12.13.2007

Campos-2

Por el cortijo de Camarillas

La Fuente del Borbotón nace algo más arriba. Y como no podía ser menos, estos cortijos y fuente se encuentran en la cabecera de otro de los arroyos grandes que se fraguan en la magnífica vertiente. El cauce lleva por nombre Rambla de los Cuartos y se junta con el que recorro, un poco antes de que la pista mía se eleve por un puente para irse al otro lado de estos cauces.

Pero mi amigo me decía que:
- Lo que tú dices, por arriba se llama la Rambla del Borbotón, más abajo, se llama Rambla de los Cuartos y más adelante ya se junta con el río que es más nombrado y conocido por royo Frío.

Por la derecha del barranco del Borbotó y siguiendo la pista forestal de tierra que atraviesa la Loma de la Paja, queda un precioso cortijo serrano que tiene el nombre más bonito de toda esta sierra. Camarillas, es como le pusieron y se alza por la solana del gran morro del Calar de Camarillas.

Hacia este punto y rincón de la sierra, se me escapa ahora el corazón y es porque en el cortijo de Camarillas, que son varios porque los últimos hermanos fueron nueve, el recuerdo se alza frente al padre bueno. Fue uno de los tres hermanos y le pusieron por nombre Antonio. Se tuvo que ir de este cortijo, como tantos otros serranos y ahora su corazón y parte de su vida, se concentra en lo que ya son ruinas y poco más. Nació y vivió aquí y también sus padres, que fueron nueve hermanos y sus abuelos.
Justo en la curva de nivel que va por los mil setecientos metros, es donde fueron a construir el cortijo y ello da una idea de las grandes nevadas que, año tras año, estas personas tuvieron que soportal. Desde su rincón a Santiago de la Espada habrá unos veinticinco kilómetros. Pues andando lo tenían que hacer cada vez que necesitaban alguna cosa de las que únicamente se resuelven en los pueblos o ciudades. El día entero empleaban ellos para el viaje y, cuando las nieves eran tantas, podrían ser varios y hasta meses.
- Entre otros nevazos, recuerdo el de aquel año que duró veintitantos días. No podíamos bajar ni a por agua. Para beber y hacer la comidas, deshacíamos la nieve en la lumbre. Otra vez, vino una nevada fuera de tiempo y tuvimos muchos problemas con las ovejas. Ya habían estado en Sierra Morena pero por la parte de Murcia que es donde antes iban muchos pastores con sus animales. Regresaron a los Campos el día once o doce de abril. Y ese mismo día doce por la noche, cayó un nevazo tremendo. Se ventiscó mucho pero ventisqueros de varios metros de altura y no uno, sin cientos. Por parejo, más de un metro de nieve.

Lo que nos favoreció es que aquello vino en el tiempo que ya los días eran largos y calentaba el sol y por eso no duró mucho. Pero en la Cueva del Puerto estaba Mariano, el del tío Benigno y otro vecino de la Matea, y se le helaron ciento y pico de ovejas. Ellos, uno se quedó medio cojo y el otro casi helado también. Los dos estuvieron a “pique” de morirse. Por los Campos, todos los años no ocurre esto pero uno sí y otro no, seguro.

Mis padres, me contaron a mí, que un año, el día veinticuatro de junio, que es del día de San Juan, se helaron vacas en la Chaparra. En el cortijo de Camarillas teníamos unos perros muy buenos. En todo tiempo pero más en invierno y el otoño, mis padres tenían una costumbre que era bonita. Entonces los perros, como tienen ese olfato tan bueno y dicen que es el mejor amigo del hombre y es verdad, cuando olían o sentían ruido de algo, pues ladraban.

Cuando se sentían ladrar, uno de mis tíos, mi padre o cualquiera de ellos, salía y tocaba la cuerna. Salían a la puerta del cortijo o a otro collaete que hay allí que le decíamos el Collado de la Era, porque allí se trillaba, y tocaban dos o tres veces la cuerna. A los cinco minutos, a los diez y al cuarto de hora, volvían a tocarla otra vez. Como habían oído a los perros ladrar, pues decían: “a lo mejor hay alguien por ahí y podemos salvarle la vida”.

Y esto te lo cuento para que se vea que los Campos, cuando vienen los nevazos y salen las nieblas, son los terrenos más peligroso que hay para andar. Se borran los caminos, se forman los ventisqueros y se pierden las personas y como por allí el viento que corre es tan frío, las criaturas se quedan heladas en cuanto se descuidan. Ahora son otros tiempos pero entonces, todo era mucho más complicado y penoso.

Recuerdo que una vez cayó un nevazo y estaba una tía mía, abocada para dar a luz. Y al ver el panorama, mi familia dijo: “Mira que si en puesto de ir la cosa bien, se vuelve para atrás y de la manera que está, aquí ¿quién la va a atender?” Pues la cogieron en un mulo, con una silla de aquellas que había de madera para cuando las personas se ponían malas y se dispusieron a sacarla de allí.

La silla que te cuento, era de madera, con unos palos que se ponían sobre el aparejo de los mulos y en el centro, se sentaba la persona. Si estaba mal, pues se le sujetaba con unas cuerdas y aunque el mulo bregara mucho, la persona no se caía fácilmente. Esto se usaba antes mucho para en caso de necesidad, que es lo que ahora decimos, urgencia.

Ella, pues sentá en el mulo y agarrada a la silla. El animal unas veces iba por el camino pero como la nieve era tanta, se salía y se tiraba por donde podía. Se atascaba hasta la barriga y ella en lo alto. Cuatro horas y media o cinco largas de camino hasta llegar al pueblo de Santiago de la Espada. Luego tuvo el crío sin problemas ninguno. Así eran las cosas antes y con tan dura lucha, se salía adelante sin tantos cuidados como hay ahora.

- ¿Y los caminos?
- El que sube desde Santiago, al llegar al Prao de don Domingo, se va por el Collado de los Bancos, remonta por Serenas, por la Chaparra y desde ahí a las Pajareras, llegaba a un sitio que se llama el Pocillo del tío León, que era donde nosotros nos surtíamos de agua para todo el cortijo. Desde este punto seguía el camino para ir a nuestro cortijo de Camarillas. Y ya, desde este cortijo nuestro, salían otros caminos que se iban para Pinar Negro, el Campo del Espino, a la Pinadilla y a la Cabrilla.

Uno se arrancaba y se iba por un sitio que le dicen Llano de la Zamarrilla. Para arriba sale a la Era el Ruso, unos bancales que hay allí que se llaman los Calzones, muy famoso aquello y muy nombrado, va a lo alto de las Lomicas de Enrique, sale a un sestero que le dicen el Sestero Risicas, llega hasta la tiná de los Enamoraos que era un punto donde paraban las personas. Según en qué época, en la de la simienta, la siega y todo eso, pues aquello era una feria. En este punto, no hay cortijos, sino una tiná y al lado, un poco de construcción donde dormían los pastores.

Los padres de Pascual, familia de la Matea que antes hemos dicho, eran los que tenían ahí unas tierrecillas. Tenían algunos mulos y subía la familia cuando había que escardar las sementeras o coger los garbanzos. Pero vivir allí de continuo, no. Estas familias tenían muchas ovejas y antes, cuando vendían los borregos, subían las mujeres y durante algunos días, hacían queso.

Desde este punto sigue el camino y va a caer al Collado de Monterilla. Por ahí se junta con el que va para Nava Noguera. Entonces era camino de bestias porque los coches ni se conocían y menos por allí. Este era un camino.

Otro salía desde los Calzones, Hoya del Buje u Hoyos del tío Paco y lleva a la Losilla. Se va para arriba por el vallejo aquel del Toril, la Hoya del Polvo, los Rastillos y sale a un pozo que se llama Pozo de Cañá Rincón. Aquí se apartan dos caminos, uno que lleva para Pinar Negro y el otro que se va para abajo por los Hoyos del Poyico, los Hoyos del Cojo, el Majal del Pino a las Acederas otra vez. Que este camino muere en la misma Cuevaparía.
Desde el mismo cortijo de Camarillas, salía otro camino que se iba para abajo con dirección del Pocillo del tío León pero se desviaba para la izquierda hacia los Culeros, al Collado de los Culeros, a la Majá la Risca y ya al Campo del Espino y llegaba hasta Pontones. Antes, tenía otro empalme que se iba para la izquierda y se tiraba por un sitio que le dicen los Pinos de doña Teresa, las Hoyas de Albardía, donde para la derecha, se iba a los Centenares, las Canalejas y para la izquierda, a la Fresnedilla, nacimiento de Aguasmulas, cortijo del Mulón y las Casas de las Tablas.

- ¿Y como surgió el cortijo de Camarillas?
- Aquello en un principio era como un chozo. El primero de todos, mi abuelo, compró unas poquillas tierras e hizo su casica, especie de chozo, que después se fue mejorando y se hizo un cortijo muy bueno. Hasta entonces, pues mis abuelos estuvieron criando a sus hijos que fueron nueve, aunque fueron diez pero uno murió en la guerra. Cada hijo, todos los hermanos de mi madre, se hizo su casilla pegadas unas a las otras y allí vivían. Hasta que tenían como una veintena de años, ellos, mis primos y nosotros, que fuimos tres hermanos, vivíamos en aquel cortijo de Camarillas.

Una vez hicieron una corta de pinos por una zona que le dicen la Cabrilla, que está por debajo del morro de las Empanás. Ahí hicieron una corta “exajerá” de grande. Entonces sacaban la madera con bestias a la misma Cabrilla y desde ahí, la bajaban por el camino que estamos diciendo. Pero “en puesto” de pasar el camino por donde hemos dicho, la Chaparra, Collado de los Bancos a don Domingo, lo echaron por la rambla abajo que es la Rambla del Borbotón.

- ¿Y la gente que pasaba?
- Eran los que iban a sus trabajos, con bestias para labrar las tierras o con ovejas. Personas buscándose la vida. Entonces se sembraban mucho todos los “piazos” de tierra en esos Campos. Unos con centeno, trigo, maíz, patatas, garbanzos. Todas esas tierras eran muy penosas para vivir, hoy no se podría vivir de aquella manera pero entonces, sí se vivía y salíamos adelante todos.

Recuerdo que en el mismo cortijo de Camarillas, que hay muy poco “clima”, criábamos remolacha, panizo, calabazas, habichuelas morunas, garbanzos, trigo y centeno. De todo esto y en cantidad. Recogíamos para comer todo el invierno y eso que éramos muchos de familia.
- ¿Se criaban por allí las habas?
- Habas, no.
- ¿Y árboles?
- Sólo pinos y pocos. Esos pinos grandes de tronco blanco. De frutales, ni uno siquiera, de ninguna clase. Ni almendros.

En Lomalapaja, sí hubo una noguera, que la arrancaron, que era el árbol más famoso que por allí se criaba. En Camarillas, cuando dejamos de vivir en el cortijo, había un plantoncillo de noguera que era chiquitillo y ya echa media fanega de nueces. Estos son los únicos árboles que había por allí y los pinos que ya te he dicho.
- ¿Ni siquiera parras?
- ¡Que va!

- ¿Y plantas silvestres?
- Como prácticamente por allí no se crían plantas de ninguna clase, pues tenemos pocas. Aquello es terreno pelao. Lo único que se cría es pasto para las ovejas y bien bueno que es. Pero sí hay un buen puñado de matas. Por ejemplo, los cambrones, las rascaviejas, tomillo y entre otras que ahora no me acuerdo el nombre, los cardos cucos. Esta planta, aunque es muy pinchosa, tiene la ventaja de criar unas setas muy buenas. Quizá sean las mejores setas de cardo de España entera. Algunas llegan a pesar hasta un kilo. Esto es un bocao buenísimo. El otoño que es temprano, así para septiembre, salen muchas. Van muchas personas a buscarlas porque están bonísimas.

El lastón es una planta que se la comen muy bien las ovejas. Esta planta espiga y se parece mucho a la avena. Hay una mata que le dicen rompebarriga, otra carretón, el vallico y unas matas que le decimos lechuguillas, que echa una flor amarilla muy bonica. Hay otras matas que también se crían mucho en los campos que son las arvejanas, las correhuelas, “anapoles”.

Los árboles más grandes son unos espinos que nosotros le decimos espino majoleto. Luego está el espino escaramujero, el espino granillero y otro espino que es el que da las endrinas. No hay muchos de esta clase pero sí se dan algunos. Zamarrilla, hay de tres clases: la zamarrilla negra que es la más fina para toda clase de ganao, luego está la zamarrilla blanca que ya es menos buena y ya hay otra zamarrilla que le dicen zamarrilla follona que eso es que no vale pa na. Cuando se la comen los animales, es porque ya no tienen otra cosa pero no es buen pasto. Sólo se cría en los terrenos más flojos, arenosos y feos.

La retama negra se cría en los Campos. Por la Cabrilla, en el Renacuajo hay mucha retama de esta buena y en las laderas del Cerro del las Empanás. Esta retama es buena para los animales, porque cuando nieva, la buscan todos los animales y se la comen. Pero la retama amarga, la borde que le decimos, esta se cría ya de don Domingo para abajo.

El chaparro mesto, se cría allí también. Nace pegao a los riscales y si fuera un árbol y diera madera, seguro que sería muy dura pero como es sólo una mata, no da madera ninguna. Sólo sirve para los animales. Para leña, sí sirve. Da una leña buena, lo que pasa es que muy poca.

- Animales por los Campos.
- Pues en el cortijo nuestro, aparte de los animales que ya hemos dicho de ovejas, cabras, marranos, mulos, burros, perros, gallinas y pavos, también teníamos un palomar grandioso. Más de cien palomas revoloteaban algunas veces por aquellos cortijos y riscales. Por el campo, había muchos conejos, liebres, perdices, cuervos, urracas y los buitres que todo el mundo conoce. Las víboras son muy abundantes y también los jabalíes. Los conejos, desde hace unos años para acá, están desapareciendo. Las libres se tumban en lo alto de la nieve y la terreñan. A los espinos, los roen por las partes bajas cuando no tienen otro alimento. Una vez cogí una yo. La vi achantada, la cogí y me la llevé a mi casa. Las perdices también van escaseando y esto tan poco sé por qué será. Pajarillos chicos, también había un montón, lo que pasa es que yo no me sé el nombre de todos.

De entre las aves pequeñas, las más abundantes son las codornices. Como tú sabes, estos pájaros vienen de fueran y se ve que aquellos campos les gusta mucho. Entre los Enamoraos y don Fernando hay una cañá que le decimos Hoya Honda. Vinieron por allí dos cazando y me preguntaron. Les dije:
- Tirad a los rastrojos esos que los segaron ayer.
Unas horas más tarde pasé por allí y las estaban contando. Mataron ciento diez codornices. A esos campos vienen muchos de Alicante y Murcianos.

- ¿Y los límites de los Campos?
- Pues pasando de don Domingo para arriba, ya son los Campos de Hernán Pelea, hasta la Cabrilla. De ahí para abajo hasta juntar con el coto nacional, el Campo del Espino, las Palomas y todo eso. Lo que cogen los campos es mucho terreno. Ya he dicho que vivir allí era muy penoso. Para mí y mis hermanos, no tanto porque nacimos algo más tarde pero en la fecha de mis padres, no había refugios. Por las tierras de aquellos campos, sólo había cuevas. Que como decían ellos, vivían medio año en Sierra Morena, debajo de un trapo, la tienda, y otro medio año en el campo debajo de un riscal. En covachos, cuevas y eso. Esa era la marcha que tenían.

Hoy ya se está desarrollando el mundo de otra forma y, gracias a Dios que así ha sido y que siga que esto no será malo. Y lo digo porque la gente que ahora se están criando, como mis hijas y de estas fechas para delante, yo no quisiera que vieran y menos, vivieran aquello. Es muy duro y con muchas carencias.
- ¿Y la fundación de Camarillas?
- Los fundadores fueron mis abuelos, Fernando y Brígida y mis tíos, que el mayor se llama Manuel, Mariano, José María, Miguel, Concepción, María Josefa, Dolores, que era mi madre, Pilar y Antonio, que murió en la guerra. En mi época, recuerdo que allí nos llegamos a juntar treinta y cinco personas, todos familiares. Nos criamos todos, casi parejos. Eramos dieciocho primos hermanos.

Éramos dieciocho más dieciséis matrimonios, había uno soltero, que eran quince, más los abuelos. Así que si sumamos, dieciocho y quince treinta y tres ¿no es eso?
- Sí que lo es.
- Y los abuelos, pues treinta y cinco personas nos juntábamos allí, cuando estábamos los del cortijo solos. Cuando venían las visitas, pues ya es incalculable. En ocasiones, como ya he dicho, aquello era una feria. En verano, aquello se podría decir que era una aldea. Y en otoño cuando iba la gente a sembrar, entre los pares de mulos y las personas que acudían, era una pura feria. Y cuando era la recolección de la siega y la trilla, la misma cuenta. Aquello, gente para hacer un baile. Además, es que los hacíamos.

- ¿De qué baile te acuerdas?
- Del que más, fue un día que hicimos un baile en la casa de mi tío José María, por cierto, y había muchos pastores, muchos muleros y muchas hijas de los que venían de trabajar de las malezas esas, las Canalejas y los Centenares. Se juntó allí un follón de gente que pa qué. Y por si era poco, vino una bandá de gitanos que tapaban el sol. Entre ellos venía uno que era zopo y no es que supiera bailar bien pero hacía mucha gracia verlo bailando.

Y un cuñado de mi tía María Josefa, tenía una hija que le decían Adela que era más templá que el coco de una muchacha y de apañá, era regular pero de artista, era una cosa. Aquella no tenía penas a ninguna hora. Le dice su padre: “Adela, baila con el zopo”. Y aquello nos sirvió de un rato divertido de verdad. Aquello, mearnos de risa, todos, viendo al zopo bailando con la Adela.
- ¿Y con qué música?
- Con una guitarra sin cuerdas. Dos o tres llevaba la guitarra y empalmá. Es que era una guitarra sin cuerdas de verdad.

Por cierto, era un gitano el músico y venga porrazos a la guitarra que estaba más estropeá que la cama un loco. Por decir que era una guitarra para que la gente bailara pero el único giro es la armonía que teníamos. Entre lo que cantaban, las palmas y lo que sonaba la guitarra, pues ya había bastante para hacer un baile. Con media arroba de vino y otra media de agua, hacían una bebida que le decían curva. Le echaban cuatro granos de graná y melón y una lata por cabeza. Se ponía la gente que bailaban solos.

¡Si hoy viviéramos así! Y lo digo porque por parte, envidio yo aquello. Por otras cosas, no. Por la mayoría, no porque ya he dicho que aquella vida era muy penosa pero que yo me acuerdo de cuando estábamos mis primos en el cortijo y uno que si por aquí y el otro que si por allí. Que si vamos a jugar que si vamos a coger garbanzos y nos decían: “Venga, que cuantos más cojáis ahora, menos quedan para mañana”. Nos animaban de una manera que trabajábamos como burros pero aquello no nos cansaba. Así que decía que muchas de estas cosas, hoy las echo de menos y las envidio.

- Y en las tareas de la siega u otras ¿todos se ayudaban entre sí?
- Según como estuvieran porque a pesar de que había mucha armonía, mucho compañerismo y una fe mejor que la de hoy, algunos estaban “picardeaos” y a lo mejor no. Pero lo más normal era que si había que trillar una parva, se enganchan en la era los pares de mulos que hubiera en el cortijo y a trillar. Dos o tres o cuatro pares de mulos, a trillar la parva de uno. Luego se amontonaba, se “ablentaba” y se encerraba la paja. Detrás de este, venía otro y así.
- ¿Y cómo pagaba el vecino?
- Pues nos daba las gracias, si se acordaba y sino, pues na. Cuando me tocara mí, ya vendría él a echarme una mano.

- Claro que le cae bien, al cortijo de Camarillas, que se le diga corazón.
- Yo sé por qué dices eso y te confirmo que tienes razón. Es por completo cierto que se sitúa en el mismo corazón de los Campos. Centrao por completo entre la Pinailla, la Loma de la Paja, el Campo del Espino, Pinar Negro, Rambla Seca, Cañá Rincón y Monterilla. El corazón de los Campos de Hernán Pelea, yo creo que le pertenece y, desde ahora se lo ponemos, a Camarillas. Está pero que muy céntrico.

