Pequeño edén-3
EL COLLADO DE LAS FLORES
Creo que es el nombre que mejor le cuadra aunque tampoco le sentaría mal otros dos o tres que tengo por aquí. Porque este collado no es cualquier cosa dentro de las sierras. Mas que un trozo de tierra normal, es medio mundo o casi una parte del corazón de estas sierras. Desde muchísimas cumbres y laderas, en aquellos tiempos, sobre este collado, dejaban miles y miles de troncos de pino. Dejaron también muchos miles de troncos de encinas y sobre este collado, sobre todo, en la pequeña ladera que se extiende hacia el norte, durante muchos años han ardido cientos de carboneras. Las carboneras son grandes pilas de leña, en trozos chicos especialmente preparados y recubiertos estos con monte, piedras y tierra a los que se les prende fuego para convertirlos en carbón. Carbonear es convertir la leña en carbón que en este caso es vegetal. Francisco me decía el otro día que:
‑ Aquí mismo había una carbonera. En aquellos tiempos en toda esta zona se hacía mucho carbón, sobre todo de las encinas y de los robles.
‑ ¿Recuerdas tú para qué usaban este carbón?
‑ Eso no lo recuerdo. Se lo llevaban fuera que sería para las máquinas esas que andaban con carbón. Yo eso no lo recuerdo.
Así que este collado podría llamarse también el Collado de la Madera, el de las Carboneras y también el Collado del Corazón por aquello de ser tantas cosas en el centro de las sierras de esta Parque Natural. Pero como a pesar de todo esto, el collado que tanta historia tiene, aquí se extiende sumido en el silencio, hoy ya un poco lleno de grandes árboles y en ese sitio tan realmente estratégico, nosotros lo hemos llamado el Collado de las Flores. No es que estemos inventando nuevos nombres para las sierras del Parque. No es esto; lo hemos bautizado así por dos cosas: la primera porque este collado ni aparece en ningún mapa y por supuesto ni ha escrito nunca nadie de él y por eso, ninguno de los personajes con estudios o carreras que han pasado por estas sierras, lo conocen. Y segundo, es que este collado, cuando la primavera revienta en estos montes, echa tantas flores y tan variadas todas que parecen que aquí se condensa un millón de primaveras. Cuando nosotros lo descubrimos eso fue lo que nos pareció y así empezamos a distinguir a este collado entre los demás parajes que conocemos por los montes.
Pero es que hay más: como el rellano de tierra que conforma la belleza del collado, se encuentra en la misma curva del camino, senda en otros tiempos por donde se entraba y salía al valle y hoy pista forestal con mucha menos personalidad que aquella senda, parece que desde cualquier punto que te mueva tienes que pasar por aquí.
Los dos hermanos de la zona alta sabían esto bien y, además, sabían que una de las cosas con mayor emoción por estas sierras era entrarle al collado no por sus puntos normales de acceso sino por el extraordinariamente singular: la cuerda que baja desde los madroñales de los barrancos oscuros. Porque la cuerda esta, que es la de los miradores, es la parte más hermosa de todo el collado. Baja, como decía, de los barrancos oscuros y se alarga como una gran loma que desciende con toda suavidad acercándose al collado como de puntilla para aquí rendirse a él en una reverencia de ensueño.
Los dos hermanos de la parte alta sabían perfectamente esto y por eso aquella mañana de primavera, momentos en que todos los campos se viste de gala, quisieron bajar hasta el collado.
‑ Pero por la senda no.
Dijo el hermano mayor.
‑ ¿Por dónde entonces?
‑ Por la cuerda. Vamos a irnos hoy siguiendo toda la cuerda y por la parte más alta.
El hermano pequeño estuvo de acuerdo y desde las profundidades de aquel barranco oscuro, protegido al norte por la gran cordillera de los madroñales, ellos bajaron buscando el comienzo de la cuerda. El comienzo de la cuerda es tan suave que casi ni se nota cuando llegas a ella y también casi sin notarlo te sitúas en todo lo alto de la primera parte. Subes luego una pronunciada ladera y ya desde aquí empiezas a bajar, siempre por lo más alto.
Y como hoy era un día tan inmensamente bello, ellos iban llenos de felicidad atravesando el monte que tanto tenían pisado. Tan llenos de paisajes, tan repletos de viento y aroma, tan rebosando del día y de la vida que llenaba sus almas, iban ellos que por nada del mundo podrían esperar lo que de pronto resultó. Y resultó que cuando bajaban una cuestecilla, por esa parte en que la cuerda es más bonita que en ningún otro sitio, al salir al rasete donde el monte es espeso pero no muy alto, se les puso delante el cazador con la escopeta y amenazándoles les dijo:
‑ Sois tontos; sabéis que estoy cazando por este monte y vosotros vais por aquí, además de metiendo jaleo para espantar a los animales, jugando como si nada.
Al verlo y oírlo se quedaron de piedra y cuando el hermano mayor se recuperó habló diciendo:
‑ Señor ¿qué mal hemos hecho?
‑ Estoy cazando y si se me escapa un tiro imagínate lo que sucede.
‑ Es que vamos al Collado de las Flores.
‑ Y los caminos ¿para qué los han hecho?
‑ Pero es que nosotros llevamos una vida entera andando por esta cuerda.
‑ Pues oír bien lo que os digo: a partir de hoy queda prohibido andar por el monte y más prohibido queda aún en la época de caza.
‑ Y eso ¿quién lo ordena?
‑ Ya está ordenado; sólo hay que cumplirlo y, además, os advierto que estáis de suerte, porque hoy os perdono. Así que cuidado, porque otro día, ya veremos.
Como a los dos hermanos se les heló la palabra en los labios por todo aquello tan de repente y raro, se fueron, dejando allí al señor de la escopeta. Siguieron bajando ya con el Collado de las Flores ante ellos pero tristes. De pronto se les había llenado el alma de preocupación y como, además, estaban confusos, se les quitó hasta las ganas de hablar. También de pronto tanto la ladera como el barranco oscuro de donde viene el collado, todo cambió por completo de color y belleza. Sólo el hermano menor se atrevió a pronunciar unas palabras para preguntar al hermano mayor.
‑ ¿Nos vamos a la senda y nos volvemos a casa?
‑ ¿A la senda...?
Y el hermano mayor miró hacia la ladera de la derecha por donde empezaba el valle y al fondo corría el río. Quiso darle una respuesta al hermano pequeño pero se quedó mudo y mudo estuvo todo el rato que emplearon en bajar de la cuerda que se derramaba sobre el Collado de las Flores.
*LA FUENTE
‑ Me han dicho que por encima del cortijo o cerca, mana. Llevo mucho tiempo buscándola y unos me dicen que por encima del puente viejo, otros que por ahí, justo a donde llegan las aguas del pantano y luego otros, que ya no hay fuente, que esto era antes de la construcción del pantano; cuando llovía como era debido ¿Tú que dices?
‑ La Fuente está de verdad por debajo del puente que ya no se usa. Cuando el pantano está lleno la cubre. Hace por lo menos veinte años que no la hemos visto y muchos andamos pensando que ya no la vamos a ver jamás. Sin embargo, la sequía de este verano ha dejado el pantano con poca agua y ahora sí se ve. Si quieres hoy puedes verla.
‑ Ya no me da tiempo; fíjate que hora es.
‑ Todavía llegas antes que oscurezca.
Y la verdad que yo ahora mismo tampoco sabría decir en qué punto exacto brota el manantial y menos aún puedo afirmar o comentar sobre su abundancia, limpieza o belleza. No la he visto con mis propios ojos; no he tocado con mis manos sus aguas ni tampoco he bebido de su cristal y aún menos he tenido la suerte de sentarme junto a ella y en silencio dar gracias a Dios de esta maravilla rodeada de bosques. No la he visto y aunque ya intuyo que he estado bastante cerca, no he llegado a gozar más de lo que aquí estoy diciendo.
Pero, además, es que sucede una cosa: ahora que parece que por fin, con solo un leve esfuerzo más, me sería fácil encontrarme con ella, abrazarla, besarla y bebérmela; ahora que parece que todo lo tengo al alcance de mi mano después de tantos años buscándola por la sierra, soñándola por las noches, anotándola y leyéndola en los planos y libros, creo que llegado a este punto debo pararme. Siento y, además, lo intuyo que será mucho más bello no llegar jamás al borde de sus mismas aguas. No llegar nunca jamás a saber dónde está o si es redonda, profunda, grande o cristalina.
Aprendí hace mucho y andando por los rincones de estas sierras que todo lo intuido y soñado es infinitamente más bello y profundo que la más exuberante realidad. Aprendí esto hace tiempo ya y como esta fuente mía en mi grandioso y querido río la llevo en mi alma tan honda, tan clavada, tan rumorosa, tan silenciosa y transparente, creo que ahora es mejor dejarla así para la eternidad. No quiero verla con los ojos materiales de mi cuerpo. No quiero tocarla con mis manos ni quiero beber de sus aguas ni quiero saber de su celeste música. No quiero pisar la tierra que le rodea ni rozar el monte que le da sombra ni tampoco saborear los tonos color cielo y nubes verde viento que, según dicen, se mecen en sus aguas.
No quiero saber del punto exacto ni de la cueva o roca donde brota. Deseo que para mí, ella siga ahí: oculta en el corazón del monte de las cumbres más altas de la sierra, para que al mismo tiempo también siga aquí, dormida interiormente y dulce en la cuna que en mi alma tiene. Precisamente por eso: porque en sueño la he visto tan bella e inmaculada, me ha gustado tanto y me ha dado tanto gozo, que es imposible gozarla con más encanto de ninguna otra manera.
Pero, además, hay otra cosa: como para mí es importante el perfume de aquel amigo mío que un día anduvo por aquí y hoy ya no respira entre nosotros sino que anda allá por las lagunas eternas, el misterio de esta fuente, el agua que de ella mana y no conozco es como si fuera un pequeño regalo, una pincelada dulce por entre las sierras que tanto amó. Él pisó y recorrió en solitario las aguas de este río. El vivió y dejó su emoción desparramada en las cascadas de aguas blancas que se despeñan por los barrancos. El lo hizo bien porque palpitó subiendo y bajando estas sierras. Nada mejor, en recuerdo a su amistad, podría tener yo en mi corazón que un secreto tan fino como este como ofrenda a su paso por estos parajes. La Fuente, la que es bella y tiene color de miel, inmaculada ahí, en su rincón y en mi alma como latido silencioso en memoria a su presencia eterna.
Quizá algún día, en su momento, Dios nos permita que volvamos de nuevo por aquí para recorrer y gozar, a fondo, el perfume de este edén suyo. Quizá, llegado el momento, hasta puede que esta fuente, la oculta y misteriosa Fuente, sea nuestro gozo sin fin. Quizá aquel día sí sepamos bien dónde está y cómo es porque nos pertenezca y seamos sus dueños para siempre. Quizá quiera Dios llenar plenamente nuestro amor a estos ríos y cumbres dándonos para siempre en posesión este paraíso u otro similar. Esto es lo que yo siento, intuyo y sé de la Fuente.
EN LA MEJOR TIERRA DEL RINCÓN
Ahí, justo donde el manantial brota, construyeron la casa. En la mejor tierra del rincón y desde donde se ven los más bonitos paisajes. Frente a las sencillas casas de piedra que los serranos habían levantando dolorosamente y desde tiempos inmemoriales, ocupaban.
- Como un insulto, como una amenaza para que no los perdamos de vista y así tampoco olvidemos que son los que mandan.
Decían los vecinos de la humilde aldea, tan perdida entre el monte pero tan tiernamente formando parte de él.
- Como una provocación al mismo tiempo que una actitud de soberbia.
Seguían afirmando otros vecinos.
- Y precisamente ahí: en las mejores tierras de este rincón nuestro.
Y las tierras, como realmente eran tan buenas, desde siempre ellos las habían tenido sembradas con sus hortales. Donde desde tiempos lejanísimos habían plantado sus tomates para aprovechar el gran tesoro de este trocito fértil: el manantial.
- Y fíjate, en lo alto mismo de donde brota el venero, han levantado el muro.
- Para quitárnoslo pero al mismo tiempo dejándolo a la vista a fin de fastidiarnos más. Como si nos estuvieran diciendo que nos han ganado y para que no lo olvidemos en ningún momento, dejan a la vista el trofeo conseguido.
Esto es lo que seguían diciendo aquellos vecinos empujados por la indignación que los de la nueva casa habían despertado en sus almas.
Y entre los vecinos estaba el joven rebelde de la sierra, según decían los que ahora querían mandar. Y como era rebelde porque no quería perder su libertad, los que pretendían doblegarlo, le decían:
- Te has enfrentado con nosotros pero tu poca cabeza te llevará a la ruina. Te ganaremos porque somos el poder y no soportamos que un simple joven serrano, sin estudios ni cultura, nos eche un pulso. Ni siquiera caes en la cuenta lo poco inteligente que eres, procediendo de este modo, a pesar de tu rebeldía. Perderás y eso será la ruina para ti. Porque ¿cómo se te ha ocurrido creer que nosotros vamos a doblegarnos a lo que tú piensas?
Esto es lo que siempre le estaban diciendo los que pretendían adueñarse de las sierras y por eso habían venido a construir la fabulosa casa frente a la sencilla aldea de ellos.
- Aunque pierda, cosa que sé de antemano aceptando plenamente junto con el sufrimiento que ello me traiga, dejo claro ante vosotros que no es bueno ni lo que estáis haciendo ni tampoco el modo. Al menos esta dignidad nuestra, seguirá en pie y con ella nuestro derecho a ser libres y expresar esta libertad antes vosotros que os creéis tan incontestables.
- Lo que te pasa es que eres tonto creyéndote un héroe sin serlo. Nadie va a decir nunca nada de ti ni tu postura servirá para nada. Fíjate que cosa más absurda: creerte un héroe en estas sierras, reivindicando libertad y derechos para los otros serranos amigos tuyos. Lo que nunca se ha visto.
A estas palabras el joven serrano una vez más guardó silencio al tiempo que en su interior se dejaba comer por la rabia. Pero una mañana de aquellas, salió de su casa, en la parte baja de los montes y con su mochila a cuestas, atravesó las veredas. Volcó a la solana y cundo llegó a la sombra espesa del bosque que tanto amaba, se sentó por allí y en su corazón estaba él dando gracias al Altísimo por aquella creación tan bonita que había puesto sobre la tierra, cuando por detrás se acercó un amigo de la aldea.
- Hay que ver cómo son los de la raza humana, mira que empeñarse en machacarte.
- Algunos de los de la raza humana se construyen dioses a sus medidas, se los apropian y más allá de su puro yo, no admite ni aceptan la presencia de un Dios universal donde todo y todos estamos contenidos. No admiten que haya otros con pensamientos distintos a los suyos ni tampoco que fuera de ellos, exista otro matiz de la gran Verdad. ¡Hay que ver cómo son!
- ¿Y qué es lo que te trae por aquí esta mañana?
- Quiero subir a la cumbre a irme luego por aquellos barrancos tan bonitos y tan llenos de aguas limpias, porque necesito darme un baño de paz. Porque hay que ver qué mundo ese tan fabuloso.
- Eso es lo que te iba a decir: ¡Mira que son bonitos aquellos barrancos lejanos tan repletos de cascadas arropadas de aquellas sombras tan dulces! Mira que hay allí silencios y charcos llenos de magia. ¿Quieres que te acompañe?
- Lo deseo profundamente porque si aquellos rincones son bellos, compartidos con un amigo como tú, el gozo que siente el alma, es mucho más deleite divino.
- Pues cuando quieras nos vamos.
Y te dijeron que el joven subió con su amigo y al pasar por la aldea, se fueron por el trozo de la mejor tierra del rincón. Aunque allí ellos tenían construida su casa, los pedazos de corazón que de niño, el joven, había dejado junto al chorrillo, seguían vivo. Por eso, a pesar de verlos sentados por encima, se acercó al manantial. Lo miró despacio y después de comprobar que lo habían transformado, se agachó y llenando sus manos de agua, bebió. Se alzó luego para seguir y al mirar, los vio allí mismo.
- ¿Es que nos desafías?
Le dijeron.
- Simplemente deseaba beber un sorbo del agua limpia del chorrillo que conozco desde que nací.
- Pero no es tan simplemente porque fíjate que has venido a meter tu mano sucia en la misma poza en que brota el agua que nos pertenece. Y los has hecho a propósito: para contagiarnos y decirnos que aunque te lo hemos prohibido, no te importa.
- De verdad que en mi interior no tenía yo esa intención.
- Tú tenías esa intención y esto que acabas de hacer es como un desafío. Lo vamos a tener en cuenta. Márchate y no lo olvides.
En compañía del amigo, el joven siguió subiendo por la cuesta ahora lleno de tristeza su corazón por aquel tan duro desprecio humano.
- Tú no sufras tanto. A pesar de todo ellos nunca podrán quitarnos ni la luz con tonos de topacio de este camino que recorremos ni las fragancias de la hierba que desde el campo nos llega. Ya verás como nos llenamos de puro felicidad en cuanto lleguemos a la cumbre y penetremos por entre las sombras sedosas del barranco de nuestros sueños. Ellos se empeñan en recordarnos que la creación es muerte y desolación mientras que Dios no deja de mostrarnos que es todo lo contrario: desnudez libre llena de sencillas emociones y empedrada de transparencias gozosas. Tal armoniosa inocencia, nos grita amorosamente la eternidad del sueño que en el corazón llevamos. ¿No sientes como nos susurra el viento la alegría de la mañana? ¿No sientes como mana de nuestras almas el agua de tan culminante eternidad? Esto, aunque ellos no lo quieran, es el supremo sentimiento de la vida verdadera.
EL SUEÑO DE LA NIÑA
- Fíjate, a propósito de lo que decíamos antes de lo divertida y emocionante que puede ser la naturaleza, yo tengo una amiga que el otro día me decía lo siguiente: me decía que cuando uno se acuesta por las noches la mejor forma de dormir profunda y placenteramente, es relajarse. Es decir, en cuanto te metes en la cama, desconectas tu mente de todo. Y al mismo tiempo dejas también relajado tus brazos, tus piernas y tu cuerpo entero. Como si a partir de ese momento el mundo y la realidad de él, se terminara para ti. Esto es lo que me decía y para que me convenciera me animó a que hiciera una prueba. AVerás tú como enseguida entras a forma parte de la gran vibración del universo y te siente profundamente bien”.
Pues le hice caso y fue verdad. La otra noche tardé en quedarme dormida diez segundos y de un sólo tirón dormir toda la noche. Cuando me desperté por la mañana realmente me encontraba tan bien y tenía un regusto tan dulce en el alma, que no me lo podía creer. ¿Sabes por qué?
- ¿Por qué?
- Es que tuve un sueño precioso.
-¿Y cual fue ese sueño?
- Pues soñé que iba andando por un lugar de estas sierras. Había una tenue senda y a la izquierda una ladera también pequeña. Me encontré con el pastor y al preguntarle, éste me dijo que en esa ladera, entre la tierra, se encontraban las piedras más bonitas del mundo.
- ¿Qué piedras son?
Le pregunté.
- Parecen cristal de roca en forma de puntas de cuarzo pero son mucho más bonitas.
- Pues voy yo a buscar a ver si me encuentro algo.
Le dije y me fui por la ladera.
Junto a unos pinos y donde está la torrentera del enano arroyo, me puse a excavar y enseguida apareció como un filón de rocas semejante al cristal de cuarzo por lo limpias y transparentes. Pero su forma no se parecía a las puntas de cuarzo sino a la de los chuzos. Como son las estalactitas, así eran estos trozos de roca. Me llenó de gozo verlas y como realmente eran tan bonitas y transparentes, empecé a coger todas las que podía. Era muy fácil arrancarlas. Sólo tenía que cogerlas por la punta más gruesa y tirar de ellas porque se presentaban como acostadas ladera arriba.
- ¿Qué pensabas hacer con tantos chuzos de esas piedras transparentes?
- Mientras las cogía me decía a mí misma que se las iba a regalar a todo el mundo para que cada uno tuviera una piedra de aquellas tan bonitas. Luego me decía que tendría que volver otra vez a este lugar para coger más piedras de estas tan cristalinas y seguir regalando a muchas más personas. Y hasta me preguntaba que cómo era posible que estas auténticas joyas, no las hubieran descubierto otros antes si estaban allí, en medio del campo y en una ladera de cualquier monte de estas sierras.
Cuando desperté hasta me seguía diciendo que junto a mí, tenía un montón de estas piedras tan bellas y por eso me levanté con tan dulce sensación de gozo. Se lo comenté a mi amiga y entonces ella me dijo que el haber soñado con aquellas piedras era lo mejor que me podía ocurrir.
- ¿Por qué?
- Ese sueño es como la proyección de tu propio interior. Tu espíritu se encuentra sano, transparente, lleno de entusiasmo y bañado de paz. Pero sobre todo, transparente. Lo más importante de ese sueño tuyo es la transparencia.
Y eso era verdad: la transparencia de aquellas piedras que vi en mi sueño, era lo que más me subyugaba. ¿Tiene esa transparencia algo que ver con la luz y limpieza de los paisajes y aires de estas sierras nuestras?
EL VALLE DEL RÍO
Hay una senda que asoma por la cumbre y baja por la ladera buscando el río. Una senda que ya es muy pobre porque hace tiempo que dejó de ser usada por aquellos serranos. Cuando esta senda, hoy estrecha, muy rota y llena de monte, llega al barranco, por entre las tierras se queda o se va suavemente en varias direcciones. Pero antes de caer al río, el último tramo al final antes de tocar las tierras llanas del valle, es tremendo. El trozo de ladera que por aquí existe es muy pronunciado y por eso la senda tiene mucha dificultad para recorrerlo. Traza cerradas curvas en forma de zigzags, subiendo o bajando mientras se inclina peligrosamente conforme se acerca al valle. Un juego bellísimo al tiempo que peligroso para cualquiera que por la senda suba o baje.
Pues una limpia mañana de primavera, con su amigo, el joven coronó la cumbre. Se pusieron en el mismo rellano que la senda tiene cuando aquí en lo alto empieza a bajar y durante un rato estuvieron gozando de las profundidades misteriosas que a lo lejos tiene el barranco.
- ¿Y dónde dices tú que estuvieron las huertas?
Le preguntó a su amigo.
- Ahí mismo, donde la senda cae a las tierras llanas de la orilla del río. Esas llanuras en aquellos tiempos fueron las mejores huelgas de estas sierras. Lo que pasó tú lo sabes.
- ¿Y por qué repites tanto que el rincón fue un paraíso?
- Porque eso es cierto. Aquella llanura empedrada de rocas rodadas desde las laderas, repleta de encinas milenarias y junto a ellas los fresnos, surcada de manantiales puros, recogida junto a la curva del río y arropada por tantas sombras suaves, era un puro edén. Yo digo esto porque lo vi con mis ojos muchas veces.
- Y claro, la senda que desde aquí baja, surca la ladera, recorre la llanura y luego se pierde río adelante, también era algo mágico.
- Ya lo notarás ahora cuando la recorramos. Era como las venas que llevaban y traían la sabia a este rincón. Todavía me acuerdo del miedo que me entraba cada vez que pasaba por las curvas que surcan la última torrentera antes de la llanura.
- ¿Qué le pasaba a esas curvas?
- Que como estaban tan inclinadas, siempre tenía que agarrarme al monte para no caer y salir rodando. Y cuando por un descuido a pesar de todo tropezaba, siempre bajaba deslizándome como por un tobogán y ya no paraba hasta caer en la suavidad de las tierras llanas. ¡Qué bello era aquello y cuánto gozo dejaba en el alma! Pero es que no te engaño: las curvas de la senda, cuando pasa por ese trozo de ladera, es de lo más emocionante.
Y después de este repaso, aquella bonita mañana de primavera, el joven y el amigo se pusieron a bajar. Cruzaron el primer tramo por donde la senda desciende sin monte. Llegaron a la curva donde ya el monte crecía espeso y en cuanto avanzaron unos metros, comenzó la pendiente, apareció la espesura, las rocas y la senda rota.
- Esto es lo que esperaba. Ha pasado tanto tiempo, que por un lado las tormentas y por otro lado los pinos y la falta de serranos, han llevado el camino a su muerte. Pero si tú hubieras visto la estrechez que tenía cuando por aquí pasaba. Si tú hubieras visto lo recogida que se quedaba al doblarse en la curva y la de piedras sueltas que por ella rodaban. Ya te decía que con el alma en vilo y con todo el cuidado, teníamos que ir siempre y ahora, fíjate: todo es monte, tierra que rueda ladera abajo empujada por las lluvias y lo poco que se ve, ni siquiera parece camino. Los serranos no tenían que haberse ido nunca de aquí.
No respondió el joven a las palabras de su amigo porque la realidad que anunciaba, sabía a dolor y por eso no quería removerla. Siguieron bajando y en cuanto pisaron las tierras llanas, el alma se le llenó de un gozo dulce al tiempo que amargo y hasta algo triste.
- Los manzanos crecían por aquí, por aquellas rocas del lado de arriba los perales y ahí mismo, las verdes parras que tantas uvas daban. En estas tierras teníamos las huertas de los tomates y allí crecían los melones y la hierba buena. Un vergel era esta llanura y un paraíso en pequeño por donde íbamos y veníamos con nuestras cosas y la alegría que estas cosas deban.
- ¿Y la fuente?
- La fuente manaba pegado al arroyo y por debajo de las rocas grandes.
-¿Fue tan fabulosa como dicen?
- La fuente fue el manantial de vida de los serranos y la sangre por donde a ellos les llegaba la fuerza. Regaba las huertas, daba de beber a sus animales, llenaba el arroyo y todavía le quedaba agua para colmar los charcos del arroyo y luego los del río. La fuente estaba aquí mismo y ya no está.
Parados se quedan frente a las grandes rocas arropadas por las sombras de los fresnos y miran despacio. Donde manaba la fuente ahora se alza una obra moderna y por donde corría el agua buscando el río, baja la carretera tapizada de asfalto negro.
- Pues la fuente estaba aquí y ya te digo: sólo verla brotar con aquella cantidad de agua limpia y siempre tan fresquita, transmitía vida. Y luego, si junto a estas piedras te sentabas, frente a esos cerros oscuros que al fondo se ven, si mirabas despacio, ahí se te quedaba el alma enredada entre el vaho del monte y las briznas de niebla que al amanecer subían por los valles.
- ¿Qué tenían esos cerros para ser tanto como dices?
- ¿No lo está notando ya?
- Lo que yo estoy sintiendo es como si entre la oscuridad y lejanía de esos cerros, tapizados de tanto monte, estuvieran escondidos los secretos más grandes del universo. Como si por ahí estuvieran condensadas todas las sendas, todos los arroyos, todos los días de lluvia y primaveras floridas y todos los misterios dulces que tanto, a veces, se intuyen y no se ven. Esto es lo que me parece sentir según estoy observando la oscuridad verde de esos cerros en la lejanía pero la duda me crece porque, allá en lo hondo, por donde el río se pierde y las brumas borran ya el horizonte ¿qué otros misterios se laten?
- Aquello son misterios tan grandes que nunca nadie ha llegado a descubrirlos. Siempre nos pasaba como a ti ahora: mirándolos nos quedábamos las horas muertas y soñando nos dejábamos abrazar por el embrujo de tan lejanos barrancos. Lo que ahí existe, nadie lo sabe pero debe ser algo tan dulce, tan excelso y maravilloso, que fíjate: sólo con mirarlos desde aquí, la realidad de cuanto nos rodea, se transforma.
- ¿Y la senda?
- La senda algo moría por esta llanura, otro algo se iba perdiendo por entre la espesura del monte que nos queda al frente y dicen, que yo no lo sé porque nunca la recorrí, que otro algo se iba río abajo y por entre esas profundidades de infinitos condensados, se perdía para siempre.
- ¿Y el barranco que baja por la derecha?
- Ese era como el mundo grande donde las fuentes manaban a puñados, los acantilados de las rocas caían formando hondonadas y allí, en lo profundo, se extendían las praderas arropadas por bosques verdes. Eran olas de luz, los rayos del sol por allí danzando y las florecillas meciéndose al viento, revoloteos de pajarillos policromos. Qué hermosas por allí las mañanas claras, traspasadas de azul y sostenidas siempre por el cascabeleo de las infinitas gotas de las cascadas cayendo. Qué mundo el de ese barranco y qué días aquellos cargados de tan densos silencios.
Y aquella limpia mañana de primavera, el joven y su amigo, siguieron andando por la senda que surca la llanura sin saber, ni siquiera a dónde iban ni qué buscaban. En el fondo, era como si sólo quisieran recorrer el misterio de aquel trozo de sierra para ellos tan concreto y particular. Como si sólo quisieran dejar que las emociones les empapara el espíritu porque necesitaban comprobar que aunque las tierras sí estaban allí y hasta parecían emanar de ellas, las mismas gozosas realidades de los tiempos pasados, todo estaba dolorosamente transformado. Una transformación que ellos captaban con sus ojos pero de la cual no querían hablar porque les parecía más gozosa la otra verdad: la que habían palpado en otros tiempos y ahora nunca se le moría en el recuerdo. El valle de sus gozos, el que era como el sostén real de sus propias vidas, estaba allí, ya roto y cambiado por los que habían llegado de fuera pero en el fondo, el mismo para ellos y gritando los mismos sonoros ecos eternos.
EL BARRANCO DE LA SENDA DE LAS HIGUERAS
El barranco por donde sube la senda de las higueras, desde que los serranos se marcharon de él, parece como si se hubiese llenado de mucha más vida que antes. Y el barranco por donde crecían las higueras y subía la senda se parece mucho a éste que ahora mismo tengo a mis pies, por la parte que mira al norte que es por donde bajan los arroyos y allá en lo hondo adivino el Pantano de Aguascebas. Es casi el mismo barranco aunque son distintos y por eso ahora acude a mi mente el recuerdo del joven cuando aquel día del turista.
Venía de la ciudad, era ya algo mayor y como toda su familia era gente de dinero, se presentó por aquí y le dijo al joven:
- Quiero que me lleves al barranco donde dicen siempre hay pastando buenas mandas de cabras monteses.
- Señor, yo conozco el rincón pero lo que pasa es que desde hace algún tiempo por ahí ya no pastan cabras.
- De todos modos, tú llévame que ya verás como hay monteses.
Aquella mañana el joven se puso en camino en dirección al barranco oscuro que se parece al de las higueras. Subieron la cuesta pronunciada y coronaron la cumbre que también se parece a la cumbre de los Palancares, en la Sierra de las Villas.
- Asómese usted por aquí, señor y ya verá.
Le dijo el joven al turista al tiempo que le animaba para que se asomara al lado norte por donde el barranco es casi lo mismo que este que ahora mismo tengo a mis pies. El turista le hizo caso y al asomarse al valle vio que por allí no había cabras.
- Sin embargo, toda esta ladera fue siempre un puro rebaño. Uno se asomaba por aquí y ahí mismo las veía llenando el monte, desde la cumbre hasta lo hondo del barranco. Era una gloria ver tantas cabras en medio de aquel silencio, la soledad y la profunda y misteriosa oscuridad según el monte se pierde por lo hondo.
- ¿Y por qué ya no están?
- Empezaron a venir muchos señores a cazar con sus buenos rifles y los animales, los que quedaron con vida, se tuvieron que ir.
- Pero lo que a mí me han dicho es que fuisteis vosotros, los pastores de estas sierras, los que con vuestras ovejas lograsteis que las monteses huyeran. Ya estoy viendo que allá en lo hondo pastan las tuyas.
- Ese hato que usted ve allá abajo, han llegado después y ni siquiera son cien ovejas.
- Seguro que las cabras se han ido por ellas y se han metido porque aquel otro barranco que baja de las cumbres de aquel lado. Vámonos por allí a ver si las vemos.
- Señor, que por aquel lado tampoco hay monteses.
- Te he traído conmigo no para que me pongas dificultades sino para que me ayudes y me lleves a donde a mí me apetezca.
Y como el joven, al igual que casi toda la gente serrana, notaba que en el fondo tenía que someterse al turista porque era persona rica, en contra de lo que sentía en su interior, se dispuso a bajar barranco adelante para conducir al turista hasta las hondonadas de las otras cumbres lejanas.
- Huyendo de tus ovejas, seguro que las cabras se han subido por aquel lado. Allí las vamos a encontrar pastando tranquilamente.
- Pero ya le he dicho, señor, que no hay cabras. Por aquellas tierras tampoco nunca hubo monteses.
- ¿Por qué tampoco nunca hubo cabras por allí?
- Se ve que a los animales no les gusta aquellos sitios y, además, como las tierras están llenas de sembrados, se ve que por una cosa y otra, los animales ya están resabiadas de los rifles y se han marchado.
- Eso es lo que pasa, que vosotros no las dejáis en paz y de ahí que poco a poco vayan desapareciendo de estas sierras. ¡Con lo que dicen que este barranco era en aquellos tiempos! Y ahora va uno andando por aquí, mal guiado por ti que no haces nada más que ponerme dificultades y hasta se siente la desolación.
- Señor, si este barranco no tiene ninguna desolación sino más bien todo lo contrario: se asoma uno a las cumbres de estos cerros y parece que aquí a los pies, entre el silencio y la soledad de los arroyos, se amontona todo un mundo rebosante de misterios y preñado de vida. Si yo siempre que vengo por aquí, en cuanto corono estos picos que le llaman Palancares, me quedo helado ante la visión de las laderas que se derraman hacia los barrancos oscuros.
- ¿Pero qué me dices de esas cuatro ovejas, ese cortijillo y aquel sembrado?
- Tanto una cosa como la otra parece como si fueran trozos de este mismo barranco. Es decir, que si los quitamos de aquí es cuando el barranco tendría aspecto de desolación.
- En fin, vamos a dejarlo y ya diré yo a todo el mundo y a quien corresponda, que tú hoy lo único que has hecho ha sido fastidiarme.
EL ESCRITO
‑ ¿Qué pasó con el cortijo?
‑ Que lo tiraron como esta casa, aquel cortijo, el otro y el otro.
‑ Pero el del Molinillo sigue en pie.
‑ Porque cuando vinieron a por él, estaba lleno de ovejas y no se atrevieron; volvieron otra vez y otra y siempre lo encontraron con el rebaño dentro y aunque querían, los animales les frenaba y así parece que se ha salvado, por ahora y hasta hoy.
‑ ¿Y el desalojo?
‑ Fue muy simple: desde la casa forestal del Puntal de Ana María una mañana bajó el guarda. Llegó al cortijo, saludó a mi padre y le entregó el escrito.
‑ ¿Qué es esto?
‑ Un recado de parte del ingeniero.
Como mi padre no sabía leer le pidió al guarda que lo abriera y se lo leyera. Rasgó el sobre, estiró el papel y leyó: "Según lo acordado en el consejo y por orden gubernamental, estas tierras y el cortijo quedan expropiadas, pasando a ser patrimonio del estado. Se le concede una semana para que abandone la vivienda y las tierras llevándose consigo todos sus enseres y animales propios".
El guarda dobla el papel y se lo da a mi padre.
‑ ¿Qué es lo que pasa?
‑ Según he oído, que aunque durante mucho tiempo vosotros lo habéis hecho bien, ahora empieza una nueva etapa con un nuevo empuje para estos montes y creen que lo mejor es la renovación total. Hay que empezar por cambiar a las personas; tenéis que iros todos para que venga gente nueva, otro equipo. Su gente que estaremos a su servicio para llevar adelante, con garantía de éxito, la nueva planificación sobre los montes. Si os quedáis vosotros, dicen que seréis conflictivos, que impediréis el buen desarrollo del nuevo proyecto. Esto es lo que sé y he oído.
Dos o tres días tardamos en abandonar el cortijo y lo que más nos dolió, que nos dolió todo porque es duro arrancarse de donde uno tiene sus raíces, era saber que nos echaban porque venían otros. Algo así como en el evangelio: teníamos que morir para que otros vivieran. Ni siquiera uno podíamos quedar no sea que fuéramos a contagiar a los que llegaban de fuera. Y lo que pasa es que uno tiene su corazón y como hay injusticias en la vida que duelen mucho, enseguida lo tomamos con los nuevos que nos suplantaron. Los visibles eran los guardas porque los otros no aparecían por allí para nada.
Así que nos fuimos y desde la añoranza de este rincón y las tierras, no podíamos creernos que fuera verdad lo sucedido. Hasta despierto nos parecía sueño pero despertamos del todo cuando, unos cuantos días después de haber dejado el cortijo, apareció otra vez el guarda. Venía con un mulo que traía cargado de cosas y nos entregó otro escrito. De nuevo lo leyó y decía esto: >Os envío los objetos que os habéis dejado aquí. Esta es la relación: una piel de oveja, varias latas vacías, botellas, un cubo, zapatos de esparto, un hacha, trozos de alambre y otras menudencias que a nosotros no nos sirven pero sí ensucian y contaminan el cortijo y las tierras que le rodean=.
Algunos días más tarde lo dinamitaron y aunque no pudimos comprender nunca por qué fueron tan crueles con seres como nosotros, el tiempo siguió adelante. Han pasado los años y todo se ha transformado sin saber todavía si para mejor o peor, cosa que ya no importa aunque el recuerdo sigue ahí.
EL SERBAL
La casa es una de la más bonita de la aldea conocida por la zona como la de Los Teatinos. Fue una cortijada en otros tiempos pero hoy es ya una pequeña aldea llena de encanto junto al borde del arroyo y donde se derraman las laderas del pico Almorchón. “La casa de las gemelas". La llaman los vecinos porque aquí es donde viven las dos hermanas gemelas. Los padres y ellas dos que sólo hay cuatro miembros en la familia.
La casa, que se alza según se entra en la aldea, a la izquierda y luego casi al final de la que podría ser la calle principal, está construida mirando al macizo del Almorchón. Es alargada, blanca, nueva y en la entrada tiene como un balcón; una terraza llena de flores y al caer la tarde, en los días de calor, es el mejor sitio para sentarse al fresco. Además, como mira un poco al norte, en cuanto el sol desciende hacia el horizonte del Banderillas, la misma casa hace sombra. Arropa con su sombra toda la terraza-balcón de la entrada. Y si te sientas aquí, con el monte enfrente, las otras casas de la aldea algo más abajo, la sombra de la tarde, el viento fresco y el azul del cielo más bello del mundo, desde luego que te parece un sueño. Porque es este un rincón lleno de hermosura, el más tranquilo y apacible de la aldea desde donde se ve todo. Hasta el serbal que hay en la ladera de enfrente.
Resulta que este verano, al caer la tarde llegamos nosotros y lo primero de todo fue sentarnos en la terraza y como desde el balcón, ya he dicho que se ve tanto campo y tanto mundo, no sé cómo, uno de los tíos de las gemelas nos dijo:
‑ ¿Ves el árbol que hay allí?
Señalaba a la ladera al otro lado del arroyo. Y sí, en un trozo de terreno que no tiene monte, se veía un gran árbol verde. Tan verde que enseguida pregunté:
‑ ¿Es una noguera?
Por esto de que las nogueras son tantas o más que gente por estas sierras. Allí donde vive una persona o familia, por donde ha pasado un serrano, crece una noguera.
‑ Es un serbal.
A mi compañero le extrañó tal nombre.
‑ ¿Qué es un serbal?
‑ ¿No sabes lo que es ese árbol?
‑ Es la primera vez que lo oigo.
Y entonces, enseguida me dije que allí pasaba algo raro. Si mi compañero, que toda la vida ha estado metido entre libros, desconocía y no le sonaba el nombre de Serbal, era seguro que esta ignorancia tenía que darse en mucha más gente. Sobre todo en esa gente que se pasa la vida en los pueblos, en las ciudades, entre los libros, que es cultura pero que anda desconectada de la realidad del campo, de los bosques y de las montañas. Por eso, para este compañero mío y otros muchos, digo yo aquí que el serbal es una especie de peral silvestre cuyo tronco crece recto y largo y sus ramas tiran a lo alto; sus hojas son parecidas a las del fresno, aunque algo más estrechas y recortadas alrededor. Las frutas son asperísimas hasta tal punto que no se pueden comer sino modorras, cuando ya están pasadas y son como peritas de unos 2 cm. de longitud, verde grisáceo, amarillento o pardusco. La misma calidad tienen los nísperos que se han de guardar después de cortarse y dejarlos que maduren en paja.
La corteza del serbal, es áspera y blanquecina, con raíz gruesa y que profundiza mucho. Tiene flores blancas y los frutos los da en forma de racimos. La fruta es sumamente áspera al gusto hasta que se suavizan mucho tiempo después de cortadas del árbol. Son así mismos muy astringentes. Si antes de madurar, cuando se muestra amarillo, se corta en tajaditas y se comen después de bien secas al sol, restriñe el vientre; su harina y su cocimiento hacen el mismo efecto.
El serbal florece en mayo o ya entrado junio en las tierras altas y frías; los frutos no maduran hasta septiembre y son muy apetecidos de las aves. Los cazadores de pájaros usaban de ellos como cebo para atraerlos. Algunos montañeses lo llaman el perulo. En árabe andalusí se llama el fruto del oso.
Así que sintiendo que ya me he pasado de tantas cosas como he dejado escritas sobre este árbol, para mi amigo y otros, les digo que jamás nunca se asombre de las cosas de estas sierras. Es un mundo tan denso, tan profundo, tan lleno de maravillas y tan repleto de la presencia del Creador, que aunque hay que asombrarse, es mejor maravillarse. Es mejor dar gracias y llenarse de gozo porque ya ves tú, hasta desde este balcón de la casa de las gemelas en la aldea de Los Teatinos, se descubre algo nuevo. Un árbol silvestre que se llama serbal, que crece ahí mismo y aunque parece nada, es una joya, una maravilla viviente como tantas otras.
Y lo que después de aquel día ha pasado, es que ahora cada año, cuando maduran las peras silvestres del serbal, la madre de las gemas, nos regala un puñado.
- Esto para que no olvidéis nunca mi árbol.
Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueña, dan siempre de lo que tienen y así de este modo avanzan dejando amigos al tiempo que se construyen un nido junto al Padre y Bueno. Las cosas de estas sierras son así y los serranos igual de grandes.
MERIENDA SERRANA
Un buen experto en las cosas de este parque, conocido por mí desde hace algún tiempo, me decía el otro día:
‑ Posiblemente el roble más viejo de España, bueno, quejigo porque tú sabes que lo que abunda en estas sierras son los quejigos, que los lugareños llaman robles, lo encontramos nosotros el otro día.
Y como al oír tal noticia me pica la curiosidad, le pregunto:
‑ ¿En qué sitio?
‑ El quejigo lo descubrimos en un barranco de estas sierras completamente rodeado de jóvenes pinos salgareños de repoblación no dejando éstos pasar los rayos del sol e impidiendo, por falta de luz, que su copa se extienda. La presencia de este gigante ejemplar y la proximidad a él de otros robles viejos, nos puede hacer pensar que su existencia en este barranco es anterior a los pinos. Y en consecuencia, el bosque clímax sería un quejigal supra mediterráneo, acompañado de un sotobosque típico. Aún podemos observar ejemplares jóvenes de quejigos, lo que nos indica que la dinámica del bosque está todavía presente.
Pero todo este proceso se ve, de alguna forma, frenado por la repoblación de pinos salgareños que se ha efectuado en la zona que, al ser más rápidos en su crecimiento, impiden el paso de la luz necesaria a los quejigos, colapsando el crecimiento de éstos. El guarda al que me refería antes es el jefe de la Comarca que entresacó los pinos que rodeaban y asfixiaban al mencionado quejigo, dejando de esta forma el barranco libre para el desarrollo no sólo de este gigante, sino de otros muchos quejigos que nos dan fe de lo que fue un quejigal antes de que los hombres los destruyéramos en nuestro afán guerrero y naval.
Como es natural, me abstengo de comentar el lugar e incluso el diámetro de esta joya de la naturaleza para evitar ese afán de descubrimiento y aventura turística. Ya tenemos aprendida la lección con nuestro tejo milenario que como el que, visita un fenómeno de circo, van a verlo ensuciando su entorno con basura y no conforme con esto, con los machetes y navajas graban sus nombres en el tronco del tejo. Ese tronco que ha visto pasar más de 2000 años ennoblecido y ahora ve como una serie de irresponsables esculpen sus nombres en él. Por eso pienso que este quejigo debe seguir en el anonimato con la seguridad de que nos los agradecerá.
Y a este amigo mío le dije yo que me gustaría saber, sólo para mí, dónde se encuentra este gran quejigo. Me respondió que no me lo diría y menos aún me llevaría al sitio donde crece aunque creo que tengo una idea de donde se encuentra ese rincón y el roble. A lo largo de tantos años recorriendo estas sierras ya he ido aprendiendo bastantes cosas y ahora sé, por dónde crecen los mejores pinos de todo el parque, los majestuosos por excelencia, sé dónde se dan los mejores robledales, los mejores encinares, los más viejos madroñales, los enebros más gruesos y sé por donde se mecen los mejores brezales de la sierra entera. Sobre todo, tengo bien metido en mi mente la figura no de uno sino de muchos gigantes quejigos que a lo largo y ancho de todas estas sierras he ido viendo un día y otro. Yo sé por donde crecen, hacia donde se inclinan y cómo son ellos de grandes. Y para mí, unos y otros son como el eslabón vivo y resplandeciente de hermosura, que siguen uniendo el pasado con el presente de estas sierras. Como los testigos inmutables, que sabe Dios por que suerte, han logrado sobrevivir hasta nuestros días. Aunque es verdad que éste de mi amigo, probablemente no lo haya visto todavía.
‑ Pero en fin, si tú quieres gozar de robles grandes, vente hoy conmigo y verás.
Le dije que sí y sin más emprendimos la ruta por la solana de Coto Ríos. La solana en el sentido más amplio porque mi amigo me hizo recorrer medio mundo. Toda la solana que es algo más que ese trozo de Coto ríos. El se conoce bien la tierra y por eso en medio día habíamos visto casi un centenar de estos viejos y gigantes quijigos‑robles. Cayendo la tarde nos sentamos bajo las ramas de uno de los más voluminosos que tiene su tronco podrido y nudos llenos de agujeros por todos sitios.
‑ Aunque lo ves y te crees que no posee vida no es así; fíjate y verás.
Enseguida veo a un pequeño pajarillo que sube por el tronco. Luego vienen unos cuantos más y todos juntos se ponen a buscar gusanos por entre las viejas cortezas. Al rato se para en las ramas una bandada de arrendajos y varios cuervos picotean por el suelo. Veo también a dos o tres lagartijas, un lagarto y una culebra.
‑ Es una barbaridad.
‑ El quejigo‑roble es el árbol que más cantidad de vida cobija en todo el bosque. ¿Te convences?
Le digo que sí porque lo estoy viendo y como ya está cayendo la tarde nos ponemos en marcha para regresar. Mientras bajamos me empieza a contar algo que no llego a creer del todo.
‑ Pues te va a pasar como lo del roble.
‑ Pero es que eso es un proyecto casi de fantasía.
