12.13.2007

Campos-3

Por la aldea de Poyotello.[1]
Ya se mueve el sol a media altura entre la mañana y la mitad del día. Desde el puntal que recoge a Cañá Hermosa por el lado norte, caemos y unos metros antes de las blancas casas, nos tropezamos con el pastor. Paramos y al preguntarle por los nombres de las tierras que nos rodean y le acogen, dice:

- Pues tenemos la Hoya del Toro, los Tornajos de la Hoya del Toro, siguiendo el carril abajo a la izquierda están los Hoyos de Rastrillos de Pedro y la derecha tenemos los Majales. A continuación la Tiná del Cerezo, otro nombre que le dicen el Cerrico de la Yegua, ese que se llama el Puntal de Tomás Pérez, y aquello de allí, de la Tiná del Cerezo para abajo, se llama Cueva Blanca, más para abajo tenemos la Tiná de las Majaicas, y a continuación, donde mismo estamos, del carril a la derecha, Poyo Totana, a la asomá, las Aleguicas, de la noguera para acá la Fuente de la Zorra, la Fuente de Enmedio y aquí, pues la Fuente del cortijo. Todo esto para arriba se llama la Loma, eso la Torquilla, aquello la Asomá de las Lanchas, a continuación, el Pinarico y así podemos estar nombrando sitios dos horas sin parar.

Pero luego seguimos porque ahora, como me has dicho, nos vamos a marchar por las calles de la aldea y te voy a ir diciendo quién vive en cada casa. Así que puedes poner que entrando por la aldea de Poyotello, a la derecha nos quedan las escuelas que ahora no tienen niños y por la izquierda, las casas que conforman a este cortijo. Esta primera es la de Eugenia, la que sigue, de Olayo, con su pequeño arriate y las lilas florecidas entre los narcisos. Los Olayos son siete hermanos y aquí no vive ninguno.

Esta otra casa es la de Isaac, la que sigue, de la Victoria, que vive en Peal pero viene muy a menudo. La tercera corresponde a Cecilia, torcemos para la izquierda y nos encontramos como una pequeña plaza. Por la derecha nos queda una casica que es donde vive Juan Iglesias y enseguida a la izquierda sale una callejuela con una noguera. Unas escaleras y salimos a una cuadra. Seguimos torciendo para al izquierda y ya estamos frente a la casa de Besita y esta señora que es su casa esa, Celedonia o Ventura, como le quieras poner.

La señora que está presente y nos mira, dice:
- Pues yo creo que habrá bastante con uno ¿no?
Quisiera explicarle que no da lo mismo pero lo dejo en el silencio. Seguimos moviéndonos un poco en la dirección que corre el río Segura y nos encontramos a un camión cargado de cebada para las ovejas. Los jóvenes lo están descargando y una tiná con varios corderillos.

- Estos son majales para el ganado.
Nos asomamos en la dirección que se va el río y al preguntarle por el nombre del monte, me aclara:
- La Asomá de las Lanchas, que ya te lo he dicho antes.
En una tiná cerca, casi en primer plano, las ovejas duermen
- Este ganado es mío.
- ¿Cuántas tienes?
- Trescientas y mucho trabajo que dan. Y dinero, pues unas veces sí y otras no pero mira, aquí están descargando un camión de cebada y con este llevo ya casi un millón trescientas mil pesetas. Y si hubiera nieve sería “pior”.

Una muchacha tiende ropa. Al acercarnos le pregunto y me dice que se llama Juani.
- ¿Estudias?
- En Santiago de la Espada, cuarto de Eso.
Seguimos con el repaso de los vecinos y sus casas y al pasar por la parte de atrás, me aclara:
- Aquí vive otra mujer que se llama Cruz que se viene en verano. La Josefa sí está de continuo.
En el rincón un banco para tomar el sol. La casa se presenta cerrada.
- Y la que tenemos al lado es de Lola y Lorenzo, como quieras y este señor, Juan Iglesias otra vez.

Una calle estrecha por donde avanzamos.
- Estos tampoco viven aquí que se llama ella Benita.
Torcemos a la derecha y una callejita que sale a unas paratas.
- Esto, un horno para cocer el pan.
Ya estamos por la parte de atrás del pueblo. Un huertecico con sus almendros.
- ¿Todavía amasáis?
- Sólo algunas veces.
- ¿Pero quién?
- El que quiere. Si tú quieres hacer mantecados o tortas, amasas y se hacen en el hornos que es de todos.
- ¿Recuerdas en que tiempo lo construyeron?
- Cuando yo nací, ya estaba.

Por la parte de atrás del rinconcico de los almendros, una majá para el ganado. Un puntal por donde pretendemos asomarnos para el barranco donde corre el río Segura. Una vista bonita hacia el surco y en lo más hondo, se adivina la tan sonada Cueva del Agua.
- Todo este barranco que cae para abajo se llama la Poza del Moral, lo de enfrente la Cabeza del Maestro o de Masegoso, aquel otro, Royo Patas y aquello de abajo, la Cabeza de los Orgailes y la Cueva del Agua que se encuentra abajo. En este lado del río. ¿Dónde están los pinos aquellos que se ven allí? Pues así un poquillo, abajo.

Que por aquí desciende la senda, que ya casi no se conoce. Las laderas que tenemos cerca, se llama el Morrico las Talas, aquello que se ve enfrente es el Puntal, lo que más levanta al final casi del todo, el Picacho de las Hoyas. De lo último, uno se llama el Jabalí y otro que hay de piedras grandes, se llama Majá del Ajo.
- Y el huertecico de los almendros que tenemos cerca ¿de quién es?
- De uno que se llama Emilio. Los huertecillos los tenemos por ahí porque cerca del cortijo no hay mucha agua.
Salimos por unas casas arrumbadas.
- Antiguamente había treinta y dos casas. La que tenemos ahora mismo delante son de Pedro y Rosario.
Es la última saliendo hacia el río Segura para arriba.
- Pero aquí nos queda una que este otoño se murió la pobre mujer. Le dio un infarto y se fue para siempre. Se llamaba Manuela.

Unas gallinas entretenidas en sus picoteos. La vecina presente, se distrae con ellas. Los dueños están ahora en la aceituna. Por donde llega la pista, unos tornajos. Una potra que come cerca del camino. Ya le hemos dado la vuelta al pueblo. A la derecha, nos quedan las tierras sembradas y una casa solitaria.
- ¿Es una tiná?
- A eso le dicen el otro cortijo. Ahora allí no vive nadie.
Los álamos nos miran serenos y crecen por la Cañá de la Fuente de Enmedio.
- Que ya te he dicho, como hay poca agua, pues se siembra ná.

Conforme se llega al pueblo, a un lado y otro, las dos eras. Un mulo come hierba y es el de Lorenzo. Más gallinas por el sembrado picoteando en la tierra.
- ¿Y la noguera en mitad en el corralillo?
- Esto y las gallinas, son mías. No está ni bien ni mal cuidadas porque ya hemos dicho que no hay suficiente agua. Ahora mismo no tengo nada sembrado pero allí, he plantado ajos y azafrán. En este rodal, seguro sembraré habas y algunas matas de pimientos.
- ¿Y los árboles?
- Eso es un membrillar, esto es un nogal y aquello que hay en la parte de allá, un cerezo. Esto no da casi nada. Por gusto, como dice aquel. Además es de un hermano mío que ahora tampoco vive aquí. Dividimos en cuatro partes. Aquí no había nada más que paratas. Todo lo que se ve lo he hecho nuevo.

Nos volvemos para atrás y vamos en la dirección que lleva la pista según va entrando a la aldea. La calle que recorremos se pega al camino de tierra.
- Esta casa la hemos dicho antes que es la de Gregorio y Carmen. Y esto es mío todo. Desde el cuadro del final hasta el rincón, es mi casa toda. A estas de la derecha ya las hemos mentado pero esta se llama la Casa Grande. El de esa se llama Divino o Guadalupe y el palomar, es mío también.
- ¿Cuántas palomas tienes?
- Pues veinticinco o treinta habrá.
- ¿Y las casas que se alquilan?
- Aquella es una y la otra que hemos visto donde estaba el hombre ese.

- Pero ahora ¿cuántos estáis aquí?
- Estables, sólo cuatro vecinos.
Por la derecha, nos rebasa la gran noguera cubierta de hojas verdes y cubriendo con su sombra un buen rodal de tierra. Un banco bajo ella y la hierba creciendo.
- Ese banco es para tomar el sol, los que pueden y tienen tiempo.

La noguera verde
hermana del viento,
en la tierra crece
y mira en silencio
a los que le quieren
y buscan su fresco.
Y ella, parece,
que reparte besos
y al llegar la nieve
del hermano invierno,
un poco se muere
bajo el crudo hielo.
Y como ya no puede,
darle sombra a ellos,
la noguera verde
y tronco algo negro,
desnuda languidece
y espera echa sueño
con la espera paciente,
de los vecinos buenos.

Nos acercamos para la sombra de la noguera y otra vez nos tropezamos con Juani.
Le pregunto y ahora me dice que con ella, son tres hermanas.
- La mayor ya no estudia, está casada y vive en Villa real y Maribí estudia segundo de bachillerato en Santiago de la Espada.
- ¿Y el futuro de la juventud por estos paisajes tan bonicos?
- Por aquí no hay futuro.
- ¿No crees que se puede hacer algo para que vosotros saquéis algún dinero y podáis seguir viviendo en vuestra tierra?
- Pues no sé pero no lo veo claro. Todavía no he decidido lo que haré cuando sea mayor. Me gustaría quedarme en mi tierra pero ¿en qué trabajo?

Se acerca la madre y reafirma:
- Poco futuro tienen los jóvenes en estos lugares.
- ¿Y si fueras pastora y te quedaras para siempre?
- Eso no, y lo digo porque es un trabajo que no da para nada. La gente viene de todos sitios y es porque están hartos de la ciudad pero los que estamos aquí de continuo... de los jóvenes que se van fuera, opino que si quieren buscar un futuro por ahí, lo veo bien.
- ¿Y en tu escuela?
- Que algunos profesores deberían ser distintos.

Se acerca la hermana y al escuchar, aclara:
- Pues yo digo que lo que no está bien es que la juventud, si quiere estudiar, tenga que irse fuera. Porque para estudiar fuera hay que tener mucho dinero y eso no todas las familias lo tienen. Trabajar en la tierra, a muchas personas sí le gusta y lo hacen pero eso no tiene futuro. Si tuviéramos un matadero para los corderos de la sierra, seguro que daría algún trabajo y el beneficio se quedaría en la zona. Es que aquí todo el mundo vive de los cuatro animales que tienen por el campo.

- ¿Y lo que me cuenta Gaspar?
- Claro que es verdad.
- ¿Pues decirme en qué se nota la unión entre vosotros?
- Ahora mismo ha llegado un camión cargado de cebada y ahí estás viendo a todo el mundo descargando y es de este señor pero eso no importa. Todos ayudamos y luego mañana, todos vuelven y me ayudan a mí. Si dentro de unos días sale el vecino y dice que se va a sembrar las patatas, pues todos los que podemos nos ponemos y ayudamos. Es una unión que viene de tradición y eso nos sale de dentro. Cuando alguien trilla, en cuanto la parva está lista, las mujeres todas a barrer.

- ¿Y si un vecino viene y pide que vayáis a trabajar en algo que necesita?
- Vamos.
- ¿Y cuánto os paga?
Y a esta pregunta, tanto las madres como los hijos y los hombres que me rodean, se echan a reír a la vez que responden:
- Pues nada. Eso es voluntad y sale de dentro.
Y sin querer yo me repito:

¿Voluntad y sale de dentro?
¡Qué bien suena
y que bonito es esto!
Y hacia el infinito
retumba el eco:
sale de dentro, entro, entro...
Y como el buen Dios
es el padre bueno,
yo sé que lo tiene escrito
en el libro del cielo.

- ¿Y os gusta que sea así?
Maribí opina:
- Se supone que vas por tu propia voluntad y no quieres que te paguen. Si llega la hora de la matanza, nos juntamos todos y además, llenos de orgullo. Es como una fiesta donde se convive y como viene de siempre, pues también sale de dentro.

Sigo mirando a la noguera y de pronto, se me ocurre preguntar:
- ¿Cuántos juegos tenéis por entre su sombra?
Y ellas:
- En el columpio que echábamos en las ramas bajas, horas y horas todos los muchachos y muchachas de Poyotello. Pero eso es normal porque de pequeños e incluso ahora, si nosotros por aquí no jugamos con la noguera, el viento o la blanca nieve cuando cubre las tierras ¿dinos tú con qué otra cosa podríamos llenar tantas horas?

Y no digo nada porque no lo sé pero sí pregunto por los otros.
- Los que hasta hoy han venido los fines de semanas, son personas buenas pero tenemos miedo.
- ¿De qué?
- Si un día llegan y traen esas cosas de drogas o así, pues nos disgustaría mucho. La juventud que vive aquí no conoce nada de esas enfermedades, se podría decir. Y claro que nos gusta que vengan personas normales y que respeten al mismo tiempo que nos dan compaña porque en el invierno estamos muy solos.
- ¿Y qué hay aquí para que a ellos les guste venir?
- Pues será tranquilidad, además de las ovejas y el silencio. Porque cuando nosotros sentimos el ruido de un coche, enseguida salimos a ver quién llega, porque no tienes otra cosa. Los que estamos aquí tenemos ganado y andamos muy arrastraos.

- Y si tuvierais que convencer a los jóvenes de una gran ciudad para que vengan a vuestra tierra ¿cómo se lo explicaríais?
- Es que aunque les apetezca venir, lo más seguro es que no lo hagan porque allí tienen la marcha y todo lo que a ellos les gusta. Aquí no hay tanta marcha y eso pero es más tranquilo y hay más parajes que visitar. Lo que le podemos ofrecer, es viajar por estos lugares, hacer caminatas y cosas de esas... Nuestro pueblo está en las montañas pero cuando hay nieve no creo que vengan. Viene gente pero prefieren irse a otros sitios.
- ¿Por qué dices eso?
- Es que aquí nieva mucho.

Y claro, se entiende que la nieve para los que no la tienen y viven casi sin aire en esas grandes y sofisticadas ciudades, es un aliciente curioso pero para los pastores de estas tierras, que además de tanta soledad, tienen que bregar con el campo y los animales para sacar las tres pesetas que necesitan, la nieve no es precisamente su mejor aliado. Y menos lo es cuando les deja tantos días aislados del resto de la civilización y acurrucados en el rincón de sus casas para no morir de frío. Aunque la nieve a ellos les regale hermosas praderas repletas de la mejor hierba en primavera y claros manantiales de agua para regar los huertos y calmar la sed de sus ovejas.

Y la madre:
- El año pasado vinieron unos de no sé que ciudad y les cogió aquí la nieve. No podían salir y se lo pasaron bomba. Hasta nos juntamos una noche a comer patatas asadas y todo. Cuando se fueron iban contentísimos con nosotros. Por eso te decía que creemos que es bueno que la gente venga por estas montañas pero si luego no son civilizados, rompen y contaminan como nosotros no hemos hecho nunca y eso, no nos gusta tanto.

Estaba la pastora
jugando con el viento
que mana de la sierra
y la soledad profunda,
besa que besa
mientras los corderos blancos
retozan por la hierba.

La juventud del pueblo, tan dispuestos ellos como ya me han dicho, se preparan y uniéndose a nosotros, deciden llevarnos hasta la Cueva del Agua. Me agrada porque de este modo aprenderé mejor los rincones al tiempo que me enriquezco de sus cosas. Ya calienta el sol bastante alzado aunque el viento corre fresco. Y nos ponemos en ruta.

Estamos descendiendo por la vieja senda que cae para el río y por el punto que llaman Poza del Moral. Pasamos por debajo de la noguera que es donde brota la Fuente del Moral. Sale un chorrillo de agua. Miro hacia el barranco y veo que el grupo de jóvenes que nos guía, van con una alegría que entusiasma. Y al verlos, la reflexión que me hago es que tendrían que venir por aquí otros jóvenes para que vieran lo bien que estos de la aldea se lo pasan por su sierra.

Al llegar al surco del arroyuelo que cae desde las casas, se paran y sobre una losa, dan golpes diciendo:
- Esto suena a hueco.
- ¿Y se sabe por qué?
- Seguro que por abajo, va alguna corriente de agua subterránea y ha ido abriendo un túnel. Algunas personas dicen que hay un tesoro ahí metido. Pero nosotros lo que creemos es que puede ser una gruta por donde corre el agua.
Comprendo que para ellos, este medio barranco hueco y sin descubrir, es como su secreto o misterio particular. Lo valoran y nos lo muestran a los que llegamos, con un poco de orgullo. ¿Qué encerrará la montaña en las entrañas huecas de estas rocas?

Algo más abajo, la senda traza una curva y por la izquierda, una roca que por aquí conocen con el nombre de la Piedra del Francés. Por la derecha, porque giramos con la senda que busca el mejor paso, nos va quedando el cauce del río Segura. Ya se percibe el rumor de la corriente. Un gran monte nos queda frente y se llama la Cabeza del Maestro. Un gran macizo de pura roca y la vegetación que es carrasca, con buenas manchas de pinos.

- Pues en aquellos tiempos, desde las aldeas de Fuente Segura y Pontones, a las laderas que hay frente a la Cueva del Agua, veníamos a poner pinos.
- ¿Tan lejos?
- Y andando. Junto al tajo teníamos que estar a la hora señalada y cuando se terminaba la jornada, regresábamos otra vez a nuestras casas.
- Los que vivían en las desaparecidas aldeas de las Lagunillas, la Cabañuela y el Aguadero, también venían a sembrar pinos a las laderas de Peña Amusgo y el Tolaillo. ¿Te lo crees?
- Me lo creo y como parte del camino para ir o regresar, lo teníamos que hacer de noche, pues encendíamos teas y así veíamos andar. Aquello de la repoblación de los pinos, los deslindes y los despropios, en estas sierras nuestras, fue una odisea buena.

Un morro por la derecha, según vamos cayendo que se llama Huerto Sotico, según Francisco, el pedáneo de Poyotello. La vereda que pisamos, va bien tallada en la tierra y se nota que fue muy pisada en otros tiempos. Maribí, la hermana mediana, aclara:
- Es que antes, por debajo de la Cueva del Agua y junto al río, las personas tenían sus huertos. Los sembraban y para acarrear las cosechas, por aquí pasaban con sus bestias siempre cargadas de cosas. La tierra que se recoge por este lado del río, es buena.

Se divide la senda. Un ramal sigue por la umbría del río Segura y llega hasta Pontones. El otro, se va para la cueva. Un segundo arroyuelo por donde vamos cayendo según nos metemos para la hondonada. Se funde la vereda con el cauce y cae muy en picado. Un bosque de pinos nos queda por la derecha y su nombre es la Tala. Traza una curva y se mete en la hondonada del arroyo. Se ve por el otro lado y el río ya queda cerca. Un grupo de álamos muy bonitos que parecen saludar desde su vestido verde brillante.

Al cruzar el arroyo, la hermana pequeña dice que:
- Muchas veces, en la época de la matanza, aquí hemos bajado nosotras a lavar las tripas. Era el cauce más cerca de la aldea y como entonces no teníamos agua corriente en las casas, pues las lavábamos o en la Cueva o en el río. Para subir o bajar, traíamos mulos.
- ¿Por este camino tan malo y empinado?
Pregunto, algo asombrado, por lo que uno descubre y descubre en estas sierras.

Y el amigo de la aldea de Pontones de Arriba:
- Tenía yo la borrica esa que tenemos todavía y tengo oído de mis padres que las bestias cuando no pueden pasar una corriente, parece que lo huelen. Hay que dejarles el ramal suelto para que ellos vayan a su voluntad. Pues llegó la borrica, olió aquello y a pasar el río. Pero el padre de éste, tenía un mulo. Estábamos allí de compañeros con las ovejas. Y el mulo detrás de la burra. De tal forma se aturrulló que se subió un poco para arriba por la corriente y el hombre no hacía nada más que darle al mulo para que pasara el río y decirle: “Felipe pero Felipe”. Y al final, pues si no lo deja a su aire, el animal aquel se hubiera ahogado. Por eso te decía que las bestias saben lo que se hacen cuando van por estos caminos tan complicados y tienen que pasar las corrientes de los ríos.

Se oye con más claridad el rumor del río. Hemos remontado un puntal después del arroyo y, según los jóvenes, vamos cayendo por donde está la cueva.
- Media vuelta y caemos. Estamos ahora mismo casi sobre ella.
Se va viendo una gran cerrada por donde el río desciende y a un lado y otro, grandes paredes rocosas, según Maribí:
- Roca madre de diversos colores que indican la edad de las rocas y con vegetación escasa pero la autóctona de estas sierras.

Por la gran profunda sierra
y en la soledad sonora,
estaba la pastora,
dando pasto a sus ovejas.

El Barranco de las cuevas, es el segundo después de haber cruzado el arroyo. Se le ve poblado de un gran bosque de pinos. ¡Preciosa esta bajada hacia la cueva y más cuando se va llegando! Se ve ya el cauce con su agua. Mucha trae el Segura por aquí. Estamos por debajo del Molino de Loreto y bastente más arriba de Huelga Utrera que es donde este río se funde con el Madera. Ya el río tiene, además del gran manantial del Molino de Loreto y las aguas que le llegan desde el Barranco del Erial, también las de arroyo Azul, arroyo Cabañas, arroyo del Masegoso y las que le entran por el barranco de la Fuente del Cerezo, desde el lado derecho de la aldea de Poyotello.