Y ahora recuerdo que el otro día tracé un gran círculo sobre los Campos de Hernán Pelea. Un círculo en forma de la esfera de un reloj y dejé en el mismo centro, donde tienen el eje las agujas de este reloj, al cortijo de Camarillas. Puse la aguja mayor justo en lo Alto de los Campos y Cuevaparía. Desde el cortijo a ese punto y en línea recta, salen justo cinco kilómetros ochocientos metros.

La hice girar en la misma dirección que lo hace de verdad en el reloj y llegamos a los Chiclanos y cinco kilómetros justo desde Camarillas. La moví un poco más y se paró sobre las cumbres de las Banderillas y cinco ochocientos kilómetros también en línea recta. Avanzó otro poco y al llegar al refugio del Espino, la distancia era de tres kilómetros. Algo más adelante se paró sobre el pico de las Palomas desde donde y, hasta Camarillas, hay una distancia de sólo cuatro kilómetros.

Más adelante paré de nuevo mi aguja del reloj y ahora sobre el Picón del Galayo, que en línea recta, está a siete kilómetros del cortijo. En don Domingo la detuve otra vez y vi que la distancia era de seis kilómetros. Algo más adelante se detuvo justo sobre el pino Galapán y al mirar rectamente tenía cuatro kilómetros y medio desde el cortijo. Más adelante y para arriba porque ahora vamos subiendo, se detuvo encima del cortijo de Cañá Lamienta, desde donde a Camarillas hay seis kilómetros. Y por último, este reloj mío imaginario y su aguja mayor, se detuvo sobre el refugio de Monterilla. Miré y vi que en línea recta tenía cuatro kilómetros ochocientos metros hasta Camarillas.

Y claro que este juego y reflexión lo ideé para averiguar si Camarillas se merece o no el título de corazón de los Campos. Comprobé que sí, aunque le falte un poco, y esto me gustó. Y digo que le falta un poco, porque no se ajusta a la realidad con exactitud y menos si echamos manos a los mapas u otros papeles. Pero como esto mío arranca desde el corazón, tengo otro motivo válido y limpio, aunque se me quede escasa la realidad material.

Y además, descubrí que todo el Calar de Camarillas, la gran loma rocosa que rodea al cortijo por el lado norte, se encuentra sembrada de grandes picos. Siguiendo la aguja del reloj y empezando por los Chiclanos, el Calar de Cañá Rincón, Calar de Camarillas y paramos en las Palomas, centro del tercer calar con el nombre de Calar de las Palomas, tenemos veinte picos seguidos con una altura que van desde 1815 a 1870 y termina en las Palomas que tiene 1964 metros.

Así que me di cuenta que los Campos, son como dos grandes llanuras partidas en su centro y a lo largo, desde el poniente al saliente, por una enorme cuerda rocosa: el gran calar de estos Campos que comienza con el nombre de Cuerda de la Nieve, los Chiclanos, Calar de Cañá Rincón, Calar de Camarillas y Calar de las Palomas. Esta cuerda sigue y remata, su máxima altura, en las cumbres del Almorchón que tiene.

Y ahora vuelvo a él que continua diciendo que:
- A parte de que ha sido un cortijo de los más importantes por esas tierras, de los que más riqueza han tenido, en Camarillas había unas labores muy buenas. Se ha sacado mucho pan de allí. La Loma de la Paja, es más pedregoso, el Campo del Espino, tiene de todo, Pinar Negro, no tiene de nada, porque sólo hay pinos y rastillos de esos allí. Las tierras del cortijo de Camarillas, son más y con mayor valor.

- Pero me estoy preguntando que ¿cómo sacabais de allí lo suficiente para vivir treinta y cinco personas?
- Pues sacábamos y nos sobraba. Nunca nos faltó y teníamos animales, comían las bestias, los marranos, las gallinas y hasta vacas que llegamos a tener alguna vez. Casi todos los años sacábamos unas doscientas fanega de grano.
- ¿Y esto daba para vivir todo el año treinta y cinco personas?
- Es que esta cantidad que te digo, era sólo en mi casa. Mis tíos podrían tener otro tanto. Los ocho hermanos tenían más o menos, la misma parte que mis padres.

- Aquello era, entonces, una mina.
- En aquellos tiempos, valía un capital muy grande. Hoy no vale nada porque han venido las cosas como han venido y ya se ha hundido aquello. Pero en aquellos tiempos, Camarillas, era una finca grande y buena. Nunca nosotros tuvimos que salir a decirle al molinero: “Oye, déjame una fanega de trigo que te la pago el año que viene”. Nunca. Teníamos un par de bestias para labrar. Borricos y mulos que no paraban nada más que cuando los nevazos nos acorralaban.

En vida de mi abuelo, yo me acuerdo ver vacas nuestras. Eran vacas de carne. También tenía más de quinientas ovejas. Nosotros llegamos a tener hasta doscientas.
- ¿Y cuando llegaban las nieves?
- Algunos tíos míos, se iban por la parte de Murcia, Levante que se llamaba aquello, por la Sierra Carrasco y por toda esa parte, pues iban a invernal. Al centro de Sierra Morena, como valía más caro y no se podía pagar, porque es que así era, la gente iba menos. Aunque según, si pintaba bien el otoño, sí se iban a Sierra Morena pero sino, se estaban allí. Yo me acuerdo ver las vacas romper la nieve con los pechos.

- ¿Cómo fue que os vinierais de allí?
- Pues porque la vida fue cambiando. Nosotros empezamos a irnos a la mili y uno que si se iba una temporada a trabajar por ahí, porque le gustaba y invitaba al primo. Luego se decían: “Esto no interesa porque es muy penoso. Por ahí se gana un dinero y aquí no lo juntamos nunca”. Poco a poco nos fuimos enfriando cada vez más hasta que nos vinimos de allí.

Es que los padres también se daban cuenta que la vida suya no podía seguir. De aquellos ocho hermanos nacieron otros hijos y claro, si se repartían las tierras, cada vez iban tocando a menos. Mi abuelo, fue solo y aunque tuvo muchos hijos, era mucha propiedad para pocas personas. Pero según corría el tiempo, estábamos más, para las misma propiedades. Cuando mis abuelos empezaron a hacer ocho partes de todo aquello ¿pues qué quedaba?

Después de la guerra, por allí hubo mucha gente que trabajaba sólo por la comida y poco más. Aunque mis abuelos, en esto también tuvieron una cosa buena. Las personas que trabajaban para ellos, no se diferenciaban en nada, de los dueños del cortijo. Se comía, se dormía y se estaba en la casa, todos por igual.

Recuerdo a un pastor, cuando nosotros nos criábamos, que estuvo allí dieciséis años. Eramos todavía chiquitinos y se bajaban mis padres a Santiago a lo que fuera y como ya hemos dicho, era un día bajar y otro subir, pues el hombre nos custodiaba a nosotros. Como si hubiera sido mi propio padre. Preparaba la lumbre, nos hacía de comer, se iba con los animales y además del cuidado que tenía para con nosotros, llevaba para delante las faenas que tuviera encomendadas.

Si había un jamón empezado, cogía, si había tocino, lo mismo. Yo me acuerdo que aquel hombre tenía tres o cuatro hijos. Vivía sólo de lo que le daban en el cortijo de Camarillas. Me acuerdo que se comía el pan solo y todos los días guardaba un trocico de tocino. Porque cada mes, bajaba cuatro día a la “vestiura”, a vestirse y tomarse un descanso. De todos los trocillos de tajá que guardaba, juntaba una bolsa y se la llevaba a sus hijos. Fíjate, el hombre se quitaba la comida para dársela a sus hijos. Iba con el zurrón que lo cogías y pesaba aquello, tú verás.

El echaba su merienda, cogía el trozo de tocino, jamón y de lo que fuera y se lo metía en el zurrón. Y luego iba y se juntaba a comer con cualquiera y sacaba su pan y tajá, como normalmente y a comer. Y si no había gente, sólo se comía el pan. El hombre esto lo hacía para no dejarnos mal a nosotros. Para que las otras personas no pudieran decir que nosotros éramos tacaños con él. Fíjate como el hombre pensaba y aunque se quedaba sin comer para llevarle algo a sus hijos, a nosotros, nos dejaba siempre con buena reputación.

Pero si había un jamón, un blanco, un chorizo o lo que fuera, allí no había puertas cerradas para nadie. Se colgaba, por ejemplo, un jamón en la despensa y hasta que quedaba, cortaba todo el que lo necesitaba. Lo mismo le cortaba el que era el dueño que el otro. No me acuerdo si fue mi tía María Josefa o a mi madre, no sé a quién fue, que, cuando al primer día que entró, al otro día por la mañana, le dijo: “Párteme usted el pan para la merienda”. Y mi madre o mi tía, se lo dijo.

Y ella le contestó: “¡Ese cargo no me lo hecho yo! Ahí está y si luego te falta o sobra, no le tengas quejas a nadie. A parte que ese cargo no es mío. Tú echa lo que quieras y te administras en conciencia”. Que estas cosas las cuentas por ahí y no se lo creen.

En lo que yo me acuerdo, que fue bastante después de la guerra, a un pastor le daban doce mil pesetas al año, dos pieles para antiparras, una borrega escogía y la “mantención”. Luego él llevaba treinta o cuarenta ovejas que las costeaba el dueño. Cuando vendía los borregos, si eran treinta, eso cobraba. Y luego le sumamos a todo esto, cuatro días de vestiura por mes. Sólo iba a su casa una vez al mes a por ropa limpia y a descansar algo con su familia. Tenía ropa en el cortijo para cambiarse más a menudo.

- Y en el centro de los Campos ¿a dónde ibais a por leña?
- Muy lejos cogía. A Nava Noguera íbamos a por leña. A Cabeza Alta, por la Pinadilla y a Pinar Negro. Muchas veces, más de dos horas teníamos de camino. Y teníamos que coger para todo el año. En invierno yo no me acuerdo nada más que una vez que faltó la leña y había allí un sitio donde crecía un pino, ya casi seco. Entre este hombre que estamos mencionando y mis tíos, lo cortaron y se lo trajeron a cuestas. No podían las bestias por la nieve.

Pero normalmente, no faltaba ni la leña ni la comida ni el calor dentro del cortijo. Aquello era como un hormiguero que en el buen tiempo, se tupia de todo y cuando los nevazos llegaban, dentro nos quedábamos sin problemas de ninguna clase. Y estábamos junto a los nuestros y en nuestras tierras. Entonces como no había para decir: “Pues me voy a tal sitio a echar unos días de trabajo”, pues en el cortijo todo el año entero.

Era una obligación, cada uno de la casa, tenía su trabajo asignado. Uno se encargaba de las bestias, otro de la leña, otro de las ovejas, los marranos, la labranza... en fin, cada uno tenía asignada su tarea y claro, así cundía mucho el trabajo.

De lo que estamos hablando ahora, me gusta mucho. Todos los recuerdo que tengo de Camarillas, son agradables. De lo que más emoción yo sentí una vez, no se me olvidará nunca. Teníamos garbanzos en el piazo de la Risca de don Fernando. Mi padre, que en paz descanse y yo, fuimos a por dos cargas. Enmedio del camino, se nos cayó una burra, muy buena, que teníamos. Venía cargada de garbanzos y el animal, no podía o se le descompensó la carga y se vino al suelo.

Era ya de noche y no era cosa de dejar allí la carga. Entre los dos, mi padre y yo, la levantamos y la volvimos a cargar. Así que llegamos a la era y le quitamos la carga, pues aquello me orgulleció a mí. Me sentía orgulloso percibiendo que habíamos hecho una cosa buena.

- Ahora que hablamos de bestias ¿cómo se llaman los distintos equipajes que se les ponen?
- Pues es que tienen varios. Según la labor que se quiera hacer, así se les ponen unos ataharres y otros. Lo fundamental es el aparejo, para cosa de carga. Al aparejo se le puede acoplar un montón de cosas. Si se vas a sacar estiércol, pues hace falta un serón y ya está. Si es la recolección de la mies, se acarreaba a la era con unas amuges. A cargas con dieciséis o dieciocho haces que era lo normal. Son dos palos que van atados de atrás y de alante, encima del aparejo. Se queda un palo a cada lado del aparejo. A esos palos se le ponen unas sogas, que son especiales para las amurres y ahí se coloca la carga. Es así como se hacía la recolección de la siega.

Para acarrear leña, si son troncos cortos, eran como unos ganchos que se llaman angarillas. No hay que engarzar la leña. Sólo ponerla en las angarillas y amarrarla con el cincho y ya está. Una soga de cincho, que se llama. Si no tenemos las angarillas, son dos sogas, una de lazo y otra de cincho. Esto es más o menos, para trabajos con aparejos.

Luego en la labor, pues está el ubio al que se le engancha o la vertedera o el arao. Tanto una cosa como la otra, va empalmao con un timón y unas vilortas. El timón va cogido a la camaleja del arao, que se llama y las vilortas son como especie de un tornillo. Se ponen dos vilortas, una atrás y la otra alante y así de esa forma se empalma el arao con el timón. Así que tenemos el ubio, las colleras, las uncieras, las llavijas, el barzón y más cosas.

El aparejo lleva, primero unas mantas, encima el aparejo, un ataharre y una cincha. La cincha es lo que cruza por la barriga de la bestia para amarrar bien el aparejo y que no se desnude. Cuando se está arando, lo que se engancha en la garganta del arao, broza o raigambres, se limpia con una pieza que se llama gavilanes.

Como allí en el cortijo hemos tenido vacas, burros, mulos y de to, pues había un apero para las vacas, que no era el ubio que se usa con los mulos. Las vacas, en puesto de llevar el tiro en las cruces como los mulos, pues lo llevan en los cuernos. Iban muy revestía y quedaban bonica labrando con aquello. Llevaban una pieza en la frente que se llama frontil, hecho de rejo y aquello era una joya. Algunos hasta le ponían espejos y todo, para mirarse el vaquero. Pero cosa de artesanía de verdad. Y todo esto, pues ya se ha perdido.

Y además, como teníamos de toda clase de ganado, pues en el tiempo de vender los borregos, hacíamos queso. Había en el cortijo un cacharro para hacer queso que se llama entremiso. Tenía cuatro departamentos. Dos más pequeños para los quesos menores y los otros dos, para los quesos más grandes. Y aquello llevaba unas “acequias”, se puede decir, tallado en carpintería pero hecho a capricho. Al queso se le quedaban las labores que tiene el entremiso, dibujá en las dos caras, porque le daban la vuelta y se quedaba aquello muy bonico y por los lados, se le quedaban los dibujos de las pleitas. Aquellas piezas de quesos que hacía mi madre, salían que parecían de artesanía de verdad.

Vi yo un día el entremiso en la casa de este amigo mío. Me la enseñó y con mis propios ojos pude comprobar lo que es este artilugio. Una tabla rectangular de un poco más de un metro de larga por unos cuarenta centímetros de ancha. En una cara de esta tabla, a mano y con navaja casera tiene tallado el redondel de un queso. Dos grandes y dos más pequeños. Los grandes eran para quesos de dos kilos o más y lo menores para quesos de un kilo o menos. Estos círculos tienen muchos pequeños surquitos que parten desde el centro y salen hacia los lados. El centro está más elevado para que los surquitos que vienen hacia los bordes tengan su pequeña pendiente. Por ellos corre el suero que va soltando el queso ya recogido dentro de la pleita.

Desde cada uno de los cuatro círculos parte un surco mayor que recorre la tabla a todo lo largo y se sale de ella por uno de los extremos menores. Pero antes de derramarse fuera los cuatro surcos, de cada círculo sale uno, se juntan. Forman un surco mayor y ya sale fuera de la tabla. Por cada uno de estos surcos y luego por el que se forma de la unión de los cuatro corría el suero que iba saliendo del queso sobre el círculo y la pleita. Y al salir fuera de la tabla el surco mayor de todos derramaba el suero en un cubo que ponían para recogerlo. Un artilugio muy extraño pero construido con mucho ingenio y lo más sencillo posible. Yo lo he visto con mis propios ojos y me quedé admirado tanto de la perfección con que está labrado como de la distribución de los círculos y surcos. En la casa de mis amigos he visto yo este artilugio y cuando me lo enseñaron les dije que lo guardaran con cariño porque es toda una pieza de arte. Algo que ya nadie hace por ningún sitio y por eso tiene un valor incalculable.

- Pero el queso que se hacía cuando teníamos en buen estado el cortijo de Camarillas, era sólo para las necesidades de la familia. No era para comerciar como por ejemplo hacen en la Mancha y esos sitios. Que ya lo hemos dicho: el queso se hacía al vender los corderos. Al día siguiente se ordeñaban las ovejas. En unos cubos y orzas de barro, que era lo más corriente. Que estos cacharros son muy útiles para añilar las aceitunas, los chorizos de las matanzas y otras cosas.

Eran unas orzas de barro que algunas tenían dos asas y otras cuatro. Cuando ya estaban ordeñadas las ovejas, se colaba la leche pero no con un colador sino con un trapo. Era con miras a que aquello no le entraran ni pelos ni otros piscos. Después de colada, llenas las orzas de leche, se ponían al lado de la lumbre con su correspondiente cuajada. Que esto, ahora te digo lo que es.

Cuando nacen los corderos, lo primero que maman son los calostros. Una leche muy espesa que por lo visto tiene gran alimento. Si después de haber mamado este cordero pequeño, se muere o se mata por la circunstancia que sea, se le saca el estómago entero lleno de estos calostros. Se cuelga y se deja que se seque bien hasta que los calostros se ponen como la leche en polvo pero más apelmazados y duros. A este producto se le llama cuajo, que es lo que sirve para echárselo a la leche y que se cuaje para hacer el queso. Y como ves, se trata de un producto natural cien por cien y de un resultado excelente.

Se picaba en el mortero, con agua templá y según la cantidad de leche que hubiera, se le echaba de cuajo. Mi madre sí lo sabía hacer y nunca se equivocaba. Tenía fama para hacer el queso. Ella tenía unas normas que lo mismo le daba que hubiera siete cubos de leche que hubiera tres. Ella siempre sabía la cantidad y a ojo. Claro que depende de la cantidad que se le eche, el queso tiene un sabor u otro. Si le echa mucho, sabe a cuajo y ya no está bueno y si le echa poco, la leche no se cuaja bien. Tiene que ser lo justo y nada más.

Cuando ya tenía las orzas llenas de leche y con su cuajo correspondiente, las ponía a la par del fuego. Le daban vueltas y así que veían que estaba bien cuajada toda la leche, preparaban el entremiso, preparaban las pleitas que son de esparto y la leche cuajada, la iban echando en aquello. Con las manos iban apretando para que la cuajada soltara el suero hasta que veían que había un queso completo. Lo dejaban escurrir durante doce, quince o veinticuatro horas y ya le retiraban la pleita.

Cuando salía, pues era queso fresco y del bueno de verdad. Entonces se echaba en sal o se arreglaba al gusto de cada uno. A mi madre le gustaba más en aceite, porque cuando está rancio, que decimos que está rancio pero es que ya está curao, en aceite, tiene un sabor como un poco picante. A mi madre le gustaba mucho así.

La cantidad de queso que se hacía, dependía de los borregos que se vendiera. Unas veces eran cincuenta, otra cien y así. De cada diez litros de leche, salía como un kilo de queso. El suero que salía de hacer el queso, a las personas les gustaba mucho. Como antes había tanta gente por allí, unos de una forma y otros de otra, pues cuando hacíamos queso, mi madre los invitaba a todos. Veía a un pastor y le decía: “Oye, pues mira ve a tu compañero y le dices que se venga esta noche que vamos a comer suero. Hemos hecho “cabaña” y tenemos en cantidad”. Porque a esto de hacer el queso, nosotros siempre le hemos dicho cabaña.

Y venían muleros, pastores, escardaoras, garbanceros, venía... pues gente de toa. Y le dábamos una taza de aquello, cocido para que estuviera más bueno y las personas lo celebraban. Mi madre, casi siempre le echaba un poquito de cuajada y así alimentaba y estaba bueno de verdad. Así que el suero que salía de hacer el queso, no era perdío ni mucho menos. Lo celebrábamos nosotros y otras personas que nos lo agradecían.