Llegamos a la carretera y conforme vamos subiendo hacia donde tiene el coche me dice:
‑ Mira, a un lado y otro de esta carretera, desde la Torre del Vinagre hasta Coto Ríos, irán los puestos. Aquí, uno donde sólo se venderán nueces de la sierra. Allí otro con tomates de las huertas de estas sierras. Aquí el de las bellotas, el de las manzanas, las peras, las uvas, los higos, las nueces. Sólo frutas, tomates, pimientos y demás hortalizas pero todo bueno y exclusivamente producidos en los huertos de los serranos, regados y abonados con las aguas y los fertilizantes de los rebaños de estos montes. ¿Te lo imaginas?
‑ Casi, casi pero tengo que verlo.
‑ ¿Es que no lo crees posible?
‑ Podría ser maravilloso porque ello sería un gran paso en la dirección correcta de conservación y potenciación de las cosas y valores buenos de estas sierras.
‑ ¿Te lo imaginas? Todos productos con denominación de origen y no una denominación cualquiera sino la de la Sierra de Segura y Cazorla. ¿Te lo imaginas? Porque de lo que se trata es de montar aquí unos cuantos quioscos donde sólo se vendan este tipo de productos.
A la entrada por la zona de Coto Ríos y por la parte de la Torre del Vinagre, pondremos grandes letreros para anunciarlo a los turistas. Que sepan que aquí en la sierra hay algo original y único que no se da ni pueden comprar en ninguna otra parte del mundo. Tres días por semana todos vendrán a estos puestos, al caer la tarde, a comprar productos serranos para merendar. En ningún otro sitio ni pueblos de este Parque nadie podrá comprar ni cerveza ni refrescos ni bocadillos ni dulces ni vino. A lo largo de estos tres día, dentro de las sierras de este Parque lo único que se venderá serán esos productos y nada más que en este lugar. ¿Te lo imaginas?
‑ Me cuesta imaginármelo.
‑ Pues lo vamos a lograr. Desde ahora mismo, al caer la tarde, ya estoy viendo toda esta carretera llena de gente, merendando, junto a estos puestos, los mejores frutos y hortalizas de la tierra. Se prohibirá, además, los otros letreros que existen en el valle anunciando hoteles, campings, restaurantes y demás y hasta los mismos hoteles cerrarán para darle, a todo este eje del Guadalquivir, un aire por completo nuevo, limpio y más natural; como siempre fue en estas sierras. Nada más que quioscos llenos de frutas y zumos serranos para la felicidad de los turistas y el bien de la gente de los pueblos y cortijos serranos. Tú no te lo crees pero ya verás como lo vamos a conseguir y, además, por nosotros mismo: sin apoyo ni ayuda de los organismos oficiales.
AL DIA SIGUIENTE YA ERA NAVIDAD
Todos los días del año y durante muchos años la ladera es la misma. Pero hay días en el año que el paisaje de la ladera no parece el mismo. Por un lado se llena de una vida especial y por otro lado, desde el valle por donde corre el río hasta lo más alto de la cumbre, todo se cubre como de un halo que parece surgir de un sueño lleno de paz y misterio. Por la ladera, más arriba y más abajo, diseminadas se alzan las aldeas y entre unas y otras relucen multitud de cortijillos.
Todo tiene hoy una palpitante realidad: se trata de las aldeas, tan numerosas, tan distantes, tan abandonadas. Al penetrar y detenerse un poco en ellas se ve todo un cúmulo de grandes problemas. Una gran población serrana vive en estas aldeas de la sierra alta. No hay nada más que ver el censo de Santiago de la Espada para observar que el porcentaje mayor de sus vecinos se encuentran diseminados en los pequeños núcleos rurales. Muchos de ellos sin luz, sin agua, sin teléfono, sin servicios mínimos y elementales. En casi todas ellas sólo ven a los políticos cuando van a la caza y captura del voto. En otras, como ocurre en algunas de Segura de la Sierra, el esfuerzo ha sido encomiable en estos últimos años; sin embargo, aún queda mucho por hacer.
Tras esa realidad late una subcultura de grandes quilates, con valores humanos de la mejor calidad, sin mancilla ni arruga de las que tanto se dan en las grandes urbes. La generosidad, el trato social, la honradez y otras cualidades siguen adornando a estos vecinos que todavía se llaman, unos a otros, hermanos y que se resisten a abandonar su terruño, aunque los más jóvenes ya lo han dejado o lo harán cualquier día de estos.
Mas yo hoy, desde este profundo respeto que siento por todos ellos y desde este gran cariño hacia las personas sencillas de este mundo maravilloso, una vez más me digo que esta ladera podría llamarse “La ladera de las aldeas”. Pero que para mi caso es simplemente la gran ladera que mira ha occidente, donde el bosque se amontona limpio y el viento lo peina continuamente.
Y como al día siguiente de aquella tarde que yo estuve por aquí ya era Navidad, por lo hondo, que es por donde va el río, las tierras se suavizan formando su llanura. Crece un gran bosque por toda la llanura y cuando está cayendo la tarde uno de los habitantes de la aldea anda por aquí. Cuando llega la Navidad todos los habitantes de las aldeas y los cortijillos, salen al campo, al bosque a buscar algo. Igual que la gente de la ciudad que también salen a buscar cosas por las tiendas y los supermercados pero con diferencia y matices muy grandes. El en campo no se compra nada. Todo se coge porque para estas personas de las aldeas, el campo es su mundo y como todo el año han vivido junto a él dándole su cariño y regándolo con el sudor, es justo que por estos días ellos vayan por el campo cogiendo algo.
El hombre de la llanura que pega al cauce de las aguas, corta leña seca de los árboles viejos, hace un gran haz y se lo echa a cuestas. Se viene ladera arriba siguiendo la senda que sube dando curvas y al poco, el viento empieza a soplar fuerte. Tiene problemas para seguir porque en el haz de leña se quiebra el viento y a cada esfuerzo ladera arriba el viento empuja otro tanto ladera abajo. Al coronar el collaillo la fuerza del viento es tan grande que los trozos y ramas del haz salen volando ladera abajo como si fueran leves plumas.
Está él intentando salvar alguna rama de su leña seca y pensando que a pesar de todo tiene que llevar a su casa algo para el fuego cuando, oye murmullo de personas.
‑ Te has quedado sin leña.
Le dicen los jóvenes al llegar a él.
‑ Y vosotros ¿A dónde vais?
‑ A la cueva de las rocas. Estamos preparando el nacimiento y tenemos que ensayar. Cuando terminemos, todos nos uniremos y llevaremos mucha leña a tu casa.
La cueva de las rocas está aquí cerca y es uno de los rincones más bellos de l ladera. Bueno, no está en la misma ladera, sino donde el arroyo pequeño se junta con el río y hay como unas playas de arena. En la cueva de las rocas todos los años se vive un nacimiento muy especial. Lo preparan los mismo jóvenes. Ensayan ellos solos, por su cuenta y aunque luego no les sale un nacimiento que se parezca a los otros nacimientos que por estos días se monta en el mundo, es un nacimiento realmente bello. Quizá el más bello de todos por esto de la cueva natural en medio de la ladera y el bosque también natural. No saben ellos muchas cosas pero dicen que eso de ensayar todas las tardes y estar unidos preparando tal acontecimiento, es bello.
‑ Pues luego si puedo voy a veros.
‑ Puedes venir pero también si quieres puedes subir a la montaña y traernos las piedras que necesitamos.
‑ De acuerdo.
Mira él a la montaña porque la tiene ahí mismo, frente y a dos pasos y ve que por ahí, otro de la aldea, anda buscando las piedras. La montaña, la cumbre de la montaña, hoy parece otra. Se ven por ahí las pequeñas mesas con su hierba verde, las puntiagudas rocas, unos jirones de niebla, porque nieve todavía no hay y la sensación de estar casi rozando el cielo. Como si la cumbre de la montaña estuviera ya casi perdida en el infinito más lejano. “¿Cómo voy a subir a la montaña con el viento que hace?” Se dice para sí.
Pero al día siguiente de esta tarde ya era Navidad y por eso ahora, la ladera, las aldeas, los cortijillos y hasta la cueva de las rocas, aparece toda llena de verde; un color verde que hoy precisamente tiene un tono mucho más nuevo, más puro y más bello. Son los paisajes de todos los días pero esta tarde no se parecen nada a los de todos los días.
*EL PEDAZO DE LA CUMBRE
El valle verde se extiende ya cerca del río grande. Más arriba se abre la llanura, un poco más arriba se recoge el recodo o recó de los arroyos y por lo alto es por donde se estira la puntiaguda cuerda rocosa con las repisas que trazan escalones. Al otro lado de esta cresta se abre el barranco de los enebros y por encima del todo, se ve la línea de la gran cumbre. Más arriba sólo existe el horizonte azulado del cielo, alguna nube blanca revoloteando por él y el viento frío acariciando las rocas grises. A grandes rasgos, este es el rincón que tanto me gusta, porque aunque no parece gran cosa, está repleto de llanuras bellas, cuajado de arroyos transparentes, tapizado de praderas húmedas, algún que otro lago misterios que nadie conoce, sombras suaves que parecen mares de paz y muchas cumbres donde los robles se doblan al paso del viento.
En el centro del valle verde, más cerca del río grande que de la cumbre del infinito, se alza el cortijo. Un pequeño y blanco edificio donde vivía la familia serrana rodeada de sus huertas, sus animales y sus hijos. Y aquella mañana, ya entrado el verano, ellos decidieron subir al pedazo de la cumbre. Un trocillo de tierra buena que entre los voladeros de las partes altas y los barrancos de la hondonada, ellos sembraban. Una sementera de poca cosa: trigo, centeno, en algunos casos y patatas cerca del manantial y algunos garbanzos. Poca cosa pero servía para ir tirando junto con las otras cuatro cosas que daban los animales y las huelgas que regaba el río.
- Pues mañana, al amanecer, nos ponemos en camino y subimos a los “Piazos”.
Dijo el hermano mayor a las dos hermanas menores.
- Mañana subimos y nos llevamos la comida, las cabeceras para dormir y algo para hacer fuego.
Contestaron las hermanas ya con la ilusión corriéndole por el alma, porque aquella no era la primera vez.
Desde hacía ya tiempo, ellos cada año subían a los piazos, primero para arreglar las tierras y sembrarlas después, para escardar cuando ya los sembrados estaban grandes y luego varías veces más cuando había que segar, trillar, recoger la paja y preparar el terreno para las nuevas cosechas. Y como las tierras buenas del piazo, cogían lejos del cortijo, cada vez que a ellos iban para realizar algunas de estas tareas, se preparaban para quedarse por allí varios días.
- No vamos a estar viniendo al cortijo para llegar aquí de noche y tener que madrugar para salir con el lucero del alba.
Es lo que siempre decían ellos. Y era porque el pedazo de tierra, caía bastante lejos. También las sendas estaban malas de andar y las cuestas eran muchas y complicadas.
Por estas razones y otras, se pusieron en camino y cuando aquella mañana apuntaba el sol por las cumbres del Banderillas, ya pisaban ellos las primeras tierras de la ladera del barranco de los fresnos.
- El que tanto te gusta a ti.
Le dijo el hermano a la más chica de las niñas.
- Es que es un barranco amigo.
- Eso ya lo sé desde hace tiempo pero lo que todavía no sé es por qué te parece tan bonito.
- Sólo con verlo me gusta. Lo que tiene, no sé explicarlo pero sí siento que es único y por eso lo quiero.
- ¿Quizá es el arroyo por lo escondido que se queda cuando pasa por entre los fresnos?
- Puede que sea eso y la corriente tan limpia siempre saltando por las piedras. Pero el caso es que cuando miro a esta ladera, también me gusta otro tanto.
- Pues lo de la ladera, ¿cómo no sea por esa forma de la pendiente?
- Esto te iba a preguntar ¿qué tiene esa pendiente?
- ¿Me lo preguntas por lo escondida que parece, con ese aspecto de seria y algo recogida en así misma?
- Es que sólo mirarla, el asombro te nubla el alma al tiempo que da miedo e inspira cariño. ¿Qué tiene ese trozo de ladera?
- Lo cierto es que si la miras desde aquí, es bonita. Si la miras cuando ya la estás pasando, además de bonita es graciosa y si la miras ya dejada atrás, te dices que esa ladera no es ni lo primero ni lo segundo. ¿A que te pasa eso?
- Tanto que alguna vez me he dicho que un día de los que venga por aquí y lleguemos hasta ese trozo, por no sé qué secreto o verdad, ahí nos vamos a quedar para siempre.
- No del todo pero un poco sí intuyo lo que pretendes decirme. Otro día vamos a seguir hablando porque ahora fíjate: ya estamos en la primera llanura. ¿Qué era lo que de este lugar querías decirme?
A este pregunta la hermana pequeña guardó silencio. Miró detenidamente las tierras que pisaban y al frente le sorprendió el bosque verde. Oscuro, con el color de la tarde plateada y silencioso como la cumbre que por encima le rodea. Al fondo se intuyen los arroyos limpios, a la derecha un poco más arriba, las fuentes manando y al otro lado, las sendas. Un ramillete de veredas que más parecían chorros de viento blancos escapados desde el infinito y rozando lentamente la tierra, se iban otra vez al infinito.
- ¿Y qué hay en aquel mundo?
Es lo que siempre preguntaba la pequeña.
- Te digo como con el arroyo: en aquel lado lo que quizá se esconda es un lago de fantasía, un mar de juego como los que a ti te gustan o quizá un río desbordado de flores blancas.
- ¿Y no sería posible que un día nos viniéramos por aquí, y sin prisa, nos pusiéramos a buscar por todos los rincones a ver si descubrimos por donde le mana a este rincón este tan gran latido de serenidad?
Tampoco el hermano respondió a estas palabras. Siguieron avanzando por las tierras, si apartarse de la senda y ahora ya daban vista al recodo. Una lomilla de tierra suave que después de subir algo, comenzaba a descender buscando el vallejo del arroyo, ahí por donde se ensancha éste y deja al descubierto el cristal líquido que por él baja. Un poco más arriba, dirección a las paredes gigantes de las rocas del Banderillas, brotan los otros veneros. Seis o siete pequeños cañitos de agua que regurgitan de la tierra sin parar día y noche. Al frente de estos chorrillos y por donde sigue la senda, la cuerda se recoge airosamente como si quisiera cortarle el paso al camino. A las espaldas de esta cuerda de enfrente, otro ramal de colina que también baja del Banderillas y mientras cae hacia el gran valle verde del río grande, parece como si quiera cerrar a la senda por la parte de atrás. Arriba y de donde vienen los chorros limpios que brotan por los seis veneros de viento que forman la corriente del arroyo que comienza, se alza imponente el grueso paredón pétreo. Es la gigantesca cuerda que cierra el mundo del valle verde por el lado del levante.
Por eso, en este punto centro, donde el arroyo forma la figura del vallejo que ya hemos dicho, es donde se da el recodo o recó, según dicen los serranos. Una curva cerrada por todos los lados menos por uno que es por donde las aguas que manan en la hondonada del recodo, salen hacia el gran valle verde. Y por esta particular delimitación y mil delicados matices más que el barranco tiene, es por lo que el rincón rebosa tanta belleza. Una belleza sencilla, como siempre es la hermosura de estos campos pero rotunda. Tan suprema y fina que hasta impone respeto. Ellos, a pesar de tantas veces como han pasado por el lugar, lo saben bien y de aquí también que se queden tan extrañados cada vez que de nuevo pisan el rincón.
- Es como si la fuerza profunda de la montaña, acaso hecho se hubiera puesto a fraguar un modelo que le ha salido único pensando expresamente en un regalo para nosotros.
Es lo que siempre le decía el hermano mayor a las hermanas pequeñas.
- Y esa fuerza profunda, tú lo sabes, no es otra cosa sino el Creador de todo, Dios mismo.
Le decían las hermanas pequeñas, repitiendo así lo que tantas y tantas veces su madre les había dicho mientras, en las noches frías, se calentaban sentados frente al fuego de la chimenea del cortijo.
Pero, aún así, tampoco ellas llegan a saber de dónde surgía tan abundante y delicada hermosura siempre caminando de puntillas por aquel rincón suyo. No eran capaces ni de explicárselo a sí mismos ni de comunicárselo a los otros. Pero en su interior, el asombro al tiempo que la sensación de gozo, estaba claro. De aquí que alguna vez que otra, se les escapara el siguiente comentario:
- Algún día, tendríamos que pensar para ver de qué manera recoger este rincón y llevárselo a otras personas para que ellos también sintieran lo que ya nosotros tanto sentimos.
- ¿Y cómo se podría hacer?
- A lo mejor escribiendo un libro, pintando cuadros bonitos, sacando fotos.
- ¿Y tú crees que de ese modo podríamos recoger bien, sin quedarnos cortos, lo que esto es?
- Yo creo que sí pero también siento que aunque parece sencillo, no lo es tanto y además, tendría su peligro.
- ¿Qué peligro?
- Pues que si este recó nuestro, llega al conocimiento de muchos, sería roto a igual que ha pasado con otros sitios que eran curiosos.
- En eso tienes razón pero mirándolo despacio ¿a que te dan ganas de irse por ahí y anunciarlo con voz potente para que muchos venga y vean?
En esta conversación y el bienestar que en sus almas sentían, iban ellos entretenidos mientras remontaban las laderas camino de su piazo. Cruzaron la ligera llanura que se extiende junto al vado. Pisaron las aguas limpias, remontaron el leve desnivel que sigue a continuación y como la senda rodea el lado que por el frente recoge el rincón, anduvieron ese trozo y poco a poco se empezaron a elevar por las repisas rocosas que vuelcan al otro barranco. Sobre la segunda más ancha, bajo la ampulosa sombra del laricio viejo, se pararon. Era aquí donde ellos siempre paraban para descansar un poco, para respirar el aire puro que del barranco siempre sube y para deleitarse otra vez más en la contemplación del valle allá en lo hondo.
Unos metros más arriba, ya estaba el pedazo. Unos metros más en lo hondo, el barranco se alargaba y en las tierras de sus orillas, también crecían los pimientos que ellos habían sembrado. Junto a las matas de pimientos, casi maduros ya brillaban los melones y algo más al lado de las encinas que se tiñen de esmeralda, corría otro más de los mil chorrillos. El cantarín chorrillo de la huelga del cenajo, que era como ellos lo llamaban.
Frente y arriba, las nubes solitarias revoloteaban. Por detrás, el azul profundo del infinito tendía su sábana. Más a lo lejos, seguían abriéndose las cumbres y luego más a lo lejos, la bruma sedosa y blanquecina, cerraba la visión. Una visión, que a pesar de todo, no tenía fin aunque quedaba oculta por la nieblina acuosa, ni tampoco un principio aunque arrancara de aquel mismo barranco del río. Parece, según decían ellos, que luego se detenían un poco en sus piazos, quizá para jugar un rato con las niñas y después se iba.
Por las noches mientras dormían junto al calor de las llamas que desprendían las teas, las tierras del recó junto con las del barranco entero, las laderas y los pinos, se iban en compañía del viento y los chorrillos claros. Y por eso ellos sabían que allí tampoco se acaba el mundo. Nunca allí se acababa el mundo a pesar de ser tan rotundamente bello por parecer que era allí donde precisamente comenzaba el universo.
LAS CIERVAS
Desde luego los ingenieros y aquella otra gente de la administración tenían razón cuando pensaban que los habitantes de estos cortijos serranos tenían que irse y dejarlos abandonados. Digo esto porque ellos sabían mejor que nadie que la gente de estos cortijos eran una amenaza para los animales de las sierras y en las zonas del coto más aún. Aquellos ingenieros habían visto muchas cosas y aunque algunas las callaban, aquello se lo guardaban dentro y tarde o temprano salían fuera de las formas más inesperadas y casi siempre orientadas a la expulsión de más gente de sus cortijos.
Por ejemplo: aquella mañana el ingeniero y el guarda se fueron a dar un paseo por el campo y lo primero que hicieron fue acercarse al cortijillo de las encinas. Querían ver el reducido sembrado de trigo que el dueño del cortijo tenía en la laderilla del manantial. Empezaba entonces a alzarse el sol y como el barranco de la sementera era querencioso para las ciervas, toda la noche por allí habían estado pastando una manada de seis o siete. Pero el dueño del cortijo madrugó más que el ingeniero. Sabía él también que por allí estaban las ciervas y como, además, sabía que una de las cosas que los animales buscaban por aquellas tierras era la sementera, uno de sus intereses era precisamente eso: proteger aquel trigo suyo de la depredación de las ciervas. En cuanto se acercó a la sementera las vio. Les había entrado por la parte de abajo y por el lado del manantial ellas estaban liadas con el trigal.
Un poco más abajo, por donde ellas siempre huían, el dueño del cortijo les había puesto un lazo. Ya estaba harto de sembrar trigo y criarlo a lo largo de todo el año y que luego vinieran las ciervas y se lo comieran. Estaba harto y como no quería liarse a tiros con ellas, lo que ideó fue poner un lazo de alambre de acero a ver si así cogía alguna y las otras escarmentaban. Y fue justo en aquella mañana y en aquel momento cuando una de ellas quedó enganchada en el lazo. En cuanto salió del cortijo la vio y se fue por la parte de arriba. Iba ya muy cerca de ellas cuando por la lomilla asomó el ingeniero y el guarda. Los vio él también y en estos momentos las ciervas salieron huyendo por el lado de donde estaba el lazo. Tal como iban corriendo una de ellas se enganchó y empezó a dar grandes saltos por entre el sembrado. El hombre del trigal se encontró en un gran apuro porque el ingeniero y el guarda estaban allí mismo y la cierva no dejaba de dar saltos por el trigal enganchada en el lazo. Por unos momentos no supo qué hacer. Si no cogía a la cierva el ingeniero la descubriría y vería lo que allí estaba sucediendo y por supuesto, cogido con las manos en la masa, con el delito presente, sería motivo para complicarle la vida casi para siempre. Pero si cogía a la cierva para que ésta no diera más saltos y dejara de verse lo que allí pasaba, el problema aún podría ser más gordo. Lo pensó unos segundos y enseguida actuó. Se fue hacia la cierva, la sujetó y hábilmente le asestó unos golpes dejándola sin vida. AYa está, si ellos no me han visto, aquí no ha pasado nada. Me quedo quieto durante un rato sentado entre el trigo y cuando se vayan me llevo a la cierva al cortijo y ya tengo carne para mí y mi familia durante una temporada”. Se dijo.
Pero no saldría todo tan redondo. Desde la lomilla los dos jefezuelos lo habían visto todo. El ingeniero miró al guarda y le dijo:
‑ Luego dicen que no; tú has visto como yo lo que acaba de ocurrir ahí, en la laderilla. Si ahora mismo bajamos y lo multamos y empezamos a complicarle la vida para que abandonen estas tierras y el cortijo, todos los de los otros cortijos dirán que los ingenieros somos unos tales y unos cuales.
‑ Tiene razón el señor ingeniero ¿Qué hacemos?
‑ Desaparecer. Dar media vuelta e irnos por donde hemos venido y así creerá que no hemos visto nada. Ya veremos luego qué hacer con este caso y otros como éste.
Así que ambos pusieron en marcha lo que habían pensado: dieron media vuelta, se ocultaron tras la lomilla y en poco rato se alejaron del lugar.
El hombre de la cierva los vio y por un momento creyó que ya estaba salvado. Vio el cielo abierto aunque enseguida cayó en la cuenta que aquel comportamiento no era normal. Pensó él que no tardarían en volver y para que si esto sucedía y no vieran la cierva allí, enseguida puso mano a la obra para ocultarla dentro del cortijo. Mientras trabajaba intentando borrar las pruebas el miedo se lo iba comiendo por dentro y para darse ánimos a sí mismo se puso a madurar en su mente las palabras que pronunciaría a su favor.
AEl trigo es el trozo de pan tanto para mí como para mis hijos y mi mujer; si las ciervas se lo comen yo me moriré de hambre. No estoy contra el coto ni los animales del coto, lo que pasa es que ¿dígame ustedes qué hago yo para salvar mi trigo? ¿Dejo que se lo coman todo y nosotros nos morimos de hambre?”
Esto o cosas parecidas es lo que el hombre pensaba decir en su defensa cuando el guarda y el ingeniero lo acusaran de aquel delito. Pero el ingeniero, más que el guarda, sabía que uno de los castigos más grandes que a aquella gente se les podía infringir era precisamente este: hacer que se sintieran culpables en su propia tierra y casa y dejar que aquella culpabilidad se los fuera comiendo por dentro.
Por encima de todo, las dos cosas que más daño siempre hizo a los serranos fue el destrozo de su autoestima personal y con ello, el destrozo de su capacidad de ilusionarse de cara al futuro. A mi manera de ver, un ataque profundo a la dignidad de la persona y precisamente a los más pobres, a los más humildes y desfavorecidos desde las tropelías de los que han tenido el poder en sus manos. Dentro del alma me duele a mí esto como si lo hubiera vivido en mis propias carnes ya que no podré encontrar jamás razones profundas para un ataque tan injusto a seres humanos tan buenos y nobles.
Estoy exponiendo estas reflexiones porque aquel día, una vez más, se repitió la escena. Al cortijo no fue ni el ingeniero ni el guarda. El guarda fue a otro cortijo cercano cuyo dueño era amigo de la familia que vivía en el cortijo del trigal y a los habitantes del segundo cortijo el guarda les dijo:
‑ Te acercas al cortijo de tu amigo y le dices que de parte del ingeniero, que vaya el lunes a verlo al pueblo.
‑ ¿Qué es lo que pasa?
‑ Ni siquiera lo sé pero a ninguno de los dos nos importa mucho. Sólo se nos pide que cumplamos.
Aquella misma tarde el del cortijo de la llanura subió al cortijo del trigal y le transmitió el mensaje al hombre de la cierva.
‑ ¿Para qué me quiere?
Preguntó.
‑ Por lo que he podido sacar creo que tienes que poner unos sellos en unos papeles y firmar no sé qué. Parece que es un asunto relacionado con algo de cuando estuviste en la mili.
El del cortijo de la llanura se fue y éste otro del cortijo del trigal se quedó lleno de preocupación. ¿Para qué me querrá? ¿Será para echarme fuera de este terreno? ¿Por qué no ha venido él a decírmelo? ¿Por qué tengo yo que ir al pueblo? ¿Qué me pasará ahora? Porque sí él viene aquí podríamos hablar y como dice el refrán: “hablando se entiende la gente”.
Todo el día y toda la noche estuvo el pobre hombre con su temor acuestas. Con su inquietud, su desolación y ya empezó a vivir esa situación de indigencia e injusticia que le destrozaba como persona. Temía que lo echaran de las tierras y como él también era persona de sentimientos y corazón ya estaba experimentando lo más doloroso de aquel drama: el sentirse no ya maltratado injustamente sino hasta despreciado en su propia condición de persona. Le iban a dar un gran palo precisamente donde más podía humillarlo. “¿Será esto para que me entere de una vez y me someta a lo que ellos quieren y deje de lanzarme a mis cosas personales?”
Fue al pueblo al otro día por la mañana. En cuanto amaneció se puso en camino y ya cayendo la tarde llegó a la casa del ingeniero. Llamó a la puerta y le dijeron que no estaba allí pero que le habían dejado dicho que si venía ese hombre del cortijo de la sierra que firmara los papeles y se fuera.
‑ Aquí están. Sólo tienes que firmarlos y poner unos sellos aquí en esta esquina.
‑ Pero si firmo ¿qué me va a pasar?
‑ No te va a pasar nada. Son cosas que hay que hacerlas porque según dice el ingeniero son buenas para vosotros.
‑ ¿Y dónde está él? Quisiera verlo para hablarle.
‑ Es que se ha tenido que ir.
‑ Lo que pasa es que el ingeniero siempre fue un buen amigo mío. Si lo pudiera ver creo que podríamos arreglarlo todo porque, además, lo que me preocupa es precisamente esto: que no dé la cara. Que no me lo diga él personalmente; que me explique qué es lo que pasa. Si lo pudiera ver hablaríamos y seguro que las cosas podrían arreglarse.
‑ Lo siento pero ya te he dicho que no está.
‑ ¿Y cuándo va por la sierra?
‑ Eso es cosa suya.
‑ Es que si no va por ahí ¿a quién voy a acudir yo para contarle la preocupación que tengo?
‑ Lo siento pero eso no es asunto mío.
Dos o tres horas estuvo recorriendo todas aquellas calles del pueblo para arriba y para abajo con el deseo de ver al ingeniero para hablar con él. No lo encontró por ningún sitio aunque más de una persona le dijo que lo habían visto en su casa.
‑ Que allí no está porque es lo que me han dicho a mí.
‑ Pues allí lo he visto yo esta mañana y no hace mucho.
‑ Entonces ¿Por qué me han dicho a mí que no está?
‑ Te habrán metido pero yo lo he visto.
‑ Pero si está, ¿Por qué no quiere verme?
‑ Eso tendrás que saberlo tú.
‑ Es lo que deseo saber pero si no lo veo ¿cómo voy a salir de esta duda?
‑ Pues en su casa sí está.
El hombre pensó quedarse aquella noche por allí y esperar a ver si lograba hablar con él. Pero no, ya oscureciendo el hombre del cortijo del trigal salió del pueblo. Cansado, triste, desolado, se alejó de aquellas casas y se adentró por los caminos de la sierra con el deseo de llegar al cortijo sobre media noche. Pero cuando él llegara a su cortijo, a su trocito de tierra, en medio de la soledad de aquellas cumbres ¿qué iba a decirle a su familia? ¿Cómo iba a poder seguir viviendo en aquellos campos con aquella inquietud tan grande? ¿con qué ilusión, con qué motivación, esperanza o alegría se iba a poner a trabajar en las tierras que tanto quería y él sentía como suyas?
Subía yo esta tarde pista adelante, nueva para mí porque es la primera vez que vengo por aquí, y en cuanto he visto el cortijillo de la ladera bajo las encinas, me he querido ir hacia él. No he podido porque la valla del chalé de las antenas y las placas solares me lo impide. Así que subo un poco más y cuando ya tengo rebasada la alambrada, dejo la pista y por el lado derecho me vengo atraído por las paredes blancas del cortijo, las encinas que lo arropan y la pequeña laderilla que estoy viendo. Nadie me lo dice pero enseguida me digo a mí mismo que esta ladera es aquella donde las ciervas cada noche se comían el trigal. No sigo ninguna senda sino que por entre los juncos, las encinas, los majoletos y las zarzas me vengo tapando por si acaso hubiera gente en la vivienda. No es que tenga que ocultarme de nada, sino que si hay gente tengo la necesidad de presentarme en actitud de respeto y cariño hacia ellos. Si no vive nadie aquí, da igual. Sólo necesito aproximarme y observar también lo que me apetezca, respetando por supuesto, aquello que haya que respetar.
Tengo una intuición y enseguida se me confirma: al ver la hierba tapizando todas las tierras que rodean el cortijo y la ladera que baja hasta los juncos del arroyo, enseguida pienso en ciervas o jabalíes pastando en el lugar. Me voy tapando con las encinas y desde el repecho de enfrente las veo. Seis ciervas plácidamente comen su hierba en las mismas paredes del cortijo. No me ven ellas a mí y como les voy entrando en contra del aire, tampoco les da el olor. Me aplasto por entre los juncos y casi arrastrando, consigo ponerme a menos de diez metros de la pequeña manada. Y ahí me quedo; en la misma depresión del terreno por donde el arroyo y el manantial se quiebra. Las observo despacio porque siento una emoción especial y enseguida en mi mente se me amontonan los pensamientos. No son estas, desde luego, las ciervas de aquel día del trigal y tampoco parece que lo sea el cortijillo pero la imagen es casi la misma. Este cortijo que ahora mismo tengo ante mis ojos está abandonado, no vive nadie en él y las tierras que le rodean, sí fueron tierras de cultivo en aquellos tiempos aunque ahora mismo no son nada más que erial. Todo se ha quedado aquí sólo para gozo y disfrute de estos animales. Nadie en el cortijo a fin de no perturbar la vida de los ciervos porque así es mucho mejor según ellos. ¿Sería esto lo que pretendía aquel ingeniero?
‑ ¿Pero y el chalé casi en las mismas tierras donde aquel día estuvieron las huertas del cortijo?
‑ Eso es otra cosa. Aquella gente tenía que irse porque así lo mandaban las leyes del momento.
‑ Y ahora vienen otros y se hacen el chalé pegado al cortijo y, además, lo vallan para que sea más suyo.
‑ Pero esto ya es otra cantar.
‑ Lo dirás tú, porque yo opino otra cosa.
‑ Opinarás que han sido demasiado crueles con unos y demasiado benevolentes ahora con otros pero tienes que entender que son épocas distintas y, además, esta gente no son como aquellas personas.
‑ ¿Por qué no?
‑ Aquellos eran pobres; no sabían ni leer y por no tener ni siquiera tenían amigos en la administración. ¿Quién les iba a proteger a ellos?
‑ Pero es que esos principios son crueles.
‑ Lo serán pero es lo que funciona y vale en esta época y sociedad.
‑ Mas yo creo que si se trata de respetar, cuidar y conservar el monte, su aire y sus aguas, la obligación y el cumplimiento de las leyes es para todos.
‑ Para todos pero con excepción. Siempre fue así.
‑ No lo entiendo ni lo entenderé nunca.
‑ Pues tendrás que aguantarte porque como tú hay muchos y se aguantan, porque a ver ¿Qué solución le darías tú?
‑ La cuestión no puede estar aislada, reducida a un simple desafío técnico parecido a otros; es una cuestión cardinal que interroga tanto a nuestro modo de vida, a nuestras opciones personales y colectivas, como al tipo de desarrollo que proyectamos y a la naturaleza de las relaciones que queramos establecer entre las personas y los grupos humanos. Cuestión de justicia, de calidad de vida y estilo de vida. Cuestión personal y colectiva en la que la coherencia entre las palabras, las convicciones y las conductas no está resuelta.
No es exagerado afirmar que hay una completa crisis ecológica, que esta crisis nos concierne a todos, individuos y sociedad, que esta crisis cuestiona muchas cosas y que conmueve el edificio ético y espiritual sobre el que se asienta nuestra civilización. La crisis ecológica es más que un asunto de espíritus sensibles, amantes de la naturaleza y de los pájaros. Es un asunto de futuro común. La crisis del medio ambiente pone en cuestión nuestra técnica así como nuestro modo de vivir y de confundir el mundo y nuestro papel en el seno de la naturaleza.
‑ En fin, todo eso es muy bonito pero...
Ya que ha pasado un largo rato y me he saciado de observar a la pequeña manada de ciervas comiendo su hierba en lo que fue la misma puerta del cortijo, dejo mi escondite y me hago visible. En cuanto me ven los animales salen huyendo. En el fondo ellos son inocentes e indiferentes a nosotros y a nuestras cosas. Sigo la ruta y me acerco al cortijo con la misma emoción y curiosidad que siempre me embarga cuando me acerco a un cortijo en ruinas y abandonado. Lo protege una vieja alambrada que por lo que puedo ver no es ni reciente ni moderna. Veo que la pusieron aquí hace muchos años y su finalidad era para que los animales no se metieran por el cortijo. Se puede pasar porque ya está muy rota por muchos sitios. Así que la franqueo y durante un rato me doy un buen baño de sueños, de paredes blancas, de soledad, de olor aún todavía a cocina de leña y de sentimientos humanos latiendo por cada uno de estos rincones.
ALas casas que habitan las familias de la sierra tienen todas ellas una fisonomía muy singular: son pequeñas, con pocas pero amplias habitaciones, de una sola planta, edificadas de recias paredes de mampostería con sus oscuras piedras vistas en la fachada y cubierta, a dos aguas, de tejas árabes y renegridas por la lluvia. Constan de dos partes distintas aunque contiguas y comunicadas entre sí: la vivienda de la familia y el alojamiento del ganado.
La vivienda de la familia está concebida sobre una cocina ‑ comedor donde se abre la puerta principal que sirve para entrada, luz y ventilación y con otra puerta pequeña al fondo, junto a la chimenea, que comunica con la tinada; a uno y otro lado de esta habitación sendos cuartos con sus correspondientes y reducidos ventanucos. En rededor de la amplia chimenea de la cocina se congrega la familia y en aquélla se guisa y por la noche, en abanico, se extiende “las cabeceras”; donde duermen los hijos varones; naturalmente el fuego nunca se apaga. En uno de los cuartos colaterales duermen los padres, en cama en alto, y se guarda ropa y abalorios en amplias arcas, sobre la que, por el día, se colocan las cabeceras. El otro cuarto frontero sirve de granero, despensa y almacén y de dormitorio de las hijas mozas, que extienden sus colchones sobre los mismos trojes de granos y de pienso.
Pasada y tras la cocina está la tinada, de tejado muy bajo con su amplia corraliza para el ganado. Junto a la pared medianera con la vivienda, en la tinada suele haber tres apartados con tabiques de adobes: uno más pequeño de dos plantas superpuestas, la inferior para chitera de cerdos y la superior para gallinero; otro central con dos pesebres, para la borriquilla del hato y el siguiente y más cercano a la puerta de salida directa al campo, con un pequeño hogar en un rincón, el dormitorio de pastores en la “época de la pariera”. Sobre estas tres dependencias, divididas por un tablazón, se apila la paja para el pienso de los animales.
Las casicas suelen edificarse junto a una fuente que queda situada frente a su entrada principal, a veces con dornajos para las reses y en cuyo desagüe, permanentemente corriendo, hay pilones sucesivos que se utilizan por este orden: de fregadero, abrevadero, y un poco mas lejos, ya en un lugar oculto por la naturaleza, de evacuatorios. En las inmediaciones cercanas a la casa, durante el verano, se apilan gran cantidad de leña en muy bien armadas cinas que asegura la calefacción durante el largo y frío invierno y no es raro que junto a ella esté construida, al aire libre, “la bola del horno” donde se cuece el pan que se amasa en la misma casa. Como se ve la fina intuición de estos serranos y una experiencia secular ha sabido dar a estas viviendas eso que se llama ahora “sentido funcional”.
EL JUEGO DE LOS NIÑOS
Al bajar de la cumbre descubrimos el cortijo. Y por dos motivos decidimos acercarnos: El primero que como es pleno verano subiendo hemos sudado mucho y nos hemos quedado sin agua. Al ver el cortijo se nos abre el cielo. Allí tenía que haber agua que era lo que en estos momentos más necesitamos. Y la otra razón, menos importante, aunque según se mire, era que deseábamos charlar con alguien de por aquí. Ellos siempre saben mucho más que los mejores libros y esto es una riqueza que hay que aprovecharla cuando se presenta.
Además, el cortijo era como una pequeña perla en el centro de aquella ladera, frente a las rocas y entre tantos pinos. Así que nos acercamos y ya llegando a él lo primero que nos llama la atención son las ovejas. Sestean bajo las sombras de las nogueras por la parte de atrás. Algo más abajo vemos la fuente y era tal como la habíamos soñado: bajo una roca y por entre unas grietas sale el chorrillo de agua que primero cae a un charco excavado en la tierra, luego chorrea a los tornajos y desde aquí se va para los hortales un poco más a la izquierda.
Junto al agua está sentado el pastor que parece como si nos tuviera esperando y en cuanto lo saludamos se une a nosotros su mujer. Mientras nos ofrecen el agua de la fuente que es lo que más apetecemos y nos habla de la cumbre por la cual hemos estado, nos damos cuenta que no están solos. Algo más abajo se ven las ruinas de una tinada y por ahí corretean los dos niños; ella y él. Ni siquiera al vernos dejan de jugar. Andan tan entusiasmados y son tan felices que ni les importamos. Y es precisamente esto lo que más nos llama la atención: sus entretenimientos, sus realidades sencillas, casi fantasías o quizás todas fantasías pero tan repletas de bellezas inenarrables y tan plenamente llenas, que ni siquiera necesitan de nosotros ni nuestra presencia les inmuta. Los observamos desde allí, desde la fuente sentados junto al pastor y nos damos cuenta de algo impresionante:
Son tan felices y tan grandes ellos y sus juegos que les sobra el resto del mundo. Parece como si con aquellas cuatro piedras, llenas de sombras de pinos, perfumadas de mejorana y pintadas de colores por los rayos de sol que cae, tuviera entre sus manos el universo pleno. Dan la impresión de que allí lo tienen todo y no necesitan nada más. Y vemos que lo único que tienen es un puñado de pequeñas fantasías, una ladera llena de monte, el arroyo que corre por lo hondo, la silueta de la colina de donde nosotros venimos, las paredes de la tinada, la fuente de su cortijo, las ovejas bajo las sombras de las nogueras y la soledad del paisaje. Los miramos y los miramos y no acabamos de comprender que haya allí mucha más belleza que en cualquier otro rincón de este planeta.
LA ARDILLA Y LOS DE LA CIUDAD
Y lo que vi no hace mucho fue así: Tardé un día entero en subir a la ladera para llegar a la cumbre; pero lo conseguí y me llené de gozo. Cayendo la tarde bajaba por la sendilla buscando el rincón por donde tenía el coche. Cuando ya estaba cerca, como todavía quedaban bastantes horas de sol, me paré a descansar y a llenar un poco más mi espíritu.
Miraba el camino y aunque los sentía no los había visto aún. Después descubrí que eran unos diez y tenían sus coches en la curva que hay antes de llegar al puerto. Pero cuando pasé por allí, ya habían terminado el espectáculo que ni siquiera sé cómo empezó. Yo sólo los sentí gritar y luego los veo gateando por los árboles. La ardilla saltaba ágil de una rama a otra y ellos la seguían. Tres por un lado, dos por otro y varios más, desde abajo gritaban. Se colgaban de una rama a otra, bajaban del árbol, subían hasta lo más alto del otro y todo su esfuerzo e interés estaba en cogerla.
‑ Es un buen recuerdo de este parque.
‑ ¡Te lo imaginas, tío!
El todoterreno de los guardas pasó frente a mí y aunque vieron el espectáculo y oyeron el escándalo ni se paró. Pero entonces, uno de aquel grupo, saltó por las rocas, se agarró al tronco del árbol, subió por él, por entre las ramas cogió los pies del que perseguía al animal, tiró de él hacia abajo y a empujones, logró apearlo del pino. Lo cogió del brazo, se lo llevó hacia el camino y le dijo:
‑ Tu comportamiento es el de un irracional.
‑ ¿Por qué?
‑ Este animal, que es hermoso, debe seguir libre en estos campos que es su mundo. No tienes ningún derecho ni a quitarle su libertad y menos a maltratarlo. Nosotros somos turistas y estamos de paso por aquí. Se entiende que por ser seres racionales somos más responsables y tenemos más sensibilidad que la ardilla que persigues. Demuéstralo y deja de dar voces reprimiendo tu salvajismo y respetando al menos al mismo nivel en que los otros seres vivos te respetan a ti.
Vi que el de la ardilla, agachó la cabeza. Dijo que lo entendía y se unió a los del grupo que subieron a los coches y se fueron.
LAS SEÑAS DE IDENTIDAD
Mis tres pequeñas experiencias las he vivido precisamente aquí: encima, casi, del Puerto de las Palomas y de la forma más natural que te puedas imaginar. Sin hacer nada ni pretender nada; y me ha servido precisamente para afianzar mi teoría de recuperar y ver el presente desde el reencuentro con las raíces, la historia y la identidad propia de esta sierra sus gentes y sus cosas. Las cosas son como son y no como quisiéramos que fueran. Y esto es magnífico para mi orientación y mi satisfacción propia en el proyecto de conocer, amar y fundirme con estas sierras, sus paisajes y sus bosques.
Terminé yo de subir la ruta por la vereda antigua que viene desde Burunchel y al llegar a la segunda gran curva, me vine ladera arriba hacia la cumbre del Pico Viñuela. Quería observar el paisaje desde aquí pero lejos de la ruta de acceso que los coches usan para subir a la cumbre. Andando por la carretera el paisaje es otra cosa muy diferente a lo que apenas ves e intuyes cuando por esta misma ruta vas en coche. Pero si como yo, en cualquiera de estas curvas te apartas del asfalto para verlo todo desde un conjunto más grande, entonces hasta puedes llegar a sorprendente.
Es lo que me ha pasado a mí. Aquí está la primera de las tres experiencias. Ninguna cosa del otro mundo pero como es la primera vez después de tantísimos días como he pasado por el lugar, me resulta interesante. Desde la curva subo y por encima de las rocas, donde el bosque de pinos se espesa, me paro. Echo una mirada por la ladera y descubro que la carretera apenas se ve. “Pero si es la carretera principal, la que todos los turistas cogen para venir al Parque”, me digo. Se ve sólo por algunos sitios. En los puntos donde el bosque se aclara. No es bonito, como si no le pegara a una ladera tan llena de bosque como ésta y tan totalmente sierra. Además, su trazado ha sido tremendamente forzado porque lo que pretendieron era que todos pudieran subir hasta la misma cumbre cómodamente montados en sus automóviles. Tres grandes curvas casi talladas en las rocas y luego ahí, aplastada y perdida por entre las encinas y los pinos. Sin duda que si la carretera no pasara por este lugar el rincón sería mucho más bello y como, además, hoy es fin de semana, con la tarde que cae van llegando mil coches llenos de gente de las ciudades y los pueblos. Aunque no se vea toda porque el bosque los oculta, se oyen sus ruidos y en verdad que hiere tanta explosión de motores gateando por esta ladera tan bella.
Sigo subiendo con la sensación de estar perdido porque siento que soy quizá el único en este deseo de una ladera limpia de carretera y coches. Todos los demás, un ejército entero, quieren y hasta les gusta que haya carreteras buenas y que vengan cuanto más coches mejor. La mayoría sólo por el interés del dinero ¿Qué puedo hacer yo siendo tan poca cosa y sin más poder que mi deseo y mi alma que llora?
Al subir una breve ladera miro al suelo y descubro una roca que me llama la atención. La cojo y me doy cuenta enseguida que es del grupo de las sedimentarias, un trozo de pura calcita color miel. Son abundantes por todas las sierras del parque, puesto que es el principal componente de las rocas calizas pero también sé que estas piedras de calcita se producen por precipitación allí, donde fluye una corriente de agua cristalina. Tal es el caso de las estalactitas y estalagmitas, trozos de rocas como éste, frecuentes en las cuevas de estos montes. Estoy casi en lo alto de la cumbre y por lógica, en una cumbre no hay muchas corrientes de agua. Pero la roca está aquí como señal de que en otros tiempos, por la zona, sí hubo abundancia de agua. Sin embargo, el otro día, un conocido escritor y científico que procede de estas tierras, publicó un artículo en el diario Jaén que decía lo siguiente:
AEs que la gente tiene mala memoria, porque a mí que me digan cuándo en Jaén ha llovido cómo en Dinamarca. ¡Nunca! Jaén es una provincia seca. Lo que ha aumentado extraordinariamente es el consumo del agua, de manera que si consumimos 150 veces más agua y la que hay en las nubes es más o menos la misma, lógicamente pues nos falta agua. Hay que adaptarse al terreno y a lo que hay y lo que hay es que llueve poco y ha llovido siempre poco. Ahora lo que pasa es que falta agua porque nos hemos creado más necesidades. ¿Sequía? Sobre todo falta agua. No llueve menos que antes, esa es una mentira falaz. La pertinaz sequía es elemento franquista; pero no es sólo elemento Franco, ocurría en la época del Cid. Hay un poema del Cid que dice: Por la estepa castellana/ al destierro con doce de los suyos/ polvo, sudor e hierro el Cid cabalga”.