Ella vuelve a informar que:
- Abajo, hay una caída que se llama el Charco del Humo. Es como una cascada y al golpear el agua, sube por el aire como unas nieblas muy bonitas. Eso sí que es gustoso de ver. Lo que sucede es que tiene muy difícil acceso porque la piedra está erosionada y hay mucha arenilla. Si ahí te resbalas, caes directo al río. Si nos da tiempo y quieres, luego llegamos.
Y para mí me digo que también son bonitos los nombres de los sitios. Este del Charco del “Humo”, me gusta.

Ya vamos cayendo en picado en la dirección que corre el río. La senda casi tallada en la pura roca. La Asperilla es como se llama este trozo de camino. Y ahora recuerdo que con este nombre, en la sierra del parque, hay muchos rincones casi todos juntos a cauces de arroyos o ríos. Por debajo del gran tranco del pantano que ahora se llama así, existe otra asperilla. Yo la tengo andada y bien sé lo difícil que es cruzarla. La Cruz de la Muchacha es como se llama. Al tranco mismo, los serranos también la conocían por la Asperilla del Tranco.

Por la derecha, en una pura pared rocosa, se ve un corte. Un rellano menor por donde la hierba crece y ahí se presenta la ancha boca de la cueva. Al dar la curva, aparece de repente la gran cavidad. El rellano es como un escalón que la sujeta para que no se vaya directamente al río y al mismo tiempo, sirve como de plataforma para situarse sobre él y contemplar la grandiosidad de la cueva. ¡Con qué asombro se presenta!

Negro el techo y al notarlo, ella aclara:
- Es que antes los pastores se metían a guardar las ovejas dentro y entonces, al encender las lumbres con retama, el humo surgía y las paredes de la cueva se tiznaban. Por eso se han quedado negras.
Y me digo que igual que en otras muchas cuevas por las sierras de este parque. Por el fondo se siente el rumor del agua y como todavía no la tenemos dominada por completo, pregunto impaciente:
- ¿Hay cascadas?
Y me contesta que:
- Sale el agua desde abajo y termina en la boca del Infierno.

Ya frente, ella me la describe:
- Sale el agua desde la base o fondo de la roca, se extiende por toda la cueva y termina en una piedra que se llama la Boca del Infierno. Desde ahí ya baja al río pero antes, por muchas acequias que trazaron por ahí, se la llevaban para regar los huertos. En las tierras llanas de este lado y, que se ven cubiertas de zarzas y álamos, es donde sembraban los huertos. El chorro de agua que ves, aunque te parezca grande, ahora está seco comparado con otros años. Este invierno pasado vine yo y la vi toda en enlaguná. Más de un metro tendría de agua por encima de la roca. En la Boca del Infierno, hacia un remolino tremendo.

Nos acercamos y la hermana menor:
- Es aquí donde hicieron una obra para sacar el agua y meterla por las acequias que van a los huertos del río.
Miro y veo algunas paredes y canales construidos de cemento. Por la Boca del Infierno se pierde el agua hacia abajo. Como si fuera un río que aparece y vuelve a desaparecer y ya sale en la misma corriente del Segura. Otro de los jóvenes, aclara:
- Tiene dos salidas: la Boca del Infierno y la Boca Mina. Esta última es por donde se llevaban el agua para las acequias.

Y estaba la pastora,
flor de primavera,
jugando con sus sueños
por entre las praderas
mientras las ovejas pastan
y el sol, mudo besa.

Por la izquierda, se puede pasar al otro lado de la corriente y se entra a lo más profundo de la cavidad. Un montón de rocas caídas libremente, siembran el suelo y por entre ellas y trozos de la pared de la cueva, pasamos. Y al sentir el gusto que contagia tanta agua limpia, pregunto:
- ¿Es buena de beber?
Y la hermana menor, siempre atenta:
- Buenísima y más que fresca. Metes la mano y en dos minutos se te queda congelada.

Por el lado de la izquierda, la pared que cae y por ahí se han subido los jóvenes. Una pocica con su baso de agua y ella que dice:
- Se llama precisamente la Pilica. Es una tacica que siempre tiene agua. Se puede subir hasta ella pero es difícil porque la pared resbala mucho. Se encuentra arriba del todo.
En la parte más honda de la cueva y por donde no hay agua, un trozo de pared de piedras sin mezcla. Me dicen que es para encerrar el ganado en otros tiempos.
- Esta cueva tiene otras galerías, lo que pasa es que son muy estrechas y no se puede entrar por ellas. Dicen que en tiempos muy lejanos, en la prehistoria y por ahí, en esta cueva hubo grupos humanos viviendo.

Saltamos por la parte donde todavía se conserva un trozo de las paredes de aquella tinada. La vegetación de hierba y helechos, cubre y dan más frescor a la fría sombra de la grandiosa cueva.
- Un año llovió mucho y hubo una crecida de repente. Había vacas metidas aquí y como reventó el río de la cueva y la Boca del Infierno ya no tragaba tanto, el agua salía por lo alto. En unos momentos, los animales se quedaron encerrados al fondo de la cueva. Tuvieron que sacarla nadando. Se metían desde aquel camino hasta aquí, enganchaban la vaca y la sacaban nadando. Unos decían que hay una galería que tiene dieciséis metros. No sé cuál es.

Y al contemplar el tan limpio y abundante chorro de agua saliendo desde el fondo, otra vez pregunto:
- He oído decir que las corrientes de agua que tiñen de negro las piedras por donde pasan, en lugar de verde hierba como suele ser lo habitual, es porque esa agua tiene propiedades que son buenas para la salud. ¿Vosotros me lo confirmáis?
Y ellos:
- Lo que podemos decirte es que al manantial de esta cueva, desde la aldea nuestra y otros sitios, viene gente a por agua para beber. Y como tú dices, las piedras que hay en el fondo de la corriente, están negras.

Y otra vez la hermana menor:
- ¿Qué fuentes conoces tú, por estas sierras, que tiñan de negro las piedras por donde pasan?
Y le digo que:
- Conozco la fuente que le llaman del Tejo, en la Sierra de las Lagunillas y cerca de donde estuvo una pequeña aldea con este nombre, la de la Cabañuela, también por esa sierra y la más nombrada de todas, la de Aguas Negras, por el Barranco del Infierno. Y tengo noticias de una fuente que llamaban de los Granos, hoy bajo las aguas del Embalse del Tranco, en un rincón conocido por el Campillo. Me dijeron que este manantial teñía de negro las piedras y que lavándose con sus aguas, se quitaban los granos. Por esa zona pero más hacia el pueblo de Hornos, mana otra fuente de aguas medicinales que se le conocía y conoce por los Baños. Fueron unos baños en otros tiempos y conozco a personas que se curaron en ellos.

- Pues las aguas de nuestra fuente grande, porque ya lo estás viendo, con hierbas, tiene poderes curativos. Con hierbas como romero y tomillo y cosas de esas. Así que podría ser verdad lo que dices porque fíjate lo negras que están las piedras que bañan la corriente. Se dice también que si estás mal del estómago y tomas aguas de siete fuentes, que se te pone bien.
Y pregunto ignorante:
- ¿Dónde está siete fuentes?
Y ella:
- Eso quiere decir que una es de aquí, la otra de allí y así por todo el término.
Y exclamo:
- ¡Qué curioso!

Y entonces recuerdo que esto tiene que ver algo con el día de San Juan y las mil costumbres, en ese día, por estas sierras. Voy a contar algunas de estas costumbres pero antes, quiero decir que el día de San Juan cae en el más largo del año y la noche más corta. Justo por estas fechas se acaba la primavera y comienza el verano y los días empiezan a tener menos horas de sol. Es la fecha del año que más me gusta porque ya se encarrilan las cosas hacia el invierno que es, para mí, la estación más bonita de las cuatro que tiene el año.

En el Antiguo Testamento se habla de Zacarías, padre de San Juan y como éste mandó encender hogueras para anunciar a sus parientes la buena nueva. San Juan fue quien bautizó a Cristo en el río Jordán. Los ríos tienen agua, Jesús recibió el bautismo en las aguas del río Jordán y desde entonces, la humanidad cristiana, ha usado de las aguas como símbolo de purificación y de fertilidad. Las fuentes y cauces por donde brotan y corren las aguas claras de la Sierra de Segura, están presentes en muchísimas de las costumbres y tradiciones que por este día de San Juan se vivían y se viven en estas tierras. Las aguas limpian, curan, purifican, fertilizan y son las que dan la vida a los campos y a los frutos de los huertos.

Mis amigos los pastores de Fuente Segura, me dijeron que en la mañana de San Juan, si se coge agua de siete fuente y se bebe, se quita la tosferina. El agua de siete fuentes, quita las verrugas bebiéndola en ayunas. En el día de San Juan, te levantas por la mañana temprano antes de que salga el sol, te lavas en el río las partes del cuerpo que te duelan, te das luego con rocío por las partes del cuerpo que te duelan, y te curas. En la noche de San Juan, pones un vaso de agua con la clara de un huevo y lo sacas a la ventana toda la noche y pides un deseo. Si la clara del huevo sube, se te cumple, sino, no.

En la mañana de San Juan, para que se quiten las verrugas, es bueno madrugar y antes que dé el sol, se coge agua de siete fuentes sin que todavía le haya dado el sol y las verrugas se van. “Sentí yo que un hombre tenía un chiquillo y le dijeron que las aguas de siente fuentes serían buenas para que se le quitara una enfermedad que tenía. Y lo hizo. Fue y cogió en una garrafa de media arroba, que son ocho litros, un litro de cada fuente. Se la fue dando al chiquillo hasta que le duró y al muchacho se le fue aquello”.

En Pontón Alto, el día de San Juan, salíamos a la puerta de la hermana Luisa. A ver la rueda de la fortuna. Entonces salía una rueda de la fortuna que era el sol.
Muy temprano, íbamos a recoger agua. Barríamos la puerta, la rociábamos con aquella agua, porque era agua de gracia, regábamos los ajos porque era agua de gracia, lavábamos toda la ropa que hubiera sucia, porque era agua de gracia y así sucesivamente.

También por este día de San Juan se ponen muchas hierbas en un papel, envuelves todo lo que quieres que se te cumpla y lo cierras y guardas hasta Noche Buena o Semana Santa que lo abres y ves lo que se te ha cumplido. Y en esa misma noche de San Juan, se dice que no te puedes peinar porque sólo se peinan las brujas. En la mañana de San Juan, tú te levantas y derecho desde tu cama, antes de dar el sol en el agua del río, te lavas y eso es sano. El agua de siete fuentes, cogida en la mañana de San Juan, es medicinal. Si quieres saber si te vas a casar o no, también el día de San Juan tienes que coger tres clases de hierbas y meterlas debajo de la almohada y luego tienes que ver si se marchitan o no.

“Para ver si es cierto que fulano te quiere o no, de los cardos que se crían en la sierra y se le llaman Cardonchas, que echan unas rosas grandes y enmedio crían unos pelillos. Pues como la juventud es tan loca, íbamos y cogíamos cardos de esos y eran dos, el mío y el de fulano que me quería. Y para ver sí era cierto que me quería, le cortábamos todos aquellos pelillos y los chuscarrábamos en el candil. Así que aquello se quedaba negro, todo quemado, lo poníamos en la cantarera y si a la mañana siguiente estaban los pelillos floridos, me quería y si no estaban nacíos, es que no me quería. Esto es la experiencia que teníamos”.

Si hay un niño quebrado, se coge entre una mujer y un hombre que se llamen Juan y Juana y se pasa el niño por lo alto de unas zarzas dándoselo el uno al otro y así el niño cura de su enfermedad.

Estamos en la parte más honda de la cueva, por el lado interior de la corriente y mirando al frente, por la gran boca que se abre, es precios el espectáculo. Se ve la Cabeza del Maestro, toda la ladera de enfrente al otro lado del río, el cielo azul transparente y la vegetación arropando con sus tonos verdes. La hermana menor vuelve a comentar:
- Lo que quería decirte es que el agua de la Cueva del Agua, en invierno sale caliente y en verano, fría. Eso dicen que es señal buena.

Pastora de azucena y agua
y del romero, esencia
- ¿Sabes tú dónde mora
el que da luz a las estrellas?
Y la que es flor en la mañana
y sueño por las praderas:
- Pues si en mi corazón lo llevo
y cuando miro a mis ovejas,
me sonríe desde el viento
y se hace juego por la hierba
¿cómo no voy a saber
quién de tanto amor me llena?

Busco un punto apropiado para hacer una foto a todo el grupo y que de este momento nos quede un recuerdo agradable. Bebemos justo donde el río surge de la roca, lo cruzamos para salir y en la misma entrada, sobre el escalón de hierba que la cierra por el lado del río, hacemos la foto. Son cinco los jóvenes que han tenido la amabilidad de acompañarnos hasta este rincón primoroso y tesoro para ellos. Francisco, Maribí, Magdalena, Quico y Juani.

Ya vamos a regresar porque el día va llegando casi a su centro pero la hermana pequeña todavía anima diciendo:

- Si quieres nos asomamos para donde estaban los huertos.
Y le respondo que lo que ellos digan. Nos movemos desde la cueva en la dirección de la acequia y lo primero que sorprende es por donde metieron la canal para sacar el agua de la cueva. Luego sorprenden las tierras que ellos cultivaban, las zarzas que las cubre, los álamos que tiemblan, el rumor tanto del agua que surge de la cueva como de la que lleva el río y un trozo de canal de troncos de árboles vaciados por dentro y enganchado a la pared rocosa por donde sacaban el agua para llevarla a otras tierras más lejanas.

La senda que ahora recorremos se va en la misma dirección que la corriente y llega hasta la aldea de Huelga Utrera. El río queda a la izquierda, en una caída casi por completo en vertical y vamos hacia el Chorreón. La hermana menor se acerca y dice:
- Violetas típicas de la sierra.
Y me muestra unas matas de estas plantas trabadas en las rocas y con sus flores abiertas. Son moradas y claro que da gusto encontrarlas y gozarlas despacio.
- También por aquí se suelen ver, algunas veces, cabras monteses.

Frente a la pared rocosa de la Cabeza del Maestro, nos paramos. Por nuestras espaldas queda otra gran pared y al frente, por donde cuelgan las encinas, es el acantilado por donde se abre la cueva que hemos visitado. Un enorme bloque de roca tobáceas, con un agujero en forma de cueva por donde parece se puede entrar a profundidades grandes.
- La gente sí se mete por ahí.
Aclara la hermana. Y lo que descubro es que esta enorme roca, se ha desprendido desde las partes altas. Se fue formando con la cal de alguna corriente y cuando ya tenía tanto peso, se rompió y cayó a las tierras llanas de los huertos.

Y pregunto:
- Si seguimos por esta senda, en llegar a Huelga Utrera ¿cuánto tardaríamos?
Y Francisco:
- Más o menos, una hora. Lo que quiere decir que en subir se puede tardar hora y media larga.
- Un día de estos lo voy a comprobar pero desde el río Madera.

Por el lado de la aldea, nos viene acompañando la misma pared y ladera de la cueva. Nos paramos y me dicen:
- Aquí tienes al Chorreón.
Y lo que descubro es como una cascada, hoy sin agua, por donde se despeña la corriente hacia las tierras llanas de los huertos. El voladero es muy alto y por donde cae el agua, ha ido dejando muchas huellas de estalactitas y otras figuras calcáreas. Aun sin agua, encuentro bonito esta caída por la vegetación que le cubre, la gran atura que presenta y la pared casi en picado.

- Un vecino de esta aldea, tenía un buen hato de cabras. La mejor de todas ellas, se subió un día por esas ricas y se ve que el animal se descuidó y se despeñó. Cuando cayó abajo, se quedó reventada.
Y claro que me asombro y me digo, al mismo tiempo, que estas cosas pueden suceder donde las laderas, como aquí, son tan inclinadas y las rocas presentan caras tan profundas y ásperas.

Por las tierras de los huertos, una gran noguera, bastante álamos y las acequias comidas por las zarzas. Y la menor del grupo:
- Pues ya de pequeña, yo le ayudaba a mi madre en las faenas de estos huertos.
- ¿Y en qué?
- Me ponía al final del caballón y cuando veía que estaba lleno de agua, le avisaba para que la pasara al otro. Y ella tan contenta con mi ayuda.
- Las madres siempre enseñan la vida y dan cariño sin que se note.
- Cenajo Llano, es como se llama el rincón que pisamos ahora mismo.
Y ahora recuerdo, según tengo aprendido, que también cenajo es una especie de abrigo natural en las rocas, donde se encierra ganado y algunas veces, hay filtraciones de agua. Sobre la roca, se presenta este abrigo y se ven restos de haber encendido lumbres e incluso, de haber dormido por aquí.

- En este covacho, antes guardaban las matas de panizo que se criaba en las tierras para luego echárselo a los animales.
La pared sigue avanzando con unas caídas grandes y muchas covachas por la parte de la base. Un chorro de agua que baja desde el barranco del Moral, por este lado de la aldea. Ahora veo mejor que el Chorreón es una cascada muy bonita.
- Si te fijas bien, sobre la mitad de esta pared rocosa, se ve una figura que la misma piedra ha tallado. ¿A que tiene forma de virgen?

Me fijo bien y le digo que sí es verdad. La piedra presenta como una cuevecilla y parece que alguien la hubiera modelado a conciencia. Tiene forma de una virgen. Una gran mata de hiedra, crece y se agarra a la pared. Un acebo pegado a la roca y se desarrolla también lozano y como escondido de algo. Una almorteja nos saluda señorial. Se parece a un llorón. Otra planta más es un cerecino. Y la hermana menor, otra vez que aclara:
- Por el Charco del Humo, crecen avellanos y por este rincón, una vez vinieron unos médicos y cuando descubrieron las plantas que sobre estas rocas crecen, dijeron que está planta no se da en ninguna otra parte del mundo nada más que aquí. Lo dijeron ellos y desde entonces nosotros le llamamos la Planta medicinal del Chorreón. Es medicinal lo que pasa es que no sé cómo se llama. Fue mi hermana, María del Mar, la que lo contó. Pero según dijeron, parece que en Sierra Nevada también está.

Aquellos mismos médicos y otros mucho antes, decían que la mejor farmacia natural del mundo, la teníamos los serranos en estas sierras nuestras de Segura. Y claro, se referían a las plantas medicinales que crecen por este chorreón, todo el surco del río Segura y en las laderas y barrancos de estas montañas. Fíjate tú lo que es eso: tener en nuestra tierra la mayor riqueza, en plantas medicinales, que existe en el planeta.
Y le contesto diciendo que algo sí me fijo y de ello me alegro también mucho.
- Y te lo digo porque yo que tengo bien pisados los rincones de este parque natural, lo he visto y por eso conozco a todas estas plantas. Herbáceas son muchas de ellas, arbustos, otras y árboles como el tejo, el acebo, el fresno, la encina y más.

Y ahora recuerdo algunas de las que mis amigos de la Aldea, me han dicho: “Para el azúcar es bueno el árnica. Un novenario de agua de árnica en ayunas, eso se ve que es “exajerao” para el azúcar. Que baja un montón. El oroval es una mata que eso dicen que es bueno. El refrán dice que si conoces al oroval pa qué quieres mal. Lo que pasa es que está muy amargo pero es bueno en ayunas también y sobre todo, para las calenturas de marta. Otra mata que se cría mucho en nuestra tierra y ni siquiera se la comen los animales, es el manrrubio.

La doradilla es otra hierba que se cría pegada a las piedras y también es buena para muchas enfermedades. El junco es bueno para quitar las verrugas. Y es cierto porque a mí me ha pasado. Ahora cuento como se hace: se arranca el junco, cuando sale lo que tiene enterrado, que se le dice el culo, pues con eso te restriegas las verrugas. Las cuentas y tantas verrugas tengas tanto juncos arrancas. Te restriegas con todos los juncos. Luego los vas hincando con el cocote para abajo. Al contrario de como estaban.

Se queda lo blanco del junco arriba y la punta abajo y en el mismo sitio que los has ido sacando. No importa que sea cada uno en su sitio. Eso es igual. Te vas sin “golver” la cabeza. Rezas un Padre Nuestro por cada verruga y junco que hayas arrancado. En poco tiempo, se van las verrugas. Esto que digo me ocurrió a mí y a mi hija”.

Estaba la pastora
sueña que sueña
por el campo en la mañana
y por la cumbre de la luz,
el azul del cielo, calla
mientras balan los borregos
y por la hierba de plata,
juega ella con sus sueños
y se va con la mañana.
Y sigue la pastora bella,
soñando que será reina.

Volvemos y comenzamos a despedir al día y al rincón. Quiero que lo hagan ellos y como la hermana menor, no desea perderse ninguna oportunidad para contar las cosas de su tierra, se acerca y dice:
- Pues estamos en los Portillos, que es la roca de toba que supuestamente se ha caído desde arriba. Se ha quedado en posición vertical y eso origina una cueva. En la cueva la roca tiene colores anaranjados y verdosos. El día sigue azul y sereno, la montaña, sumida en su quietud y nosotros, desde las honduras de este barranco, ya regresamos a la aldea. Ha sido un rato agradable que nos ha gustado mucho compartir porque las cosas de nuestra tierra, creemos nosotros que son bonitas y merece la pena enseñárselas a las personas que viene por aquí. A cambio, sólo queremos respeto sincero y limpio. Y ya está.