- ¿Qué es el bálago?
- Una balaguera es un montón de paja de centeno. Porque la paja de este cereal, no valía. Y a parte de que no valía es que no se puede hacer para que se la coman los animales. Al trigo, se le echa el trillo pero al centeno, no. A este cereal se le echa las bestias y dar vueltas y lo “emenuzan” con las patas. Entonces, lo que íbamos buscando es que cuando sacábamos el centeno, pues trillarlo y la paja, tirarla. Que en puesto de ser paja, era muy larga. A esto le decíamos bálago.

Y aunque acabo de decir que lo tirábamos, no era así del todo. Como sabíamos que en los meses de las nieves, las cosas se ponían feas, las cañas que dejaba el centeno después de trillarlo, sí que las guardábamos. Se ponían unos palos y en forma de almiar, las íbamos apilando allí. Por mucho que lloviera, el agua no calaba y así se conservaba bien. Esto se hacía más cuando mis abuelos tenían sus vacas.

Y las vacas, en esos meses duros de las nieves y los fríos, cuando no tenían comida de otra clase ni por ningún sitio, se alimentaban del bálago aquel. Es verdad que esto es muy malo. Se lo comen cuando tienen ya mucha hambre. Antes de morirse, se lo comen. Porque dice el refrán que de la mala leña un buen brazao y es verdad. Pues aquello era malo pero como la necesidad obligaba tanto, se lo comían con gusto.

El centeno, la semilla de las cañas del bálago, sólo servía para pienso. Se hacía harina y a los borregos cuando eran chicos, se lo echábamos. También a los marranos y a las vacas. Es bueno echárselo molío porque para las vacas es buena la harina de todas las clases. Pero para consumo humano, no valía el centeno. Las cañas de esta planta, también se usaban para hacer albardas, los aparejos que se les ponen a las bestias.

- ¿Por qué se da bien el centeno en las tierras de Camarillas?
- Yo creo que es por el clima que tiene el terreno, que es muy frío pero el caso es que sí se da bien este cultivo. En terreno cálido no se da el centeno. Es una planta muy salvaje. Tiene mucha fuerza en las raíces y parece que le gusta las tierras duras.

Estábamos trillando en agosto y ya se estaba sembrando el centeno. Verás si te explico: Muchas veces, en este mes de agosto y cuando menos lo esperábamos, se presentaba una tormenta. Entonces dejábamos las faenas de la era y nos íbamos a sembrar el centeno. El trigo se siembra más tardío. Si algunas semanas después caía un poco de lluvia, ya estaba la siembra garantizá. Entonces se aforrajaba. Los otoños que no venían muy temprano para las nieves, pues estas siembras se aprovechaban para el ganao. Casi siempre para las ovejas. Al llegar la primavera, se hacía bueno, maduraba, se secaba, lo segábamos, lo llevábamos a la era, se trillaba y se le sacaba el grano.

En Camarillas, que ya lo hemos dicho, estábamos siete u ocho familias. Cada una tenía una balaguera de aquellas. A la mejor se trillaban allí trescientas cargas de mies de centeno. La paja, el bálago que es su nombre, se tiraba, en el sentido de que no era tan buena ni se la daba tanta utilidad como a la excelente paja que sale del trigo, que se la comen todos los animales y es un buen pienso.

- ¿Y alguna oración que te enseñaran los tuyos?
- Una muy bonica, dice así:

Jesucristo salió de caza
en un riquísimo día,
los galgos iban cansados
y la caza no salía.
Se encontró con un mal hombre
de mala fe y mala vida,
le preguntó que si había Dios
le dijo que Dios no había.

- ¡Calla hombre que sí hay Dios!
Y también Santa María,
que el que te va a dar la muerte
también te ha dado la vida.

A otro día por la mañana
la muerte a por él venía.
- Detente muerte espantosa
detente siquiera un día
que confiese mis pecados
y también las culpas mías.
- No me detengo una hora
que Jesucristo me envía
que te lleve a los infiernos,
a los más hondos que había. Amen.

La Navidad, en el cortijo de Camarillas, también estaba llena de encanto. Mayormente nos juntábamos los primos, porque mis padres y mis tíos, también se juntaban pero no era tan frecuente. Los chiquillos nos juntábamos y a pedir el agilando de casa en casa y luego nos parábamos en una de las viviendas, casi siempre en la de mi abuela, y allí celebrábamos lo que habíamos recogido. Unas veces nos daban una careta, un chorizo. Cada uno lo que quería y podía. Los pasábamos bien.

La cena de la Navidad, se intentaba mejorar todo lo posible pero quieras que no, estábamos en un cortijo y en aquellos campos y claro, allí ni había langostinos, ni bebidas ni cosas de las que se utilizan hoy. A lo mejor se mataba un borrego o un pollo. Mi madre hacía algunos dulces especiales. Hacía roscos fritos, que están muy buenos, manteaos, en el horno, galletas, tortas de manteca y arroz con leche que mi madre siempre le echaba miel.

Otra cosa que mi madre hacía pero en cualquier tiempo, eran los buñuelos. Es como un rosco pero con la masa como la de los churros. Tenía ella unos moldes de lata con los que cortaba la masa. Es como un caquirucho con un agujero en el centro que llenaban de masa. Lo metían en la sartén con el aceite caliente y él mismo se soltaba y salían, pues como especie de churros. Uno de los moldes se llama florero, para hacer flores en la Semana Santa y a lo otro, se le llama buñolero. Había por allí algunos ojalateros que lo hacían y los vendían.

Los reyes, pues allí era casi como otro día cualquiera. Si era casualidad que bajaran mis padres a Santiago, compraban algún juguete, dulce y otra tontería, y sino, pues na. Poníamos los alpargates en la ventana y a otro día, a lo mejor teníamos una onza de chocolate, una peseta de caramelos, que entraban diez a la peseta, turrón y poco más. Alguna galguería para los críos pero que era menos que ahora.

- Empezamos a despedir al cortijo de Camarillas pero antes vamos a poner la última pincelada. Si subimos desde el Barranco del Borbotón hacia el cortijo, a la derecha nos quedan un par de arroyos que no son muy grandes ¿Cómo se llama el primero?
- Ya lo hemos dicho, es el Vallejo de los Rompizos. Que nace no en todo lo alto del calar sino a media ladera.

El que nos queda a la izquierda, que es más largo y tiene luego varios ramales, nace en un sitio que le dicen la Torquilla. Baja por el Barranco del Buje, que es su nombre verdadero. Así que el arroyo tiene el mismo nombre: Barranco del Buje, que también lo hemos dicho ya. Se junta con el del Borbotón antes de llegar al Pocillo del tío León. Frente del cortijo hay un arroyo que le dicen el arroyo de las Lagunillas y más arriba hay otro, que le dicen el arroyo de las Casicas y ya la Rambla de don Fernando.

- Y nos despedimos.
- Pues de este cortijo donde yo nací, tengo para escribir una historia larga pero como esto ha sido casi como un sueño, por lo breve y pasajero, podemos situarnos por la cuestecilla que sube desde el Pocillo del tío León. Remontamos por el camino de la Cabrilla y tomamos el que va al cortijo de Camarillas. Pasa por una hoya donde hay un espino majoleto muy grande, sale a media falda por un morro que le decimos el Morro Carreras, que es muy chico pero bonico.

Y ya llegamos a lo alto de la era. Conforme llegamos a la izquierda, hay una era pequeña y unos pozos que hicimos para darle agua a los animales y para regar las eras. Porque aquellas eras son de barro y había que regarlas y entamarlas. Crecen allí unos chopos y llegamos al cortijo. A la entrada, a mano izquierda, tenía su casa una tía mía, que estaba un poco separá del cortijo pero ya lo otro es como si fuera uno solo.

Al desemboque del camino, la primera puerta que hay allí, era la mía. La casa de mis padres. A mano izquierda había otro tío mío y ya a mano derecha, estaban el resto de mis tíos. Entramos a la casa principal, que era la de mis abuelos. Que ya hemos dicho, fueron los fundadores de Camarillas. Un poco a la derecha estaba la lumbre con el fuego encendido todo el invierno y parte de la primavera y otoño. Enfrente estaba la puerta del dormitorio, a mano izquierda, las escaleras para subir a la cámara y un poco a la izquierda también, la puerta de la cuadra y la cantarera debajo del hueco de las escaleras. Y así es el cortijo.

Las bestias entraban por la misma puerta del cortijo y las cuadras quedaban dentro. Era para tenerlas más defendías. Había gente que robaban bestias y así de este modo estaban más protegidas. Mulos es lo que más hemos tenido. Nosotros dormíamos arriba. En la cámara que mis padres tenían muy bien apañá. Eran como habitaciones, en aquellos tiempos, bien echas.
El pajar estaba en la misma vivienda de las bestias pero por encima. Con tablas y encimas, el pajar. Por detrás de las patas de las bestias, en un rincón hicimos una construcción que se le decía la pajera. Con su puerta y así no teníamos que subir al pajar para echar paja, nada más que cuando se acababa la que había en la pajera, echábamos más y duraba una semana o así.

Los graneros estaban en las cámaras. Bien hechos de tablas y madera. En el cortijo de Camarillas, había graneros que les cabía sesenta y hasta setenta fanegas de grano. Como se cosechaba de to, pues había muchos graneros y grandes. Al frente de la puerta de los cortijos, a las dos manos, teníamos cinco tinás que es donde se encerraban a las ovejas. Por detrás del cortijo también teníamos unos corrales, que así le decíamos nosotros, levantados de piedra y allí sembrábamos las patatas, el tabaco y otras cosas. El tabaco lo vendíamos pa hacer otras compras. Así que allí, como estás notando, le pegábamos a to.

Cuando llegaban los fríos, esto lo recuerdo con mucho cariño, al entrar al cortijo, muchas veces me encontraba a mi madre sentada frente a la lumbre tomando el calor de las llamas. Cuando teníamos algún rato libre, nosotros también nos sentábamos al calor de las ascuas. Pero como casi siempre estábamos trabajando en el campo con los animales, pues era con menos frecuencia.

Conforme entrabas a su casa, mi abuela se sentaba en el rincón de la derecha. Siempre en el mismo sitio. Nunca se lo quitaba nadie. Hasta las personas que llegaban de fuera, le respetaban el sitio a mi abuela junto a la lumbre. Todo decíamos: “Este es el sitio de la abuela”. La queríamos y como aquel rincón estaba más resguardado del frío y a ella le gustaba, pues nadie se le ocurría quitárselo.

Mi padre también tenía su rincón junto a la lumbre. A lo mejor llegábamos y si él no estaba, nos sentábamos en su silla pero en cuanto lo veíamos llegar, sin que nos dijera nada, nos levantábamos y le dejábamos su sitio. En la silla de mi padre a lo mejor nos sentábamos alguna vez pero en la de mi madre, nadie se apañaba sentado en ella. Así eran las cosas de antes y a nosotros nos salía de dentro sin crear ningún problema.

Y claro que ahora me digo yo que, de estas cosas y otras parecidas que no se recogen aquí y sólo las conocen ellos, le nace al Padre, la emoción que siempre le fluye, casi en forma de lágrimas, cuando ahora, por cualquier motivo, se pone a contar la vida que tiene clavada por el rincón del cortijo de Camarillas. Así son las verdades y las personas y estas sierras y por eso siento y digo lo que digo.

La pista de tierra que por la derecha se aparta de la mía, remonta a la cumbre de una recia loma y por entre el collado de cuatro picos casi cortados con el mismo patrón, vuelca hacia el barranco de Cañá Lamienta. Dos picos grandes quedan a un lado y otros dos al otro y miden por encima de los mil ochocientos metros. Las curiosidades y cosas bonitas que presenta esta tierra aunque sea dura cuando se vive luchando en ella una vida entera.

Kilómetros cuarenta y seis quinientos. Y ahora ya baja. Desde los mil setecientos metros, que es casi la mitad de la ladera, se deja caer en busca de un nivel más corto y por supuesto, se aproxima al surco del arroyo que me acompaña por la izquierda. En la vertiente opuesta a la que recorro, veo la construcción de otra casa o tinada. Son las que correspondes al cortijo de la Juanfría. Desde la distancia parece como si tuviera abandonada y me digo que seguro no será así. Cualquier construcción para refugiarse y medio vivir en estos lugares, para los pastores, son palacios.

Recuerdo algunos nombres por estos rincones: la Cabeza, El Morro de la Enebriza, los Hoyos del Moreno, las Fuentecillas, Estrecho del Toril, Cañá Lamienta, la Praera, El Banderín = Límite de la provincia de Jaén con Granada. La Cañá Huéscar = Viejo Camino a Huéscar. Los Rayones, los Cucones, la Tiná de las Enebrizas, la Fuente de la Zorra, el Covacho del Molinero, Collado Jardín, Loma Jardín, Hoya Gérica, Prao Flores, las Piedras Rojas, Majá Temprana, la Juanfría, la Umbría de la Juanfría, los cortijos de la Juanfría, Cuevas de don Domingo.

Por unos metros, la pista discurre casi por completo recta. Mucha retama y majuelos a los lados y también mucho pasto lo cual me extraña un poco. Da la sensación como si por estas tierras no pastara ganado porque de lo contrario, la hierba y el pasto, ni sería tanto ni alcanzaría la altura y espesor que tiene.

Por la izquierda y pegado al arroyo, descubro tierras labradas de un huertecillo y aparecen los álamos. Siguiendo el surco del arroyo que discurre sin agua, crecen. Cuarenta y siete doscientos y sigue descendiendo y acercándose al surco del arroyo. Descubro que toda la orilla está muy verde y los álamos se espesan por momentos.

Ya estoy en la parte más honda de este surco y por la izquierda, de pronto aparecen un par de árboles que a primera vista creo son tejos. Pero según avanzo cambio de opinión y me digo que son pinsapos que en aquellos tiempos sembraron por aquí expresamente. Seis, siete, ocho... quizá muchos más y me escoltan por el lado izquierdo. Un nogal no muy grande y un fresno. Siguen los árboles que identifico como a pinsapos mientras me empiezo a decir que no voy a tardar mucho en encontrarme con el pino Galapán.

La hondonada del arroyo que voy recorriendo por el lado derecho avanzando en la dirección que corre el agua, se presenta reventando de verde pero por el surco no corre agua. Y me digo que es normal porque estamos en pleno verano y puede que también porque muchas de las corrientes de estos arroyos, se filtran por las grietas de las rocas calizas y corren bajo la tierra. Brotan en veneros muy caudalosos pero ya en las zonas más bajas de los barrancos.

Las retamas verdes y unas matas repletas de flores blancas, también muy verde. Comprendo que la vegetación por aquí tenga un ciclo más tardía que en otras partes de las sierras. Son zonas muy altas y por lo tanto, de temperaturas frías y bastante húmedas.

“Lo que te quería decir es que la retama borde, encanta mucho cuando florece porque es una planta bonita. Sus flores son amarillas y adornan el campo con primor pero esta planta, no se la come ningún animal. Yo no sé qué enfermedades podrá curar, si es que cura algunas pero la planta es tan borde, que ni las bestias se la comen porque revientan”.

De nuevo me digo que por aquí no pastan ni ovejas ni cabras por la abundancia del pasto. Quizá esté reservado a los bosques de pinos. Ahora me digo que los árboles que he dicho eran pinsapos, no todos lo son. Algunos pertenecen al grupo de los alerces. Y el pino Galapán que aparecerá ya mismo. Uno algo similar y casi en el mismo surco del arroyo pero no es el gigante. Por la ladera donde crece el viejo pino, van apareciendo varios de la especie. Son laricios y algunos grandes y viejos a la vez que también atormentados por los vientos y las nieves.

La cañada ésta preciosa. Muy bonita pero no me explico por qué no permiten al ganado que paste por estas tierras tan buenas de alimento para ellos. Tienen tanto pasto que me digo que si por cualquier causa hubiera un incendio, todos los bosques arderían como la pólvora.

Por la derecha y arriba, me queda un pico de unos mil setecientos metros que lleva por nombre el Pinar. Es el último de una colección que han venido cayendo desde las cumbres que son limites con Granada y si los cuento, este llevaría el número doce. Y vienen perdiendo altura desde el más elevado que roza los mil novecientos metros.

Ya aparece por la izquierda la bella figura del pino Galapán. Es justo el kilómetro cuarenta y seis quinientos. Se agarra a la tierra en la misma hondonada del arroyo y no se encuentra solo. Por este lado de la izquierda, tres más se clavan en la torrentera y dos en el barranco. Uno que está torcido y luego el Galapán que emerge de entre las retamas y se alza recto y bello por la limpieza de su tronco y la figura de su copa.

Y ciertamente que es muy grande este viejo gigante de la sierra pero tengo que decir que dentro de la extensión del parque natural, tengo vistos ejemplares muy señoriales. Por mencionar algunos diré que en la Cañada de las Fuentes, donde nace el Guadalquivir, más arriba, antes de Puerto Llano, el pino de las Cruces y en el mismo Puerto Llano, por el barranco del Guadalentín, por el Raso de la Puerta, en el río Borosa, por encima de la Cerrada de Elías, el pino de la Mala Mujer, en el Collado del Haza y cerca de Aguas Negras, por la Nava de Paulo y por Nava Noguera, por las laderas de los Poyos de la Mesa cerca de Vadillo, por el río Madera y por las laderas del Yelmo.

En fin, por muchos rincones de este parque natural, yo tengo descubiertos, abrazados y fotografiados, bastantes gigantes tan nobles o más que este que rozo ahora mismo y no es que lo quiera desmerecer. Con los robles, los tejos y las encinas, casi sucede lo mismo pero también estos ejemplares crecen en rincones muy poco accesibles y por lo tanto, casi nada conocidos y menos visitados.

De este pino Galapán también quiero yo ahora decir que oí hablar de él hace mucho tiempo, en el pueblo de Úbeda y siempre fue de boca de los muchachos y muchachas que, de estos pueblos o aldeas, estudian o estudiaban en el colegio de Safa. “Pues tienes que ir un día y conocer ese gran pino nuestro que se llama Galapán”, es lo que siempre me decían.

- Por la zona son abundantes las ovejas, las cabras y las aldeas. También abundan los valles, las nieves blancas sobre las cumbres en invierno y por entre los pinos, los cortijos. Cuando tú vas por allí hay momentos en que puedes confundir la nieve con las ovejas y éstas con las casas por las laderas.

De entre todos estos pinos, el majestuoso, el que si lo ves una vez no lo olvidas jamás, se llama Galapán. En el mismo centro de la Rambla, en la parte de la solana, lleva viviendo más de 700 años, superando ya los 35 m. dirección a las nubes buscando el cielo y el volumen de su madera llena más de 38 m. cúbicos.

- ¿En el Cerezo es donde nació Paqui?
- No, ella nació en aquellos cortijos que se ven más arriba; los que están entre el bosque tan tapados, tan tapados que cualquier día de estos dejan de verse.
- Total, casi en el cielo y en el mismo centro del edén. Porque estoy viendo que lo rodean cinco picos que rozan los 1700 m. y el bosque chorrea por la ladera tan espeso que no cabe un árbol más.
- El Chaparral, le dicen al lugar o más concretamente, Casa del Chaparral. Como ves, por si faltaba algún pino, tenemos los chaparros, las encinas que tanto te gustan, que dan bellotas tan buenas para las ovejas y que son las más viejas, las más auténticas de estas sierras.

- Pero, entonces Muso ¿Qué es?
- Son por lo menos tres cosas: El cauce de un arroyo, un manantial con sus buenas pozas de agua y un rincón de ensueño donde en verano la gente va a bañarse.
- Es que por aquí no hay ningún arroyo que se llame así.
- No vendrá en los mapas pero nosotros lo llamamos Muso y está entre el Cerezo y Los Cañuelos, a la derecha según venimos del pino Galapán. Mira, ves, ahí, en lo hondo del barranco, junto a los álamos y la soledad. El día que vengas, vas a ver tú, belleza buena derramada por ese rincón. Y Recuerda: Se llama Muso, porque aunque no venga en tus mapas, por aquí todos lo conocemos por ese nombre.

Si el cielo empieza en la tierra y si Dios anda por entre los hombres, sentándose a sus mesas y compartiendo sus alegrías y penas, desde hoy no pongo en duda que en el Valle de las Aldeas, ese hecho es real. Lo acabo de ver con mis propios ojos y palpar con mis manos y es como siempre he soñado y eternamente he intuido: Entre naturaleza. Donde los arroyos corren limpios, los corderos son sueños que retozan por las praderas, el viento es cosquilla que llena de gozo, las estrellas son el guiño amable del infinito y los bosques, la expresión amorosa de Dios para con la tierra y los hombres.