Después de recordar este texto y con el descubrimiento que acabo de hacer en esta cumbre, en mis manos, me digo que este hombre no dice la verdad. En Jaén y en concreto en estas sierras, de siempre ha llovido mucho. Esta roca es la señal de la abundancia de agua en las cumbres de este Parque. Además, también podría decir que por ejemplo, el Pantano del Tranco ahora mismo está casi seco y años atrás, con mis propios ojos lo he visto rebosar muchas veces; rebosar por el Puente Romano de Córdoba he visto también al Guadalquivir y sé que en otros tiempos sacaban los troncos de pinos de estas sierras flotando sobre las grandes corrientes de aguas de casi todos los ríos de estos montes. “Pues en otra época se han conducido por el Guadalquivir abajo”. Por lo tanto, no dice la verdad este famoso científico al escribir que no llueve menos que antes. Es verdad que antes llovía más que ahora y esta roca de calcita color azúcar tostada, sobre la cumbre del Viñuela, me lo confirma.
Y me queda mi tercera y pequeña experiencia. ¿Sabes cuál es? Pues un fósil. Me lo he encontrado cerca de la casa forestal del Sagreo. Es un ammonites que al verlo me ha llamado la atención. Está junto a una roca que han tenido que romper para hacer la carretera. Ya sabía yo que esta ladera, toda la cordillera, desde Puerto Lorente hasta Mojoque, es un puro fósil. Me los he encontrado muchas veces por el Pico Gilillo y por el Escribano; este rincón no es nada más que la continuación de los trozos que atrás he mencionado.
Los ammonites, extinguidos al final de Cretácico hace 150 millones de años, son uno de los grupos de fósiles más importantes para la datación de las rocas del Mesozoico, ya que cambiaron rápidamente en el tiempo y tuvieron una amplia distribución geográfica. Se parecen a los gasterópodos planos pero se distinguen de ellos por la presencia de las líneas de sutura y de sifón.
Bueno pues, con este gran ammonites en mis manos he seguido buscando y enseguida he encontrado otros. Algunos más grandes y otros distintos como belemnitas y conchas. Me da pena que los que hicieron la carretera rompieran estas rocas y las dejaran aquí, al descubierto como si nada. Porque una vez más me digo que estas pequeñas muestras son las señas de identidad más auténticas de la sierra. No es bueno que algunos las rompan y las olviden dándole más importancia a las carreteras y al turismo. Parece como si no tuviéramos inteligencia, como si lo único que importara sea lo moderno, el progreso, el dinero, la felicidad y el negocio a costa de lo que sea. Pues creo que, como he dicho antes, no es bueno esto porque si se pierde el respeto a estas sierras trayendo progreso y gente a oleadas, sin tener en cuenta las señas de identidad más profundas de estos montes, seguro que todo acabará mal. Ya verás como las generaciones que están por llegar nos lo van a reprochar.
El camino que fue y ya no es porque lo han convertido en carretera asfaltada pero que antes iba por esta ladera subiendo hasta la cumbre y llegando hasta el valle central y otros rincones; un trozo de roca tobácea que en este caso es calcita color caramelo encontrada casi en la misma cumbre del Viñuela y los fósiles de ammonites también hallados en esta cima, estas tres cosas son para mí, señales. Pistas que sirven para remontarme hacia la historia de aquellos tiempos. Yo las llamo señas de identidad de estas sierras. Con estos tres pequeños trozos en mis manos y bien encajados en mi mente, mi comprensión de estas sierras ya la tengo casi completa. Cosa que deseo con urgencia y profundamente porque sé que ello forma parte de mi felicidad en cuanto estoy orientado dentro de estas sierras que son como el centro de universo. Son tres las cosas y aunque no parecen grandes sí las creo trascendentes por la dimensión que imprime a las tierras que ahora estoy pisando.
DESDE EL PUERTO DE LAS PALOMAS 23-10- 94
He cogido, para apoyar el papel donde escribo, un trozo de corteza de pino. Es un laricio que parece crecer sobre la misma casa forestal que han construido donde terminan las rocas que forman el montículo sobre cuya cúspide crece el laricio. Desde abajo parece poca cosa pero sentado aquí, sobre su tronco y con los pies colgando hacia la casa, lo miro y es grandísimo. También parece poca cosa lo que desde aquí se ve pero ahora que observo, estoy dominando casi el infinito entero. Medio mundo y la casa que está debajo mismo de mí; tengo que agachar no sólo la cabeza sino los ojos para verla.
Esto es lo que yo siempre he dicho y he pensado: la sierra no se conoce ni se sabe a fondo con dos o tres visitas a ella y por los sitios clásicos que siempre son los mismos. Puede que mi visita de esta tarde, mi subida otra vez al Puerto de Las Palomas, sea por lo menos la número mil doscientas cinco. Puede que sea así o quizá más. Bueno pues, la de esta tarde parece como si fuera la primera vez. ¿Por qué? Son tantas cosas que no me resultan fácil poner aquí y ahora mismo. Pero por ejemplo: Nada más salir de Cazorla y enfilar por la carretera que nos trae a la sierra, la sierra de siempre, me ha sorprendido. Frente a mí, allá a lo lejos, un rayo de sol sale por entre las nubes. No se derrama en todo el monte a la vez sino sólo en unos cuantos cerros. Pero da la casualidad que esos cerros son los que ardieron este verano. El gran incendio que fue en terrenos del pueblo de la Iruela y parece que llegó o casi, al Hotel Sierpe porque de allí se fueron todos los turistas.
El caso es que ahora, esta tarde, el rayo de sol sólo alumbra ese monte; el que se quemó en verano por las sierras próximas al Pantano de Aguascebas. Todos los demás montes, a un lado y otro, quedan en la sombra de las nubes y esto hace que precisamente los picos rocosos con el bosque color chocolate, que es el color que el fuego ha dejado por allí, resaltan con más fuerza. Como si los hubieran pintando de ocre tirando a rojo. Y, además, como si alguien hubiera puesto unos focos muy grandes y los dirigiera sólo a ese lugar para que queden bien iluminados y se vean perfectamente. Un cuadro primoroso que nunca jamás he visto antes y mira que he pasado veces por aquí; pero es que también hace mucho la hora del día, el color del cielo, el brillo de las nubes y la época del año. Quizá parte de todo este espectáculo es sólo esto: que son las cuatro de la tarde del día 23 de octubre. Desde luego no es ni una hora ni un día cualquiera porque el sol parece que sale de detrás mismo de la Peña de los Halcones y como es un rayo mágico todo entero se va a esos montes llenos de cenizas y árboles tostados.
Y está claro, que como el otoño ya ha dejado sus buenas lluvias sobre estas sierras, además de mojadas, lavadas y llenas de humedad, están verdes. No sólo verdes sino preciosamente verdes que es aún más bonito cuando chorrea por las rocas. Esas grandes rocas que te aplastan al pasar por ahí, por el pueblo de la Iruela. Estás todo el verano viéndolas secas, grises, ásperas y ahora las miras y empiezas a verlas verdes, teñidas de aguas, limpias y tupidas de musgo. No te lo crees porque el cambio se ha dado en dos o tres semanas y, además, casi sin anunciarlo.
Y eso es lo que quería decir, que hoy al salir del pueblo de Cazorla por la carretera que viene al Puerto de las Palomas, me he encontrado con un espectáculo alucinante. Venía subiendo lentamente sin dejar de mirar a un lado y otro y todo era nuevo. Diferente por completo a lo demás días que por aquí he pasado. Hasta he visto cerros que nunca antes había descubierto y rocas que ni siquiera sabía que estaban allí. ¿Cómo es posible esto? ¿Quién o qué me lo presenta con esta belleza tan diferente? Puede que hasta sea mi propio estado espiritual pero desde luego que llego a la misma conclusión: La sierra no se conoce ni se sabe a fondo con dos o tres visitas a ella y por los sitios clásicos de siempre. Es todo tan profundo y tan grande que se necesita una vida entera para medio decir que conoces algo de estos montes. Digo que esto es así porque lo acabo de vivir esta tarde.
EL BARRANCO
Te pasas media vida estudiándolo en los mapas: que la Sierra de la Cabrilla a un lado, que el Alto de la Cabrilla al otro, Navalasno más arriba, el Barranco de los Chorreaderos en lo hondo, los Arenales a un lado, el Caballo de Acero y por todo el centro corre el río. Los Poyos de la Carilarga y la Loma del Caballo de Acero al otro. Te pasas media vida buscando libros, artículos y escritos que hablen del barranco y cuando te crees que ya lo sabes todo o si no todo, una gran cantidad de cosas, vienes un día por aquí y te quedas desconcertado.
Ni siquiera llegas con la idea de irte por el barranco para conocerlo o hacer alguna ruta. Pasa por el lugar o rozándolo, de pura casualidad. Siguiendo algunos de los caminos que le rodean y llevan a otro sitio y te sucede lo que jamás te podría imaginar. Sin saberlo, sin pretenderlo, sin ser consciente de aquello que allí a tu lado queda, de pronto sientes como una llamada, como una voz que ni siquiera surge del barranco sino de algo que podría parecerse a un sueño, a un toque interior en la región de la muerte, del espíritu o no se sabe de dónde porque lo único que notas tú es sólo el tirón. La fuerza que te atrae y aunque tu rumbo es otro y por eso quieres seguir adelante, no puedes.
Tienes que volverte para atrás y siguiendo la intuición de ese sentimiento que te zarandea te dejas arrastrar a la fuerza pero con gusto, hacia la profundidad del barranco. Y para tu asombro vas descubriendo que el río, las cumbres, las rocas, los pinos, las nubes y el viento, nada de lo que aquí ves se parece a lo que has estudiado en los mapas y libros. Es otro barranco, otra realidad, otra belleza que te hiere con un puñal de dulzura y te transporta a la dimensión del gozo. ¡Qué barranco, qué viento, qué sinfonía de silencios y qué visión de paisajes, bosques, cascadas, laderas, sombras y luces!
En estos momentos es cuando comprueba y ves con claridad lo mezquino, lo pobre y mísero de las acciones y actitudes de aquellas personas que todo su corazón está en las cosas de la tierra. Sobre todo, los que te desprecian, te humillan creyéndose superiores y más sabios que tú. Están lejos de gustar y comprender que al fin y al cabo, sus empresas andan fundamentadas sobre la materia que da una satisfacción limitada y se derrumban para siempre con el tiempo. Este otro tesoro, el que mana del barranco, es el que ni roban los ladrones ni corroen las polillas.
*EL GRAN SALTO
Lo que a ti te contaron es que el joven aquella mañana subió hasta lo más alto del voladero rocoso. En el mismo en que has estado comiendo cuando hace un rato bajabas por la ladera. Y subió allí porque él, a lo largo de bastantes noches, había soñado tanto el voladero como la profundidad del valle con sus praderas verdes y sus ríos blancos surcándolo y también aquella gran roca. La que en la ladera de enfrente por el lado de abajo del pico Tolaillo, sobresale y todos por aquí conocen como Peña Musgo. Sistemáticamente en su sueño siempre ocurría lo mismo:
Se encontraba encima del voladero y allí con él había algunas personas.
- ¿Qué me dais si de un salto soy yo capaz de cruzar este valle y ponerme encima del pico de Peña Musgo?
Les decía él a los que le rodeaban.
- No te damos nada porque eso que dices es imposible. Nadie puede dar un salto tan grande y volar como si fuera viento e ir a para a la Peña.
- Eso no ha pasado nunca pero yo os digo que soy capaz de conseguirlo de la forma más sencilla. ¿Os apostáis algo?
- Te damos cinco duros cada uno de los que estamos aquí.
- ¡Vale! Recogerlo entre vosotros y cuando vuelva de este salto mío me lo dais.
El amigo del joven se puso a recoger el dinero y cuando estaba en plena faena cayó en la cuenta de una cosa. Paró su trabajo de recaudación, se acercó al joven y le dijo:
- Mira, estoy pensando que esto podría ser un buen negocio.
- ¿Qué es lo que podría ser un buen negocio?
- Si es verdad que tú saltas y de un brinco atraviesas el valle y te pone en la gran Peña, esto es algo que nunca ocurrió en el mundo. En cuanto lo anunciemos, de todos sitios vendrá gente a verte y si eso ocurre, podríamos hacer lo siguiente: yo me convierto en tu socio, hablo con los demás, le anuncio tu gran aventura, les cobro cinco duros a cada uno y luego tú saltas para que todos te vean como vuelas. Si sale bien y es verdad que puedes realizar esa proeza, será un negocio redondo sin esfuerzo casi ninguno por nuestra parte y también con muy poco riesgo. Pero, además, dime ¿es verdad que puedes volar? Porque si lo anuncio y les cobramos y luego no es posible, tú fíjate en qué lío nos metemos.
- Ya te lo he dicho y se lo he dicho a todos lo que ahora nos rodean. Puedo volar con la facilidad del viento sin apenas esfuerzo ninguno y todo el rato que quiera.
- Pero vamos a ver ¿a ti quién te ha enseñado a volar con esa facilidad tan grande si eso jamás ha ocurrido entre los seres humanos?
- Mira, para que lo sepas bien, te voy a decir que desde hace mucho tiempo, cada noche cuando duermo me veo en lo alto de esta roca. Siempre me rodea tanta gente como ahora ves y todos me mira y me piden que salte. En mi sueño yo espero un poco y cuando ya ha venido mucha gente, me preparo en serio. Me sitúo en el mismo borde del voladero, alzo mis brazos y doy un gran salto y me lanzo al vacío. Al principio todos gritan horrorizado pero en cuanto pasan unos minutos y me ven surcando el gran valle por encima de las praderas y los bosques, a coro exclaman: Aes increíble pero lo tenemos delante de nuestros ojos. Es verdad. Puede volar”:
Y para que tengas más detalles de como ocurre este sueño mío, te diré que en mi salto yo controlo con pleno poder en todo. Desde la roca salgo volando y sobre el valle trazo una amplia curva en forma de arco iris que va de una roca a otra dejando el valle en el mismo centro de la espiral. Voy a caer en el mismo pico de la roca de Peña Musgo y luego vuelvo trazando otro vuelo igual. ¿Y sabes lo que me ocurrió la otra noche cuando lo soñé que aunque en el sueño era de noche, en el salto era pleno día?
- ¿Qué te ocurrió?
- Pues que una persona invalida, es decir, que no podía andar y por eso no había dado un paso en su vida, me pidió que lo llevara conmigo para así gozar la emoción que produce ver este valle desde esa altura suspendida en el viento. Le dije que sí y se agarró a mis espaldas. Saltamos y todo fue tan perfecto y emocionante como ya lo había sido otras veces. ¡Si tú hubieras visto cómo se moría de gozo y daba gracias a Dios por maravilla tan grande!
Cuando el amigo de joven terminó de oír las palabras del muchacho, se dirigió al público y le dijo que por hoy se suspendía la sesión. Que se les devolvía el dinero y que ya se le avisaría el día y la hora en que se llevaría a cabo el próximo salto.
- Tenemos que estudiar un pequeño problema y por eso hoy no puede ser.
EL MUNDO DE LA PAZ
Aunque, cuando después lo penetras y entras en su corazón, descubres que no es lo que a primera vista aparenta, la verdad es que a primera vista parece eso: todo un gran mundo de paz. Un mundo donde ahora, cuando ya nos aproximamos a las aldeas y cruzamos los paisajes que les pertenecen, lo que más se descubre es armonía, silencio, algo de soledad y al fondo las montañas.
- Como si por aquí ni siquiera existiera la vida. ¿Verdad?
- Eso es lo que ahora mismo entra por mis ojos. Todo un mundo nuevo o en todo caso, diferente, lleno de calma, amplio, verde, un poco puro y el resto imposible de explicar. Difícil de relacionar con aquella nevada que me decías y hasta con los rebaños, pastores y serranos.
- Ya te lo estaba advirtiendo: no te será fácil penetrar en el universo y la vida que late por las tierras mías. ¿Quieres hacer la prueba?
- ¿Qué prueba?
- Párate en esa curva.
La curva es justo donde, desde esta carretera que llevamos, se desvía la otra más leve que va a la aldea de la ladera. Se extiende aquí una pequeña llanura y en cuanto nos situamos en ella, nos sirve como de mirador desde el cual se ve el valle entero y las aldeas repartidas por ahí.
- Mira al fondo y verás.
Miro al frente y lo que veo y oigo es la amplitud del paisaje y por todos sus rincones, la vida hirviendo. Al otro lado de la aldea, porque las casas se recogen por el barranco, se mueve un largo rebaño de ovejas.
- ¿Adónde van?
- Como ya es media mañana y el sol empieza a calentar, bajan de las zonas altas donde han estado pastando y buscan las tinadas hasta que la tarde caiga. Son las que han parido dos borregos y por eso ahora en el corral, el pastor les dará su ración de pienso extra. Si te fijas bien verás que por las partes bajas se mueven más rebaños. Y junto a los arroyos, observa la de huertos.
Miro y es verdad: por varios sitios descubro ovejas y por los arroyos y vegas, veo tierras de cultivo.
- Todo un mundo repleto.
- Son los hortales de los pastores sembrados de tomates, patatas, habichuelas y trigo. Por ahí brotan los manantiales, fuente de la vida y de esas aguas pura nieve derretida por las cumbres, cada uno riega su cosecha. Pero aunque parezca tan lleno, también es verdad que por aquí, a veces, se tienta la soledad con su preñez de silencios largos.
- Esa es la sensación que enseguida te invade como también sucede con la lejanía. El tópico, que de estas tierras, tanto repiten los de fuera. Sin embargo, cuando te mueves por el rincón, como nosotros ahora, sientes que ni la lejanía existe ni la soledad se palpa. Descubres que es más bien lo contrario: un sencillo y bello mundo más rebosante que otros muchos.
Aunque tenemos prisa porque ya sí es tarde, el momento tiene tanta emoción, que merece la pena perder diez minutos más.
- Aquella que se ve allá, fue en la primera casa que ella vivió, lo de más al fondo, las tinadas de su padre y el chalé que blanquea a lo lejos, es el de su amiga.
Oyéndola y viendo lo que ahora mismo emerge ante mí y cayendo en la cuenta del día que es hoy: reflexión electoral porque mañana hay elecciones para los ayuntamientos y algunas autonomías, pienso en algo que tiene su importancia.
- ¿Se han acordado de vosotros estos días?
- Muchos no pero sí se han acordado de nosotros más que a lo largo del año.
- ¿Pon un ejemplo?
- Uno que vale por todos y además de risa.
El caso es que por aquí vino el otro día uno que ni siquiera conocíamos para pedirnos que le votáramos. Nos dijo que iba a construir no sé cuantos caminos, que iba a crear un montón de puestos de trabajo y que iba a poner muchas escuelas. También nos dijo que nos quitaría los impuestos y que nos daría magníficos servicios para nuestras huertas y rebaños. Y nos dijo más: nos dijo que no votáramos ni a este ni aquel porque nos quitarían las pensiones y luego nos dijo que ojo y que mucho ojo porque si él no salía elegido podrían complicarse las cosas en estas sierras. Así que casi nos amenazó y nos asustó hasta donde no te puede imaginar. Y cuando ya se iba cogió el coche acompañado de diez o doce más que le seguían y nos dijo:
- Y ahora veréis lo que estoy dispuesto hacer por vosotros.
- ¿Qué va a hacer usted por nosotros?
Preguntamos algo extrañados.
- Venid y veréis.
Nos volvió a decir.
Así que llenos de curiosidad y más mosqueados que la mar, nos fuimos detrás y cuando llegó a las huertas de la vega, al hombre que estaba allí regando sus hortalizas, le dijo:
- Trae para acá esa azada y mira verás como yo también soy capaz de regar estos tomates.
- Pero señor, si esto no son tomates.
- Bueno da igual, aunque sean calabazas yo también sé regarlas. Fíjate lo que hago.
Y cogiendo la azada, sin ni siquiera quitarse el traje flamante que traía puesto ni tampoco los zapatos, cogió y se metió en las tierras del hortal. Como las tierras estaban recién regadas, empapadas a tope porque a lo largo del día ya su dueño las había regado a fondo, el pataleto del señor y muy diligente él, se metió en aquellas tierras y al primer paso se hundió hasta la rodilla.
- ¡Socorro que me traga la tierra!
Gritó espantado y alzando los brazos buscaba agarrarse a lo que fuera. Y lo que fuera fue al hombre aquel, dueño de las tierras y pastor de estos montes.
- Sálvame por favor que me hundo en este pantano de tierras movedizas.
- Tranquilo señor que todo está controlado. Ni se va a hundir ni esto es un pantano ni mucho menos de tierras movedizas ni nosotros tampoco vamos a permitir quedarnos sin una joya como usted.
- Hombre, gracias. Con ciudadanos como tú da gusto tratar. Si además de salvarme me votas, ya te buscaré un trabajo en un sitio bueno para que puedas dejar de bregar en esta miseria de tierra y animales. Saldrás de una vez para siempre de la penuria que te ha rodeado toda la vida.
- Pero señor, a mis paisanos y amigos también hay que ayudarles en muchas cosas. Ellos y también yo nos conformaríamos con que nos arreglaran un poco las calles de la aldea y nos recogieran la basura de vez en cuando.
- Es que tu paisanos no merecen que se les ayude porque se están riendo de mí ahora mismo. ¿No los ves?
Y el hombre, regante de la huerta y pastor de sus ovejas desde toda la vida, miró al señor del traje y a las personas que le habían seguido para ver lo que éste era capaz de hacer con la azada, los surcos y el agua y era verdad: se estaban riendo de él.
- ¡Si no sabes regar pá qué te metes!
- ¡Fuera!
- A todos os pasa igual: os rebajáis hasta lo más humillante buscando que os votemos y en cuanto salís elegidos sólo os preocupáis de subirnos los impuestos y llenaros los bolsillos con ellos.
- Fuera porque tú no eres de los nuestros. Nunca te hemos visto por aquí y ahora lo que vienes es a comprarnos. Si no sabes ni coger una azada ¿cómo vas a resorber los problemas de nuestra tierra?
- Eso es, que hasta con traje de lujo te pones a regar la huerta y confundes las patatas con los tomates y los melones con las sandías.
- ¡Fuera que tú no vales!
El hombre mayor de la huerta de estas tierras nuestras, se puso entre el señor y la gente de la aldea y al primero le dijo que tranquilidad.
- Usted tranquilo que esto lo arreglo yo. Ellos están un poco desengañados de otros como usted y es natural que ahora se rían y no se fíen demasiado.
- Pero es que un mal paso lo tiene cualquiera.
Seguía diciendo el señor.
- ¡Claro hombre! Un mal paso lo tiene cualquiera y hay que ser comprensivos. Ellos y yo también le vamos a perdonar este mal paso y desde ahora mismo estamos dispuestos a ayudarle a usted.
- ¿Qué vais a hacer?
- Ya verá qué cosa más sencilla y bonita es lo que vamos a hacer para que todos quedemos contentos y usted más que nadie. Porque le prometemos que le vamos a votar a ver si sale elegido alcalde o si es posible, presidente de la región y al mismo tiempo, también le vamos a perdonar este mal paso con el riego en la huerta y vamos a dejar de reinos de usted para tomarnos las cosas en serio.
- Pero hombre de Dios ¿qué es lo que vais a hacer? Acaba ya de una vez que me estoy muriendo de frío aquí todo pegado en el barro frente a esa masa enfurecida que no deja de gritar y reírse de mí.
- Enseguida está todo arreglado, ya verá usted.
Y en estos momentos, el hombre de la huerta que ya se había adelantado desde las tierras de sus tomates hasta donde estaban sus paisanos, se puso por delante de él y hablando a la masa le dijo:
- Paisanos, un momento que todo esto tiene arreglo. Lo que ha pasado aquí no es grave sino una cosa que le puede ocurrir a cualquiera que venga con la buena voluntad y fe con que ha venido este señor. Esto es un percance insignificante que hay que perdonar como corresponde a la buena gente que siempre nosotros hemos sido. Este hombre quiere interesarse por nuestras cosas y ello ya merece un respeto y que lo acojamos con cariño.
- ¡Bien, eso está bien! Venga ¿qué más cosas?
- Pues fijaros: yo he pensado que nunca en la vida se nos ha presentado una oportunidad tan bonita como esta. En estos momentos tenemos la posibilidad en nuestras manos de poder conseguir para la tierra lo que nunca se logró y desde hace tanto tiempo buscamos.
- ¿Qué vamos a conseguir?
- Todos nosotros, todos los que ahora mismo estamos aquí, nos vamos a sentar unos minutos para redactar un documento. En él vamos a poner esa lista de cosas que necesitamos y creemos son buenas para nuestra tierra. Una vez redactado, escrito y firmado por cada uno de los que estamos presentes, los vecinos de estas aldeas y los que realmente somos los importantes, se lo vamos a entregar a este señor. Con ese documento en las manos, escrito y firmado, este señor se va a comprometer desde ahora mismo a cumplir lo que ahí le pedimos. ¿Verdad señor?
- Bueno, lo que decía no es eso. Yo quería arreglaros muchas cosas y traer gran progreso pero a mi modo y sin que vosotros lo propongáis por escrito.
- Pero señor, los que vamos a votar y los que luego vamos a pagar el sueldo de usted y de otros muchos, somos nosotros. Es lógico que también seamos nosotros los que le digamos a usted aquello que hay que hacer.
- No estoy muy de acuerdo pero en fin: como necesito vuestros votos, tendré que demostraros que mis intenciones son buenas.
- Si eso lo sabemos nosotros, lo que sucede es que cuando pasa el tiempo, luego las cosas se olvidan y los dineros se gastan en lo que ni hace falta ni tampoco se había dicho. Nosotros ahora nos fiamos y como usted viene dispuesto a trabajar por estas tierras, porque para eso lo vamos a votar y luego le vamos a pagar sueldo, despacho, coche oficial y demás, usted se lleva por escrito y firmado, las cosas para que no se les olviden y ya verá qué bien va todo.
- Es que esto no era lo que decía.
- Es lo mismo que decía, sólo que con la garantía y firma de cada uno de los que le vamos a votar.
- En fin, para empezar y sin que me comprometa a nada, venga comenzar a redactar el documento.
El hombre de la huerta buscó por allí papel y bolígrafo y buscó también a uno que supiera escribir bien y empezó a dictarle el documento. Unos y otros comenzaron a decir cosas y la primera parte del documento quedó muy bonita. Pasado un rato y antes de avanzar más, se pararon y leyeron lo ya escrito. Luego le preguntaron al señor.
- ¿Qué le parece?
- Mosqueado estoy ya pero seguid a ver por dónde vais a salir.
- Usted tranquilo que ya verá la de cosas interesante que le vamos a pedir.
Siguieron poniendo nombres y necesidades sobre el papel y cuando pasó un largo rato, dijeron que era punto y final.
- ¿Qué le parece, señor?
- Una barbaridad pero que en el fondo venís a decir lo mismo que yo os estaba anunciando antes.
- De todos modos, de esta gran idea ahora vamos a resumir los puntos principales. Vamos a dejar claro por dónde hay que empezar a trabajar y para cuándo han de estar cumplidos cada uno de estos apartados concretos.
- Esto último es lo que ya no me gusta. Si vosotros me dejáis cumplir a mí, será mejor, porque alguna libertad debo tener.
- Va a tener toda la libertad del mundo pero nosotros guardamos el papel escrito y firmado por usted y de vez en cuando nos reuniremos para ver cómo van los compromisos.
- De todos modos, ahora vamos a hacer lo siguiente: vosotros me dejáis a mí ese papel vuestro, me lo llevo, lo estudio despacio, amarrando o quitando aquello que crea que puede ser para mejorar aún más las cosas y dentro de unos días, antes de las votaciones, vuelvo por aquí ¿Vale?
- Sí que vale pero sea valiente y no se raje. Nosotros le vamos a votar.
Gritaron a coro todos los allí congregados.
- Yo soy de los que dan la cara y no como otros. Ya veréis como no me rajo.
- Eso es lo que queremos: que nos gobierne un buen personaje y con mucha categoría. Uno que sea de nosotros y que luego no se venda por cuatro pesetas ni se someta a los de arriba.
- Ese soy yo, ya lo veréis.
- Bueno, pues señor, que a usted le vaya bien y ya sabe a dónde nos tiene para lo que necesite de nosotros. Duerma tranquilo y sepa que cuenta con nuestro cariño y apoyo si de verdad es de los nuestros.
- Hasta otra y quedad con Dios.
- ¡Que vuelva!
- Volveré.
Pero no volvió. Pasado aquel trance que en el fondo debió ser bastante amargo para el hombre, salió de las tierras de la huerta, se subió en el coche siempre rodeado de los cuatro o cinco que le seguían y desapareció. Cuando ya arrancó el vehículo, las personas allí reunidas le aplaudieron y aquello fue con bastante sinceridad.
- si vuelve y de verdad nos demuestra que es uno de nosotros, lo votaremos.
- Claro que sí.
Comentaban unos y otros ahora que ya se habían quedado solos. Pero el señor de turno, no volvió. Pasaron los días y aunque en el fondo todos esperábamos que volviera para convencernos de su buena voluntad y que de verdad quería hacer cosas por estas aldeas, aquel hombre no volvió más por aquí. Cosa que nos sentó mal a todos porque una vez más comprobamos que ellos lo único que buscan es sacarnos el voto. Todo eso de que le interesan nuestras cosas y de que van a hacer esto y lo otro, es puro cuento.
A MEDIA MAÑANA
¿Ves? Ahora que ha llegado el mes de marzo, a media mañana, has subido al cerro que tanto te gusta. El que está enfrentado al sol y en medio tiene un peñasco redondo. Te sientas en él y miras al barranco que se abre a tus pies. Fíjate qué sereno está el campo, con sólo algún pajarillo que canta por entre las encinas de la ladera y la brizna de viento que corre, sin moverse. ¿Verdad que aunque parece un día triste, es bello?
Mira el cerro que te queda enfrente, lo cubierto que está de monte oscuro. La sombra que proyecta la luz de la mañana, se derrama sobre el espeso bosque y al mezclarse con la bruma que sube del valle, los rayos oro del sol que le entra por la cumbre y el frío que corre, se tornan misterio. Trescientos metros por debajo de aquel pino, el arroyo que desciende por la ladera, no se funde con el río que corre por nuestra derecha. Se hunde por el barranco profundo y saltando paredones rocosos, se pierde en la lejanía en busca del otro gran río que atraviesa el valle.
Allí mismo se ve una casita blanca, ya casi caída de tan vieja. La construyeron las gentes que vivía en estas sierras y luego la tuvieron que dejar. Las personas que pertenecen a los paisajes de estos montes y que un día llegaron para ocuparlos, desde entonces no han dejado de irse. Eternamente se están yendo, y no por su gusto, y dejando señales de su presencia para que su recuerdo no muera nunca. La casita ya está medio caída o más bien, caída del todo porque la hierba y el monte, crece en la misma tierra donde se apoyaban las paredes. Lo lleno de presencia que está el campo a pesar de tanta soledad y lo claro que se les ve a ellos a pesar de su ausencia. ¿Y a que parece que el misterio, aunque se mueve por aquí cerca, se esconde al otro lado de la cumbre?
El misterio, cuyo color desconocemos por completo y por cuyos paisajes jamás hemos pisado pero cuya belleza intuimos en este momento ¡qué bello y qué dulce sabe en estas horas tiernas del mes de marzo! ¿Verdad que allí se encuentra el final de la meta? Pero ahora mismo, ¿a que parece que no deseas irte? ¿A que pasa el tiempo y no lo sientes? Fíjate que sencillo y a la vez que rotundo: Cuando creíamos que íbamos a estar tres días subiendo montañas, en busca del aire limpio y la libertad de los horizontes lejanos, ya lo ves: desde este peñasco redondo, alzado sobre el barranco y frente a la mañana, lo tenemos todo. ¡Qué gozo! ¿Verdad?
LOS AMIGOS DEL NIÑO
El rincón es un pequeño paraíso donde el cortijo se aplasta pegado a las rocas del Castellón del Valle; la pradera lo rodea por el lado de arriba con el arroyuelo que lo atraviesa y el bosque de pinos lo arropa por el oriente. Un pequeño universo revestido de zarzas con moras negras y perfumado con el penetrante aroma de mejorana verde. El rincón, de tan recogido y sutilmente modelado, más parece sueño que otra realidad.
El niño sabes, sin darse cuenta, que las cosas son bonitas y aunque todo parezca juego, tienen su ternura y encierran su valor. Sus ojos se lo dicen y en su alma él lo nota. Por eso aquel verano el niño tenía tres amigos: la rana del charco en el arroyuelo de la pradera, el pollito de perdiz que había empollado una de las gallinas del cortijo y la araña del enebro del charco de la rana. El polluelo de perdiz aún no volaba y ya el niño se lo lleva a jugar con él junto al enebro de la araña y el charco de la rana. Su gozo era ver al polluelo irse detrás de los mosquitos, dar el salto y cazarlos al vuelo.
‑ ¡Uno menos!
Decía y el siguiente era para la rana; saltaba fuera del charco, se iba por la pradera y mosquito que pasaba volando, si al pollo se le escapaba, lo atrapaba la rana. Pero alguno volaba más alto y al pasar por el enebro se enredaba en la tela que la araña había tejido de una rama a otra y allí se quedaba y éste era para la araña.
Se pasaba el día entero el niño enredado en la emoción de aquel juego, llamando a sus amigos a cada uno por su nombre y cogiendo en sus manos tanto al pollito de perdiz como a la rana. Pero el padre del niño un día prendió fuego al lindazo que baja del cortijo y se junta con el arroyo. Era un fuego pequeño y controlado con el único deseo de quitar de en medio algunas malas hierbas; mas las llamas se fueron por el pasto de la pradera y aunque el padre acudió rápido y en menos de media hora lo sofocó, el fuego quemó casi toda la llanura por donde el niño compartía los juegos con sus amigos.
Y como en la llanura, atrapando sus mosquitos, estaba tanto el pollito como la rana y la araña en su mata de enebro, los tres ardieron.
‑ ¡Pero, papá ¿no ves qué pena?
Dijo el niño casi llorando frente a los cadáveres carbonizados de sus tres amigos.
‑ ¡Lo siento hijo! Fue sin querer y aunque he luchado para controlarlo no pude apagarlo a tiempo.
‑ Pero papá, el fuego acaba con la vida de los animales del bosque; son inocentes estos muertos y fíjate cuánta tristeza queda ahora por aquí.
‑ ¡Ya te he dicho que lo siento, hijo!
El niño no es consciente de la grandeza en los tallos de la hierba verde. No puede saber el valor profundo del agua transparente. No comprende las maravillas que la creación concentra en las gotas del rocío, ni tampoco sabe que es gran cosa el viento meciendo las ramas de los árboles. El niño es pequeño y su mente no comprende los misterios aunque estos sean sencillos. Pero él sí sabe, sin ser consciente, que hay mucha belleza en la llanura y el monte que en ella crece. Sus ojos la perciben y como el alma es pequeña, todo lo reduce a juego. Puro juego todo el universo que le rodea y el mundo entero pero perfectamente construido y hermosamente engalanado sólo para que él lo goce. Por eso sabe, sin ser consciente, que ahí respira Dios y que eso es cosa grande que no se puede romper ni tratar sin cariño. Todo él, sin saberlo sabe, que es cosa muy importante tanto el ruiseñor que canta en las zarzas como el chorrillo que atraviesa la llanura.
*LA TIA DOROTEA
- Te preguntaba por el cortijo de la Tía Dorotea.
- ¿Qué quieres saber de él?
- Pues que llevo mirando todo el roto por esa ladera y no acabo de verlo por ningún sitio. ¿Dónde se encuentra?
- Su cortijo no se ve desde el valle. Nos lo tapa el voladero por donde se despeña la cascada del Fraile. Hay que subir, remontar la primera parte de la ladera y a pesar de eso, lo verás justo cuando ya estés encima.
- Y Fuente de Piedra ¿por dónde cae?
- Más arriba de donde se ve la roca del Fraile.
- ¡Qué nombre tan bonito y contundente es Fuente de Piedra ¿verdad?
- Lo es y, sin embargo, un día lo adulteraron cuando lo cogieron para ponérselo al grupo de apartamentos que construyeron subiendo el valle del Guadalquivir. Aquello primero fue un centro de toxicómanos y luego cambiaron de tema: para los turistas. ¿Sabes tú a quién se le corrió la idea de llevarse allí tan estupendo nombre?
- Me lo imagino y mejor no decir nada. Yo tengo entendido que desde esta carretera de asfalto, sube o subía una senda que iba derecha al cortijo de la Tía Dorotea. De la senda y del rincón me gustaría oírte unas palabras.
- Ya sé lo que te pasa.
- ¿Qué me pasa?
- Que como el lugar no lo tienes andado, te grita dentro y te mueres de ganas por conocerlo. La Tía Dorotea es para ti un personaje muy singular pero como ni la conoces ni conoces a fondo cómo y dónde vivió y quieres saber y contar muchas cosas de su vida, te encuentras como sin tierra bajo los pies. ¿No es verdad?
- Algo de verdad sí es. En el fondo me gustaría tener registrado dentro de mí lo que acabas de contarme. Me gustaría saber por qué punto exacto subía la senda que desde el valle iba al cortijo. Me gustaría encontrarme por donde se muere el cortijo. Oler el rincón y palpar la ausencia. Verla con mis propios ojos caminando por aquellas tierras, ahora desde aquí desconocidas y lejanas. Me gustaría calentarme con ella junto al fuego de la chimenea, abrazados por aquella soledad y aquel silencio y se fuera posible, también me gustaría oír de sus labios las cosas que ella ha vivido. Si fuera posible hacer un poco míos, los sueños que ella tuvo y los sinsabores que el tiempo le fue dejando. No sé por qué, desde que el primer día oí hablar de ella, la siento como a la gran heroína de las sierras que ahora pisamos. Es un símbolo para mí aunque tan ignorada sea de tantos. ¿Tan sola vivió esa mujer, sus últimos años?
- Se puede decir que sí vivió sola pero fue una decisión suya que tomó desde su libertad y la asumió llena de gozo hasta el último día. ¿Quieres que te cuente la última decisión de su vida?
- Quiero que me la cuentes. ¿Cuál fue la última decisión?
- Tendría ella muy claro en su cabeza las cosas y en el fondo sabía bien lo que quería, porque de otro modo no se explica lo que hizo. Nadie llegamos nunca a comprenderlo aunque sí respetamos y aceptamos aquella decisión que le llevó a la soledad más absoluta hasta el día final. Pero a una soledad gozosa que más de uno hemos envidiado muchas veces. Esa mujer fue una héroe y a demás una santa.
El caso es que como se hacía vieja porque el tiempo no pasa sin dejar huellas y vivía tan sola, a todos nos preocupaba que un día le pasara algo. En una ocasión, ahí, a Los Casares, vinieron las señoritas de Los Parras. Y una de ellas que era una estupenda persona, doña María que es como se llamaba, ya andaba desde hacía algún tiempo preocupada por la soledad de la Tía Dorotea. Le preocupaba a ella mucho que la mujer siendo ya tan mayor, viviera sola en un monte tan agreste y grande como era este.
- La pobre mujer, un día de estos, cuando menos lo esperemos, le va a pasar algo y sola como está, a ver quien le ayuda.
Decía una y otra vez la señorita.
- En eso tiene usted mucha razón y nosotros somos los que de alguna manera deberíamos tomar medidas.
Le contestaba doña Carmen, la hermana de Genarito que también era de Orcera.
- Pues hoy tenemos que subir al cortijo de la Tía Dorotea a ver si la convencemos y se viene con nosotros a la casa del pueblo.
Decía doña María.
- La idea es estupenda porque, además, es una gran obra de caridad pero ya verá usted, señorita, como la abuela no quiere y si acaso logra convencerla, ya verá como otra vez se vuelve ella a su cortijo.
Le decía el mayoral de las cabras.
- De todos modos tenemos que intentarlo porque la pobre mujer allí sola corre peligro.
- Pues siendo así, estoy dispuesto a echar una mano en lo que la señorita necesite.
- Por ahora, lo único que necesitamos es que nos acompañes hasta el cortijo. Tú sabes por dónde va la senda y como conoces bien el terreno, seguro que llegamos hasta su cortijo porque nosotras solas ¿a dónde vamos por estas tierras tan llenas de monte y escarpadas?
- Eso está hecho. Les acompaño a ustedes hasta el cortijo de la Tía Dorotea porque también estoy muy de acuerdo en hacer algo por la mujer antes de que un día se muera en la pobreza y sin compañía de nadie.
Así que aquel día salieron temprano del cortijo de Los Casares y se pusieron en camino monte arriba en busca de la abuela. Estaba ya yéndose la primavera y entrando el verano y por eso en cuanto el sol se alzaba en el cielo pegaba fuerte sobre la solana. De aquí que ellos procurasen salir muy temprano a fin de llegar pronto y volver para medio día a comer a Los Casares. También por esto aquella mañana era todo un espectáculo esta amplia ladera. Las vacas mugían y pastaban por las cañadas, los rebaños de cabras balaban atravesando los madroñales y las manadas de ovejas subían o bajaban buscando las mejores praderas junto a las corrientes de los arroyos.
Los tres se pusieron en camino ladera arriba guiados por el mayoral de las cabras y como la señorita María aunque era una excelente persona, no estaba acostumbrada ni a las sendas ni a las cuestas de estos montes, pronto tuvo problemas.
- ¿Qué le pasa a usted, señorita?
Preguntó enseguida el mayoral.
- Como estás viendo, se me han roto los zapatos y los pies me duelen tanto que no puedo ni dar un paso.
- Si quiere nos volvemos y otro día subimos cuando tengamos mejor preparación.
- Eso ni hablar. Hoy tenemos que llegar hasta el cortijo de la abuela aunque a mí se me llenen los pies de heridas.
- Pero sin calzado no se puede andar por estos montes.
- Vosotros los serranos, ahora ya no pero en otros tiempos sí, os movíais por aquí con toda agilidad, con los pies cubiertos por simples esparteñas y además de ser felices, caminabais por estas sendas a diario venciéndolas un día y otro sin problemas.
- Pero no es lo mismo, señorita. Usted no está acostumbrada a andar por el monte y es normal que hoy esta subida le resulte dura. Si usted quiere el problema de su calzado lo arreglo enseguida.
- ¿Qué se puede hacer?
- Le dejo mis zapatos que casi son de la misma medida. Usted se los pone y ya verá como seguimos subiendo y llegamos al cortijo.
A doña María le gustó la idea y por eso no tardó en ponerse los zapatos del mayoral. A media ladera, bajo la sombra de un pino, se sentaron y mientras él se quitaba los zapatos de esparto y ella se los iba poniendo, a la mente de doña María acudió la imagen del tesoro de la abuelita.
- ¿Es verdad o no?
Le preguntaba al mayoral.
- ¿Por qué me lo pregunta?
- Es que lo he oído bastante veces de unos y otros y claro, aunque no le doy crédito, al final una llega a dudar. Ahora que tengo la oportunidad te lo pregunto a ti porque creo que tú sí estarás bien informado del asunto.
- Pues mire usted señorita, lo que sé es poca cosa y desde luego todo también pura habladuría porque el tesoro de la Tía Dorotea yo no lo he visto nunca y creo que tampoco lo ha visto ni tocado nadie.
- Y lo que tú sabes ¿ qué es?
- Sé que ella, al parecer, andando un día por estos montes se tropezó con unas rocas muy raras que nunca nadie había visto y que eran unas piedras preciosas. Dicen que eran unos trozos de piedras que brillaban como el cristal, con la superficie pulida, tan suave como la espuma y transparentes como el viento. Unas piedras en forma de cristales de un kilo o así de peso y que se encontraban sueltas en una ladera oculta entre el monte. Allí mismo y más abajo, también encontró ella otras pocas piedras preciosas, transparentes y brillantes como las primeras pero estas de color morado intenso. Según yo he oído decir, ella cogió sólo unas cuantas y se las trajo a su cortijo. En el lugar de hallazgo se dejó las demás pensando que un día, nadie sabe cuando, volvería a por ellas para decírselo luego a todo el mundo y si de verdad esas piedras son preciosas, venderlas y hacerse rica.
Esto es lo que a mí me dijeron unos y otros, cosa que nunca llegué a creer del todo ni tampoco pongo en duda. Por que ¿quién sabe si pudiera ser verdad lo del tesoro?
- Ya te digo que también lo he oído pero claro, piedras preciosas aquí en estos montes nunca se dieron y por otro lado, si tanto se habla, mientras no se compruebe a fondo ¿cómo negarlo?
- Yo estoy pensando que como usted es una persona muy bien educada y sabe cómo tratar a la abuelita, cuando lleguemos le puede preguntar del tema y a lo mejor ella se anima y nos lo cuenta. ¿Qué le parece?
- Me parece bien pero ten en cuanta que mi interés en ir hasta el cortijo y verla ya sabes que es por otro asunto. Quiero conocerla a ver si se viene con nosotros a Orcera donde la vamos a ofrecer una casa, cama, comida y cuidados para que a su vejez ya no esté tan sola en este monte y esta vida. ¿Crees tú que ella se vendrá?
- Yo creo que no. A ella como a todos los auténticos serranos, le resulta más que duro, casi imposible dejar el rincón donde en estas sierras ha vivido toda la vida. Los demás valores y cosas de la tierra no tienen interés para una persona como la abuelita. Los serranos, los auténticos hombres y mujeres de estas sierras, siempre hemos llevado dentro estos valores y eso no hay cosa en el mundo que lo cambie. Habremos sido más pobre y hasta con menos formación que otras personas pero a valores humanos llenos de sincero amor, nadie nunca en el mundo nos podrá ganar.
- En fin, cuando lleguemos y le hablemos veremos lo que ella piensa y hace.
Así que una vez descansada y con los zapatos repuestos, el mayoral de las cabras, la señorita María y la mujer de Genarito, siguieron subiendo por la senda que surca el monte en busca del cortijo perdido, como ellas lo llamaban. Pero como esta ladera es tan larga y tan mala y tan áspera de andar, media hora más tarde, doña Carmen, la mujer de Genarito, ya no podía más.
- ¿Qué le pasa señora?
Le pregunta de nuevo el mayoral.
- Pues que estoy tan agotada que no puedo con mi cuerpo. La subida de esta cuesta es más dura de lo que yo pensaba.
- Si pudiera hacer un esfuerzo, en nada de tiempo estaríamos en el cortijo que buscamos.
- Lo siento pero en estos momentos no tengo fuerzas ni para dar tres pasos más.
- Pues nos volvemos.
- De eso nada. Ya que hemos llegado hasta estas alturas tenemos que seguir.
A mí me dejáis en la sombra de estos pinos y aquí os espero. Vosotros seguí porque ella necesita de compañía humana y si lográis que se venga, daremos por bien sufrido este esfuerzo nuestro.
