaza, con la gran noguera en su centro y un señor mayor sentado en los espléndidos bancos de hierro bajo la espesa sombra. Si le pregunta, porque es casi lo primero que en ese momento piensas, te dirá que la noguera, que este año sí tiene nueces, ha vivido ya 38 inviernos.
- Tantos como tú.
- Pongamos la mitad que yo.
- ¿Y qué aguardas aquí?
- Esperar es existir.
- Pero se dice que en la espera se sufre tanto por lo que se desea, que no se puede soportar otra presencia.
- Y también se dice que la espera comienza cuando ya no hay nada que esperar, ni siquiera el fin de la espera. La espera es fruto de grandes corazones y muy fecunda en aciertos. Pero en fin: Mato el tiempo. Se está aquí tan fresquito, a estas horas del día, todo silencio y paz, que de aquí a la gloria, sólo un paso.
Te dirá él expresando así lo feliz que se siente en su noguera, su sombra, el fresco que bajo ella corre y el gran silencio roto sólo por la corriente del Segura que la roza.
El edificio que hay ahí mismo es el de correos. Clavado en el tronco de la noguera pusieron el buzón. Si le preguntas.
- ¿Y para ir a las juntas?
te dirá que:
- Donde las aguas limpias del río Segura se besan con las aguas inmaculadas del río Madera, para llegar al punto que por aquí conocemos como Las Juntas, usted se va por aquí; por esta calle que tiene enfrente y nos queda un poco a la izquierda. Enseguida sale a la presencia de las dos encinas más grandes de estos contornos. Centenarias son y tienen hasta sus parras trepando por los troncos y encaramadas por entre todas las negras ramas de las viejas encinas.
Usted se mete por debajo de ellas y justo ahí tuerce a la izquierda. Es una sendilla de tierra de la cual siempre se lamentan los turistas cúrsiles pero usted no se lamente sino goce de la belleza para así no caer en la impersonalidad. En cuanto baja una corta cuestecilla se extiende la pasarela. El es un puente de los de aquellos tiempos. Así que sólo verá como una gran plancha de hormigón que va de un lado a otro del río sin baranda a los lados. En aquellos tiempos sólo necesitábamos lo necesario, lo realmente importante que era poder cruzar el río para ir y venir a los cortijos de unas laderas y otras. Y ya desde ahí no tiene pérdida.
Y no tiene pérdida: en pasando el puente ya no hay nada más que seguir la sendilla de tierra que avanza descendiendo ahora por el margen izquierdo río Segura adelante en busca del amigo para entregarse a él.
- A usted le acompaña en todo momento el sol que le da de lleno, el rumor de la corriente del río que por aquí sí lleva mucha agua a pesar de la gran sequía y el verdor por la hondonada del cauce. Nada, cinco minutos y acaba usted en una explanada repleta de espliego, mejorana, ajedrea y otros arbustos. Cuando de pequeño yo iba por el lugar, siempre me decía mi padre: “El que coge mejorana hace lo que le da la gana”. O también, cuando iba con mi hermana me decía que: “El que pasa por el romero y no coge de él, no tiene amor ni piensa tener”.
Y es que ahí, parece como si se hubieran concentrado las mejores, las más sanas y vigorosas plantas aromáticas de estas sierras. El llano aún pertenece a las riberas del río Madera. Por entre los tomillos, atravesando el campo, porque la senda ya se desdibuja, usted avanza torciendo un poco hacia la derecha y repentinamente, descubre las aguas del río Madera. Una fina sinfonía de corrientes mansas, surge del cauce. La sigue usted unos metros, saltando de piedra en piedra ya metido en la corriente y de pronto, se encuentra frente a las sosegadas aguas del Segura.