Subimos por la primera cuesta que es la de la Asperilla. Ya la cueva se queda en lo hondo. Los muchachos empujan fuerte repecho arriba hacia la aldea y en un punto concreto, la que está enamorada de su tierra, se para y dice:
- Quiero contarte algo más.
- Pues habla.
- Esta piedra, como ves, se encuentra al remontar las Asperillas, que es lo más peligroso.
- ¿Y qué le pasa a esta piedra?
- Pues que al terminar de remontar las Asperillas, cuando subíamos de los huertos con las bestias cargadas de hortalizas o frutas, junto a esta piedra poníamos el mulo o el burro y desde ella, saltábamos a su lomo para seguir remontando la cuesta siempre subidos en estos animales. Por eso todos por aquí la conocemos como la Piedra de la Montá.

Como a las dos de la tarde, terminamos nosotros de remontar desde la Cueva del Agua. Ellos han llegado antes a la aldea. Nos esperan sentados sobre las paredes de las casas y a la sombra. En su compañía todavía nos quedamos un rato y antes de despedirlos, les doy las gracias desde lo más sincero. Me han permitido vivir una experiencia rica en matices de sus cosas serranas y llenas de emociones limpias. Y les ha salido de dentro, por pura voluntad y sin esperar paga alguna. Así son ellos y así lo dejo escrito. Y otra vez más, un millón de gracias a Poyotello y a sus gentes tan sencilla y buena.

Y si la pastora sueña
cuando cae la nieve blanca
y a veces en silencio llora
el sueño que se le escapa,
¿por qué sigue la princesa
soñando en la mañana
y jugando con las flores frescas
que su sierra le regala?

Unas semanas después, de la hermana pequeña, recibí una carta que decía: “Domingo 16-3-97 Hola José, somos Juani Y Maribí de Poyotello. ¿Se acuerda de Nosotras? Espero que sí, queríamos mandarle estas pequeñas letras para darle las gracias por las fotos. Nos han gustado mucho a todos. También decirle que los libros que nos dio están muy bien, y que le deseamos mucha suerte en los próximos libros que escriba. ¡Suerte! Esperamos que esté muy bien y sin más que contarle me despido. Recuerdos de todos. Hasta pronto. Pd. A ver si viene un día a visitarnos. Fido: Juani Flores Tauste y Maribí”.

Sigo ahora con la ruta que traigo entre manos. Ya voy rebasando el rodal de pinos que veía por las laderas del Almorchón. Es una espesura grande de pinos repoblados y luego todos los alrededores, despoblados de vegetación. La hierba sí cubre la tierra y esto transmite una pincelada de vida y fresco.

El trozo de carretera que ahora recorro, está muy bien. La van arreglando poco a poco y este tramo le tocó hace unos años. Voy terminando de remontar la grandiosa llanura de Cañada Hermosa. Por la derecha unos álamos. Sigue el antiguo trazado de la carretera vieja. Sobre los cables del teléfono, cuervos y grajas posados. Y ya termino de remontar. A partir de este punto, la vertiente se inclina para el río Segura en el tramo que lleva por el Molino de Loreto.

Alamos por la derecha, por la izquierda la preciosa ladera del Almorchón, con muchos majuelos y mil piedras blancas que forman los cascajales o calares que caen desde las cumbres. Una manada de vacas en unos álamos que hay aquí, por el lado izquierdo y cerca de donde brota el venero de la fuente del Engarbo. ¡Qué manantial más cristalino y de agua fresca brota al comienzo de la cuesta que cae desde el Almorchón! Muchas veces he bebido agua en él y otras muchas me he pasado las tardes enteras dando compañía a los pastores de estas tierras.

A este pico precioso, se le puede coronar desde casi todos los ángulos de los rincones que le rodea. Es un monte poco escarpado debido al modelado que la erosión ha ido esculpiendo sobre él. Presenta laderas suaves y lomas redondeadas. Sin embargo, su desnivel, sí es fuerte. Desde Cañá Hermosa a la cumbre, menos de un kilómetro, hay casi trescientos metros.

Pero yo he remontado bastantes veces este macizo y uno de los caminos, sin que lo haya, es la parte que pega a Hoya Espinosilla. Justo desde la Fuente del Engarbo, por donde crecen unos álamos pegados a la carretera. A espacio abierto y buscando libremente remontar por donde guste más, se recorre la ladera, con gran comodidad al tiempo que gozando de los grandiosos horizontes que se abren según coronamos. Ya en lo alto, la visión, sobre una grandiosa extensión de sierra, es de ensueño. Satisface hasta lo más hondo del espíritu.

Gira para la derecha, kilómetro setenta y ocho seiscientos, los álamos quedan por la izquierda donde sestean las vacas negras, blancas y rojas y todas, según tengo oído, de raza brava. Unos mulos también antes de las tinadas que por este lado vengo viendo y hasta el punto en que ya la carretera se mete por un estrecho buscando Pontones, pues hay vacas que suben para la cañada. Son toros y se les ven gordos.

Yo vi a las vacas que subían por la fértil tierra que se hunde en el arroyuelo y noté que ellas venían redondas en sus lomos y en sus andares lentos y como el paisaje que les arropaba, estaba también redondo de verde y macizo de plantas jóvenes, yo vi que el cuadro y el momento, era único entre tantos y en la mañana que llegaba sin saberlo.

Y como padre estaba a mi lado, repartiendo su cariño entre ellas, la tierra que daba vida a la hierba y el hijo que a su diestra tenía quieto, quise preguntarle el por qué de tanto dolor de lo que es tan amablemente bello pero guardé silencio y durante un rato más, seguí absorto en la redondez de las vacas pisando la tierra que cae desde la ladera y se hunde en el arroyuelo.

Setenta y nueve setecientos y por este punto, la carretera baja durante unos kilómetros. Se mete por la hondonada de una cañada que arranca desde aquí mismo. Una espesa vegetación de pinos. Se va curvando porque el terreno es mucho más quebrado hasta que vuelca de esta primera cañada a otra que es por donde se encuentran unas tinadas con el nombre de Hoya Espinosilla. Creo que por los montes que voy dejando por el lado derecho, se abre una preciosa cueva que se llama del Jabalí.

“La que está aquí arriba se llama la Cueva del Cinorrio. Algo más allá se encuentra la del jabalí. Donde hace convergencia el límite de la última sierra de pinos con esta que viene para Poyotello, ahí mismo se encuentra la Cueva del jabalí.
- ¿Tú la conoces?
- Claro que la conozco. Es grande y tiene unas entradas muy pequeñas pero preciosas. Un primo mío entró y se le agotaron las linternas y no pudo continuar pero llegó hasta un lago. Por debajo de la Cueva del Agua hay una que aunque es muy pequeña, tiene unas estalactitas preciosas. Es como el coral de bonito. Al lado de la Cueva del Cinorrio se abre una gran sima que vas andando y ni la ves hasta que no estás encima de ella”.

La carretera baja muy en picado hundiéndose en la pronunciación del terreno. A 317, kilómetro sesenta. Y en mi coche, ochenta ochocientos. Al frente y sobre una loma, veo un rodal sin pinos y ahí, la construcción de una tinada. En el kilómetro ochenta y unen trescientos ya roza el surco de la cañada. La recorre paralela y compruebo que no tiene agua ninguna. Se mete por una loma que la corta y desde este surco, remonta algo ahora por el lado de la izquierda y por la derecha, una tinada aplastada por entre las rocas. Y ya veo el surco del gran río Segura.

Una curva muy pronunciada y enseguida aparece el barranco donde se encuentra aplastada la aldea de Pontón de Abajo. Ya lo veo. Una curva que primero se va buscando el punto del nacimiento y luego vuelve para atrás. Voy ahora saliendo de la curva de nivel que va por los mil cuatrocientos metros y bajo.

Gira para la derecha en el kilómetro ochenta y dos quinientos, se mete otra ve como para el surco de la cañada que venía recorriendo, en tierras más llanas vuelve a girar otra vez y ya se viene para el pueblo de Pontones. Esta ladera es de tierra blanca con muchos majuelos, retamas y rosales silvestres. Gira para la izquierda, una noguera en la misma curva y observo que toda la ladera resplandece de verde. La cubren los majuelos, muchas zarzas y algunas nogueras a manta.

Y ya empieza a tomar forma llana y a ponerse recta y en el kilómetro ochenta y tres cuatrocientos pues por la izquierda, la desviación que lleva al nacimiento del río Segura. Son cinco kilómetros de una carretera estrecha pero asfaltada. En el letrero que le han puesto nuevo por aquí, leo: “Fuente Segura, cinco kilómetros. Tiempo aproximado, una hora, dificultad baja y tipo de camino, lineal”.

Conozco hasta lo más íntimo, el rincón que aquí anuncian y hasta sueño con él muchas veces. ¡Qué paisaje más divino y qué espacio tan lleno de lo más dulcemente humano! A mis amigos, mis grandes amigos serranos y pastores ellos, los tengo precisamente a dos pasos de donde nace el río Segura y compartidos con ellos, los mejores momentos que viví en estas sierras. ¿Cómo los puedo ignorar al pasar hoy por aquí siendo lo que ellos son y lo que han ido dejando en mi alma?

Si ahora mismo me fuera por esta carretera para el nacimiento del río Segura, lo primero que me encontraría serían las casas nuevas de este pueblo de Pontones y luego, huertas a un lado y otro. Remonta la carretera metida por una leve cañada y por la izquierda va quedando una ladera de pinos espesos y por ahí, el surco del arroyo del Erial. Por la derecha, el arroyuelo por donde bajan las hileras de álamos. Viene este cauce desde las Hoyas de Maranza.

La hilera de álamos que podaron el otro año y la carretera que remonta metida entre mucha vegetación de zarzas, rosales silvestres y un pasto altísimo. No estaba antes tan cerrando de vegetación. Corona hacia una pequeña curva para la izquierda y luego para la derecha y aparece ya Cañá Manzano. Una llanura grande que va ensanchando según avanzo hacia el nacimiento. La carretera escoltada por los álamos que ahora se visten lujosamente.

Atraviesa un arroyuelo y Cañá Manzano que, por la derecha, sigue ensanchándose. Ahora aparecen los huertos a ambos lados y hasta incluso, invernaderos. Estas tierras no las dejaron abandonadas. La carretera está bien y lo que me sorprende es la enorme espesura que muestra la vegetación. Nunca la vi yo así.

Por la derecha, la tinada del pastor que conozco y ahora, las buenas tierras de Cañá Manzano, se van terminando. Lo que se me presenta por delante, rasante de esta cañada, es el collado de las Minas. Por debajo de la tinada, todavía huertos. En la tiná hay algunas ovejas. Sé, porque lo he visto con mis ojos, que aquí tienen ellos muchas luchas, casi todas en silencio y la niña con su hermano, tantas o más.

Y el mundo grande, el de la reluciente civilización y cultura exacta, a lo lejos, no ya indiferente, sino de espaldas, cuando no despreciando. Pero Tú, Dios mío, el que siento aquí a mi lado y junto a ellos ¿no superas a todos con sus ciencias y proyectos? ¿No pones en la balanza y pesas, en razón justa, para que los pequeños sean por Ti amparados? Porque si nos dejas sin tu ayuda ¿cómo relucirá tu verdad y dónde nosotros hallaremos aprecio?

Remonta del todo y el Collado de las Minas. Por debajo de esta carretera que recorro, pasa una canal subterránea. Es la acequia que sale desde el mismo pilón del nacimiento y trae las aguas a las tierras de Cañá Manzano. Hasta este punto, viene por su pie y tallada en la ladera de la tierra que por la derecha, el río Segura, tiene. Pero al llegar a las tierras del collado, como el nivel es más alto, le hicieron un túnel y por ahí metieron la acequia porque el agua tenía que ir hasta las tierras que ellos cultivaban y, por sí misma.

Unos años atrás, esta antigua construcción que los serranos llaman la Mina, se hundió. La restauraron y ahora ha quedado construida de cemento y materiales modernos.

Al remontar, por la derecha y al fondo, aparece el valle donde duermen las aldeas de Fuente Segura. Las casas de la última aldea, la de Fuente Segura de Abajo, se recogen junto a las aguas del río y por donde éste corta la loma de rocas calizas que une al Poyo de la Iglesia con la gran montaña. La carretera sigue por la ladera, remontara ahora sobre el cauce del río y escoltada por álamos. En las tierras llanas de las orillas, los bosques de álamos aparecen espesos y, entre unos rodales y otros, varios huertos.

Por la izquierda, la gran ladera de rocas blancas que bajan desde el monte Mariasnal. Arriban se abren las hoyas y más arriba, corona la cumbre con 1827 metros de altura. Se ven pinares y ahora recuerdo que en verano, las ovejas se meten por entre estas espesuras buscando la sombra. La acequia que arranca desde el mismo nacimiento, ya me acompaña por la derecha. Las casas de las aldeas de Fuente Segura, también me dan compañía pero en el repecho de enfrente.

Estaba la pastora
dando pasto a sus ovejas,
frente a la mañana hermosa
y el silencio de las tierras.
Y estaban las praderas,
de las redondas hoyas,
cuajadas de verde hierba
y resbalando las horas
de la soledad tremenda.
Y mientras sueña la pastora
en mil dulces primaveras,
estaban las ovejas
manchadas de rocío blanco
y preñadas de azucenas,
en la mañana hermosa,
de un azul día cualquiera.

La cañada que se abren por donde el río corre, es muy amplia. Por encima de las casas de la primera aldea, casi hasta las cumbres, se ven las tierras en forma de bancales. Ahí sembraban antes. Por esas tierras se ven muchos almendros y cubriendo la tierra, pasto. Veo ya la tiná del nacimiento. Entra por ahí una pista que es la que da paso hasta las casas de la primera aldea. Ya veo las aguas que salen de la fuente y los álamos que llegan casi hasta la misma poza grande.

Final de la cañada que lleva al río por su centro, un amplio recodo con buenas laderas de rocas por las partes de arriba y, donde parece lo más redondo de este recodo, la fuente del bello río. La Fuente del Segura, que es propiamente como le llaman por aquí. Más para arriba de este punto, ya no hay ni agua ni surco del río aunque sí el de un arroyo que baja desde Cañá la Cruz. El Boquerón y el Salto del Moro, que trae agua cuando llueve en cantidad, porque el río verdadero, viene subterráneo y fluye en la Fuente. Las aguas se hunden en la tierra, por las partes altas y en Cañá la Cruz, donde se forma, a veces, una laguna y luego brotan en este manantial primero. Un manantial tan abundante, que da lugar a todo un gran río.

Unos niños jugando en los columpios de madera que ahora han puesto en el rincón. Por arriba, la carretera le da la vuelva al manantial y cuando ya pasa al otro lado, se ensancha y paran los coches. Más para arriba, sólo se va a Cañá la Cruz, los Campos del Espino, Pinar Negro y a los otros campos, los del asombro y la soledad. Y desde ellos, a la cumbre blanca, las Banderillas.

Recorro, por ciento diez veces, los espacios que rodean a la Fuente. Columpios, asientos y mesas de madera, un tablero informativo y algún otro detalle que han colocado por aquí. Es como una nota que suena bien pero fuera de la sinfonía que le corresponde. Pero también comprendo que a los que llegan, les puede transmitir cierto consuelo.

Me acerco a la Fuente. Ella sí que es y con el tono y brillo que le corresponde. Y es redonda, porque le hicieron un muro de cemento para que el agua se remanse, transparente como el diamante más puro, hierve desde el fondo porque mana por la cueva abundantemente, se extiende como el mejor espejo para que se miren y reflejen los álamos, pinos y rocas que le coronan y, además, transmite el frío de la blanca nieve que cae sobre los altos campos, en invierno. Parte del agua que mana, se va por la acequia que riega a Cañá Manzano y el resto, río abajo para regar los huertos, dar de beber a las aldeas primeras y luego a los dos núcleos de Pontones. ¡Qué paz transmite y cómo limpia al espíritu, sólo mirarla en silencio!

En un letrero leo: “Prohibido bañarse, prohibido andar con los coches fuera de la carretera, prohibido echar papales, prohibido acampar, prohibido encender fuego, prohibido meter ruido innecesario”. Y los firman, los ayuntamientos. Claro que en aquellos días, hasta la libertad era libre y el rincón siguió con su encanto. Y lo digo porque sé que ellos, sin ni siquiera ponerse de acuerdo ni escribirlo, redactaron un código que decía:

“Permitido beber del agua de la vida
y con ella regar los huertos,
permitido el gozo frente a tan limpio manantial,
y darse un buen baño de silencio,
permitido el asombro al rayar el día,
permitido todo, porque el amor se lleva dentro
y sólo él pondrá límites
para seguir en el edén de la transparencia, sin romperlo”.

El hermano de la niña, me saluda.
- Pues aquí echando el rato.
- ¿Y los animales?
- Por los Campos del Espino. Con esta calor, las ovejas están acarradas y por eso puedo darme una escapadilla por el otro mundo.
- ¿Y hasta cuándo?
- Un poco antes que termine de caer la tarde, me iré para arriba. Con el fresco se ponen en movimiento y ya no paran en toda la noche. ¿Lo sabías?
Y le digo que sí.

“La historia de los bueyes que se cayeron al chavanco de Fuente Segura y ya no se vieron más, yo no lo vi, aunque paso a creer que fuera verdad pero el otro año vinieron unos buzos y se metieron dentro. Dijeron que hay una cueva grande. Hacia Cañá la Cruz pa’ arriba, se ve que está todo aquello hueco. Un mundo de agua es lo que hay por debajo de la Fuente.

En Cañá la Cruz, hay un sitio que se llama la Laguna. Cuando llueve mucho se hacen charcos y sale la laguna. Por eso en verano, cuando todos los campos están secos, en las tierras de la Laguna, la hierba está verde como si fuera plena primavera. Eso lo he visto yo muchas veces. Y dicen que por debajo, hay un chavanco. El año que tuvieron los buzos allí, decían que ahí mismo había un tesoro. Que hay una afortuna muy grande bajo tierra. Y claro, pudieran ser ese lago grande que vieron”.

En esta Fuente del Segura, por el día de Santa Quiteria y en tiempos pasados, los jóvenes de las aldeas que acompañan al nacimiento del río, se venían de fiesta. Cogían su hornazo y al nacimiento venían a comérselo. La orza de los chorizos, también la empezaban ellos por aquellas fiestas. Esta orza se tapaba con yeso y en este día era cuando se rompía aquella tapadera de yeso. Las eras de Majá la Caña, también eran lugares que servían para celebrar la fiesta de este día. Se mecían en mecigores, “blincaban”, jugando a la comba y se cantaban la siguiente canción:

¿A quién me pongo a cantar
de carita de la luna
porque me quiero llevar
de la tres hermanas, una?


La chica no tiene el tiempo,
la mayor pasa de edad,
la de enmedio es la que quiero
si sus padres me la dan
y sino yo me la llevo.

Luego lo despido, me vuelvo por la misma carretera y al llegar al Collado de las Minas, me vengo para la izquierda. El pequeño trozo de carretera, hasta hace unos meses, pista de tierra, se deja caer por la pendiente, busca el río y ahí mismo, se encuentra con las casas de Fuente Segura de Abajo. Es aquí donde vive el Pastor y ahora lo quiero saludar.
Pero al llegar, ya me los encuentro, padre, madre y, de las tres hermana, una, la hermana menor, preparados para la faena con las ovejas.
- Es que al caer la tarde, se espabilan y si las dejamos solas, se pueden ir a cualquier sitio.
Luego me dicen que entre Fuente Segura de arriba y estas casas suyas, tienen la otra tiná donde están las paridas. La madre, con la niña, centran su tarea con estas, el hermano, con las que carean por los Campos del Espino y el padre, con las que se refugian en la tiná del Collado de las Minas. Y por eso me digo, que qué tarea, Dios mío, y así todos los días del año, sea verano, pleno mes de agosto como hoy y domingo, otoño, invierno o primavera. Qué tarea y siempre con la sonrisa en los labios y el corazón dispuesto para los demás.

- Pero ¿y en invierno?
- Si viene como el de este año, tan seco ¿a ver qué hacemos? Si alquilamos pastos por Sierra Morena, como no hay hierba, les tienes que echar pienso y como los pastos también hay que pagarlos, tenemos gasto doble.
- ¿Y si os quedáis aquí?
- Como el invierno sea de nevazos grandes, encerradas hay que tenerlas todo el tiempo y comiendo pienso y como, además, enfermen y se te mueran los borregos, fíjate tú qué lucha y qué negocio tan bueno.
- Pero a ver ¿qué hacéis?
- ¡Claro! ¿Qué hacemos? Porque venderlas y cruzarnos de brazos, poder podemos pero ¿de qué comemos?
- Eso digo yo y aunque lo entiendo...

Ya dejé escrito que, en Fuente Segura de abajo, vive el Pastor, En su casa, la hermana Anica, se la enseñó a la hija y la hija que ahora es madre de cuatro hijos, todavía reza lo que ella llama la oración del Niño.

Y la noche que avanza

y en lo hondo del valle, sólo de vez en cuando se oyen los balidos de las ovejas y los ladridos de los cuatro perros perdidos en la aldea y, como entre los suyos, la niña se duerme, la mira la abuela y besando su cara temblorosa le dice:
- Ayer me dijiste que querías saber la historia que esta noche y, en aquellos tiempos, ocurrió en Belén de Judea.
Y la niña que mira:
- Cuéntamela mientras el sueño me lleva.
Y la abuela:
- Me has preguntado ya cien veces que cómo nació el Niño y que si era bonito y en aquella noche de los pastores con la estrella y los ángeles cantando el gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad y los reyes magos con sus regalos por las veredas...
Y otra vez la niña:
- Esto es lo que te he preguntado, abuela.