Por eso, tú no dejes nunca de venir y ver para que te convenzas de que este otro trozo de sierra es lo desconocido, Lo que llena por encima de todo y te deja la mejor de todas las sensaciones. Y como tanto me hablaban de él y me lo presentaban como lo más grandioso, un día vine y era también en verano.

Dicen que este pino Galapán tiene más de 400, que su tronco mide más de cinco metros de perímetro y que alcanza una altura de más de treinta y cinco metros. Dicen que este pino Galapán fue indultado cuando en aquellos lejanos años cortaban pinos por aquí y otros rincones de la sierra para la construcción de los barcos en Cádiz y Cartagena. Y dicen que este pino Galapán puede ser incluido en la lista de los árboles más singulares de la Península Ibérica. “Galapán”, quiere decir que es un galán grande. Un pino que es todo un enorme galán por se tan grandullón y hermoso. Galán muy aumentado y por eso le llaman GALAPÁN.

Sigo con la ruta que hoy me tienen por este rincón de la sierra y al mirar, veo que la ladera que sostiene al pino Galapán, es alargada, toda llena de retamas, muy pendiente porque es por donde baja la cañada que recorro y un surco que se ha hundido ahí. Las dos laderas son muy pendientes. Se muestran repletas de retamas.

Desde el surco del arroyo, comienzo a remontar hacia el lado sur. Es la loma que me ha venido quedando a la derecha. Me saluda un gran macizo de rocas blancas. Una pared construida por humanos donde hay un tubo para tomar agua en caso de incendios. Hay unos tornajos y sigue remontando. Los pinsapos y los alerces, siguen dando escolta al camino que recorro ahora por la izquierda. Y los pinos, en el otro lado, por las crestas de las lomas recortados y asombra por su belleza. Son laricios.

Ya me encuentro casi en todo lo alto de esta loma y entonces, la cañada, se ha juntado con la otra primera que traía antes y ahí se ha hundido. Eso es una ladera impresionante. Han sacado la pista por lo alto porque es mucho más fácil. Sigue viniéndose por completo para la derecha hacia el macizo de la Sagra y remonta. Corona por entre muchos majuelos, espinos y un pastizal tremendo. Me sigo extrañando que por aquí no haya ovejas para que aprovechen estos pastos.

Al remontar, unas piedras muy bonitas y asoma la construcción de una casa o tinada. Por la tierra llana que le precede, un burro y un mulo comiendo en el prado. El pastizal es casi hierba todavía. Por la derecha, el barranco poblado de un gran bosque de pinos. En una curva, un pilar de cemento con su tubo y el chorro de agua. Voy atravesando el rincón que tiene por nombre Prado Flores.

Baja por el puntal, por donde se vuelve de nuevo buscando el surco de la rambla que acabo de recorrer. Hay ya unos hitos para señalar los kilómetros. Atravieso una bonita llanura por lo alto de esta loma y sigue asombrándome la abundancia del pasto. Hay también muchos pinos jóvenes. Esto salta a la vista aunque sea verano.

Gira ahora para la izquierda y vuelve a meterse en el barranco de la cañada cogiéndolo ahora mucho más abajo. Comienzo a ver el barranco, muy grande y muy abierto y con la misma vegetación. Pinos laricios, retamas y espinos. Kilómetro cincuenta trescientos. Va a cruza una vez más la rambla por un puente bastante amplio y ahora descubro que a derecha e izquierda, salen unas pistas de tierra. La de la derecha es la que va y recorre todos los rincones que atrás mencione por el extenso rincón del Cuarto del Pinar. Profunda e inmensas hondonadas y cumbres por donde nacen un buen puñados de arroyos y hay algunas tinadas para el ganado.

El de la izquierda, remonta hacia el cortijo del Curtido y de la loma de la Paja para luego juntarse con otra pista que sube desde Don Domingo hacia Cañá la Cruz. La presencia del puente me anima un poco y es porque los paisajes comienzan a serme más familiares. Tiene sólo dos ojos y está muy bien construido. Por la rambla que me queda por la izquierda y que no tiene agua, es por donde se va la pista que decía.

Remonta y empiezo a tener conciencia de haber atravesado lo grandioso y para mí, hasta hoy desconocido. Me encuentro un hito que sostiene el kilómetro quince. Claro que es contando desde Santiago de la Espada, creo. El trozo de pista que ahora comienzo a recorrer, es también vereda de trashumancia. La rambla que queda en lo hondo y la en lo alto, otra vez vuelve a ser árido esto. Rocas blancas y nada de vegetación. Sólo un tapiz de pasto raquítico y muchos majuelos.

Kilómetro cincuenta y uno novecientos y ya termina de remontar. Parece como que volcara a otra rambla y sólo es una extensa llanura recogida entre la Rambla de los Cuartos, que he dejado atrás y el barranco del Cuervo, que atravesaré pronto. La pista enfila recta y al frente ya veo construcciones de casas. Es esta la primera aldea o la última que sube desde Santiago de la Espada. Don Domingo tiene por nombre y se levanta casi en el centro de una preciosa llanura y sobre una altura de casi mil quinientos metros. ¡Qué nevadas no caerán por aquí en los inviernos crudos!

Aquella tarde de verano, al pasar por las llanuras que rodean a las bonitas casa de esta aldea, nos paramos. El rebaño de oveja se desparramaba cubriendo todas tierras llanas y como la imagen nos pareció tan bonita, no pudimos resistir la tentación de recogerla en una foto. Y salió bonita. La tarde era muy calurosa y los pastores se arrancaban desde las casas hacia las tierras que toman las ovejas.

Por la izquierda la construcción de una casa que fue grande, seguro forestal y creo que ahora, hotel de montaña. Una instalación para curar el ganado y por la derecha, un bloque de álamos, la llanura y las primeras casas de la aldea. Kilómetros cincuenta y dos seiscientos y por la izquierda se aparta la pista que viene de Cañá la Cruz y nacimiento de Fuente Segura. ¡Qué nevadas no caerán por estas tierras! Es lo que otra vez me repito y ahora recuerdo cuando aquel día le entré a este valle precisamente desde Cañá la Cruz.

Y Como tengo lleno el corazón,



en esta mañana especial que llega acorralándome contra el rincón del arroyuelo en tu sierra, se me viene al recuerdo aquella otra mañana que al pasar por la tinada de la derecha ya veo los llanos por donde se asientan las casas de la vega y se ve el barranco de la gran rambla y como por estas fechas es casi plena primavera, a pesar de la sequía, los campos están verdes y la hierbecilla brotada y los árboles ya se mecen repletos de hojas nuevas y como es un paisaje hermoso el que hoy presentan estos campos y como desde hace mucho tiempos estos lugares a mí me tienen fascinado, ahora estoy gozando intensamente.

Y es por esto que, mientras vamos dejando atrás las partes altas de los montes de hoy, se me va quedando el alma en los paisajes que atravieso y los ojos en lo que va apareciendo a cada curva del camino.
- Parece un sueño.
- Y ahora que bajamos por aquí me acuerdo de lo que un día me contó mi padre.
- ¿Qué fue?
- Como tiene tan conocido, andando y vivido estos campos, lo sabe todo y recuerda hasta las imágenes de los sueños en las noches de estrellas aladas.

Así que hablando de cosas de estas sierras me contó un día que sobre aquel monte, donde el arroyo que corre en dirección sur se tropieza con el cerrillo y tiene que girar hacia el poniente, construyeron un chozo y justo en lo alto del cerrillo para desde ahí dominar bien tanto el barranco grande que da al río como la llanura que queda al frente y las laderas con paredes y arroyos incluidos, al lado norte.

Y me dijo que aquel chozo, construido de monte y palos de encinas, una vez levantado sobre el leve montículo, parecía todo un gran palacio a donde acudían casi todos los pastores de la sierra tanto a dormir por la noche para no quedarse a la intemperie como a charlar y compartir la comida durante el día.
- Tú tienes que venir y ver esa senda estrecha que baja por el arroyo.
Me decía.
- ¿Qué le pasa a la senda?
- Que es la más bella que nunca nadie haya trazado por ningún rincón del planeta. Baja desde la llanura del cortijo y en cuanto se aleja, se queda perdida por entre las zarzas y los durillos del arroyo y, de vez en cuando, se alza un poco sobre la ladera para no tropezarse con los charcos y en cuanto avista el chozo, se deja ir directamente hacia él y cuando uno se encuentra en el rellano de la misma puerta del chozo, si mira a la senda y ve venir por ella a los otros pastores de las llanuras de los campos, se te llena el alma de gozo y de espanto.
- Pero, sendas y refugios para los pastores, hay muchos por las sierras.
- Pero como ésta, con su chozo al final, su arroyuelo ahí mismo y el bosque de encina en las llanuras, al frente, no hay otra en todo el mundo. Tú tendrías que venir y ver si es verdad o no lo que ahora yo te digo.

Esto y otras muchas cosas eran lo que mi padre me contaba del chozo del cerrillo con su senda, el arroyo y la llanura y desde aquellos días, no sé por qué, siempre sueño con el rincón y hasta me parece un puñado de tierra mágica que un día tendré que visitar y ahora que pasamos por aquí, me he acordado de él y no he podido perderme la ocasión de contarte lo que su recuerdo produce dentro de mi corazón.

Y rumiando en mi alma la presencia de este día entre ellos y en sus casas, voy yo en estos momentos y ya venimos rozando los paisajes de otra de las aldeas del valle cuando me dice su nombre y al mirar, la veo justamente al lado del arroyo con el mismo nombre, a la izquierda de la dirección que llevamos.
- ¡Qué nombre más bonito y qué cerro más redondo!
Y también me dice cómo se llama y luego el del arroyo, el del río y el del charco.
- El que atravesamos no es todavía, que éste desemboca en la rambla, sino el siguiente y ¿y sabes lo que me pasa?
- ¿Qué es?
- Que al ver el arroyo me viene al recuerdo, la figura del pequeño cortijo construido ahí mismo, muy pegadito al cauce y donde casi lo bañaban las aguas y enfrente de la ladera de los pinos.
- ¿Qué tuvo, tiene o qué paso en el cortijillo?
- Sí tengo muy clavado en mi mente aquello que un día me contaron.
- ¿Y qué fue?

La gran nevada
- Que por la ladera que da al levante, aquella mañana pastaba el rebaño de cabras y en la tinada de la loma, se había quedado el pastor y como el ambiente por la mañana era algo frío y estaba nublado, en todo momento el hombre se estaba diciendo que tenía que ir en busca del rebaño. Y estaba él repitiéndose este deseo cuando por el otro collado de las carrascas, asomó no el rebaño sino una punta de cabras, unas treinta que se habían separado del grueso del ganado y cogiendo el arroyo grande arriba, se vinieron luego para el otro arroyo de los álamos y después recorrieron la ladera para venir a salir al collado de las carrascas y cuando el pastor vio este pequeño grupo de animales, se quedó algo extrañado porque no hacía ni quince minutos que acababa de ver la totalidad del rebaño pastando por la otra ladera.

“¡Qué raro! ¿Cómo se habrán separado estos animales del conjunto de la manada y se han venido por este sito en tan poco tiempo? Se digo para sí realmente sorprendido al tiempo que le salía al encuentro. “Es como si hubiera ocurrido algo extraño porque sino, cómo puede explicarse este comportamiento tan anormal. Además ¿qué hago yo ahora?” Siguió diciéndose el hombre por momentos más lleno de dudas y su gran incertidumbre estaba en ¿qué hacía en aquel momento con aquella punta de cabras?

Pensó encerrarlas en la tinada y quedarse él también por allí en espera de que el resto de la manada llegara al caer la tarde y pensó esto porque era lo que habitualmente sucedía: cuando su rebaño se iba de careo por las laderas en que hoy se habían ido, lo que siempre sucedía era lo siguiente: los animales le entraban a la ladera por donde los dos arroyos se juntan y desde aquí se desparramaban llenando todo el monte hasta que ya, cayendo la tarde, alcanzaban el final de la solana y al llegar a este punto y hora del día, sin que nadie los condujera, los animales se recogían hacia el lado del arroyo que baja por la umbría y todos ellos, perfectamente ordenados, se dirigen a la tinada y esto era así puntual desde la primera vez que el rebaño tomó la ladera y como lo sabe el pastor, ahora duda si quedarse en la tinada esperando a que al caer la tarde, la parte del rebaño que falta, regrese y mientras tanto, puede meter en el corral el piquete que ha llegado desorientado o dejarlo por ahí pastando mientras termina la faena de las cuatro cosas por hacer.

Parece que esto fue lo que aquel hombre pensó y decidió pero quedándose con en la duda de hacer lo contrario: coger y llevarse el pequeño piquete despistado hasta donde estaban las otras cabras y así de esto modo se aseguraba de dos cosas: ver qué había sucedido para aquel tan extraño comportamiento de los animales y que siguieran su pastoreo hasta el final del día y entre una cosa y otra estaba el hombre dudando cuando vio que la oscuridad del cielo, por las partes altas de la sierra, empezó a crecer y como si lo que asomara por allí fuera la misma oscuridad de la noche, sopló un poco el viento y aunque era época de frío, en aquel momento no parecía que fuera a nevar pero al ver esta oscuridad al hombre se le aclararon las ideas: “ cogeré este grupo de cabras y volveré a llevarlo a donde están las otras no sea que allí haya pasado algo y si me quedo aquí tan tranquilo a lo mejor luego más tarde no puedo remediar lo que ahora todavía sí”, fue lo que de nuevo se dijo y enseguida se puso en acción.

Recogió a las cabras, las condujo hasta la sendilla y en cuanto terminó de remontar la pequeña ladera se encontró con el collado de las setas, porque así es como dicen que se llamó y creo que todavía se llama el collado donde un día estuve buscando setas con mi familia y vi que el lugar hace honor a su nombre y son como sombreros de grandes las setas que en esos terrenos se crían y como tú bien sabes, este tipo, también son únicas en el mundo.
- Yo no sé muy bien pero sé que las setas de cardo que por estas tierras crecen, son exquisitas como ningunas, porque las he comido en muchas ocasiones y casi siempre ha sido porque mis amigos los pastores me las han regalado y cuando llega el otoño, como ellos son tan generosos y de corazón tan grande, al menos a mí siempre me regalan buenas bolsas de estas setas porque saben que me gustan mucho y esto es una de las cosas que de las setas de tu tierra te puedo decir y la otra, es el pellizco que dentro de mí tengo ahí donde se me amontona tantos pellizcos.
- ¿A qué te refieres?
- Es que de las setas todavía no sé yo bien, ni su secreto para cogerlas, dónde crecen con mayor preferencia y cuales son las mejores.
- ¿Nunca las has visto por estos campos?
- Sólo en dos ocasiones pero más bien como lo hacen los torpes y yo sé que eso ni es bueno ni es serio y como te decía, tengo dentro de mí el resquemor de no haber gozado a fondo todavía el placer de echarme por los campos a buscar las setas, sintiéndome uno de vosotros entre vosotros, por eso os envidio tanto y por más verdades que te contaré otro día.

Porque es como si me sintiera frustrado, como si mi verdadera vocación hubiera sido la de andar por estas tierras como tu padre y otros pero en fin, de este asunto, que es mi secreto más hondo, ya no quiero hablar más y sigue tú con lo de aquel hombre y sus cabras.
- Voy a seguir, porque cuando el hombre llegó al collado de las setas, se echó barranco abajo y en diez minutos estuvo en la solana y quiso, en aquel momento, preguntarle a los animales qué había pasado pero claro, a las cabras ¿cómo les iba a preguntar? y, sin embargo, parece que no tardó en obtener la respuesta porque brilló un relámpago y a continuación estalló el trueno.

“¡Va! Será una tormenta como otras muchas”. Fue lo que se dijo y de inmediato empezó a buscar refugio y por las rocas blancas de la gran pared que se encuentran a mitad de la ladera, también se refugiaron las cabras y lo que parecía que en un principio iban a ser sólo unos relámpagos, unos truenos y unos cuantos chaparrones de poca monda, se convirtió en un auténtico diluvio donde caía la lluvia como si fueran cataratas que desde el cielo se hubieran desbordado y como las nubes eran tan espesas, se cerró por completo en una densa oscuridad. “¿Si ya es de noche con esta lluvia tan grande ¿cómo voy a irme de aquí con tantos barrancos, arroyos y monte como tengo por delante hasta llegar a la tinada y luego a mi cortijo donde me espera la familia?” Se dijo y tenía mucha razón porque era totalmente imposible moverse de aquel refugio y más imposible era todavía pensar en atravesar los campos para llegar hasta su cortijo.

Así que allí se quedó aguantando la lluvia mientras sentía como la ladera se iba convirtiendo en una pura cascada y los profundo barrancos en una densa tinieblas y no paró de llover en tres o cuatro horas seguidas y, además, torrencialmente pero cuando ya la noche estaba tocando su centro o así, paró un poco la lluvia y se calmó el viento aunque el frío siguió aumentando y empezó, entonces, a nevar con tal abundancia y copos tan grandes que en nada de rato, tanto la ladera como los barrancos y las llanuras, quedaron por completo tapadas por la nieve y ¿tú has oído alguna ver hablar de las nevadas de estos campos?
- Sí que lo he oído y hasta me han cogido por aquí.
- ¿Y tú has odio decir lo que le ha ocurrido a mucha gente atravesando los campos en esos días de nevadas grandes?
- También lo he oído pero aquel hombre con sus cabras y con la nieve ¿cómo escapó?

- Pues casi no escapó pero escapó porque cuando amaneció al día siguiente el hombre vio que toda aquella ladera, el barranco, las otras laderas de enfrente y toda la gran sierra, estaba tapada por un amplio y grueso manto de nieve blanca y no pudo él ni siquiera saber dónde estaban sus cabras ni qué había sido de cada una ni tampoco, aunque lo hubiera sabido, podía hacer nada por ellas y lo único que pudo y, a duras penas, fue dejar el refugio, bajar hasta el arroyo que de tanta agua y tanta nieve, por ningún sitio podía cruzar pero por ese sentido de supervivencia y amor a la familia y a la tierra y a su cabras y a sus raíces y a su yo profundo y a la verdad eterna que tú sabes, es el Dios sincero de nuestras vidas y nuestras cosas, al final lo cruzó por unas rocas grandes en la parte más cerrada y cuando, casi todo deshecho, llegó al cortijo de su propiedad, ya si que no podía cruzar el arroyo que bañaba la vivienda y al intentarlo, se hundió en la misma nieve que junto a la corriente se había amontonado y allí se quedó perdido ante las miradas de su familia y en la puerta de su humilde casa.

Así que fíjate: lo que empezó con aquel piquete de cabras que se separó del grueso de la manada, acabó con una de las nevadas más grandes que se han conocido en estas sierras y con la vida de uno de los serranos enamorados de su tierra, sus animales, sus caminos y su rincón y sus piedras y ahora dime tú, ¿esto no lo sabe Dios y lo tiene apuntado en el gran libro de las letras de oro y las verdades eternas?

Y en este camino que hoy llevamos rumbo a su aldea, ya estamos nosotros bajando la ladera norte del picón redondo y como por aquí todo lo que se ve, llena de gozo el espíritu y los ojos de verde, me dice:
- En cuanto terminemos de recorrer la ladera, vamos a caer a la hondonada que se forma entre el nacimiento del arroyo y la cabecera de ese otro afluente que se le engancha un poco más adelante y ya verás qué maravilla de arroyo ese trozo pequeño que desciende desde lo más alto. ¿Tú has oído hablar de la fuente de la piedra?
- Sí que he oído algo y hasta me parece que en una ocasión debí estar cerca.
- Pues nace esta fuente también un poco al norte del pico a una altura grande y de toda esa zona es de donde se le va juntando el agua que luego va recogiendo el arroyo. Por qué ¿tú has oído hablar de los charcos azules?
- Los charcos azules con reflejos de planta, son muchos en estas sierras y yo, de unos he oído hablar y de otros tengo referencias por mis propios ojos pero si te refieres a unos charcos azules concretos que tú conoces y yo no, quizá es la primera vez que oigo hablar de ellos.
- Seguro que sí, porque me estoy refiriendo a unos charcos azules concretos que aunque yo tampoco conozco, sí me han dicho que están por aquí.
- ¿Dónde de por aquí?
- Me parece que en el segundo barranco del segundo arroyo. ¿Ves ese pino clavado en la ladera del collado?