- Lo que usted quiera señora. Si a la señorita le parece bien nosotros seguimos y si usted se queda le voy a decir que no se mueva de la sombra de este pino no sea que se meta por el monte y se despeña por algún barranco de estos. Usted quédese aquí a la sombra, respirando el aire fresco que sube del valle y gozando de la hermosa panorámica y cuando volvamos, regresamos todos juntos. Sola no se va a quedar porque a mi perra le voy a pedir que se esté aquí con usted dándole compañía y ya ve que las vacas también pastan por aquel barranco que aunque parezca que no, los animales también acompañan.
- Yo haré caso a lo que usted me diga y aquí me quedaré esperando y Dios quiera que los resultados sean buenos.
El mayoral miró a la perra grande y le dijo: “Aquí te quedas con el ama y ya sabes, cuídala que no le pase nada”. El animal parece que comprendió lo que le decía su dueño.
Así que la señorita María y el mayoral de las cabras siguieron subiendo ya bastante más reconfortados porque el cortijo no quedaba lejos y tampoco tenía mucha complicación el trozo que faltaba. En unos minutos remontaron una lomilla, atravesaron un buen trozo de bosque, alcanzaron una reducida repisa y ya tenían antes sus ojos el cortijillo de la abuela.
- Ya verá usted que sorpresa se va a llevar cuando nos vea porque como no nos espera y como por el lugar viene tan poca gente, sin duda que no se lo va a creer.
Le decía el mayoral a la señorita.
- Y no sé porque pero hasta me siento alegre de este encuentro con ella. Debe ser tan buena esta abuelita y debe sentirse tan sola que hasta siento gozo de este encuentro.
Comentaba la señorita.
Y así fue: la abuela estaba sentada frente a la lumbre de la chimenea cuando ellos entraron al cortijo y la cogieron desprevenida.
- Somos gente de paz, Tía Dorotea.
Le dijo el mayoral acercándose a ella y besándola. Se volvió la abuelita y nerviosa le dijo:
- Yo te conozco a ti y me alegro que vuelvas por mi cortijo pero a esta señorita no la conozco de nada. ¿Quién es?
- Es la señorita María que ha tenido el gusto de venir hoy hasta tu cortijo porque quería conocerte y darte un rato de compañía.
- Pues hija mía, yo ni tengo nada qué ofrecerte ni te puedo enseñar nada porque ya ves qué chico es mi cortijo y qué pocas cosas hay en él. Un cuartucho con mi cama, una mesa destartalada, una silla y la lumbre que siempre arde porque es la única compañía que tengo. Así que bien venida a mi cortijo y siéntate frente a la lumbre que es lo único que puedo ofrecerte y un baso de agua fresca si quieres.
- Tía Dorotea, yo estoy encantada sólo con estar aquí junto a usted y por eso todo lo demás me sobra. Hemos venido nada más que para estar un rato en su cortijo y con usted y charlar de algunas cosas y como ya estoy en su casa y la tengo aquí a mi lado, me sobra cualquier otra cosa. No necesito de nada en absoluto porque no venía yo buscando sino su presencia y el calor de este pequeño pero hermoso cortijo con su lumbre y la paz que en él se respira.
Le dijo la señorita María.
- Pues gracias, hija mía, por tu generosidad que ya veo que es como la de todos los jóvenes de hoy en día, sincera y noble. Una no se merece tantas atenciones porque una no hizo nunca nada en la vida por los demás y fíjate que ahora, que soy mayor, todo el mundo os preocupáis por mí como si yo fuera importante. Todos los jóvenes de hoy tenéis muy buen corazón y sois tan generosos conmigo que en ocasiones hasta me siento avergonzada. ¿Por qué te has tomado tantas molestias en subir ese camino tan malo?
- Tía Dorotea, es que ya le he dicho que teníamos interés en conocerla y estar aquí un rato a su lado para charla de algunas cosas.
- La verdad es que no sé de qué cosas vamos a charlar.
- Podemos hablar primero de sus cosas y luego yo le contaré un plan que desde hace tiempo estoy pensando.
- Pues de mis cosas, como no te cuente los ratos que me paso buscando níscalos y caracoles que luego llevo a los que viven por el Cerezuelo. Como no te cuente lo buenas que son esas personas conmigo que cada vez que voy por allí me dan tantas comida que luego tengo que dar dos viajes para subirlas a mi cortijo. Como no te cuente que ellos me repiten una vez y otra que deje de vivir sola en este cortijo porque algún día me va a pasar algo. Como no te cuente alguna de estas cosas, no sé de qué puedo hablar contigo a no ser que te cuente el sueño que tanto se me repite una vez y otra.
- ¿Y cual ese sueño, Tía Dorotea?
- Pues mira, los sueño casi todas las noches desde que me quedé a vivir sola en este cortijo y en él siempre veo algo que en la realidad de mi vida nunca vi con estos ojos.
- ¿Qué es lo que ve?
- Lo primero una gran montaña que se parece a esta donde vivo pero que es más grande y con paisajes y laderas distintas. Y sobre la gran montaña, arriba, casi en la cumbre, siempre veo a una manada de búfalos que viven como si estuvieran encerrados, pastando en las praderas que sobre la cumbre tiene esa gran montaña y nunca pueden bajar a los pastos de la llanura.
- ¿Por qué no pueden bajar a los pastos de bajos?
- Primero porque unas grandes paredes de rocas se lo impiden y segundo, porque también se lo impide un grupo de hombres que guardan la montaña.
En una ocasión, en mi sueño, le pregunté a uno de estos hombres por qué forzaban a los animales a vivir sobre la cumbre de la montaña donde aunque tienen praderas, las que hay por las partes bajas también son muy buenas y están repletas de finas hojas de hierba ¿y sabes lo que me dijo?
- ¿Qué le dijo?
- Pues que no dejaban que los animales bajaran a las praderas de las laderas y del valle porque todas las tierras eran para los turistas. “Los animales que ahora pastan por la cumbre de esta montaña, son una reserva que hemos acorralado en las alturas para que no se acaben y donde los turistas no llegan tanto. Es decir: las cumbres para los animales de donde no pueden salir porque todas las otras tierras de las zonas medias y los valles son para los turistas que desde aquí los observan tranquilos pastando por la tierra de la cumbre”.
Esto fue lo que me dijo aquel hombre cuando le pregunté y la verdad es que ni me gustó su respuesta ni me gustó ver lo que con esos animales han hecho. Los han dejado aislados sobre las cumbres, cerrándoles todas las puertas hacia otras tierras como si fueran piezas de museo que quieren conservar pero privándolos de vida. ¿Tú crees que eso está bien?
- Yo creo que no porque el turismo será importante pero quitarle las tierras a los animales para dejarlos encerrados entre las rocas de la cumbre a fin de tener ahí unas cuantas piezas de museo, tampoco me parece bien. Pero en fin, vamos a lo nuestro.
- ¿Y qué es lo nuestro, hija mía?
- Pues que a mí me gustaría que usted se viniera conmigo a vivir a mi casa.
Cuando la señorita María terminó de pronunciar estas palabras, la Tía Dorotea la miró y no respondió enseguida, sino que guardó silencio y durante un rato permaneció pensativa. Como si buscara alguna vivencia entre sus recuerdos sobre la cual apoyarse para desde ella responder. También la señorita María empezó a preocuparse un poco, ante la duda de si habría molestado o no a la abuelita con aquella proposición suya. Miró al mayoral como esperando que él le echara una mano y al instante se fijó en la abuelita otra vez y le dijo:
‑ Bueno, lo que acabo de decir no tiene por qué ser respondido ni ejecutado ahora mismo. Usted se lo piensa con todo el tiempo que necesite y cuando luego otro día volvamos por aquí, me dice si quiere o no venirse a la casa que tenemos en Orcera.
‑ La verdad es que yo te agradezco la generosidad y el cariño que sientes por mí pero creo que la respuesta te la puedo dar ahora mismo.
‑ ¿Y cual es la respuesta?
‑ Pues que si me fuera con vosotros a vivir a ese pueblo no me sentiría feliz del todo. A mí nunca en la vida me gustó ni molestar ni ser una carga para nadie. Aunque vosotros seáis muy buenos amigos, pienso que no dejaré de ser una molestia en la casa. Estaréis pendientes de mí para la comida, el vestido, si hace o no, frío o calor... en fin, un montón de detalles que a la larga serán molestos para vosotros. Y por otro lado también estoy pensando que si no me encuentro agusto, por lo que ya antes te he dicho, y porque aquel no es mi mundo, ¿quién puede asegurar que un día no me saldré de aquella casa vuestra y sin deciros nada me vuelvo otra vez a este cortijo?
‑ Tía Dorotea, si eso ocurriera nadie se iba a enfadar con usted. Comprendemos que está en su derecho y que sus cosas y sus recuerdos son más fuertes que cuanto nosotros podamos ofrecerle.
‑ Pero tú fíjate la faena que yo iba a cometer y a vosotros que tan bien os estáis portando conmigo.
Por eso ya te decía que es mejor no irme con vosotros a esa casa que tenéis en Orcera. Yo ya estoy muy acostumbrada a vivir en este cortijo aquí encima de la ladera y entre el monte. Tan acostumbrada estoy ya a la lumbre y al candil que el problema para mí iba a ser lo contrario: hacerme a la luz eléctrica y esas comodidades que ponen en vuestras casas. Yo sé que iba a echar de menos el calor de esta lumbre con la chimenea y el chisporrotear de los tizones ardiendo lentamente. Tampoco me iba a sentir bien en una cama con finas sábanas ni en un cuarto de baño con grifos y lavabos como y todas las cosas que vosotros tenéis.
Yo estoy muy acostumbrada a este cuartucho mío y a lavarme de vez en cuando, en el charco del arroyo que corre por aquí y te aseguro que esto no es ningún sacrificio para mí. Tan poco es ningún sacrificio levantarme cada día al salir el sol, encender la lumbre, darle de comer a las cuatro gallinas, ir a la huerta a regarla, salir al monte a recoger leña, ordeñar las cabras y recoger piñas secas para cuando llegue el invierno. Tan acostumbrada estoy a estas cosas y tantas veces las he hecho a lo largo de mi vida, que si ahora me faltan, creo que me aburriría mucho. Y sé que tú estás pensando que con mis años, algún día me faltarán las fuerzas para arreglarme sola. También he pensando eso pero como mi vida y mi suerte, desde hace tiempo, la tengo en las manos del Señor, yo confío en que El vaya cuidando de mí hasta el día en que decida llevarme a su lado. Y ya termino. No tengo nada más que decirte sino que te agradezco tu sincera muestra de cariño para conmigo.
Al terminar la abuelita de pronunciar estas palabras, la señorita María, durante un rato permaneció en silencio. No sabía qué decirle por la gran claridad con que la Tía Dorotea se había expresado. Miró al mayoral y con gestos, éste le dijo que no siguiera insistiendo, se dirigió de nuevo a la abuelita para decirle:
‑ De todos modos usted puede seguir pensándolo. Si algún día quiere venirse no tiene nada más que decirlo.
‑ Como ya sé que vosotros me queréis y como el mayoral viene por aquí de vez en cuando, pues si cambio de opinión, a través de él os lo digo.
‑ En eso quedamos y ahora ya nos vamos que en la sombra del camino, en mitad de la cuesta, nos espera dona Carmen.
‑ Pero ya que estáis aquí tenéis que compartir conmigo un tazón de leche. Es de mi cabra y está recién ordeñada.
‑ Lo aceptamos Tía Dorotea pero no queremos ser ni pesados ni gravosos para usted.
‑ Me estáis dando compañía y eso es muy importante para mí.
Y sin más, los tres se sentaron frente al fuego de la chimenea donde, en una hoya de barro, la abuelita tenía calentita la leche. Echó una poca en los tazones también de barro y mientras se la iban tomando hablaron de la huerta, del cortijo tan solitario en aquel monte, del trozo de pared que el último invierno se le había caído por el lado del arroyo, de los ciervos que cada noche bajaban y se comían las lechugas y los arboles frutales, de las nogueras viejas que este año no han dando nueces porque los hielos la habían quemado.
‑ Cuando ya tenían las hojas y las flores brotadas, porque la primavera se madrugó, vinieron unos días de frío y quemó todos los brotes nuevos y todas las flores.
Decía la Tía Dorotea.
Hablaron también de los caracoles, de los espárragos que por todo aquel monte crecían, de los nidos de perdiz al llegar la primavera, de las nieves, de las lluvias y la crecida de los arroyos y cuando ya iba llegando el día a su centro, el mayoral y la señorita se despidieron de ella.
‑ Que volváis.
‑ Volveremos otro día y nos estaremos aquí más rato.
Le decían ellos.
Emprendieron por el camino ladera abajo y en cuanto empezaron a alejarse, comenzaron a comentar las impresiones que la abuela había dejado sobre sus almas.
- Lo feliz que es y lo llena de paz que se encuentra a pesar de que se puede creer lo contrario.
- Es lo que la mayoría de nosotros nos decimos y por estas razones la respetamos tanto, dejándola con sus cosas y su mundo a pesar del peligro real que tiene esta realidad suya.
Decía el mayoral. Y en estos momentos sientes voces.
- ¡Espera!
Exclama la señorita María. Detuvieron el paso y atentos escucharon a ver qué pasaba. Oyeron otra vez un fuerte grito y ahora con más claridad.
- ¡Es doña Carmen!
Dijo el mayoral.
- ¿Qué le pasará? Parece como si estuviera en apuros.
‑ Bajemos aprisa no sea que le ocurra algo.
Ambos descendieron rápidos por aquella senda, atropellando monte y cuando trazaron la curva del pino grande, la vieron. Doña Carmen estaba acurrucada contra el tronco del árbol, defendida por la perra del mayoral que reculada en sus pies hacía cara a todo lo que se acercaba a doña Carmen mientras ella gritaba llena de miedo.
‑ ¿Qué ha pasado?
Preguntó enseguida el mayoral nada más estar al lado de ella.
‑ Pues que una vaca me ha atacado.
‑ Pero si estas vacas no son bravas.
‑ No serán bravas pero yo me he salvado de milagro. Si no llega a ser por la perra ahora estaría por el monte todo hecha polvo.
‑ Tranquilícese usted señora, que ahora ya estamos nosotros aquí para ayudarle con lo que haga falta. Pero me interesa saber qué es lo que ha pasado y cómo porque hasta hoy tenía creído que mis vacas no envestían a la gente. Si resulta que sin saberlo yo en mi manada tengo alguna vacas brava, tendré que tomar medidas antes de que algún día ocurra lo peor. A ver, cuénteme usted cómo fue todo.
‑ Pues mire, mayoral: yo estaba sentada bajo la sombra del pino tal como me indicó cuando por aquí subíamos esta mañana. Tan agotada me encontraba que ni siquiera me apeteció levantarme para dar un paseo por aquí cerca. Y resulta que estando tan tranquila, de pronto, siento un gran tropel. Venía de allí, del lado del arroyo y claro, enseguida miré asustada y más me asusté cuando vi lo que era.
‑ ¿Qué era?
Preguntó impaciente la señorita María.
‑ Una enorme vaca que con la fuerza de un huracán, atravesaba el monte rugiendo en mi busca. Traía el rabo alzado, la cornamenta bien preparada hacía adelante y mientras mugía, se retorcía salvaje dando saltos por entre el monte y las rocas. Parecía como si me hubiera visto porque venía toda derecha a mí con la mala intención de llevarme por delante.
Me levanté asustada, me aplasté contra el tronco de este pino y menos mal que la perra enseguida la vio, salió a su encuentro y poniéndose delante de ella, le hizo cara dando grande ladridos. Se ve que la vaca le teme a la perra y por eso torció su carrera y sin dejar el trotar endemoniado que traía, siguió saltando por entre el monte y se perdió ladera abajo. ¡Pero válgame el cielo qué susto al verla tan cerca y con la carrera que traía! Vamos que me hubiera lanzado por los aires y me hubiera tirado barranco abajo por este monte de no ser por la perra que me defendió.
‑ Bueno pero ya ha pasado todo, señora, y gracias a Dios que no ha ocurrido nada. Así que se puede tranquilizar porque, además, le voy a decir qué es lo que le ocurría a ese animal.
Al pronunciar estas palabras, tanto la señorita María como doña Carmen, se le quedaron mirando y ansiosas esperaban la explicación del mayoral.
‑ ¿Qué ha sido? ¿Por qué la vaca brava quiso atacarme?
‑ En primer lugar ni la vaca es brava ni le quiso atacar.
‑ ¿Entonces?
‑ Pues que al animal le ha picado la mosca, como le pica la mosca a todas las vacas en la época del calor y se puso a correr, que es lo que siempre ellas hacen para defenderse de la molesta picazón que el insecto le produce.
‑ Pero señor mayoral, eso “de picar” la mosca ¿qué es?
‑ Científicamente no sé explicarlo pero en mi lenguaje y en mi experiencia de todos los días, sí lo puedo describir. Lo de la mosca en las vacas, pues es eso: unas moscas grandes que atacan a los animales produciéndoles un escozor muy doloroso y por eso salen corriendo. Se les mete entre las pezuñas de los pies y en ahí donde les pica para chuparles la sangre. Al hincar el aguijón les inyectan un veneno que por lo visto debe ser muy doloroso y claro, como en esa parte del cuerpo las vacas no tienen ningún medio para espantar a las moscas, lo único que se les ocurre es salir corriendo. En esa huida loca y desesperante que parecen que van rabiosas, ellas siempre buscan la espesura del monte, los arroyos de aguas y las sombras de los árboles porque creen que de ese modo se quintan de encima la picazón de tan molesto insecto.
La vaca que hace un rato usted ha visto por aquí ni es brava ni venía con intención de atacarle, sino que corría con el rabo empinado y con la mosca entre las pezuñas. Seguro que el animal ni siquiera sabía que bajo este pino descansaba la señora, y claro, también se habrá llevado una sorpresa.
- Yo no sé si será así o no, el caso es que sino hubiera sido por la perra de usted la vaca me habría destrozado. Ya le digo que la perra se puso delante, haciéndole cara y ladrando de tal modo que si la vaca hubiera insistido acercase hasta mí, yo estoy segura que lo habría tenido que hacer por encima de la perra. Por eso le decía que este animal me ha salvado la vida. Su perra desde hoy pasa a ser mi amiga y tanto que hasta me atrevo a pedirle que me la regale para que me la lleve conmigo a mi casa.
Al oír estas palabras, el mayoral se sintió un poco preocupado. La hermosa perra que en estos momentos la señora Carmen quería para ella, porque un rato antes le había salvado la vida, era su mejor compañera también de toda la vida. Siempre que el mayoral iba por el monte cuidando las cabras, la perra le acompañaba y siempre que había que mover las cabras de acá para allá, era la perra la que se encargaba de conducirlas. Tan compenetrados estaban los tres, cabras, perra y mayoral, que sin tragedia ni violencia ninguna, todo funcionaba perfectamente. El mayoral daba las órdenes, la perra las ponía en práctica y las cabras obedecían con la más sabia inteligencia. Si ahora la señora se encaprichaba con la perra y se la llevaba a su casa, para él, iba a ser un gran extravío. Pero como era la señora, si el mayoral se negaba al capricho, podría ella sentirse contrariedad. Por eso, bastante preocupado le dijo:
- Señora Carmen, desde hoy esta perra mía es suya y estoy segura que a ella también le gustará tener una nueva dueña como usted. Pero si me permite me voy a atrever a dar mi opinión.
- Te lo permito, ¿cual es tu opinión?
- Pues que como el animal se ha criado aquí conmigo, en medio del monte y junto a las vacas, si ahora, de la noche a la mañana, se la lleva a la casa suya de Orcera, puede sentirse extrañada.
- ¿Qué se le ocurre a usted que podemos hacer entonces?
- Como sé que usted ha quedado muy agradecida a esta perra por lo que ella ha hecho hoy defendiéndola, creo que lo mejor es eso: que a partir de este momento usted la considera suya propia y para siempre, cosas que ya verá, ella se lo va a agradecer desde el primer día pero vamos a dejarla como siempre estuvo, aquí conmigo, junto a las vacas y en la sierra y siempre que usted venga por aquí, se la lleva para donde quiera. Es decir: la perra es de su propiedad pero yo me encargo de cuidarla y tenerla para que así no pierda ni su dueño primitivo ni su tierra de nacimiento. ¿Qué le parece?
- Pues que eso vamos a hacer. Yo creo que usted mejor que nadie la conoce y sabe cómo cuidarla pero tenga en cuenta que mientras viva tanto ella como yo, nos pertenecemos mutuamente. Nunca podré olvidar lo que hoy ha hecho por mí y del modo en que ha sido. Este animal es más noble e inteligente que una persona.
Fueron las últimas palabras de doña Carmen.
A partir de este momento, los tres y la perra detrás, siguieron bajando por la senda y una media hora después, ya estaban en la casa de Los Casares. Allí hablaron ellos del encuentro con la Tía Dorotea, de la vaca brava y la perra y del proyecto para el futuro que de todo aquello había brotado. Aquel día la tarde se les pasó rápida y en cuanto se hizo de noche, todo aquel valle y laderas, quedaron cubiertas por las nubes espesas y negras de una gran tormenta. Empezó a soplar el viento y a tronar a primera hora y antes de que la noche llegara a su centro, la lluvia comenzó a caer torrencialmente. En el cortijo, en su pequeño cortijo, la Tía Dorotea se despertó asustada y aunque enseguida se dijo que aquello era una tormenta como tantas otras, al poco rato empezó a tener miedo.
Aquella tormenta no era como tantas otras. Llovía en forma de diluvio y soplaba el viento arrancando los tejados del cortijo y doblando el monte. Se llenó ella de miedo y mientras acurrucada junto a la cocina por donde le empezó a entrar el agua y la ponía empapada e inundaba el cortijo, la preocupación se le metió hasta en lo más hondo del alma. Miedo que no arrancaba ni de la lluvia que empezó a caerle por las tejas, sino del cambio.
ADespués de esta tormenta mañana subirá aquí otra vez esa señorita y como va a ver el cortijo roto, inundado y sin ningunas tejas, quiera yo o no, me sacarán de aquí y me llevarán con ellos a su pueblo. Seguro que mañana sucederá eso y entonces me moriré de tristeza. ¿Qué haré en un pueblo extraño sin mi huerto, sin mis gallinas, sin mis cabras, sin mi sierra? Me moriré de pena sin remedio aunque ellos piensen que me están dando la felicidad. Sin nada que hacer, porque no me dejarán que haga nada, sin libertad para levantarme e ir donde quiera y sin animales ni monte, ¿cómo me voy a sentir feliz por más rodeada que me encuentre de personas y de ciudades? Porque ellos lo primero que harán es no dejarme que haga nada. Como ya me ven mayor y por ello un poco inútil para hacer cosas, nadie querrá darme ningún trabajo y eso será mi muerte, mi tristeza y mi amargura”.
Esto es lo que pensaba la Tía Dorotea, en la oscuridad de su cortijo mientras la tormenta descargaba y los truenos resonaban por los barrancos. Este era su miedo y su gran tragedia en el centro de la ladera, la densa oscuridad de la noche y en la lejanía de aquel cortijo perdido en el monte.
AAsí que antes de que esto suceda mejor sería que el Señor esta noche, se apiadara de mí y me llevará con él definitivamente. Las personas que a partir de ahora me rodeen, sólo van a traerme sufrimientos, aunque ellos piensen que me hacen bien. Mejor sería que esta noche el Señor se apiadara de mí y me recogiera ya, antes de que ellos me complicaran más la vida”. Seguía diciéndose ella toda llena de miedo y empapada por la lluvia.
En aquella ocasión, a media noche dejó de llover apaciguándose el viento y cuando al día siguiente amaneció, sobre la ladera y el valle, lució un sol de oro con tonos de estrellas blancas. En el cortijo de Los Casares se acordaron de la Tía Dorotea pero nadie subió a verla. Todos pensaron que más adelante sería mejor, ya irían otro día con la idea de convencerla para que se fuera a Orcera. Hoy la dejaron en su inmensidad de soledades supremas.
AQUEL GUADALQUIVIR
Hasta el cerrillo pelado habíamos llegado muchas veces pero de ahí para delante, jamás. La curva, los paisajes y la llanura al otro lado del río, era un enigma para mí. Sabía que por allí se remansaba el cauce rodeado todo él de un gran bosque verde y de tonalidades azuladas. Sabía esto y sabía, además, que todo aquel rincón estaba impregnado de un profundo misterio, neblinoso y tierno, donde el aleteo del silencio, la opulenta espesura de los bosques, la humedad diamante de los paisajes y la oscuridad velada a ciertas horas del día, sobrecogía el alma.
‑ Un día de estos tenemos que llegar hasta la gran curva oscura donde el bosque se mece solitario.
Nos decíamos una vez y otra pero del cerrillo pelado nunca pasábamos.
Sin embargo, uno de aquellos días atravesamos la llanura preñada de aire puro, llegamos al cerrillo y aunque ya al pisar este monte, tuvimos la sensación de haber ido demasiado lejos, otra fuerza dentro nos empujaba a seguir. Así que bajamos un poco, recorrimos la llanura que hay antes de la curva y ya casi estábamos dentro de lo que tan agradablemente nos fascinaba. Nos paramos frente al espejo del agua y al ver el bosque tan tibiamente acariciado por la brisa, sentimos miedo. Los árboles grandes, esmeralda, majestuosos, se movían serenos y estaban henchidos de vida. Verdes como no habíamos visto nunca jamás en este mundo, densos y traspasados de tonalidades malva. Por entre sus sombras, se deslizaba el agua en forma de un gran lago con la identidad del azul y se iba lentamente. Sin ruidos ni remolinos, como si recorriera las regiones de una aurora eterna.
Al otro lado se extendían las praderas y luego la otra gran llanura por donde aquello ya parecía la región del infinito y se perdía el río para siempre. Vimos que en la curva ancha nadaban muchos patos y otras aves habitantes del bosque y vimos que a la derecha había un charco junto a una roca. Nos acercamos y al descubrirlo tan cristal, en el alma nos ardía el deseo de bañarnos en aquella agua tan limpia acariciada por aquel viento tan puro que hasta parecía manar del mismo charco. Pero, además, antes de mezclarnos con el líquido del charco sentimos que nuestros cuerpos, el calor de nuestras manos, cara y pies, la transparencia de aquella agua y la luz de aquel viento, se encontraban cerca, en un punto formando una sola imagen o visión realmente dulce y bella.
‑ ¿Qué es esto?
Y como no estaba seguro nada más que de la felicidad que aquel rincón transmitía a mi alma, le dije:
‑ Es una sensación soñada, un sueño.
‑ ¿ De veras no existe?
‑ Quizá existió hace muchos años. Pudiera ser éste el Guadalquivir de aquellos tiempos cuando aun los humanos eran pocos.
‑ ¿De aquí éste silencio, esta soledad, esta paz espesa pero dulce y bella?
‑ De aquí ésta virginidad que hasta da miedo por ser tan grande.
‑ ¿Cómo podremos volver? Siento como si para siempre ya fuera imposible.
‑ Igual me pasa a mí pero, además, siento que no quiero volver.
Tendremos que despertar del sueño y entonces veremos que hemos estado en el pasado; recorriendo las riberas y bosques del Guadalquivir de aquellos tiempos.
Quisimos seguir andando pero un gran miedo a despertar, nos invadió. Nos agarramos a la sensación y bienestar del momento para asegurarnos así de no perder jamás lo que nos parecía tan bello y desconocíamos en la realidad presente.
GUADALQUIVIR ARRIBA
Hoy el Guadalquivir baja lleno. Desde el pantano para abajo, se desliza rebosante, azul, gigante, fresquito y señorial; besa los últimos pinos de la sierra que le ha dado vida y mecido en su orgullo pero sencillo, se pierde entre mariposas y olivares hacia las campiñas andaluzas para regarlas y vestirlas de verde.
Hemos subido desde el Charco del Aceite hasta la Aldea del Tranco. Al llegar aquí de nuevo descubrimos que todos duermen. Está cerrado el puesto de los helados junto a la carretera, el restaurante de Nazario, el Mesón de las acacias, las casas de la aldea y la pequeña capilla con su letrero en la puerta donde se lee: “La misa los sábados, en verano a las ocho y en invierno a las seis”. Sin embargo, esta mañana, cerca de la capilla, muy temprano, he visto y oído a un pájaro carpintero perforando, con su pico, los troncos de un álamo seco. Te hubiera gustado por lo bonita que es esta ave y la elegancia con que se agarra a las ramas para sujetarlas.
En una tienda, aquí en la aldea, hubiéramos comprado cuadernos y unas curvas más arriba, en la carretera que va para Hornos, nos hubiéramos parado.
‑ ¿Para qué?
‑ Para desde este rincón comenzar a escribir la historia del verano.
‑ ¡Vale!
Hubieras contestado para añadir a continuación:
‑ Fíjate qué limpio y quieto pasa el aire a estas horas de la mañana. Mira el pantano; su tono es verde como los pinos que le rodean y las olas pequeñitas se mecen juguetonas acariciadas por los rayos de sol que por algunos sitios lo tiñen de plata. Desde este ángulo se ve el trozo que se acerca al muro; estrecho, profundo, azulverde y en otra dirección, la parte ancha donde se divide en dos; una cola que se va Guadalquivir arriba en busca de Coto Ríos y la que se adentra por el Valle de Segura donde, sobre las rocas, se alza el pequeño pueblo de Hornos en eterna vigilancia. Frente a nosotros, la Sierra de Las Lagunillas.
‑ ¿Es ahí donde duerme la aldea que conoces?
‑ Detrás del cerro redondo poblado de pinos y por la parte de acá de la cresta de la cordillera. Un poco más abajo, se ve Mojoque, un pequeño cortijo con olivos, ahora abandonados y el recio paredón de rocas por donde se desliza el arroyo y sube la senda buscando el Collado del Aire. El pico Almagreros cae al otro lado y como es el más alto de la cordillera, descansa en la serenidad armoniosa y divina que vive en el sin fin del horizonte.
‑ ¡Qué delicado es el rincón y qué tranquilidad se respira a estas horas de la mañana!
Habrías exclamado y algo más tarde ya estarías jugando tu eterno juego de ensueños de bosques y horizontes de agua. Saltando por las rocas, lanzando tu sonrisa al aire, bañándote en las playas de tierra roja y llenando tu cara, tus hombres y tus manos de gotas cristalinas. “¿Qué haré yo con tantas gotas?” Preguntarás y en estos momentos se me viene al recuerdo las cosas que cuentan, los mayores del lugar. Y los mayores del lugar cuentan que de todas las escenas de aquel pasado, protagonizadas por la gente de este valle que ahora tapa las aguas del pantano, una de ellas era particularmente bella: la de la chiquilla pelirroja, de ojos azules y alma de cascadas. Vivía en uno de los cortijos ahora también bajo las aguas y era el gozo de todo el valle por tanta alegría como en cualquier momento derramaba. Todos la conocían y todos la veían, a cualquier hora del día, corriendo y jugando por estas llanuras y como resultaba excelsamente tierno aquel juego, lo realmente emocionante era cuando el trigo estaba ya crecido.
La chiquilla pelirroja se iba por los trigales y su gozo, su gran gozo, porque aquello estallaba como una cascada de alegría, era correr ladera abajo, por la llanura y por el barranco, atravesando el trigal. Abría sus brazos, se ponía a correr al tiempo que exhalaba su alegría por la boca en forma de risas y de voces y todo el valle se llenaba de asombro. Dicen que los mayores hasta le regañaban por el destrozo de sementeras que siempre liaba pero en el fondo a los mayores siempre les gustaba aquel derroche de belleza casi celestial. Recuerdan ellos, como una de las cosas más hermosas en sus vidas, este correr de la pelirroja a través de los trigos y con los brazos abiertos como si tratara de coger un puñado grande del viento que llenaba el valle y besarlo junto a otro buen trozo del cielo azul que siempre coronaba las cumbres.
Hoy a nosotros, se nos encoge el alma respirar este aire tan cargado de aquel perfume donde todo parece anunciar que, a pesar del tiempo, casi nada ha muerto. Una alegría como la de aquella niña no puede ser sino un trozo de eternidad que en un momento dado, rozó con brevedad estos llanos dejando un perfume que no se extingue nunca.
Y también los mayores del lugar cuenta que un día, los que se habían marchado de las tierras, asomaron por allí, por el fondo, allá a lo lejos por donde las cordilleras son cortadas o fueron cortadas por las aguas de los ríos e iban antes los caminos y siguiendo esos camino asomaron ellos. Venían con sus almas todas llenas de ilusión porque el deseo de volver a la tierra y estar de nuevo entre sus árboles y sus arroyos, les llenaba de vida. Y el mayor les decía a los otros:
‑ En cuanto lleguemos a esos picos ya nos tiraremos para abajo y por allí, por la llanura, al otro lado del río, se alza el cortijo.
‑ ¿Hasta dónde llegan las tierras del cortijo?
‑ Cogen media ladera por aquel lado del río, media llanura junto al río y otra media ladera por este lado del río.
‑ ¿Tan grande es esta dehesa?
‑ Esta dehesa es medio mundo y más grande es aún todavía ahora cuando ya están los trigos granados, las praderas repletas de hierba y por entre ellas los rebaños pastando. ¡Ya veréis vosotros qué asombro! En cuanto lleguemos a esos pinos vais a ver qué asombro de parajes, casi todo llanura surcada por los arroyos, sembrada de pequeños pero hermosos cortijos con sus huertas y la gente por ahí trabajando cada cual en lo suyo. Pero lo más bello, lo que le da una vida especial, por su alegría y su candor, son los niños. Se juntan ellos en grupos como los corderos jóvenes y se ponen a jugar sus juegos por entre los trigales, la corriente de los arroyos y las dehesas llenas de hierba. Los ves tú llenando toda esa llanura y te corre una felicidad por el alma que te mueres de gusto. ¡Ya veréis vosotros qué cosa tan bella sólo la visión de este valle!
‑ Con sólo oírlo y respirar este aire ya me arde la emoción en el alma. ¿Cuánto queda?
‑ Desde esos pinos ya lo veremos. A partir de ahí el camino empieza a bajar y cruzar la llanura con su río, es cuestión de nada.
Esto es lo que ellos más o menos venían hablando y celebrando entre sí mientras por el camino subían buscando ese rincón hermoso en el centro de este valle. Pero dicen que a ellos se les cayó el mundo encima cuando llegaron a los pinos y en lugar de ver el valle que esperaban, se encontraron con el gran “charco”. Todo el río para arriba, desde allá, desde lo hondo, ya no era río ni llanuras ni laderas sembradas de trigo, con los huertos y los rebaños a un lado y otro del río. Todo eso ya no existía porque en su lugar lo que aparecía ahora era un gran charco que hasta cortaban los caminos que siempre habían servido para bajar a las llanuras y después de cruzar el río, repartirse por estas laderas. Junto a los pinos dicen que se quedaron ellos parados, llenos de tristeza mirando para el valle y preguntándose por lo que allí había pasado.
‑ Ni siquiera se ve el cortijo.
‑ Yo sí lo adivino; se encuentra por ahí, por entre aquellos pinos y el camino para desde aquí ir al cortijo, se tira por entre estas rocas para abajo.
‑ Vamos a seguir.
‑ Si ves que el agua lo tapa todo ¿cómo vamos a seguir?
‑ Para llegar hasta el cortijo habría que dar la vuelta a toda esta agua. Tendremos que seguir subiendo como si fuéramos al pueblo de la roca y luego, cuando se acaba el agua, volver otra vez para atrás buscando el cortijo.
‑ Pero tú dices que el camino se tiraba por aquí, directamente a lo hondo del valle buscando el cortijo.
‑ Exactamente así era.
‑ Pues vamos a seguirlo.
‑ Pero es que nos lo corta el agua.
‑ Por lo menos hasta donde lo tapa el agua, vamos a seguirlo. Quiero yo conocer este camino y saber, ver con mis ojos y tocar con mis manos, las curvas, las piedras y la tierra de este camino. El que le da la vuelta al charco ni lo conozco ni me dice nada, en cambio éste sí. Este es como un trozo de mi propia vida.
‑ Pues vamos a seguir.
Dicen que ellos siguieron, con el corazón ahora ya un poco roto y cuando llegaron a la orilla del agua dejaron de ver el camino.
‑ Iba por aquí mismo y todavía hasta llegar a la orilla del río le queda más de medio kilómetro.
‑ Pero fíjate que las aguas lo empiezan a cubrir justo donde el camino comienza a ser más bello.
Con la ilusión de pisarlo y algo desorientados por la contrariedad de encontrarse lo que ahora se estaban encontrando, siguieron ellos bajando por el camino. No lo advirtieron y cuando se dieron cuenta se encontraban atrapados en esa franja barrosa que rodea las aguas de este charco.
‑ ¡Socorro que me hundo!
Gritó el primero y como los demás acudían en su ayuda también se quedaron atrapados en el barro. Lucharon por salir y como además de en la franja de barro ya estaban en las mismas aguas, en ellas fueron poco quedando sepultados.
‑ ¡Por favor, venid a salvarnos!
Seguían gritando pensando en los que vivirían en los cortijillos de las laderas de enfrente y que ahora también estaban hundidos bajos las aguas. Pero dicen que desde el cortijo se oyeron salir las voces de los que siempre habían vivido allí.
‑ Vamos a por vosotros. Seguid luchando que enseguida estamos juntos.
‑ Es que nos hundimos para siempre en las aguas de este charco y lo único que queremos es llegar al cortijo para veros y estar junto a vosotros.
‑ En un momento nos encontraremos todos y ya para siempre estaremos juntos como en aquellos tiempos.
Seguían diciendo los que vivían en el cortijo. Y dicen que allí se quedaron hundidos para siempre junto a las tierras de lo que en otros tiempos habían sido la senda que cruzando el valle venía al cortijo.
Esto es lo que a mi recuerdo acude ahora frente a las aguas azules de este ancho pantano, mientras lo contemplo y medito tu recuerdo. Pero como pienso que estás aquí, pasado un rato montamos; seguimos Guadalquivir arriba hacia el corazón del Parque. Otra vez el muro del pantano, casi en solitario porque aún a estas horas nadie ha venido por aquí. Aparece enseguida el control de entrada al Parque y al Coto y más arriba, junto al cortijo de Mojoque, duermen las barcas con las que el año pasado surcaste las aguas del embalse.
Este verano están abandonadas, encerradas en una cerca metálica, comidas por la hierba y desteñidas por el sol. Ya no se mueven en las aguas verdosas del gran lago, varadas en la orilla esperando que tú y otros vayan a montarlas. Seguro que el dueño se ha ido; por aquí no viene mucha gente y los pocos que llegan no se animan mucho a usarlas. Su dueño se ha cansado y se marchó; no puede vivir con las cuatro pesetas que saca alquilando estas tres tablas mal pintadas y viejas. Por esta zona los cipreses son espesos, el bosque se oscurece y los robles casi cubren la carretera. Las cigarras desgranan monotonías en una sinfonía que es larga como la soledad. Hoy, el sol va a brillar calentando de firme como en los buenos días de los veranos de estas sierras.
Desde la primera curva de Mojoque se ve el grisáceo muro del pantano y la profunda garganta por donde el río se iba. Dicen que en otros tiempos aquí hubo una hermosa laguna natural y por efecto de rebosadero, el agua fue cortando la cordillera hasta abrirse camino por entre las rocas de la sierra dirección poniente. Justo aquí, donde construyeron el muro de cemento, se estira la gran curva que orienta al cauce hacia la campiña andaluza.
Al salir de la curva, en la carretera, hay una pequeña casa de piedra donde dan alguna información. Un guarda me habla de las zonas de acampada.
‑ Las de pago están del pantano hacia arriba y las libres, río abajo y por la Sierra de Segura.
Le dejo que hable ocultando mis experiencias de paisajes por estas sierras. Algo más arriba, corre la fuente de piedra donde tantas veces, bebiste. Aquí hoy de nuevo saciarías tu sed llenando tus manos en los fabulosos chorros de cristal que bajan de las cumbres. Muy cerca del rincón se mece el pantano rebosante de armonía. Desde su silencio te invita a jugar sus juegos de bosques; por aquí se estrecha según sube hacia Bujaraiza. El trozo del lado de Hornos, ya no se ve. Sigo mi ruta; dos kilómetros más arriba entro de lleno en el Arroyo del Cerezuelo. ¿Te acuerdas cuando vinimos? Hacía frío y estaba casi lloviendo y el líquido de nieve que baja por este regato se desparramaba por todos sitios. ¡Qué espectáculo de sinfonías, cascadas, bosques y soledad limpia! Ni aquel día había nadie ni hoy tampoco.
Así es como a ti y a mí nos gustan estas sierras: sin mucha gente, chorreando aguas por los valles y tapada de nieves por las cumbres. Parece así que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana y que otra fuerza de más adentro, más pura, hace que todo suba a las estrellas. Este rincón es un buen sitio para venir a disfrutar del campo, en esta época del año. Si estuvieras te hablaría de la ruta que, unos días atrás, hice siguiendo el cauce del arroyo hasta lo más alto de la cordillera. En el mismo pico Almagreros, es donde comienza este arroyo llamado del Cerezuelo. En la vertiente sur, en la que da al norte, es donde nace el Arroyo de María. Dos buenos cauces fluyendo en la misma cumbre y chorreando laderas abajo pero en direcciones opuestas. Fue un día de nieve y frío cuando escalé este monte pasando por la Aldea de Las Lagunillas y la cumbre del Almagreros. Nos lo pasamos bien, con un final emocionante que surgió de repente: Estábamos en la mitad de la bajada cuando nos sorprendió un espeso bosque de robles, encinas, madroños y lentiscos. Este arroyo viene desde zonas bellísimas. Algo más arriba, en el kilómetro 34, a la izquierda, sigue aún la casa forestal de Los Casares; es un viejo edificio casi abandonado junto a la carretera en el cual he oído que van a montar una tienda para venderle cosas a los turistas. ALa Casa de la Artesanía”, creo que le van a llamar. Por aquí, el pantano se ve ya mucho más ancho y largo. Este año ha bajado más que el verano pasado. Desde hace tiempo apenas ha llovido en estas sierras.
¿Te acuerdas de la fuente del caballito? ¿Sabes dónde está? Aquel día de invierno frío y gris cuando las nubes cubrían lo más alto de los picos, durante mucho rato, en esta fuente, estuvimos jugando. Yo lo recuerdo ahora bien porque aquello fue la libertad suprema, la verdad divina que hecha niña con nosotros, nos besaba sin trabas y por eso nos sentíamos bien. Y tú reías como una flor recién brotada con ansia de echar tu aroma al viento. ¡Qué momentos tan gloriosos con aquel temblor breve de libertad pura y gozo recio!
Sólo un poco más arriba, muy poco, corre el arroyo oscuro y verde. De éste sí te acuerdas ¿Verdad? Aquel día, hace ya tiempo, Juanma quería comerte. Te asustaste y al final todo se quedó en un remojón de pies, una blanca, sonrisa en tus labios y un juego más, lleno de gozo atravesando tu alma. Era un mágico día del mes de mayo. Toda la sierra estaba llena de flores, casi en la floración suprema y por todas las zarzas del arroyo verde cantaban los pájaros. En las galerías sin fondo de los recuerdos guardo yo aquel día porque fue pequeño pero dulce como el vuelo de las mariposas.
Los llanos de los viejos olivos y poblado de Bujaraiza, están sólo un poco más arriba; en el kilómetro 31. Tú diste nombre a esta llanura. Aquella tarde ibas corriendo detrás de uno de tus mil juegos.
‑ Contaré los ciervos y las cabras monteses y luego te digo cuántos he visto. ¿Vale? ‑ Sí que vale.
Y enseguida exclamaste:
‑ ¡Mira qué montón!
Y al mirar para donde me señalabas hasta me sorprendió de lo que vi. Era una manada de casi treinta ciervos que pastaban tranquilos por la llanura cerca del viejo poblado. Después de tantos años como llevo recorriendo estas sierras por todos los rincones, es la primera vez que veo tal cantidad de animales salvajes juntos. Manadas de machos monteses y de muflones sí me las encontré muchas veces por las cumbres del Gilillo y las Banderillas.
‑ Es lo que un día me dijiste: Al llegar la tarde, se extienden por la llanura y pastan a sus anchas.
‑ Este es el famoso lugar de la berrea. El Parque Cinegético se ve en aquél monte de enfrente. Un cerro de espeso bosque rodeado, a un lado, por las aguas del pantano y al otro, cercado con tela metálica para que los animales no se vayan. Pero fíjate, por el lado donde se desmorona el legendario castillo de Bujaraiza, se extiende la llanura grande. Los animales se concentran aquí.
En estos momentos varios ciervos salían de la espesura del monte y se iban hacia la llanura lanzando sus berridos. Llenos de curiosidad y algo asombrados, los observamos. Vi tu alma llenándose de gozo sorprendida por el bello espectáculo. Lo recuerdo tan bien y lo tengo tan metido en mi espíritu que hoy hasta siento un poco de pena. ¡Fue tan sencillo pero hondo, aquel juego! Sobre las crestas de Las Sierras de Las Lagunillas, a nuestras espaldas, según mirábamos tras los ciervos por la llanura, se reflejaban y expandían los últimos rayos de sol despidiéndose de los montes y la tarde. Como una ola de sangre trotando por las cumbres y entre ella nuestros sueños. Así te vi, gocé los campos y así te recuerdo. Esas cumbres también las tengo soñadas, pisadas y amadas. En mi cuaderno anoté la experiencia.
LA CRESTA DE LA MONTAÑA
Vi a la montaña y hoy se me presentaba con una imagen nueva. Una belleza que no era igual a la de otros días. También porque mis ojos hoy sólo se fijaban en una parte concreta de la montaña. Casi exclusivamente en la cresta y en el trozo que esta cresta derrama para el lado sur. También un poco en la ladera que desde la cresta cae para el lado norte. Y la montaña hoy tenía un misterio nuevo que contagiaba dolor ya la vez placer.
Pues me veo subiendo por el lado sur, ya a dos pasos de la cresta y como por aquí el terreno tiene tanta inclinación tengo que pararme porque no puedo seguir. Hay tantas rocas y el terreno es tan malo que me es imposible continuar subiendo hacia la parte final de la gran montaña. Miro concentrado y descubro como una sendica que desde el lado sur va dando la vuelta y por el lado norte se eleva para la cresta. Me voy por ella y cuando ya estoy remontando a la cúspide, ya dije que la más bella cumbre que mis ojos han visto nunca, descubro que a la montaña sí se le puede coronar. Pero no por donde a mí me apetezca y como yo quiera. A la hermosa cresta de la misteriosa montaña, hoy cubierta de espesa hierba verde, se le tiene que remontar por la senda que tiene preparada para el que la ama y además, no a lo bruto sino con el respeto y el cariño que la misma montaña regala.
Vi a la montaña en su asombrosa cresta y el corazón se me llenó de una sensación gozosa. Como si la vida misma se alimentara de lo que ella regala, cuando a ésta se le respeta y con amor se le trata. Y ¿por qué no decirlo?: cuando terminé de coronar la robusta cresta de la montaña más hermosa de la tierra, fui feliz como pocos en esta tierra. ¿Qué tenía hoy la montaña que mis ojos y el alma la veían más bella que nunca?