- Pues estando la hermana viviendo en su cortijo de cal y piedra, sucedió que una noche de frío larga y cuando la oscuridad era más grande y la nieve caía espesa, se le cumplió el tiempo y estando las vacas de labor y mulos y burros que se tenían para el trabajo del campo y los cerdos para las matanzas y gallinas con sus gallos despertadores y cabras y ovejas, recogidos en sus establos y tinadas y estando los hombres reunidos alrededor de las lumbres en sus humildes rincones de barro y tierra, acudieron las mujeres, en su ayuda, en aquella noche de oscura niebla.

Y estando el campo lleno de rocío y en silencio las sendas y los demás serranos en sus cortijos y la sierra entera, como dormida y con el alma abierta o como agazapada en la gran espera, le llegó la hora a la hermana bella y en el cuartucho de la humilde casa y toda rodeada y ayudada por las pastoras de la ancha sierra, en la estrechez del cortijo y entre los montes y sin médicos ni parteras, en aquella noche perdida y de amor tremenda en los corazones de los hombres de voluntad buena, la hermana joven dio a luz una hermosa nena y como los otros niños estaban en las casas esperando que las mujeres anunciaran la buena nueva y los pastorcicos, pues si en la sierra todos eran pastores y labradores y aserradores y carpinteros de mil maderas y sobre las cumbres del azul lejano y la blanca nieve, relucían estrellas que eran candiles de aceite y antorchas de teas de los cortijos vecinos y de los serranos junto a sus pegueras que se anunciaban unos a otros la buena nueva y cuando ya nació la criatura, las mujeres mayores salieron de la casa y decían contentas:
- Tenemos una niña más en el valle y la sierra.
Y los niños que se calientan en la lumbre y en su juego y espera, al oír la noticia exclaman, en gozo y sorpresa:
- ¡Qué bien que nazca otra niña porque así mañana, podremos jugar con ella!

Y la anciana que guarda silencio porque es media noche y en la iglesia de la humilde aldea, suenan las campanas llamando a la misa de la Nochebuena y la niña que llena de sueño se acurruca en la cuna de los brazos de la reina abuela, que la mira primorosa y le dice, entre duermevelas:
- Pero abuela ¿aquello ocurrió en Belén o fue de verdad y en esta tierra nuestra?

Y cuando la niña ya se duerme, más que agotada satisfecha, la abuela se acerca y al oído le susurra mudamente:
- La oración que tú querías oír me la enseñó mi madre y a lo largo de la vida la he rezado mil veces y ahora que nadie nos oye y, mientras el sueño te va liando en sus sedas, te la voy a recitar despacico para que la oigas y la aprendas:

La princesa de los cielos,
reverencia en mil altares,
que es la virgen a quien se humilla
los ángeles celestiales,
a quien se encuentra pregunta:
- Señores si ustedes saben
un niño se me ha perdido,
de mi compaña, ayer tarde.

Va vestido de morado,
de nazareno es el traje
cabe frente espaciosa
ojos rasjados y grandes
y sus mejillas son dos rosas
y sus labios dos corales.

- Sí señora, sí lo he visto,
por aquí pasó ayer tarde,
y va pidiendo una limosna
diciendo razones tales:
“A quién me dé le daré
otras riquezas más grandes
que las tengo yo guardadas
en el reino de mi Padre”:


A otro día por la mañana
el niño se levantó,
dándome los buenos días
y que con Dios me quedare.
- Anda con Dios niño hermoso,
anda con Dios niño amable,
que me has dejado en mi casa
que no quepo en las carnes,
de ver que he tenido esta noche
la compaña del Dios grande.

Desde allí se fue la virgen
más contenta que llegó antes
buscándolo de templo en templo,
buscándolo de valle en valle.
¿Dónde lo vino a encontrar?
En unas murallas tales
hablando con los doctores
y defendiendo a sus padres.
Y por ser LA ORACIÓN DEL NIÑO

será razón que se acabe.

Nota: este hermosísimo fragmento de la cultura e identidad serrana, me lo entregó la hermana Juana, mujer del Pastor en la aldea de Fuente Segura de Abajo. Es ella madre buena donde las haya y a todos sus hijos, le enseñó esta oración y se la recitó muchas veces para que se durmieran. Pinceladas de algunas de las cosas bellas de estas sierras.

Remonta la carretera un poco para salvar la loma que viene desde el Poyo de la Iglesia y al volcar, ya cae al surco del cristalino río Segura. El que me fascinó tanto la primera vez que lo vi y me sigue llamando con tanta fuerza cada vez que por el lugar vengo.

Nace el río junto a mi aldea
y sus aguas de cristal,
son como del viento, la esencia
que acarician al pasar
y, como del rocío la transparencia
y de la nieve, su azahar,
son los borbotones del río
que me mira al despertar.

(Del libro inédito: Nace el río Junto a mi aldea, de José Gómez Muñoz)

Nada más asomar, se ve un bloque de álamos verdes, las casas siguiendo el surco del río, coronadas por las rocas a un lado otro y aquí, Pontón de Abajo. Kilómetro ochenta y tres setecientos. A la derecha una casa grande y muy bonita, cerca de donde en otros tiempos estuvo la central eléctrica, por la izquierda más casas y la carretera que cruza el río. Veo que trae bastante agua. Se le nota algo remansado pero con caudal grande.

De aquí mismo y por la derecha, sale una pista de tierra que se va río abajo, por entre alamedas y desfiladeros hasta el Molino de Loreto. Un antiguo molino de los muchos que por el lugar hubo en otros tiempos y que es donde brota un gran venero de agua. Cuando en los años pasados, de gran sequía, se agotó la fuente del nacimiento, muchos acudían al venero del Molino de Loreto a por agua porque este manantial no llegó a secarse. Conozco el rincón y puedo decir que también es de ensueño. ¡Cuántos secretos y bellezas esconden cualquiera de los rincones de estas sierras!

El manantial del Molino de Loreto, se encuentra justo en el cauce de este río Segura, entre fresnos, álamos y muchas rocas calizas. De las laderas a los lados, han rodado los cascajos y en el mismo cauce, se han quedado. Por entre piedras, brotan los veneros limpios de este manantial que en realidad no es uno solo sino como un manto de agua que va saliendo allí por donde puede y más le gusta.

Por el lado derecho, en la dirección que corre el río, se alza la robusta ladera y cumbre de los Palancares y por el lado izquierdo, al río le llegan dos preciosos arroyos. El más próximo al manantial, se llama arroyo Azul que viene de las cumbres de Castilla la Vieja, Cerro Cortao y la fuente de Prao Riazul. Otro ramal de este mismo arroyo, baja desde la cumbre por donde se alza la tiná del Bierzo.

El otro arroyo, algo más abajo de este manantial de Loreto, se llama arroyo Cabañas. Nace por la loma del Sapo, entra por los picachos del Caballo, las Espinareas, Tajonera de Arriba, Tajonera de Abajo y ya cae para entregarse a las aguas del precioso río Segura. Así que este diamantino río, por aquí borda un rincón de primor por tanta agua, tanta vegetación arropándolo, tanta profundidad y, entre tanto asombro y riqueza limpia, ellos labrando sus trocicos de tierra para obtener el fruto. En otros tiempos fueron huertos de tomates y pimientos. Hoy son alamedas tupidas que luego cortan y venden para madera.

Al pueblo hoy lo encuentro solitario. Y lo comprendo porque es una hora que el sol cae con fuerza. No se ven tampoco muchos coches por aquí. Aunque el día sí parece de los más bonitos, da la impresión de lo contrario. Lo voy cruzando siguiendo la carretera que se ciñe al río, por la izquierda la figura del mesón, donde también tengo momentos inolvidables en compañía de mi amigo el Pastor y su familia, la vieja fábrica de la lana, toda la ribera del río llena de mucha vegetación, nogueras, zarzas y fresnos y ya dejo atrás las casas del pueblo.

- A esta, ahora vieja y abandonada fábrica, es donde los pastores de aquellos tiempos, traían la lana de sus ovejas. Se aprovechaba todo porque había mucha carencia de cosas. Ellos le sacaban algún beneficio a la lana de sus ovejas y en la fábrica se hacían mantas, capotes, abrigos... y se hilaban hebras que luego se usaban para tejer en los telares de las casas.

Todo era a mano. Entonces no había tantas máquinas como ahora y si en esta fábrica existía alguna, era movida por la fuerza del agua. En el batán se lavaban las mantas, se teñían con tintes naturales sacados de estas sierras y se tendían luego para que se secaran. Daba trabajo esta fábrica a muchas personas y lo más importante era que el trabajo salía de los mismos productos de la tierra y aquí se queda todo.

- ¿Fue una pena que desapareciera?
- Lo fue y más aún porque nada de lo nuevo ha venido a sustituirlo. Las cosas que ahora se montan, van por otros caminos ignorando a los pastores de siempre y su manantial de riquezas que sí es de lo que sabe a tierra propia. La vieja fábrica de lana, era como la gran industria que nacía de los pastores y por eso los acogía a todos en algún punto. Los unía y les daba categoría pero ahora...”

Kilómetro ochenta y cuatro doscientos y dejo atrás a Pontón Bajo. La carretera se aleja ahora cortando la ladera hacia la Piedra Horadada. Discurre por la derecha mientras lo remonta. Varios molinos de aquellos tiempos y algunos todavía con sus maquinarias, me van quedando por la izquierda y pegado a las aguas. Un gran bosque de álamos muy verdes, muchas zarzas que ahora cubren las tierras de muchas de las huertas que en otros tiempos ellos sembraban por aquí.

- ¿Y los viejos molinos?
Le pregunté aquella tarde.
- Pues de ellos, mucho yo podría decir pero entre tanto, te aclaro que en este río había tres o cuatro. Y lo que molían era trigo, como lo más importante, porque la harina y el pan, en las casas nunca faltaba y luego pimientos secos para sacar el pimentón, garbanzos, habas y panizo.

Y con aquellos viejos molinos, preciosas industrias para nosotros en aquellos tiempos, pasaba como con la fábrica de lana, que a ellos acudían los serranos y a todos los unía en un mismo punto con sus cosas y entre sus cosas. Ellos sembraban la tierra de trigo, de cebada, centeno, garbanzos o panizo y a su tiempo, recogían la cosecha, la trillaban y con el grano, acudían a los molinos para obtener la harina. Con sus bestias, burros mulos o caballos, se iban por los caminos a sus cortijos y aldeas y luego, amasaban y cocían su pan en los hornos de leña.

Por eso te decía que los molinos de este río, eran como la mejor industria serrana nacida de los serranos mismos y alimentada por ellos y así todo surgía y se quedaba en la tierra. ¿Por qué desaparecieron? Lo nuevo ha ido arruinando grandes cosas viejas y bellas y al mismo tiempo, ha ido deshaciendo nuestra propia realidad, cultura y raíces.

Al frente ya veo a la Piedra Horadada y el cañón por donde metieron a la carretera aprovechando el surco que tajó el río. Por el kilómetro ochenta y cinco, rozo la Piedra Horadada que me queda bien remontada y por el lado derecho. Es un hueco abierto en la pura roca por las lluvias, el viento y las nieves de estas alturas. Voy jugando con las curvas de nivel que van entre los mil trescientos y mil cuatrocientos metros.

Traza la carretera una cerrada curva para la derecha y remonta rápidamente. Por la izquierda me quedan las blancas casas de Pontón Alto. La carretera las roza y no llega. Se aparta una pequeña carretera y, por ella, hay que irse para meterse en el corazón de esta otra bonita aldea.

Entre tantos recuerdos bonicos que nunca olvidaré porque no pertenecen a los negocios de aquellos que se llaman cultos y por eso ni siquiera los conocen, y hasta algo los desprecian, ahora me florecen algunos. La figura de la madre cuando aquel día me entregó algunas de las perlas que lleva en su corazón. En homenaje a ella, lo escribo a continuación.

1- Niño chiquito
del Dios poderoso,
ante Ti mis penas
se convierten en gozo.
Al dormir y al despertar,
antes morir que pecar.

2- A la mesa de Cristo
me han invitado
a comer un cordero
sacrificado.
Sacramento divino
dulce bocado,
en el alma me pesa
haber pecado.

3- San Antonio bendito,
ramo de flores
a las descoloridas
dadles colores.

- ¿Y cuando llegaba la Navidad?
- En este pueblo de Pontón Alto y en las aldeas de Fuente Segura, íbamos por las casas cantando aguilandos. Unos nos daban un chorizo, otros una torta, un puñado de higos, nueces. Luego, todo esto lo juntábamos en una casa y allí nos pasábamos un rato. Esto era cuando pequeños y hasta me acuerdo que una de las canciones que cantábamos decía así:

A Belén camina
la aurora y María
y a san José llevan
en su compañía.
- Compaña más alta
no la he de encontrar,
antes de las doce
a Belén llegar.

Siguieron andando
hasta que encontraron
a unos arrieritos
y le preguntaron
que si pa Belén
hay mucho que andar.
Siguieron andando
hasta que llegaron
a unos cortijicos
y allí se pararon.
Le dice María:
- Anda tú, José
haber si en esa casa
nos quieren recoger.

Se asoma el posadero
por una ventana
- Ahora, es deshora
ya no doy posada.
Siguieron andando
hasta que encontraron
unos pesebricos
y allí se pararon,

le dice María:
- Acuéstate José
que cuando sea la hora
yo te llamaré.
Dando los tres cuartos
ella conoció
que el Verbo Divino
le hizo sensación.
Le dice María:
- Levanta José
que el Rey de los cielos
ya quiere nacer.

Se levanta José
todo afligidico
al ver que su niño
no tiene pañalicos.
Le dice María:
- Nos llores José
que en mi hermoso manto
yo lo envolveré.

Y decía que la aldea que por la izquierda me voy dejando es para mí más entrañable y delicada que la primera quizá por la soledad que le presta el paisaje donde duerme o quizá por el encanto que le regala el río recién nacido y el arroyo de Majá la Caña que le entra por el lado derecho. Tengo en este rincón también muchos bellos momentos vividos y con las personas más buenas del mundo. Para ellos mi recuerdo diciéndoles que en lo más hondo de mi alma, los envidio de verdad. Son afortunados hasta donde ni siquiera saben y por ello les doy gracias a Dios. En el librico se recoge para que nunca se pierda y en mi corazón lo tengo bien abrigado.

Por la cuerda que me va quedando a la izquierda, se alza una roca preciosa que tiene figura de elefante. Desde lo alto de ella, recuerdo yo que mi amigo Gaspar, padre de Candi y Francisco, al amanecer de aquel precioso día, me decía los nombres de los sitios.

Nombres entorno a Pontones

Molino de tío Jacinto, Molino del tío Pascual, Molino del tío Lidio o del Cuco, Molino del tío Nicharro, Molino del Gordo, Salto de luz de Marcelo Palomares = Antigua fábrica, Molino del tío Loreto, Peñón del Quico, Cueva de las Parieras, Los Poyos de Donato, Castillas la Vieja, Loma de la Piedra Horadá, Picón de la Piedra de la Horadá, La Solana del Molino, la Umbría de la Fuente Soldao, Cueva de las Huertas, El Castellón, Los Huertos del Castellón, Collado de los Huertos, Las Huertas Largas, Fuente de las Veguillas, Veguillas de la Solana y Veguillas de la Umbría, Fuente del Manquillo, El Charco del Tejo, Las Piedras Gordas, cortijo Penca, Praos de Fuente Segura, La Umbría de Fuente Segura, cortijo de Enmedio, La Noguera del Tornajo, cortijo de Arriba, El Nacimiento, Barranco de la Fuente de la Puerca.

Del Masegoso para arriba: Arroyo Azul, El Estrecho, Las Cuevas de arroyo Azul = Se encierra ganado, Hoya Cabaña, cortijo del Herrero = Desemboca los arroyos, La Espinarea, Morro de la Espinarea, La Huerta = Nacimiento de arroyo Azul, Tiná de la Huerta, Tiná del Tuerto, Fuente del Vierzo, cortijo de la Fuente del Chorro, el cortijo Palacio, Vallejo del Masegoso, Barranco del Masegoso, cortijos de los Pinares, cortijos del Masegoso, cortijo del Herrero, La Cabeza Chica, Cabeza Grande, Fuente del Toril, Cueva del Jabalí, Majal del Lipe, La Muela.

De Pontones para arriba: Collado de Majá la Caña, Los Pajarracos, Collado de los Arenales, Fuente de la Piedra, Fuente de los Lunares, Collado de San Miguel, Cerro Cortao = Izquierda de la carretera, Prao Rincón = A la derecha de la carretera, La Pañoleta, La Veintena = el paso del ganado. Llano de Prao Rincón, Tiná de Antonio = Tiná del Vilana, cortijo del Quinto, Prao de las Caídas, Los Cigarrales, Las Zorreras, Punta de Majá la Caña, Huerto de la Perica, Alberca de la tía Perica, Alberca del Lobo, Prao Largo, Prao del Escuerzo, Loma de la Casilla = Cimientos de una vieja casilla.

Loma del Perro, El Zabellón, Los Toriles = Cimbra de riscales. Cueva Hundía, Era del Esenciao, El Morro del Sastre, Hoyos del Tartaja, Valle Joroca, La Tiná Valle Joroca, El Cejo de las Espumaredas, Cañá de los Toletes, Corral del Tolete, Majal Alto, Las Parieras, Poyo Serbal, Hoya Santos, Tiná de los Corralejos, Hoyos de los Corralejos = Dentro de los Corralejos: Hoya del Sorbior, En el Mariasnal y en los Riscos, dos hoyas más con el mismo nombre. Tres en total. Haza Blanca, La Tina de la Abuela. Fuente del Calar de los Peones.

Por Hoya Maranza

Hoya Espinosilla, Las Horquillas, El Chorrillo, Fuente de Encajabarbas, Corral del hermano Antón, Boquera de Hoya Maranza, Los Tornajos del Maguillo, Morro de la Cuevecilla, Zona Braga, Hoya Braga, El Tornajillo, Hoyos del Loco, Corral del Gaspar, Majá la Risca, El Caquirucho, El Pinar, Hoyas de Plácido, Hoyas del tío Paciano, Era Empedrá, Los Tornajos de Mariasnal, Los Corrales de Maríasnal, Sima de las Majaicas, Fuente de la Raja, Cueva del Agua, Cueva de la Terrera, Cueva del Nacimiento = Por encima de Fuente Segura, arriba.

Por la derecha de esta aldea se escapa la carretera barranco arriba buscando la cuerda de la cumbre para irse hacia las otras partes de la sierra. En el arreglo que le están haciendo, por el lado derecho, a la montaña le han tenido que cortar un buen tajo y todo en la viva roca. Una tinada a la derecha, un álamo por la izquierda, la llanura de Cañá Rincón y al frente, las tinadas de Majá la Caña y un bloque de álamos. Una llanura grande y muy bonita por donde siempre se me queda herida el alma por el misterio que esta tierra llana encierra.

Se aparta, por la izquierda, una pista de tierra. Si me fuera por ella, después de atravesar el incipiente arroyo de Majá la Caña, dejar a la derecha un par de tinadas donde todavía crían borregos, gallinas y perros ovejeros, me vendría para la derecha y tomaría la pista de tierra que atraviesa la extensa y preciosa llanura de Cañá Rincón y Majá la Caña, iría a salir a donde nace uno de los más bonitos arroyos que vierten al río Guadalquivir. Se llama de las Espumaredas y justo en su parte alta, todavía quedan las ruinas de la más preciosa aldea que se alzó por estas sierras. Las Espumaredas se llaman y son las de Arriba y las de Abajo.

Tampoco ya vive nadie ahí porque la expropiaron y derribaron las casas pero los árboles de aquellos hermosísimos huertos, todavía dan cerezas y yo creo que las mejores del mundo. Se las comen los grajos y los arrendajos cuando no llegan a tiempo algunas de las personas que viven en las aldeas de Fuente Segura.

Recuerdo yo ahora aquel día de primavera ya casi comienzos del verano. Vine por estas tierras con la intención de recorrer los paisajes donde estuvieron las aldeas de las Espumaredas. Dejé el coche en el collado de la Romana que es justo donde la pista que va hasta la aldea de Ortuñio, corona la cuerda y vierte hacia las laderas que miran al Guadalquivir. Para este lado, cara al sol de la mañana, es vertiente del río Segura.

Pues ahí mismo dejé el coche. Casi por lo alto de la cumbre me fui andando pero por lo que es vertiente al Segura. Llegué hasta el collado donde, por la derecha bajando, nace el primer arroyo que le entra al de las Espumaredas. Desde este collado, me dejé caer hacia la izquierda siguiendo todo el cauce y a poco, nada más salir de una espesa repoblación de pinos, me fui tropezando con las tierras que en aquellos tiempos fueron sus huertas. Un manantial nace por aquí y entre los pinos que repoblaron en las tierras de aquellas huertas, me encontré con unos tornajos de chapa. Una goma vierte en ellos un chorrillo de agua para que beban las ovejas o más bien los ciervos y cabras monteses. Desde que repoblaron con pinos estas tierras, no dejan que por aquí haya ni ovejas ni serranos cultivando sus tierras.