Y el pino que me indica sí que lo veo mientras ahora mismo llegamos a lo hondo del primer barranco, Se le ve clavado en la ladera verde del collado y desde lejos se parece al grande viejo y quizá no le llegue ni a la mitad pero se parece y resalta más aún por lo solitario y la tierra inclinada del collado en que ha venido a crecer. Por eso le digo que:
- Lo estoy viendo.
- Es un señor pino pero no es ahí donde yo quería quedarme sino al volcar ese collado, que no sé cómo se llama, aunque sí me lo han dicho muchas veces, donde veremos los charcos azules.
- ¿Y si no los vemos, por las escasas lluvias de este año?

- Pues te diré que esos charcos son inmensos lagos de belleza y cuando los ves desde lo alto de este lado, lo que más te impresiona es su transparencia al mismo tiempo que sus tonos celeste, verdes y nieve y cae primero una gran corriente desde este ladera y antes de convertirse en charco, salta en una cascada, ni muy grande ni muy ancha pero sí lo suficiente para que al caer el agua, el charco todo se convierta en espuma con burbujas redonditas que parecen diminutos mundos flotantes que enseguida se deshace, tanto la espuma como las burbujas, y lo que de esa corriente resulta, es toda una fantasía viviente. Y es un charco grande, alargado para seguir el cauce que el arroyo ha horadado y al principio, como si fuera una playa de piedrecicas y después, una gran profundidad donde el agua se torna casi verde, por la profundidad, y luego otra vez playa que por la parte del arroyo se queda sólo en corriente donde el agua sigue bajando y por la parte de arriba, aparece la limitada llanura también de piedrecitas blancas y relucientes.

¡Qué maravilla de arroyo con un charco como ese que más parece un lago donde se remansa, no agua sino viento mezclado con cielo y nieve! Una magia, de verdad, y más embrujo cuando en él tú ves los juegos que según me han dicho, jugaban los jóvenes los de aldea de enfrente.
- ¿ Y qué juegos eran esos?
- Pues creo que se venían en pandillas y por la parte de arriba del charco ellos se organizaban, repitiendo una y otra vez y siempre, su aventura favorita de atravesar el charco, no nadando sino andando y desde la primera playa, uno detrás de otro, se iban andando adentrándose en las aguas y poco a poco quedaban sumergidos por completo en ella sin dejar de andar y paraban sólo cuando llegaban a la segunda playa y entonces ahí, unos a otros se felicitaban y mientras tanto, el resto del grupo, contemplaba la escena desde las rocas de la cascada de la primera playa y, según me han dicho, gozar de aquella escena era la visión más hermosa que jamás nunca nadie pueda contemplar en esta tierra del sol naciente.

Y así me va interpreta él la tierra y mientras nos vamos acercando no todavía a la aldea pero sí a las vegas, llanuras y laderas que la rodean, remontamos ahora la cuestecilla que nos presenta el collado del pino y como el árbol ya nos queda cerca, vemos que a su sombra descansan los tres pastores que se han juntado para comer en la hora de la siesta porque empieza a calentar el sol y las ovejas se recogen en la tinada de la derecha, junto a las rocas de la ladera o a la sombra de las carrascas y es el momento en que los pastores se junta para charlar, comentar las cosas del ganado o para comer o estar cerca y los miro y es una singular estampa, en medio de la soledad y amplitud de los campos, ellos se buscan entre sí por la necesidad de hablar de algo, para darse compañía y porque al mismo tiempo se ayudan haciendo bueno tu presencia entre ellos, de pastor que apacienta a sus ovejas.

Remontamos el collado y como al otro lado se encuentra el barranco y en su centro el arroyo, casi nos hemos creído que de verdad, enseguida aquí vamos a ver ese hermoso paisaje de los charcos azules pero aunque al llegar a lo alto lo primero que vemos es este arroyo, los charcos no aparecen.
- Pues tendría que estar.
- Quizá no te dijeron la verdad.
- Si me la dijeron pero lo que puede haber pasado es que el arroyo se haya secado por la poca lluvia de estos años pero también puede haber pasado que lo que mis amigos me contaron fuera un sueño, un deseo de llevar a la belleza máxima la hermosura de estas sierras.
- Pero, aún así, yo creo que la verdad de esa fina elegancia, no merma en nada.
- Eso es lo que también creo y aunque el paisaje no exista en la dimensión de la materia, en otra dimensión y conteniendo toda su esencia, sí es verdad y se toca o casi se roza plenamente como un borbotón de bellezas de estas sierras y en fin, que mi fantasía no es menos real porque ahora descubramos que aquí no hay ni charco ni arroyo ¿verdad?
- Y tan verdad.

Retomo el relato de la ruta de hoy diciendo que, una vez recorrida la pequeña llanura hacia la aldea, la pista se me presenta asfaltada. Hasta la aldea de Don Domingo, sí está con su asfalto. ¡Qué bien después de la sesión que acabo de tener! Son las tres menos diez de la tarde. Desde Rambla Seca hasta esta primera aldea, veinte kilómetros.

Aquí, pues una recta larga, enseguida. Una vaguada muy suavizada por donde atraviesan los postes de la luz, llena de hierba muy verde a un lado y otro. Por la derecha y arriba, un pino grande me saluda con su majestad. Un coche y ahí se encuentra las personas del retén para incendios.

Enseguida, nada más remontar el collado, al frente, las casas de otra aldea: el Patronato. Kilómetro cincuenta y tres setecientos y una desviación por la izquierda con un letrero que anuncia la aldea del Patronato a cero cinco kilómetros. Las casas de esta bonita aldea quedan recogidas entre dos preciosos cauces que bajan desde el Calar de las Palomas y el Picón Galayo y rozan los mil setecientos metros de altura.

Por las vaguadas que van bajando, se ven muchos majoletos verdes. Las casas de la aldea, quedan en una ladera y como aplastadas. Baja buscando la vaguada y enseguida un grupo de unos diez álamos reventado verdes justo por donde caen los surcos de los arroyos. Voy ahora metido por la vereda de trashumancia que desde los Campos, sale por esta parte de la sierra para ir recogiendo los rebaños.

- Las ovejas de estas sierras, ni son de la misma raza que pueblan las otras partes del país ni dan los mismos productos.
- ¿Por ejemplo?
- Quiero decir que nosotros, de ellas, sólo sacamos borregos. Su lana no es de la mejor calidad y en estos tiempos nadie la quiere. Y la poca leche que dan, sólo llega para alimentar a la cría que paren. No usamos ni la lana ni hacemos queso en estas sierras de Segura, donde las ovejas tienen denominación de origen.

Que claro, como antes hemos dicho, si en las tierras hubieran industrias, aquí se quedaría la riqueza.
- ¿Y qué industrias?
- Mataderos donde se transformara la materia prima que dan los borregos. Daría trabajo, beneficios y la riqueza, pues se quedaría en la misma tierra que la genera. ¿Me explico?
- ¡Pero claro...!
Es lo que estamos diciendo: que parece que lo único bueno, son las cosas que se inventan ahora y que los pastores nos las apañemos como podamos.
Un álamo solitario, ampuloso y muy abierto. Por la derecha y por la izquierda, otra gran vaguada y al remontar, la tierra arada. Tiene color negra, blanca y ceniza. Por la derecha me quedan las llanuras de Prado Molinero. Kilómetro cincuenta y cuatro novecientos y remonta un cerrete por donde a la derecha me queda una ladera sembrada y la sementera, pues dorada por completo. Ahora que lo advierto, por estas fechas y en otros lugares, están las sementeras segadas y aquí todavía bastante verdes.

Un álamo solitario antes de remontar del todo. Kilómetro cincuenta y cinco doscientos. El Picón del Galayo frente, muy bonito, la amplitud de la vega, una manada de ovejas acarradas debajo de una noguera y algunas comiendo, por la izquierda. Por este lado me va quedando un campo que parece que estuviera sembrado de girasoles y no lo son. Al fijarme bien descubro que son cardos que tienen sus flores del mismo color que los girasoles.

Baja hacia una vaguada muy amplia y al fondo se ve un grupo de álamos. Kilómetro cincuenta y seis seiscientos y por la izquierda me va quedando ahora un sembrado que lo acaban de segar. Un tractor con su remolque cargado de alpacas de paja. Cruza otro arroyo, bajando primero y por la derecha queda una nave empalmada a otra parte de naves. Por la izquierda, amplitud de cañada tremenda con un bosque de álamos muy grandes. La rambla, seca.

Ahora ya se ve por aquí, a la derecha, la cañada con un corte grande de rocas y por su centro, la carretera encajada. A la izquierda un letrero que pone: “Arroyo de Venancia, cero cinco kilómetros” y me encuentro en el kilómetro cincuenta y siete cuatrocientos. Las casicas de Loma Gérica, están aquí mismo. Arriba el pico del Galayo. Otro letrero donde puedo leer: “El Cerezo, cero cinco kilómetros”. Miro por la izquierda y como esta aldea, preciosa ella, la conozco de los hijos de pastores que estudian en el colegio de Safa en Úbeda, me la encuentro aplastada en la hondonada de un arroyo que baja de la loma del Galayo y el Calar de Gila. Son esas las sierras del Almorchón.

Está la mañana limpia y por la ancha sierra, la luz del sol baña, vistiendo de transparencias, las hojas que en los frenos tiemblan y cada gota de rocío, junto con los mil chorrillos de agua, que mana de la dulce sierra.

Y está la madre con la niña, frente al valle, sentada sobre la piedra y desde ellas para el lado del sol de la mañana, las cabras comiendo su hierba, llenando plácidamente a la inclinada ladera y yendo de majoleto a majoleto, por los lentiscos y las hiedras.

Y la niña que es primavera y, todavía amapola acurrucada junto a la madre buena, al ver el panorama de sus cabras, la amable tierra, el collado tapizado de verde y el agua limpia que es esencia, pregunta:
- El azul del cielo que con las nubes juega ¿quién lo pintó tan bonito en este día que de nuevo llega?
Y la sencilla madre:
- La cara azul de este cielo y el cristal de la escarcha que en la cascada cuelga, es obra del artista que dio forma y puso antorchas en las estrellas.

Y la hija de la serrana, que es real princesa donde los ruiseñores cantan y los romeros cuelgan por las peñas:
- Madre ¿y lo de aquella pastora que tú me decías, nació vivió y en estas tierras?
Y la reina enamorada, no sólo del aire que respira y del corazón que a su lado sueña, sino hasta de la luz limpia que la mañana lleva, amorosamente habla y sin querer, enseña:

Una pastora en el campo
guardando las suyas cabras,
con el rosario en la mano
haciendo la vida santa.
Vio bajar una nube
de las cortes soberanas
enmedio de aquella nube
vio bajar a tres damas,
dos vestidas de morado
y otra vestida de blanca.

La niña como era joven
al suelo cayó turbada,
así que se desturbó
la Virgen le preguntaba:
- Dime divina pastora
¿de quién son aquellas cabras?
- Tuyas son Virgen María,
tuyas son Virgen Sagrada.
- ¿Tú me conoces a mí
que tan dulcemente me hablas?
- Sí la conozco señora,
que es la Reina Soberana.

La agarraron de la mano
a los cielos la levantan,
con pitos y clarinetes
y vallonetas y cajas.
El padre de la pastora
muy afligido en su casa:
- ¿Dónde estará mi pastora
que no viene con sus cabras?
Se oyó una voz del cielo:
- Pastor ahí tienes a tus cabras
que la divina pastora
en el cielo está coronada.

El que bien hace por Dios
ese mucho más alcanza, amen.

La carretera ahora baja por la ladera derecha de otra cañada que se va configurando hacia la gran vega de Santiago de la Espada. Es en estas tierras llanas donde se asientas un puñado de aldeas pequeñas pero todas preciosas y llenas de misterio. Algo más adelante se encuentra el nacimiento de Muso.

Esta cañada, pues mostrando una gran extensión de tierra llana, fértil, con muchos sembrados y los álamos dando compañía por ambos lados. A dar la curva, se ve El Cerezo, por encima de los álamos y en las laderas del Galayo y es precioso. Un grupito de casas blancas que contrastan con el verde de las nogueras y otros árboles rodeándolas. Giro con la curva y vuelvo a ver otro puñado de casas más abajo del Cerezo. Son los Cañuelos.

Recuerdo yo ahora que las personas de estas aldeas tienen su lenguaje particular para definir el trasiego con la tierra y el ganado, el entorno por el que se mueven y los fenómenos de la meteorología. Muchos de sus refranes son preciosos, por la cultura y sabiduría que encierran y bastantes, yo los conozco porque me los fueron regalando unos y otros. Pongo algunos para deleite de aquellas personas que lean este librico.

La escarcha peluda a los tres días suda.
Por la cara se come el pan.
El Granaino las mueves, y el ábrego las llueve.
Si quieres saber quién es el hatero, errama el zaque.
Año de muchas piñas, año de muchas nieves.
Por San Marcos, el agua a charcos.
Si marzo ventea, abril aguanevea.
Día de Santa Lucia, mengua la noche y crece el día.
Cuando canta el cabellote en el hondo, lleváte el capote al Cuando canta en lo alto, el capote en el garabato.
Mes de mayo, llave del año.
Abril frío, mucho pan y poco vino.
Año de heladas, año de parvas.
Agua de febrero, llena el granero.
Año de neblina, poca harina.
Por San Antón, los huevos a montón.
Tres días hay en el año que se llena bien la panza:
Jueves Santo, Nochebuena y el día de la matanza.
Al que carga primero no le faltan sogas.
El que no lleva rienda no se calienta.
Si quieres que tu mujer te quiera, ten dinero en la cartera.
El melón y la mujer son malos de comer.
Es como la guantá del gitano que ni sobra cara ni falta mano
Dos hijas y una madre, tres diablos para el padre.
Suegra, abogado y doctor, cuanto más lejos mejor.
Los amores entran riendo y salen llorando y gimiendo.

El domingo de Carnaval es la llave de la primavera. Y quiere decir que si llueve en este día, como la primavera principia en estos cuarenta días, ya está toda la cuarentena de lluvia. El día de la Virgen de agosto, te levantas por la mañana cuando esté recién bañado el sol y levantas una piedra. Si está mojada por debajo la piedra, es otoño temprano y si está seca, no. Otra cosa es que el veinticinco de enero, si amanece raso y sereno, es año garbancero. Que es año de sembrar garbanzos. Las ovejas paren cada dos años, tres borregos. La gestación son cinco meses.

Eres más cansao que los pavillos chicos.
Es como el tío Chumarro, que no encontró mujer
fea ni vino agrio.
Miércoles de ceniza, qué triste viene,
con cuarenta y un día y siete viernes.
Borrico que no lleva tres ¿qué burro es?
Cuando la perdiz canta, nublado viene,
la mejor seña de agua es cuando llueve.
Año de nieves, año de bienes.
No por mucho madrugar, amanece más temprano.
Nunca es tarde si la dicha es buena.
Antes me muero que prestar dinero.
Del agua perdida, la mita recogida.
Agua pasada no mueve molino.
Cuando el borrico canta, si no es de día poco le falta.
A caballo viejo, poco forraje.
Más vale tarde que nunca.
Perro que mucho ladra poco muerde.
Ningún perro lamiendo engorda.
Si quieres ver a un gitano trabajar, mételo en el pajar.
Más vale un por si acaso, que un tal pensara.
A quién madruga Dios le ayuda.
Más vale un pájaro en mano que ciento volando.
Dime con quién andas y te diré de qué careces.
Ojos que no ven, tropezón que te pegas.
Si quieres vivir en paz, deja a tu mujer mandar.
Labra profundo y hecha basura
y no estudies libros de agricultura.
El capital de gitano, una vara, una manta
y un borrico bueno o malo.
En febrero se mea la vieja en el puchero.
A Dios rogando y con el mazo dando.
A palabras necias oídos sordos.
Nuca llueve como truena.
Azafrán de noche y candil de día, hacienda perdía.
Quien mucho duerme, poco vive
Lo que se corre no grana.
Al peor marrano, la mejor bellota.
A perro flaco, todo son pulgas.
A caballo regalaó no le mires el diente.
El sastre del Campillo cosía de barde y ponía el hilo.
No es malo el sastre que conoce el paño.
Más vale flaco en la mata que gordo en la barriga de la gata.
Quien mucho abarca poco aprieta.
De mala leña mucha cantidad.
Otro vendrá que bueno me hará.
Dios aprieta pero no ahoga.
Malo temprano y bueno tardío, temprano mío.
Viendo la choza se ve el melonero.
Trabajar en hierro frío, trabajo perdío.
Si hacen daños lo licores ¿pá qué los beben los doctores?
La mujer y la guitarra antes de usarla hay que templarla.
Tierra que ha de ser barbechada por junio será terciada.
Más vale un agua entre mayo y junio
que los bueyes, el carro y el yugo.

Fui al campo
corté un timón,
cortarlo pude
y rejarlo no. ¿Qué es? El pelo.

Todos los arroyos que vienen confluyendo hacia el grande, poblados por completo de álamos. Kilómetro cincuenta y ocho ochocientos y cruza otra vez la cañada que cae desde el Cerezo y a la izquierda, otro letrero que pone: “los Cañuelos”. Ahora ya baja paralelo al arroyo que se le ve poblado de álamos.

Por las cumbres que me van quedando a la izquierda, desde las Palomas y dirección a pico del Almorchón, se encuentran las elevaciones del Galayo con 1840 metro, la Piedra del Cuervo con 1833 metros y entre los dos y más volcando a la parte de la aldea del Cerezo, el Molatón con 1663 metros. Entre este pico último y el Galayo, es donde se recoge la aldea del Cerezo y corren varios arroyuelos menores que más bien son ramblas secas casi todo el año excepto cuando las nubes descargan con fuerza.

Kilómetro cincuenta y nueve setecientos y la carretera discurre paralela al arroyo que se abre ampliamente con un cañico de agua por el centro y mucha arena y graba. Hace un momento que acabo de entrar por la curva de nivel que va entre los mil cuatrocientos a mil trescientos metros. Vengo bajando porque las aldeas que se recogen por los rincones de este valle, se alzan todas por las tierras mejores y más llanas. Arroyo de las Nogueras, creo que tiene por nombre el cauce que recorro y se forma de la reunión del arroyo del Cerezo, barranco del Castellón, arroyo del Cuervo y barranco de las Canales, todos por el lado izquierdo que es por donde quedan las cumbres.

Kilómetro cincuenta y cruzo otra rambla que me entra por la izquierda. Un espeso bosque de álamos lo arropa y por su centro, se desliza un endeble chorrillo de agua. Por las laderas que acaba de cortar esta rambla, se ve un barranco grande todo poblado de pinos. Por aquí mismo, sale una pista de tierra que va ganando altura y corona por entre el Picón del Galayo y la Piedra del Cuervo para enganchar con otra pista que recorre Hoya Maranza hacia Cañá la Cruz.

Por la derecha veo una hebra de agua brincando por el surco del arroyo grande y voy atento porque de un momento a otro, espero encontrarme con el rincón que por aquí llaman Muso. Es un nacimiento grande donde las aguas subterráneas que vienen desde las cumbres de la izquierda, salen a flote. Es un rincón bonito y fresco donde, en verano, muchos acuden a bañarse.

Remonta ahora por entre unos álamos y si el Muso queda abajo, creo que sí y arropada por unos álamos y hacia donde baja una pista de tierra, ya lo dejo atrás. Por aquí cerca, en otros tiempos, hubo una tejera. Se hacían tejas y ahora, no. Me alejo del rincón porque mi rumbo va por otro camino. Tendría que haberme metido expresamente y llegar a verlo. Otra vez será porque el día de hoy no va a dar para tanto.

Pero recuerdo que me dijo: “Que en el Muso, no hay un sólo nacimiento como por ejemplo es el del río Segura. Si no que arriba, hay piedras de esas del río, muy lavá y por ahí no viene agua. Y ahora, bajas un poco por el arroyo, que es donde ya es el Muso, y empiezan a nacer fuentes. Por lo menos hay cinco o seis y más. Fuentes de aquellas que son pozas que no están echas ni con máquinas ni con obra de cemento. Si no que con la mano, escarbas un poco así, haces el hoyo y ahí se forma la fuente.

