CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-32
A BUSCAR LAS VACAS
Mientras nosotros hemos dado buena cuenta del apetitoso arroz que ella ha preparado, la hermana va a su casa.
- Ahora vuelvo.
Pero como después de acabar con el postre, un simple tomate, no ha vuelto todavía, me dice que quiere ir a ver cómo están sus vacas. Las que hoy guarda por las orillas del Guadalquivir.
- Pues nos vamos y luego al final charlo con tu hermana.
Salimos fuera. Montamos en el coche y siguiendo la carretera que lleva hacia el arroyo del Zarzalar, subimos despacio.
- Las dejé por aquí y creo que no se han ido muy lejos.
En el hotel damos la vuelta, dejamos el coche en la misma orilla de la carretera y nos metemos hacia el río por un sitio que le dicen el Sumidero. Mientras bajamos me cuenta lo de la tormenta aquel día por los Campos de Hernán Pelea.
- Estaba con uno que le decía Julián el del Cesáreo. Tenía los animales justo por Pinar Negro. Se presentó una nube y no tuvimos más valimiento que pegarnos a un riscalillo muy chico, pero era sólo para que el aire no nos diera. Pues que nos hacían daños las piedras que nos caían en lo alto de la cabeza.
- ¿Piedras?
- ¡Vaya! De la nube. Unos granizos grandes como huevos de palomas y duros como piedras y daban unos porrazos que sonaban como calabazas. ¡Pasamos un rato jodío!
- ¿En verano fue eso?
- En verano. Ahí en esos campos, las nubes son de miedo. Es que ahí no hay sitio donde meterse. Está todo pelado. No es como donde hay covachos. Eso en el invierno hay que abandonarlo. Ahí no se puede estar. Llevamos unos años que no nieva mucho, pero antes, caía unos nevazos que antes que se quitara uno caía otro.
Mientras nosotros hemos dado buena cuenta del apetitoso arroz que ella ha preparado, la hermana va a su casa.
- Ahora vuelvo.
Pero como después de acabar con el postre, un simple tomate, no ha vuelto todavía, me dice que quiere ir a ver cómo están sus vacas. Las que hoy guarda por las orillas del Guadalquivir.
- Pues nos vamos y luego al final charlo con tu hermana.
Salimos fuera. Montamos en el coche y siguiendo la carretera que lleva hacia el arroyo del Zarzalar, subimos despacio.
- Las dejé por aquí y creo que no se han ido muy lejos.
En el hotel damos la vuelta, dejamos el coche en la misma orilla de la carretera y nos metemos hacia el río por un sitio que le dicen el Sumidero. Mientras bajamos me cuenta lo de la tormenta aquel día por los Campos de Hernán Pelea.
- Estaba con uno que le decía Julián el del Cesáreo. Tenía los animales justo por Pinar Negro. Se presentó una nube y no tuvimos más valimiento que pegarnos a un riscalillo muy chico, pero era sólo para que el aire no nos diera. Pues que nos hacían daños las piedras que nos caían en lo alto de la cabeza.
- ¿Piedras?
- ¡Vaya! De la nube. Unos granizos grandes como huevos de palomas y duros como piedras y daban unos porrazos que sonaban como calabazas. ¡Pasamos un rato jodío!
- ¿En verano fue eso?
- En verano. Ahí en esos campos, las nubes son de miedo. Es que ahí no hay sitio donde meterse. Está todo pelado. No es como donde hay covachos. Eso en el invierno hay que abandonarlo. Ahí no se puede estar. Llevamos unos años que no nieva mucho, pero antes, caía unos nevazos que antes que se quitara uno caía otro.
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