A mitad de esta ladera, me encontré un espeso bosque de cerezos calgaditos de cerezas. Como ya era mediado de junio, las cerezas estaban casi maduras. No del todo pero muchas sí estaban por completo coloradas. Me entusiasmé y comencé a coger y comer con verdadero apetito. ¡Qué ricas estaban a pesar de los días que le faltaban para completar su maduración! Por entre el espeso bosque de cerezos, me fui encontrando con parras repletas de racimos de uvas aun empezando a florecer, manzanos, almendros, nogales y pinos. Muchos pinos de la especie de los laricios que fue los que repoblaron cuando echaron de estas tierras a las personas que las ocupaban y vivían en la aldea de las Espumaredas.

Aquel día seguí bajando por la fértil ladera de pinos, cerezos, almendros, nogueras y por el cauce, muchos álamos y cuando llegué al cauce del verdadero arroyo de las Espumaredas. El que nace justo donde termina Cañá Rincón, vertiente esta última del Segura y Vertiente, el arroyo de las Espumaredas, del Guadalquivir. Pues en este punto me crucé con una pista forestal de tierra. Al verla recordé lo que un día me había dicho Ceferino, vecino ahora de las Casas de Carrasco y nacido y criado en las casas de la aldea de las Espumaredas.
- Fui el último vecino que salió de las Espumaredas. Me hice fuerte y allí quería morir pero amigo, con fuerzas mayores, no hay quien pueda. Hasta el año ochenta estuve yo allí pero al final, también fui vencido. Todos los otros vecinos ya se habían venido y en cuanto dejaron sus casas, hicieron una pista de tierra, la que todavía va desde las llanuras de Majá la Caña, metieron máquinas y derribaron las casas. Por las tierras de los huertos, las que habíamos cultivado nosotros a lo largo de siglos, plantaron pinos y como para que los pinos crezcan hay que guardarlos de la presencia de animales, a partir de aquel momento, ya se terminó toda presencia y vida humana por allí. Ni huertos, ni animales ni vecinos.

- ¿Y por qué no cortaron los cerezos, las nogueras y los álamos?
- Sería porque les daría pena. Pero la pista de tierra, la primera pista de tierra buena que llegó a la aldea de las Espumaredas, fue la que hicieron ellos con aquellas máquinas de hierro precisamente para derribar las casas. Antes y hasta esos mismos días, nosotros nos habíamos apañado con una simple verea para ir y venir las personas y las bestias con su carga de cebada, paja, frutas y hortalizas de los huertos. Justo cuando tuvimos un buen camino para entrar y salir de nuestra querida y bonica aldea, ya no estábamos nosotros ni estaban las casas ni los huertos ni las manadas de ovejas.

Esto me decía aquel día Ceferino cuando, al caer la tarde, me lo encontré en el Collado del Cambrón, cogiendo agua del chorrillo que cae a la alberca. Fue por el noventa y cinco y como por aquellas fechas eran años de gran sequía, pues a este manantial del Collado del Cambrón venía él a por agua para beber. Y yo aquel otro día de mi ruta por las Espumaredas, al encontrarme con la pista de tierra, me fui siguiéndola. Nada más volcar un puntal, en la hondonada de dos pequeños arroyuelos que también le entra al de las Espumaredas por la izquierda según se baja, vi las ruinas de la aldea. Aplastada en el puntal que se recoge entre los dos cortos arroyos, arropadas por las sombras de las nogueras, los álamos y los manzanos y solitaria. Achicharrada por el sol de la tarde, porque esta bonita aldea ellos vinieron a construirla cara a sol de la tarde, justo en la solana que mira para el nacimiento del río Segura.

Y a pesar de la soledad, la desolación por las ruinas y el abandono de las tierras, qué bonito me pareció el rincón. Lo recorrí despacio y fui descubriendo que la primera casa, por donde le entraba la senda que iba desde Pontones y Fuente Segura, todavía estaba en pie. Con sus tres ventanas mirando la llegada de la senda ahora convertida en pista de tierra y sus puertas mirando hacia el valle del arroyo de las Espumaredas. Todavía estaban en pie pero sólo las paredes porque el techo de tejas, estaba arrancado y hasta las bigas de madera, rotas y podridas.
Por entre esta primera casa, según se llega de Fuente Segura, a la derecha y la segunda, a la izquierda, pasaba aquella vereda y seguía hacia las profundidades del arroyo y en busca de las otras aldeas por estos barrancos. Las Huelgas, los Centenares y las Canalejas.

En aquella excursión mía, aquel día de primavera casi terminada, seguí bajando por el mismo surco del arroyo y llegue hasta las Huelgas. Y comprobé que el nombre se lo había puesto con verdadera exactitud. Todo el arroyo de las Espumaredas, desde que nace en el collado de las dos vertientes, cejo de las Espumaredas y Cañá Rincón, es, o mejor dicho, fue una pura huelga. Mil huertas a un lado y otro que ellos sembraban de patatas, tomates, habichuelas, ajos y cebollas y que todavía se encontraban repletas de manzanos, ciruelos, cerezas, membrillos y álamos. Pero la tierra que crió tan buenas patatas, ahora sólo daba ortigas, cardos, hierba silvestre que se la comían los ciervos y era refugio de miles de grillos, saltamontes y arañas. Un poco antes de llegar a la junta de los arroyos de las Canalejas con el de las Espumaredas, me encontré con varias manadas de marranos jabalíes, muchos ciervos, algunas cabras monteses, arrendajos que se comían las cerezas que estaban madurando y cuervo. Por lo demás, todo era inmensa soledad rota solo por el monótono chirriar de la chicharras y el rumor del agua corriendo por el arroyo. Pero aún así, y siendo bello el rincón como pocos rincones de estas sierras, la desolación y la tristeza, hacía mella en el alma. Por todos lados se adivinaba y se veía la presencia de los que habían estado y ya no estaban y quizá no volverían a estar nunca más.

Aquella misma tarde, regresé coronando hasta la misma cumbre del redondo cerro de Pedernaleros, cúspide y punto más elevado en la divisoria de las dos vertientes, Guadalquivir y Segura, Ortuñio y Pontones y mientras me venía recreando a las dos preciosas y grandiosas panorámicas para la cuenca del Segura y cuenca del Guadalquivir, descubrí a lo lejos la bonita y blanca aldea de Poyotello. Cuando llegué al coche, monté y después de pasarme por el nacimiento del Segura que también se estaba secando, beber agua y coger una poco para seguir hidratando el cuerpo por lo mucho que a lo largo del día había sudado, me dirigí a Poyotello. Cuando llegué me encontré con dos ancianas que tomaban el fresco de la tarde sentadas en sus bancos y luego saludé a Juani, a Tomás el pastor, a dos muchachos más y a una niña que jugaba montada en su bicicleta. La madre de Juani estaba en los huertos, un poco más arriba y por entre los sembrados de cebada, trigo y garbanzos, trajinaban varios hombres mayores.

Un rato estuve allí con ellos y mientras caía la tarde, una extraña sensación de tristeza y desasosiego me fluía desde el alma. Para mi solo me dije que aquella bonita y derruida aldea de las Espumaredas, en los tiempos de ahora podría ser como estaba viendo en Poyotello: un grupico de casas blancas donde los vecinos podrían tomar el fresco al caer las tardes, los niños podrían jugar montados en sus bicicletas, las muchachas podría cuidar de los abuelos como en Poyotello Juani cuidaba del suyo y las personas mayores, estarían en los huertos labrando y regando las cosechas de patatas, tomates y otros productos. Aquella aldea de las Espumaredas, ahora sólo ruinas y dentro de unos años, desaparecida casi por completo, en los tiempos de ahora, podría ser como esta preciosa de Poyotello pero he aquí que no lo era ni no será nunca. Se la come el sol de las largas tardes del verano, el verde de los pinos laricios que por su alrededor sembraron, la profunda soledad del barranco, las espesas nieves en invierno y las recias lluvias de las nubes otoñales. Todo esto se la come en aquella quietud eterna y los que allí nacieron y vivieron, los que no murieron carcomidos por la añoranza de la pérdida, poco a poco van muriendo lejos de su amada tierra aunque sea en hospitales modernos y casas con aire acondicionado y televisión en color.
[1]

Algo más allá de las ruinas de las dos Espumaredas y, metidas en las profundidades de la Umbrías de Parra, se desmoronan un puñado más de aldeas preciosas. Entre ellas están los Centenares, las Canalejas y las Huelgas. Mil veces fui por ese rincón y otras tantas me quedé sin respiración frente a paisajes tan asombrosos y tanta presencia humana por allí desparramada pero ahora todo en ausencia. Al pastor Gonzalo, el último solitario por estos rincones y entre las ruinas de los Centeneras, lo conozco y a su rebaño de ovejas y los perros que le dan compañía.

Entre tantas cosas, recuerdo aquella noche que subimos de Coto Ríos y para unos amigos, mató el mejor borrego. Lo desolló, coció la sangre en la lumbre que allí mismo hicimos y mientras terminaba de prepararlo, íbamos comiendo trozos de aquella sangre recién cocida. Corría viento y aunque era verano, helaba bastante. La lumbre, enmedio del campo y con las ovejas por el cerrillo, daba compañía y transmitía calor a las manos frías. Luego se echó la noche y entramos a la casa un rato. Nos invitó a un buen tazón de calostros frescos y mientras tanto, para que la carne del cordero que había matado, se oreara un poco y soltara las últimas gotas de sangre, lo dejó colgado en un de los viejos árboles que todavía viven junto a las ruinas de la aldea.

Cuando salimos, los perros lo habían derribado y por aquellas llanuras que rodean a las ruinas de la aldea, se lo estaban comiendo. ¡Qué disgusto cogió este hombre, pastor solitario en el último y más bello rincón de la sierra! Pero lo arregló enseguida. Se fue al corral, volvió a coger otro de los mejores borregos que tenía y se lo regaló a los amigos que habían venido. Ahora, recuerdo con especial emoción aquel momento y recuerdo las ruinas de tan bonita aldea y las ovejas durmiendo en las pocas casas que aún quedan en pie.

A este último pastor, en las ruinas de la aldea que desaparece, le pusieron un teléfono que se alimenta con una placa solar. El número me lo dio él y desde hace mucho, de vez en cuando lo llamo, sobre todo, cuando en invierno caen las nieves. Los Centenares fueron a construirlo en la curva de nivel que va entre los mil trescientos a mil cuatrocientos metros. Y casi siempre le pregunto:
- ¿Cuándo te jubilas?
- Pues sí ya lo estoy.
- Pero me dijiste que cuando esto sucediera, dejarías los rincones de estas sierras, las ovejas y las ruinas de la aldea y te irías a vivir a tu casa en el pueblo de Vilchez.
- Eso es lo que siempre digo pero luego lo pienso y me digo que a dónde voy a ir yo que esté mejor que aquí y moleste menos. Solo del todo no estoy porque las ovejas dan mucha compañía y como de vez en cuando, viene algún turista montado en su bicicleta, pues me voy conformando. Para vosotros, la montaña es soledad pero para mí, es gratísima compañía.

Por la ruta que recorro, no veo ningún animal porque a estas horas del día, las ovejas están acarradas. Las tierras llanas de esta extensa llanura, están sembradas. La cruza la carretera, arreglada no hace mucho y ya está por completo descarnada. Gira para la derecha dejando la tinada por el lado izquierdo con sus álamos y por donde seguro habrá animales pero ahora no los veo. Por este mismo lado se desvía una pequeña carretera. Un letrero indica a Casa Carrasco y al Artuñido. Son dos blancas aldeas que también conozco a fondo.

En estas, sí vive gente todavía. Y recuerdo cuando aquel día de invierno y, por lo tanto de aceitunas por los olivares de la Loma y de ovejas por las dehesas de Sierra Morena, llegamos a la aldea del Artuñido. Sólo un hombre nos recibió y enseguida nos dijo que se había quedado precisamente para cuidar de la aldea. Los otros vecinos estaban en las aceitunas y con las ovejas en las tierras de “Andalucía”, como dicen ellos. Meses más tarde me enteraría que este hombre era el padre de una muchacha que estuvo estudiando en la Safa de Úbeda.
Le preguntamos y nos dijo que la senda para llegar a la gran roca de Peña Amusgo, se iba por el Tolaillo, caía por la ladera sur de los tornajos y, al salir hacia el puntal, estaba la piedra, que también por aquí se le conoce con el nombre de la Bota. Vista desde lejos, algo se asemeja a un zapato. Tres días tardamos en hacer la ruta, porque íbamos con la intención de gozar a fondo los paisajes y momentos que en ellos laten.

Regresamos subiendo por el arroyo que cae desde la aldea y cuando llegamos a las casas, hermosamente cuidadas y delicadamente pintadas de blanco, nos lo volvimos a encontrar en su soledad preñada. ¡Cuantos tesoros y riquezas se reparten en los infinitos rincones de estas insondables sierras!

Al rozar hoy el rincón y mirar por la ladera, veo el monte cubriéndola, las rocas grandes y las encinas viejas y, por donde la pendiente era más fuerte, no veo pero adivino desde la ausencia, a la madre doblada en la tierra y con su escavillo en las manos, escardando la sementera.

- Baja a la fuente y te traes un cántaro de agua fresca y luego te vas por donde crecen los robles y procura que las ovejas, no se coman los garbanzos ni las otras siembras.

Me dijo aquella última tarde y yo, siguiendo fiel lo que desde el amor me aconseja, me voy por el rincón amado y mientras bebo del viento que acaricia y mudo juega, me voy diciendo: “Dios mío ¿por qué mañana, eterno, será invierno lo que ahora es tan dulce primavera?”.

Se termina el asfalto y un trozo de carretera donde están de obras. La han empezado desde donde dejaron el otro año para delante. Una buena obra que cuando termine será beneficioso para la carretera y las personas que tan aisladas viven en estas aldeas. Por el kilómetro ya ochenta y siete ochocientos, remonta y sale a un collado desde donde, por la izquierda, se desvía una pista de tierra que lleva a otras tres o cuatro bellas aldeas. Las más próximas son: la Ballestera, un kilómetro y medio, Montalvo, la Parrilla, los Goldines, y luego a Hornos el Viejo y la Platera, el Carrascal y Fuente de la Higuera. Es por aquí por donde dicen quieren trazar la nueva carretera pero yo me pregunto como tantos otros ¿cuándo?

Y recuerdo ahora que este verano pasado, estuve en la Ballestera. Unos ancianos amigos, me dijeron que ya no tienen fuerzas para seguir labrando las tierras de su huerto de siempre. Y luego me dijeron que:
- Los hijos se fueron por Andorras y ahora estamos solicos.
- ¿Y qué pensáis hacer?
- Como los años nos van pesando cada día más, tendremos que vender las tierras, que vienen de herencia desde nuestros bisabuelos y más lejos. Se la venderemos a los que ahora, de las capitales y del extranjero, vienen por aquí comprando casas y terrenos. Venderemos esta casa nuestra que tanto trabajo nos costó levantar y sin querer, porque irnos de aquí nos cuesta mucho, nos marcharemos a vivir con algunas de las hijas. Pero aquellos pisos tan estrechos y con tanto asfalto y gente, no sabemos cómo nos sentará a nosotros.

Y se me cruza por la mente algunas de las costumbres de los tiempos pasados. Cuando algún serrano vendía algo, siempre cerraba el trato, la persona más vieja del lugar y no familiar ni de los que vendían ni de los que compraban. Y también caigo en la cuenta que cuando estas personas mayores iban apagándose, en las casas y cortijos, siempre se les reservaba a ellos el mejor lugar, el mejor bocado y las mejores atenciones. Los tenían mimado y amado como al más importante hasta el último momento. Pero ahora, a unos y otros, les han roto tantas cosas, queriendo o no queriendo, que hasta esturreados están y con sus raíces fuera del lugar que les corresponde.

Y mientras reflexiono estas cosas ahora recuerdo que en Úbeda hay un amigo mío que nació y vivió en esta aldea de la Ballestera. Como tantos, ellos que fueron un buen número de hermanos, cuando crecieron se fueron de aquí. En estas tierras, cuando ellos sembraban, a una fanega de grano le recogían dos o tres fanegas como máximo. En las tierras de Santa Eulalia, que es a donde se fueron, una fanega de grano, se convertía en cuarenta como menos. Lo que quiere decir que aquellas tierras de la Loma de Úbeda, con el mismo esfuerzo, daban seis o siete veces más que estas tierras de la Ballestera. Por eso se fueron ellos y se fueron otros.

Pero el amigo mío de Úbeda que nació en esta aldea, igual que todos, ahora que ya es mayor, vive más en las tierras que fueron su paraíso cuando pequeño y el de sus padres y sus abuelos que en aquellas otras que compraron para vivir mejor. Y también recuerdo que entre otras cosas, me amigo me dijo que esta casa, donde viven estos dos viejecicos que se marcharán dentro de poco, en aquellos tiempos, fue el colegio de la aldea. Colegio privado porque lo montó un hombre por su cuenta y aquí enseñó lo que pudo y sabía a los niños de aquellos tiempos. Me dijo también que en esta aldea de la Ballestera, una vez cayó un “nevisco” tan grande que cuando se levantaron al día siguiente el padre les dijo: “Hoy no será necesario ir al campo. Ni siquiera se ve la puerta de la casa”. Y es que la nieve rebosaba por encima de la puerta. Para poderse comunicar unos vecinos con otros, tuvieron que perforar un túnel por debajo de la nieve.

A ella, la anciana que antes decía, recuerdo que le dolía la cabeza porque la gripe estaba minando su apagada salud. Me miraba como pidiendo algo y, de vez en cuando, me decía que ya no sabía qué hacer. Y recuerdo que él, casi llorando, me aclaró que:
- Esos cerezos que ves ahí, y que con su sombra cubren las tierras de nuestro huerto, dan las mejores cerezas del mundo. Como ya no los puedo cuidar, se lo están comiendo las zarzas. ¡Y si tú supieras los buenos pimientos que salen de la tierra que tiene este hortal!
Y les dije que si en ese momento podía hacer algo por ellos, estaba para lo que se ofreciera, a lo que contestaron:
- Si lo tenemos todo, hijo mío. Lo único que nos falta es la compañía de los hijos y fuerzas para seguir labrando la tierra que tanto amamos.

El huerto con los cerezos
que con el sudor, regamos,
aquí se quedará ahora,
triste, solo y olvidado,
comido todo de zarzas
por las cabras y los marranos.

Tomaban la sombra en la hermosa parra que arropa la entrada de su casa y enfrente, en las otras casas de la aldea, se veían varias personas trabajando en la remodelación de unas de las viejas viviendas. Me dijeron que eran unos de fuera que la habían comprado y la estaban apañando.
- Se quieren venir a vivir, no sabemos si para siempre o algunas temporadas.
Al fondo, se veía la otra bellísima aldea del Montalvo y más construcciones nuevas en ella.

Recuerdo yo ahora también que en la otra sencilla aldea de más abajo y que se llama la Parrilla, en una ocasión, estuve con un matrimonio joven. No eran ni de estas sierras ni tenían por aquí raíces. Pero se habían comprado una casa, como han hecho y hacen tantos, la habían arreglado, habían comprado una yegua, labraban las tierras del huerto que riega el venero que allí nace y vivían en contacto con la naturaleza y en libertad, como ellos decían. Una vida sana y lejos de las grandes ciudades.
- Aquí sólo tenemos paz, agua clara, aire limpio y silencios profundísimos.
Decían ellos.
- ¿Y los serranos que habitaban las otras casas de esta aldea?
- Ya no queda ninguno. En esta vivienda que pega a la nuestra, dentro de unos días se viene a vivir, un amigo de Alemania. La ha comprado y eso nos gusta porque así tendremos algo de compañía y si luego vienen más, pues la vieja aldea de aquella gente serrana, cobrará vida.
[2]

En la Platera, había unos vecinos antes que uno se llamaba José Molina y su esposa Eufrasina Jiménez. Tocaban el acordeón. El marido también tocaba la guitarra. Ellos dos iban a las fiestas de Pontones. Desde la Platera subían los dos en los mulos. El camino para subir por Hoya Morena, estaba muy malo. Por aquellos fechas, sólo había mulos para ir de un lado a otro. Con ellos llevaban el puesto de turrón. Ponían un puesto de turrón en las fiestas de Pontones. Por la noche dormían en una posada que a él le llamaban Felipe. El hermano Felipe, le decían y su mujer, Emilia. En una habitación paraban ellos y dentro, guardaban todas las cosas.

Cuando se terminaba la fiesta de Pontones, se iban a un sitio que le dicen Fuente Segura. Eufrasina se llevaba su acordeón y tocaba para que bailara toda la juventud de aquellas bonitas aldeas. Al a otro día, se iban a un lugar que se llamaban Las Canalejas. Esperaban a Eufrasina, porque había bodas y comuniones y ella tocaba el acordeón también. En la iglesia, cuando decían misa, también tocaba ella su acordeón.

Cuando se terminaban las fiestas de Las Canalejas, se venían por un sitio que se llamaba Royomontero. Las Malezas y el Royomontero. Por unos caminos vecinales muy malos de andar porque la espesura del monte era mucho y los voladeros, más aun. En este lugar también tocaba su acordeón y así, por el collado de Monteaguo, regresaban a la Platera. A otro día por la mañana, se iban otra vez a la feria de la Puerta. A esta feria, entonces traían muchos mulos, cerdos, vacas y otros animales. Con su puesto de turrón se instalaban en esta feria.