Creo que es el nombre que mejor le cuadra aunque tampoco le sentaría mal otros dos o tres que tengo por aquí. Porque este collado no es cualquier cosa dentro de las sierras. Mas que un trozo de tierra normal, es medio mundo o casi una parte del corazón de estas sierras. Desde muchísimas cumbres y laderas, en aquellos tiempos, sobre este collado, dejaban miles y miles de troncos de pino. Dejaron también muchos miles de troncos de encinas y sobre este collado, sobre todo, en la pequeña ladera que se extiende hacia el norte, durante muchos años han ardido cientos de carboneras. Las carboneras son grandes pilas de leña, en trozos chicos especialmente preparados y recubiertos estos con monte, piedras y tierra a los que se les prende fuego para convertirlos en carbón. Carbonear es convertir la leña en carbón que en este caso es vegetal. Francisco me decía el otro día que:
‑ Aquí mismo había una carbonera. En aquellos tiempos en toda esta zona se hacía mucho carbón, sobre todo de las encinas y de los robles.
‑ ¿Recuerdas tú para qué usaban este carbón?
‑ Eso no lo recuerdo. Se lo llevaban fuera que sería para las máquinas esas que andaban con carbón. Yo eso no lo recuerdo.
Así que este collado podría llamarse también el Collado de la Madera, el de las Carboneras y también el Collado del Corazón por aquello de ser tantas cosas en el centro de las sierras de esta Parque Natural. Pero como a pesar de todo esto, el collado que tanta historia tiene, aquí se extiende sumido en el silencio, hoy ya un poco lleno de grandes árboles y en ese sitio tan realmente estratégico, nosotros lo hemos llamado el Collado de las Flores. No es que estemos inventando nuevos nombres para las sierras del Parque. No es esto; lo hemos bautizado así por dos cosas: la primera porque este collado ni aparece en ningún mapa y por supuesto ni ha escrito nunca nadie de él y por eso, ninguno de los personajes con estudios o carreras que han pasado por estas sierras, lo conocen. Y segundo, es que este collado, cuando la primavera revienta en estos montes, echa tantas flores y tan variadas todas que parecen que aquí se condensa un millón de primaveras. Cuando nosotros lo descubrimos eso fue lo que nos pareció y así empezamos a distinguir a este collado entre los demás parajes que conocemos por los montes.
Pero es que hay más: como el rellano de tierra que conforma la belleza del collado, se encuentra en la misma curva del camino, senda en otros tiempos por donde se entraba y salía al valle y hoy pista forestal con mucha menos personalidad que aquella senda, parece que desde cualquier punto que te mueva tienes que pasar por aquí.
Los dos hermanos de la zona alta sabían esto bien y, además, sabían que una de las cosas con mayor emoción por estas sierras era entrarle al collado no por sus puntos normales de acceso sino por el extraordinariamente singular: la cuerda que baja desde los madroñales de los barrancos oscuros. Porque la cuerda esta, que es la de los miradores, es la parte más hermosa de todo el collado. Baja, como decía, de los barrancos oscuros y se alarga como una gran loma que desciende con toda suavidad acercándose al collado como de puntilla para aquí rendirse a él en una reverencia de ensueño.
Los dos hermanos de la parte alta sabían perfectamente esto y por eso aquella mañana de primavera, momentos en que todos los campos se viste de gala, quisieron bajar hasta el collado.
‑ Pero por la senda no.
Dijo el hermano mayor.
‑ ¿Por dónde entonces?
‑ Por la cuerda. Vamos a irnos hoy siguiendo toda la cuerda y por la parte más alta.
El hermano pequeño estuvo de acuerdo y desde las profundidades de aquel barranco oscuro, protegido al norte por la gran cordillera de los madroñales, ellos bajaron buscando el comienzo de la cuerda. El comienzo de la cuerda es tan suave que casi ni se nota cuando llegas a ella y también casi sin notarlo te sitúas en todo lo alto de la primera parte. Subes luego una pronunciada ladera y ya desde aquí empiezas a bajar, siempre por lo más alto.
Y como hoy era un día tan inmensamente bello, ellos iban llenos de felicidad atravesando el monte que tanto tenían pisado. Tan llenos de paisajes, tan repletos de viento y aroma, tan rebosando del día y de la vida que llenaba sus almas, iban ellos que por nada del mundo podrían esperar lo que de pronto resultó. Y resultó que cuando bajaban una cuestecilla, por esa parte en que la cuerda es más bonita que en ningún otro sitio, al salir al rasete donde el monte es espeso pero no muy alto, se les puso delante el cazador con la escopeta y amenazándoles les dijo:
‑ Sois tontos; sabéis que estoy cazando por este monte y vosotros vais por aquí, además de metiendo jaleo para espantar a los animales, jugando como si nada.
Al verlo y oírlo se quedaron de piedra y cuando el hermano mayor se recuperó habló diciendo:
‑ Señor ¿qué mal hemos hecho?
‑ Estoy cazando y si se me escapa un tiro imagínate lo que sucede.
‑ Es que vamos al Collado de las Flores.
‑ Y los caminos ¿para qué los han hecho?
‑ Pero es que nosotros llevamos una vida entera andando por esta cuerda.
‑ Pues oír bien lo que os digo: a partir de hoy queda prohibido andar por el monte y más prohibido queda aún en la época de caza.
‑ Y eso ¿quién lo ordena?
‑ Ya está ordenado; sólo hay que cumplirlo y, además, os advierto que estáis de suerte, porque hoy os perdono. Así que cuidado, porque otro día, ya veremos.
Como a los dos hermanos se les heló la palabra en los labios por todo aquello tan de repente y raro, se fueron, dejando allí al señor de la escopeta. Siguieron bajando ya con el Collado de las Flores ante ellos pero tristes. De pronto se les había llenado el alma de preocupación y como, además, estaban confusos, se les quitó hasta las ganas de hablar. También de pronto tanto la ladera como el barranco oscuro de donde viene el collado, todo cambió por completo de color y belleza. Sólo el hermano menor se atrevió a pronunciar unas palabras para preguntar al hermano mayor.
‑ ¿Nos vamos a la senda y nos volvemos a casa?
‑ ¿A la senda...?
Y el hermano mayor miró hacia la ladera de la derecha por donde empezaba el valle y al fondo corría el río. Quiso darle una respuesta al hermano pequeño pero se quedó mudo y mudo estuvo todo el rato que emplearon en bajar de la cuerda que se derramaba sobre el Collado de las Flores.
*LA FUENTE
‑ Me han dicho que por encima del cortijo o cerca, mana. Llevo mucho tiempo buscándola y unos me dicen que por encima del puente viejo, otros que por ahí, justo a donde llegan las aguas del pantano y luego otros, que ya no hay fuente, que esto era antes de la construcción del pantano; cuando llovía como era debido ¿Tú que dices?
‑ La Fuente está de verdad por debajo del puente que ya no se usa. Cuando el pantano está lleno la cubre. Hace por lo menos veinte años que no la hemos visto y muchos andamos pensando que ya no la vamos a ver jamás. Sin embargo, la sequía de este verano ha dejado el pantano con poca agua y ahora sí se ve. Si quieres hoy puedes verla.
‑ Ya no me da tiempo; fíjate que hora es.
‑ Todavía llegas antes que oscurezca.
Y la verdad que yo ahora mismo tampoco sabría decir en qué punto exacto brota el manantial y menos aún puedo afirmar o comentar sobre su abundancia, limpieza o belleza. No la he visto con mis propios ojos; no he tocado con mis manos sus aguas ni tampoco he bebido de su cristal y aún menos he tenido la suerte de sentarme junto a ella y en silencio dar gracias a Dios de esta maravilla rodeada de bosques. No la he visto y aunque ya intuyo que he estado bastante cerca, no he llegado a gozar más de lo que aquí estoy diciendo.
Pero, además, es que sucede una cosa: ahora que parece que por fin, con solo un leve esfuerzo más, me sería fácil encontrarme con ella, abrazarla, besarla y bebérmela; ahora que parece que todo lo tengo al alcance de mi mano después de tantos años buscándola por la sierra, soñándola por las noches, anotándola y leyéndola en los planos y libros, creo que llegado a este punto debo pararme. Siento y, además, lo intuyo que será mucho más bello no llegar jamás al borde de sus mismas aguas. No llegar nunca jamás a saber dónde está o si es redonda, profunda, grande o cristalina.
Aprendí hace mucho y andando por los rincones de estas sierras que todo lo intuido y soñado es infinitamente más bello y profundo que la más exuberante realidad. Aprendí esto hace tiempo ya y como esta fuente mía en mi grandioso y querido río la llevo en mi alma tan honda, tan clavada, tan rumorosa, tan silenciosa y transparente, creo que ahora es mejor dejarla así para la eternidad. No quiero verla con los ojos materiales de mi cuerpo. No quiero tocarla con mis manos ni quiero beber de sus aguas ni quiero saber de su celeste música. No quiero pisar la tierra que le rodea ni rozar el monte que le da sombra ni tampoco saborear los tonos color cielo y nubes verde viento que, según dicen, se mecen en sus aguas.
No quiero saber del punto exacto ni de la cueva o roca donde brota. Deseo que para mí, ella siga ahí: oculta en el corazón del monte de las cumbres más altas de la sierra, para que al mismo tiempo también siga aquí, dormida interiormente y dulce en la cuna que en mi alma tiene. Precisamente por eso: porque en sueño la he visto tan bella e inmaculada, me ha gustado tanto y me ha dado tanto gozo, que es imposible gozarla con más encanto de ninguna otra manera.
Pero, además, hay otra cosa: como para mí es importante el perfume de aquel amigo mío que un día anduvo por aquí y hoy ya no respira entre nosotros sino que anda allá por las lagunas eternas, el misterio de esta fuente, el agua que de ella mana y no conozco es como si fuera un pequeño regalo, una pincelada dulce por entre las sierras que tanto amó. Él pisó y recorrió en solitario las aguas de este río. El vivió y dejó su emoción desparramada en las cascadas de aguas blancas que se despeñan por los barrancos. El lo hizo bien porque palpitó subiendo y bajando estas sierras. Nada mejor, en recuerdo a su amistad, podría tener yo en mi corazón que un secreto tan fino como este como ofrenda a su paso por estos parajes. La Fuente, la que es bella y tiene color de miel, inmaculada ahí, en su rincón y en mi alma como latido silencioso en memoria a su presencia eterna.
Quizá algún día, en su momento, Dios nos permita que volvamos de nuevo por aquí para recorrer y gozar, a fondo, el perfume de este edén suyo. Quizá, llegado el momento, hasta puede que esta fuente, la oculta y misteriosa Fuente, sea nuestro gozo sin fin. Quizá aquel día sí sepamos bien dónde está y cómo es porque nos pertenezca y seamos sus dueños para siempre. Quizá quiera Dios llenar plenamente nuestro amor a estos ríos y cumbres dándonos para siempre en posesión este paraíso u otro similar. Esto es lo que yo siento, intuyo y sé de la Fuente.
EN LA MEJOR TIERRA DEL RINCÓN
Ahí, justo donde el manantial brota, construyeron la casa. En la mejor tierra del rincón y desde donde se ven los más bonitos paisajes. Frente a las sencillas casas de piedra que los serranos habían levantando dolorosamente y desde tiempos inmemoriales, ocupaban.
- Como un insulto, como una amenaza para que no los perdamos de vista y así tampoco olvidemos que son los que mandan.
Decían los vecinos de la humilde aldea, tan perdida entre el monte pero tan tiernamente formando parte de él.
- Como una provocación al mismo tiempo que una actitud de soberbia.
Seguían afirmando otros vecinos.
- Y precisamente ahí: en las mejores tierras de este rincón nuestro.
Y las tierras, como realmente eran tan buenas, desde siempre ellos las habían tenido sembradas con sus hortales. Donde desde tiempos lejanísimos habían plantado sus tomates para aprovechar el gran tesoro de este trocito fértil: el manantial.
- Y fíjate, en lo alto mismo de donde brota el venero, han levantado el muro.
- Para quitárnoslo pero al mismo tiempo dejándolo a la vista a fin de fastidiarnos más. Como si nos estuvieran diciendo que nos han ganado y para que no lo olvidemos en ningún momento, dejan a la vista el trofeo conseguido.
Esto es lo que seguían diciendo aquellos vecinos empujados por la indignación que los de la nueva casa habían despertado en sus almas.
Y entre los vecinos estaba el joven rebelde de la sierra, según decían los que ahora querían mandar. Y como era rebelde porque no quería perder su libertad, los que pretendían doblegarlo, le decían:
- Te has enfrentado con nosotros pero tu poca cabeza te llevará a la ruina. Te ganaremos porque somos el poder y no soportamos que un simple joven serrano, sin estudios ni cultura, nos eche un pulso. Ni siquiera caes en la cuenta lo poco inteligente que eres, procediendo de este modo, a pesar de tu rebeldía. Perderás y eso será la ruina para ti. Porque ¿cómo se te ha ocurrido creer que nosotros vamos a doblegarnos a lo que tú piensas?
Esto es lo que siempre le estaban diciendo los que pretendían adueñarse de las sierras y por eso habían venido a construir la fabulosa casa frente a la sencilla aldea de ellos.
- Aunque pierda, cosa que sé de antemano aceptando plenamente junto con el sufrimiento que ello me traiga, dejo claro ante vosotros que no es bueno ni lo que estáis haciendo ni tampoco el modo. Al menos esta dignidad nuestra, seguirá en pie y con ella nuestro derecho a ser libres y expresar esta libertad antes vosotros que os creéis tan incontestables.
- Lo que te pasa es que eres tonto creyéndote un héroe sin serlo. Nadie va a decir nunca nada de ti ni tu postura servirá para nada. Fíjate que cosa más absurda: creerte un héroe en estas sierras, reivindicando libertad y derechos para los otros serranos amigos tuyos. Lo que nunca se ha visto.
A estas palabras el joven serrano una vez más guardó silencio al tiempo que en su interior se dejaba comer por la rabia. Pero una mañana de aquellas, salió de su casa, en la parte baja de los montes y con su mochila a cuestas, atravesó las veredas. Volcó a la solana y cundo llegó a la sombra espesa del bosque que tanto amaba, se sentó por allí y en su corazón estaba él dando gracias al Altísimo por aquella creación tan bonita que había puesto sobre la tierra, cuando por detrás se acercó un amigo de la aldea.
- Hay que ver cómo son los de la raza humana, mira que empeñarse en machacarte.
- Algunos de los de la raza humana se construyen dioses a sus medidas, se los apropian y más allá de su puro yo, no admite ni aceptan la presencia de un Dios universal donde todo y todos estamos contenidos. No admiten que haya otros con pensamientos distintos a los suyos ni tampoco que fuera de ellos, exista otro matiz de la gran Verdad. ¡Hay que ver cómo son!
- ¿Y qué es lo que te trae por aquí esta mañana?
- Quiero subir a la cumbre a irme luego por aquellos barrancos tan bonitos y tan llenos de aguas limpias, porque necesito darme un baño de paz. Porque hay que ver qué mundo ese tan fabuloso.
- Eso es lo que te iba a decir: ¡Mira que son bonitos aquellos barrancos lejanos tan repletos de cascadas arropadas de aquellas sombras tan dulces! Mira que hay allí silencios y charcos llenos de magia. ¿Quieres que te acompañe?
- Lo deseo profundamente porque si aquellos rincones son bellos, compartidos con un amigo como tú, el gozo que siente el alma, es mucho más deleite divino.
- Pues cuando quieras nos vamos.
Y te dijeron que el joven subió con su amigo y al pasar por la aldea, se fueron por el trozo de la mejor tierra del rincón. Aunque allí ellos tenían construida su casa, los pedazos de corazón que de niño, el joven, había dejado junto al chorrillo, seguían vivo. Por eso, a pesar de verlos sentados por encima, se acercó al manantial. Lo miró despacio y después de comprobar que lo habían transformado, se agachó y llenando sus manos de agua, bebió. Se alzó luego para seguir y al mirar, los vio allí mismo.
- ¿Es que nos desafías?
Le dijeron.
- Simplemente deseaba beber un sorbo del agua limpia del chorrillo que conozco desde que nací.
- Pero no es tan simplemente porque fíjate que has venido a meter tu mano sucia en la misma poza en que brota el agua que nos pertenece. Y los has hecho a propósito: para contagiarnos y decirnos que aunque te lo hemos prohibido, no te importa.
- De verdad que en mi interior no tenía yo esa intención.
- Tú tenías esa intención y esto que acabas de hacer es como un desafío. Lo vamos a tener en cuenta. Márchate y no lo olvides.
En compañía del amigo, el joven siguió subiendo por la cuesta ahora lleno de tristeza su corazón por aquel tan duro desprecio humano.
- Tú no sufras tanto. A pesar de todo ellos nunca podrán quitarnos ni la luz con tonos de topacio de este camino que recorremos ni las fragancias de la hierba que desde el campo nos llega. Ya verás como nos llenamos de puro felicidad en cuanto lleguemos a la cumbre y penetremos por entre las sombras sedosas del barranco de nuestros sueños. Ellos se empeñan en recordarnos que la creación es muerte y desolación mientras que Dios no deja de mostrarnos que es todo lo contrario: desnudez libre llena de sencillas emociones y empedrada de transparencias gozosas. Tal armoniosa inocencia, nos grita amorosamente la eternidad del sueño que en el corazón llevamos. ¿No sientes como nos susurra el viento la alegría de la mañana? ¿No sientes como mana de nuestras almas el agua de tan culminante eternidad? Esto, aunque ellos no lo quieran, es el supremo sentimiento de la vida verdadera.
EL SUEÑO DE LA NIÑA
- Fíjate, a propósito de lo que decíamos antes de lo divertida y emocionante que puede ser la naturaleza, yo tengo una amiga que el otro día me decía lo siguiente: me decía que cuando uno se acuesta por las noches la mejor forma de dormir profunda y placenteramente, es relajarse. Es decir, en cuanto te metes en la cama, desconectas tu mente de todo. Y al mismo tiempo dejas también relajado tus brazos, tus piernas y tu cuerpo entero. Como si a partir de ese momento el mundo y la realidad de él, se terminara para ti. Esto es lo que me decía y para que me convenciera me animó a que hiciera una prueba. AVerás tú como enseguida entras a forma parte de la gran vibración del universo y te siente profundamente bien”.
Pues le hice caso y fue verdad. La otra noche tardé en quedarme dormida diez segundos y de un sólo tirón dormir toda la noche. Cuando me desperté por la mañana realmente me encontraba tan bien y tenía un regusto tan dulce en el alma, que no me lo podía creer. ¿Sabes por qué?
- ¿Por qué?
- Es que tuve un sueño precioso.
-¿Y cual fue ese sueño?
- Pues soñé que iba andando por un lugar de estas sierras. Había una tenue senda y a la izquierda una ladera también pequeña. Me encontré con el pastor y al preguntarle, éste me dijo que en esa ladera, entre la tierra, se encontraban las piedras más bonitas del mundo.
- ¿Qué piedras son?
Le pregunté.
- Parecen cristal de roca en forma de puntas de cuarzo pero son mucho más bonitas.
- Pues voy yo a buscar a ver si me encuentro algo.
Le dije y me fui por la ladera.
Junto a unos pinos y donde está la torrentera del enano arroyo, me puse a excavar y enseguida apareció como un filón de rocas semejante al cristal de cuarzo por lo limpias y transparentes. Pero su forma no se parecía a las puntas de cuarzo sino a la de los chuzos. Como son las estalactitas, así eran estos trozos de roca. Me llenó de gozo verlas y como realmente eran tan bonitas y transparentes, empecé a coger todas las que podía. Era muy fácil arrancarlas. Sólo tenía que cogerlas por la punta más gruesa y tirar de ellas porque se presentaban como acostadas ladera arriba.
- ¿Qué pensabas hacer con tantos chuzos de esas piedras transparentes?
- Mientras las cogía me decía a mí misma que se las iba a regalar a todo el mundo para que cada uno tuviera una piedra de aquellas tan bonitas. Luego me decía que tendría que volver otra vez a este lugar para coger más piedras de estas tan cristalinas y seguir regalando a muchas más personas. Y hasta me preguntaba que cómo era posible que estas auténticas joyas, no las hubieran descubierto otros antes si estaban allí, en medio del campo y en una ladera de cualquier monte de estas sierras.
Cuando desperté hasta me seguía diciendo que junto a mí, tenía un montón de estas piedras tan bellas y por eso me levanté con tan dulce sensación de gozo. Se lo comenté a mi amiga y entonces ella me dijo que el haber soñado con aquellas piedras era lo mejor que me podía ocurrir.
- ¿Por qué?
- Ese sueño es como la proyección de tu propio interior. Tu espíritu se encuentra sano, transparente, lleno de entusiasmo y bañado de paz. Pero sobre todo, transparente. Lo más importante de ese sueño tuyo es la transparencia.
Y eso era verdad: la transparencia de aquellas piedras que vi en mi sueño, era lo que más me subyugaba. ¿Tiene esa transparencia algo que ver con la luz y limpieza de los paisajes y aires de estas sierras nuestras?
EL VALLE DEL RÍO
Hay una senda que asoma por la cumbre y baja por la ladera buscando el río. Una senda que ya es muy pobre porque hace tiempo que dejó de ser usada por aquellos serranos. Cuando esta senda, hoy estrecha, muy rota y llena de monte, llega al barranco, por entre las tierras se queda o se va suavemente en varias direcciones. Pero antes de caer al río, el último tramo al final antes de tocar las tierras llanas del valle, es tremendo. El trozo de ladera que por aquí existe es muy pronunciado y por eso la senda tiene mucha dificultad para recorrerlo. Traza cerradas curvas en forma de zigzags, subiendo o bajando mientras se inclina peligrosamente conforme se acerca al valle. Un juego bellísimo al tiempo que peligroso para cualquiera que por la senda suba o baje.
Pues una limpia mañana de primavera, con su amigo, el joven coronó la cumbre. Se pusieron en el mismo rellano que la senda tiene cuando aquí en lo alto empieza a bajar y durante un rato estuvieron gozando de las profundidades misteriosas que a lo lejos tiene el barranco.
- ¿Y dónde dices tú que estuvieron las huertas?
Le preguntó a su amigo.
- Ahí mismo, donde la senda cae a las tierras llanas de la orilla del río. Esas llanuras en aquellos tiempos fueron las mejores huelgas de estas sierras. Lo que pasó tú lo sabes.
- ¿Y por qué repites tanto que el rincón fue un paraíso?
- Porque eso es cierto. Aquella llanura empedrada de rocas rodadas desde las laderas, repleta de encinas milenarias y junto a ellas los fresnos, surcada de manantiales puros, recogida junto a la curva del río y arropada por tantas sombras suaves, era un puro edén. Yo digo esto porque lo vi con mis ojos muchas veces.
- Y claro, la senda que desde aquí baja, surca la ladera, recorre la llanura y luego se pierde río adelante, también era algo mágico.
- Ya lo notarás ahora cuando la recorramos. Era como las venas que llevaban y traían la sabia a este rincón. Todavía me acuerdo del miedo que me entraba cada vez que pasaba por las curvas que surcan la última torrentera antes de la llanura.
- ¿Qué le pasaba a esas curvas?
- Que como estaban tan inclinadas, siempre tenía que agarrarme al monte para no caer y salir rodando. Y cuando por un descuido a pesar de todo tropezaba, siempre bajaba deslizándome como por un tobogán y ya no paraba hasta caer en la suavidad de las tierras llanas. ¡Qué bello era aquello y cuánto gozo dejaba en el alma! Pero es que no te engaño: las curvas de la senda, cuando pasa por ese trozo de ladera, es de lo más emocionante.
Y después de este repaso, aquella bonita mañana de primavera, el joven y el amigo se pusieron a bajar. Cruzaron el primer tramo por donde la senda desciende sin monte. Llegaron a la curva donde ya el monte crecía espeso y en cuanto avanzaron unos metros, comenzó la pendiente, apareció la espesura, las rocas y la senda rota.
- Esto es lo que esperaba. Ha pasado tanto tiempo, que por un lado las tormentas y por otro lado los pinos y la falta de serranos, han llevado el camino a su muerte. Pero si tú hubieras visto la estrechez que tenía cuando por aquí pasaba. Si tú hubieras visto lo recogida que se quedaba al doblarse en la curva y la de piedras sueltas que por ella rodaban. Ya te decía que con el alma en vilo y con todo el cuidado, teníamos que ir siempre y ahora, fíjate: todo es monte, tierra que rueda ladera abajo empujada por las lluvias y lo poco que se ve, ni siquiera parece camino. Los serranos no tenían que haberse ido nunca de aquí.
No respondió el joven a las palabras de su amigo porque la realidad que anunciaba, sabía a dolor y por eso no quería removerla. Siguieron bajando y en cuanto pisaron las tierras llanas, el alma se le llenó de un gozo dulce al tiempo que amargo y hasta algo triste.
- Los manzanos crecían por aquí, por aquellas rocas del lado de arriba los perales y ahí mismo, las verdes parras que tantas uvas daban. En estas tierras teníamos las huertas de los tomates y allí crecían los melones y la hierba buena. Un vergel era esta llanura y un paraíso en pequeño por donde íbamos y veníamos con nuestras cosas y la alegría que estas cosas deban.
- ¿Y la fuente?
- La fuente manaba pegado al arroyo y por debajo de las rocas grandes.
-¿Fue tan fabulosa como dicen?
- La fuente fue el manantial de vida de los serranos y la sangre por donde a ellos les llegaba la fuerza. Regaba las huertas, daba de beber a sus animales, llenaba el arroyo y todavía le quedaba agua para colmar los charcos del arroyo y luego los del río. La fuente estaba aquí mismo y ya no está.
Parados se quedan frente a las grandes rocas arropadas por las sombras de los fresnos y miran despacio. Donde manaba la fuente ahora se alza una obra moderna y por donde corría el agua buscando el río, baja la carretera tapizada de asfalto negro.
- Pues la fuente estaba aquí y ya te digo: sólo verla brotar con aquella cantidad de agua limpia y siempre tan fresquita, transmitía vida. Y luego, si junto a estas piedras te sentabas, frente a esos cerros oscuros que al fondo se ven, si mirabas despacio, ahí se te quedaba el alma enredada entre el vaho del monte y las briznas de niebla que al amanecer subían por los valles.
- ¿Qué tenían esos cerros para ser tanto como dices?
- ¿No lo está notando ya?
- Lo que yo estoy sintiendo es como si entre la oscuridad y lejanía de esos cerros, tapizados de tanto monte, estuvieran escondidos los secretos más grandes del universo. Como si por ahí estuvieran condensadas todas las sendas, todos los arroyos, todos los días de lluvia y primaveras floridas y todos los misterios dulces que tanto, a veces, se intuyen y no se ven. Esto es lo que me parece sentir según estoy observando la oscuridad verde de esos cerros en la lejanía pero la duda me crece porque, allá en lo hondo, por donde el río se pierde y las brumas borran ya el horizonte ¿qué otros misterios se laten?
- Aquello son misterios tan grandes que nunca nadie ha llegado a descubrirlos. Siempre nos pasaba como a ti ahora: mirándolos nos quedábamos las horas muertas y soñando nos dejábamos abrazar por el embrujo de tan lejanos barrancos. Lo que ahí existe, nadie lo sabe pero debe ser algo tan dulce, tan excelso y maravilloso, que fíjate: sólo con mirarlos desde aquí, la realidad de cuanto nos rodea, se transforma.
- ¿Y la senda?
- La senda algo moría por esta llanura, otro algo se iba perdiendo por entre la espesura del monte que nos queda al frente y dicen, que yo no lo sé porque nunca la recorrí, que otro algo se iba río abajo y por entre esas profundidades de infinitos condensados, se perdía para siempre.
- ¿Y el barranco que baja por la derecha?
- Ese era como el mundo grande donde las fuentes manaban a puñados, los acantilados de las rocas caían formando hondonadas y allí, en lo profundo, se extendían las praderas arropadas por bosques verdes. Eran olas de luz, los rayos del sol por allí danzando y las florecillas meciéndose al viento, revoloteos de pajarillos policromos. Qué hermosas por allí las mañanas claras, traspasadas de azul y sostenidas siempre por el cascabeleo de las infinitas gotas de las cascadas cayendo. Qué mundo el de ese barranco y qué días aquellos cargados de tan densos silencios.
Y aquella limpia mañana de primavera, el joven y su amigo, siguieron andando por la senda que surca la llanura sin saber, ni siquiera a dónde iban ni qué buscaban. En el fondo, era como si sólo quisieran recorrer el misterio de aquel trozo de sierra para ellos tan concreto y particular. Como si sólo quisieran dejar que las emociones les empapara el espíritu porque necesitaban comprobar que aunque las tierras sí estaban allí y hasta parecían emanar de ellas, las mismas gozosas realidades de los tiempos pasados, todo estaba dolorosamente transformado. Una transformación que ellos captaban con sus ojos pero de la cual no querían hablar porque les parecía más gozosa la otra verdad: la que habían palpado en otros tiempos y ahora nunca se le moría en el recuerdo. El valle de sus gozos, el que era como el sostén real de sus propias vidas, estaba allí, ya roto y cambiado por los que habían llegado de fuera pero en el fondo, el mismo para ellos y gritando los mismos sonoros ecos eternos.
EL BARRANCO DE LA SENDA DE LAS HIGUERAS
El barranco por donde sube la senda de las higueras, desde que los serranos se marcharon de él, parece como si se hubiese llenado de mucha más vida que antes. Y el barranco por donde crecían las higueras y subía la senda se parece mucho a éste que ahora mismo tengo a mis pies, por la parte que mira al norte que es por donde bajan los arroyos y allá en lo hondo adivino el Pantano de Aguascebas. Es casi el mismo barranco aunque son distintos y por eso ahora acude a mi mente el recuerdo del joven cuando aquel día del turista.
Venía de la ciudad, era ya algo mayor y como toda su familia era gente de dinero, se presentó por aquí y le dijo al joven:
- Quiero que me lleves al barranco donde dicen siempre hay pastando buenas mandas de cabras monteses.
- Señor, yo conozco el rincón pero lo que pasa es que desde hace algún tiempo por ahí ya no pastan cabras.
- De todos modos, tú llévame que ya verás como hay monteses.
Aquella mañana el joven se puso en camino en dirección al barranco oscuro que se parece al de las higueras. Subieron la cuesta pronunciada y coronaron la cumbre que también se parece a la cumbre de los Palancares, en la Sierra de las Villas.
- Asómese usted por aquí, señor y ya verá.
Le dijo el joven al turista al tiempo que le animaba para que se asomara al lado norte por donde el barranco es casi lo mismo que este que ahora mismo tengo a mis pies. El turista le hizo caso y al asomarse al valle vio que por allí no había cabras.
- Sin embargo, toda esta ladera fue siempre un puro rebaño. Uno se asomaba por aquí y ahí mismo las veía llenando el monte, desde la cumbre hasta lo hondo del barranco. Era una gloria ver tantas cabras en medio de aquel silencio, la soledad y la profunda y misteriosa oscuridad según el monte se pierde por lo hondo.
- ¿Y por qué ya no están?
- Empezaron a venir muchos señores a cazar con sus buenos rifles y los animales, los que quedaron con vida, se tuvieron que ir.
- Pero lo que a mí me han dicho es que fuisteis vosotros, los pastores de estas sierras, los que con vuestras ovejas lograsteis que las monteses huyeran. Ya estoy viendo que allá en lo hondo pastan las tuyas.
- Ese hato que usted ve allá abajo, han llegado después y ni siquiera son cien ovejas.
- Seguro que las cabras se han ido por ellas y se han metido porque aquel otro barranco que baja de las cumbres de aquel lado. Vámonos por allí a ver si las vemos.
- Señor, que por aquel lado tampoco hay monteses.
- Te he traído conmigo no para que me pongas dificultades sino para que me ayudes y me lleves a donde a mí me apetezca.
Y como el joven, al igual que casi toda la gente serrana, notaba que en el fondo tenía que someterse al turista porque era persona rica, en contra de lo que sentía en su interior, se dispuso a bajar barranco adelante para conducir al turista hasta las hondonadas de las otras cumbres lejanas.
- Huyendo de tus ovejas, seguro que las cabras se han subido por aquel lado. Allí las vamos a encontrar pastando tranquilamente.
- Pero ya le he dicho, señor, que no hay cabras. Por aquellas tierras tampoco nunca hubo monteses.
- ¿Por qué tampoco nunca hubo cabras por allí?
- Se ve que a los animales no les gusta aquellos sitios y, además, como las tierras están llenas de sembrados, se ve que por una cosa y otra, los animales ya están resabiadas de los rifles y se han marchado.
- Eso es lo que pasa, que vosotros no las dejáis en paz y de ahí que poco a poco vayan desapareciendo de estas sierras. ¡Con lo que dicen que este barranco era en aquellos tiempos! Y ahora va uno andando por aquí, mal guiado por ti que no haces nada más que ponerme dificultades y hasta se siente la desolación.
- Señor, si este barranco no tiene ninguna desolación sino más bien todo lo contrario: se asoma uno a las cumbres de estos cerros y parece que aquí a los pies, entre el silencio y la soledad de los arroyos, se amontona todo un mundo rebosante de misterios y preñado de vida. Si yo siempre que vengo por aquí, en cuanto corono estos picos que le llaman Palancares, me quedo helado ante la visión de las laderas que se derraman hacia los barrancos oscuros.
- ¿Pero qué me dices de esas cuatro ovejas, ese cortijillo y aquel sembrado?
- Tanto una cosa como la otra parece como si fueran trozos de este mismo barranco. Es decir, que si los quitamos de aquí es cuando el barranco tendría aspecto de desolación.
- En fin, vamos a dejarlo y ya diré yo a todo el mundo y a quien corresponda, que tú hoy lo único que has hecho ha sido fastidiarme.
EL ESCRITO
‑ ¿Qué pasó con el cortijo?
‑ Que lo tiraron como esta casa, aquel cortijo, el otro y el otro.
‑ Pero el del Molinillo sigue en pie.
‑ Porque cuando vinieron a por él, estaba lleno de ovejas y no se atrevieron; volvieron otra vez y otra y siempre lo encontraron con el rebaño dentro y aunque querían, los animales les frenaba y así parece que se ha salvado, por ahora y hasta hoy.
‑ ¿Y el desalojo?
‑ Fue muy simple: desde la casa forestal del Puntal de Ana María una mañana bajó el guarda. Llegó al cortijo, saludó a mi padre y le entregó el escrito.
‑ ¿Qué es esto?
‑ Un recado de parte del ingeniero.
Como mi padre no sabía leer le pidió al guarda que lo abriera y se lo leyera. Rasgó el sobre, estiró el papel y leyó: "Según lo acordado en el consejo y por orden gubernamental, estas tierras y el cortijo quedan expropiadas, pasando a ser patrimonio del estado. Se le concede una semana para que abandone la vivienda y las tierras llevándose consigo todos sus enseres y animales propios".
El guarda dobla el papel y se lo da a mi padre.
‑ ¿Qué es lo que pasa?
‑ Según he oído, que aunque durante mucho tiempo vosotros lo habéis hecho bien, ahora empieza una nueva etapa con un nuevo empuje para estos montes y creen que lo mejor es la renovación total. Hay que empezar por cambiar a las personas; tenéis que iros todos para que venga gente nueva, otro equipo. Su gente que estaremos a su servicio para llevar adelante, con garantía de éxito, la nueva planificación sobre los montes. Si os quedáis vosotros, dicen que seréis conflictivos, que impediréis el buen desarrollo del nuevo proyecto. Esto es lo que sé y he oído.
Dos o tres días tardamos en abandonar el cortijo y lo que más nos dolió, que nos dolió todo porque es duro arrancarse de donde uno tiene sus raíces, era saber que nos echaban porque venían otros. Algo así como en el evangelio: teníamos que morir para que otros vivieran. Ni siquiera uno podíamos quedar no sea que fuéramos a contagiar a los que llegaban de fuera. Y lo que pasa es que uno tiene su corazón y como hay injusticias en la vida que duelen mucho, enseguida lo tomamos con los nuevos que nos suplantaron. Los visibles eran los guardas porque los otros no aparecían por allí para nada.
Así que nos fuimos y desde la añoranza de este rincón y las tierras, no podíamos creernos que fuera verdad lo sucedido. Hasta despierto nos parecía sueño pero despertamos del todo cuando, unos cuantos días después de haber dejado el cortijo, apareció otra vez el guarda. Venía con un mulo que traía cargado de cosas y nos entregó otro escrito. De nuevo lo leyó y decía esto: >Os envío los objetos que os habéis dejado aquí. Esta es la relación: una piel de oveja, varias latas vacías, botellas, un cubo, zapatos de esparto, un hacha, trozos de alambre y otras menudencias que a nosotros no nos sirven pero sí ensucian y contaminan el cortijo y las tierras que le rodean=.
Algunos días más tarde lo dinamitaron y aunque no pudimos comprender nunca por qué fueron tan crueles con seres como nosotros, el tiempo siguió adelante. Han pasado los años y todo se ha transformado sin saber todavía si para mejor o peor, cosa que ya no importa aunque el recuerdo sigue ahí.
EL SERBAL
La casa es una de la más bonita de la aldea conocida por la zona como la de Los Teatinos. Fue una cortijada en otros tiempos pero hoy es ya una pequeña aldea llena de encanto junto al borde del arroyo y donde se derraman las laderas del pico Almorchón. “La casa de las gemelas". La llaman los vecinos porque aquí es donde viven las dos hermanas gemelas. Los padres y ellas dos que sólo hay cuatro miembros en la familia.
La casa, que se alza según se entra en la aldea, a la izquierda y luego casi al final de la que podría ser la calle principal, está construida mirando al macizo del Almorchón. Es alargada, blanca, nueva y en la entrada tiene como un balcón; una terraza llena de flores y al caer la tarde, en los días de calor, es el mejor sitio para sentarse al fresco. Además, como mira un poco al norte, en cuanto el sol desciende hacia el horizonte del Banderillas, la misma casa hace sombra. Arropa con su sombra toda la terraza-balcón de la entrada. Y si te sientas aquí, con el monte enfrente, las otras casas de la aldea algo más abajo, la sombra de la tarde, el viento fresco y el azul del cielo más bello del mundo, desde luego que te parece un sueño. Porque es este un rincón lleno de hermosura, el más tranquilo y apacible de la aldea desde donde se ve todo. Hasta el serbal que hay en la ladera de enfrente.
Resulta que este verano, al caer la tarde llegamos nosotros y lo primero de todo fue sentarnos en la terraza y como desde el balcón, ya he dicho que se ve tanto campo y tanto mundo, no sé cómo, uno de los tíos de las gemelas nos dijo:
‑ ¿Ves el árbol que hay allí?
Señalaba a la ladera al otro lado del arroyo. Y sí, en un trozo de terreno que no tiene monte, se veía un gran árbol verde. Tan verde que enseguida pregunté:
‑ ¿Es una noguera?
Por esto de que las nogueras son tantas o más que gente por estas sierras. Allí donde vive una persona o familia, por donde ha pasado un serrano, crece una noguera.
‑ Es un serbal.
A mi compañero le extrañó tal nombre.
‑ ¿Qué es un serbal?
‑ ¿No sabes lo que es ese árbol?
‑ Es la primera vez que lo oigo.
Y entonces, enseguida me dije que allí pasaba algo raro. Si mi compañero, que toda la vida ha estado metido entre libros, desconocía y no le sonaba el nombre de Serbal, era seguro que esta ignorancia tenía que darse en mucha más gente. Sobre todo en esa gente que se pasa la vida en los pueblos, en las ciudades, entre los libros, que es cultura pero que anda desconectada de la realidad del campo, de los bosques y de las montañas. Por eso, para este compañero mío y otros muchos, digo yo aquí que el serbal es una especie de peral silvestre cuyo tronco crece recto y largo y sus ramas tiran a lo alto; sus hojas son parecidas a las del fresno, aunque algo más estrechas y recortadas alrededor. Las frutas son asperísimas hasta tal punto que no se pueden comer sino modorras, cuando ya están pasadas y son como peritas de unos 2 cm. de longitud, verde grisáceo, amarillento o pardusco. La misma calidad tienen los nísperos que se han de guardar después de cortarse y dejarlos que maduren en paja.
La corteza del serbal, es áspera y blanquecina, con raíz gruesa y que profundiza mucho. Tiene flores blancas y los frutos los da en forma de racimos. La fruta es sumamente áspera al gusto hasta que se suavizan mucho tiempo después de cortadas del árbol. Son así mismos muy astringentes. Si antes de madurar, cuando se muestra amarillo, se corta en tajaditas y se comen después de bien secas al sol, restriñe el vientre; su harina y su cocimiento hacen el mismo efecto.
El serbal florece en mayo o ya entrado junio en las tierras altas y frías; los frutos no maduran hasta septiembre y son muy apetecidos de las aves. Los cazadores de pájaros usaban de ellos como cebo para atraerlos. Algunos montañeses lo llaman el perulo. En árabe andalusí se llama el fruto del oso.
Así que sintiendo que ya me he pasado de tantas cosas como he dejado escritas sobre este árbol, para mi amigo y otros, les digo que jamás nunca se asombre de las cosas de estas sierras. Es un mundo tan denso, tan profundo, tan lleno de maravillas y tan repleto de la presencia del Creador, que aunque hay que asombrarse, es mejor maravillarse. Es mejor dar gracias y llenarse de gozo porque ya ves tú, hasta desde este balcón de la casa de las gemelas en la aldea de Los Teatinos, se descubre algo nuevo. Un árbol silvestre que se llama serbal, que crece ahí mismo y aunque parece nada, es una joya, una maravilla viviente como tantas otras.
Y lo que después de aquel día ha pasado, es que ahora cada año, cuando maduran las peras silvestres del serbal, la madre de las gemas, nos regala un puñado.
- Esto para que no olvidéis nunca mi árbol.
Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueña, dan siempre de lo que tienen y así de este modo avanzan dejando amigos al tiempo que se construyen un nido junto al Padre y Bueno. Las cosas de estas sierras son así y los serranos igual de grandes.
MERIENDA SERRANA
Un buen experto en las cosas de este parque, conocido por mí desde hace algún tiempo, me decía el otro día:
‑ Posiblemente el roble más viejo de España, bueno, quejigo porque tú sabes que lo que abunda en estas sierras son los quejigos, que los lugareños llaman robles, lo encontramos nosotros el otro día.
Y como al oír tal noticia me pica la curiosidad, le pregunto:
‑ ¿En qué sitio?
‑ El quejigo lo descubrimos en un barranco de estas sierras completamente rodeado de jóvenes pinos salgareños de repoblación no dejando éstos pasar los rayos del sol e impidiendo, por falta de luz, que su copa se extienda. La presencia de este gigante ejemplar y la proximidad a él de otros robles viejos, nos puede hacer pensar que su existencia en este barranco es anterior a los pinos. Y en consecuencia, el bosque clímax sería un quejigal supra mediterráneo, acompañado de un sotobosque típico. Aún podemos observar ejemplares jóvenes de quejigos, lo que nos indica que la dinámica del bosque está todavía presente.
Pero todo este proceso se ve, de alguna forma, frenado por la repoblación de pinos salgareños que se ha efectuado en la zona que, al ser más rápidos en su crecimiento, impiden el paso de la luz necesaria a los quejigos, colapsando el crecimiento de éstos. El guarda al que me refería antes es el jefe de la Comarca que entresacó los pinos que rodeaban y asfixiaban al mencionado quejigo, dejando de esta forma el barranco libre para el desarrollo no sólo de este gigante, sino de otros muchos quejigos que nos dan fe de lo que fue un quejigal antes de que los hombres los destruyéramos en nuestro afán guerrero y naval.
Como es natural, me abstengo de comentar el lugar e incluso el diámetro de esta joya de la naturaleza para evitar ese afán de descubrimiento y aventura turística. Ya tenemos aprendida la lección con nuestro tejo milenario que como el que, visita un fenómeno de circo, van a verlo ensuciando su entorno con basura y no conforme con esto, con los machetes y navajas graban sus nombres en el tronco del tejo. Ese tronco que ha visto pasar más de 2000 años ennoblecido y ahora ve como una serie de irresponsables esculpen sus nombres en él. Por eso pienso que este quejigo debe seguir en el anonimato con la seguridad de que nos los agradecerá.
Y a este amigo mío le dije yo que me gustaría saber, sólo para mí, dónde se encuentra este gran quejigo. Me respondió que no me lo diría y menos aún me llevaría al sitio donde crece aunque creo que tengo una idea de donde se encuentra ese rincón y el roble. A lo largo de tantos años recorriendo estas sierras ya he ido aprendiendo bastantes cosas y ahora sé, por dónde crecen los mejores pinos de todo el parque, los majestuosos por excelencia, sé dónde se dan los mejores robledales, los mejores encinares, los más viejos madroñales, los enebros más gruesos y sé por donde se mecen los mejores brezales de la sierra entera. Sobre todo, tengo bien metido en mi mente la figura no de uno sino de muchos gigantes quejigos que a lo largo y ancho de todas estas sierras he ido viendo un día y otro. Yo sé por donde crecen, hacia donde se inclinan y cómo son ellos de grandes. Y para mí, unos y otros son como el eslabón vivo y resplandeciente de hermosura, que siguen uniendo el pasado con el presente de estas sierras. Como los testigos inmutables, que sabe Dios por que suerte, han logrado sobrevivir hasta nuestros días. Aunque es verdad que éste de mi amigo, probablemente no lo haya visto todavía.
‑ Pero en fin, si tú quieres gozar de robles grandes, vente hoy conmigo y verás.
Le dije que sí y sin más emprendimos la ruta por la solana de Coto Ríos. La solana en el sentido más amplio porque mi amigo me hizo recorrer medio mundo. Toda la solana que es algo más que ese trozo de Coto ríos. El se conoce bien la tierra y por eso en medio día habíamos visto casi un centenar de estos viejos y gigantes quijigos‑robles. Cayendo la tarde nos sentamos bajo las ramas de uno de los más voluminosos que tiene su tronco podrido y nudos llenos de agujeros por todos sitios.
‑ Aunque lo ves y te crees que no posee vida no es así; fíjate y verás.
Enseguida veo a un pequeño pajarillo que sube por el tronco. Luego vienen unos cuantos más y todos juntos se ponen a buscar gusanos por entre las viejas cortezas. Al rato se para en las ramas una bandada de arrendajos y varios cuervos picotean por el suelo. Veo también a dos o tres lagartijas, un lagarto y una culebra.
‑ Es una barbaridad.
‑ El quejigo‑roble es el árbol que más cantidad de vida cobija en todo el bosque. ¿Te convences?
Le digo que sí porque lo estoy viendo y como ya está cayendo la tarde nos ponemos en marcha para regresar. Mientras bajamos me empieza a contar algo que no llego a creer del todo.
‑ Pues te va a pasar como lo del roble.
‑ Pero es que eso es un proyecto casi de fantasía.
