10.10.2008

Lavando las manos en el cristal del río en un descanso de la ruta. Por encima, el puente atraviesa al río por uno de los más bellos parajes. Las aguas se visten de bosque y cielo.

Junto al cauce y por entre el monte, caprichosas formaciones calcáreas. Son las huellas de las lluvias y el tiempo, trozos de eternidad entre las nubes y el cielo.El barranco al borde del cauce por donde los hombres pasaron con sus máquinas destruyendo y rasgando para abrirse camino a pesar de todo.De nuevo el cauce deslizando su azul cristal mientras entona su canción de arroyo que se hace río y lava la piel de las rocas. Colgados en la torrentera los pinos se miran en los charcos mientras la arena asfalta el lecho para que el líquido pase.La Cerrada de Elías abre sus entrañas para dar paso al río amigo y saltarín que baja de las cumbres y al llegar aquí se transforma en espuma. Este es el traje de gala con el que se presenta ante la noble y señorial cerrada. Pequeño chorro al comienzo de la Cerrada de Elías subiendo por el cauce como una muestra del mimo con que los humanos, en otros tiempos, trataban a la naturaleza.Por los grandes paredones rocosos de la Cerrada de Elías crece la Pingüicula vallisnerifolia; curiosa florecilla entre blanca y violeta adaptada perfectamente a las rocas calizas, la sombra de la cerrada y la humedad que por las paredes se filtra. Es insectívora y abunda por muchas zonas de este Parque.Algo más abajo al camino que sube río arriba, se le une otro que viene por el oscuro barranco de Roblehondo. Al frente, hermosos plegamientos de viejas rocas entre madroñeras y pinos. Por el surco del cauce el agua se mece en los remansos para reflejar trozos de cielo y mil tallos de juncia. Con el último beso de las cumbres grabado en su invisible alma, decidido y siempre enredado en su juego, ya retumba ancho y robusto en busca del Guadalquivir que le espera algo más abajo. Ya es rey, ya se aleja de sus cumbres, ya se esconde tras los tarayes como un río adulto. Sus bosques se alzan para decirle adiós y el lecho se le abre para dejarle paso. Ahora es cuando sus aguas se acrisolan cual cristal de nieve y viento tallado en las cumbres, filtrado en los manantiales y en las cascadas y reposado en los charcos. Y aquí está; en su cuna de rocas entretejida de madroños y brezo. Fue diseñada en la noche de los tiempos cuando aún los humanos no sabían hablar y con primor, los siglos la modelaron sólo para él. PARA EL RIO NIÑO, QUE DESTILA VIENTO Y ACARICIA ROCAS. Es conocida por La Cuna del Borosa. Una curva más abajo las aguas se remansan en lagos azules como queriendo detener su marcha para no irse de las cumbres por donde unos días atrás, corría en alfombras azules y en copos niños. Es el último beso de cristal en forma de reflejos limpios a sus compañeros los pinos, a su amigo el viento, a su amada la Violeta de Cazorla y a las silvestres higueras que le quieren. Si en la Cuna del Borosa se besan las aguas que vienen de la Laguna y las que bajan de la zona de Roblehondo por el Arroyo de las Truchas, algo mas abajo también se besan con él las aguas que brotan de esta fuente de plata. Por si le faltaba limpidez dos chorros más como regalo. Pero unos metros más abajo, donde el río ha querido construir su última maravilla caprichosa antes de juntarse con el Guadalquivir y donde en un charco y cuatro rocas se concentra y resume toda la luz y belleza de este río, los humanos le salen al encuentro para romperlo y ensuciarlo. Aquí está el primer cemento. Oh río celeste que sabes a miel y te derramas bello para recreo de nuestras almas, tan frágil eres, que ahora siento pena. Si pudiera hacerme agua en tu cristal y fundirme en tu sangre para eterno quedarme contigo, si pudiera, oh caño de luz, hacerme viento en tus montañas para, día y noche gozarte eterno; ¡oh río pequeño, maravilla de agua y escultura caprichosa de la creación, si aquí entre tus charcos pudiera dormirme ya; ¡oh río niño, oh río bello! Por los alrededor de la Laguna de Valdeazores, entre los bosques de pinares y robles que cubren los cerros, pueden verse troncos como este. Impresionante esqueleto de pino laricio pudriéndose entre el monte. Otros gigantes del Parque clavan sus negros troncos en las oscuridades de los barrancos o en las cumbres de los cerros. Este es el caso de los centenarios robles por Roblehondo y Puerto Calvario.Por el río Valdeazores los gigantes clavados junto al cauce, estiran sus brazos buscando la luz del sol. Ya son tan viejos que el musgo le sube por el tronco agarrado a la corteza como si en un pacto de amistad quisiera arroparlo para que no se le escape la poca vida que le queda. Y Por Roblehondo hasta los nogales han crecido a sus anchas y en paz.

Pero el gigante por excelencia entre todos los árboles del Parque, es el tejo. No es ni más alto ni más recio que los pinos laricios, pero su edad sí es milenaria. Reguardado entre las rocas junto al cauce del río Valdeazores, consumen sus últimos días lleno de dignidad y orgullo. Es el noble entre los nobles del bosque y el anciano sabio que guarda los secretos más antiguos.

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