Te vas más para allá, quitas otra miajilla de piedras y ya tienes otra fuente naciendo. Hay muchas pocillas que las hacemos por capricho o para beber. El que va por allí un día, se pone y hace una fuente. Un poco más abajo, ya sale más de un cuerpo de agua. Ese río, sí es ya el Muso casi pleno pero también lo es todo el tramo de las fuentecillas que hemos venido diciendo”.

El día aquel, parecía el más bello de todos los días que se han paseado por estas sierras. Era por la mañana y al asomar por la senda, vi a las ovejas pastando por la solana de la derecha, el río cruzando por su centro y en la ribera, bajo los fresnos y en el chozo, a la madre con su hija y al perro con ellas.

Y así que me acerqué, le pregunté y me dijo:
- ¡Ven y verás!
Y la seguí pisando la hierba y al salir, frente vi el borbotón del agua cristalina manando de la tierra y luego al chorro saltando y al charco remansado entre las piedras. Y como me quedé sin palabras, sólo dije:
- Hermana bella, tanta agua y tan limpia y también fresca ¿de dónde viene y a dónde va y tú con ella?

Ha remontado por una ladera toda cubierta de carrasca y justo en el kilómetro cincuenta y uno cien, vuelca al barranco por donde al fondo veo la aldea de los Teatinos. Al frente me saluda toda la gran ladera sur que baja desde el Almorchón. Esto ya son tierras mucho más amplias, muchos almendros a un lado y otro, salteados con las encinas. Retamas, nogueras y algunos trozos de tierra en barbecho.

Al asomar a este morrete y quedarme frente la preciosa aldea de los Teatinos y los Atascaderos, se me viene al recuerdo el gozo de aquel lejano día. Unos amigos míos, ella nacida y criada en esta aldea de los Teatinos, un día vinieron de Algeciras a donde se fueron en busca de una mejor vida, volvieron. me junté con ellos en Úbeda y al día siguiente nos vinimos por estas sierra. Ella quería recordar sus vivencias de niña y las que luego tuvo cuando ya fue mayor y la contrataron para hacer un inventario forestal por el monte de Navahondona, la Cabrilla y los Campos de Hernán Pelea.

Pues aquel día salimos de Úbeda, comimos en Vadillo, estuvimos por donde crecía el Pino que llamaban Abuelo de Cazorla y como era otoño, buscamos níscalos. Sólo dos o tres encontramos por entre esos pinares de la Cuesta del Bazar y luego seguimos. Atravesamos la Nava de San Pedro, el Collado Bermejo, Nava Noguera y en los tornajos de Rambla Seca nos paramos a comer. Era medio día y como el día se presentaba sin frío ninguno y con un buen sol, en la hierba que crecía junto a los tornajos estuvimos comiendo, haciendo algunas fotos y hasta charlando con un guarda forestal de Sierra Nevada.

Después seguimos porque ella quería llegar a su aldea de los Teatinos a ver a su familia y atravesamos todos los campos de Hernán Pelea por la pista que sube desde el pino Galapán. A cada metro se le deshacía el corazón y hasta se le saltaban las lágrimas al contacto con los paisajes que de pequeña había recorrido y amado. Cada pastor que veía con su rebaño de ovejas, decía que era su padre y luego no lo era. Pero la emoción le palpitaba y el amor por la tierra se le convertía en gozo y dolor. Cuando por fin remontamos el cerrete que un poco más atrás describía con la ruta que hoy traigo entre manos, ante nosotros apareció el mágico valle donde se alza su blanca aldea.

Como era otoño, la tarde ya caía y el campo estaba cubierto de espesa y verde hierba, nada más asomar por el cerrete se nos abrió antes nosotros un cuadro tan hermoso y mágico que nos dejó pasmados. Paramos el coche y durante un buen rato estuvimos mirando sin dar crédito a lo que veíamos. El gran valle que acoge a las aldeas de los Teatinos, los Atascaderos y la Matea, se presentaba salpicado de preciosas casas blancas. Por entre ellas, siguiendo los arroyos, los ribazos de los huertos y las laderas, se vestían con un gran bosque de álamos. Como era otoño, a los álamos se le estaban secando las hojas y como el sol de la tarde ya tenía tonos oro, al dar sobre el amarillo de las hojas de los álamos, lo pintaba de un tono tan hermoso que parecía fuego acastañado.

Por las praderas relucía el verde de la hierba y sobre las cumbres resaltaba el oscuro verde de los pinares. Más al fondo y coronando o arropando, se alzaba el intenso azul del cielo que contrastaba con las densas sombras que las montañas iban proyectando hacia los barrancos.
- ¡Nunca había visto a mi tierra con un traje tan bonito!
Dijo ella mientras allí parados observábamos el hondo espectáculo.
- Es que tu tierra es tan hermosa que ni en sueño se encuentra paisajes que los superen.
Dijo él. Yo guarde silencio, saqué la máquina de fotos, hice varias fotos y después de gozarla unos instantes más, asombrado y borracho del esplendor que los ojos estaban captando, seguimos acercándonos a la aldea. Al entra por la primeras casa nos encontramos a su padre que volvía del campo y traía una carga de maíz para las ovejas paridas. La madre también estaba en la tarea de amamantar a los borregos y la hermana menor jugaba con las amigas por la puerta del colegio.

El encuentro fue de lo más emocionante y emotivo porque su familia ni la esperaban pero como ya he dicho atrás, la tarde se nos presentó tan hermosa, todavía fue más especial. Al llegar a este punto, hoy he querido recordar la vivencia de aquel día porque me parece que tiene mucho valor. Al menos para mí y ellos, lo tiene de verdad y por eso la he dejado escrita en estas páginas. Es su mundo, su alma y su cultura y por eso cada matiz y trozo de terreno, vale como la totalidad de estas sierras.

El barranco o valle donde se alza la aldea de los Teatinos, ya he dicho que es amplio y de tierras buenas. Por eso motivo fue por aquí donde se concentraron varias aldeas junto a los manantiales de aguas puras y frescas que no dejan de brotar en cualquier rincón. La más grande de esas fuentes es la del Berral que se encuentra algo más abajo de los Teatinos.

Traza la carretera varias curvas bajando y por el kilómetro cincuenta y uno setecientos, ya rozo la aldea de los Teatinos. Me queda por el lado izquierdo y aunque tampoco paro, sí, en espíritu, me quedo enganchado por las casas blancas que me saludan. En este rincón sencillo y tan lejano, visto desde fuera, tengo a varias personas conocidas que aprecio hondamente. Me gustaría parar y saludarlos pero como decía antes, el día no da para tanto. Desde aquí ahora los saludo y les digo que en otra ocasión vendré a estar junto a ellos.

Santa Lucía
mañana es tu día
subirás al cielo
con mucha alegría
y dirá José:
- ¿Qué mujer es esta
que ha cogido el tallo
de la oliva fresca?

Levanta José
y enciende candela
y verás lo que anda
por tu cabecera.
Son tres palomitas
del palomar
que ni alzan ni vuelan
al piel del altar.

Pero una de las muchas veces que de la aldea hemos hablado, la recuerdo ahora.
- ¿ Y qué tiene tu aldea?
Y la llena de armonía:
- Pues que aunque en la fachada se parece a cualquiera de las otras de este valle, por dentro, encierra lo único y hermoso entre tantas cosas en estas sierras mías.

Mi aldea, donde nacimos nosotras y, junto a los padres, tenemos el nido dulce que Dios tuvo a bien regalarnos, es pequeña porque se formó de la ilusión redonda de cada uno de los seis hermanos que aquí vivimos. Y por eso ella no tiene ni avenidas grandiosas ni farolas lujosas ni paseos ni parques con lagos y asientos de hierro. Sólo tiene, nueve calles corticas, un puñado de casas blancas entre viento limpio, largos días de hielo, nieve, mucho silencio entre casa y casa y en el rincón de cada una, las personas acurrucadas junto a la lumbre y frente a la lucha de las ovejas y el campo.

Pero mi aldea, todavía para nosotros cortijo, coronada de bosques y de un cielo que de tan azul parece misterio, se remonta en un cerrico, junto a los almendros y los huertos y aunque en invierno se queda casi sola porque los vecinos nos venimos a los colegios, a las aceitunas o a Sierra Morena, cuando llega la primavera y brota el verano, se llena de esencias a mejorana y, al caer las tardes, de perfume de ovejas y de sinfonías de corderillos. Por esto te decía que mi aldea, la pequeña y blanca, cual gota de rocío entre la hierba y casi en el centro del valle, no se parece a ninguna otra y lo que nosotros decimos es que tampoco hace falta ni lo echamos de menos.

Y la madre que está presente, aclara:
- Pero en nuestra aldea, otra cosa que a nosotros nos hacía mucha ilusión, a la gente joven, era que llegara el día de San Juan. Y lo digo porque era costumbre que, el muchacho que quería a una mujer, le pusiera un ramo de flores en la ventana por la noche. A la que no querían, por la causa que fuera, le ponían un majo de ajos cogidos del huerto.

Por la mañana temprano, se iba corriendo a por un cántaro de agua a la fuente porque decían que la primera que cogiera el agua, se llevaba toda la gracia. Era levantarnos y salir corriendo para que nadie te cogiera la delantera. Unas iban y otras venían y siempre se decían: “ Yo ya te he ganado, ya me he llevado la gracia”.

Por el mes de mayo, que estábamos deseando que llegara, nos juntábamos todos los jóvenes, las muchachas y los muchachos, y nos echábamos los mayos. Eso era una cosa que se escribían papelillos y a cada muchacha la ponían con un muchacho. Se le escribía un mensaje dentro y se le daba el papelillo. Lo abría y lo leía y a veces, el refrán, el verso o lo que fuera, salía clavado para la persona a la que se le mandaba. Uno por ejemplo, decía:

a quien le echamos de mayo,
por marido y por esposa,
le echaremos a la (nombre de ella)
que tiene cara de rosa.
Otro que era muy famoso decía:
Si tuvieras pretendientes
como flores un almendro,
ninguno te ha de querer
como yo te estoy queriendo.
No tan afortunado era el que decía:
Pa’el mejor marrano
la peor bellota.

- ¿Y en Santa Quiteria?
- Pues que ese día, los jóvenes se juntan y se van a comer a la Fuente del Berral. Es una costumbre que se tiene desde hace mucho tiempo. Porque esta fuente es para nosotros como un símbolo. Por eso los novios cuando se casan, casi todos van a la fuente para hacerse fotos.

- ¿Y los que llegaban de fuera?
- Me estaba refiriendo a los tiempos aquellos después de la guerra. Venían hombres que estaban cojos o mancos. Se paraban en las aldeas o los cortijos y contaban las cosas que habían ocurrido en las grandes ciudades. Casi siempre lo hacían el forma de romances o coplas y luego se les daba algo. Así te enterabas de cosas que de otro modo no podías saber. Pues si yo me sé un romance que me lo aprendí de entonces y no se me olvida. ¿Lo digo?

Y la hija que está presente:
- Los romances también valen.

En la estación de Alicante
a un tren subió un militar
en un coche de segunda
que para su casa va.
Al ir a tomar asiento
el joven quedó mirando
a una señora muy guapa
que lleva un niño en sus brazos.
La señora se conmueve
y le dice con mucha gracia:
- ¿Me quiere coger al niño
mientras bajo a beber agua?
Se pasan tres estaciones
la señora no volvió
el militar con el niño:
- ¿Ahora qué voy a hacer yo?

Se queda mirando al niño
dice: “no viene tu madre”
ve que en la mano derecha
lleva colgada una llave.
Le coge la llave al niño
con ella abre una maleta
y envuelto en unos papeles
llevaba diez mil pesetas.
En los papeles decía:
“Procura al niño y críalo
y si le falta dinero
lo publiquen en el diario”.

Al llegar a la estación
donde todos lo esperaban
al verlo con aquel niño
la madre le preguntaba.
La novia se aproximó
diciéndole estas palabras:
- ¿Ese niño de quién es
tú me tienes engañada?

Desde la estación al pueblo
le cuenta lo que le pasa
cómo le dieron al niño
y el dinero que llevaba.
Preparan para la boda
enseguida se casaron
y se llevaron al niño
y con biberón lo criaron.

Ya que este fue mayorcito
lo meten en un taller
y lo colocan de chofer
que eran los deseos de él.
Ya que aprendió el oficio
este marchó a Barcelona
y se coloca de chofer
con una noble señora.
Ya lleva varios meses
sirviendo en aquella casa
y le hacían muchos regalos
por lo bien que se portaba.
Ya que un día la señora
lo ha llamado a su despacho
- Perdona mi atrevimiento
y mira como te hablo:
si tú te casas conmigo,
como yo no tengo a nadie,
todito mi capital
será para ti y tus padres.

- Señora si tendré madre
pero buena no será
que siendo yo pequeñito
me entregó a un militar.
Al oír estas palabras
ella al suelo se cayó
- ¿Cómo has venido a mis brazos
hijo de mi corazón?
Yo no fui una madre mala,
por eso dejé dinero
para que a ti te criaran.
Y a los que a ti te han criado
quiero pedirles perdón
y también darles las gracias
por este tan grande favor.

- ¿Y lo que me contaba de la Sagrada Familia?
La madre y la hija, reforzadas en momentos por el padre, dicen que:
- Esto es una costumbre que ni se sabe de cuando viene. Puede ser de cuatro o cinco generaciones para atrás o quizá más. No se sabe quién fue la primera persona que introdujo esta costumbre por las aldeas del valle de Santiago de la Espada. Ahora mismo hay imágenes de la Sagrada Familia en las aldeas del Cerezo, Los Teatinos, La Matea, que hay dos, La Huerta del Manco y puede que en casi todas las otras aldeas y cortijos.

La costumbre es como sigue: cada noche, va a una casa. A otro día por la mañana, a otra. En la puerta de la hornacina donde se guarda la imagen, los vecinos le hemos puesto un papelico escrito donde se recuerda que hay que pasarla a las otras casas. Que no se puede quedar más de una noche. A mí cuando me toca cogerla de mi mesa y llevármela, me da cosa.

Cuando alguna vez acude el cura a la aldea para decir una misa por la causa que sea, se coge la Sagrada Familia y se lleva también a la misa. Si alguna persona se pone mala o se está muriendo, se le lleva la imagen y en su casa se deja más tiempo. Y lo que se dice es que, la persona que viene a traer a la Virgen a mi casa, al llegar, llama preguntando: “¿Hay posá para la Sagrada Familia?” y la que está abriendo su casa, le contesta: “Ancha y larga”. Y ya pasa y la deja. Al recibirla, se le dice la siguiente oración:

A la Sagrada Familia,
que mi visita mi casa
le ofrezco mi corazón
mi vida potencia y alma.
Y para más agradarle
le pido con devoción,
a Jesús, José y María,
que nos dé su bendición.
Que nos dé su bendición
que nos dé su bendición.

En un rosario que se le reza a la Virgen, se reza también el Padre Nuestro y en cada estación, se repite lo de que nos dé su bendición. Otra costumbre que también tenemos en esta tierra nuestra y, creemos que no se da en ningún otro lado, es lo de la Cruz. En nuestra aldea, el día tres de mayo, se va haciendo desde el día primero de mes pero el primer día que se reza, es el tres. En una habitación, se despeja entera de muebles, se confecciona un altar, se ponen bancos o muchas sillas y los niños de la aldea, van llamando a las personas para que venga a rezar.

Esto que voy a contar ahora, también es un acontecimiento importante y muy bonico. Las chavalillas así como nosotras, vamos por todas las casas y nos dan los adornos más bonicos que tengan para que se le pongan a la cruz. Figuras, santos, flores para ponerlas y que adornen lo más posible. El altar, de las sábanas más bonitas que haya en la casa, se forra. La cruz se pone arriba del todo. Aun lado un palo y al lado contrario, otro. Se confecciona un arco grande y se va forrando de flores. En las otras partes del altar, se van poniendo los otros adornos. En el altar mayor de la punta de arriba, es una cruz de flores.

Nosotras de pequeñas y ahora todavía y con las amigas, para llamar a la gente, lo hacíamos con almireces. Sin que nadie nos lo dijera decíamos: “Que a las cinco se reza y son las cinco menos diez”. Cogíamos nuestros almireces, nos íbamos por la calle y tirrintintín, tirrintintín, tirrintintín. Haciendo ruido y diciendo: “Venga, que es la hora de rezar a la cruz”. Las personas sabían que a esa hora era el rezo pero los niños pasamos haciendo ruido para recordárselo. Toda la gente, todos los vecinos, nos juntamos en la casa donde está la cruz, para rezar. Si alguna persona mayor o joven no sabe rezar el rosario, siempre hay quien se encarga de prestarle un librico para que lo aprenda.

Las tres costumbres más importantes que tenemos en la aldea son: la que hemos dicho de rezarle a la Sagrada familia, a la Cruz de mayo y la otra es para los difuntos. Cuando se muere una persona, al otro día se hace el entierro y desde el día siguiente, en la casa de los familiares, se junta la gente y durante nueve días, se reza el rosario. En las letanías en vez de decir, ruega por nosotros, se dice, ruega por él. Y al final de la letanía siempre se dice:

María madre de gracia
madre de la misericordia
no desamparéis a su alma
hasta ponerla en la gloria.

Cuando no es rezo para pedir por un difunto, la oración que se le dice a la Virgen, aunque es muy parecido, cambia un poco. La oración que se dice el día de la Cruz, que es como un rosario, en cada estación se repite lo siguiente:

Alma mía
mantente fuerte
que por ti pasó
Nuestro Señor Jesucristo
pasión y muerte.
Por el puente del pelo
pasarás
al enemigo malo
te encontrarás
y dirás, “basta ya Satanás
que en mí, parte
no tendrás
porque el día de la Cruz
dije mil veces
Jesús, Jesús, Jesús”.

- ¿Y la oración que enseñó la madre?
- Con la mano, se hace una señal de la cruz en la frente y se dice: Señor por mis pensamientos. Por mis palabras, y otra cruz en la boca. Por mis obras, en el pecho y luego ya una cruz más grande a la vez que se dice: “hoy en día te ofrezco todo mi trabajo” y si es por la noche, todo mi sueño. Esto me lo ha enseñado mi madre para antes de levantarme.

- Y pasando a otro tema: ¿qué es lo que sale de los membrillos?
- A eso le decimos nosotros licor de membrillo aunque lo único que tiene de alcohol es un poco de vino dulce. Se cogen membrillos, se cuecen, se cuela el agua, se tuesta una poca azúcar, se le echa al agua que ha salido de los membrillos, un poco de vino dulce y la bebida que sale de todo esto, está riquísima.

- ¿Y ya con esto terminamos con el repaso de las cosas en la aldea?
- ¡Que va! Quedan un montón de cosas bonicas que sería estupendo poderlas contar aquí pero como tenemos que terminar, lo hacemos con lo de las fiestas y el becerro que compartimos entre todos los vecinos.

Verás como son las cosas: muchas personas de estas tierras, por unas realidades u otras, se tuvieron que ir a distintos lugares del país. Emigrar, es como se llama esto. Pero aunque por esas ciudades o pueblos, ahora tengan sus trabajos, casas y familias, cuando llega el mes de agosto, todo el que puede, vuelve. Y es que a lo largo de todo este mes, son casi todas las fiestas de las aldeas y pueblos de la sierra.

Todo agosto, fiestas que empiezan con las de Pontones, en los primeros días del mes y acaban con las de Santiago. Entre medias están las de Los Teatinos, Los Atascaderos, La Huerta del Manco. En cada aldea, por pequeña que sea, hay una fiesta. La de los Teatinos, está muy bien porque, a parte de Santiago y la de la Matea, es la única donde se corren vaquillas. Nos juntamos todos los vecinos y compramos un torillo pequeño. Es con el fin de reunirnos todos los vecinos y comérnoslo.

Pero antes de matarlo, por la tarde, lo sueltan en la plaza de la escuela y allí todos los niños y jóvenes, pues lo torean. Por la noche nos juntamos todos, invitamos a los que de las otras aldeas quieran venir y nos comemos el becerrillo. Si viene gente, ya sea de la Matea, como de Santiago, están invitados. Se pone como una barra y se reparte la carne que hemos pagado los vecinos de los Teatinos pero que puede comer todo el mundo.

Mi madre y mi tía, se juntan con otras vecinas y hacen chocolate, compramos churros y por la noche, después del toro, bailamos un rato y luego, chocolate con churros o con migas, que también se hacen algunas veces, y a dormir todo el mundo. Unas fiestas corticas y sin mucho espectáculo pero íntimas y llenas de encanto porque convivimos, que es lo que pretendemos.

Ya guardan silencio sin haber terminado de expresar lo que desean y ahora caigo en la cuenta que de ellos, mis amigos de esta aldea, además de los mil panes redondos, amasados con sus manos y cocidos en su horno de leña, además de las setas de cardo cogidas por los campos un otoño detrás otro, además de las nueces, chorizos, calostros, chotos, manzanas y patatas criadas en sus huertos, también tengo como regalo, y por eso debo agradecerles, el sincero cariño y la pura sonrisa de sus limpias almas. Por estos rasgos y otros que no tienen nombre, sé que, ante Dios, son los mejores entre millones bajo el sol y, además, pastores por los campos de la soledad y los infinitos silenciosos.

Y claro que ahora, parece que es aquí donde encaja un trocico de escrito que guardo desde hace mucho. Lo pongo para que no se pierda y dice así: “Llevo mucho tiempo queriendo ir por esta parte de la sierra y de verdad lo deseo. Además, también deseo conocerla a fondo. De por aquí conozco a mucha gente y también sé que este rincón del parque natural es bellísimo. Las más hermosas tierras que puedas pisar cuando andes por las cumbres, ríos, arroyos, valles y prados de estas sierras.

Llevo mucho tiempo queriendo venir muy en serio por estos parajes que son de ensueño con tantas aldeas, tantos valles, tantas cumbres de muy buena categoría, tantos rebaños pastando en las llanuras y laderas, acarrados bajo los pinos y las alamedas en el mes de agosto, tantos hortales plantados de tan variada y exquisita hortaliza, cereales, perales, nogales, almendros y en fin; se me hace la boca agua pensar en tan buenos frutos madurados en la soledad de valles tan bellos, laderas tan pobladas de bosques y tan hermosamente coronadas de castellones rocosos y pinos que casi se pierden por las nubes dirección al azul del cielo.

Llevo mucho tiempo intentando venir por aquí y sin querer siempre se me escapa lo que a todo el mundo: “¡Está tan lejos!” Frase que me propongo ya, desde ahora para siempre, no repetir más y ni siquiera aceptar esa idea. Lejos no está: los que viven aquí, magnifica gente, de ninguna manera pueden pensar que esto está lejos. Viven y se mueven donde tienen que vivir y, además, donde para ellos se encuentran sus queridas tierras con sus tesoros y sus maravillas. Nunca más volveré a repetir eso de: ¡Está tan lejos! Soy yo el que me encuentro en otro mundo.

El caso es que hoy he venido por estas tierras y de lo que veo estoy tan asombrado que ahora mismo ando hecho un lío. ¿Por dónde empiezo para contar tanta belleza, la amabilidad de la gente y la dulzura de paisajes tan llenos de matices? En cuanto por la carretera empiezo a bajar siguiendo la vertiente del Arroyo Zumeta, desde donde se comienza a divisar el Valle de las aldeas, hacia el pueblo de Santiago, el corazón me late. No me esperaba lo que mis ojos están viendo. Esto es otra cosa; mucho más grande a lo que siempre imaginé.

A mi derecha espaldas, va quedando el Gran pico de la sierra de Almorchón que tiene 1915 m. y poco a poco voy rodando por la falda meridional de otro gran cerro que se llama Los Puestos 1785 mide. En esta ladera, alzado sobre el Valle de las aldeas, surcado por el Zumeta, se aplasta el pueblo de Santiago. Entre la cumbre y el Valle como en un balcón de rocas y bosques, frente al sol del medio, del amanecer y atardecer y acariciado por el viento que por aquí nunca para. Frío, muy frío en invierno porque hay nieves casi perpetuas a lo largo de esos meses y, además, en todas las cumbres que le rodean.

En otoño, continuamente amenazado por las tormentas que suben por el Valle y las que descienden desde las partes altas. En verano, como en un ensueño de mil bocanadas de aire que viene desde lo hortales, majadas y arroyos. Pero en primavera, la maravilla: Todo el pueblo abrazado y besado continuamente por el perfume que sube del Valle y las esencias que descienden de los pinos. Praderas verdes que no se terminan nunca, arroyos limpios que resuenan y bañan, desde las cumbres, laderas y prados y sensación continúa de estar viviendo un sueño. En más de un momento no te puedes creer que sean reales paisajes como estos.

Pasamos Santiago y descendemos al Valle. La carretera que va a la Puebla de D. Fabrique y la otra, la que ya en el Valle, se viene hacia la ladera buscando el abrigo de cada una de las señoriales y bellas aldeas. Son muchas, pequeñas, blancas, recostadas al calor del gran pico Almorchón que es en realidad el que le da la vida puesto que desde sus cumbres y laderas descienden los arroyos y brotan los manantiales junto a cuyas aguas limpias se han formado y desarrollado este puñado- enjambre de aldeas de casitas blancas. Se me desborda el corazón porque ante tal cúmulo de vida humana con sus sueños, sus rebaños y sus huertas, uno no sabe orientarse.

Todo es grande, importante, bello, magníficamente bello y todo es tanto que se te hace difícil hablar de esto en primer lugar y de aquello en segundo, escoger esto y dejar aquello. Ellas, las aldeas, una y enseguida otra y otra y muchas más, su gente que te saluda, que sonríe, trabaja y juega y es bondadosa como los ríos que bajando de las cumbres, a lo largo de años les ha arrullado sin descanso, las huertas, los rebaños y el Valle por donde todo se desparrama armoniosamente arropado y vigilado por el señorial pico de Almorchón. Tantos paisajes y tan repletos, me tienen confundido.

Pero como el Almorchón está ahí, pétreo, silencioso, lleno de dignidad y cobijando en sus faldas a las aldeas. Ahora que lo veo me doy cuenta, descubro que ese monte, este valle, las casas que por aquí se desparraman y la gente que se mueve, respira y sueña, forman una sola unidad que de ninguna manera los unos sin los otros podrían existir. Me doy cuenta también de que no conozco mucho la cumbre más alta de esta sierra y por eso me digo que tengo que subir a él un día de estos.

Tú tendrías que venir y ver la cantidad de emoción y belleza refugiada en las laderas y valle sur de este pico. Tú tendrías que hacerte amigo de la gente que aquí vive e irte con ellos por sus campos; porque tendrías tú que aprender sus cosas, su bondad, que aunque sus vidas andan talladas a golpes de luchas y esfuerzo duro, sus labios siempre sonríen con el reflejo de un alma limpia que forman y son parte de estos paisajes”.

Ruedo por mi ruta y rozo las casas de la aldea de los Teatinos. Por la izquierda me queda una grande muy bonita. Cinco álamos por la derecha y ya desde aquí baja para la Matea, unas de las más grandes aldeas por este precioso valle. Desde los Teatinos sigue una estrecha carretera y llega hasta otra preciosa aldea algo más alejada y pegada a las laderas del Almorchón. Se llama Los Atascaderos. Por ahí pasa la vereda de trashumancia que venía acompañándome y que se me ha quedado por la derecha para rozar el nacimiento del Muso.

- Yo recuerdo, cuando aquello de la repoblación de los pinos, que al caer las tardes, de las laderas del Almorchón, regresaban los jóvenes. Hartos de trabajar todo el día plantando pinos pero se les veía con unos colores en las caras que daba gloria. Y más animaba cuando veías estos grupos de jóvenes, muchachas y muchachos, caminar en busca de la aldea de la Matea y cantando. ¡Qué gusto daba aquello! Y te cuanto esto para decirte que aquella juventud sí que tenía alegría y estaba sana de verdad.
- ¿Trabajando todo el día en el campo y luego regresaban cantando?
- Pero no te creas que era durante un cuarto de hora, que a lo mejor se habían tirado tres horas de camino. Y esto, antes y después de la jornada. ¡Vaya!

Voy entrando en lo más llano de este valle y ahora recuerdo que por aquí cerca y lado izquierdo, es por donde mana la Fuente del Berral. Un caudaloso manantial que da agua a muchos huertos por este valle.

“La hija del pastor de la aldea se casó y cuando aquel día caía la tarde, se vino a la Fuente del Berral y bajo las ramas de los sauces, se hizo la foto de recuerdo. Y como la hija del pastor de la aldea, además de guapa, aquel día estaba hermosa por dentro y lleno de dicha en su corazón porque la ilusión le daba el mejor beso, en la foto que se hizo frente al manantial caudaloso, salió de ensueño y más por la sonrisa que mostraba ella y su cara adornada con las ramas del árbol viejo.

La hija guapa del pastor de la aldea,
aquel día se casó
y como todo para ella
estaba pintado de amor,
al caer la tarde,
se vino al gran venero de la Fuente del Berral
y junto a su limpio cristal,
una foto ella se echó
y así fue como quiso inmortalizar
el momento de aquel día tan bello,
cuando los trigales florecían
y la ilusión le daba su beso”. (Boda de Mariana, hija de Félix de los Teatinos)

Kilómetro cincuenta y dos seiscientos y las primeras casa de la Matea. Más de dos bonitos recuerdos tengo de esta aldea. El primero se remonta a la noche de aquel año que por primera vez pasé por aquí.

Atravesamos los Campos, haciendo el mismo recorrido que yo hoy, y ni siquiera sabíamos por dónde nos movíamos y a dónde venimos a salir. Ya era noche cerrada cuando por las casas de esta aldea pasamos. Le preguntamos a un hombre que nos encontramos en la calle y nos dijo cómo se llamaba la aldea y que para regresar otra vez al pueblo de donde llegábamos, nos quedaban muchos kilómetros. Claro que regresamos pero cuando llegamos eran las tantas de la noche. Desde aquel día, no olvido ni la emoción que vivimos ni el desorientado trance.

Otras de las veces que por esta aldea estuve, se registran entre las emociones de una boda. La hija de un amigo de los Teatinos, Félix, se casó y me pidió que le hiciera las fotos de la boda. Acepté y por eso aquel día viví una grata experiencia que no olvidaré jamás. Todo fue sencillo pero cargado de momentos bellos. Después, otras veces volví tanto por esta aldea como por las otras y de cada día, guardo una imagen tan deliciosa, que no quiero que se me borre nunca.

Ahora ruedo por las calles de la más grande de las aldeas de Santiago, por este valle y la emoción corre por mis venas. Unas casas de construcción nueva por la izquierda y al verlas, recuerdo que por aquí vive otra de las familias que conozco. Sus hijos estudian en la Safa de Úbeda y alguna vez he venido por sus casas y hasta les hice alguna foto.

Ahora recuerdo que en esta recogida aldea, entre otras cosas, se hace un delicioso vino que llaman de Pascua. La hermana Dulce, hermana de Pascual que es marido de la hermana Josefina y ésta hija del Pastor de Fuente Segura de Abajo, lo sabe hacer y le sale para relamerse.

En el cortijo de la Alambra, cerca del pueblo de Canena que es donde la hermana Josefina tiene las ovejas en invierno, me invitó aquella noche y me supo tan bueno que ahora digo aquí que nunca yo antes había probado una bebida tan original y exquisita. Le pregunté y me dijo que la receta se empieza a preparar, como otras muchas cosas en estas sierras, en la noche de San Juan.

Por la Matea




Me dijo ella que:
- Se hace el día de San Juan y los ingredientes son: cuatro litros de vino tinto, dos kilos de azúcar y trece nueces pero verdes. Todo esto se mueve y se echa en una garrafa de cristal, se guarda en un sitio oscuro y se deja reposar desde el día veinticuatro de julio, San Juan, hasta el veinticuatro de diciembre y no se mueve hasta Nochebuena. De aquí para delante, te lo puedes beber y por eso se llama Vino de Pascua. Esto es tradición del pueblo que se viene haciendo desde tiempos lejanísimos. La Matea de Santiago de la Espada, Jaén. Si uno bebe de este vino no obtiene ningún beneficio porque no tiene ninguna virtud. Las nueces se han de coger del nogal, verdes y en la mañana de San Juan.

Por la derecha leo un letrero que dice: “Casa rural, próxima apertura”. Muchos coches y esto me indica que a lo mejor hay alguna boda. Son las tres de la tarde, hace calor y las personas están en sus casas. Las viviendas me van quedando a un lado y otro. Por la izquierda álamos y ahora caigo en la cuenta que por la derecha, desde el nacimiento del Muso, llega una pista que al mismo tiempo es vereda de trashumancia. Se ha venido casi siguiendo el cauce del arroyo y por eso se ahorra las curvas que la carretera da a la vez que también acorta distancia.

La Matea se alza al pie de unas piedras. Pues en el Peñón Gordo, donde el cibanto, en otros tiempos, algunos estuvieron cavando. Decían que habían soñado un tesoro y que tenían que encontrarlo. Algunos nombres de los sitios de por aquí, son: la Tiná Nieves, por encima hay un morrete que se llama la Cueva de la Higuera, Majal de la Cueva de la Higuera, a otro le dicen Labradá, que se encuentra por encima de la Tiná Loncio, a un cenajo le dicen de Toribio, el nacimiento de royo Frío que está más abajo del Cenajo Toribio. El nacimiento del Muso no tiene nada que ver con el de royo Frío.

El nacimiento de royo Frío, pasa por Loma Gérica y va a salir por un riscal que es precioso de ver. Es un punto que visitan muchas personas pero tiene un camino malo. Se pasa pero está la cosa fea porque si te escapas aquel terreno es muy malo. Desde ese punto para abajo tenemos el Majal del Félix, el Majal del Tamboril, la Tiná de la hermana Manuela, que está bajando para la Huelga de Miñarro, la Cerrá hermano Ortiga, la Tiná hermano Abuelo, la de la hermana Lidia, que se encuentra entre la de Nieves y Loncio.

- ¿Del molino te acuerdas tú?
- ¡Pues anda que no he ido veces a moler allí! Al lado había una aldeilla que le decían el Castillico. Junta casi con la Matea. De la fuente del Muso, salía un canal así desviao, tenía un salto y el molino, de una piedra, ya molía lo que fuera.

- ¿Cuántos molinos había?
- Los más potentes, eran el del río Zumeta, que estaba en el puente de la carretera. Al de la Matea le decían el Molino del Remendao, por mal nombre pero los primeros eran los Barreras. Este hombre se fue porque era de un pueblo que le dicen la Puebla de don Fadrique. En las Nogueras había otro, al de más abajo le decían el Molino Luis y uno más en las Cuevas, donde está el truchero, otro le decían el Molino de los Puñemas y los dos que había por la Tejera. El del Castillico no era muy grande. Una habitación o dos y la casa. Tenía un espacio donde estaban las piedras que molían. Allí soltabas las fanegas y te cobraban según. Este molino ahora está en ruinas. Ahora encierran allí unas cabras.

- ¿Cómo era la molienda?
- Pues los mismos dueños del molino, subían al cortijo de Camarillas, con una recua de borricos, recogían el trigo y volvían a subir con la harina. Eran los del molino de la Matea que está a cuatro o cinco horas de camino hasta Camarillas. Cobraban una maquila, que no era poco y así teníamos harina para todo el año. Nosotros molíamos todo de una vez. Cuando llegaban los fríos y las nieves, el cortijo estaba repleto de alimentos y leña. No había problemas por esta parte.

El trigo que se criaba en Camarilla, era del mejor, el que se llama candeal. Y la costumbre, como venimos diciendo, era que en cuanto, en el otoño se recogía la cosecha, de una sola vez, se molía todo el trigo y ya teníamos para el año entero. Nos parábamos por la nieve.

- ¿Había trigo para todo el año?
- En Camarilla, no faltaba nunca. Pero también había quien daba una oveja por una fanega de trigo, porque lo necesitaba. Y ahora cabe aquí decir que por aquellos tiempos, había tres cosas que tenían el mismo valor: una fanega de trigo, un borregillo de destete y una arroba de aceite. Por un lechón, se daba a cambio una fanega de grano. Una cordera también por una fanega de grano y así. Estas cosas estaban compaginá para que tuvieran más o menos el mismo valor.

- ¿Y el batán?
- Por detrás de la venta de la Matea, en el mismo castillico y por debajo del molino del Remendao, ahí era donde estaba el batán. Estuvo funcionando hasta la guerra o así. Después, poco o ná, habrá trabajado eso. En esta fábrica de aquellos tiempos, es donde se urdía la lana, que esto es hacerla cordoncillo. Y luego se hacían calcetines, abrigos, mantas y todas estas prendas. Pero en el cortijo de Camarillas, mi madre siempre estaba con el telar haciendo piezas para vestir y para las camas. Todavía guardamos una manta de aquellas. Una de las últimas que tejió mi madre y es de pura lana, a cuadros blancos y negros, de las ovejas negras, todavía la tenemos nosotros. Una prenda que hoy día es una pura joya. Pesa como el plomo pero abriga como ella sola.

La madre se levanta, entra a la habitación, coge su manta, sale y la extiende por el suelo diciendo:
- Aquí tienes una muestra de aquellas preciosas mantas. ¿Qué te parece?
Impresionado, miro, toco y vuelvo a mirar y como lo que antes mis ojos tengo me resulta tan sorprendente a la vez que hermoso por ser joya única en el mundo, digo:
- Necesitaba verla para convencerme de tanta belleza. ¿Por qué la guardáis con tanto cariño?
- Es una de las últimas mantas que mi madre confeccionó con aquel telar. En su memoria y por lo preciosa que es, la guardo.

Y otra vez más, en mi corazón me digo que hay que ver cuánta finura concentran las sencillas personas de estas tierras. Lo saben hacer casi todo con las materias más elementales y refinarlo con tanto gusto, que una cosa y otra, son joyas naturales. Una vez más se me asombra el alma y aprendo de ellos. La vida se les presentaba dura pero con su amor y sabiduría, bien que supieron cogerla de frente y hacerla gozo dentro de sus almas. Y le digo:
- Preciosa tu manta. Guárdala siempre para que, al menos entre vosotros, no se pierda lo que es tan bonico y de valor incalculable.

¿Recuerdas cómo se hacían estas mantas?
- Se llamaban mantas de cujón y era porque por un lado estaban cosidas. Para dormir, por ejemplo en el campo, pues te echabas un paño arriba y otro abajo, con los pies metidos en el cujón y aquello era lo más calentito del mundo. Yo no sé la medida que tenía que llevar pero era como un folio de grande, más o menos. Ellos sí la sabían exacta. La hacía en dos bandas y luego con una cinta, que mi madre sí sabía hacerla primorosamente, le plegaba los dos ribetes y ya salía la manta. Una prenda preciosa de ver y buena de usar por lo mucho que abriga.

En el cortijo de Camarillas, por muy grandes que fueran los nevazos, ni pasábamos frío durante el día, por las buenas lumbres que teníamos ni durante la noche por las mantas de lana que mi madre nos hacía. Allí no se pasaba más necesidad que lo mucho que había que bregar para sacarla a la tierra lo que necesitábamos para vivir.

- ¿Dónde guardáis ese telar?
- Eso ya se ha “estrozao”. Venía de mi abuelo. En la casa que tenía cerca de los Teatinos, que es el Barranco de las Canales, ahí se ha perdido como otras tantas cosas bonicas en estas sierras nuestras. ¡Una pena, por lo menos para mí!
- ¿Y algunas de esas cosas bonicas?
- Por ejemplo, cuando en la Matea se celebraba un baile, los muchachos iban por las casas y donde había muchachas, les decían a los padres: “¿Quiere usted dejar a su hija que esta noche venga al baile?” y los padres les contestaban sí o no, según conveniera. Y aquellos bailes, ¡qué bonicos eran y que alegría! Pero ahora, con esto de las discotecas, las cosas son de otra manera.

Más álamos por todo el arroyuelo que me roza a la izquierda. Gira un poco y aquí está ya el núcleo de la aldea. Kilómetro sesenta y tres trescientos. La carretera no se mete mucho dentro de la aldea. Y ahora recuerdo que en la Matea, entre otros cantes, bailes, agarraos y sueltos, en aquellos tiempos, era típico el de la jota.