Un año hubo una nube muy mala. Tuvieron que meterse en la primera casa que encontraron. De allí, en qué se vieron para salir. Fue cierto. En la Platera antes, tocaban ellos y había muchos bailes. Era en las casas de los vecinos. En el cortijo del Moreno también tocaban ellos cuando eran las cruces del mes de mayo. Otro sitio se llamaba en Chorreón, la Laguna y Fuente de la Higuera. Que allí en la Laguna hay un pozo con muchas aguas. Y en la Platera, una vez ocurrió un caso. Una muchacha joven iba a dar a luz y no tenían quién la asistiera. Eufrasina, que no era comadrona, fue y le ayudó hasta que tuvo la niña. Ella la arregló y todo como si hubiera sido una comadrona de verdad. Se llamaba esta mujer Benita y a los tres o cuatro día, dio a luz otra que se llamaba Tomara. Toda la familia de esta muchacha estaba en el Carrascal porque había muerto una mujer que se llamaba Angeles. Había muerto y no había nadie y entonces llamaron a Eufrasina para que asistiera a la que daba a luz. Aquello era porque ella quería hacer aquel favor, sin que ella tuviera título de comadrona ni nada parecido.

En la Platera, por aquel entonces, había una tienda que era de Eufrasina y de José Molina. Venían de la Gracea y de la Fuente de la Higuera con mulos a comprar de todo. Ellos vendían de todo en su tienda. Vino, azúcar, calzado, telas, hilos... Eufrasina tenía la tienda y un bar y además tocaba el acordeón que era una maravilla. A las fiestas de la Platera, que era por el día del Sagrado Corazón, no venían músicos como ahora. Para las fiestas de esta aldea y de otras muchas, la que tocaba era siempre Eufrasina. Venía el cura, hacía su misa, después se celebraba la procesión. Al terminar, la gente se iba al bar y por la tarde, ella tocaba el acordeón y, en la plazoleta, los vecinos bailaban hasta caer rendidos.

En este collado, varios álamos por la derecha y algunas ovejas en la sombra. Por la izquierda una tinada remontada. Y desde aquí, girando ya para la derecha, una vista preciosa sobre el Almorchón. La carretera ahora empieza a ir por lo más alto de la cumbre. Mil quinientos metros es el nivel que lleva. Se estrecha y el firme está muy malo. Por esto le llaman al recorrido la carretera de la Cumbre. Es la cuerda que viene desde las Banderillas y divide las dos vertientes, Segura y Guadalquivir hacia el pico Yelmo que se encuentra al final.

Ochenta y nueve seiscientos y por la derecha me van quedando pequeñas hondonadas desde donde arrancan ramales del arroyo Azul que va a desembocar al río Segura justo por el Molino de Loreto. Por la izquierda, lo más alto de esta cumbre en forma de una leve loma. Por el kilómetro noventa setecientos, baja algo y muchos pinos a un lado y otro. Aparecen por la derecha las hondonadas de los arroyos que nacen sobre esta cumbre.

Es esto un paisaje original de alta montaña. Por la derecha una tinada bonita que siempre me gusta verla. Es la tinada de Fuente del Bierzo. Muchas curvas tiene esta carretera por aquí. Y como su trazado es estrecho, sí resulta peligrosa pero lo salva la prudencia de las personas que por el lugar circulan. Kilómetro noventa y uno novecientos y después de salir de un montón de curvas, por entre los pinos, al fondo, la figura del pico Yelmo. Queda muy a lo lejos y hasta ese punto, casi tiene que llegar la carretera para luego caer por la Garganta y acercarse al pueblo de Hornos.

Todavía un poco más, se alimenta el corazón
no sólo con la sangre que lo riega
sino con la imagen de aquel tiempo,
hierba eterna en el recuerdo,
que da fuerza junto a la espera
y da, además, calor que se convierte en consuelo.

Y lo digo fijo en el cuadro de la noche aquella,
en el rincón del cortijo y mientras el padre bueno,
la madre santa, la hermana bella
y el hermano noble, se recogen formando piña
con la familia y al calor de las llamas que regala el fuego.

Fuera y por la llanura que es espejo,
la corriente del arroyo, las encinas viejas,
la fuente en el mismo centro
y más arriba, las laderas con el monte espeso
por donde la lluvia cae mansa y sin notarlo,
pasa el viento
y ululan los cárabos por los álamos del huerto.

Y por eso decía,
que todavía y un poco más,
vive y late el corazón
con el alimento del recuerdo
de aquella noche serena
junto al padre bueno
y el rumor de la lluvia afuera y, dentro,
en el rincón del cortijo,
el consuelo de la unión frente al fuego
y el abrazo de Dios que amoroso,
sostiene y premia con su beso.
Todavía un poco más,
se alimenta y vive el corazón
entre la espera y el sueño.

Después de bajar y trazar curva a derecha e izquierda, un collado. Es el collado de la Hoya del Cambrón. Queda recogido entre el pico Aroca y el Castellón, ambos de una altura similar: casi los mil seiscientos metros. Por la izquierda, desde este punto, se desvía una pista de tierra que baja hasta la llanura de la Hoya del Cambrón y muere en las mismas ruinas de las casas que ya no son aldea y sí lo fueron antes y muy bonita. Bien recorrido tengo ese rincón y metido en lo más hondo de mi alma por su belleza y la soledad que ahora se respira entre tantas ruinas. Ellos se fueron y ahora hasta los ciruelos se han secado y los que todavía dan frutos, sólo alimenta a grajos, zorros y cabra monteses.

Justo en las tierras llanas de este collado, mana un caño de agua fresca y limpia donde han puesto unos tornajos para que beban los animales. Cogiendo agua de este manantial, del pueblo de Pontón Alto, en más de una ocasión, me he encontrado personas. Y ahora recuerdo, el día que por aquí vine y bajé hasta las ruinas de esta bonica aldea, buscando no sé qué pero buscando. Pongo a continuación la experiencia de aquel momento.

Por la aldea de la hoya del cambrón 15-9- 95


Desde la carretera asfaltada que recorre la Cumbre y se alarga hasta Pontones y Santiago de la Espada, por la pista que baja a la aldea o atravesando el campo por el lado del levante del pico Aroca, la distancia a recorrer son unos dos kilómetros y medio.

En bajar, tanto por la pista como campo a través, se tardan unos cuarenta y cinco minutos. El regreso, como es subida, se hace un poco más largo y si éste es siguiendo el arroyuelo que nace en el collado del pico Aroca, puede llegar a la hora y media larga.

Si el recorrido lo hacemos siguiendo la pista de tierra que desciende a las llanuras de la hoya, la ruta discurre por un buen camino. Si nos metemos por el campo a través desde la carretera y por el lado del levante del pico Aroca, tampoco encontraremos grandes dificultades excepto rocas y mucho monte bajo.

Por tratarse de la máxima altura de la cumbre que divide las vertientes de los ríos Guadalquivir y Segura, desde el mismo momento de arrancar con esta ruta, la visión hacia lejanísimos horizontes, es fabulosa. Según bajamos, a la derecha se nos va quedando todo el grandioso macizo de la cuerda del Yelmo, con la impresionante ladera que cae desde la Cumbre hasta el valle del Embalse del Tranco y pueblo de Hornos, poblada de un espeso bosque y surcada de multitud de arroyos.

A la izquierda se nos abre esta misma visión pero engrandecida por el Embalse del Tranco en todo lo hondo y remontando hacia nosotros, la extensa ladera surcada por los arroyos de Montero y la cumbre de Hoya Morena. Al otro lado del pantano nos sorprenden las grandiosas Cumbres de Beas y más hacia la izquierda, las Sierras de las Lagunillas y el tajo que el Guadalquivir le ha dado a la sierra para trazar su grandiosa curva hacia las tierras de los olivos.

Más cerca de nosotros, nos van acogiendo los bosques de pinares, mezclados con algunas encinas y acompañados de monte bajo: cambrones, sabinas, enebros y majuelos. Siempre coronando nuestra ruta, los dos magníficos picos que conforman el conjunto de Aroca. Mil quinientos sesenta y cinco metros tiene uno y mil quinientos treinta y uno, el otro. Entre ambos se recoge en delicioso collado por donde mana el primer manantial que da agua a las llanuras donde se aplasta la derruida aldea.

Son las cuatro menos veinte de la tarde cuando paro el coche en la misma carretera que va por la Cumbre hacia Pontones. Por el lado que el pico Aroca ofrece al levante, trazo la ruta para bajar hasta las llanuras de la aldea del Cambrón y las llanuras que la acogen. Cambrón es el nombre de una planta espinosa que, en forma de almohadilla, puebla las tierras de estas altas cumbres y se da precisamente en las zonas más altas de las sierras de este parque natural.

Voy bajando por la ladera en dirección al gran Embalse del Tranco pero muy lejos y remontado sobre sus aguas. No es difícil esta bajada porque en estas tierras todavía pastan rebaños de cabras y ovejas y, de sendas menores que estos animales pisan continuamente, la tierra que recorro, está poblada. Unas cuantas grandes rocas que me salen al paso desparramadas y clavadas en la ladera por entre los pinos.

Me encuentro el esqueleto de una cabra doméstica por completo seco y algo más adelante, unas cabras que suben desde las llanuras que busco. Son blancas que fueron las que siempre recorrieron los montes de estas sierras.

Salgo a la pista y como no he tardado mucho en dar con ella, deduzco que la distancia a recorrer no es muy grande. Desde este punto ya empiezo a ver el puñado de casa que se caen aplastadas en la preciosa ladera que la llanura les ha ofrecido. Compruebo que los coches todoterrenos pasan por aquí porque se ven las rodadas.

Quizá todavía viva alguien en estas viejas casas. Las tierras de lo que sería la hoya, son muy buenas y al estar en llanura y tener mucha agua de los manantiales que fluyen desde las cumbres que le coronan, creo que también darían buenas cosechas para las personas que aquí vivieron.

La pista está bien, traza una curva y se alarga hermosa buscando el descanso sobre la parte final. Al dar la curva se inclina y sobre la áspera tierra veo el esparto creciendo. Un arroyuelo, que ha roto la tierra de la pista, rodadas de coches, cáscara de manzanas de alguien que ha pasado por aquí no hace mucho, un caracol fósil y la tierra húmeda que muestra su belleza. Por aquí mismo han sembrado un rodal de cebada. Será para los animales como los serranos hacían en aquellos tiempos.

Sube una cuesta leve y por el lado izquierdo me van quedando las tierras buenas que ellos cultivaron y ahora son eriales. Soplo al viento viniendo del gran valle que acoge al pantano y es bastante fresco. A mi paso levantan el vuelo algunos arrendajos. Miro para atrás y ya veo por donde desciende la pista que ahora recorro. Justo por el centro de los dos grandes picos que conforman el conjunto de Aroca, viene cayendo. La ondulación que la cumbre ofrece entre estos dos picos, no debería ser collado sino puerto ya que da paso de una vertiente a otra. Por su centro transcurre también el ramal de la vía pecuaria que comunica a todas las tierras de Santiago de la Espada y Pontones hacia el valle del Guadalquivir y luego hacia Sierra Morena.

Remonto una loma y ya veo las casas de Hornos el Viejo y el Carrascal. Me cruzo con la línea de alta tensión que desde el Embalse del Tranco sube por Hoya Morena, Cerro del Robledillo, Hoya del Cambrón, Aroca y desde esta gran cumbre cae hacia el Embalse de Anchurica.

La pista dibuja una ampulosa curva para entrarle llana y yo me voy por aquí trazando camino por entre lo que fueron sus huertos. Se ven manzanos, algunos palos que les han puesto para que las ramas no se rompan con el peso de las frutas, ciruelos y muchos membrilleros. Al final de un hortal, un gran árbol de estos y se ve que como ahora nadie los cultiva, se están secando. Los ciruelos son los que más abundan y están cargados de estas frutas. Ciruelas menudas como los huevos de una codorniz.

Recuerdo yo ahora que el otro año, ya bien entrado el otoño, vine por aquí y de algunos de estos ciruelos, cogí toda la fruta que quise. Son negras y estaba el suelo cubierto de ciruelas bien madura y hasta, según me acercaba, sorprendí a dos zorros que se entretenían comiendo de esta fruta. Me vieron justo cuando ya estuve a sólo tres o cuatro metros de ellos. Un poco más abajo también comían fruta, un puñado de ciervos y entre ellos, muchos grajos y arrendajos.

Antes de llegar, bajo un pino me encuentro una caja de plástico negra y dentro, plomos de escopetas de aire comprimido. Sigo y según me acerco miro con la intención de encontrar presencia humana. Debe vivir alguien aquí porque uno de los trozos de tierra que rodean a las casas, está sembrado de alfalfa. Por encima mismo de la aldea, pasan dos líneas de alta tensión y la aldea estuvo sin luz hasta el momento que en ellos fueron porque los echaron y sin luz sigue ahora que ya no la ocupa nadie.

Según me aproximo descubro que justo por aquí y el manantial del puerto de Aroca, nace el arroyo de la Cuesta de la Escalera. El largo cauce y también caudaloso que le entra al Embalse del Tranco por donde estuvieron funcionando varios molinos y también los saleros de Hornos. En la zanja que las aguas ha excavado, un gran fresno. Por la misma entrada a la aldea pasa el surco del arroyo.

Un pilar de cemento junto a la alambrada que protege el rodal de alfalfa y a un buen puñado de ciruelos. Doy una voz llamando a las posibles personas que puedan vivir aquí, antes de acercarme y nadie me contesta. La alfalfa está lacia, como si le faltara agua y ahora pienso que si no llueve pronto, puede secarse.

La pista ya casi ha muerto pero la senda que le entra a la aldea, cruza el arroyuelo, sube una cuestecilla y mientras la recorro acercándome a las primeras casas, descubro como tantas veces, que esto es precioso. Me acerco, temeroso y con un profundo respeto, entro si es que a esto se le puede llamar entrar ya que sólo se ven ruinas y mucho pasto, comiéndose la poca presencia humana que todavía pudiera quedar por el lugar.

Recorro la primera calle que tiene una casa con tres puertas mirando hacia el arroyo. Las tres puertas están abiertas porque faltan las maderas que la cerraban, un establo con un pesebre, dos pequeñas construcciones que le quedan a la derecha y la segunda casa sola que queda al lado derecho que es por donde se va el arroyo y unos metros más adelante, se abre el barranco hacia Hoya Redonda.

Esto de aquí sería una calle que ahora está llena de piedras, otro establo y al frente y al final, por el cerro que remonta y sobre suya suave ladera se levanta la aldea, otra casa y a esta se le ve con una parra en la puerta. Se ven indicios de vivir alguien. A la derecha, queda otra casa con un verde almendro, dos más a la izquierda con las puertas abiertas y abandonadas. Una nueva casa que todavía tiene su puerta de madera y cerrada con sólo la mitad de arriba, abierta.

Un horno a la derecha y algo retirado de las casas y por la parte de atrás, lo que ya sube para la ladera, dos casas más donde se alza la de la parra verde y con señales de presencia humana dentro. Me acerco y como la puerta también está abierta de la mitad para arriba, me asomo y veo que la parte de abajo la tiene llena de piñas secas para prender fuego, un nido de pajarillos en una de las alacenas y tiene un huevo. En el rincón un par de sacos vacíos, un pequeño tornajo y en cuanto salgo, la otra casa cerrada donde crece la parra. Su tronco es tan viejo como las ruinas de esta bonita aldea.

La casa que es grande y queda como en el centro de la calle, está abierta. Entro y una amplia estancia, otra segunda con la chimenea, la alacena y las cantareras. Aquí mismo en esta segunda estancia tiene otra puerta que da a una tercera habitación grande y luego la alacena junto a la chimenea donde veo un antiguo tazón de porcelana y a las espaldas de la chimenea, otra estancia más, también amplia y vacía. Una ventana que se asoma al corralón donde dormían los animales.

Tiene unas escalaras por aquí que lleva a la cámara. Y en ella, se distinguen dos estancias, derecha e izquierda, una cama de hierro abandonada con muchos tractos y trapos viejos, algunas latas de pintura de esta civilización más reciente y junto a ellas, un serón de esparto. Varias latas de chapa oxidadas y algunos alpargates de aquellos tiempos. Correas de esparto para los animales, una talega colgada del techo, una sierra de estas antiguas, de hoja ancha y para que la use una sola persona y silencio total en el centro de tanta ruina.

Salgo y la última casa de esta aldea subiendo por la ladera hacia la parte alta del cerro que las acoge. Más arriba ya no hay más viviendas. Sólo dos corralones y la tierra con su pasto por el lado que da a Pontones. Más corrales de las otras casas que me quedan hacia la izquierda porque voy mirando para donde nace el río Segura. Las eras aquí con sus piedras y el silencio que se las come irremisiblemente.

Por las casas, muchas vigas de palos secos y casi podridos y los techos, hundidos y las tejas rotas. Voy por la parte que pega a la alfalfa. Otra gran casa con la puerta semi abierta, su chimenea en silencio, todo lleno de escombros, la alacena vacía y el hollín tiznando la pared como una señal imborrable de aquella viva presencia.

Por el lado que da a Pontones, una gran noguera y puertas de más casas porque este parece era el corazón de aquella aldea que ahora son ruinas. Por aquí pasa el camino, vuelve para atrás, como si no supiera para dónde irse aunque remonta hacia la parte más alta del cerro. Yo me voy para atrás y vuelvo a estar otra vez en la parte principal de la aldea. Con otra corta calle y al final una gran pared que son los corralones y frente, un buen puñado de casas por completo unidas y las vigas saliendo de entre los escombros.

Estoy otra vez en lo que sería la fachada principal o entrada a la aldea. Ahora voy a explorar las dos casas que me quedaban al lado de abajo donde crece otra noguera. Son viviendas porque por lo menos la más pequeña y primera, tiene su chimenea.

Al lado de la noguera esta que es como el pórtico al pueblo, un tronco de árbol seco clavando en la tierra como si fuera símbolo de algo o estuviera esperando y el lo alto, también clavada la reja de un antiguo arado. La noguera frente a la otra casa que me quedaba que es muy grande pero está toda derruida. Por aquí mismo empieza a caer el arroyo de la Cuesta de la Escalera.

Vuelvo y remonto unos metros pero ahora por el lado que pega al Embalse del Tranco. Busco el almendro y la casa de la parra donde creo que vive alguien pero siempre por la parte de atrás. Aquí piso el estercolero que en aquellos tiempos era casi exclusivamente de las cenizas de sus lumbres y poco cosa más. Dos casitas más separadas de la aldea. Junto a este almendro y la casa de la parra es donde está el horno. Uno sólo es lo que por aquí veo.

Un montón de lana, una jaula de alambre y muy vieja. Rozo la casa donde parece que vive alguna persona y sigo para asomarme hacia el barranco que da a Hornos el Viejo. Descubro una preciosa panorámica del profundo barranco y como intuyo que tendré que remontarme mucho más para llegar a dominar perfectamente la profundidad, no sigo.

Pero aquí mismo y bastante remontado sobre la ladera, una construcción solitaria que muestra una segunda planta a la cual se accede por una rampa que desde fuera se eleva para entrar. Es como un camino para que los animales pudieran meterse en la cámara de esta sencilla casa. Están aquí los serones, paja, trozos de pesebres, cestas de mimbre colgadas, algunas latas, estropajos y trozos de peines viejos. Abajo, pues también se cobijaban animales porque tienen ahí todavía sus pesebres. Los cuento y me salen siete. Esto tiene presencia de cuadra con dos plantas. Las tejas son de barro y de aquellas morunas y las vigas, troncos de pinos. Las piedras son de las que dan estas montañas y la cal, fundida de las calizas que tanto abundan por estas sierras.

Las ruinas de estas casas parecen como temblar frente a la gran sierra que por la parte de la civilización, el valle y las tierras bajas, bulle de vida y sueños. Otro mundo aquel y otro mundo este que piso. ¿Cuál de ellos más grande? Y lo pregunto porque este rincón casi roza el puro azul del cielo y recogido en el nido de lo más transparente.

Me retiro y digo ahora que la aldea fue construida sobre una pequeña ladera que desde el lado del poniente se inclina hacia el sol de la mañana y un poco como de frente a la llanura de la hoya y los picos grandes que la coronan. Son las cinco menos veinte de la tarde y ya me voy pero en lugar de regresar por la pista que baja desde el puerto, me voy a subir por el arroyo que viene atravesado la llanura.

Donde crece el rodal de alfalfa, hay dos ciruelos y entre sus troncos se abre la puerta para entrar a la tierra sembrada. Una pileta de cemento que debería tener agua y seguro que fue donde bebían los animales. Un membrillo con muchas frutas e igual los ciruelos que se doblan de tantas ciruelas como tienen.

Varios fresnos por el surco del arroyo y las parras enredadas por sus troncos así también como por los de las encinas y los membrillos. Pasando el pilar, junto a la misma alambrada de la alfalfa, otro ciruelo y este da las frutas mucho más gordas. Ya sí las tiene maduras y por eso cojo un palo, doy algunos golpes en las ramas y en un instante, el suelo se cubre de fruta riquísima. Me pongo y lleno mi zurrón para írmelas comiendo mientras subo y luego en la distancia.

Dos ciruelos más, muchos fresnos y varios membrillos pegado al surco del arroyo. Según ya voy remontando miro hacia la parte alta como buscando ver el final de esta llanura y lo que me asombra es la cantidad de árboles frutales que por aquí todavía siguen con vida y nadie viene a recoger su fruta. En las lindes de las tierras que dividen los que fueron sus hortales, veinte o treinta ciruelos más de fruta menuda como los huevos de una codorniz. Los manzanos también tiene muchas pero estas sí están verdes. Por estas alturas, las manzanas madura algo más tarde.