Llegamos a la carretera y conforme vamos subiendo hacia donde tiene el coche me dice:
‑ Mira, a un lado y otro de esta carretera, desde la Torre del Vinagre hasta Coto Ríos, irán los puestos. Aquí, uno donde sólo se venderán nueces de la sierra. Allí otro con tomates de las huertas de estas sierras. Aquí el de las bellotas, el de las manzanas, las peras, las uvas, los higos, las nueces. Sólo frutas, tomates, pimientos y demás hortalizas pero todo bueno y exclusivamente producidos en los huertos de los serranos, regados y abonados con las aguas y los fertilizantes de los rebaños de estos montes. ¿Te lo imaginas?
‑ Casi, casi pero tengo que verlo.
‑ ¿Es que no lo crees posible?
‑ Podría ser maravilloso porque ello sería un gran paso en la dirección correcta de conservación y potenciación de las cosas y valores buenos de estas sierras.
‑ ¿Te lo imaginas? Todos productos con denominación de origen y no una denominación cualquiera sino la de la Sierra de Segura y Cazorla. ¿Te lo imaginas? Porque de lo que se trata es de montar aquí unos cuantos quioscos donde sólo se vendan este tipo de productos.
A la entrada por la zona de Coto Ríos y por la parte de la Torre del Vinagre, pondremos grandes letreros para anunciarlo a los turistas. Que sepan que aquí en la sierra hay algo original y único que no se da ni pueden comprar en ninguna otra parte del mundo. Tres días por semana todos vendrán a estos puestos, al caer la tarde, a comprar productos serranos para merendar. En ningún otro sitio ni pueblos de este Parque nadie podrá comprar ni cerveza ni refrescos ni bocadillos ni dulces ni vino. A lo largo de estos tres día, dentro de las sierras de este Parque lo único que se venderá serán esos productos y nada más que en este lugar. ¿Te lo imaginas?
‑ Me cuesta imaginármelo.
‑ Pues lo vamos a lograr. Desde ahora mismo, al caer la tarde, ya estoy viendo toda esta carretera llena de gente, merendando, junto a estos puestos, los mejores frutos y hortalizas de la tierra. Se prohibirá, además, los otros letreros que existen en el valle anunciando hoteles, campings, restaurantes y demás y hasta los mismos hoteles cerrarán para darle, a todo este eje del Guadalquivir, un aire por completo nuevo, limpio y más natural; como siempre fue en estas sierras. Nada más que quioscos llenos de frutas y zumos serranos para la felicidad de los turistas y el bien de la gente de los pueblos y cortijos serranos. Tú no te lo crees pero ya verás como lo vamos a conseguir y, además, por nosotros mismo: sin apoyo ni ayuda de los organismos oficiales.
AL DIA SIGUIENTE YA ERA NAVIDAD
Todos los días del año y durante muchos años la ladera es la misma. Pero hay días en el año que el paisaje de la ladera no parece el mismo. Por un lado se llena de una vida especial y por otro lado, desde el valle por donde corre el río hasta lo más alto de la cumbre, todo se cubre como de un halo que parece surgir de un sueño lleno de paz y misterio. Por la ladera, más arriba y más abajo, diseminadas se alzan las aldeas y entre unas y otras relucen multitud de cortijillos.
Todo tiene hoy una palpitante realidad: se trata de las aldeas, tan numerosas, tan distantes, tan abandonadas. Al penetrar y detenerse un poco en ellas se ve todo un cúmulo de grandes problemas. Una gran población serrana vive en estas aldeas de la sierra alta. No hay nada más que ver el censo de Santiago de la Espada para observar que el porcentaje mayor de sus vecinos se encuentran diseminados en los pequeños núcleos rurales. Muchos de ellos sin luz, sin agua, sin teléfono, sin servicios mínimos y elementales. En casi todas ellas sólo ven a los políticos cuando van a la caza y captura del voto. En otras, como ocurre en algunas de Segura de la Sierra, el esfuerzo ha sido encomiable en estos últimos años; sin embargo, aún queda mucho por hacer.
Tras esa realidad late una subcultura de grandes quilates, con valores humanos de la mejor calidad, sin mancilla ni arruga de las que tanto se dan en las grandes urbes. La generosidad, el trato social, la honradez y otras cualidades siguen adornando a estos vecinos que todavía se llaman, unos a otros, hermanos y que se resisten a abandonar su terruño, aunque los más jóvenes ya lo han dejado o lo harán cualquier día de estos.
Mas yo hoy, desde este profundo respeto que siento por todos ellos y desde este gran cariño hacia las personas sencillas de este mundo maravilloso, una vez más me digo que esta ladera podría llamarse “La ladera de las aldeas”. Pero que para mi caso es simplemente la gran ladera que mira ha occidente, donde el bosque se amontona limpio y el viento lo peina continuamente.
Y como al día siguiente de aquella tarde que yo estuve por aquí ya era Navidad, por lo hondo, que es por donde va el río, las tierras se suavizan formando su llanura. Crece un gran bosque por toda la llanura y cuando está cayendo la tarde uno de los habitantes de la aldea anda por aquí. Cuando llega la Navidad todos los habitantes de las aldeas y los cortijillos, salen al campo, al bosque a buscar algo. Igual que la gente de la ciudad que también salen a buscar cosas por las tiendas y los supermercados pero con diferencia y matices muy grandes. El en campo no se compra nada. Todo se coge porque para estas personas de las aldeas, el campo es su mundo y como todo el año han vivido junto a él dándole su cariño y regándolo con el sudor, es justo que por estos días ellos vayan por el campo cogiendo algo.
El hombre de la llanura que pega al cauce de las aguas, corta leña seca de los árboles viejos, hace un gran haz y se lo echa a cuestas. Se viene ladera arriba siguiendo la senda que sube dando curvas y al poco, el viento empieza a soplar fuerte. Tiene problemas para seguir porque en el haz de leña se quiebra el viento y a cada esfuerzo ladera arriba el viento empuja otro tanto ladera abajo. Al coronar el collaillo la fuerza del viento es tan grande que los trozos y ramas del haz salen volando ladera abajo como si fueran leves plumas.
Está él intentando salvar alguna rama de su leña seca y pensando que a pesar de todo tiene que llevar a su casa algo para el fuego cuando, oye murmullo de personas.
‑ Te has quedado sin leña.
Le dicen los jóvenes al llegar a él.
‑ Y vosotros ¿A dónde vais?
‑ A la cueva de las rocas. Estamos preparando el nacimiento y tenemos que ensayar. Cuando terminemos, todos nos uniremos y llevaremos mucha leña a tu casa.
La cueva de las rocas está aquí cerca y es uno de los rincones más bellos de l ladera. Bueno, no está en la misma ladera, sino donde el arroyo pequeño se junta con el río y hay como unas playas de arena. En la cueva de las rocas todos los años se vive un nacimiento muy especial. Lo preparan los mismo jóvenes. Ensayan ellos solos, por su cuenta y aunque luego no les sale un nacimiento que se parezca a los otros nacimientos que por estos días se monta en el mundo, es un nacimiento realmente bello. Quizá el más bello de todos por esto de la cueva natural en medio de la ladera y el bosque también natural. No saben ellos muchas cosas pero dicen que eso de ensayar todas las tardes y estar unidos preparando tal acontecimiento, es bello.
‑ Pues luego si puedo voy a veros.
‑ Puedes venir pero también si quieres puedes subir a la montaña y traernos las piedras que necesitamos.
‑ De acuerdo.
Mira él a la montaña porque la tiene ahí mismo, frente y a dos pasos y ve que por ahí, otro de la aldea, anda buscando las piedras. La montaña, la cumbre de la montaña, hoy parece otra. Se ven por ahí las pequeñas mesas con su hierba verde, las puntiagudas rocas, unos jirones de niebla, porque nieve todavía no hay y la sensación de estar casi rozando el cielo. Como si la cumbre de la montaña estuviera ya casi perdida en el infinito más lejano. “¿Cómo voy a subir a la montaña con el viento que hace?” Se dice para sí.
Pero al día siguiente de esta tarde ya era Navidad y por eso ahora, la ladera, las aldeas, los cortijillos y hasta la cueva de las rocas, aparece toda llena de verde; un color verde que hoy precisamente tiene un tono mucho más nuevo, más puro y más bello. Son los paisajes de todos los días pero esta tarde no se parecen nada a los de todos los días.
*EL PEDAZO DE LA CUMBRE
El valle verde se extiende ya cerca del río grande. Más arriba se abre la llanura, un poco más arriba se recoge el recodo o recó de los arroyos y por lo alto es por donde se estira la puntiaguda cuerda rocosa con las repisas que trazan escalones. Al otro lado de esta cresta se abre el barranco de los enebros y por encima del todo, se ve la línea de la gran cumbre. Más arriba sólo existe el horizonte azulado del cielo, alguna nube blanca revoloteando por él y el viento frío acariciando las rocas grises. A grandes rasgos, este es el rincón que tanto me gusta, porque aunque no parece gran cosa, está repleto de llanuras bellas, cuajado de arroyos transparentes, tapizado de praderas húmedas, algún que otro lago misterios que nadie conoce, sombras suaves que parecen mares de paz y muchas cumbres donde los robles se doblan al paso del viento.
En el centro del valle verde, más cerca del río grande que de la cumbre del infinito, se alza el cortijo. Un pequeño y blanco edificio donde vivía la familia serrana rodeada de sus huertas, sus animales y sus hijos. Y aquella mañana, ya entrado el verano, ellos decidieron subir al pedazo de la cumbre. Un trocillo de tierra buena que entre los voladeros de las partes altas y los barrancos de la hondonada, ellos sembraban. Una sementera de poca cosa: trigo, centeno, en algunos casos y patatas cerca del manantial y algunos garbanzos. Poca cosa pero servía para ir tirando junto con las otras cuatro cosas que daban los animales y las huelgas que regaba el río.
- Pues mañana, al amanecer, nos ponemos en camino y subimos a los “Piazos”.
Dijo el hermano mayor a las dos hermanas menores.
- Mañana subimos y nos llevamos la comida, las cabeceras para dormir y algo para hacer fuego.
Contestaron las hermanas ya con la ilusión corriéndole por el alma, porque aquella no era la primera vez.
Desde hacía ya tiempo, ellos cada año subían a los piazos, primero para arreglar las tierras y sembrarlas después, para escardar cuando ya los sembrados estaban grandes y luego varías veces más cuando había que segar, trillar, recoger la paja y preparar el terreno para las nuevas cosechas. Y como las tierras buenas del piazo, cogían lejos del cortijo, cada vez que a ellos iban para realizar algunas de estas tareas, se preparaban para quedarse por allí varios días.
- No vamos a estar viniendo al cortijo para llegar aquí de noche y tener que madrugar para salir con el lucero del alba.
Es lo que siempre decían ellos. Y era porque el pedazo de tierra, caía bastante lejos. También las sendas estaban malas de andar y las cuestas eran muchas y complicadas.
Por estas razones y otras, se pusieron en camino y cuando aquella mañana apuntaba el sol por las cumbres del Banderillas, ya pisaban ellos las primeras tierras de la ladera del barranco de los fresnos.
- El que tanto te gusta a ti.
Le dijo el hermano a la más chica de las niñas.
- Es que es un barranco amigo.
- Eso ya lo sé desde hace tiempo pero lo que todavía no sé es por qué te parece tan bonito.
- Sólo con verlo me gusta. Lo que tiene, no sé explicarlo pero sí siento que es único y por eso lo quiero.
- ¿Quizá es el arroyo por lo escondido que se queda cuando pasa por entre los fresnos?
- Puede que sea eso y la corriente tan limpia siempre saltando por las piedras. Pero el caso es que cuando miro a esta ladera, también me gusta otro tanto.
- Pues lo de la ladera, ¿cómo no sea por esa forma de la pendiente?
- Esto te iba a preguntar ¿qué tiene esa pendiente?
- ¿Me lo preguntas por lo escondida que parece, con ese aspecto de seria y algo recogida en así misma?
- Es que sólo mirarla, el asombro te nubla el alma al tiempo que da miedo e inspira cariño. ¿Qué tiene ese trozo de ladera?
- Lo cierto es que si la miras desde aquí, es bonita. Si la miras cuando ya la estás pasando, además de bonita es graciosa y si la miras ya dejada atrás, te dices que esa ladera no es ni lo primero ni lo segundo. ¿A que te pasa eso?
- Tanto que alguna vez me he dicho que un día de los que venga por aquí y lleguemos hasta ese trozo, por no sé qué secreto o verdad, ahí nos vamos a quedar para siempre.
- No del todo pero un poco sí intuyo lo que pretendes decirme. Otro día vamos a seguir hablando porque ahora fíjate: ya estamos en la primera llanura. ¿Qué era lo que de este lugar querías decirme?
A este pregunta la hermana pequeña guardó silencio. Miró detenidamente las tierras que pisaban y al frente le sorprendió el bosque verde. Oscuro, con el color de la tarde plateada y silencioso como la cumbre que por encima le rodea. Al fondo se intuyen los arroyos limpios, a la derecha un poco más arriba, las fuentes manando y al otro lado, las sendas. Un ramillete de veredas que más parecían chorros de viento blancos escapados desde el infinito y rozando lentamente la tierra, se iban otra vez al infinito.
- ¿Y qué hay en aquel mundo?
Es lo que siempre preguntaba la pequeña.
- Te digo como con el arroyo: en aquel lado lo que quizá se esconda es un lago de fantasía, un mar de juego como los que a ti te gustan o quizá un río desbordado de flores blancas.
- ¿Y no sería posible que un día nos viniéramos por aquí, y sin prisa, nos pusiéramos a buscar por todos los rincones a ver si descubrimos por donde le mana a este rincón este tan gran latido de serenidad?
Tampoco el hermano respondió a estas palabras. Siguieron avanzando por las tierras, si apartarse de la senda y ahora ya daban vista al recodo. Una lomilla de tierra suave que después de subir algo, comenzaba a descender buscando el vallejo del arroyo, ahí por donde se ensancha éste y deja al descubierto el cristal líquido que por él baja. Un poco más arriba, dirección a las paredes gigantes de las rocas del Banderillas, brotan los otros veneros. Seis o siete pequeños cañitos de agua que regurgitan de la tierra sin parar día y noche. Al frente de estos chorrillos y por donde sigue la senda, la cuerda se recoge airosamente como si quisiera cortarle el paso al camino. A las espaldas de esta cuerda de enfrente, otro ramal de colina que también baja del Banderillas y mientras cae hacia el gran valle verde del río grande, parece como si quiera cerrar a la senda por la parte de atrás. Arriba y de donde vienen los chorros limpios que brotan por los seis veneros de viento que forman la corriente del arroyo que comienza, se alza imponente el grueso paredón pétreo. Es la gigantesca cuerda que cierra el mundo del valle verde por el lado del levante.
Por eso, en este punto centro, donde el arroyo forma la figura del vallejo que ya hemos dicho, es donde se da el recodo o recó, según dicen los serranos. Una curva cerrada por todos los lados menos por uno que es por donde las aguas que manan en la hondonada del recodo, salen hacia el gran valle verde. Y por esta particular delimitación y mil delicados matices más que el barranco tiene, es por lo que el rincón rebosa tanta belleza. Una belleza sencilla, como siempre es la hermosura de estos campos pero rotunda. Tan suprema y fina que hasta impone respeto. Ellos, a pesar de tantas veces como han pasado por el lugar, lo saben bien y de aquí también que se queden tan extrañados cada vez que de nuevo pisan el rincón.
- Es como si la fuerza profunda de la montaña, acaso hecho se hubiera puesto a fraguar un modelo que le ha salido único pensando expresamente en un regalo para nosotros.
Es lo que siempre le decía el hermano mayor a las hermanas pequeñas.
- Y esa fuerza profunda, tú lo sabes, no es otra cosa sino el Creador de todo, Dios mismo.
Le decían las hermanas pequeñas, repitiendo así lo que tantas y tantas veces su madre les había dicho mientras, en las noches frías, se calentaban sentados frente al fuego de la chimenea del cortijo.
Pero, aún así, tampoco ellas llegan a saber de dónde surgía tan abundante y delicada hermosura siempre caminando de puntillas por aquel rincón suyo. No eran capaces ni de explicárselo a sí mismos ni de comunicárselo a los otros. Pero en su interior, el asombro al tiempo que la sensación de gozo, estaba claro. De aquí que alguna vez que otra, se les escapara el siguiente comentario:
- Algún día, tendríamos que pensar para ver de qué manera recoger este rincón y llevárselo a otras personas para que ellos también sintieran lo que ya nosotros tanto sentimos.
- ¿Y cómo se podría hacer?
- A lo mejor escribiendo un libro, pintando cuadros bonitos, sacando fotos.
- ¿Y tú crees que de ese modo podríamos recoger bien, sin quedarnos cortos, lo que esto es?
- Yo creo que sí pero también siento que aunque parece sencillo, no lo es tanto y además, tendría su peligro.
- ¿Qué peligro?
- Pues que si este recó nuestro, llega al conocimiento de muchos, sería roto a igual que ha pasado con otros sitios que eran curiosos.
- En eso tienes razón pero mirándolo despacio ¿a que te dan ganas de irse por ahí y anunciarlo con voz potente para que muchos venga y vean?
En esta conversación y el bienestar que en sus almas sentían, iban ellos entretenidos mientras remontaban las laderas camino de su piazo. Cruzaron la ligera llanura que se extiende junto al vado. Pisaron las aguas limpias, remontaron el leve desnivel que sigue a continuación y como la senda rodea el lado que por el frente recoge el rincón, anduvieron ese trozo y poco a poco se empezaron a elevar por las repisas rocosas que vuelcan al otro barranco. Sobre la segunda más ancha, bajo la ampulosa sombra del laricio viejo, se pararon. Era aquí donde ellos siempre paraban para descansar un poco, para respirar el aire puro que del barranco siempre sube y para deleitarse otra vez más en la contemplación del valle allá en lo hondo.
Unos metros más arriba, ya estaba el pedazo. Unos metros más en lo hondo, el barranco se alargaba y en las tierras de sus orillas, también crecían los pimientos que ellos habían sembrado. Junto a las matas de pimientos, casi maduros ya brillaban los melones y algo más al lado de las encinas que se tiñen de esmeralda, corría otro más de los mil chorrillos. El cantarín chorrillo de la huelga del cenajo, que era como ellos lo llamaban.
Frente y arriba, las nubes solitarias revoloteaban. Por detrás, el azul profundo del infinito tendía su sábana. Más a lo lejos, seguían abriéndose las cumbres y luego más a lo lejos, la bruma sedosa y blanquecina, cerraba la visión. Una visión, que a pesar de todo, no tenía fin aunque quedaba oculta por la nieblina acuosa, ni tampoco un principio aunque arrancara de aquel mismo barranco del río. Parece, según decían ellos, que luego se detenían un poco en sus piazos, quizá para jugar un rato con las niñas y después se iba.
Por las noches mientras dormían junto al calor de las llamas que desprendían las teas, las tierras del recó junto con las del barranco entero, las laderas y los pinos, se iban en compañía del viento y los chorrillos claros. Y por eso ellos sabían que allí tampoco se acaba el mundo. Nunca allí se acababa el mundo a pesar de ser tan rotundamente bello por parecer que era allí donde precisamente comenzaba el universo.
LAS CIERVAS
Desde luego los ingenieros y aquella otra gente de la administración tenían razón cuando pensaban que los habitantes de estos cortijos serranos tenían que irse y dejarlos abandonados. Digo esto porque ellos sabían mejor que nadie que la gente de estos cortijos eran una amenaza para los animales de las sierras y en las zonas del coto más aún. Aquellos ingenieros habían visto muchas cosas y aunque algunas las callaban, aquello se lo guardaban dentro y tarde o temprano salían fuera de las formas más inesperadas y casi siempre orientadas a la expulsión de más gente de sus cortijos.
Por ejemplo: aquella mañana el ingeniero y el guarda se fueron a dar un paseo por el campo y lo primero que hicieron fue acercarse al cortijillo de las encinas. Querían ver el reducido sembrado de trigo que el dueño del cortijo tenía en la laderilla del manantial. Empezaba entonces a alzarse el sol y como el barranco de la sementera era querencioso para las ciervas, toda la noche por allí habían estado pastando una manada de seis o siete. Pero el dueño del cortijo madrugó más que el ingeniero. Sabía él también que por allí estaban las ciervas y como, además, sabía que una de las cosas que los animales buscaban por aquellas tierras era la sementera, uno de sus intereses era precisamente eso: proteger aquel trigo suyo de la depredación de las ciervas. En cuanto se acercó a la sementera las vio. Les había entrado por la parte de abajo y por el lado del manantial ellas estaban liadas con el trigal.
Un poco más abajo, por donde ellas siempre huían, el dueño del cortijo les había puesto un lazo. Ya estaba harto de sembrar trigo y criarlo a lo largo de todo el año y que luego vinieran las ciervas y se lo comieran. Estaba harto y como no quería liarse a tiros con ellas, lo que ideó fue poner un lazo de alambre de acero a ver si así cogía alguna y las otras escarmentaban. Y fue justo en aquella mañana y en aquel momento cuando una de ellas quedó enganchada en el lazo. En cuanto salió del cortijo la vio y se fue por la parte de arriba. Iba ya muy cerca de ellas cuando por la lomilla asomó el ingeniero y el guarda. Los vio él también y en estos momentos las ciervas salieron huyendo por el lado de donde estaba el lazo. Tal como iban corriendo una de ellas se enganchó y empezó a dar grandes saltos por entre el sembrado. El hombre del trigal se encontró en un gran apuro porque el ingeniero y el guarda estaban allí mismo y la cierva no dejaba de dar saltos por el trigal enganchada en el lazo. Por unos momentos no supo qué hacer. Si no cogía a la cierva el ingeniero la descubriría y vería lo que allí estaba sucediendo y por supuesto, cogido con las manos en la masa, con el delito presente, sería motivo para complicarle la vida casi para siempre. Pero si cogía a la cierva para que ésta no diera más saltos y dejara de verse lo que allí pasaba, el problema aún podría ser más gordo. Lo pensó unos segundos y enseguida actuó. Se fue hacia la cierva, la sujetó y hábilmente le asestó unos golpes dejándola sin vida. AYa está, si ellos no me han visto, aquí no ha pasado nada. Me quedo quieto durante un rato sentado entre el trigo y cuando se vayan me llevo a la cierva al cortijo y ya tengo carne para mí y mi familia durante una temporada”. Se dijo.
Pero no saldría todo tan redondo. Desde la lomilla los dos jefezuelos lo habían visto todo. El ingeniero miró al guarda y le dijo:
‑ Luego dicen que no; tú has visto como yo lo que acaba de ocurrir ahí, en la laderilla. Si ahora mismo bajamos y lo multamos y empezamos a complicarle la vida para que abandonen estas tierras y el cortijo, todos los de los otros cortijos dirán que los ingenieros somos unos tales y unos cuales.
‑ Tiene razón el señor ingeniero ¿Qué hacemos?
‑ Desaparecer. Dar media vuelta e irnos por donde hemos venido y así creerá que no hemos visto nada. Ya veremos luego qué hacer con este caso y otros como éste.
Así que ambos pusieron en marcha lo que habían pensado: dieron media vuelta, se ocultaron tras la lomilla y en poco rato se alejaron del lugar.
El hombre de la cierva los vio y por un momento creyó que ya estaba salvado. Vio el cielo abierto aunque enseguida cayó en la cuenta que aquel comportamiento no era normal. Pensó él que no tardarían en volver y para que si esto sucedía y no vieran la cierva allí, enseguida puso mano a la obra para ocultarla dentro del cortijo. Mientras trabajaba intentando borrar las pruebas el miedo se lo iba comiendo por dentro y para darse ánimos a sí mismo se puso a madurar en su mente las palabras que pronunciaría a su favor.
AEl trigo es el trozo de pan tanto para mí como para mis hijos y mi mujer; si las ciervas se lo comen yo me moriré de hambre. No estoy contra el coto ni los animales del coto, lo que pasa es que ¿dígame ustedes qué hago yo para salvar mi trigo? ¿Dejo que se lo coman todo y nosotros nos morimos de hambre?”
Esto o cosas parecidas es lo que el hombre pensaba decir en su defensa cuando el guarda y el ingeniero lo acusaran de aquel delito. Pero el ingeniero, más que el guarda, sabía que uno de los castigos más grandes que a aquella gente se les podía infringir era precisamente este: hacer que se sintieran culpables en su propia tierra y casa y dejar que aquella culpabilidad se los fuera comiendo por dentro.
Por encima de todo, las dos cosas que más daño siempre hizo a los serranos fue el destrozo de su autoestima personal y con ello, el destrozo de su capacidad de ilusionarse de cara al futuro. A mi manera de ver, un ataque profundo a la dignidad de la persona y precisamente a los más pobres, a los más humildes y desfavorecidos desde las tropelías de los que han tenido el poder en sus manos. Dentro del alma me duele a mí esto como si lo hubiera vivido en mis propias carnes ya que no podré encontrar jamás razones profundas para un ataque tan injusto a seres humanos tan buenos y nobles.
Estoy exponiendo estas reflexiones porque aquel día, una vez más, se repitió la escena. Al cortijo no fue ni el ingeniero ni el guarda. El guarda fue a otro cortijo cercano cuyo dueño era amigo de la familia que vivía en el cortijo del trigal y a los habitantes del segundo cortijo el guarda les dijo:
‑ Te acercas al cortijo de tu amigo y le dices que de parte del ingeniero, que vaya el lunes a verlo al pueblo.
‑ ¿Qué es lo que pasa?
‑ Ni siquiera lo sé pero a ninguno de los dos nos importa mucho. Sólo se nos pide que cumplamos.
Aquella misma tarde el del cortijo de la llanura subió al cortijo del trigal y le transmitió el mensaje al hombre de la cierva.
‑ ¿Para qué me quiere?
Preguntó.
‑ Por lo que he podido sacar creo que tienes que poner unos sellos en unos papeles y firmar no sé qué. Parece que es un asunto relacionado con algo de cuando estuviste en la mili.
El del cortijo de la llanura se fue y éste otro del cortijo del trigal se quedó lleno de preocupación. ¿Para qué me querrá? ¿Será para echarme fuera de este terreno? ¿Por qué no ha venido él a decírmelo? ¿Por qué tengo yo que ir al pueblo? ¿Qué me pasará ahora? Porque sí él viene aquí podríamos hablar y como dice el refrán: “hablando se entiende la gente”.
Todo el día y toda la noche estuvo el pobre hombre con su temor acuestas. Con su inquietud, su desolación y ya empezó a vivir esa situación de indigencia e injusticia que le destrozaba como persona. Temía que lo echaran de las tierras y como él también era persona de sentimientos y corazón ya estaba experimentando lo más doloroso de aquel drama: el sentirse no ya maltratado injustamente sino hasta despreciado en su propia condición de persona. Le iban a dar un gran palo precisamente donde más podía humillarlo. “¿Será esto para que me entere de una vez y me someta a lo que ellos quieren y deje de lanzarme a mis cosas personales?”
Fue al pueblo al otro día por la mañana. En cuanto amaneció se puso en camino y ya cayendo la tarde llegó a la casa del ingeniero. Llamó a la puerta y le dijeron que no estaba allí pero que le habían dejado dicho que si venía ese hombre del cortijo de la sierra que firmara los papeles y se fuera.
‑ Aquí están. Sólo tienes que firmarlos y poner unos sellos aquí en esta esquina.
‑ Pero si firmo ¿qué me va a pasar?
‑ No te va a pasar nada. Son cosas que hay que hacerlas porque según dice el ingeniero son buenas para vosotros.
‑ ¿Y dónde está él? Quisiera verlo para hablarle.
‑ Es que se ha tenido que ir.
‑ Lo que pasa es que el ingeniero siempre fue un buen amigo mío. Si lo pudiera ver creo que podríamos arreglarlo todo porque, además, lo que me preocupa es precisamente esto: que no dé la cara. Que no me lo diga él personalmente; que me explique qué es lo que pasa. Si lo pudiera ver hablaríamos y seguro que las cosas podrían arreglarse.
‑ Lo siento pero ya te he dicho que no está.
‑ ¿Y cuándo va por la sierra?
‑ Eso es cosa suya.
‑ Es que si no va por ahí ¿a quién voy a acudir yo para contarle la preocupación que tengo?
‑ Lo siento pero eso no es asunto mío.
Dos o tres horas estuvo recorriendo todas aquellas calles del pueblo para arriba y para abajo con el deseo de ver al ingeniero para hablar con él. No lo encontró por ningún sitio aunque más de una persona le dijo que lo habían visto en su casa.
‑ Que allí no está porque es lo que me han dicho a mí.
‑ Pues allí lo he visto yo esta mañana y no hace mucho.
‑ Entonces ¿Por qué me han dicho a mí que no está?
‑ Te habrán metido pero yo lo he visto.
‑ Pero si está, ¿Por qué no quiere verme?
‑ Eso tendrás que saberlo tú.
‑ Es lo que deseo saber pero si no lo veo ¿cómo voy a salir de esta duda?
‑ Pues en su casa sí está.
El hombre pensó quedarse aquella noche por allí y esperar a ver si lograba hablar con él. Pero no, ya oscureciendo el hombre del cortijo del trigal salió del pueblo. Cansado, triste, desolado, se alejó de aquellas casas y se adentró por los caminos de la sierra con el deseo de llegar al cortijo sobre media noche. Pero cuando él llegara a su cortijo, a su trocito de tierra, en medio de la soledad de aquellas cumbres ¿qué iba a decirle a su familia? ¿Cómo iba a poder seguir viviendo en aquellos campos con aquella inquietud tan grande? ¿con qué ilusión, con qué motivación, esperanza o alegría se iba a poner a trabajar en las tierras que tanto quería y él sentía como suyas?
Subía yo esta tarde pista adelante, nueva para mí porque es la primera vez que vengo por aquí, y en cuanto he visto el cortijillo de la ladera bajo las encinas, me he querido ir hacia él. No he podido porque la valla del chalé de las antenas y las placas solares me lo impide. Así que subo un poco más y cuando ya tengo rebasada la alambrada, dejo la pista y por el lado derecho me vengo atraído por las paredes blancas del cortijo, las encinas que lo arropan y la pequeña laderilla que estoy viendo. Nadie me lo dice pero enseguida me digo a mí mismo que esta ladera es aquella donde las ciervas cada noche se comían el trigal. No sigo ninguna senda sino que por entre los juncos, las encinas, los majoletos y las zarzas me vengo tapando por si acaso hubiera gente en la vivienda. No es que tenga que ocultarme de nada, sino que si hay gente tengo la necesidad de presentarme en actitud de respeto y cariño hacia ellos. Si no vive nadie aquí, da igual. Sólo necesito aproximarme y observar también lo que me apetezca, respetando por supuesto, aquello que haya que respetar.
Tengo una intuición y enseguida se me confirma: al ver la hierba tapizando todas las tierras que rodean el cortijo y la ladera que baja hasta los juncos del arroyo, enseguida pienso en ciervas o jabalíes pastando en el lugar. Me voy tapando con las encinas y desde el repecho de enfrente las veo. Seis ciervas plácidamente comen su hierba en las mismas paredes del cortijo. No me ven ellas a mí y como les voy entrando en contra del aire, tampoco les da el olor. Me aplasto por entre los juncos y casi arrastrando, consigo ponerme a menos de diez metros de la pequeña manada. Y ahí me quedo; en la misma depresión del terreno por donde el arroyo y el manantial se quiebra. Las observo despacio porque siento una emoción especial y enseguida en mi mente se me amontonan los pensamientos. No son estas, desde luego, las ciervas de aquel día del trigal y tampoco parece que lo sea el cortijillo pero la imagen es casi la misma. Este cortijo que ahora mismo tengo ante mis ojos está abandonado, no vive nadie en él y las tierras que le rodean, sí fueron tierras de cultivo en aquellos tiempos aunque ahora mismo no son nada más que erial. Todo se ha quedado aquí sólo para gozo y disfrute de estos animales. Nadie en el cortijo a fin de no perturbar la vida de los ciervos porque así es mucho mejor según ellos. ¿Sería esto lo que pretendía aquel ingeniero?
‑ ¿Pero y el chalé casi en las mismas tierras donde aquel día estuvieron las huertas del cortijo?
‑ Eso es otra cosa. Aquella gente tenía que irse porque así lo mandaban las leyes del momento.
‑ Y ahora vienen otros y se hacen el chalé pegado al cortijo y, además, lo vallan para que sea más suyo.
‑ Pero esto ya es otra cantar.
‑ Lo dirás tú, porque yo opino otra cosa.
‑ Opinarás que han sido demasiado crueles con unos y demasiado benevolentes ahora con otros pero tienes que entender que son épocas distintas y, además, esta gente no son como aquellas personas.
‑ ¿Por qué no?
‑ Aquellos eran pobres; no sabían ni leer y por no tener ni siquiera tenían amigos en la administración. ¿Quién les iba a proteger a ellos?
‑ Pero es que esos principios son crueles.
‑ Lo serán pero es lo que funciona y vale en esta época y sociedad.
‑ Mas yo creo que si se trata de respetar, cuidar y conservar el monte, su aire y sus aguas, la obligación y el cumplimiento de las leyes es para todos.
‑ Para todos pero con excepción. Siempre fue así.
‑ No lo entiendo ni lo entenderé nunca.
‑ Pues tendrás que aguantarte porque como tú hay muchos y se aguantan, porque a ver ¿Qué solución le darías tú?
‑ La cuestión no puede estar aislada, reducida a un simple desafío técnico parecido a otros; es una cuestión cardinal que interroga tanto a nuestro modo de vida, a nuestras opciones personales y colectivas, como al tipo de desarrollo que proyectamos y a la naturaleza de las relaciones que queramos establecer entre las personas y los grupos humanos. Cuestión de justicia, de calidad de vida y estilo de vida. Cuestión personal y colectiva en la que la coherencia entre las palabras, las convicciones y las conductas no está resuelta.
No es exagerado afirmar que hay una completa crisis ecológica, que esta crisis nos concierne a todos, individuos y sociedad, que esta crisis cuestiona muchas cosas y que conmueve el edificio ético y espiritual sobre el que se asienta nuestra civilización. La crisis ecológica es más que un asunto de espíritus sensibles, amantes de la naturaleza y de los pájaros. Es un asunto de futuro común. La crisis del medio ambiente pone en cuestión nuestra técnica así como nuestro modo de vivir y de confundir el mundo y nuestro papel en el seno de la naturaleza.
‑ En fin, todo eso es muy bonito pero...
Ya que ha pasado un largo rato y me he saciado de observar a la pequeña manada de ciervas comiendo su hierba en lo que fue la misma puerta del cortijo, dejo mi escondite y me hago visible. En cuanto me ven los animales salen huyendo. En el fondo ellos son inocentes e indiferentes a nosotros y a nuestras cosas. Sigo la ruta y me acerco al cortijo con la misma emoción y curiosidad que siempre me embarga cuando me acerco a un cortijo en ruinas y abandonado. Lo protege una vieja alambrada que por lo que puedo ver no es ni reciente ni moderna. Veo que la pusieron aquí hace muchos años y su finalidad era para que los animales no se metieran por el cortijo. Se puede pasar porque ya está muy rota por muchos sitios. Así que la franqueo y durante un rato me doy un buen baño de sueños, de paredes blancas, de soledad, de olor aún todavía a cocina de leña y de sentimientos humanos latiendo por cada uno de estos rincones.
ALas casas que habitan las familias de la sierra tienen todas ellas una fisonomía muy singular: son pequeñas, con pocas pero amplias habitaciones, de una sola planta, edificadas de recias paredes de mampostería con sus oscuras piedras vistas en la fachada y cubierta, a dos aguas, de tejas árabes y renegridas por la lluvia. Constan de dos partes distintas aunque contiguas y comunicadas entre sí: la vivienda de la familia y el alojamiento del ganado.
La vivienda de la familia está concebida sobre una cocina ‑ comedor donde se abre la puerta principal que sirve para entrada, luz y ventilación y con otra puerta pequeña al fondo, junto a la chimenea, que comunica con la tinada; a uno y otro lado de esta habitación sendos cuartos con sus correspondientes y reducidos ventanucos. En rededor de la amplia chimenea de la cocina se congrega la familia y en aquélla se guisa y por la noche, en abanico, se extiende “las cabeceras”; donde duermen los hijos varones; naturalmente el fuego nunca se apaga. En uno de los cuartos colaterales duermen los padres, en cama en alto, y se guarda ropa y abalorios en amplias arcas, sobre la que, por el día, se colocan las cabeceras. El otro cuarto frontero sirve de granero, despensa y almacén y de dormitorio de las hijas mozas, que extienden sus colchones sobre los mismos trojes de granos y de pienso.
Pasada y tras la cocina está la tinada, de tejado muy bajo con su amplia corraliza para el ganado. Junto a la pared medianera con la vivienda, en la tinada suele haber tres apartados con tabiques de adobes: uno más pequeño de dos plantas superpuestas, la inferior para chitera de cerdos y la superior para gallinero; otro central con dos pesebres, para la borriquilla del hato y el siguiente y más cercano a la puerta de salida directa al campo, con un pequeño hogar en un rincón, el dormitorio de pastores en la “época de la pariera”. Sobre estas tres dependencias, divididas por un tablazón, se apila la paja para el pienso de los animales.
Las casicas suelen edificarse junto a una fuente que queda situada frente a su entrada principal, a veces con dornajos para las reses y en cuyo desagüe, permanentemente corriendo, hay pilones sucesivos que se utilizan por este orden: de fregadero, abrevadero, y un poco mas lejos, ya en un lugar oculto por la naturaleza, de evacuatorios. En las inmediaciones cercanas a la casa, durante el verano, se apilan gran cantidad de leña en muy bien armadas cinas que asegura la calefacción durante el largo y frío invierno y no es raro que junto a ella esté construida, al aire libre, “la bola del horno” donde se cuece el pan que se amasa en la misma casa. Como se ve la fina intuición de estos serranos y una experiencia secular ha sabido dar a estas viviendas eso que se llama ahora “sentido funcional”.
EL JUEGO DE LOS NIÑOS
Al bajar de la cumbre descubrimos el cortijo. Y por dos motivos decidimos acercarnos: El primero que como es pleno verano subiendo hemos sudado mucho y nos hemos quedado sin agua. Al ver el cortijo se nos abre el cielo. Allí tenía que haber agua que era lo que en estos momentos más necesitamos. Y la otra razón, menos importante, aunque según se mire, era que deseábamos charlar con alguien de por aquí. Ellos siempre saben mucho más que los mejores libros y esto es una riqueza que hay que aprovecharla cuando se presenta.
Además, el cortijo era como una pequeña perla en el centro de aquella ladera, frente a las rocas y entre tantos pinos. Así que nos acercamos y ya llegando a él lo primero que nos llama la atención son las ovejas. Sestean bajo las sombras de las nogueras por la parte de atrás. Algo más abajo vemos la fuente y era tal como la habíamos soñado: bajo una roca y por entre unas grietas sale el chorrillo de agua que primero cae a un charco excavado en la tierra, luego chorrea a los tornajos y desde aquí se va para los hortales un poco más a la izquierda.
Junto al agua está sentado el pastor que parece como si nos tuviera esperando y en cuanto lo saludamos se une a nosotros su mujer. Mientras nos ofrecen el agua de la fuente que es lo que más apetecemos y nos habla de la cumbre por la cual hemos estado, nos damos cuenta que no están solos. Algo más abajo se ven las ruinas de una tinada y por ahí corretean los dos niños; ella y él. Ni siquiera al vernos dejan de jugar. Andan tan entusiasmados y son tan felices que ni les importamos. Y es precisamente esto lo que más nos llama la atención: sus entretenimientos, sus realidades sencillas, casi fantasías o quizás todas fantasías pero tan repletas de bellezas inenarrables y tan plenamente llenas, que ni siquiera necesitan de nosotros ni nuestra presencia les inmuta. Los observamos desde allí, desde la fuente sentados junto al pastor y nos damos cuenta de algo impresionante:
Son tan felices y tan grandes ellos y sus juegos que les sobra el resto del mundo. Parece como si con aquellas cuatro piedras, llenas de sombras de pinos, perfumadas de mejorana y pintadas de colores por los rayos de sol que cae, tuviera entre sus manos el universo pleno. Dan la impresión de que allí lo tienen todo y no necesitan nada más. Y vemos que lo único que tienen es un puñado de pequeñas fantasías, una ladera llena de monte, el arroyo que corre por lo hondo, la silueta de la colina de donde nosotros venimos, las paredes de la tinada, la fuente de su cortijo, las ovejas bajo las sombras de las nogueras y la soledad del paisaje. Los miramos y los miramos y no acabamos de comprender que haya allí mucha más belleza que en cualquier otro rincón de este planeta.
LA ARDILLA Y LOS DE LA CIUDAD
Y lo que vi no hace mucho fue así: Tardé un día entero en subir a la ladera para llegar a la cumbre; pero lo conseguí y me llené de gozo. Cayendo la tarde bajaba por la sendilla buscando el rincón por donde tenía el coche. Cuando ya estaba cerca, como todavía quedaban bastantes horas de sol, me paré a descansar y a llenar un poco más mi espíritu.
Miraba el camino y aunque los sentía no los había visto aún. Después descubrí que eran unos diez y tenían sus coches en la curva que hay antes de llegar al puerto. Pero cuando pasé por allí, ya habían terminado el espectáculo que ni siquiera sé cómo empezó. Yo sólo los sentí gritar y luego los veo gateando por los árboles. La ardilla saltaba ágil de una rama a otra y ellos la seguían. Tres por un lado, dos por otro y varios más, desde abajo gritaban. Se colgaban de una rama a otra, bajaban del árbol, subían hasta lo más alto del otro y todo su esfuerzo e interés estaba en cogerla.
‑ Es un buen recuerdo de este parque.
‑ ¡Te lo imaginas, tío!
El todoterreno de los guardas pasó frente a mí y aunque vieron el espectáculo y oyeron el escándalo ni se paró. Pero entonces, uno de aquel grupo, saltó por las rocas, se agarró al tronco del árbol, subió por él, por entre las ramas cogió los pies del que perseguía al animal, tiró de él hacia abajo y a empujones, logró apearlo del pino. Lo cogió del brazo, se lo llevó hacia el camino y le dijo:
‑ Tu comportamiento es el de un irracional.
‑ ¿Por qué?
‑ Este animal, que es hermoso, debe seguir libre en estos campos que es su mundo. No tienes ningún derecho ni a quitarle su libertad y menos a maltratarlo. Nosotros somos turistas y estamos de paso por aquí. Se entiende que por ser seres racionales somos más responsables y tenemos más sensibilidad que la ardilla que persigues. Demuéstralo y deja de dar voces reprimiendo tu salvajismo y respetando al menos al mismo nivel en que los otros seres vivos te respetan a ti.
Vi que el de la ardilla, agachó la cabeza. Dijo que lo entendía y se unió a los del grupo que subieron a los coches y se fueron.
LAS SEÑAS DE IDENTIDAD
Mis tres pequeñas experiencias las he vivido precisamente aquí: encima, casi, del Puerto de las Palomas y de la forma más natural que te puedas imaginar. Sin hacer nada ni pretender nada; y me ha servido precisamente para afianzar mi teoría de recuperar y ver el presente desde el reencuentro con las raíces, la historia y la identidad propia de esta sierra sus gentes y sus cosas. Las cosas son como son y no como quisiéramos que fueran. Y esto es magnífico para mi orientación y mi satisfacción propia en el proyecto de conocer, amar y fundirme con estas sierras, sus paisajes y sus bosques.
Terminé yo de subir la ruta por la vereda antigua que viene desde Burunchel y al llegar a la segunda gran curva, me vine ladera arriba hacia la cumbre del Pico Viñuela. Quería observar el paisaje desde aquí pero lejos de la ruta de acceso que los coches usan para subir a la cumbre. Andando por la carretera el paisaje es otra cosa muy diferente a lo que apenas ves e intuyes cuando por esta misma ruta vas en coche. Pero si como yo, en cualquiera de estas curvas te apartas del asfalto para verlo todo desde un conjunto más grande, entonces hasta puedes llegar a sorprendente.
Es lo que me ha pasado a mí. Aquí está la primera de las tres experiencias. Ninguna cosa del otro mundo pero como es la primera vez después de tantísimos días como he pasado por el lugar, me resulta interesante. Desde la curva subo y por encima de las rocas, donde el bosque de pinos se espesa, me paro. Echo una mirada por la ladera y descubro que la carretera apenas se ve. “Pero si es la carretera principal, la que todos los turistas cogen para venir al Parque”, me digo. Se ve sólo por algunos sitios. En los puntos donde el bosque se aclara. No es bonito, como si no le pegara a una ladera tan llena de bosque como ésta y tan totalmente sierra. Además, su trazado ha sido tremendamente forzado porque lo que pretendieron era que todos pudieran subir hasta la misma cumbre cómodamente montados en sus automóviles. Tres grandes curvas casi talladas en las rocas y luego ahí, aplastada y perdida por entre las encinas y los pinos. Sin duda que si la carretera no pasara por este lugar el rincón sería mucho más bello y como, además, hoy es fin de semana, con la tarde que cae van llegando mil coches llenos de gente de las ciudades y los pueblos. Aunque no se vea toda porque el bosque los oculta, se oyen sus ruidos y en verdad que hiere tanta explosión de motores gateando por esta ladera tan bella.
Sigo subiendo con la sensación de estar perdido porque siento que soy quizá el único en este deseo de una ladera limpia de carretera y coches. Todos los demás, un ejército entero, quieren y hasta les gusta que haya carreteras buenas y que vengan cuanto más coches mejor. La mayoría sólo por el interés del dinero ¿Qué puedo hacer yo siendo tan poca cosa y sin más poder que mi deseo y mi alma que llora?
Al subir una breve ladera miro al suelo y descubro una roca que me llama la atención. La cojo y me doy cuenta enseguida que es del grupo de las sedimentarias, un trozo de pura calcita color miel. Son abundantes por todas las sierras del parque, puesto que es el principal componente de las rocas calizas pero también sé que estas piedras de calcita se producen por precipitación allí, donde fluye una corriente de agua cristalina. Tal es el caso de las estalactitas y estalagmitas, trozos de rocas como éste, frecuentes en las cuevas de estos montes. Estoy casi en lo alto de la cumbre y por lógica, en una cumbre no hay muchas corrientes de agua. Pero la roca está aquí como señal de que en otros tiempos, por la zona, sí hubo abundancia de agua. Sin embargo, el otro día, un conocido escritor y científico que procede de estas tierras, publicó un artículo en el diario Jaén que decía lo siguiente:
AEs que la gente tiene mala memoria, porque a mí que me digan cuándo en Jaén ha llovido cómo en Dinamarca. ¡Nunca! Jaén es una provincia seca. Lo que ha aumentado extraordinariamente es el consumo del agua, de manera que si consumimos 150 veces más agua y la que hay en las nubes es más o menos la misma, lógicamente pues nos falta agua. Hay que adaptarse al terreno y a lo que hay y lo que hay es que llueve poco y ha llovido siempre poco. Ahora lo que pasa es que falta agua porque nos hemos creado más necesidades. ¿Sequía? Sobre todo falta agua. No llueve menos que antes, esa es una mentira falaz. La pertinaz sequía es elemento franquista; pero no es sólo elemento Franco, ocurría en la época del Cid. Hay un poema del Cid que dice: Por la estepa castellana/ al destierro con doce de los suyos/ polvo, sudor e hierro el Cid cabalga”.
Después de recordar este texto y con el descubrimiento que acabo de hacer en esta cumbre, en mis manos, me digo que este hombre no dice la verdad. En Jaén y en concreto en estas sierras, de siempre ha llovido mucho. Esta roca es la señal de la abundancia de agua en las cumbres de este Parque. Además, también podría decir que por ejemplo, el Pantano del Tranco ahora mismo está casi seco y años atrás, con mis propios ojos lo he visto rebosar muchas veces; rebosar por el Puente Romano de Córdoba he visto también al Guadalquivir y sé que en otros tiempos sacaban los troncos de pinos de estas sierras flotando sobre las grandes corrientes de aguas de casi todos los ríos de estos montes. “Pues en otra época se han conducido por el Guadalquivir abajo”. Por lo tanto, no dice la verdad este famoso científico al escribir que no llueve menos que antes. Es verdad que antes llovía más que ahora y esta roca de calcita color azúcar tostada, sobre la cumbre del Viñuela, me lo confirma.
Y me queda mi tercera y pequeña experiencia. ¿Sabes cuál es? Pues un fósil. Me lo he encontrado cerca de la casa forestal del Sagreo. Es un ammonites que al verlo me ha llamado la atención. Está junto a una roca que han tenido que romper para hacer la carretera. Ya sabía yo que esta ladera, toda la cordillera, desde Puerto Lorente hasta Mojoque, es un puro fósil. Me los he encontrado muchas veces por el Pico Gilillo y por el Escribano; este rincón no es nada más que la continuación de los trozos que atrás he mencionado.
Los ammonites, extinguidos al final de Cretácico hace 150 millones de años, son uno de los grupos de fósiles más importantes para la datación de las rocas del Mesozoico, ya que cambiaron rápidamente en el tiempo y tuvieron una amplia distribución geográfica. Se parecen a los gasterópodos planos pero se distinguen de ellos por la presencia de las líneas de sutura y de sifón.
Bueno pues, con este gran ammonites en mis manos he seguido buscando y enseguida he encontrado otros. Algunos más grandes y otros distintos como belemnitas y conchas. Me da pena que los que hicieron la carretera rompieran estas rocas y las dejaran aquí, al descubierto como si nada. Porque una vez más me digo que estas pequeñas muestras son las señas de identidad más auténticas de la sierra. No es bueno que algunos las rompan y las olviden dándole más importancia a las carreteras y al turismo. Parece como si no tuviéramos inteligencia, como si lo único que importara sea lo moderno, el progreso, el dinero, la felicidad y el negocio a costa de lo que sea. Pues creo que, como he dicho antes, no es bueno esto porque si se pierde el respeto a estas sierras trayendo progreso y gente a oleadas, sin tener en cuenta las señas de identidad más profundas de estos montes, seguro que todo acabará mal. Ya verás como las generaciones que están por llegar nos lo van a reprochar.
El camino que fue y ya no es porque lo han convertido en carretera asfaltada pero que antes iba por esta ladera subiendo hasta la cumbre y llegando hasta el valle central y otros rincones; un trozo de roca tobácea que en este caso es calcita color caramelo encontrada casi en la misma cumbre del Viñuela y los fósiles de ammonites también hallados en esta cima, estas tres cosas son para mí, señales. Pistas que sirven para remontarme hacia la historia de aquellos tiempos. Yo las llamo señas de identidad de estas sierras. Con estos tres pequeños trozos en mis manos y bien encajados en mi mente, mi comprensión de estas sierras ya la tengo casi completa. Cosa que deseo con urgencia y profundamente porque sé que ello forma parte de mi felicidad en cuanto estoy orientado dentro de estas sierras que son como el centro de universo. Son tres las cosas y aunque no parecen grandes sí las creo trascendentes por la dimensión que imprime a las tierras que ahora estoy pisando.
DESDE EL PUERTO DE LAS PALOMAS 23-10- 94
He cogido, para apoyar el papel donde escribo, un trozo de corteza de pino. Es un laricio que parece crecer sobre la misma casa forestal que han construido donde terminan las rocas que forman el montículo sobre cuya cúspide crece el laricio. Desde abajo parece poca cosa pero sentado aquí, sobre su tronco y con los pies colgando hacia la casa, lo miro y es grandísimo. También parece poca cosa lo que desde aquí se ve pero ahora que observo, estoy dominando casi el infinito entero. Medio mundo y la casa que está debajo mismo de mí; tengo que agachar no sólo la cabeza sino los ojos para verla.
Esto es lo que yo siempre he dicho y he pensado: la sierra no se conoce ni se sabe a fondo con dos o tres visitas a ella y por los sitios clásicos que siempre son los mismos. Puede que mi visita de esta tarde, mi subida otra vez al Puerto de Las Palomas, sea por lo menos la número mil doscientas cinco. Puede que sea así o quizá más. Bueno pues, la de esta tarde parece como si fuera la primera vez. ¿Por qué? Son tantas cosas que no me resultan fácil poner aquí y ahora mismo. Pero por ejemplo: Nada más salir de Cazorla y enfilar por la carretera que nos trae a la sierra, la sierra de siempre, me ha sorprendido. Frente a mí, allá a lo lejos, un rayo de sol sale por entre las nubes. No se derrama en todo el monte a la vez sino sólo en unos cuantos cerros. Pero da la casualidad que esos cerros son los que ardieron este verano. El gran incendio que fue en terrenos del pueblo de la Iruela y parece que llegó o casi, al Hotel Sierpe porque de allí se fueron todos los turistas.
El caso es que ahora, esta tarde, el rayo de sol sólo alumbra ese monte; el que se quemó en verano por las sierras próximas al Pantano de Aguascebas. Todos los demás montes, a un lado y otro, quedan en la sombra de las nubes y esto hace que precisamente los picos rocosos con el bosque color chocolate, que es el color que el fuego ha dejado por allí, resaltan con más fuerza. Como si los hubieran pintando de ocre tirando a rojo. Y, además, como si alguien hubiera puesto unos focos muy grandes y los dirigiera sólo a ese lugar para que queden bien iluminados y se vean perfectamente. Un cuadro primoroso que nunca jamás he visto antes y mira que he pasado veces por aquí; pero es que también hace mucho la hora del día, el color del cielo, el brillo de las nubes y la época del año. Quizá parte de todo este espectáculo es sólo esto: que son las cuatro de la tarde del día 23 de octubre. Desde luego no es ni una hora ni un día cualquiera porque el sol parece que sale de detrás mismo de la Peña de los Halcones y como es un rayo mágico todo entero se va a esos montes llenos de cenizas y árboles tostados.
Y está claro, que como el otoño ya ha dejado sus buenas lluvias sobre estas sierras, además de mojadas, lavadas y llenas de humedad, están verdes. No sólo verdes sino preciosamente verdes que es aún más bonito cuando chorrea por las rocas. Esas grandes rocas que te aplastan al pasar por ahí, por el pueblo de la Iruela. Estás todo el verano viéndolas secas, grises, ásperas y ahora las miras y empiezas a verlas verdes, teñidas de aguas, limpias y tupidas de musgo. No te lo crees porque el cambio se ha dado en dos o tres semanas y, además, casi sin anunciarlo.
Y eso es lo que quería decir, que hoy al salir del pueblo de Cazorla por la carretera que viene al Puerto de las Palomas, me he encontrado con un espectáculo alucinante. Venía subiendo lentamente sin dejar de mirar a un lado y otro y todo era nuevo. Diferente por completo a lo demás días que por aquí he pasado. Hasta he visto cerros que nunca antes había descubierto y rocas que ni siquiera sabía que estaban allí. ¿Cómo es posible esto? ¿Quién o qué me lo presenta con esta belleza tan diferente? Puede que hasta sea mi propio estado espiritual pero desde luego que llego a la misma conclusión: La sierra no se conoce ni se sabe a fondo con dos o tres visitas a ella y por los sitios clásicos de siempre. Es todo tan profundo y tan grande que se necesita una vida entera para medio decir que conoces algo de estos montes. Digo que esto es así porque lo acabo de vivir esta tarde.
EL BARRANCO
Te pasas media vida estudiándolo en los mapas: que la Sierra de la Cabrilla a un lado, que el Alto de la Cabrilla al otro, Navalasno más arriba, el Barranco de los Chorreaderos en lo hondo, los Arenales a un lado, el Caballo de Acero y por todo el centro corre el río. Los Poyos de la Carilarga y la Loma del Caballo de Acero al otro. Te pasas media vida buscando libros, artículos y escritos que hablen del barranco y cuando te crees que ya lo sabes todo o si no todo, una gran cantidad de cosas, vienes un día por aquí y te quedas desconcertado.
Ni siquiera llegas con la idea de irte por el barranco para conocerlo o hacer alguna ruta. Pasa por el lugar o rozándolo, de pura casualidad. Siguiendo algunos de los caminos que le rodean y llevan a otro sitio y te sucede lo que jamás te podría imaginar. Sin saberlo, sin pretenderlo, sin ser consciente de aquello que allí a tu lado queda, de pronto sientes como una llamada, como una voz que ni siquiera surge del barranco sino de algo que podría parecerse a un sueño, a un toque interior en la región de la muerte, del espíritu o no se sabe de dónde porque lo único que notas tú es sólo el tirón. La fuerza que te atrae y aunque tu rumbo es otro y por eso quieres seguir adelante, no puedes.
Tienes que volverte para atrás y siguiendo la intuición de ese sentimiento que te zarandea te dejas arrastrar a la fuerza pero con gusto, hacia la profundidad del barranco. Y para tu asombro vas descubriendo que el río, las cumbres, las rocas, los pinos, las nubes y el viento, nada de lo que aquí ves se parece a lo que has estudiado en los mapas y libros. Es otro barranco, otra realidad, otra belleza que te hiere con un puñal de dulzura y te transporta a la dimensión del gozo. ¡Qué barranco, qué viento, qué sinfonía de silencios y qué visión de paisajes, bosques, cascadas, laderas, sombras y luces!
En estos momentos es cuando comprueba y ves con claridad lo mezquino, lo pobre y mísero de las acciones y actitudes de aquellas personas que todo su corazón está en las cosas de la tierra. Sobre todo, los que te desprecian, te humillan creyéndose superiores y más sabios que tú. Están lejos de gustar y comprender que al fin y al cabo, sus empresas andan fundamentadas sobre la materia que da una satisfacción limitada y se derrumban para siempre con el tiempo. Este otro tesoro, el que mana del barranco, es el que ni roban los ladrones ni corroen las polillas.
*EL GRAN SALTO
Lo que a ti te contaron es que el joven aquella mañana subió hasta lo más alto del voladero rocoso. En el mismo en que has estado comiendo cuando hace un rato bajabas por la ladera. Y subió allí porque él, a lo largo de bastantes noches, había soñado tanto el voladero como la profundidad del valle con sus praderas verdes y sus ríos blancos surcándolo y también aquella gran roca. La que en la ladera de enfrente por el lado de abajo del pico Tolaillo, sobresale y todos por aquí conocen como Peña Musgo. Sistemáticamente en su sueño siempre ocurría lo mismo:
Se encontraba encima del voladero y allí con él había algunas personas.
- ¿Qué me dais si de un salto soy yo capaz de cruzar este valle y ponerme encima del pico de Peña Musgo?
Les decía él a los que le rodeaban.
- No te damos nada porque eso que dices es imposible. Nadie puede dar un salto tan grande y volar como si fuera viento e ir a para a la Peña.
- Eso no ha pasado nunca pero yo os digo que soy capaz de conseguirlo de la forma más sencilla. ¿Os apostáis algo?
- Te damos cinco duros cada uno de los que estamos aquí.
- ¡Vale! Recogerlo entre vosotros y cuando vuelva de este salto mío me lo dais.
El amigo del joven se puso a recoger el dinero y cuando estaba en plena faena cayó en la cuenta de una cosa. Paró su trabajo de recaudación, se acercó al joven y le dijo:
- Mira, estoy pensando que esto podría ser un buen negocio.
- ¿Qué es lo que podría ser un buen negocio?
- Si es verdad que tú saltas y de un brinco atraviesas el valle y te pone en la gran Peña, esto es algo que nunca ocurrió en el mundo. En cuanto lo anunciemos, de todos sitios vendrá gente a verte y si eso ocurre, podríamos hacer lo siguiente: yo me convierto en tu socio, hablo con los demás, le anuncio tu gran aventura, les cobro cinco duros a cada uno y luego tú saltas para que todos te vean como vuelas. Si sale bien y es verdad que puedes realizar esa proeza, será un negocio redondo sin esfuerzo casi ninguno por nuestra parte y también con muy poco riesgo. Pero, además, dime ¿es verdad que puedes volar? Porque si lo anuncio y les cobramos y luego no es posible, tú fíjate en qué lío nos metemos.
- Ya te lo he dicho y se lo he dicho a todos lo que ahora nos rodean. Puedo volar con la facilidad del viento sin apenas esfuerzo ninguno y todo el rato que quiera.
- Pero vamos a ver ¿a ti quién te ha enseñado a volar con esa facilidad tan grande si eso jamás ha ocurrido entre los seres humanos?
- Mira, para que lo sepas bien, te voy a decir que desde hace mucho tiempo, cada noche cuando duermo me veo en lo alto de esta roca. Siempre me rodea tanta gente como ahora ves y todos me mira y me piden que salte. En mi sueño yo espero un poco y cuando ya ha venido mucha gente, me preparo en serio. Me sitúo en el mismo borde del voladero, alzo mis brazos y doy un gran salto y me lanzo al vacío. Al principio todos gritan horrorizado pero en cuanto pasan unos minutos y me ven surcando el gran valle por encima de las praderas y los bosques, a coro exclaman: Aes increíble pero lo tenemos delante de nuestros ojos. Es verdad. Puede volar”:
Y para que tengas más detalles de como ocurre este sueño mío, te diré que en mi salto yo controlo con pleno poder en todo. Desde la roca salgo volando y sobre el valle trazo una amplia curva en forma de arco iris que va de una roca a otra dejando el valle en el mismo centro de la espiral. Voy a caer en el mismo pico de la roca de Peña Musgo y luego vuelvo trazando otro vuelo igual. ¿Y sabes lo que me ocurrió la otra noche cuando lo soñé que aunque en el sueño era de noche, en el salto era pleno día?
- ¿Qué te ocurrió?
- Pues que una persona invalida, es decir, que no podía andar y por eso no había dado un paso en su vida, me pidió que lo llevara conmigo para así gozar la emoción que produce ver este valle desde esa altura suspendida en el viento. Le dije que sí y se agarró a mis espaldas. Saltamos y todo fue tan perfecto y emocionante como ya lo había sido otras veces. ¡Si tú hubieras visto cómo se moría de gozo y daba gracias a Dios por maravilla tan grande!
Cuando el amigo de joven terminó de oír las palabras del muchacho, se dirigió al público y le dijo que por hoy se suspendía la sesión. Que se les devolvía el dinero y que ya se le avisaría el día y la hora en que se llevaría a cabo el próximo salto.
- Tenemos que estudiar un pequeño problema y por eso hoy no puede ser.
EL MUNDO DE LA PAZ
Aunque, cuando después lo penetras y entras en su corazón, descubres que no es lo que a primera vista aparenta, la verdad es que a primera vista parece eso: todo un gran mundo de paz. Un mundo donde ahora, cuando ya nos aproximamos a las aldeas y cruzamos los paisajes que les pertenecen, lo que más se descubre es armonía, silencio, algo de soledad y al fondo las montañas.
- Como si por aquí ni siquiera existiera la vida. ¿Verdad?
- Eso es lo que ahora mismo entra por mis ojos. Todo un mundo nuevo o en todo caso, diferente, lleno de calma, amplio, verde, un poco puro y el resto imposible de explicar. Difícil de relacionar con aquella nevada que me decías y hasta con los rebaños, pastores y serranos.
- Ya te lo estaba advirtiendo: no te será fácil penetrar en el universo y la vida que late por las tierras mías. ¿Quieres hacer la prueba?
- ¿Qué prueba?
- Párate en esa curva.
La curva es justo donde, desde esta carretera que llevamos, se desvía la otra más leve que va a la aldea de la ladera. Se extiende aquí una pequeña llanura y en cuanto nos situamos en ella, nos sirve como de mirador desde el cual se ve el valle entero y las aldeas repartidas por ahí.
- Mira al fondo y verás.
Miro al frente y lo que veo y oigo es la amplitud del paisaje y por todos sus rincones, la vida hirviendo. Al otro lado de la aldea, porque las casas se recogen por el barranco, se mueve un largo rebaño de ovejas.
- ¿Adónde van?
- Como ya es media mañana y el sol empieza a calentar, bajan de las zonas altas donde han estado pastando y buscan las tinadas hasta que la tarde caiga. Son las que han parido dos borregos y por eso ahora en el corral, el pastor les dará su ración de pienso extra. Si te fijas bien verás que por las partes bajas se mueven más rebaños. Y junto a los arroyos, observa la de huertos.
Miro y es verdad: por varios sitios descubro ovejas y por los arroyos y vegas, veo tierras de cultivo.
- Todo un mundo repleto.
- Son los hortales de los pastores sembrados de tomates, patatas, habichuelas y trigo. Por ahí brotan los manantiales, fuente de la vida y de esas aguas pura nieve derretida por las cumbres, cada uno riega su cosecha. Pero aunque parezca tan lleno, también es verdad que por aquí, a veces, se tienta la soledad con su preñez de silencios largos.
- Esa es la sensación que enseguida te invade como también sucede con la lejanía. El tópico, que de estas tierras, tanto repiten los de fuera. Sin embargo, cuando te mueves por el rincón, como nosotros ahora, sientes que ni la lejanía existe ni la soledad se palpa. Descubres que es más bien lo contrario: un sencillo y bello mundo más rebosante que otros muchos.
Aunque tenemos prisa porque ya sí es tarde, el momento tiene tanta emoción, que merece la pena perder diez minutos más.
- Aquella que se ve allá, fue en la primera casa que ella vivió, lo de más al fondo, las tinadas de su padre y el chalé que blanquea a lo lejos, es el de su amiga.
Oyéndola y viendo lo que ahora mismo emerge ante mí y cayendo en la cuenta del día que es hoy: reflexión electoral porque mañana hay elecciones para los ayuntamientos y algunas autonomías, pienso en algo que tiene su importancia.
- ¿Se han acordado de vosotros estos días?
- Muchos no pero sí se han acordado de nosotros más que a lo largo del año.
- ¿Pon un ejemplo?
- Uno que vale por todos y además de risa.
El caso es que por aquí vino el otro día uno que ni siquiera conocíamos para pedirnos que le votáramos. Nos dijo que iba a construir no sé cuantos caminos, que iba a crear un montón de puestos de trabajo y que iba a poner muchas escuelas. También nos dijo que nos quitaría los impuestos y que nos daría magníficos servicios para nuestras huertas y rebaños. Y nos dijo más: nos dijo que no votáramos ni a este ni aquel porque nos quitarían las pensiones y luego nos dijo que ojo y que mucho ojo porque si él no salía elegido podrían complicarse las cosas en estas sierras. Así que casi nos amenazó y nos asustó hasta donde no te puede imaginar. Y cuando ya se iba cogió el coche acompañado de diez o doce más que le seguían y nos dijo:
- Y ahora veréis lo que estoy dispuesto hacer por vosotros.
- ¿Qué va a hacer usted por nosotros?
Preguntamos algo extrañados.
- Venid y veréis.
Nos volvió a decir.
Así que llenos de curiosidad y más mosqueados que la mar, nos fuimos detrás y cuando llegó a las huertas de la vega, al hombre que estaba allí regando sus hortalizas, le dijo:
- Trae para acá esa azada y mira verás como yo también soy capaz de regar estos tomates.
- Pero señor, si esto no son tomates.
- Bueno da igual, aunque sean calabazas yo también sé regarlas. Fíjate lo que hago.
Y cogiendo la azada, sin ni siquiera quitarse el traje flamante que traía puesto ni tampoco los zapatos, cogió y se metió en las tierras del hortal. Como las tierras estaban recién regadas, empapadas a tope porque a lo largo del día ya su dueño las había regado a fondo, el pataleto del señor y muy diligente él, se metió en aquellas tierras y al primer paso se hundió hasta la rodilla.
- ¡Socorro que me traga la tierra!
Gritó espantado y alzando los brazos buscaba agarrarse a lo que fuera. Y lo que fuera fue al hombre aquel, dueño de las tierras y pastor de estos montes.
- Sálvame por favor que me hundo en este pantano de tierras movedizas.
- Tranquilo señor que todo está controlado. Ni se va a hundir ni esto es un pantano ni mucho menos de tierras movedizas ni nosotros tampoco vamos a permitir quedarnos sin una joya como usted.
- Hombre, gracias. Con ciudadanos como tú da gusto tratar. Si además de salvarme me votas, ya te buscaré un trabajo en un sitio bueno para que puedas dejar de bregar en esta miseria de tierra y animales. Saldrás de una vez para siempre de la penuria que te ha rodeado toda la vida.
- Pero señor, a mis paisanos y amigos también hay que ayudarles en muchas cosas. Ellos y también yo nos conformaríamos con que nos arreglaran un poco las calles de la aldea y nos recogieran la basura de vez en cuando.
- Es que tu paisanos no merecen que se les ayude porque se están riendo de mí ahora mismo. ¿No los ves?
Y el hombre, regante de la huerta y pastor de sus ovejas desde toda la vida, miró al señor del traje y a las personas que le habían seguido para ver lo que éste era capaz de hacer con la azada, los surcos y el agua y era verdad: se estaban riendo de él.
- ¡Si no sabes regar pá qué te metes!
- ¡Fuera!
- A todos os pasa igual: os rebajáis hasta lo más humillante buscando que os votemos y en cuanto salís elegidos sólo os preocupáis de subirnos los impuestos y llenaros los bolsillos con ellos.
- Fuera porque tú no eres de los nuestros. Nunca te hemos visto por aquí y ahora lo que vienes es a comprarnos. Si no sabes ni coger una azada ¿cómo vas a resorber los problemas de nuestra tierra?
- Eso es, que hasta con traje de lujo te pones a regar la huerta y confundes las patatas con los tomates y los melones con las sandías.
- ¡Fuera que tú no vales!
El hombre mayor de la huerta de estas tierras nuestras, se puso entre el señor y la gente de la aldea y al primero le dijo que tranquilidad.
- Usted tranquilo que esto lo arreglo yo. Ellos están un poco desengañados de otros como usted y es natural que ahora se rían y no se fíen demasiado.
- Pero es que un mal paso lo tiene cualquiera.
Seguía diciendo el señor.
- ¡Claro hombre! Un mal paso lo tiene cualquiera y hay que ser comprensivos. Ellos y yo también le vamos a perdonar este mal paso y desde ahora mismo estamos dispuestos a ayudarle a usted.
- ¿Qué vais a hacer?
- Ya verá qué cosa más sencilla y bonita es lo que vamos a hacer para que todos quedemos contentos y usted más que nadie. Porque le prometemos que le vamos a votar a ver si sale elegido alcalde o si es posible, presidente de la región y al mismo tiempo, también le vamos a perdonar este mal paso con el riego en la huerta y vamos a dejar de reinos de usted para tomarnos las cosas en serio.
- Pero hombre de Dios ¿qué es lo que vais a hacer? Acaba ya de una vez que me estoy muriendo de frío aquí todo pegado en el barro frente a esa masa enfurecida que no deja de gritar y reírse de mí.
- Enseguida está todo arreglado, ya verá usted.
Y en estos momentos, el hombre de la huerta que ya se había adelantado desde las tierras de sus tomates hasta donde estaban sus paisanos, se puso por delante de él y hablando a la masa le dijo:
- Paisanos, un momento que todo esto tiene arreglo. Lo que ha pasado aquí no es grave sino una cosa que le puede ocurrir a cualquiera que venga con la buena voluntad y fe con que ha venido este señor. Esto es un percance insignificante que hay que perdonar como corresponde a la buena gente que siempre nosotros hemos sido. Este hombre quiere interesarse por nuestras cosas y ello ya merece un respeto y que lo acojamos con cariño.
- ¡Bien, eso está bien! Venga ¿qué más cosas?
- Pues fijaros: yo he pensado que nunca en la vida se nos ha presentado una oportunidad tan bonita como esta. En estos momentos tenemos la posibilidad en nuestras manos de poder conseguir para la tierra lo que nunca se logró y desde hace tanto tiempo buscamos.
- ¿Qué vamos a conseguir?
- Todos nosotros, todos los que ahora mismo estamos aquí, nos vamos a sentar unos minutos para redactar un documento. En él vamos a poner esa lista de cosas que necesitamos y creemos son buenas para nuestra tierra. Una vez redactado, escrito y firmado por cada uno de los que estamos presentes, los vecinos de estas aldeas y los que realmente somos los importantes, se lo vamos a entregar a este señor. Con ese documento en las manos, escrito y firmado, este señor se va a comprometer desde ahora mismo a cumplir lo que ahí le pedimos. ¿Verdad señor?
- Bueno, lo que decía no es eso. Yo quería arreglaros muchas cosas y traer gran progreso pero a mi modo y sin que vosotros lo propongáis por escrito.
- Pero señor, los que vamos a votar y los que luego vamos a pagar el sueldo de usted y de otros muchos, somos nosotros. Es lógico que también seamos nosotros los que le digamos a usted aquello que hay que hacer.
- No estoy muy de acuerdo pero en fin: como necesito vuestros votos, tendré que demostraros que mis intenciones son buenas.
- Si eso lo sabemos nosotros, lo que sucede es que cuando pasa el tiempo, luego las cosas se olvidan y los dineros se gastan en lo que ni hace falta ni tampoco se había dicho. Nosotros ahora nos fiamos y como usted viene dispuesto a trabajar por estas tierras, porque para eso lo vamos a votar y luego le vamos a pagar sueldo, despacho, coche oficial y demás, usted se lleva por escrito y firmado, las cosas para que no se les olviden y ya verá qué bien va todo.
- Es que esto no era lo que decía.
- Es lo mismo que decía, sólo que con la garantía y firma de cada uno de los que le vamos a votar.
- En fin, para empezar y sin que me comprometa a nada, venga comenzar a redactar el documento.
El hombre de la huerta buscó por allí papel y bolígrafo y buscó también a uno que supiera escribir bien y empezó a dictarle el documento. Unos y otros comenzaron a decir cosas y la primera parte del documento quedó muy bonita. Pasado un rato y antes de avanzar más, se pararon y leyeron lo ya escrito. Luego le preguntaron al señor.
- ¿Qué le parece?
- Mosqueado estoy ya pero seguid a ver por dónde vais a salir.
- Usted tranquilo que ya verá la de cosas interesante que le vamos a pedir.
Siguieron poniendo nombres y necesidades sobre el papel y cuando pasó un largo rato, dijeron que era punto y final.
- ¿Qué le parece, señor?
- Una barbaridad pero que en el fondo venís a decir lo mismo que yo os estaba anunciando antes.
- De todos modos, de esta gran idea ahora vamos a resumir los puntos principales. Vamos a dejar claro por dónde hay que empezar a trabajar y para cuándo han de estar cumplidos cada uno de estos apartados concretos.
- Esto último es lo que ya no me gusta. Si vosotros me dejáis cumplir a mí, será mejor, porque alguna libertad debo tener.
- Va a tener toda la libertad del mundo pero nosotros guardamos el papel escrito y firmado por usted y de vez en cuando nos reuniremos para ver cómo van los compromisos.
- De todos modos, ahora vamos a hacer lo siguiente: vosotros me dejáis a mí ese papel vuestro, me lo llevo, lo estudio despacio, amarrando o quitando aquello que crea que puede ser para mejorar aún más las cosas y dentro de unos días, antes de las votaciones, vuelvo por aquí ¿Vale?
- Sí que vale pero sea valiente y no se raje. Nosotros le vamos a votar.
Gritaron a coro todos los allí congregados.
- Yo soy de los que dan la cara y no como otros. Ya veréis como no me rajo.
- Eso es lo que queremos: que nos gobierne un buen personaje y con mucha categoría. Uno que sea de nosotros y que luego no se venda por cuatro pesetas ni se someta a los de arriba.
- Ese soy yo, ya lo veréis.
- Bueno, pues señor, que a usted le vaya bien y ya sabe a dónde nos tiene para lo que necesite de nosotros. Duerma tranquilo y sepa que cuenta con nuestro cariño y apoyo si de verdad es de los nuestros.
- Hasta otra y quedad con Dios.
- ¡Que vuelva!
- Volveré.
Pero no volvió. Pasado aquel trance que en el fondo debió ser bastante amargo para el hombre, salió de las tierras de la huerta, se subió en el coche siempre rodeado de los cuatro o cinco que le seguían y desapareció. Cuando ya arrancó el vehículo, las personas allí reunidas le aplaudieron y aquello fue con bastante sinceridad.
- si vuelve y de verdad nos demuestra que es uno de nosotros, lo votaremos.
- Claro que sí.
Comentaban unos y otros ahora que ya se habían quedado solos. Pero el señor de turno, no volvió. Pasaron los días y aunque en el fondo todos esperábamos que volviera para convencernos de su buena voluntad y que de verdad quería hacer cosas por estas aldeas, aquel hombre no volvió más por aquí. Cosa que nos sentó mal a todos porque una vez más comprobamos que ellos lo único que buscan es sacarnos el voto. Todo eso de que le interesan nuestras cosas y de que van a hacer esto y lo otro, es puro cuento.
A MEDIA MAÑANA
¿Ves? Ahora que ha llegado el mes de marzo, a media mañana, has subido al cerro que tanto te gusta. El que está enfrentado al sol y en medio tiene un peñasco redondo. Te sientas en él y miras al barranco que se abre a tus pies. Fíjate qué sereno está el campo, con sólo algún pajarillo que canta por entre las encinas de la ladera y la brizna de viento que corre, sin moverse. ¿Verdad que aunque parece un día triste, es bello?
Mira el cerro que te queda enfrente, lo cubierto que está de monte oscuro. La sombra que proyecta la luz de la mañana, se derrama sobre el espeso bosque y al mezclarse con la bruma que sube del valle, los rayos oro del sol que le entra por la cumbre y el frío que corre, se tornan misterio. Trescientos metros por debajo de aquel pino, el arroyo que desciende por la ladera, no se funde con el río que corre por nuestra derecha. Se hunde por el barranco profundo y saltando paredones rocosos, se pierde en la lejanía en busca del otro gran río que atraviesa el valle.
Allí mismo se ve una casita blanca, ya casi caída de tan vieja. La construyeron las gentes que vivía en estas sierras y luego la tuvieron que dejar. Las personas que pertenecen a los paisajes de estos montes y que un día llegaron para ocuparlos, desde entonces no han dejado de irse. Eternamente se están yendo, y no por su gusto, y dejando señales de su presencia para que su recuerdo no muera nunca. La casita ya está medio caída o más bien, caída del todo porque la hierba y el monte, crece en la misma tierra donde se apoyaban las paredes. Lo lleno de presencia que está el campo a pesar de tanta soledad y lo claro que se les ve a ellos a pesar de su ausencia. ¿Y a que parece que el misterio, aunque se mueve por aquí cerca, se esconde al otro lado de la cumbre?
El misterio, cuyo color desconocemos por completo y por cuyos paisajes jamás hemos pisado pero cuya belleza intuimos en este momento ¡qué bello y qué dulce sabe en estas horas tiernas del mes de marzo! ¿Verdad que allí se encuentra el final de la meta? Pero ahora mismo, ¿a que parece que no deseas irte? ¿A que pasa el tiempo y no lo sientes? Fíjate que sencillo y a la vez que rotundo: Cuando creíamos que íbamos a estar tres días subiendo montañas, en busca del aire limpio y la libertad de los horizontes lejanos, ya lo ves: desde este peñasco redondo, alzado sobre el barranco y frente a la mañana, lo tenemos todo. ¡Qué gozo! ¿Verdad?
LOS AMIGOS DEL NIÑO
El rincón es un pequeño paraíso donde el cortijo se aplasta pegado a las rocas del Castellón del Valle; la pradera lo rodea por el lado de arriba con el arroyuelo que lo atraviesa y el bosque de pinos lo arropa por el oriente. Un pequeño universo revestido de zarzas con moras negras y perfumado con el penetrante aroma de mejorana verde. El rincón, de tan recogido y sutilmente modelado, más parece sueño que otra realidad.
El niño sabes, sin darse cuenta, que las cosas son bonitas y aunque todo parezca juego, tienen su ternura y encierran su valor. Sus ojos se lo dicen y en su alma él lo nota. Por eso aquel verano el niño tenía tres amigos: la rana del charco en el arroyuelo de la pradera, el pollito de perdiz que había empollado una de las gallinas del cortijo y la araña del enebro del charco de la rana. El polluelo de perdiz aún no volaba y ya el niño se lo lleva a jugar con él junto al enebro de la araña y el charco de la rana. Su gozo era ver al polluelo irse detrás de los mosquitos, dar el salto y cazarlos al vuelo.
‑ ¡Uno menos!
Decía y el siguiente era para la rana; saltaba fuera del charco, se iba por la pradera y mosquito que pasaba volando, si al pollo se le escapaba, lo atrapaba la rana. Pero alguno volaba más alto y al pasar por el enebro se enredaba en la tela que la araña había tejido de una rama a otra y allí se quedaba y éste era para la araña.
Se pasaba el día entero el niño enredado en la emoción de aquel juego, llamando a sus amigos a cada uno por su nombre y cogiendo en sus manos tanto al pollito de perdiz como a la rana. Pero el padre del niño un día prendió fuego al lindazo que baja del cortijo y se junta con el arroyo. Era un fuego pequeño y controlado con el único deseo de quitar de en medio algunas malas hierbas; mas las llamas se fueron por el pasto de la pradera y aunque el padre acudió rápido y en menos de media hora lo sofocó, el fuego quemó casi toda la llanura por donde el niño compartía los juegos con sus amigos.
Y como en la llanura, atrapando sus mosquitos, estaba tanto el pollito como la rana y la araña en su mata de enebro, los tres ardieron.
‑ ¡Pero, papá ¿no ves qué pena?
Dijo el niño casi llorando frente a los cadáveres carbonizados de sus tres amigos.
‑ ¡Lo siento hijo! Fue sin querer y aunque he luchado para controlarlo no pude apagarlo a tiempo.
‑ Pero papá, el fuego acaba con la vida de los animales del bosque; son inocentes estos muertos y fíjate cuánta tristeza queda ahora por aquí.
‑ ¡Ya te he dicho que lo siento, hijo!
El niño no es consciente de la grandeza en los tallos de la hierba verde. No puede saber el valor profundo del agua transparente. No comprende las maravillas que la creación concentra en las gotas del rocío, ni tampoco sabe que es gran cosa el viento meciendo las ramas de los árboles. El niño es pequeño y su mente no comprende los misterios aunque estos sean sencillos. Pero él sí sabe, sin ser consciente, que hay mucha belleza en la llanura y el monte que en ella crece. Sus ojos la perciben y como el alma es pequeña, todo lo reduce a juego. Puro juego todo el universo que le rodea y el mundo entero pero perfectamente construido y hermosamente engalanado sólo para que él lo goce. Por eso sabe, sin ser consciente, que ahí respira Dios y que eso es cosa grande que no se puede romper ni tratar sin cariño. Todo él, sin saberlo sabe, que es cosa muy importante tanto el ruiseñor que canta en las zarzas como el chorrillo que atraviesa la llanura.
*LA TIA DOROTEA
- Te preguntaba por el cortijo de la Tía Dorotea.
- ¿Qué quieres saber de él?
- Pues que llevo mirando todo el roto por esa ladera y no acabo de verlo por ningún sitio. ¿Dónde se encuentra?
- Su cortijo no se ve desde el valle. Nos lo tapa el voladero por donde se despeña la cascada del Fraile. Hay que subir, remontar la primera parte de la ladera y a pesar de eso, lo verás justo cuando ya estés encima.
- Y Fuente de Piedra ¿por dónde cae?
- Más arriba de donde se ve la roca del Fraile.
- ¡Qué nombre tan bonito y contundente es Fuente de Piedra ¿verdad?
- Lo es y, sin embargo, un día lo adulteraron cuando lo cogieron para ponérselo al grupo de apartamentos que construyeron subiendo el valle del Guadalquivir. Aquello primero fue un centro de toxicómanos y luego cambiaron de tema: para los turistas. ¿Sabes tú a quién se le corrió la idea de llevarse allí tan estupendo nombre?
- Me lo imagino y mejor no decir nada. Yo tengo entendido que desde esta carretera de asfalto, sube o subía una senda que iba derecha al cortijo de la Tía Dorotea. De la senda y del rincón me gustaría oírte unas palabras.
- Ya sé lo que te pasa.
- ¿Qué me pasa?
- Que como el lugar no lo tienes andado, te grita dentro y te mueres de ganas por conocerlo. La Tía Dorotea es para ti un personaje muy singular pero como ni la conoces ni conoces a fondo cómo y dónde vivió y quieres saber y contar muchas cosas de su vida, te encuentras como sin tierra bajo los pies. ¿No es verdad?
- Algo de verdad sí es. En el fondo me gustaría tener registrado dentro de mí lo que acabas de contarme. Me gustaría saber por qué punto exacto subía la senda que desde el valle iba al cortijo. Me gustaría encontrarme por donde se muere el cortijo. Oler el rincón y palpar la ausencia. Verla con mis propios ojos caminando por aquellas tierras, ahora desde aquí desconocidas y lejanas. Me gustaría calentarme con ella junto al fuego de la chimenea, abrazados por aquella soledad y aquel silencio y se fuera posible, también me gustaría oír de sus labios las cosas que ella ha vivido. Si fuera posible hacer un poco míos, los sueños que ella tuvo y los sinsabores que el tiempo le fue dejando. No sé por qué, desde que el primer día oí hablar de ella, la siento como a la gran heroína de las sierras que ahora pisamos. Es un símbolo para mí aunque tan ignorada sea de tantos. ¿Tan sola vivió esa mujer, sus últimos años?
- Se puede decir que sí vivió sola pero fue una decisión suya que tomó desde su libertad y la asumió llena de gozo hasta el último día. ¿Quieres que te cuente la última decisión de su vida?
- Quiero que me la cuentes. ¿Cuál fue la última decisión?
- Tendría ella muy claro en su cabeza las cosas y en el fondo sabía bien lo que quería, porque de otro modo no se explica lo que hizo. Nadie llegamos nunca a comprenderlo aunque sí respetamos y aceptamos aquella decisión que le llevó a la soledad más absoluta hasta el día final. Pero a una soledad gozosa que más de uno hemos envidiado muchas veces. Esa mujer fue una héroe y a demás una santa.
El caso es que como se hacía vieja porque el tiempo no pasa sin dejar huellas y vivía tan sola, a todos nos preocupaba que un día le pasara algo. En una ocasión, ahí, a Los Casares, vinieron las señoritas de Los Parras. Y una de ellas que era una estupenda persona, doña María que es como se llamaba, ya andaba desde hacía algún tiempo preocupada por la soledad de la Tía Dorotea. Le preocupaba a ella mucho que la mujer siendo ya tan mayor, viviera sola en un monte tan agreste y grande como era este.
- La pobre mujer, un día de estos, cuando menos lo esperemos, le va a pasar algo y sola como está, a ver quien le ayuda.
Decía una y otra vez la señorita.
- En eso tiene usted mucha razón y nosotros somos los que de alguna manera deberíamos tomar medidas.
Le contestaba doña Carmen, la hermana de Genarito que también era de Orcera.
- Pues hoy tenemos que subir al cortijo de la Tía Dorotea a ver si la convencemos y se viene con nosotros a la casa del pueblo.
Decía doña María.
- La idea es estupenda porque, además, es una gran obra de caridad pero ya verá usted, señorita, como la abuela no quiere y si acaso logra convencerla, ya verá como otra vez se vuelve ella a su cortijo.
Le decía el mayoral de las cabras.
- De todos modos tenemos que intentarlo porque la pobre mujer allí sola corre peligro.
- Pues siendo así, estoy dispuesto a echar una mano en lo que la señorita necesite.
- Por ahora, lo único que necesitamos es que nos acompañes hasta el cortijo. Tú sabes por dónde va la senda y como conoces bien el terreno, seguro que llegamos hasta su cortijo porque nosotras solas ¿a dónde vamos por estas tierras tan llenas de monte y escarpadas?
- Eso está hecho. Les acompaño a ustedes hasta el cortijo de la Tía Dorotea porque también estoy muy de acuerdo en hacer algo por la mujer antes de que un día se muera en la pobreza y sin compañía de nadie.
Así que aquel día salieron temprano del cortijo de Los Casares y se pusieron en camino monte arriba en busca de la abuela. Estaba ya yéndose la primavera y entrando el verano y por eso en cuanto el sol se alzaba en el cielo pegaba fuerte sobre la solana. De aquí que ellos procurasen salir muy temprano a fin de llegar pronto y volver para medio día a comer a Los Casares. También por esto aquella mañana era todo un espectáculo esta amplia ladera. Las vacas mugían y pastaban por las cañadas, los rebaños de cabras balaban atravesando los madroñales y las manadas de ovejas subían o bajaban buscando las mejores praderas junto a las corrientes de los arroyos.
Los tres se pusieron en camino ladera arriba guiados por el mayoral de las cabras y como la señorita María aunque era una excelente persona, no estaba acostumbrada ni a las sendas ni a las cuestas de estos montes, pronto tuvo problemas.
- ¿Qué le pasa a usted, señorita?
Preguntó enseguida el mayoral.
- Como estás viendo, se me han roto los zapatos y los pies me duelen tanto que no puedo ni dar un paso.
- Si quiere nos volvemos y otro día subimos cuando tengamos mejor preparación.
- Eso ni hablar. Hoy tenemos que llegar hasta el cortijo de la abuela aunque a mí se me llenen los pies de heridas.
- Pero sin calzado no se puede andar por estos montes.
- Vosotros los serranos, ahora ya no pero en otros tiempos sí, os movíais por aquí con toda agilidad, con los pies cubiertos por simples esparteñas y además de ser felices, caminabais por estas sendas a diario venciéndolas un día y otro sin problemas.
- Pero no es lo mismo, señorita. Usted no está acostumbrada a andar por el monte y es normal que hoy esta subida le resulte dura. Si usted quiere el problema de su calzado lo arreglo enseguida.
- ¿Qué se puede hacer?
- Le dejo mis zapatos que casi son de la misma medida. Usted se los pone y ya verá como seguimos subiendo y llegamos al cortijo.
A doña María le gustó la idea y por eso no tardó en ponerse los zapatos del mayoral. A media ladera, bajo la sombra de un pino, se sentaron y mientras él se quitaba los zapatos de esparto y ella se los iba poniendo, a la mente de doña María acudió la imagen del tesoro de la abuelita.
- ¿Es verdad o no?
Le preguntaba al mayoral.
- ¿Por qué me lo pregunta?
- Es que lo he oído bastante veces de unos y otros y claro, aunque no le doy crédito, al final una llega a dudar. Ahora que tengo la oportunidad te lo pregunto a ti porque creo que tú sí estarás bien informado del asunto.
- Pues mire usted señorita, lo que sé es poca cosa y desde luego todo también pura habladuría porque el tesoro de la Tía Dorotea yo no lo he visto nunca y creo que tampoco lo ha visto ni tocado nadie.
- Y lo que tú sabes ¿ qué es?
- Sé que ella, al parecer, andando un día por estos montes se tropezó con unas rocas muy raras que nunca nadie había visto y que eran unas piedras preciosas. Dicen que eran unos trozos de piedras que brillaban como el cristal, con la superficie pulida, tan suave como la espuma y transparentes como el viento. Unas piedras en forma de cristales de un kilo o así de peso y que se encontraban sueltas en una ladera oculta entre el monte. Allí mismo y más abajo, también encontró ella otras pocas piedras preciosas, transparentes y brillantes como las primeras pero estas de color morado intenso. Según yo he oído decir, ella cogió sólo unas cuantas y se las trajo a su cortijo. En el lugar de hallazgo se dejó las demás pensando que un día, nadie sabe cuando, volvería a por ellas para decírselo luego a todo el mundo y si de verdad esas piedras son preciosas, venderlas y hacerse rica.
Esto es lo que a mí me dijeron unos y otros, cosa que nunca llegué a creer del todo ni tampoco pongo en duda. Por que ¿quién sabe si pudiera ser verdad lo del tesoro?
- Ya te digo que también lo he oído pero claro, piedras preciosas aquí en estos montes nunca se dieron y por otro lado, si tanto se habla, mientras no se compruebe a fondo ¿cómo negarlo?
- Yo estoy pensando que como usted es una persona muy bien educada y sabe cómo tratar a la abuelita, cuando lleguemos le puede preguntar del tema y a lo mejor ella se anima y nos lo cuenta. ¿Qué le parece?
- Me parece bien pero ten en cuanta que mi interés en ir hasta el cortijo y verla ya sabes que es por otro asunto. Quiero conocerla a ver si se viene con nosotros a Orcera donde la vamos a ofrecer una casa, cama, comida y cuidados para que a su vejez ya no esté tan sola en este monte y esta vida. ¿Crees tú que ella se vendrá?
- Yo creo que no. A ella como a todos los auténticos serranos, le resulta más que duro, casi imposible dejar el rincón donde en estas sierras ha vivido toda la vida. Los demás valores y cosas de la tierra no tienen interés para una persona como la abuelita. Los serranos, los auténticos hombres y mujeres de estas sierras, siempre hemos llevado dentro estos valores y eso no hay cosa en el mundo que lo cambie. Habremos sido más pobre y hasta con menos formación que otras personas pero a valores humanos llenos de sincero amor, nadie nunca en el mundo nos podrá ganar.
- En fin, cuando lleguemos y le hablemos veremos lo que ella piensa y hace.
Así que una vez descansada y con los zapatos repuestos, el mayoral de las cabras, la señorita María y la mujer de Genarito, siguieron subiendo por la senda que surca el monte en busca del cortijo perdido, como ellas lo llamaban. Pero como esta ladera es tan larga y tan mala y tan áspera de andar, media hora más tarde, doña Carmen, la mujer de Genarito, ya no podía más.
- ¿Qué le pasa señora?
Le pregunta de nuevo el mayoral.
- Pues que estoy tan agotada que no puedo con mi cuerpo. La subida de esta cuesta es más dura de lo que yo pensaba.
- Si pudiera hacer un esfuerzo, en nada de tiempo estaríamos en el cortijo que buscamos.
- Lo siento pero en estos momentos no tengo fuerzas ni para dar tres pasos más.
- Pues nos volvemos.
- De eso nada. Ya que hemos llegado hasta estas alturas tenemos que seguir.
A mí me dejáis en la sombra de estos pinos y aquí os espero. Vosotros seguí porque ella necesita de compañía humana y si lográis que se venga, daremos por bien sufrido este esfuerzo nuestro.
- Lo que usted quiera señora. Si a la señorita le parece bien nosotros seguimos y si usted se queda le voy a decir que no se mueva de la sombra de este pino no sea que se meta por el monte y se despeña por algún barranco de estos. Usted quédese aquí a la sombra, respirando el aire fresco que sube del valle y gozando de la hermosa panorámica y cuando volvamos, regresamos todos juntos. Sola no se va a quedar porque a mi perra le voy a pedir que se esté aquí con usted dándole compañía y ya ve que las vacas también pastan por aquel barranco que aunque parezca que no, los animales también acompañan.
- Yo haré caso a lo que usted me diga y aquí me quedaré esperando y Dios quiera que los resultados sean buenos.
El mayoral miró a la perra grande y le dijo: “Aquí te quedas con el ama y ya sabes, cuídala que no le pase nada”. El animal parece que comprendió lo que le decía su dueño.
Así que la señorita María y el mayoral de las cabras siguieron subiendo ya bastante más reconfortados porque el cortijo no quedaba lejos y tampoco tenía mucha complicación el trozo que faltaba. En unos minutos remontaron una lomilla, atravesaron un buen trozo de bosque, alcanzaron una reducida repisa y ya tenían antes sus ojos el cortijillo de la abuela.
- Ya verá usted que sorpresa se va a llevar cuando nos vea porque como no nos espera y como por el lugar viene tan poca gente, sin duda que no se lo va a creer.
Le decía el mayoral a la señorita.
- Y no sé porque pero hasta me siento alegre de este encuentro con ella. Debe ser tan buena esta abuelita y debe sentirse tan sola que hasta siento gozo de este encuentro.
Comentaba la señorita.
Y así fue: la abuela estaba sentada frente a la lumbre de la chimenea cuando ellos entraron al cortijo y la cogieron desprevenida.
- Somos gente de paz, Tía Dorotea.
Le dijo el mayoral acercándose a ella y besándola. Se volvió la abuelita y nerviosa le dijo:
- Yo te conozco a ti y me alegro que vuelvas por mi cortijo pero a esta señorita no la conozco de nada. ¿Quién es?
- Es la señorita María que ha tenido el gusto de venir hoy hasta tu cortijo porque quería conocerte y darte un rato de compañía.
- Pues hija mía, yo ni tengo nada qué ofrecerte ni te puedo enseñar nada porque ya ves qué chico es mi cortijo y qué pocas cosas hay en él. Un cuartucho con mi cama, una mesa destartalada, una silla y la lumbre que siempre arde porque es la única compañía que tengo. Así que bien venida a mi cortijo y siéntate frente a la lumbre que es lo único que puedo ofrecerte y un baso de agua fresca si quieres.
- Tía Dorotea, yo estoy encantada sólo con estar aquí junto a usted y por eso todo lo demás me sobra. Hemos venido nada más que para estar un rato en su cortijo y con usted y charlar de algunas cosas y como ya estoy en su casa y la tengo aquí a mi lado, me sobra cualquier otra cosa. No necesito de nada en absoluto porque no venía yo buscando sino su presencia y el calor de este pequeño pero hermoso cortijo con su lumbre y la paz que en él se respira.
Le dijo la señorita María.
- Pues gracias, hija mía, por tu generosidad que ya veo que es como la de todos los jóvenes de hoy en día, sincera y noble. Una no se merece tantas atenciones porque una no hizo nunca nada en la vida por los demás y fíjate que ahora, que soy mayor, todo el mundo os preocupáis por mí como si yo fuera importante. Todos los jóvenes de hoy tenéis muy buen corazón y sois tan generosos conmigo que en ocasiones hasta me siento avergonzada. ¿Por qué te has tomado tantas molestias en subir ese camino tan malo?
- Tía Dorotea, es que ya le he dicho que teníamos interés en conocerla y estar aquí un rato a su lado para charla de algunas cosas.
- La verdad es que no sé de qué cosas vamos a charlar.
- Podemos hablar primero de sus cosas y luego yo le contaré un plan que desde hace tiempo estoy pensando.
- Pues de mis cosas, como no te cuente los ratos que me paso buscando níscalos y caracoles que luego llevo a los que viven por el Cerezuelo. Como no te cuente lo buenas que son esas personas conmigo que cada vez que voy por allí me dan tantas comida que luego tengo que dar dos viajes para subirlas a mi cortijo. Como no te cuente que ellos me repiten una vez y otra que deje de vivir sola en este cortijo porque algún día me va a pasar algo. Como no te cuente alguna de estas cosas, no sé de qué puedo hablar contigo a no ser que te cuente el sueño que tanto se me repite una vez y otra.
- ¿Y cual ese sueño, Tía Dorotea?
- Pues mira, los sueño casi todas las noches desde que me quedé a vivir sola en este cortijo y en él siempre veo algo que en la realidad de mi vida nunca vi con estos ojos.
- ¿Qué es lo que ve?
- Lo primero una gran montaña que se parece a esta donde vivo pero que es más grande y con paisajes y laderas distintas. Y sobre la gran montaña, arriba, casi en la cumbre, siempre veo a una manada de búfalos que viven como si estuvieran encerrados, pastando en las praderas que sobre la cumbre tiene esa gran montaña y nunca pueden bajar a los pastos de la llanura.
- ¿Por qué no pueden bajar a los pastos de bajos?
- Primero porque unas grandes paredes de rocas se lo impiden y segundo, porque también se lo impide un grupo de hombres que guardan la montaña.
En una ocasión, en mi sueño, le pregunté a uno de estos hombres por qué forzaban a los animales a vivir sobre la cumbre de la montaña donde aunque tienen praderas, las que hay por las partes bajas también son muy buenas y están repletas de finas hojas de hierba ¿y sabes lo que me dijo?
- ¿Qué le dijo?
- Pues que no dejaban que los animales bajaran a las praderas de las laderas y del valle porque todas las tierras eran para los turistas. “Los animales que ahora pastan por la cumbre de esta montaña, son una reserva que hemos acorralado en las alturas para que no se acaben y donde los turistas no llegan tanto. Es decir: las cumbres para los animales de donde no pueden salir porque todas las otras tierras de las zonas medias y los valles son para los turistas que desde aquí los observan tranquilos pastando por la tierra de la cumbre”.
Esto fue lo que me dijo aquel hombre cuando le pregunté y la verdad es que ni me gustó su respuesta ni me gustó ver lo que con esos animales han hecho. Los han dejado aislados sobre las cumbres, cerrándoles todas las puertas hacia otras tierras como si fueran piezas de museo que quieren conservar pero privándolos de vida. ¿Tú crees que eso está bien?
- Yo creo que no porque el turismo será importante pero quitarle las tierras a los animales para dejarlos encerrados entre las rocas de la cumbre a fin de tener ahí unas cuantas piezas de museo, tampoco me parece bien. Pero en fin, vamos a lo nuestro.
- ¿Y qué es lo nuestro, hija mía?
- Pues que a mí me gustaría que usted se viniera conmigo a vivir a mi casa.
Cuando la señorita María terminó de pronunciar estas palabras, la Tía Dorotea la miró y no respondió enseguida, sino que guardó silencio y durante un rato permaneció pensativa. Como si buscara alguna vivencia entre sus recuerdos sobre la cual apoyarse para desde ella responder. También la señorita María empezó a preocuparse un poco, ante la duda de si habría molestado o no a la abuelita con aquella proposición suya. Miró al mayoral como esperando que él le echara una mano y al instante se fijó en la abuelita otra vez y le dijo:
‑ Bueno, lo que acabo de decir no tiene por qué ser respondido ni ejecutado ahora mismo. Usted se lo piensa con todo el tiempo que necesite y cuando luego otro día volvamos por aquí, me dice si quiere o no venirse a la casa que tenemos en Orcera.
‑ La verdad es que yo te agradezco la generosidad y el cariño que sientes por mí pero creo que la respuesta te la puedo dar ahora mismo.
‑ ¿Y cual es la respuesta?
‑ Pues que si me fuera con vosotros a vivir a ese pueblo no me sentiría feliz del todo. A mí nunca en la vida me gustó ni molestar ni ser una carga para nadie. Aunque vosotros seáis muy buenos amigos, pienso que no dejaré de ser una molestia en la casa. Estaréis pendientes de mí para la comida, el vestido, si hace o no, frío o calor... en fin, un montón de detalles que a la larga serán molestos para vosotros. Y por otro lado también estoy pensando que si no me encuentro agusto, por lo que ya antes te he dicho, y porque aquel no es mi mundo, ¿quién puede asegurar que un día no me saldré de aquella casa vuestra y sin deciros nada me vuelvo otra vez a este cortijo?
‑ Tía Dorotea, si eso ocurriera nadie se iba a enfadar con usted. Comprendemos que está en su derecho y que sus cosas y sus recuerdos son más fuertes que cuanto nosotros podamos ofrecerle.
‑ Pero tú fíjate la faena que yo iba a cometer y a vosotros que tan bien os estáis portando conmigo.
Por eso ya te decía que es mejor no irme con vosotros a esa casa que tenéis en Orcera. Yo ya estoy muy acostumbrada a vivir en este cortijo aquí encima de la ladera y entre el monte. Tan acostumbrada estoy ya a la lumbre y al candil que el problema para mí iba a ser lo contrario: hacerme a la luz eléctrica y esas comodidades que ponen en vuestras casas. Yo sé que iba a echar de menos el calor de esta lumbre con la chimenea y el chisporrotear de los tizones ardiendo lentamente. Tampoco me iba a sentir bien en una cama con finas sábanas ni en un cuarto de baño con grifos y lavabos como y todas las cosas que vosotros tenéis.
Yo estoy muy acostumbrada a este cuartucho mío y a lavarme de vez en cuando, en el charco del arroyo que corre por aquí y te aseguro que esto no es ningún sacrificio para mí. Tan poco es ningún sacrificio levantarme cada día al salir el sol, encender la lumbre, darle de comer a las cuatro gallinas, ir a la huerta a regarla, salir al monte a recoger leña, ordeñar las cabras y recoger piñas secas para cuando llegue el invierno. Tan acostumbrada estoy a estas cosas y tantas veces las he hecho a lo largo de mi vida, que si ahora me faltan, creo que me aburriría mucho. Y sé que tú estás pensando que con mis años, algún día me faltarán las fuerzas para arreglarme sola. También he pensando eso pero como mi vida y mi suerte, desde hace tiempo, la tengo en las manos del Señor, yo confío en que El vaya cuidando de mí hasta el día en que decida llevarme a su lado. Y ya termino. No tengo nada más que decirte sino que te agradezco tu sincera muestra de cariño para conmigo.
Al terminar la abuelita de pronunciar estas palabras, la señorita María, durante un rato permaneció en silencio. No sabía qué decirle por la gran claridad con que la Tía Dorotea se había expresado. Miró al mayoral y con gestos, éste le dijo que no siguiera insistiendo, se dirigió de nuevo a la abuelita para decirle:
‑ De todos modos usted puede seguir pensándolo. Si algún día quiere venirse no tiene nada más que decirlo.
‑ Como ya sé que vosotros me queréis y como el mayoral viene por aquí de vez en cuando, pues si cambio de opinión, a través de él os lo digo.
‑ En eso quedamos y ahora ya nos vamos que en la sombra del camino, en mitad de la cuesta, nos espera dona Carmen.
‑ Pero ya que estáis aquí tenéis que compartir conmigo un tazón de leche. Es de mi cabra y está recién ordeñada.
‑ Lo aceptamos Tía Dorotea pero no queremos ser ni pesados ni gravosos para usted.
‑ Me estáis dando compañía y eso es muy importante para mí.
Y sin más, los tres se sentaron frente al fuego de la chimenea donde, en una hoya de barro, la abuelita tenía calentita la leche. Echó una poca en los tazones también de barro y mientras se la iban tomando hablaron de la huerta, del cortijo tan solitario en aquel monte, del trozo de pared que el último invierno se le había caído por el lado del arroyo, de los ciervos que cada noche bajaban y se comían las lechugas y los arboles frutales, de las nogueras viejas que este año no han dando nueces porque los hielos la habían quemado.
‑ Cuando ya tenían las hojas y las flores brotadas, porque la primavera se madrugó, vinieron unos días de frío y quemó todos los brotes nuevos y todas las flores.
Decía la Tía Dorotea.
Hablaron también de los caracoles, de los espárragos que por todo aquel monte crecían, de los nidos de perdiz al llegar la primavera, de las nieves, de las lluvias y la crecida de los arroyos y cuando ya iba llegando el día a su centro, el mayoral y la señorita se despidieron de ella.
‑ Que volváis.
‑ Volveremos otro día y nos estaremos aquí más rato.
Le decían ellos.
Emprendieron por el camino ladera abajo y en cuanto empezaron a alejarse, comenzaron a comentar las impresiones que la abuela había dejado sobre sus almas.
- Lo feliz que es y lo llena de paz que se encuentra a pesar de que se puede creer lo contrario.
- Es lo que la mayoría de nosotros nos decimos y por estas razones la respetamos tanto, dejándola con sus cosas y su mundo a pesar del peligro real que tiene esta realidad suya.
Decía el mayoral. Y en estos momentos sientes voces.
- ¡Espera!
Exclama la señorita María. Detuvieron el paso y atentos escucharon a ver qué pasaba. Oyeron otra vez un fuerte grito y ahora con más claridad.
- ¡Es doña Carmen!
Dijo el mayoral.
- ¿Qué le pasará? Parece como si estuviera en apuros.
‑ Bajemos aprisa no sea que le ocurra algo.
Ambos descendieron rápidos por aquella senda, atropellando monte y cuando trazaron la curva del pino grande, la vieron. Doña Carmen estaba acurrucada contra el tronco del árbol, defendida por la perra del mayoral que reculada en sus pies hacía cara a todo lo que se acercaba a doña Carmen mientras ella gritaba llena de miedo.
‑ ¿Qué ha pasado?
Preguntó enseguida el mayoral nada más estar al lado de ella.
‑ Pues que una vaca me ha atacado.
‑ Pero si estas vacas no son bravas.
‑ No serán bravas pero yo me he salvado de milagro. Si no llega a ser por la perra ahora estaría por el monte todo hecha polvo.
‑ Tranquilícese usted señora, que ahora ya estamos nosotros aquí para ayudarle con lo que haga falta. Pero me interesa saber qué es lo que ha pasado y cómo porque hasta hoy tenía creído que mis vacas no envestían a la gente. Si resulta que sin saberlo yo en mi manada tengo alguna vacas brava, tendré que tomar medidas antes de que algún día ocurra lo peor. A ver, cuénteme usted cómo fue todo.
‑ Pues mire, mayoral: yo estaba sentada bajo la sombra del pino tal como me indicó cuando por aquí subíamos esta mañana. Tan agotada me encontraba que ni siquiera me apeteció levantarme para dar un paseo por aquí cerca. Y resulta que estando tan tranquila, de pronto, siento un gran tropel. Venía de allí, del lado del arroyo y claro, enseguida miré asustada y más me asusté cuando vi lo que era.
‑ ¿Qué era?
Preguntó impaciente la señorita María.
‑ Una enorme vaca que con la fuerza de un huracán, atravesaba el monte rugiendo en mi busca. Traía el rabo alzado, la cornamenta bien preparada hacía adelante y mientras mugía, se retorcía salvaje dando saltos por entre el monte y las rocas. Parecía como si me hubiera visto porque venía toda derecha a mí con la mala intención de llevarme por delante.
Me levanté asustada, me aplasté contra el tronco de este pino y menos mal que la perra enseguida la vio, salió a su encuentro y poniéndose delante de ella, le hizo cara dando grande ladridos. Se ve que la vaca le teme a la perra y por eso torció su carrera y sin dejar el trotar endemoniado que traía, siguió saltando por entre el monte y se perdió ladera abajo. ¡Pero válgame el cielo qué susto al verla tan cerca y con la carrera que traía! Vamos que me hubiera lanzado por los aires y me hubiera tirado barranco abajo por este monte de no ser por la perra que me defendió.
‑ Bueno pero ya ha pasado todo, señora, y gracias a Dios que no ha ocurrido nada. Así que se puede tranquilizar porque, además, le voy a decir qué es lo que le ocurría a ese animal.
Al pronunciar estas palabras, tanto la señorita María como doña Carmen, se le quedaron mirando y ansiosas esperaban la explicación del mayoral.
‑ ¿Qué ha sido? ¿Por qué la vaca brava quiso atacarme?
‑ En primer lugar ni la vaca es brava ni le quiso atacar.
‑ ¿Entonces?
‑ Pues que al animal le ha picado la mosca, como le pica la mosca a todas las vacas en la época del calor y se puso a correr, que es lo que siempre ellas hacen para defenderse de la molesta picazón que el insecto le produce.
‑ Pero señor mayoral, eso “de picar” la mosca ¿qué es?
‑ Científicamente no sé explicarlo pero en mi lenguaje y en mi experiencia de todos los días, sí lo puedo describir. Lo de la mosca en las vacas, pues es eso: unas moscas grandes que atacan a los animales produciéndoles un escozor muy doloroso y por eso salen corriendo. Se les mete entre las pezuñas de los pies y en ahí donde les pica para chuparles la sangre. Al hincar el aguijón les inyectan un veneno que por lo visto debe ser muy doloroso y claro, como en esa parte del cuerpo las vacas no tienen ningún medio para espantar a las moscas, lo único que se les ocurre es salir corriendo. En esa huida loca y desesperante que parecen que van rabiosas, ellas siempre buscan la espesura del monte, los arroyos de aguas y las sombras de los árboles porque creen que de ese modo se quintan de encima la picazón de tan molesto insecto.
La vaca que hace un rato usted ha visto por aquí ni es brava ni venía con intención de atacarle, sino que corría con el rabo empinado y con la mosca entre las pezuñas. Seguro que el animal ni siquiera sabía que bajo este pino descansaba la señora, y claro, también se habrá llevado una sorpresa.
- Yo no sé si será así o no, el caso es que sino hubiera sido por la perra de usted la vaca me habría destrozado. Ya le digo que la perra se puso delante, haciéndole cara y ladrando de tal modo que si la vaca hubiera insistido acercase hasta mí, yo estoy segura que lo habría tenido que hacer por encima de la perra. Por eso le decía que este animal me ha salvado la vida. Su perra desde hoy pasa a ser mi amiga y tanto que hasta me atrevo a pedirle que me la regale para que me la lleve conmigo a mi casa.
Al oír estas palabras, el mayoral se sintió un poco preocupado. La hermosa perra que en estos momentos la señora Carmen quería para ella, porque un rato antes le había salvado la vida, era su mejor compañera también de toda la vida. Siempre que el mayoral iba por el monte cuidando las cabras, la perra le acompañaba y siempre que había que mover las cabras de acá para allá, era la perra la que se encargaba de conducirlas. Tan compenetrados estaban los tres, cabras, perra y mayoral, que sin tragedia ni violencia ninguna, todo funcionaba perfectamente. El mayoral daba las órdenes, la perra las ponía en práctica y las cabras obedecían con la más sabia inteligencia. Si ahora la señora se encaprichaba con la perra y se la llevaba a su casa, para él, iba a ser un gran extravío. Pero como era la señora, si el mayoral se negaba al capricho, podría ella sentirse contrariedad. Por eso, bastante preocupado le dijo:
- Señora Carmen, desde hoy esta perra mía es suya y estoy segura que a ella también le gustará tener una nueva dueña como usted. Pero si me permite me voy a atrever a dar mi opinión.
- Te lo permito, ¿cual es tu opinión?
- Pues que como el animal se ha criado aquí conmigo, en medio del monte y junto a las vacas, si ahora, de la noche a la mañana, se la lleva a la casa suya de Orcera, puede sentirse extrañada.
- ¿Qué se le ocurre a usted que podemos hacer entonces?
- Como sé que usted ha quedado muy agradecida a esta perra por lo que ella ha hecho hoy defendiéndola, creo que lo mejor es eso: que a partir de este momento usted la considera suya propia y para siempre, cosas que ya verá, ella se lo va a agradecer desde el primer día pero vamos a dejarla como siempre estuvo, aquí conmigo, junto a las vacas y en la sierra y siempre que usted venga por aquí, se la lleva para donde quiera. Es decir: la perra es de su propiedad pero yo me encargo de cuidarla y tenerla para que así no pierda ni su dueño primitivo ni su tierra de nacimiento. ¿Qué le parece?
- Pues que eso vamos a hacer. Yo creo que usted mejor que nadie la conoce y sabe cómo cuidarla pero tenga en cuenta que mientras viva tanto ella como yo, nos pertenecemos mutuamente. Nunca podré olvidar lo que hoy ha hecho por mí y del modo en que ha sido. Este animal es más noble e inteligente que una persona.
Fueron las últimas palabras de doña Carmen.
A partir de este momento, los tres y la perra detrás, siguieron bajando por la senda y una media hora después, ya estaban en la casa de Los Casares. Allí hablaron ellos del encuentro con la Tía Dorotea, de la vaca brava y la perra y del proyecto para el futuro que de todo aquello había brotado. Aquel día la tarde se les pasó rápida y en cuanto se hizo de noche, todo aquel valle y laderas, quedaron cubiertas por las nubes espesas y negras de una gran tormenta. Empezó a soplar el viento y a tronar a primera hora y antes de que la noche llegara a su centro, la lluvia comenzó a caer torrencialmente. En el cortijo, en su pequeño cortijo, la Tía Dorotea se despertó asustada y aunque enseguida se dijo que aquello era una tormenta como tantas otras, al poco rato empezó a tener miedo.
Aquella tormenta no era como tantas otras. Llovía en forma de diluvio y soplaba el viento arrancando los tejados del cortijo y doblando el monte. Se llenó ella de miedo y mientras acurrucada junto a la cocina por donde le empezó a entrar el agua y la ponía empapada e inundaba el cortijo, la preocupación se le metió hasta en lo más hondo del alma. Miedo que no arrancaba ni de la lluvia que empezó a caerle por las tejas, sino del cambio.
ADespués de esta tormenta mañana subirá aquí otra vez esa señorita y como va a ver el cortijo roto, inundado y sin ningunas tejas, quiera yo o no, me sacarán de aquí y me llevarán con ellos a su pueblo. Seguro que mañana sucederá eso y entonces me moriré de tristeza. ¿Qué haré en un pueblo extraño sin mi huerto, sin mis gallinas, sin mis cabras, sin mi sierra? Me moriré de pena sin remedio aunque ellos piensen que me están dando la felicidad. Sin nada que hacer, porque no me dejarán que haga nada, sin libertad para levantarme e ir donde quiera y sin animales ni monte, ¿cómo me voy a sentir feliz por más rodeada que me encuentre de personas y de ciudades? Porque ellos lo primero que harán es no dejarme que haga nada. Como ya me ven mayor y por ello un poco inútil para hacer cosas, nadie querrá darme ningún trabajo y eso será mi muerte, mi tristeza y mi amargura”.
Esto es lo que pensaba la Tía Dorotea, en la oscuridad de su cortijo mientras la tormenta descargaba y los truenos resonaban por los barrancos. Este era su miedo y su gran tragedia en el centro de la ladera, la densa oscuridad de la noche y en la lejanía de aquel cortijo perdido en el monte.
AAsí que antes de que esto suceda mejor sería que el Señor esta noche, se apiadara de mí y me llevará con él definitivamente. Las personas que a partir de ahora me rodeen, sólo van a traerme sufrimientos, aunque ellos piensen que me hacen bien. Mejor sería que esta noche el Señor se apiadara de mí y me recogiera ya, antes de que ellos me complicaran más la vida”. Seguía diciéndose ella toda llena de miedo y empapada por la lluvia.
En aquella ocasión, a media noche dejó de llover apaciguándose el viento y cuando al día siguiente amaneció, sobre la ladera y el valle, lució un sol de oro con tonos de estrellas blancas. En el cortijo de Los Casares se acordaron de la Tía Dorotea pero nadie subió a verla. Todos pensaron que más adelante sería mejor, ya irían otro día con la idea de convencerla para que se fuera a Orcera. Hoy la dejaron en su inmensidad de soledades supremas.
AQUEL GUADALQUIVIR
Hasta el cerrillo pelado habíamos llegado muchas veces pero de ahí para delante, jamás. La curva, los paisajes y la llanura al otro lado del río, era un enigma para mí. Sabía que por allí se remansaba el cauce rodeado todo él de un gran bosque verde y de tonalidades azuladas. Sabía esto y sabía, además, que todo aquel rincón estaba impregnado de un profundo misterio, neblinoso y tierno, donde el aleteo del silencio, la opulenta espesura de los bosques, la humedad diamante de los paisajes y la oscuridad velada a ciertas horas del día, sobrecogía el alma.
‑ Un día de estos tenemos que llegar hasta la gran curva oscura donde el bosque se mece solitario.
Nos decíamos una vez y otra pero del cerrillo pelado nunca pasábamos.
Sin embargo, uno de aquellos días atravesamos la llanura preñada de aire puro, llegamos al cerrillo y aunque ya al pisar este monte, tuvimos la sensación de haber ido demasiado lejos, otra fuerza dentro nos empujaba a seguir. Así que bajamos un poco, recorrimos la llanura que hay antes de la curva y ya casi estábamos dentro de lo que tan agradablemente nos fascinaba. Nos paramos frente al espejo del agua y al ver el bosque tan tibiamente acariciado por la brisa, sentimos miedo. Los árboles grandes, esmeralda, majestuosos, se movían serenos y estaban henchidos de vida. Verdes como no habíamos visto nunca jamás en este mundo, densos y traspasados de tonalidades malva. Por entre sus sombras, se deslizaba el agua en forma de un gran lago con la identidad del azul y se iba lentamente. Sin ruidos ni remolinos, como si recorriera las regiones de una aurora eterna.
Al otro lado se extendían las praderas y luego la otra gran llanura por donde aquello ya parecía la región del infinito y se perdía el río para siempre. Vimos que en la curva ancha nadaban muchos patos y otras aves habitantes del bosque y vimos que a la derecha había un charco junto a una roca. Nos acercamos y al descubrirlo tan cristal, en el alma nos ardía el deseo de bañarnos en aquella agua tan limpia acariciada por aquel viento tan puro que hasta parecía manar del mismo charco. Pero, además, antes de mezclarnos con el líquido del charco sentimos que nuestros cuerpos, el calor de nuestras manos, cara y pies, la transparencia de aquella agua y la luz de aquel viento, se encontraban cerca, en un punto formando una sola imagen o visión realmente dulce y bella.
‑ ¿Qué es esto?
Y como no estaba seguro nada más que de la felicidad que aquel rincón transmitía a mi alma, le dije:
‑ Es una sensación soñada, un sueño.
‑ ¿ De veras no existe?
‑ Quizá existió hace muchos años. Pudiera ser éste el Guadalquivir de aquellos tiempos cuando aun los humanos eran pocos.
‑ ¿De aquí éste silencio, esta soledad, esta paz espesa pero dulce y bella?
‑ De aquí ésta virginidad que hasta da miedo por ser tan grande.
‑ ¿Cómo podremos volver? Siento como si para siempre ya fuera imposible.
‑ Igual me pasa a mí pero, además, siento que no quiero volver.
Tendremos que despertar del sueño y entonces veremos que hemos estado en el pasado; recorriendo las riberas y bosques del Guadalquivir de aquellos tiempos.
Quisimos seguir andando pero un gran miedo a despertar, nos invadió. Nos agarramos a la sensación y bienestar del momento para asegurarnos así de no perder jamás lo que nos parecía tan bello y desconocíamos en la realidad presente.
GUADALQUIVIR ARRIBA
Hoy el Guadalquivir baja lleno. Desde el pantano para abajo, se desliza rebosante, azul, gigante, fresquito y señorial; besa los últimos pinos de la sierra que le ha dado vida y mecido en su orgullo pero sencillo, se pierde entre mariposas y olivares hacia las campiñas andaluzas para regarlas y vestirlas de verde.
Hemos subido desde el Charco del Aceite hasta la Aldea del Tranco. Al llegar aquí de nuevo descubrimos que todos duermen. Está cerrado el puesto de los helados junto a la carretera, el restaurante de Nazario, el Mesón de las acacias, las casas de la aldea y la pequeña capilla con su letrero en la puerta donde se lee: “La misa los sábados, en verano a las ocho y en invierno a las seis”. Sin embargo, esta mañana, cerca de la capilla, muy temprano, he visto y oído a un pájaro carpintero perforando, con su pico, los troncos de un álamo seco. Te hubiera gustado por lo bonita que es esta ave y la elegancia con que se agarra a las ramas para sujetarlas.
En una tienda, aquí en la aldea, hubiéramos comprado cuadernos y unas curvas más arriba, en la carretera que va para Hornos, nos hubiéramos parado.
‑ ¿Para qué?
‑ Para desde este rincón comenzar a escribir la historia del verano.
‑ ¡Vale!
Hubieras contestado para añadir a continuación:
‑ Fíjate qué limpio y quieto pasa el aire a estas horas de la mañana. Mira el pantano; su tono es verde como los pinos que le rodean y las olas pequeñitas se mecen juguetonas acariciadas por los rayos de sol que por algunos sitios lo tiñen de plata. Desde este ángulo se ve el trozo que se acerca al muro; estrecho, profundo, azulverde y en otra dirección, la parte ancha donde se divide en dos; una cola que se va Guadalquivir arriba en busca de Coto Ríos y la que se adentra por el Valle de Segura donde, sobre las rocas, se alza el pequeño pueblo de Hornos en eterna vigilancia. Frente a nosotros, la Sierra de Las Lagunillas.
‑ ¿Es ahí donde duerme la aldea que conoces?
‑ Detrás del cerro redondo poblado de pinos y por la parte de acá de la cresta de la cordillera. Un poco más abajo, se ve Mojoque, un pequeño cortijo con olivos, ahora abandonados y el recio paredón de rocas por donde se desliza el arroyo y sube la senda buscando el Collado del Aire. El pico Almagreros cae al otro lado y como es el más alto de la cordillera, descansa en la serenidad armoniosa y divina que vive en el sin fin del horizonte.
‑ ¡Qué delicado es el rincón y qué tranquilidad se respira a estas horas de la mañana!
Habrías exclamado y algo más tarde ya estarías jugando tu eterno juego de ensueños de bosques y horizontes de agua. Saltando por las rocas, lanzando tu sonrisa al aire, bañándote en las playas de tierra roja y llenando tu cara, tus hombres y tus manos de gotas cristalinas. “¿Qué haré yo con tantas gotas?” Preguntarás y en estos momentos se me viene al recuerdo las cosas que cuentan, los mayores del lugar. Y los mayores del lugar cuentan que de todas las escenas de aquel pasado, protagonizadas por la gente de este valle que ahora tapa las aguas del pantano, una de ellas era particularmente bella: la de la chiquilla pelirroja, de ojos azules y alma de cascadas. Vivía en uno de los cortijos ahora también bajo las aguas y era el gozo de todo el valle por tanta alegría como en cualquier momento derramaba. Todos la conocían y todos la veían, a cualquier hora del día, corriendo y jugando por estas llanuras y como resultaba excelsamente tierno aquel juego, lo realmente emocionante era cuando el trigo estaba ya crecido.
La chiquilla pelirroja se iba por los trigales y su gozo, su gran gozo, porque aquello estallaba como una cascada de alegría, era correr ladera abajo, por la llanura y por el barranco, atravesando el trigal. Abría sus brazos, se ponía a correr al tiempo que exhalaba su alegría por la boca en forma de risas y de voces y todo el valle se llenaba de asombro. Dicen que los mayores hasta le regañaban por el destrozo de sementeras que siempre liaba pero en el fondo a los mayores siempre les gustaba aquel derroche de belleza casi celestial. Recuerdan ellos, como una de las cosas más hermosas en sus vidas, este correr de la pelirroja a través de los trigos y con los brazos abiertos como si tratara de coger un puñado grande del viento que llenaba el valle y besarlo junto a otro buen trozo del cielo azul que siempre coronaba las cumbres.
Hoy a nosotros, se nos encoge el alma respirar este aire tan cargado de aquel perfume donde todo parece anunciar que, a pesar del tiempo, casi nada ha muerto. Una alegría como la de aquella niña no puede ser sino un trozo de eternidad que en un momento dado, rozó con brevedad estos llanos dejando un perfume que no se extingue nunca.
Y también los mayores del lugar cuenta que un día, los que se habían marchado de las tierras, asomaron por allí, por el fondo, allá a lo lejos por donde las cordilleras son cortadas o fueron cortadas por las aguas de los ríos e iban antes los caminos y siguiendo esos camino asomaron ellos. Venían con sus almas todas llenas de ilusión porque el deseo de volver a la tierra y estar de nuevo entre sus árboles y sus arroyos, les llenaba de vida. Y el mayor les decía a los otros:
‑ En cuanto lleguemos a esos picos ya nos tiraremos para abajo y por allí, por la llanura, al otro lado del río, se alza el cortijo.
‑ ¿Hasta dónde llegan las tierras del cortijo?
‑ Cogen media ladera por aquel lado del río, media llanura junto al río y otra media ladera por este lado del río.
‑ ¿Tan grande es esta dehesa?
‑ Esta dehesa es medio mundo y más grande es aún todavía ahora cuando ya están los trigos granados, las praderas repletas de hierba y por entre ellas los rebaños pastando. ¡Ya veréis vosotros qué asombro! En cuanto lleguemos a esos pinos vais a ver qué asombro de parajes, casi todo llanura surcada por los arroyos, sembrada de pequeños pero hermosos cortijos con sus huertas y la gente por ahí trabajando cada cual en lo suyo. Pero lo más bello, lo que le da una vida especial, por su alegría y su candor, son los niños. Se juntan ellos en grupos como los corderos jóvenes y se ponen a jugar sus juegos por entre los trigales, la corriente de los arroyos y las dehesas llenas de hierba. Los ves tú llenando toda esa llanura y te corre una felicidad por el alma que te mueres de gusto. ¡Ya veréis vosotros qué cosa tan bella sólo la visión de este valle!
‑ Con sólo oírlo y respirar este aire ya me arde la emoción en el alma. ¿Cuánto queda?
‑ Desde esos pinos ya lo veremos. A partir de ahí el camino empieza a bajar y cruzar la llanura con su río, es cuestión de nada.
Esto es lo que ellos más o menos venían hablando y celebrando entre sí mientras por el camino subían buscando ese rincón hermoso en el centro de este valle. Pero dicen que a ellos se les cayó el mundo encima cuando llegaron a los pinos y en lugar de ver el valle que esperaban, se encontraron con el gran “charco”. Todo el río para arriba, desde allá, desde lo hondo, ya no era río ni llanuras ni laderas sembradas de trigo, con los huertos y los rebaños a un lado y otro del río. Todo eso ya no existía porque en su lugar lo que aparecía ahora era un gran charco que hasta cortaban los caminos que siempre habían servido para bajar a las llanuras y después de cruzar el río, repartirse por estas laderas. Junto a los pinos dicen que se quedaron ellos parados, llenos de tristeza mirando para el valle y preguntándose por lo que allí había pasado.
‑ Ni siquiera se ve el cortijo.
‑ Yo sí lo adivino; se encuentra por ahí, por entre aquellos pinos y el camino para desde aquí ir al cortijo, se tira por entre estas rocas para abajo.
‑ Vamos a seguir.
‑ Si ves que el agua lo tapa todo ¿cómo vamos a seguir?
‑ Para llegar hasta el cortijo habría que dar la vuelta a toda esta agua. Tendremos que seguir subiendo como si fuéramos al pueblo de la roca y luego, cuando se acaba el agua, volver otra vez para atrás buscando el cortijo.
‑ Pero tú dices que el camino se tiraba por aquí, directamente a lo hondo del valle buscando el cortijo.
‑ Exactamente así era.
‑ Pues vamos a seguirlo.
‑ Pero es que nos lo corta el agua.
‑ Por lo menos hasta donde lo tapa el agua, vamos a seguirlo. Quiero yo conocer este camino y saber, ver con mis ojos y tocar con mis manos, las curvas, las piedras y la tierra de este camino. El que le da la vuelta al charco ni lo conozco ni me dice nada, en cambio éste sí. Este es como un trozo de mi propia vida.
‑ Pues vamos a seguir.
Dicen que ellos siguieron, con el corazón ahora ya un poco roto y cuando llegaron a la orilla del agua dejaron de ver el camino.
‑ Iba por aquí mismo y todavía hasta llegar a la orilla del río le queda más de medio kilómetro.
‑ Pero fíjate que las aguas lo empiezan a cubrir justo donde el camino comienza a ser más bello.
Con la ilusión de pisarlo y algo desorientados por la contrariedad de encontrarse lo que ahora se estaban encontrando, siguieron ellos bajando por el camino. No lo advirtieron y cuando se dieron cuenta se encontraban atrapados en esa franja barrosa que rodea las aguas de este charco.
‑ ¡Socorro que me hundo!
Gritó el primero y como los demás acudían en su ayuda también se quedaron atrapados en el barro. Lucharon por salir y como además de en la franja de barro ya estaban en las mismas aguas, en ellas fueron poco quedando sepultados.
‑ ¡Por favor, venid a salvarnos!
Seguían gritando pensando en los que vivirían en los cortijillos de las laderas de enfrente y que ahora también estaban hundidos bajos las aguas. Pero dicen que desde el cortijo se oyeron salir las voces de los que siempre habían vivido allí.
‑ Vamos a por vosotros. Seguid luchando que enseguida estamos juntos.
‑ Es que nos hundimos para siempre en las aguas de este charco y lo único que queremos es llegar al cortijo para veros y estar junto a vosotros.
‑ En un momento nos encontraremos todos y ya para siempre estaremos juntos como en aquellos tiempos.
Seguían diciendo los que vivían en el cortijo. Y dicen que allí se quedaron hundidos para siempre junto a las tierras de lo que en otros tiempos habían sido la senda que cruzando el valle venía al cortijo.
Esto es lo que a mi recuerdo acude ahora frente a las aguas azules de este ancho pantano, mientras lo contemplo y medito tu recuerdo. Pero como pienso que estás aquí, pasado un rato montamos; seguimos Guadalquivir arriba hacia el corazón del Parque. Otra vez el muro del pantano, casi en solitario porque aún a estas horas nadie ha venido por aquí. Aparece enseguida el control de entrada al Parque y al Coto y más arriba, junto al cortijo de Mojoque, duermen las barcas con las que el año pasado surcaste las aguas del embalse.
Este verano están abandonadas, encerradas en una cerca metálica, comidas por la hierba y desteñidas por el sol. Ya no se mueven en las aguas verdosas del gran lago, varadas en la orilla esperando que tú y otros vayan a montarlas. Seguro que el dueño se ha ido; por aquí no viene mucha gente y los pocos que llegan no se animan mucho a usarlas. Su dueño se ha cansado y se marchó; no puede vivir con las cuatro pesetas que saca alquilando estas tres tablas mal pintadas y viejas. Por esta zona los cipreses son espesos, el bosque se oscurece y los robles casi cubren la carretera. Las cigarras desgranan monotonías en una sinfonía que es larga como la soledad. Hoy, el sol va a brillar calentando de firme como en los buenos días de los veranos de estas sierras.
Desde la primera curva de Mojoque se ve el grisáceo muro del pantano y la profunda garganta por donde el río se iba. Dicen que en otros tiempos aquí hubo una hermosa laguna natural y por efecto de rebosadero, el agua fue cortando la cordillera hasta abrirse camino por entre las rocas de la sierra dirección poniente. Justo aquí, donde construyeron el muro de cemento, se estira la gran curva que orienta al cauce hacia la campiña andaluza.
Al salir de la curva, en la carretera, hay una pequeña casa de piedra donde dan alguna información. Un guarda me habla de las zonas de acampada.
‑ Las de pago están del pantano hacia arriba y las libres, río abajo y por la Sierra de Segura.
Le dejo que hable ocultando mis experiencias de paisajes por estas sierras. Algo más arriba, corre la fuente de piedra donde tantas veces, bebiste. Aquí hoy de nuevo saciarías tu sed llenando tus manos en los fabulosos chorros de cristal que bajan de las cumbres. Muy cerca del rincón se mece el pantano rebosante de armonía. Desde su silencio te invita a jugar sus juegos de bosques; por aquí se estrecha según sube hacia Bujaraiza. El trozo del lado de Hornos, ya no se ve. Sigo mi ruta; dos kilómetros más arriba entro de lleno en el Arroyo del Cerezuelo. ¿Te acuerdas cuando vinimos? Hacía frío y estaba casi lloviendo y el líquido de nieve que baja por este regato se desparramaba por todos sitios. ¡Qué espectáculo de sinfonías, cascadas, bosques y soledad limpia! Ni aquel día había nadie ni hoy tampoco.
Así es como a ti y a mí nos gustan estas sierras: sin mucha gente, chorreando aguas por los valles y tapada de nieves por las cumbres. Parece así que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana y que otra fuerza de más adentro, más pura, hace que todo suba a las estrellas. Este rincón es un buen sitio para venir a disfrutar del campo, en esta época del año. Si estuvieras te hablaría de la ruta que, unos días atrás, hice siguiendo el cauce del arroyo hasta lo más alto de la cordillera. En el mismo pico Almagreros, es donde comienza este arroyo llamado del Cerezuelo. En la vertiente sur, en la que da al norte, es donde nace el Arroyo de María. Dos buenos cauces fluyendo en la misma cumbre y chorreando laderas abajo pero en direcciones opuestas. Fue un día de nieve y frío cuando escalé este monte pasando por la Aldea de Las Lagunillas y la cumbre del Almagreros. Nos lo pasamos bien, con un final emocionante que surgió de repente: Estábamos en la mitad de la bajada cuando nos sorprendió un espeso bosque de robles, encinas, madroños y lentiscos. Este arroyo viene desde zonas bellísimas. Algo más arriba, en el kilómetro 34, a la izquierda, sigue aún la casa forestal de Los Casares; es un viejo edificio casi abandonado junto a la carretera en el cual he oído que van a montar una tienda para venderle cosas a los turistas. ALa Casa de la Artesanía”, creo que le van a llamar. Por aquí, el pantano se ve ya mucho más ancho y largo. Este año ha bajado más que el verano pasado. Desde hace tiempo apenas ha llovido en estas sierras.
¿Te acuerdas de la fuente del caballito? ¿Sabes dónde está? Aquel día de invierno frío y gris cuando las nubes cubrían lo más alto de los picos, durante mucho rato, en esta fuente, estuvimos jugando. Yo lo recuerdo ahora bien porque aquello fue la libertad suprema, la verdad divina que hecha niña con nosotros, nos besaba sin trabas y por eso nos sentíamos bien. Y tú reías como una flor recién brotada con ansia de echar tu aroma al viento. ¡Qué momentos tan gloriosos con aquel temblor breve de libertad pura y gozo recio!
Sólo un poco más arriba, muy poco, corre el arroyo oscuro y verde. De éste sí te acuerdas ¿Verdad? Aquel día, hace ya tiempo, Juanma quería comerte. Te asustaste y al final todo se quedó en un remojón de pies, una blanca, sonrisa en tus labios y un juego más, lleno de gozo atravesando tu alma. Era un mágico día del mes de mayo. Toda la sierra estaba llena de flores, casi en la floración suprema y por todas las zarzas del arroyo verde cantaban los pájaros. En las galerías sin fondo de los recuerdos guardo yo aquel día porque fue pequeño pero dulce como el vuelo de las mariposas.
Los llanos de los viejos olivos y poblado de Bujaraiza, están sólo un poco más arriba; en el kilómetro 31. Tú diste nombre a esta llanura. Aquella tarde ibas corriendo detrás de uno de tus mil juegos.
‑ Contaré los ciervos y las cabras monteses y luego te digo cuántos he visto. ¿Vale? ‑ Sí que vale.
Y enseguida exclamaste:
‑ ¡Mira qué montón!
Y al mirar para donde me señalabas hasta me sorprendió de lo que vi. Era una manada de casi treinta ciervos que pastaban tranquilos por la llanura cerca del viejo poblado. Después de tantos años como llevo recorriendo estas sierras por todos los rincones, es la primera vez que veo tal cantidad de animales salvajes juntos. Manadas de machos monteses y de muflones sí me las encontré muchas veces por las cumbres del Gilillo y las Banderillas.
‑ Es lo que un día me dijiste: Al llegar la tarde, se extienden por la llanura y pastan a sus anchas.
‑ Este es el famoso lugar de la berrea. El Parque Cinegético se ve en aquél monte de enfrente. Un cerro de espeso bosque rodeado, a un lado, por las aguas del pantano y al otro, cercado con tela metálica para que los animales no se vayan. Pero fíjate, por el lado donde se desmorona el legendario castillo de Bujaraiza, se extiende la llanura grande. Los animales se concentran aquí.
En estos momentos varios ciervos salían de la espesura del monte y se iban hacia la llanura lanzando sus berridos. Llenos de curiosidad y algo asombrados, los observamos. Vi tu alma llenándose de gozo sorprendida por el bello espectáculo. Lo recuerdo tan bien y lo tengo tan metido en mi espíritu que hoy hasta siento un poco de pena. ¡Fue tan sencillo pero hondo, aquel juego! Sobre las crestas de Las Sierras de Las Lagunillas, a nuestras espaldas, según mirábamos tras los ciervos por la llanura, se reflejaban y expandían los últimos rayos de sol despidiéndose de los montes y la tarde. Como una ola de sangre trotando por las cumbres y entre ella nuestros sueños. Así te vi, gocé los campos y así te recuerdo. Esas cumbres también las tengo soñadas, pisadas y amadas. En mi cuaderno anoté la experiencia.
LA CRESTA DE LA MONTAÑA
Vi a la montaña y hoy se me presentaba con una imagen nueva. Una belleza que no era igual a la de otros días. También porque mis ojos hoy sólo se fijaban en una parte concreta de la montaña. Casi exclusivamente en la cresta y en el trozo que esta cresta derrama para el lado sur. También un poco en la ladera que desde la cresta cae para el lado norte. Y la montaña hoy tenía un misterio nuevo que contagiaba dolor ya la vez placer.
Pues me veo subiendo por el lado sur, ya a dos pasos de la cresta y como por aquí el terreno tiene tanta inclinación tengo que pararme porque no puedo seguir. Hay tantas rocas y el terreno es tan malo que me es imposible continuar subiendo hacia la parte final de la gran montaña. Miro concentrado y descubro como una sendica que desde el lado sur va dando la vuelta y por el lado norte se eleva para la cresta. Me voy por ella y cuando ya estoy remontando a la cúspide, ya dije que la más bella cumbre que mis ojos han visto nunca, descubro que a la montaña sí se le puede coronar. Pero no por donde a mí me apetezca y como yo quiera. A la hermosa cresta de la misteriosa montaña, hoy cubierta de espesa hierba verde, se le tiene que remontar por la senda que tiene preparada para el que la ama y además, no a lo bruto sino con el respeto y el cariño que la misma montaña regala.
Vi a la montaña en su asombrosa cresta y el corazón se me llenó de una sensación gozosa. Como si la vida misma se alimentara de lo que ella regala, cuando a ésta se le respeta y con amor se le trata. Y ¿por qué no decirlo?: cuando terminé de coronar la robusta cresta de la montaña más hermosa de la tierra, fui feliz como pocos en esta tierra. ¿Qué tenía hoy la montaña que mis ojos y el alma la veían más bella que nunca?
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