La jota quieren que baile
la jota yo no la sé
por darle gusto a mi amante
la jota yo bailaré.
Antiguamente eran dulces
todas las aguas del mar
se bañó una malagueña
y se volvieron salá.

San Antonio bendito
dame un marido
que ni fume tabaco
ni beba vino.
La carretera la roza por el lado del Almorchón, atraviesa un arroyuelo y gira para la derecha. Se quedan por ahí los huertos en forma de invernaderos y trozos de sementera segada. Una recta por la llanura que me acoge y una cosechadora segando trigo. A pesar de todo, la Matea se encuentra casi a mil trescientos metros sobre el nivel del mar.

Por la izquierda, un trigal. Por la derecha me salen las casas de otra bonita aldea algo más pequeña. Las Nogueras, le llaman. Se remonta algo sobre una loma y pegando al cauce del arroyo Muso. Tres invernaderos, muchos sembrados de maíz, ajos, patatas, cebollas y trigo. Las patatas ya tienen su flor. También hay trozos de barbecho y otros sembrados de habas.

- Pues de los huertos, los surcos llenos de agua, los pimientos, las patatas y las personas por entre ellos, con sus azadas a cuestas y abriendo regueras para empapar la tierra, lo que tengo que decirte es que en verano, al caer las tardes, las mujeres se juntan y como todas quieren regar a un tiempo y con el mismo agua que mana de la fuente, entre ellas discuten diciendo:
- Que ahora me toca a mí.
- Pues yo tengo mis pimientos a punto de echar la flor.
- Pero todo el tiempo no puede ser el agua tuya.
- Si llevo sólo un rato pequeño.

Y así se pasan las tardes y luego siguen en la tarea de regar sus patatas, el panizo, sus habas y todas luchan en sus huertos para sacarle a la tierra el fruto y llevar tomates buenos a la casa para, al caer la noche, juntos y en familia, comerlos. Pero los huertos, así como las matanzas y los lavaderos o pilares para lavar las prendas, más que nada, eran y son, centros de convivencia o reuniones sociales.

Los vecinos nos juntamos, sobre todo las madres y mientras hacen el trabajo, charlan y se cuentan las cosas que han ocurrido en las familias, en la aldea, los cortijos o en los pueblos. Por eso te decía que los huertos, además de patatas, pimientos y habichuelas, unidos a los días de la matanza y a los pilares para lavar la ropa, son centros de verdaderas reuniones sociales y en puro contacto con la naturaleza y las aguas de los veneros.

- Y en los tiempos antiguos, vuestras abuelas y abuelos ¿cómo se las apañaban para tener tomates incluso en pleno invierno?
- Pues se metían en botes de cristal, se cerraban y después de tenerlos un buen rato al baño maría, ya se preparaban y dejaban y así al llegar los inviernos, siempre tenían más que abundante comida de matanza y frutos secos, además de las patatas y las setas de los campos y el trigo en los graneros.

Kilómetro sesenta y cuatro quinientos y por la derecha me queda una salida con un letrero que dice: “Las Nogueras, cero cinco kilómetros”. Por la izquierda alfalfa y sementera segada no hace mucho. Hay un buen llano, también por este lado, repleto de trigo a punto de ser cosechado. Más invernaderos con sus techos de plástico y se ven tablas de habicholillas, maíz y más sementeras pero verdes. Las tierras de esta fértil vega son buenas para las cosechas.

En la ladera y por la izquierda, se ven las casas de otra aldea. Las Quebradas es como se llama. Kilómetro sesenta y cinco trescientos. Ahora baja por aquí, con arroyuelo por el lado izquierdo y es por donde las tierras van sembradas por parejo. Parece no acabarse nunca este huerto por donde sigo viendo patatas, ajos, cebollas, habas y maíz. Los álamos no dejan de aparecer y entre ellos, las nogueras.

Gira un poco para la izquierda y al cruzar el arroyuelo, un gran invernadero techado con plástico. Por la derecha un espeso bosque de álamos. Sesenta y seis trescientos y sigue recta la carretera mientras ahora remonta un poco. Los sembrados acompañan por ambos lados sin interrumpirse y las cosechas preñadas de frutos.

Por la derecha me sale un panel con muchas indicaciones. Leo lo que sigue: “Las Nogueras, 2k. La Matea, 3k. Los Teatinos, 4,5k. Los Atascaderos, 5k. Los Cañuelos, 7k. El Cerezo, 9k. El Patronato, 13k. y don Domingo, 15k. A la Puebla de don Fadrique, 38k. Hotel restaurante Baños de la Matea, camino de Cazorla, kilómetro 35".

Es en el kilómetro sesenta y seiscientos, a la derecha, por donde se queda la carretera que desde Santiago de la Espada va a la Puebla de don Fadrique. Al llegar a ella, la calzada se ensancha y mojara el firme. Gira un poco para la izquierda y remonta ya buscando al pueblo de Santiago de la Espada. Por la derecha me queda un bosque grande de nogueras espesas y por la izquierda la ladera por donde se ven las casas ahora de la Huerta del Manco y los Ruices, más cerca de la carretera.

Más trozos de tierra sembrados de maíz y de patatas. Sesenta y siete trescientos y traza una curva para la derecha quedándome por el otro lado, un sembrado de manzanos que se han secado. Una señal de cruce de vacas, la carretera se prepara para atravesar un cauce que es el del río Zumeta que le entra por la izquierda desde las cumbres de los Helechares, final de la cuerda del Almorchón. Varias construcciones por la izquierda grandes y con apariencia de lujo.

Por la derecha, otras casas se embuten en el surco del río y la vegetación de álamos y nogueras. Cruzo el río y es el kilómetro sesenta y siente setecientos. Nogueras a un lado y otro y por el surco corre un buen cañico de agua. Desde este punto la carretera remonta, bastante empinada y buscando ya las casas del pueblo de Santiago.

Si miro para atrás, antes mis ojos, la enorme extensión de las tierras que forman la vega de las aldeas. Una visión muy bonita desde este punto y tan clara que es el mejor resumen de cuanto acabo de recorrer. Satisface al alma y entran ganas de agradecer hasta el cansancio.

Por la derecha, Santiago de la Espada, un letrero que indica la circunvalación, unas personas que por aquí pasean. Y como hoy no voy a pararme en este recogido pueblo, tampoco me detendré en dar mucha explicación del lugar. Sí digo que es un pueblo bonito, blanco y recostado sobre su ladera frente al río que lo arrulla por la vega y ya al filo de la provincia de Granada. Un libro entero tendría yo que escribir del lugar y además, con mucha profusión de historias y mensajes. Cuando pueda, si es que algún día puedo, me pondré y seguro que seré capaz.

Pero mientras tanto, ahora recuerdo, que aquella noche de invierno junto al fuego de la lumbre y reconfortados con su calor, el padre bueno me decía: “Fue después de la guerra. La fecha exacta no te la puedo precisar pero sí es cierto que unos de aquellos años, cayeron nevadas muy grandes. Como entonces no había tantos medios ni las comunicaciones eran como hoy, las personas de este pueblo, se quedaron aislados por completo. Y como las nieves no se quitaban y se acabaron los alimentos, vino una avioneta, que no sé cómo avisarían, y sobre el pueblo, dejó caer higos secos para que pudieran comer. Parece que las personas lo estaban pasando mal.

Y claro que esto lo digo, para que se sepa que en estos rincones siempre hemos tenido muchos problemas con la nieve, los caminos, las carreteras y otras comunicaciones. Las nieves castigan mucho por la altura del terreno y los paisajes de montaña, son muy complicados para el trazado de caminos. Y como da la casualidad que, además, somos límite con las tres provincias y, Andalucía más, pues las dificultades se acumulan”.
Rozo la estación de servicios por el lado derecho y ahora recuerdo que una vez, según cuentan los más ancianos, Franco vino a este pueblo. Había antes aquí una fábrica para tejer mantas y otras piezas y Franco vino a verla. Quiero decir que desde este pueblo de Santiago de la Espada sale una carretera que en la dirección que corren las aguas del río Zumeta desciende por laderas y barrancos. Por ese lado la carretera lleva a varias aldeas y luego se pega al mismo cauce del río Zumeta. Pasa rozando el Embalse de la Vieja y unos kilómetros más abajo se junta con la carretera que ha bajado por el río Segura y el Embalse de Anchurica. Hago estas aclaraciones para decir que esta carretera es otra de las muchas posibilidades de rutas por estas sierras.

Continúo por la carretera y al mirar veo que voy rodando por el kilómetro sesenta y ocho ochocientos. Unos indicadores donde leo: a Cortijos Nuevos, sesenta kilómetros, a Puente Génave setenta y tres y a Santiago de la Espada, cero cinco. Otro indicador pone: “Atención, tramo en obras en dieciocho kilómetros”. Es la salida después de la gasolinera y ya empieza a remontar.

Antes de alejarme de este bonito pueblo quiero recordar que las fiestas, se celebran en el mes de agosto, casi al final y en honor del Apóstol Santiago. Son tan bonicas que las calles se ponen atestadas de gente y luego, en la plaza del Ayuntamiento, es donde se torean las vacas. Primero sale la gente con los caballos para ayudar a los vaqueros a hacer los encierros y esto sí que está bonito de verdad.

Así que ya pasa el encierro, pues la gente, a tomarse una cerveza con los amigos. Un día o dos, por las tardes, hacen carreras de cintas a caballo. Y por la noche, la verbena. Por esos días, más personas hay aquí que en Madrid. El pueblo se llena tanto, que casi no se puede andar por las calles.

Busca primero la cumbre del collado anterior a Cañada Hermosa y luego las tierras que rodean a Pontones. Conforme ya asciendo, por la izquierda me queda todo el gran valle que acabo de atravesar. Cada vez más bonita la visión y más amplia por la altura que voy ganando. Se ve amplio, al fondo toda la sierra que he recorrido, al gran macizo del Galayo y verde por la cantidad de huertos y sementeras.

Por la derecha, la preciosa ladera que viene cayendo de Puntal Alto y Majal Alto. Remonta y al principio todavía la carretera discurre estrecha. Según la antigua denominación, la que recorro es la C. 321. Remonta siguiendo el surco que el río Zumeta traza en sus primeros kilómetros.

Van a ensanchar a esta carretea y por el lado de arriba, le están haciendo una obra que se come media ladera. Discurre justo por la curva de nivel que marca los mil cuatrocientos metros. Kilómetro sesenta y nueve novecientos y por la izquierda me queda un barranco. En lo hondo se ve la construcción de una vieja casa. Miro para el lugar con interés y a fe que me gusta no sólo por la belleza del paisaje sino por la soledad y los bosques que le rodean.

El Barranco de los Molinos, le llaman al rincón y es porque en otros tiempos, por aquí hubo dos que molían trigo y funcionaban con la fuerza del agua. Pero su verdadero nombre es el arroyo del Zumeta. Hubo por aquí también un tejar que es donde se hacían tejas para techar las casas y cortijos. De aquí se le quedó, las ruinas que por la izquierda veo, el nombre que todavía tiene: la Tejera o cortijo de la Tejera.

Y se me viene al recuerdo
la imagen de la noche aquella
que, sentados frente al fuego,
los hermanos, la madre y la hija bella
con las llaman que reconfortan
del frío que el invierno, al pasar, deja,
charlamos de los cortijos perdidos,
y de nombres y caminos por la sierra,
y al preguntar sincero, de pronto,
la que es hermosa toda entera
tanto en el corazón como en el alma
y en su cara, orgullo de la madre buena,
se aparta de nosotros unos metros,
busca un espacio por la mesa
y en un papel largo y blanco,
escribe, besando y sincera:

“Una joven de la sierra, de un cortijo de Santiago de la Espada, me contaba un día: no quiero que aparezca mi nombre porque no deseo presumir ni que la gente me dé más valor ni que digan que soy más buena por la confesión que te hago. Además, es algo tan personal que prefiero no dar nombre. Respondo a la pregunta que me haces sobre lo que siento por mi tierra y lo que envidio de las grandes ciudades.

Pues bien, te contestaré que doy gracias a Dios por haber nacido de una familia como la mía y en un pueblo como este. Las vivencias que he tenido desde que nací, me han hecho una persona humilde, sincera y sin nada que enviarle a nadie. Si apareciera un hada dispuesta a concederme todo lo que quisiera, seguramente le pediría lo que tengo: una familia unida y el resto de personas que siento me quieren y aprecian con lo que soy y tengo. Esta es la verdad que me hace feliz.

Las cosas materiales nunca me han llenado ni cambiaría mi casa, entre mis montañas ni el cariño que me han dado mis padres, por un mercedes ni por un apartamento en cada playa ni por vacaciones al extranjero.

También confesarte que considero gente sin dignidad a aquellos que, cuando se marchan del pueblo, lo menosprecian. Para mí quien se avergüenza de su familia o tierra, pierde valor. Otra cosa que jamás cambiaría es a mi padre con sus manos de callos de tanto trabajar el campo pero lleno del mejor cariño que le rebosa al hablar. Puedo decir, con orgullo, que todas las personas que lo han conocido, le han cogido cariño, al igual que a mi madre. Unas personas que aunque no lucen valiosas joyas ni caros abrigos de visón, regalan simpatías y sonrisas que estoy segura admiran las mujeres con joyas y abrigos lujosos.

Para mí, lo más importante es la felicidad y los valores morales que me han transmitido mis padres y las personas de las tierras donde nací, he vivido y crecido, siempre alegre, sana y, sobre todo, feliz. El nombre de la persona que escribe este texto, no lo voy a poner, porque podría ser el de cada una de las jóvenes que aquí vivimos. Y termino diciendo que los bienes materiales, a veces, hacen a las personas tan egoístas, que quieren y quieren más. TANTO TIENE EL QUE TODO LE SOBRA COMO EL QUE NADA LE FALTA”. Fdo: cualquier joven de la Sierra de Segura.

Supero un poco la curva de nivel de los mil cuatrocientos metros y sigue remontando. Pienso parar a comer en cuanto corone el collado que me dará paso para Cañada Hermosa. Son ahora mismo las tres y veinte de la tarde. A la sierra se le ve sola. En este pueblo de Santiago de la Espada, hoy dieciocho de julio, hace mucho calor pero ayer creo que hacía mucho más. Me han dicho que es precisamente en este mes de agosto cuando vienen muchas personas y más bien, los cuatro días de las fiestas.

Kilómetro setenta y uno setecientos y cruza un gran barranco que entra por el lado derecho. Barranco del Aguaderico es como se llama. A partir de aquí comienza el trazado nuevo que le hicieron el otro año. En el nuevo indicador leo: “A 317, kilómetro sesenta y ocho”. Yo la recorro al contrario de como vienen marcados los kilómetros. Creo que vienen desde Puente Génave.

Qué bien que suenan, cada vez que los oigo de boca de ellos, los diminutivos serranos. Los hacen siempre, sobre todo las personas mayores, con las terminaciones ico ica: la hermana Anica, la tinaica, fuente del aguaderico, casicas del río Segura y así. Es un sonido dulce y ellos saben por qué lo dicen. Pero qué bien suena y cuanto me gusta oírlo.

Va coronando este barranco. Por la izquierda me queda, majestuoso, el largo macizo del Almorchón. Antes de coronar el collado que me dará paso hacia las llanuras de Cañada Hermosa, una tinada por la izquierda. Su nombre de verdad es la Tiná de la Cuerda. Como escondida entre un espeso bosque de unos árboles que han sembrado. Son nogueras, muchas nogueras verdes por completo y algunos álamos que llegan hasta lo más alto de la cuerda. Los mil quinientos metros roza ya el punto que recorro.

Mi coche marca, justo al coronar, setenta y cuatro cien kilómetros. Por la derecha se aparta una pista forestal de tierra. La conozco y por eso sé que es la que lleva a la Toba y Huelga Utrera. Vuelca y ya traza una curva, primero para la derecha y es por aquí donde tengo pensado parar para comer. Por el lado de arriba, derecha, me quedan ahora unos tornajos donde tengo agua para beber y sombras en los pinos. El aire que corre es fresco y la vista que ante mis ojos se abre, también satisface mucho.

Ellos son los tornajos de la cumbre que en mis sueños, cada noche se me presentan siempre con la misma fuerza y el misterio de lo que es primavera en la región de la eternidad.

Y no hablo por hablar porque en mi sueño, en esa vida real que late mientras duermo y tiene dolor, sabor y olor, sí puedo ver y probar lo que más allá de la materia y con otro traje y dimensión, es la eternidad que yo llamo esencia.

Los veo clavados en la misma tierra del collado estrecho y cayendo a ellos, el limpio chorro de agua y creciendo a su alrededor, la hierba y como al menos para mí son tan bellos, en mi sueño, los siento límites o puerta de un infinito a otro infinito y claro que por esto desprenden tanto misterio y me saben tan dulces en la tristeza.

A los tornajos del collado, que mudos y en la misma tierra siguen clavados, los siento yo como al eslabón que amarran aquellas vidas bellas, los míos y hermanos, con lo que es polvo y se lleva el tiempo y lo que es inmortal materia.
[1]

La pista de tierra que se me ha quedado a la derecha y por lo alto de la cuerda, ya digo que baja a la Toba y Huelga Utrera. Dos preciosas aldeas que se recogen junto a las aguas del Segura.

El trazado de esta pista desciende por uno de los parajes más bellos que la sierra muestra por estos lugares. Despierna Caballos es como se llama. Una gran ladera de inclinación muy pronunciada que cae grandiosa hacia el surco del río. Y las vistas que al recorrer la pista se divisan desde cualquiera de sus muchas curvas, son de ensueño. Miradores naturales que sobrepasan en belleza al más sofisticado mirador artificial. Y sé por qué lo digo y con la experiencia clavada en mi alma.
Y de Huelga Utrera, lo que sí también dejo dicho, es que en cuanto pueda me voy a poner mano a la obra y escribiré de ella el libro que sueño. Lo tengo ya algo avanzado y en mi corazón, más que amado. ¡Me grita tanto la aldea y el rincón donde se recoge!

Son las cuatro en punto, cuando arranco de nuevo, después de haber parado unos quince minutos para comer. A unos cien metros, la carretera gira y ya atraviesa el cauce que viene por el centro de Cañada Hermosa. Por la derecha me queda el trozo de cauce que ya empieza a volcar para el gran barranco del río Madera y Segura y por la izquierda, la preciosa cañada repleta de álamos. Cae el sol y quema mucho a estas horas de la tarde. Graznan los cuervos y no se ven ovejas aunque sí creo que están pero acarradas en las sombras.

La ladera que voy dejando por la derecha, Despiernacaballos, según el nombre del monte ordenado, es uno de los rincones más bonitos que conozco por esta zona de la sierra. Lo tengo recorrido en varias direcciones y ocasiones y en todas me quedé hondamente lleno y asombrado. Los días de lluvias, nieve o nieblas, quizá sean los más fascinantes y bellos que he conocido.

Mi coche marca setenta y cinco kilómetros justos. Una recta larga recorriendo toda la Cañada hermosa hacia el pico Almorchón. Por esta ladera norte le cae un mechón de pinos y ya no hay más vegetación que muchos majuelos enanos y retama. La hierba por estas tierras se muestra todavía verde. A derecha y a izquierda, algunos rodales más secos pero la mayoría, muy verde. La cañada por su centro, está sembrada de álamos y por debajo, la hierba verde. No hace mucho, por aquí han cortado álamos.

Por la derecha, se aparta una pista asfaltada. En un letrero pequeño leo el letrero de Poyotello a cinco kilómetros. Es la más bonita de todas las aldeas en estos rincones de la sierra. Un puñado de casas, blancas todas ellas, al borde de una delicada llanura y sobre la curva de nivel de los mil cuatrocientos metros. Se asoman al río Segura y algo más abajo, se abre la preciosa Cueva del Agua. El primer día que visité, tanto un rincón como el otro, la impresión que se me quedó en el espíritu fue de lo más grato y a ello contribuyeron mucho los jóvenes que me encontré en esta pequeña pero gran aldea de Poyotello.

La pista asfaltada tenía un letrero escrito a mano y sobre una improvisada tabla y ahora veo otro algo más elegante. De aquel día, el recuerdo que guardo, se expresa como sigue:
2 -Nota del Autor: este fragmento fue publicado en “Paisajes”, el suplemente cultural del diario Jaén, el día 30 de junio de 1999. La página es la 38, en la sección relato/poesía y el título “Por terras de Santiago de la Espada”.

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