Casi al final de las tierras llanas, otro ciruelo de frutas gordas y tiene también muchas, un freno de tronco grueso y al lado de este árbol una charca de agua. Al acercarme saltan muchas ranas. Se ve que este charco era como la represa desde donde distribuía el líquido de la vida para las distintas huertas. Y en la parte de arriba se levanta como un pozo redondo, tapado con una puerta. Está lleno de agua, lo que pasa es que no debe ser potable porque está estancada. Es como si este fuera el manantial principal. Tiene un pequeño tornajo y un chorrillo por donde salía el líquido para que bebieran los animales y unos lavaderos muy a ras de tierra. Construidos de cemento y desde ahí el agua corría a la alberca unos metros más bajo.

Desde aquí para arriba se ven canales tallados en la tierra. Una llanura ya muy remontada hacia la ladera, una represa, otro hortal, una extensión grande repleta de juncos y muchos cardos y esto parece que fue el último trozo de tierra cultivado por ellos porque a continuación ya sube la pendiente de la ladera. Parece que el agua viene desde mucho más arriba. Muchas zarzas por el surco del arroyuelo.

Un agujero en la tierra en forma de las madrigueras que hacen los conejos y es un avispero. Por ahí entran y salen un chorro grande de avispas. Ya conozco, al menos, tres forma de hacer las avispas sus nidos por estas sierras. Los pequeños panales que cuelgan bajo las tejas de las casas, en las rocas o las matas de pasto, un gran panal en forma de globo que cuelgan de las ramas de algunos árboles y este agujero perforado en la tierra.

Por aquí todavía sigue extendiéndose la llanura hacia la parte alta del pico Aroca. Se recoge por el lado derecho de la pista que va algo más remontada, y atravesando estas tierras, un canal de tierra que viene desde más arriba. En los años de nieves y grandes lluvias, de por aquí manaría mucha agua. Se ven todavía algunos álamos emergiendo por las tierras y ahora que lo voy despidiendo me digo que este trozo de terreno tiene casi la misma configuración que el barranco donde nace el río Cañamares, en la Sierra de las Villas. El Barranco del Poyo del Rey le llaman al rincón. Y es que la pista que le entra a este paraíso, baja o sube casi con las mismas curvas y cuestas que aquella. Grandioso rincón aquel y mucho más bello este también, aunque los dos son de lujo.

Diez o doce manzanos son los árboles que van despidiendo esta llanura. Algunos tienen muchas manzanas todavía verdes. Esta tierra llana, final de la gran llanura, ha sido sembrada este año de cereal. Aquí esta el rastrojo. Mucho más arriba, me encuentro con un manantial no muy grande. Voy remontando por entre los dos picos del conjunto del Aroca y ya llegando casi a todo lo alto, me tropiezo con agua. Es curioso y más después de los años de sequía que llevamos.

Siento correr un chorro y en cuanto termino de llegar a las tierras llanas del puerto, una alberca destapada y por eso está vacía. Cae a ella una hebra de agua como un dedo gordo y desde la alberca va a unos tornajos de madera y nuevos que han puesto algo más abajo para que beban los animales, rebaños de ovejas y cabras. Es aquí justo donde nace el primer manantial. Mucho junco rodeándolo y la preciosa tarde de otoño entretenida con el canto de varios pajarillos y el viento fresco que corre.

Los dos picos del Aroca escoltando este collado, por el centro entrándole la pista de tierra que baja hasta la aldea y que hoy yo no he seguido, la carretera que surca por la misma raspa de la cumbre y a la derecha, cuando ya termino de remontar, una torrentera de tierra blanca, casi arenisca y clavada en su leves surquitos, muchos pinos laricios con no más treinta o cuarenta centímetros. ¡Qué bello el lugar en una tarde como esta y con tanta soledad arropando las huellas de los que fueron grandes! ¡Qué fragmento de eternidad esperando y casi hecho amor y dolor con mi alma!

Los picos de Aroca, es como se llaman los dos hermosos cerros que escoltan las tierras llanas de este collado. Y según dicen los serranos, “Puede que en los escritos tengan otros nombres”. Y al preguntarle, me dice que:
- Este precioso rellano se llama Collado de la Hoya del Cambrón. Nosotros le decimos así y a los picos también los conocemos por los Castellones de la Hoya del Cambrón. Muchos de por aquí, si le pregunta, puede que le digan que el pico de la izquierda, mirando hacia la Hoya del Cambrón, se llama Cerro Carpintero y el de la derecha que usted dice se llama Aroca, le dirán que es el Castellón de la Hoya de Cambrón.
Es lo que me responde uno de los últimos habitantes de la aldea de las Espumaredas de abajo.

Grandiosa la panorámica desde el lugar por los paisajes tan repletos de vida y silencio y el tremendo azul de cielo en una tarde como la de hoy. Impresionante las huellas tan repletas de vida y ausencia y donde el más grandioso edén parece tener uno de sus reales núcleos.

Cae la tarde y como del campo está manando la dulce primavera, con el leve viento que pasa y el calor breve que todavía brota de la tierra, lo veo llegar pisando la espesa hierba y al rozarme con el perfume que aún es ilusión en su corazón, quiero preguntarle cuál es la ausencia que le tiene presente pero me quedo mudo y quieto mientras lo veo ir por la sencilla senda.

Y descubro que su caminar es hermoso casi como la misma luz que va tiñendo de sombra la tierra y al llegar al barranco, mira y solemne mueve su cabeza y vuelve y retorna por las mismas pisadas y observa al frente y como si no encontrara, sigue buscando inquieto y todo sumido en su mundo interno y frente al manantial se para y como quien leyera, se queda embelesado y al momento vuelve y busca presuroso porque la amada luz del día, se va y a oscura, el hermano campo, queda.

Y como lo sigo viendo y ahora hasta me doy cuenta que llora amargamente, me acerco y me pongo al frente y entonces al verme, siente como vergüenza y desde su amargura y su voz de cielo, me dice y me pregunta:
- En el alma mía y el beso dulce que ahí es eterno,
una fina voz que es caricia y tristeza,
me dice que por aquí estaba
¿cómo es que ahora no lo encuentro
sabiendo que está y,
con el mismo amor de aquellos tiempos,
me abraza, ama y besa?

Notas complementarias.
La ruta de este trozo de la sierra llamado Hoya del Cambrón, arranca justo en el mismo collado que ofrecen los picos de Aroca y el recorrido que hace, va por una de las muchas vías pecuarias que surcan los paisajes de estas sierras. Esta se llama vía pecuaria de Santiago-Pontones a San Juan, en las tierras de Sierra Morena.

Arranca este cordel de los Campos de Hernán Pelea y con denominación de Vereda pasa por la aldea de los Atascaderos, se interna por las llanuras de Cañá Hermosa y al pisar las tierras próximas al río Segura, toma el nombre de Cordel de la Hoya del Toro y después de atravesar este cauce, sube por el arroyo que le presta el nombre de Cordel de Masegoso, atraviesa la Cumbre por los picos de Aroca y pasando por la Hoya del Cambrón, cae hasta Hornos el Viejo, con la denominación de Cordel y luego Vereda de Puente Mocho y sigue pero ya fuera de las tierras que nos ocupan.

Justo en los picos de Aroca, esta vía pecuaria se divide y siguiendo toda la raspa de la Cumbre, por donde ahora transcurre la carretera asfaltada que comunica a esta sierra con el resto de la provincia de Jaén, se aleja de estos puntos con el nombre de Fuente de los Ganados, Cordel del Ojuelo y Cordel real de la Mancha, ya por el pueblo de Génave y hasta los Campos de Montiel, en Ciudad Real.

Continúo con la ruta de hoy y ya voy por el kilómetro noventa y dos ochocientos. Sigue la carretera por lo más alto de la cumbre pero ahora ya por una zona casi despoblada de vegetación. Por la derecha, se aparta otra pista de tierra. Un letrero rotulado en una pobre tabla dice: “Cabeza Gorda a siete kilómetros”.

Es este el nombre que corresponde a una bonita aldea que se asienta sobre las laderas de un pico que se llama Cabeza Gorda. Muy bonita es esta aldea pero por este lado, la pista que lleva a ella, en muy malas condiciones y con muchas pendientes. Antes, casi aquí mismo, la vieja y grandiosa casa de la Fuente del Chorro. Se alza en unas hondonadas muy fértiles y con buenos veneros de aguas limpias. Conozco a los pastores del lugar.

Por la aldea de Cabeza Gorda
Aquel día de verano, llegué desde Hornos a lo más alto de la Cumbre y, como ya hacía mucho tiempo que deseaba conocer este rincón, a la entrada de la pista, me dije: “Voy a intentar recorrerla. Si descubro que se pone mala, me vuelvo”.

Creo, por lo que empiezo a descubrir, que esta pista la debe pisar bastante gente. Va ahora mismo por todo lo alto de la cumbre y empieza a volcar para el lado de río Madera que es también la vertiente del Segura. Al frente, me saluda el gran macizo del Almorchón y la Peña del Cuervo, por donde el pico Galayo.

Baja a una vaguada que me gusta mucho porque es el comienzo de un arroyo. Todos los comienzos de los arroyos en las altas cumbres, tienen para mí no sé qué encanto. Quizá la transparencia de los espacios y la pureza de los paisajes, no tan manchados ni rotos como en otros sitios. Y en este punto, nace no uno sino varios arroyuelos que luego se irán juntando con otros más abajo y por el cortijo del Pinar y ya formarán el arroyo Patas, el que veíamos aquel día cuando visitábamos la Cueva del Agua desde la aldea de Poyotello.

La altura que por aquí tengo, roza los mil quinientos metros. Muchos pinos y una gran pradera de pasto. Con el calor del verano, la hierba ya se ha secado. Cruza este arroyuelo y gira pero enseguida descubro que la pista la han metido por completo por el mismo surco del arroyo que nace. Es pura roca todo lo que por el suelo me encuentro aunque muy desmoronada por algunos sitios.

Gira, dejando la hondonada del arroyo, para la izquierda y al remontar un morro, la gran casa de la Fuente del Chorro. Por entre los dos edificios pasa la pista y en la sombra de los pinos me ladran unos perros. Paro, por detrás y me acerco a la entrada. Llamo creyendo que algún pastor habrá por aquí y por una de las puertas, se asoma una mujer. La saludo, le pregunto si voy bien por la pista que llevo y me dice:
- Algo más adelante, se divide para la izquierda pero usted siga siempre por la del centro. La han arreglado este verano y el camino está bien. Cabeza Gorda la verá por detrás de un cerro grande y mirando al río Madera.

Le doy las gracias y continúo. Una hondonada y luego remonta. Otro cortijo o tinada, medio rota. Hay mucho pasto por la tierra. Al terminar de remontar, se viene para otra cañada y por aquí sí está bien. Se ve que la han arreglado no hace mucho. Remonta de nuevo, baja a una nueva hondonada por donde atraviesa una altura mala. Se me presenta un nuevo collado y descubro la desviación. Por la izquierda se va un ramal de la pista para río Madera y al frente, o algo a la derecha, sigue el principal buscando el río Segura.

Remonta ahora y un cruce de tres pistas. Sigo por la del centro porque creo es la que me llevará a la aldea que busco. Mejora mucho por entre unos pinares y con tierra suelta. Remonta una larga cuesta y ahora compruebo que me encuentro en todo lo alto de un monte muy elevado. Estas alturas son las que conforman el gran cerro de Cabeza Gorda. No es sólo un pico sino un conjunto muy quebrado y por donde se abren llanuras, collados y dolinas.

Me digo que ojalá, no se complique. Durante un trayecto, avanza por lo más alto sin dejar de girar en pequeñas curvas para un lado y otro. Un cerro con la tierra blanca. Estoy metido en las curvas de nivel que van por encimas de los mil cuatrocientos metros. Y de pronto, al otro lado del gran surco del río Segura, se me presentan las blancas casas de una aldea. Las reconozco. Son las de Poyotello. En línea recta desde aquí, son unos tres kilómetros y medio.

Una pendiente que se inclina mucho y como la pista es pura tierra suelta y además muy estrecha, el miedo se apodera de mí. Sé que estoy recorriendo una complicadísima ladera que discurre por una altura bastante considerable. Al no conocer el terreno, me impresiona más. Avanzo casi a paso de tortuga y voy pidiendo a Dios que me acompañe.

Termino de caer de la fuerte pendiente y un arroyo. Remonta un poco ahora en la dirección del río Madera y sigue estando bien pero con muchos badenes que se los han hecho para que al correr, las aguas de las tormentas, no la rompan demasiado. En los arroyuelos no hoy ninguna alcantarilla. Atravieso un cauce que ahora sé que se llama precisamente de Cabeza Gorda y ya estoy cerca de las casas de la aldea. Me la encuentro metida en un barranco, parece y no es verdad.

Descubro que esta bonita aldea, se encuentra sostenida justo en la ladera que cae del monte Cabeza Gorda, en el lado que mira al río Madera, por encima de Huelga Utrera. Llego a las casas y la pista se termina. No entra por las calles porque no puede. Un pequeño rellano donde justo se puede dar la vuelta sino hay otros coches y me pongo a seguir la senda que a partir de este punto, hay.
Entra por una de las calles, ni siquiera es calle y además no tiene compañeras porque es la única. Rozo una casa que no hace mucho han remodelado. Siento a gente dentro pero se nota que están como celebrando algo. No son serranos y eso enseguida lo noto. Quisiera llamar a la puerta y preguntar pero sigo. Avanzo algo más, rozo la puerta de varias casas y cuando acuerdo, se me ha terminado la aldea.

Ya no hay nada más que campo, ladera que cae desde el pico que me queda al frente y por la derecha, la hondura del río Madera. Doce o catorce casas es lo que tiene esta aldea. Me vuelvo para atrás y al rozar la puerta de una vivienda muy sencilla, como la veo abierta, llamo. Me contesta enseguida y al salir, una señora, le pido que me confirme si estoy o no en la aldea que creo. Me dice que sí y me invita a pasar.

Con gusto entro y saludo a una mujer mucho más mayor y a un hombre. Les digo que vengo por aquí sólo intentando conocer algo los lugares y enseguida me entierran de sus cosas.
- Pues nosotros, ahora mismo estamos celebrando los años de mi madre. Cumple noventa y tres y aquí la tiene usted tan alegre.
La miro, sentada frente a la chimenea que hoy no tiene lumbre y al preguntarle me dice que se llama Sofía del Río García.

- ¿Y te acuerdas de los vecinos que había aquí?
- ¿Los que vivían en este cortijo?
- Sí.
- Pues voy a empezar por el hermano Miguel. Son la “tringolá” de los viejos, viejos. En la tringolá que yo he nacido, porque la otra, ya están muertos, que eran mis abuelos y los padres de mis abuelos. Esos son ya distintos. Voy a partir desde el abuelo Miguel y la abuela Maximina. Sigo por ahí y tenemos Antón María y Cecilia, el Pepi y la Ciriaca. Estos eran los más viejos que había. Porque los otros, eran más viejos aún.

Y como se ha olvidado de algunos, la hija le ayuda diciendo:
- Madre Ventura y Madre Malena.
Y ella:
- Eso y el hermano Félix y la hermana Victoria, la hermana Ignacia y el tío Pablo.
Y al parar, añado:
- ¡Pues sí había vecinos aquí!
Y ella:
- Veintidós estábamos. Todos estos que hemos nombrado, ya han muerto.
- Y ahora, ¿cuántos estáis?
- Sólo cuatro continuos y dos que vienen alguna vez que otra. Pero otra cosa son los que ahora aparecen por aquí con esto de las casas rurales.

Durante un rato más, sigo escuchando sus palabras. Me dice que esta misma mañana ha estado regando el huerto y que cuando era joven, trotaba con las cabras por estas laderas con la agilidad de una gacela. Luego me cuenta que cuando el invierno pasado se puso mala, la tuvieron que sacar de la aldea subida en un mulo porque el taxista no quería entrar por el carril de tierra que acabo de recorrer. Y me cuenta que ella ha tenido nueve hijos y a todos los ha criado en esta aldea.
- Y como dicen que cada vez que se tiene un hijo se renueva la sangre, pues será por eso por lo que yo estoy todavía tan joven. Nueve veces se me ha renovado a mí la sangre en la vida.

Me dice luego que a los maestros que por aquellos tiempos venían a estos cortijos a enseñar a leer y escribir a los niños, se le llamaban ruleros.
- Por aquello de estar rulando de un lado a otro siempre. Paraban en los cortijos y a cambio de la comida, daban las clases. Unos días con unas familias y otros, con otras y así.

Y ya los despido. Salgo fuera y me vuelvo por la senda en busca del coche. A la salida de esta aldea, veo a los lavaderos de aquellos tiempos y de los de ahora. Le entra un chorrillo de agua por un tubo de plástico. Por este lado de abajo, quedan los huertos. Se les ven ahí, espesos de sombras de encinas y fresnos y tupidos de verde. Es por donde brotan los manantiales. Que por eso y, la tierra buena de la hondonada, es por lo que ellos vinieron a levantar su aldea a este rincón.

Y ahora que me voy y la conozco vestida con su traje de noventa años, no puedo sustraerme de la visión de ella cavando la tierra de estos huertos, con su azada acuestas, con sus pies llenos de barro, con su cara tostada por el sol, con sus manos arrugadas y sin parar de labrar la tierra para que el agua empape y dé vida a los tomates, pimientos, habichuelas y otras hortalizas.

Y me digo que como cuando la vi en mis sueños, junto al cortijo blanco y al llegar el día de aquella primavera y, mientras por la otra tierra, se iba el padre, ella metida por la tierra del huerto y toda tiznada e impregnada del perfume de los tomates y pimientos. O como cuando la vi en mi otro sueño, sentada en la piedra y frente a la acequia y, mientras el agua corría empapando, ella descansaba un rato y a la vez que vigilaba, se iba con el viento y sin saberlo, meditaba y besaba, al Dios que le da la vida con el lindo juego que traza por los barrancos, las fuentes y los almendros.

Bonita es la aldea esta. Le da el sol de la tarde y como se le nota tan perdida en las montañas de la sierra, tengo la sensación de estar dentro de un sueño.

Sigo con la ruta de hoy por lo alto de la cumbre y ahora la carretera vuelca para la vertiente del río Guadalquivir. Por la izquierda y muy en lo hondo, se ve el gran embalse del Embalse del Tranco. Aunque hoy es un día de mucha calima porque hace gran calor, la visión es bonita. No me cruzo con nadie y por eso tengo la sensación que la sierra se encuentra en su soledad más grande. Noventa y cuatro setecientos y una recta bastante buena y larga. La arreglaron no hace muchos años. Acompañan los pinos laricios por ambos lados. Son gruesos y de belleza grande.

Como son las cuatro y media de la tarde, cae el sol mudamente pero aplastante y quemando con fuerza. Sólo se oye el canto de las cigarras y el crujido de las piñas al abrirse. Por los Campos de Hernán Pelea hacía mucho viento esta mañana pero ahora, todo en calma. Noventa y seis doscientos y desde cualquiera de estos puntos, remontando un poco por el lado izquierdo, hay unas buenas vistas hacia el valle que cubren las aguas del Pantano del Tranco.

Un pequeño collado y una vista preciosa hacia el pantano y las laderas que le rebosan. La vegetación de pinos laricios a un lado y otro, se espesa. Por el suelo la tierra se ve muy cubierta de hierba. En otras ocasiones, por estas tierras he visto muchas ovejas pastando. Hoy no se ven ningunas. Noventa y nueve ochocientos y sigue recorriendo la cumbre pero ahora por la vertiente del Guadalquivir sin dejar de bajar hacia el collado de la Cumbre.

Kilómetro ciento uno y aquí tengo el cruce de la Cumbre. Río Madera, la Toba, campamentos juveniles, Hornos de Segura, el Yelmo y Siles. Por la izquierda sigo yo y con la carretera, empiezo a descender hacia Hornos. En toda la cumbre que acabo de recorrer y comienzo a bajar, es donde se acumulan las nieves en invierno y dejan incomunicados a las personas que viven en las muchas aldeas.

Comienza la bajada, muy pronunciada para recorrer todo este barranco hacia el pueblo de Hornos. El arroyo de la Garganta es como se llama y tiene su nacimiento justo en el puerto que acabo de atravesar. Una curva muy cerrada para la derecha y kilómetro ciento dos trescientos. Se aproxima por primera vez al arroyo para cruzarlo entre un bosque espeso de pinos. Y la hierba, pues muy verde. Este barranco es un rincón que siempre se presenta con mucha humedad. Queda casi todo en umbría y por eso el bosque es muy espeso y la humedad se concentra.

Un buen agujero en el asfalto de la carretera, álamos y una curva hacia la izquierda. Y por el lado de la izquierda, según ahora bajo, se retira la carretera del arroyo. Por aquí vuelve a trazar muchas curvas hasta que de nuevo gire otra vez, cruce el arroyo y ya se va para la derecha. Chirrían las cigarras pero el bosque se muestra verde aunque quieto como si ni existiera la vida. Si no hubiera sido por las lluvias intensas que han caído este año, estaría el campo achicharraito.