El río avanza por entre el bosque de zarzas y otras mil plantas y sereno, grandioso, limpio y saltarín se acerca al Madera que le recibe asombrado. El Madera, con ser más pequeño y parecer el principal, se le inclina, se le entrega humilde sabiendo que a partir de aquí él muere para que el Segura viva. Y como el Segura serrano, nunca ha sido ni será un río soberbio ni bravío ni pedante sino que desde los Campos de Hernán Pelea, las sierras bajas, su pequeño pueblo de Pontones y hasta aquí, recala lleno de franqueza y humildad, el abrazo con el hermano es también desde la pequeñez.
Como si en el fondo no quisiera ser lo que en realidad es. Como si estuviera practicando lo que tan normal siempre fue en los serranos. A pesar de caudal tan noble y aguas tan limpias, su encuentro con el Madera es como un abrazo desde el corazón y en silencio. Y aquí, en este mismo rincón que tampoco es grande ni ampuloso.
El río Madera sabe que su hermano mayor trae entre sus aguas limpias el mismo aroma de sencillez que brota de los pastores que en las altas cumbres lo ven nacer. Sabe que a lo largo de su recorrido también se va entregando a él, el Arroyo Azul por el barranco del Vierzo y el manantial del Molino de Loreto, donde ahora él tiene su nacimiento. Conoce esto y otros mil mundos bellos y por eso, a partir de esta junta, ya se deja enredar en los remolinos blancos y para siempre los dos se hacen uno.
Los helechos ahora parecen más grandes y hasta el mirlo acuático salta de acá para allá lleno de gozo. Usted se queda por ahí un rato gozando de la música del bosque, de matices tan único en el mundo, del fresco que las aguas van dejando a su paso por la ribera y del alegre remolino en el pequeño y azul charco donde ambos ríos han decidido para siempre fundirse en uno. Luego regresa tranquilo por la misma senda. Una excursión cortica, redonda en sí y completa como lo es el pequeño rincón por el que usted se mueve y el paseo discurre.
Y con esto concluimos.
- No del todo porque algunas cosas quería yo preguntar.
- Pues es el momento. ¿Qué quieres saber?
- Hace un rato sacaste a colación algunos representantes del reino vegetal correspondiente al grupo de las plantas aromáticas y medicinales. Mi pregunta es sobre el romero. Eso de “una medicina en la cocina” ¿cómo lo aplicáis vosotros por aquí?
- Pues muy sencillo. Queda explicado con la frase que también dice: “mala es la llaga que el romero no la sana”. Las heridas deben ser lavadas al menos dos veces al día con esta agua que se prepara de nuevo cada vez. Es espíritu del romero es perfumado, curativo, alegre. El olor que deja en nuestras manos si las rozamos al pasar, no deleitará durante el tiempo que dure su aroma. Si al caminar pisamos algún matojo su fragancia suave y dulce, nos hará ensoñar un instante. De la flor del romero extraen nuestras abejas aromas para la miel. Es, me atrevo a afirmar, la más natural de las recetas del romero.
Estas son algunas de las palabras que oirás del hombre mayor que toma el sol bajo la noguera de 38 años que llena con su sombra la plaza de la aldea. Esto te dirá y no te equivoca ni te engaña, ni se queda corto ni se pasa. Todo es exactamente tal como él te lo cuenta y si acaso algo más en cuanto a transparencia y sencillez pero ya sabes que los serranos son comedidos en la ponderación de sus excelentes realidades.
‑ En cuanto regreso ¿ya lo tengo todo visto en esta pequeña aldea según dices tan vergel?
‑ Eso depende de la urgencia que lleves, el cariño que sientas, tanto por la pluralidad de estas sierras como por los serranos y sus vidas. Pero al subir por las encinas verás ahí mismo que ya se amontonan los turistas que van llegando. Aunque si te fijas bien también verás que estos no son turistas del todo. Son los serranos que un día se fueron y como por aquí tienen ellos todavía raíces y sus trozos de tierras, vuelven en verano con los hijos y las familias y aquí se quedan el tiempo que puedan.
Por aquí ya los verás a ellos y hasta si te encuentras alguna muchacha rubia, alta y guapa hija de los serranos que un día se fueron, le puedes preguntar por curiosidades de la aldea. Le puedes preguntar por el bar y ella te dirá que aquí no hay ningún.
‑ Entonces, para tomar unos refrescos ¿no existe ni un pequeño bar?
Vuelves a preguntarle insistiendo de nuevo.
‑ Sólo hay una casa donde tienen un teléfono y se puede llamar.
En estos momentos se asoma a la puerta de la casa una señora diciendo que sí, que ella tiene aquí algo de eso que buscas. Al principio te extrañas un poco porque, como buen cateto y cursi que eres para no desmerecer en nada a la gente que son y viven en la ciudad y se pasan la vida nadando en la abundancia de la civilización y todas esas cursilerías, no haces nada más que mirar a ver si encuentras algún letrero que te diga que aquello es un bar, un restaurante, una discoteca o cualquier otra cosa que te remita a ese mundo tuyo.
Pero no, sigues lleno de asombro porque ante tus ojos no aparece nada que se parezca a la imagen que tienes en tu mente. Lo único que ves es una sencilla casa y eso sí: limpia. El cemento de la puerta recién fregado, las flores en la misma entrada frescas y regadas, en las paredes de la fachada, reluciendo el sol y en su interior, oliendo a limpia.
‑ Sí, aquí tengo lo que usted quiera, así que dígame qué le pongo.
Te sigue diciendo la señora dueña de la casa y con acento serrano.
‑ Pero si vengo buscando un bar.
Sigues recalcando.
‑ No importa. Esto es una casa particular pero sin ser un bar puede serlo porque si usted quiere tomarse algo no tiene nada más que decírmelo. Pero antes pase “para adentro”, por favor.
Te insiste ella para convencerte de que, en su casa, puedes encontrar lo que buscas. Pasas por fin al interior. Es una sala amplia con televisor, nevera, mesa y sillas donde se encuentra sentada la familia. Ella abre la nevera y te ofrece el refresco.
‑ ¿Este es entonces el bar del pueblo?
Machacas tozudamente. Te explican que este cortijo no es un pueblo y que su casa tampoco es un bar.
‑ Estas cuatro casas que usted ve por aquí, todas tan limpias, ordenadas, arropada por la sombra de la noguera y arrulladas por las aguas frescas del río Segura, no es un pueblo. Ya hace algún tiempo, en el principio, esto fue un cortijo y ahora es una reducida aldea. Huelga, para que usted lo sepa, significa huerta y Utrera puede ser el nombre o el apellido del que al principio tenía por aquí su huerta. Así que esto es la aldea de Huelga Utrera y en mi casa sólo tengo algunas cosillas para cuando, así como usted, viene algún turista. Aunque el agua del río y la que corre por la canal que pasa por la puerta, es buena y está fresca, ellos prefieren beber cerveza o refrescos de latas. Son así.
Algo confuso, humillado y aleccionado por la sencillez y nobleza de esta gente, su aldea y su huerta, empiezas a preguntarle que cómo están sobrellevando la escasez de lluvia. ‑ Mal. Nosotros antes oíamos hablar que había sequía y siempre decíamos que eso no era por aquí, que nunca llegaría tal problema a estas tierras pero fíjate ahora lo que tenemos.
Te dice, el marido de la señora que te ha dado el refresco. Y como le haces algunas preguntas más, te propone que esperes:
‑ Aquí mismo tengo unos gemelos que compré cuando estuve en Andorra. Vamos a ir a la era del cortijo y desde allí le voy a enseñar las crestas y cumbres que busca.
Se mete uno de los aposentos del fondo y al rato sale con el sombrero de paja y sus gemelos y gozosamente amable te lleva por donde crecen las encinas. Detrás de la casa de los que han vuelto, rincón donde juegan los niños, se extiende el pequeño rellano empedrado con cantos rodados del río.
- Esto fue la antigua era, donde toda la vida se trillaron las mieses en aquellos tiempos.
- Más tardío que en otros sitios habrán granado siempre aquí las sementeras.
Le preguntas.
- ¡Depende! Primero se decía: “Si en marzo oyes tronar, agranda la era y limpia el pajar”. Al final de la primavera ya se oían otros como: “Al llegar junio, le dice a mayo, tal te encuentro, tal te grano”. Aludiendo al grano del cereal. También otros decían: “Cuando junio llega, busca la hoz y limpia la era”. A punto de comenzar la faena, a unos y otros se nos oía decir: “En julio, lo verde y lo maduro”. Había que segar los cereales. O también: “Dijo el trigo al sembrador, con un grano o con dos, para julio estoy con vos”. Porque ya sabe usted: “Agua por San Juan, quita aceite, vino y pan”.
- Y la faena de la era ¿cómo resultaba?
- En todas las partes de esta gran sierra, las cosas eran así: una vez segado el trigo era transportado por caballerías a la era para ir extendiendo la mies hasta formar la parva. Subidos en un trillo era tirado por un par de mulos para dar y dar vueltas a la parva hasta triturarla. Se amontonaba la parva y se procedía a separar el grano de la paja. Proceso que se hacía aventando. Aventar es echar al aire el grano y la paja para que al caer, aprovechando el viento, se vaya por un lado el trigo y por otro la paja. Y por último, encerrar el grano en los trojes que son unos recintos cortados por tabiques situados en las partes altas de las casas y meter la paja en el pajar. Pasando el verano se decía que: “por septiembre cosecha y no siembres”.
- Y actualmente, en tu huerta ¿qué se siembre?
- En mi huerta, cuando ya va llegando el final de la primavera, se siembra de todo. Si usted viene por aquí sobre el diez de junio, ya verá sembradas las patatas, las lechugas bien grandes e incluso atadas, que algunas les podré dar para que las pruebe, los ajos gordos y altos, también le daré un manojo para que se haga una tortilla. Las habichuelas, por esos días aunque ya están sembradas, todavía se les verás pequeñas igual que los tomates, los pimientos, los melones y las calabazas. Aquí mismo, al lado de mi casa, tengo un bancal de zanahorias y el semillero de todas las otras plantas. En fin, que con lo que yo ahora siembro en mi huerta, tengo más que suficiente para la casa a lo largo del todo el verano.
Desde la vieja era, te pide que mires hacia las cumbres por donde detrás se extiende Cañada Hermosa.
‑ Ahí se ve la caseta de fogoneros donde he estado trabajando de vigilante cuarenta años. Cuarenta minutos tardaba en bajar desde lo alto, atravesando el campo, a por alimentos a esta casa mía y dos horas echaba luego en regresar a la cumbre.
‑ ¿Cómo se llama aquello?
‑ Ese pico se llama la Campana y ya son dos con el otro cerro de la Campana por donde nace el río Aguasmulas. Al macizo entero se le llama la Buitrera y aquellos dos escalones, aquello los Poyos de la Toba y por allí es por donde desde la Toba sube una pista que engancha con la que viene de Santiago en Cañada Hermosa justo donde se agazapa la “Tina del Organista”. Por aquí a la derecha del río Segura tenemos Cabeza Gorda que además de ser un monte con 1536 m. también es o más bien fue una pequeña aldea, una cortijada... El Portillo, las Varas o Castellón de las Varas, junto con Poyo Escribano, Picón de Rufino y los Algaides. En las cumbres de Buitreras, la Piedra Dionisia, Poyos de Diego Martínez, Tola del Aljibe, cortijo del Aljibe, Charco, cueva o cascada del Aljibe el Portillo, Cerro de la Misa y el Calar del Pinos que como su nombre indica es un calar, es decir, un buen conjunto de montes, llenos de grandes rocas calizas. Al menos cinco de ellos rozan y hasta pasan los 1.500 m.
- ¿Y lo de la cueva que me dijiste?
- Pues lo de la cueva esa que me preguntas, te lo voy a explicar: se sube por ahí, una sendilla que se aparta del lado de arriba de la pista, en la misma curva. Una vereilla de na que hay que conocerla muy bien ya que la trazaron las cabras y por eso ni va recta ni se ve con claridad pero yo la conozco. En unos metros remontas el poyo que se llama de la Cruz y se mete en el barranco, cruza las tierras llanas que en otros tiempos fueron huertas y pasando bajo la noguera redonda, cae al surco del arroyo. Un poco antes de llegar, nos encontramos un mojón que divide tres lindes: el Coto de Huelga Utrera, Poyos de la toba y Coto de Despiernacaballos.
¿Qué cómo se llama ese rincón?
- Claro que me gustaría saberlo.
- La cueva siempre nosotros la hemos llamado con el nombre de Cueva de la Aljibe. Y esto se debe a que en su interior se forma un precioso charco de aguas transparente, motivo por el cual también la llamamos Cueva del Charco. Pero como la cueva se ha ido formando de la cascada que por ahí cae, también la cascada la llamamos del la Aljibe. Un cortijo que existe algo más abajo lleva el nombre de cortijo de la Aljibe y hasta el mismo barranco. ¿Me explico?
- Con toda claridad pero según vamos avanzando me surgen curiosidades.
- Dime una.
- Si la cueva se encuentra en una cascada, explícalo.
- No es fácil pero como la idea sí la tengo clara, lo intento:
Por el surco del arroyo, desde lo alto de la cumbre, la cascada cae. Hay un gran escalón de rocas por donde salta la corriente. En la parte de abajo, donde ya se quiebra el chorro, entre la cascada y la pared queda como una oquedad y resulta lo siguiente: como tú sabes que el agua de las corrientes, al pasar por las rocas siempre va cuajándose, pues aquí empezó a cuajarse desde arriba. Con el correr del tiempo, por donde mismo caía el agua, se fue fraguando un pequeño tabique de ese cuajado del agua. La delgada pared se empezó a formar también desde abajo y más con el correr del tiempo, el tabique de arriba y el de abajo, se unieron. Por detrás, entre este tabique y la oquedad de la pared rocosa, ha quedado un gran espacio cerrado. Eso es hoy en día la cueva.
Y claro, como aquello es la corriente de un arroyo que al pasar por allí se hace cascada, el agua mana por cualquier sitio. Incluso en verano, por cualquier punto de aquellas paredes, brotan gotas de agua limpia que lentamente va embalsándose en la parte baja donde se forma el charco. De ahí el nombre de la cueva. ¿Qué te parece?
- Más que interesante.
- Pues otra curiosidad.
- Como me has dicho que aquello tiene tanta agua y como estoy viendo, queda en umbría, si esa cueva, además, tiene buena luz, ¿qué plantas curiosas crecen en las paredes?
- Esa es otra: porque las plantas son muchas y entre ellas dos muy originales: la Aguileña de Cazorla, según me han dicho a mí, y la famosa insectívora. La pingüicula. ¿Te lo crees?
- Me lo creo pero te confieso que es una sorpresa para mí. Según esta cueva y esas flores, la Aguileña de Cazorla no sólo crece en aquellas tierras, sin también en estas de Segura. Y lo de la Pingüicula vallisnerifolia, aunque su territorio es más amplio que el de la Aguileña, también es una novedad para mí en este lugar.
- Pues si tú vieras los chuzos de piedra que dentro de aquella cueva crecen, te asombrarías. Aunque ya muchos están partidos. ¿Y sabes por qué?
- Me lo imagino.
- Son pocos los que conocen el lugar pero ya sabes tú cómo es la gente: uno se lo cuenta a otro y el segundo al tercero y el cuarto viene con un regimiento. Comienzan a decir que esto es bonito y que sería interesante llevarse un recuerdo y ya ocurre lo trágico. Uno arranca el mejor chuzo de la cueva, otro corta una flor, el tercero se lleva un ramo de culantrillo para sembrarlo en su chalé y los cuartos, quintos y demás, amarran cuerdas para escalar por las rocas. ¡Una pena porque este rincón que era bonito y estaba lleno de tranquilidad, empieza a estropearse y a llenarse de personas!
- ¿Y qué solución le ves tú al problema?
- La solución, cuando las cosas ya se desmadran, es muy difícil pero los vecinos de esta aldea, cualquier día de estos podemos comprar vallas y cercar esta cueva. Queremos y nos gusta que el personal que venga por aquí disfrute pero si la gente no sabe comportarse y respetar lo que aquí tenemos, vemos con malos ojos su presencia por estas tierras. Pasa lo mismo con los cortijos.
- ¿Qué es lo que pasa con los cortijos?
- Pues que como resulta que casi todos se han quedado abandonados, ahora los están comprando gente de fuera. Muchos de otros lugares de España y otros del extranjero. Compran los cortijos y las tierras que les rodean y claro, así poco a poco, la sierra puede pasar a mano de personas de fuera y luego vienen los inconvenientes: como esas fincas tienen dueño, ya nadie puede pasar por las tierras ni tampoco nadie puede disfrutar de las cosas que las tierras tienen. Eso es un fastidio y una cosa mala para estos montes.
Así que resumo para que te quede claro: la cueva, el charco, la cascada y el cortijo se llaman de la Aljibe. El otro cortijo que existe un poco más abajo, se llama Despiernacaballos, como la ladera y el puente que del tiempo de los moros existe por ahí. Más abajo el arroyo de Cañada Hermosa, se junta con el de Segura. Y desde aquí, lo que nos queda enfrentado con la Cueva de la Aljibe, se llama Piedra de la Ventana, Cueva de la Paja, con el Puntal del Calar del Pino, el Cerro de la Misa que ya lo conoces, Piedras Bermejas, arroyo de la Tejera, Barranco y Cortijo de los Fresnos que es donde yo nací y me críe y arroyo Patas. También se encuentra por ahí la Venta de Benito y el Molino de Arrancapechos que es donde en aquellos tiempos, se molía todo el trigo que por aquí se cosechaba.
Por supuesto, el molino se movía con el agua del río Madera. Y para terminar, te voy a decir que nosotros por aquí siempre hemos dicho que “cuando el Barranco de los Fresnos tiene niebla, mañana lloviendo está”.
- Claro, es parecido a lo que dicen del Yelmo en Segura o del Calar del Mundo en Siles.
- Pues ya queda todo explicado aunque bastante a lo grande. ¿Qué era lo que antes me decías?
- ¿Te preguntaba por lo de aquel día?
- ¿A cuál te refieres?
- Al día que los niños se mudaron, que no fue mudanza sino una visita temporal en forma de juego, del cortijo de arriba al de abajo porque el tío Andrés se puso tan grave que se moría.
- El tío Andrés se murió. Aquel mismo día, cuando amaneció, ya no tenía vida. Tuvo por la noche un fuerte dolor en el corazón y como también estaba malo de una gran úlcera en el estómago, cuando alboreaba el día, sus familiares preparaban el caballo para sacarlo de estos barrancos y llevarlo el pueblo pero no dio tiempo. ¿Cómo sabes tú lo de aquel día?
- Me contaron sólo un poco y como me gustaría conocerlo completo, por eso te he preguntado.
- Pues yo lo sé porque también me lo contaron. Aquello ocurrió hace muchos años. Yo no había nacido todavía y claro, en tiempos tan lejanos, es normal que ni hubiera carreteras ni coches, ni médicos y menos aún dinero para curar las dolencias y enfermedades de las personas que vivían por aquí.
Uno se ponía malo de úlcera o de cualquier otra enfermedad y si no se curaba con las plantas que tomaba, se moría porque nadie podía hacer otra cosa. Los serranos desde siempre tuvimos nuestros propios remedios para curar las enfermedades. Los cocitorios de mejorana, tomillo, espliego, hiedra y romero, era lo más corriente.
- ¿Y cómo era la relación de los vecinos con los enfermos y familiares?
- Siempre acudía el vecindario a preguntar por el enfermo y a ayudar, si hacía falta, sin interés ninguno. Jamás se desasistía a un enfermo y se consideraba una gran falta social el no visitarlo en tal trance. Si el enfermo carecía de parientes que lo cuidase, los vecinos remediaban tal falta.
- Así que esto es lo que a mí me contaron. Si quieres ahora seguimos con los nombres de estos lugares.
- No mucho rato más porque tengo prisa. Pero antes yo quisiera una cosa.
- ¿Qué es lo que quieres?
- Ya que estamos metido en faena, podríamos darle un “repasico” al rincón ese de la aldea de Los Anchos. Cuando pasé por allí me debí haber parado y preguntar. Aunque lo mejor hubiera sido ir a la aldea pero con estas prisas, a ver quién es el guapo que goza de estos lugares como ellos se merecen.
- De la aldea de Los Anchos yo no te puedo decir demasiado.
- Para ir hasta ella ¿Por dónde tengo que coger?
- Cerca de la Venta de Rampias, se gira a la izquierda si vienes bajando, pasas un puente sobre el arroyo de Los Anchos y justo a la salida, a la izquierda, un indicador te señala la ruta que tienes que seguir. Es un carril con ocho kilómetros, de tierra todo polvoriento. Antes de llegar a la aldea, a la izquierda se te queda el “cortijo de la Maja Oscura” y luego ya en ella te saluda la capilla. Esta aldea serrana llegó a tener más de treinta vecinos y actualmente sólo viven allí unas tres o cuatro familias durante todo el año aunque como ya sabes, en verano vuelven los que se fueron.
En la ladera, casi en el centro del barranco, se alza la aldea. Cuando la nieve cae sobre estas sierras, casi siempre se cubre pero luego al llegar la primavera, desaparece la nieve y brota la hierba. Por detrás y por delante, corren los arroyuelos y por la fecha en que brotan las flores, todavía algunas veces llueve, bajan las nubes por los barrancos y al amanecer la niebla sube por los pinares de la ladera. El arroyo grande, se llena de agua por la nieve que arriba se funde y al despeñarse buscando al río Madera, desde la aldea se le oye cada vez más claro.
La capilla es un edificio muy sencillo que fue construido sobre las ruinas de un antiguo templo que se hundió del peso de aquellas grandes nevadas de otros tiempos. Tú continuas, pasando un pilar lavadero y desciendes por la ladera del valle por donde se encuentran edificadas las viviendas.
Todas esparcidas en calles de trazado irregular y con vegetación natural y espontánea. Aquellas calles todavía están sin asfaltar y aún no tienen alumbrado público. Como por aquí, allí también crecen los grandes nogales. Entre los muchos elementos que aún se conservan con la personalidad de aquellos tiempos, destacan los hornos para cocer el pan. Son ahora tres aunque hubo algunos más en tiempos pasados. Uno de ellos se hunde sin remedio, los otros dos se conservan bien, aunque sólo uno se pone a veces en funcionamiento.
Por el valle te puedes encontrar con la fuente conocida con el nombre de El Peñón. Tiene agua muy fresca y es de este manantial de donde se abastece la aldea. De este manantial se riegan, además, las huertas, se nutre el hermoso cauce del arroyo de Los Anchos y el aire del barranco, se llena de rumor. Y ya no te puedo decir más de esa aldea. Creo que lo mejor es que un día te vayas por allí y despacio te empapes de ella.
- En cuanto pueda, eso es lo que tengo que hacer pero ahora mientras tanto, cuando llega el otoño por ese barranco que me han dicho, es tan hermoso ¿qué sucede?
Y él durante todo este largo rato, te ha atiborrado no sólo de nombres, sino de pequeñas historias ocurridas por estos lugares.
- Si quiere usted podemos seguir tres días sin parar.
- Es una pena pero hoy sí tengo prisa para parecerme bien a un buen turista. Otra vez será.
- Cuando usted quiera.
Le dices que otro día porque hoy tienes que irte. Te quedan muchos valles, barrancos y laderas por recorrer. Es decir: la cantidad más que la calidad a pesar de que sabes bien esa máxima de San Ignacio: “No el mucho saber sacia el alma sino el gustar profundamente de las cosas”.
Pero aquí lo dejas en su era, con sus gemelos, su acogedora morada donde te has saciado de aquello que tanto deseabas, y te vas. Cruzas el canalillo de agua que baja desde el río y pasa por la misma puerta de su casa. Ahí mismo, en la reguera repleta de tan limpio líquido, y en la losa tallada en el cemento del canal, lava la señora que has saludado hace un rato. Al pasar y mirar ella te dice que sí.
- ¿Sí a qué?
- Que esta es la mejor “lavadora” del mundo. Agua limpia de los montes, los nudillos de los dedos de mis manos que son duros y la losa de cemento. Como he lavado toda mi vida y antes que yo mi madre y mi abuela y mucha más gente. Así y aquí se ha lavado siempre.
- ¡Claro! Antes las mujeres penabais mucho.
- ¡No le digo ná lo que penábamos con la ropa y lo probes que éramos! Que eso pa qué.
La sigues, mirando mientras te habla, para convencerte y porque te gusta ver el agua correr por el surco de cemento tan inédito y tan lleno de cristal.
- ¿Y de dónde viene?
- Del río Segura. La desviamos por allá arriba, hacemos que pase por delante de nuestras casas, cruzando la aldea de arriba abajo, la conducimos por las tierras de las huertas para regar las hortalizas y después la volvemos otra vez al río.
- Pues según lo que veo y me dices, nadáis en la abundancia y nunca mejor dicho.
- Más bien estamos rodeados de abundancia. Si queremos podemos abrir el grifo y llenar los vasos de ahí. Pero también si se nos antoja, salimos a la puerta de la calle y cogemos del agua que corre por esta reguera. Así es como riego yo cada día las macetas que usted ve en la fachada de mi casa. Agarro un cacharro, salgo, lo lleno en la reguera, ando dos pasos y lo vacío en las macetas.
- Y, además, agua de calidad. ¿Verdad?
- De la más limpia.
También ahora quieres. Te gustaría pararte aquí otro buen rato. Te agradaría seguir charlando con esta mujer y oír todas las cosas que, al parecer, ella tiene ganas de contarte. Pero hoy no puede ser. Tienes prisa.
‑ En fin, otra vez vendré por aquí.
Le dices a él y a la mujer en la misma puerta de su casa.
Te despides también del hombre que toma el fresco a la sombra de la noguera y aunque antes de que te alejes parece como si él quisiera decirte que: “Usted vive en otra dimensión lejana y rara que ni por asomo se parece a este mundo mío”, ni le haces caso. Pero está claro que él no tiene prisa ninguna porque aquí en la sombra de su noguera, que casi ha crecido con él, se pasa el día, los meses, los años y la vida entera y tú en una mañana quieres recorrer media comarca. Absurdo y deprimente que vengas a estos campos y te pasees por ellos con la misma angustia y apuros que cada día soportas en tu mundo civilizado. Es absurdo y perdona que te diga: así no se puede ir por la sierra. Con tu urgencia degradas y ofendes tanto a los paisajes como a los que son y viven en ellos.
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