Ciento tres novecientos y otra curva cerrada hacia la derecha. Voy bajando por la vertiente del Yelmo Chico. Al frente, el macizo de todo este monte y las rocas coronando entre la espesa vegetación de pinos. Son bonitas las figuras que muestran estas rocas. Siempre que por el lugar paso, me llaman la atención y más aún por lo majestuosas y bien modeladas que los vientos las tienen. Ciento cuatro trescientos y aquí cruza el arroyo. Gira a la izquierda y ahora sigue bajando con el cauce.

Por la izquierda y por la derecha, me quedan las vaguadas de dos o tres arroyuelos que caen y se les ven repletos de hierba. Por la izquierda y al otro lado del arroyo, las ruinas de otra bonita aldea. Lo fue porque ahora está por completo abandonada y todas su casas derruidas. Sólo algún pastor se refugia entre sus paredes y no todo el año.

Jugando, con los niños serranos,
mil tardes tengo yo sembradas de dulces sensaciones,
por entre los pinos, carrascas y romeros
de las ruinas que me duelen tanto.
Y entre estas mil tardes pequeñas,
pero redondas de puros matices bellos,
otros mil latidos de mi corazón
tengo enganchados
entre las zarzas que ahora crecen
en la tierra que fueron huertos
y por entre ellas, sus moras gordas,
el perfume de los almendros
y los chorrillos de los veneros claros,
un millón más tengo,
de sonrisas de aquellos niños serranos
que jugaban y se hacían viento
ajenos ellos a las ruinas de la aldea
y a la ausencia de tantos
en esta bonita y ancha sierra.
Y por aquello y esto,
a los alegres niños serranos,
no los he perdido del todo
sino que en la distancia y soledad,
puramente aún los amo.

Voy por el kilómetro ciento seis cien. Por la derecha me saluda un bloque de rocas que muestran casi la misma figura que las que presentan las montañas de Montserrat.

En la misma ladera en que se desmorona la aldea de la Garganta, mucho olivos clavados todavía en su tierra. Kilómetro ciento siete trescientos y aldea de la Capellanía en una desviación para la derecha. En este puñado de casas sí viven todavía algunas familias y varias de ellas, son amigos míos. Gira para la derecha y vuelve a meterse otra vez en el surco del arroyo. Lo cruza y ahora ya se viene por este lado y aquí mismo crecen unos álamos y una cascada. La conozco porque en invierno la he visto muchas veces helada. La tengo recogida en fotos desde aquel invierno del frío.

Acabo de cruzar la curva de nivel que va por los mil cien metros. Ciento ocho trescientos y por la izquierda me queda la construcción de un cortijo. Es el de Barranco Cano y bien que lo conozco por sus higueras de higos negros y la soledad que le envuelve a lo largo de todo el año. Cruza un arroyuelo y al frente se ve Peña Rubia, un puntal rocoso que sobresale desde los pies de la aldea de la Capellanía. Donde todavía hay huertos que dan melocotones y al caer las tardes, las ovejas balan.

En el arroyuelo que ahora estoy cruzando, se encuentra la vieja casa forestal o control. Corre un hilo de agua que sale de un tubo de plástico por el lado de la izquierda y las tierras llanas por la derecha donde celebran fiestas los del pueblo de Hornos. Remontadas en la otra ladera, las casas blancas de la aldea de la Capellanía.

En los dulces tiempos en que los niños serranos jugaban libres por las veredas y arroyos de su tierra, de los huesos de los melocotones, ellos sacaban silbatos que llamaban pitos. Limando o con una navaja afilada, les hacían un pequeño agujero, le vaciaban la pulpa de dentro y al soplar, el sonido que salía del silbato, se parecía al de los ruiseñores. Cuando ellos jugaban, si hacían sonar su silbato en las mañanas claras o las tardes de primavera, el trino de los ruiseñores se mezclaba con las notas de aquellas flautas construidas con los huesos de los melocotones.

Ciento nueve seiscientos y es aquí donde está la casa del control. Por completo sin tejado y un coche parado. Gira para remontar y separarse ya del cauce de este arroyo. Mientras va recorriendo esta ladera para alejarse y volcar a la vertiente del arroyo de la Cuesta de la Escalera, pues los pinos y el romero, arropan y dan compañía. Ciento once cien y vuelca por el collado de Hontonares. Por el lado izquierda me queda una pista de tierra que lleva hasta las ruinas de las casas de Hoya Redonda.

El rincón de ensueño donde nace parte del arroyo Cuesta de la Escalera. La casa ya casi está hundida y lo único que por el paraíso tiene vida es el caño de agua que alimenta a los tornajos, las viejas encinas, algunas manadas de cabras del último pastor y ya, la soledad del barranco y los caminos rotos.

Traza una curva muy cerrada. Ciento once trescientos y gira para la derecha. Frente me queda el Cerro de Hornos y por la solana de este cerro, se mete la carretera mirando al Embalse del Tranco y buscando el pueblo de la roca. De la mitad del cerro para abajo, olivares y de la otra mitad para arriba, pinares espesos. A la izquierda y muy al fondo, las aguas del pantano. Por esta solana el sol calienta mucho más que por las cumbres y lo que voy atravesando, son olivares.

Ciento doce setecientos y por aquí se clava en la ladera del cerro Hornos. Un barranco de donde han arrancado tierra para el arreglo de la carretera. En estos pinos carrascos es donde las cigarras se lo pasan bien. Ciento trece quinientos, sube una breve cuesta, a la izquierda quedan las instalaciones de la piscina del pueblo, el mirador de las Celadillas y ya aparecen las casas del pueblo de Hornos. Y en el cruce, mi coche marcha el kilómetro ciento catorce.

Por la izquierda, se me ha quedado otra vez el nombre de Camarillas. Ahora y en este punto de la sierra, lo lleva puesto un limpio manantial. Es la Fuente de Camarillas, los viejos lavaderos, de este bonito pueblo de Hornos. Así que ya sé que Camarillas, además del cortijo corazón de los Campos, lo tiene esta fuente, manantial de vida. Un par de rincones más, dentro de las sierras de este parque natural, se adornan con este nombre.

Y entre estos sitios, ahora recuerdo el precioso y, extraño por su salvajismo, de la Cueva del Torno. Se encuentra esta cueva unos kilómetros más abajo de donde nace el río Aguasmulas. Y la cueva, se abre en un enorme bloque de tobas que en su día cayeron desde los voladeros de las Banderillas. Varias covachas se abren entre los bloques de estas tobas y una de ellas, la más grande, es la que lleva el nombre del Torno. Por encima, se hunde otra algo más pequeña que servía para encerrar animales y le pusieron el nombre de la Camarica. La Covacha de la Camarica. Fíjate qué bonico y en uno de los rincones más profundos de la sierra.

De este tan bonito pueblo, sí tendría mucho que decir y lo tengo dicho y recogido en varios libros escritos por mí. “En las aguas del Pantano del Tranco”, “Ocho rutas históricas literarias por el Embalse del Tranco” y “Hornos mi pueblo querido”, son los tres libricos que yo tengo escritos de este rincón y donde recojo lo más bello que mis ojos han visto y mi alma ha gustado de todos estos paisajes y personas. Hay otro libro muy extenso e inédito que se llama “Embalse del Tranco”, donde se recogen muchas más cosas y un quinto que se titula “El Charco del Aceite”, donde completo las vivencias y bellezas que mi corazón ha captados de este hermosísimo rincón. Donde tantas ruinas y ausencias palpitan vivas.

El pueblo de Hornos, esta tarde parece dormir en su profundo silencio. Lo rozo con la carretera y no me paro. Hoy tengo otro manjar. Saliendo de Hornos por la derecha, la panadería y por la izquierda, construcciones nuevas. Por este lado llegaba el camino que entraba por la puerta de la Villa. Se recoge en los libros que ya he dicho.

La carretera sigue cayendo, escoltada de olivos y ahora con buen firme. El sol de la tarde que cae picando fuerte y en la primer curva antes de girar, veo el Yelmo y toda su gran ladera. Y justo en esta curva es por donde salen unas pistas que llevan a la piscina natural del arroyo de la Garganta y a la Alcoba Vieja. Ciento quince quinientos.

Baja casi en picado y como si buscara el sol de la tarde que monótono cae. Al frente y mientras se acerca a la segunda curva, se ve el castillo del pueblo y las casas que cuelgan por el adarve. Curva para la derecha y la carretera que se hunde en el surco del arroyo de la Garganta, por aquí llamado del las Aceitunas. Varios molinos hubo junto a este cauce en otros tiempos.

Por la derecha y por la izquierda me quedan huertas con muchos árboles frutales. Granados y parras que escoltan a la carretera. Ciento diecisiete ochocientos, atraviesa un arroyuelo y remonta para volcar ya hacia el cruce con la aldea de cortijos Nuevos. El pueblo de Hornos me queda remontado en su roca dorada. Baja un poco y “A 317, veintitrés kilómetros”. A Puente Génave. Y mi coche, pues aquí en el cruce mismo marca ciento dieciocho setecientos. Varias direcciones y doy por concluida la ruta que hoy arranqué en el Empalme del Valle por la carretera que baja desde el nacimiento del Guadalquivir y llega desde Cazorla.

Y ahora me pregunto: ¿de dónde vengo? Y a mí mismo me respondo diciendo que vengo del mundo donde ellos y, los pastores como centro, todavía existen y entre sus raíces hondas y su cultura genuina, siguen teniendo sus luchas y, repleto de ilusiones y amor, el corazón.

Y entre otras cosas, he descubierto
que a ellos les siguen perteneciendo
las tierras y los paisajes y las aldeas y los cortijos,
junto con las fuentes y los nombres y los caminos.

Y siguen siendo suyas porque nadie tiene por aquí raíces más hondas, cultura más propia y también la nieve y el frío y el perfume de los campos y la caricia del viento y por eso ahora sí me puedo preguntar que al pasar por aquí como de visita ¿con qué derecho yo debo ignorarlos e ir a lo mío si el mundo que recorro y gusto, les pertenece desde lo más hondo y noble?

Por el lugar, yo soy como otros muchos, el que llega de fuera y de ahí que lo primero es ofrecerles mi respeto y a sus cosas y también me digo que me gustaría que, tanto como ahora y por estas sierras, nace y avanza de espaldas a ellos y hasta en contra suya, no debería tampoco ser así. Porque si en la tierra de los pastores, por excelencia y desde siempre, ellos no son centro, la verdad, cultura y belleza, se destruye y así, aunque lo que venga sea nuevo, nunca podrá tener el mismo valor ni ser, en el fondo, tan bueno.

“Porque en los tiempos de ahora, casi nadie se acuerda de nosotros y menos, tenemos ni apoyo ni ayuda. Pero es que si además, llegan y montan industrias de espaldas a nuestras vidas y hasta ignorándonos ¿dime tú a dónde lleva el futuro?”

Y yo les digo,
que ya que otra cosa no puedo,
para ellos mi cariño
y mi respeto sincero
porque el mundo que hoy he pisado,
es sólo suyo y desde dentro.
Y gracias por haberme permitido rozarlos
y empaparme de lo mejor
que en sus corazones tienen,
y que es como la luz más limpia
y el más limpio azul de cielo
que nunca soñar pude
y mis ojos nunca vieron.

El último pastor
La tienda la hemos montado al borde mismo del agua, por la parte de arriba de la aldea y el cauce que por aquí corre es precisamente ese: El del río Segura. Nace un poco más arriba y aunque es pleno verano, ya por aquí, por donde tenemos la tienda y la aldea existe, baja muy crecido. El agua de este río así como la de todos los ríos, arroyos y manantiales del parque, siempre está fría. Y es que el agua que ahora en verano mana de estos campos, cuando desde las nubes en inviernos cae sobre ellos, casi siempre lo hace en forma de nieve.

Si esto es así por las cumbres de este parque, por aquí, por la Sierra de Segura y más aún por los Campos de Hernán Pelea, las nevadas son abundantes a lo largo de casi todo el invierno. Más de un ochenta por ciento de las aguas de este río, proviene de las nieves caídas en este gran altiplano.

Nosotros, esta noche, con nuestra tienda instalada al borde mimo del Río Segura, hemos tenido una experiencia singular: De un sólo tirón hemos dormido toda la noche. Ellos se han sorprendido y por eso les digo que es el aire, el silencio y sobre todo la música de la corriente, la que logra efectos tan naturales y limpios. De aquí que los que viven en esta aldea sean tan afortunados. Además de ser dueños y señores de silencios, cumbres, manantiales y valles, poseen lo que todos los humanos sueñan: La corriente de un río limpio que les arrulle por la noche para que duerman.

Hoy nos hemos levantado temprano porque hemos proyectado ir hasta la cueva que hay por encima de Cañá la Cruz. El pastor que vive en la aldea, nos acompañará. Mientras desayunamos, de entre los pinares de la ladera de enfrente, vemos salir las ovejas. Son las del pastor que vive por las praderas del Collado de las Rocas. Al verlas recuerdo estas praderas y como la imagen que de ellas tengo en mi alma, es una imagen dulce y bella, por mi corazón corre el deseo de irme a visitar el lugar.

Decido que hoy no puede ser porque ya el sol casi se oculta por las cumbres de la cordillera pero me digo que tengo que ir a ver este rincón del parque cualquier día de estos. Es un rincón tan original, donde hay tanta paz, tanto silencio, tantas llanuras verdes, tantos manantiales y tanta eternidad derramada entre los pinos y el azul del cielo de las cumbres, que aquí sólo se respira placer. Ese placer sencillo que se cuela en el alma sin sentirlo pero que es tan puro que ensancha y ensancha y casi da la muerte de gozo. Tengo que ir un día de estos a las Praderas del Collado de las Rocas.

Ahora caigo en la cuenta que son para mí como otras tantas cosas de estas sierras: Bocanadas de aire limpio que mi corazón necesita para seguir viviendo. Las ovejas y el pastor que salen de entre los pinos y se van por el río hacia las llanuras valle, me lo han recordado. Tantas veces he visto este rebaño pastando en las Praderas, que ya las llanuras verdes de las cumbres son también manadas de ovejas desparramadas silenciosas entre rocas y arroyuelos.

La fragancia eterna
Cuando ya el sol brilla casi en la mitad del cielo, entramos por las calles del pequeño pueblo y como la mañana y al momento se le siente suspendido esperando su llegada, en la puerta la madre lo saluda y lo besa y luego nos vamos al huerto que es donde ella anda trabajando y durante un rato más, regamos las tierras con el agua fresca y clara que viene de la fuente y ya que medio me he empapado, en unión del suelo, del perfume sobre el que ellos tienen montados sus sueños y sus luchas, rincón humilde pero grandioso de los hermanos buenos, regreso.

Surco el valle que lleva al reino de las tierras profundas que son llanuras por las soledades de los pinos gruesos y las rocas que como granadas se abren y remonto a la vertiente por donde surgen los veneros del río blanco y en cuanto ya estoy otra vez en el reino del silencio que atraviesa la corriente clara, rozando las paredes de las cuatro casas y por eso es espejo de ellos plenos y de las ovejas que en la riveras pacen y las gallinas y los perros, nos ponemos en camino y en el otro rincón sereno que se recoge entre las blancas casas del pueblo bello y tiembla al borde del río que salta alegre y corre en su empeño, ya tenemos lo que el pastor tanto sueña y anuncia desde lo más sincero:
- He aquí las mesas preparadas y el cordero asado y el aire, ya lo están notando: oliendo a gloria bendita y a salsa de tomillo y romero, así que a sentarse y comer que hoy soy yo el que quiere y quiero tener el gusto de invitarles.

Y ahora recuerdo, como recuerdo tantos otros muchos momentos y sueños de estas sierras amadas, que aquel día fue más que grandioso, destello de fina sonrisa porque lo que más se celebraba allí era el sincero encuentro de un grupo de hermanos serranos que ofrecían, como en tantos otros momentos, lo mejor de su trabajo junto con lo más puro de sus corazones, a otro grupo de amigos que venían de fuera para que comprendieran y se empaparan algo más, del calor que mana de esta tierra junto con el amor que llevan dentro, las personas que las pueblan en los momentos de mañanas calladas y de las horas inciertas de primaveras preñadas.

Y luego, la excursión que no fue tal y el encuentro que sí fue sincero, alrededor del plato exquisito y adornado con esmero, con el día se fue terminando pero como todas las cosas limpias que tocan y vienen de ellos, quedó temblando en la luz de las montañas excelsas que rodean al río al nacer y en los cientos de tallos de la hierba que pisan y no pisan y el azul del cielo, abrazados con sus corazones en la transparencia inmaculada que les hace eternidad en forma de dulzor inmenso.

Y claro que aquello no fue sólo una comida para alimentar al cuerpo, sino también un gran banquete que sació a la inmortal alma con la fragancia de un beso y de aquí que cuando ya regresaba, me dije, para mí sólo y desde la caricia del viento:

“¡Qué hermanos, estos serranos,
con tan gran tesoro dentro
que hoy, he creído que soñaba
lo que ahora mismo creo, es sueño!
Así, que gracias por vuestra amistad
y que Dios os lo pague triplicado
cuando, llegue el gran momento”.

Fuentes
Fuente en el Empalme del Valle, Fuente del Perdi, al pasar el puente del Guadalquivir y por la derecha en la carretera que lleva al nacimiento, Fuente de la Garganta antes de la Nava de San Pedro, fuente en Collado Bermejo, en el Collado de la Zarca, a la izquierda y junto a las ruinas de la casa de Nava de Paulo, en el refugio de Rambla Seca, en el de Monterilla, en don Domingo, Fuente del Muso, Fuente del Berral, entre la aldea de los Teatinos y la Matea, Tornajos y fuente al coronar Cañada Hermosa, por la derecha y sobre la cumbre, Fuente del Engarbo por la izquierda saliendo de la cañada hacia Pontones, Fuente del nacimiento del Segura, la que mana en el collado de la Hoya del Cambrón, fuente del control en Barranco Cano, frente a la aldea de la Capellanía y la bellísima de la Alcoba vieja, al salir del pueblo de Hornos y por la derecha.

Pequeño diccionario serrano.
aposta
acarradas
acina
aguarines
arredrar
arreguillao
asustaico
bichujos
cambroná
cerrico
charquete
chuscarrón
covacho
covarrón
cucón
desacarradas
enebriza
enfrentico
escopetajo
fuentezuela
garpiles La paja se cargaba en los garpiles, hace las funciones de un serón.
granillar
hazailla
hornico
lomica
losilla
nevascazo
paerones
perrucha
piazo
pinailla
pitojo
pocete
portacho
rastillo
redruejo
regolaero
rendijillos
rompizos
torcos
tornajera
tringulá Mi tringulá o la otra, mi generación o la otra
zaque Depósito construido de piel de oveja o cabra para guardar y transportar aceite, agua vino o cualquier otra materia líquida.

AGRADECIMIENTO
A Gaspar Alguacil de Pontón Alto y a toda su familia, mujer e hijos, Francisco y Cándida. A Narciso de Pontón Alto. Familia Ojeda Palomares, Juanjo, la hermana Anica, Francisco y otros de Fuente Segura de Arriba. A los jóvenes de la aldea de Poyotello, Manuel, Francisco, Juani y Maribí. A Miguel de Pontón Bajo. Miguel de la Rosa González, el Molinero de Bujaraiza, Juan Fernández Mandoza, también de este mimas aldea y a Juan Paco, de Pontones pero que vivió en Bujaraiza, en los cortijos de Solana de Padilla y en Villacarrillo. Familia Toribio López por su interés en leer los primeros. Vítor López por su acogida calurosa desde el primer momento. Domingo García del Río, José Adán Martínez, Ángel Marín Fuentes, Encarnación Cumbreras, Antonio Escalera, Tomás, el joven guardia municipal e Isabel Peña Román. Las familias Flores Tauste, Sánchez Nieto, Ojeda Palomares, Muñoz Cruz, Alguacil, Nicomedes Ojeda, Toribio López, Mendoza, del Río García, Morcillo Palomares de la Matea y a otros que me ayudaron mucho. A todos, gracias y este librico en su honor. Y a otros que sin nombrarlos, tengo muy presentes. Para todos mil gracias y quede este sencillo testimonio para que su memoria no se pierda en la tierra que tanto aman.


5 -Nota del autor: para ir a las ruinas de la aldea de las Espumaredas, por el lado del Pontón Alto, hay dos sitios. Por la pista de tierra que se aparta desde la carretera y atraviesa la llanura de Majá la Caña y por lo alto de la Cumbre de la cuerda que corona a esta llanura. También desde el Ortuñio y desde Fuente Segura. Entre ida y vuelta a las ruinas de estas casas, hay como unos ocho kilómetros pero lo gratificante es hacer todo el arroyo hasta las Huelgas. En este caso, la distancia a recorrer es más.
Siguiendo la cuerda que corona Majá la Caña, Pedernalero y toda su loma, el recorrido es más largo pero mucho más bello por las preciosas vistas que desde este punto se dominan. No es nada difícil porque el terreno se anda con toda comodidad y además, la belleza de los paisajes que vamos encontrando, gratifican hondamente. La mejor época para hacer esta ruta, es el final de la primavera. En invierno hay por aquí mucha nieve y el frío es muy intenso. En verano, el sol pega con fuerza y agota mucho.
6 - Nota del autor: seis o siete años después, aquella familia se había marchado de esta aldea. Se habían separado yéndose él a una gran capital y ella, se puso a trabajar en su oficio de enfermera. A los hijos los conocí estudiando en un gran colegio de Úbeda.

No hay comentarios: