10.01.2007

Rutas para la historia- 7

Guadalquivir por Arroyo Frío y la Rejona 28-12-94

Índice:
Arroyo Frío, Rejona 28-12-94.
Cerro de la cueva - 1
Arroyo Frío - 2
Los puentecillos - 3
Alfombras de hojas - 4
Cortijo de Caravacas - 5
La fuente y los caballos - 6
Los Cerdos - 7
El tesoro - 8
La alambrada -9
El lugar soñado -10
La piscifactoría -11
Camino del Carrascal - 12
Dueña de la Ladera - 13
Cerro Hueco - 14
El último trozo - 15
Puente del Hacha - 16
Cortijo Cruz del Muchacho - 17
Las ciervas -18
El aviso - 19
Las ciervas de esta tarde - 20
Tierras del Carrascal - 21
La pista y el quejigo - 22
El arroyo - 23
Regresando - 24
Por el cerro del Molinillo - 25
Los Hoteles - 26
La leyenda: Cortijo la Cruz del Muchacho -27


LA RUTA: Arroyo Frío, arroyo de los Planes, la Rejona, Puente del Hacha, el Carrascal, cerro Campanilla, puente sobre el arroyo Planes.
Distancia : 5 km.
Tiempo : 4 h. andando.
Desnivel : 50 m.
Camino : Carril y vereda. Zona restringida.


Cerro de la Cueva -1

Arroyo Frío es un arroyo, terminando en valle. El primero que con caudal y personalidad, le entra al Guadalquivir por la izquierda y que dio nombre a un cortijo que después se hizo aldea y ahora... Pero puestos a definirlo de alguna manera, parece ser un punto de encuentro para los que llegan a estas sierras desde el lado de Cazorla, junto a la carretera, con la fuente, el supermercado y un complejo de hoteles y campings. Total, todos lo conocemos por Arroyo Frío pero en la sierra ya no es lo que era y, además, ahora mismo rompe lo que siempre fue bello.

La Rejona es, o más bien fue, una gran finca privada, al final, algo más abajo de donde el arroyo del Valle se rinde al Guadalquivir y el Valle se entrega al otro valle. Aquí empieza la finca. Era una finca muy grande que poco a poco la han ido dividiendo y ahora está más dividida aún.

Pero la ruta de hoy no comienza por aquí. Resulta que pasado Arroyo Frío, la aldea y después el arroyo, la carretera que nos adentra en la profundidad del valle, traza una recta. A la izquierda se ve enseguida una casa de piedra que es de tiempos lejanos y en su origen fue casa de peones camineros. Ahí vive gente ahora mismo que hoy he estado buscando para hablar con ellos pero al pasar no los vi. La casa estaba cerrada y sin nadie. Bueno, pues, en cuanto recorres esta recta y dejas la casa atrás empieza a fraguarse un pequeño montículo lleno de pinos y entre ellos, abundante encinas y robles. El cerro de la Cueva creo que se llama este monte según me decía mi amigo Juan luego al caer la tarde.

Cuando pasas por esta zona en coche ni siquiera percibes la gran belleza que este pequeño monte tiene. Hasta puedes creer que el cauce del río lo llevas por el lado de la derecha y no es verdad porque va por la izquierda, al otro lado del Cerro de la Cueva. Mi ruta de hoy empieza por este cerro pero remontándome a bastantes días atrás. Resulta que como la carretera pasa por aquí mismo, desde ella, en un rasete del Cerro de la Cueva, se ve un cortijillo derrumbado pero por sus paredes y sus formas adivinas enseguida que es de los de aquellos tiempos. Cada vez que he pasado por aquí, al verlo me decía: “tengo que ir un día y recorrer esa zona”. Y como ahora estamos en las vacaciones de la Navidad, anoche estudié un poco el rincón y hoy me pongo rumbo a este trozo del valle con la idea de perderme por el Cerro de la Cueva y su viejo cortijo.

Vengo yo reflexionando estas cosas cuando me tropiezo con la alambrada. Una cancela de hierro que me corta el paso cerrando la pista y desde aquí, a un lado y otro, arrancan unas mallas metálicas cercando todo el barranco y dejando en el centro los edificios que descubrí antes y que ya tengo casi al alcance de mi mano. Me siento incómodo porque me gustaría llevar a cabo el recorrido que tanto he planificado pero que esta barrera me lo impide. Busco algún paso y no lo encuentro. La alambrada es muy alta y está muy tupida. No hay manera de pasarla a no ser saltándola por encima que además de tener su peligro, parece como una invasión.

Sin pretenderlo, sin que lo quiera, todo mi ser me remite inmediatamente a otros momentos donde las situaciones eran a la inversa. Una casa pequeña, de piedra y madera, al comienzo del valle. En el flanco derecho del valle un bosque de árboles autóctonos manchados con árboles frutales que los habitantes del cortijo cultivan y cosechan. Por el centro del valle corre el arroyo y en las praderas pastan las ovejas. En el flanco derecho del valle, unos linderos por donde crecen las parras, los nogales, perales y otros muchos árboles frutales. Algo más a la izquierda, sobre la ladera, el otro cortijillo donde viven los habitantes que cultivan y cosechan los árboles del lindazo y los hortales de la llanura.

El pastor carea a sus ovejas y cuando, en cualquier época del año, pasa por las huertas o los lindazos, si le apetece coger fruta u hortalizas de los bancales, las coge y no tiene problema ninguno. El dueño le dice:
- Las tierras son tan tuyas como mías siempre que las cuides como las cuido yo.
- Es verdad que en ocasiones me entran ganas de coger algunas nueces o tomates para la comida de mi familia.
- Sin problemas, porque lo mismo de pobre o rico voy a seguir siendo con tres tomates más o menos.
- Pues igual te digo: si algún día tú necesitas un cordero para ti, tu familia o para comértelo con tus amigos, me lo dices. Lo mismo si necesitas unas calabazas o tres kilos de patatas de las que tengo el hortal.
- Tú tranquilo, que no tienes que pagar nada.
Las ovejas y el pastor van y vienen por el valle aprovechando las hierbas frescas y cuando el hombre siente hambre, se acerca a los lindazos y de por allí coge lo que encuentra. Hasta moras que algunas son gordas como castañas por ser buena tierra esta de los ribazos.

Pasan los años y los lindazos cambian de dueño. Uno de la ciudad que lo primero que hace es arreglar la casa dejándola más tipo chalé que cortijo. Le pone paneles para captar la energía solar y antenas para las televisiones. Lleva agua a todos los aposentos a través de tubos de plástico negro dejando el manantial de la ladera seco, pone alambradas en las tierras de los lindazos y los hortales. Pasa por allí una tarde el pastor y al ver que sus árboles, los manzanos sobre todo, están cargados de apetitosas frutas amarillas, coge unos kilos. Se las está comiendo sentado en uno de los ribazos, frente a la llanura, cuando hasta él se acerca el nuevo dueño.
- Qué ¿merendando?
- Unas manzanas que he cogido del árbol.
- Ya tenía yo ganas de encontrar al ladrón.
- Hombre, no es para tanto. Si quiere te las pago.
- Me las devuelves y me las pagas; así quedas escarmentado.
- Pues aquí tienes las manzanas; sólo falta una pero a cambio, pongo en su lugar este puñado de nueces que aún guardo de la cosecha que el año pasado me dieron mis cuatro nogales.
- Pero ¿y quién me las paga?
- Y por lo menos yo no, porque te las he devuelto todas. ¡Ah! Y si algún día necesitas algo no tienes nada más que decirlo. Lo digo, porque como eres un vecino nuevo... Hombre, uno no tiene gran cosa pero lo que tiene es de todos. Un borrego más que menos, tres kilos de patatas o unos panes recién amasados tampoco me van a poner rico ni a dejar en la miseria.

El pastor luego aquella tarde sigue careando a sus ovejas por la llanura y desde lejos mira a los lindazos. Ahora no les parecen los mismos. El ha recibido el raro mensaje y ahora tenía una gran tristeza dentro de su alma. Los mira y los ve como si ya los lindazos no fueran los mismos y de ahí que hasta le resulten menos bellos, menos familiares y esto es lo que le desconcierta, porque ¡los tiene tan dentro después de tantos años pisándolos y sintiéndolos suyos! Eso de cerrar en alambres las tierras y meterse en el centro en un edificio de lujo diciendo “esto es mío y de nadie más”, él no lo entiende. Por muy modernos que sea, no son las costumbres de estas tierras y por eso él no lo entiende.

Arroyo Frío -2

Se me ha pasado casi la mañana entre asuntos de los humanos y lo que yo buscaba hoy era darme un buen paseo por el Cerro de la Cueva. Miro en mi mapa y veo que en cuanto la carretera cruce el cauce, ahí tengo que pararme. Y me sucede algo nuevo.

Pues al llegar al punto me paro, en el rellano de la izquierda, por donde sale una pista, aparco junto a una vigas grandes de hierro. ¿Qué hará esto aquí? Llevo un montón de años viéndolas en el mismo sitio. Al caer la tarde, mi amigo Juan me aclara el por qué de estos hierros junto al puente. Así que miro el mapa para asegurarme y no, esto no es el Puente del Hacha que lo conozco por la de veces que he pasado por él pero aún no lo sitúo exactamente. Desde luego, éste no es. Sigue una recta, un cerro, una pequeña curva y ahí está. Es decir, al final de este primer cerro que es el de Molinillo y del otro segundo que es el Cerro de la Cueva.

Pero es la una de la tarde, el cortijo abandonado que deseo recorrer, queda cerca, mi mapa dice que por aquí, también cerca, existe una piscifactoría que se llama La Rejona y, además, allí enfrente, sobre la ladera, estoy viendo el famoso chalé. Digo famoso para mí porque cada vez que paso por aquí lo veo allá lejos, sobre el montículo y como es fastuoso, siempre me pregunto de quién será. Ahora mismo lo estoy viendo, lo tengo a dos pasos pero como, además, esto de la Cruz del Muchacho parece que no está muy lejos de aquí, ojeo un poco el entorno y me pongo en marcha pista abajo.

A los cien pasos me encuentro con la primera sorpresa: este cauce corre en sentido contrario. ¿Cómo puede ser? Estoy desorientado. Si el Guadalquivir cruza la carretera por aquí y desciende valle abajo y yo ahora voy para arriba ¿Cómo es posible que la corriente vaya en mi misma dirección? Cien pasos más adelante y la segunda sorpresa: hay otro cauce más grande. Enseguida deduzco que el primero no es el Guadalquivir, lo es el segundo y se juntan aquí mismo. Ya sé: éste primero es el auténtico Arroyo Frío. Ese otro arroyo que atraviesa la aldea que tiene el mismo nombre del arroyo, no es Arroyo Frío. Ya decía yo que nunca tenía agua y el verdadero Arroyo Frío nace por Guadahornillos, un poco al poniente y allí mismo, casi en la cumbre, ya tiene manantiales. Donde aquel día nos encontramos a los jabalíes con los dos rayones y tuvimos que salir corriendo de ellos.

Claro, si allá en todo lo alto tiene ya agua, por aquí, si esto es el valle y desde aquel punto hasta éste ha descendido casi mil metros, figúrate lo que sucede. Está claro, éste es Arroyo Frío, que al llegar a la aldea, se la deja a la derecha y luego busca al río para rendirse a él al comienzo del Cerro del Molinillo. Y otra incógnita más despejada: tampoco este primer puente está sobre el río sino en el arroyo. Como por aquí ya el valle todo lo va dejando llano, hasta que no conozcas bien todos los rincones, puedes creerte que este último trozo del arroyo corre para arriba pero no es así. Corre como siempre han corrido y correrán todos los arroyos del mundo: desde arriba hacia abajo.

Y lo más curioso es la cantidad de veces que he pasado por el lugar y lo desorientado que ando esta mañana. Tú fíjate. No me extraña porque ahora mismo empiezo a darme cuenta que este valle es algo más que los cuatro hoteles ahí junto a la carretera. La pista se acaba porque es sólo un trozo que no va a ningún sitio y sigo una estrecha senda. Cruzo el cauce del arroyo y enseguida está el río. No veo puente porque sin puente por aquí es imposible cruzar el este cauce del Guadalquivir. Hablo de puente porque sobre la ladera estoy viendo las ruinas de un cortijillo, un transformador de luz y el famoso chalé más a la izquierda. Hasta el lugar deben llegar caminos pero como yo no voy por ninguno de ellos es normal que me encuentre sin puente para atravesar esta corriente. Por aquí el río se remansa en las ramas de los tarayes y de la hierbecilla cuelga el hielo. Hoy hace mucho frío.

A ocho grados bajo cero estuvimos anoche en Granada. Todos los bordes de la corriente y las ramas que rozan el agua están recubiertas de placas de hielo. Fíjate que cuando pasaba esta mañana por el embalse de la Cerrada de San Miguel, por primera vez en mi vida, lo he visto todo helado. Como si fuera una auténtica pista de hielo. Y aquello está ya en el valle por donde el Guadalquivir sólo atraviesa olivares, llanuras sembradas de cereales y campiñas, así que imagínate esta zona de la sierra, que aunque no es muy alta, 800 metros, sí resulta mucha más fría. Me arrepiento de no haberme traído hoy la máquina de fotos. Sobre algunas rocas en la orilla de las aguas el hielo ha formado extrañas figuras, tan llenas de belleza, que merecería la pena inmortalizarlas.

Los puentecillos de tablas -3

Este remanso, tan cuajado de hielo que ahora mismo contemplo, no es Vado Ancho. Ese lugar queda más a la altura de la Aldea de Arroyo Frío, entre el cortijo del Haza y la junta de este arroyo que ahora mismo tengo a mis pies.

Seguro que estas ruinas que estoy viendo sobre la ladera son las de ese cortijo. Pero para llegar hasta el lugar tengo que cruzar el río y como no veo ningún puente, aunque el cauce no trae mucha agua, no se puede cruzar sin mojarte bastante. Hace mucho frío y un remojón me dejaría helado a pesar de la subida que me espera hacia el cortijo. Miro, subiendo y bajando un poco por la corriente y mientras voy buscando la manera de cruzar me doy cuenta de dos realidades: no hay por aquí ningún turista a pesar de estar este lugar cerca de los hoteles de la aldea. Como hace mucho frío los turistas han llegado a sus hoteles y ahí se quedan metidos, junto al fuego de las chimeneas que para ellos han preparado. No lo gozan gratis que en los apartamentos tienen que pagar 600 pesetas por la leña de cada día y me parece muy bien. Que se pague, que paguen por todo para que el dinero corra pero que nadie se prive de nada mientras el bosque y los campos resista y cuando todo escasee como en las ciudades, que le parta un rayo a este mundo. Total, muchos de nosotros ya no viviremos para verlo. Ahora que todavía hay algunos recursos sobre el planeta, a gastar mientras haya gente que pague.

Y la otra cosa es el sosiego, el rumor de la madre naturaleza que por este rinconcillo late. Qué delicioso es seguir la senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. La soledad sonora de andar otro día más por el paraíso y esta mañana todo aparece engalanado en un trozo nuevo.

Estoy buscando y entre unos juncos veo un puentecillo. Son cuatro palos, troncos de pinos, tendidos de un lado a otro y sujetos entre sí por viejas tablas también de pino. Es un puentecillo estrecho, viejo, rústico que sirve sólo para esto: para cruzar andando poniendo mucha prudencia por si acaso las tablas ya están podridas y al pisar se rompen. Lo intento y aunque alguna cruje aguantan dando la impresión que no por mucho tiempo.

Ya al otro lado mira a la ladera y veo una pista que zigzaguea pecho arriba. Me voy a buscarla y otra sorpresa: un nuevo puentecillo también de tablas muy similar al primero pero mucho más corto y estrecho. Me llama a atención el descubrimiento porque ya por aquí no hay río. No corre agua pero el puente lo que intenta salvar no es el río sino una gran zanja. ¿Y esto qué es? Me pregunto y en unos segundos yo mismo me doy la respuesta. Es una acequia, una reguera que parece un canal, hoy en desuso porque está comida por los pinos y no lleva agua pero que en otros tiempos sí debió servir. Desde el charco de este vado entraba el agua a la zanja y por su propio pie seguía corriendo elevándose por la ladera. ¿Hasta dónde?

Esto es mi otra duda que también despejo en un instante. O va a tierras que en otros tiempos serían huertos o a la piscifactoría que, según mis cálculos, deber caer por aquí abajo. Y seguro que va a la piscifactoría que dicen se llama La Rejona, igual que la gran finca y la que, por la aldea de Arroyo Fío, me han dicho “hace por lo menos catorce años que la cerraron”. He preguntado por qué y no lo saben. Mi amigo Juan me lo dirá luego esta tarde cuando ya el sol esté cayendo y él salga a buscar cornamentas de ciervo por el Cerro del Molinillo y el Cerro de la Cueva. Así que ya parece que tengo claro otra cosa más. La piscifactoría que hoy deseo descubrir por aquí, siguiendo el cauce del río, aunque no me la esperaba tan cerca. Quería yo entrar por abajo, por el Puente del Hacha y andar río arriba y ahora resulta que todo lo estoy descubriendo al revés que también vale pero desde aquí al Puente del Hacha creo que la distancie es grande.

Alfombras de hojas secas -4

En cuanto comienzas a bajar, por la carretera, antes de llegar a la aldea de Arroyo frío, enseguida lo ves. Yo lo he visto tantas veces que siempre me ha llamado la atención. Es tan espectacular y resalta tanto en el fondo del valle que aunque no quieras tienes que fijarte en él. Cualquiera no tiene dinero para hacerse un edificio de esta categoría y en este sitio, porque la normativa para construir dentro del Parque es muy rígida. Y este chalé no está dentro sino en lo más agreste y bello de la zona.

Y esto no lo digo yo, que sin duda lo he pensado también más de una vez, sino la misma gente de esta aldea. Ya dije que toda esta zona es una gran finca privada pero el cortijo lo compró un alemán y después de arreglarlo se ha venido a vivir a él.
- La casa del alemán está ahí mismo; un poco detrás de la aldea y entre el río pero eso ya no es cortijo.
Me decía mi amigo Juan al tiempo que me indicaba por dónde cae la casa.
- ¿Pero entonces eses chalé?
- No lo sé pero como puedes ver es de construcción moderna.

En fin, que yo esta mañana, después de cruzar el río, comienzo a subir por la ladera. Veo una caseta de transformador de luz un poco a mi derecha, las ruinas del antiguo cortijo de Caravacas casi al frente mía y el chalé a la izquierda, río arriba pero todo sobre la ladera; entre el cauce del río y la gran pared de rocas que la montaña presenta por este lado. Una lluvia de hojas secas inunda todo el bosque que aunque por aquí no es muy espeso, sí es profundamente bello. Muchas encinas y robles aislados que son grandísimos y algún que otro pino aunque hay zonas donde predominan los pinos con Quercus mezclados entre ellos.

Cada año, con la llegada del otoño, las plantas de hojas caducas comienzan a despojarse de su vestidura. Lentas pero continuamente van desprendiéndose las hojas de sus tallos no sin antes haber cambiado el color. Del verde al ocre, rojo o amarillo, la señal de salida es el acortamiento de los días, aviso que el frío se aproxima. Las plantas entonces y con el objetivo de ahorrar toda la energía posible, retiran la sabia de las hojas para almacenarla en el tallo; desaparece la clorofila y en consecuencia, el color verde y las hojas mueren por inanición; el peciolo se seca y al fin caen al suelo donde van a empezar a formar parte del nuevo alimento orgánico. El bosque come a sus propias hojas y así no queda deshechos ni basura.

Todo se transforma y comienza el nuevo ciclo, Es ahora la ocasión para que animales y plantas preparen sus estrategias de combate contra el frío. Así que mientras voy subiendo cruzo una alfombra de lluvia de hojas secas de roble. Una delicia sentirlas crujir bajo mis pies y verlas todas amarillas, anchas y estiradas. Por aquí me encuentro una pista que lleva directamente a la caseta del transformador. No es que lleve sino que más bien baja desde el transformador buscando el río. En cuanto remonto la cuestecilla descubro que la pista entra río arriba y es lógico: si por ahí abajo está la piscifactoría, la pista viene hasta ella y luego sigue subiendo. Como si quisiera buscar otra salida por este puente y así parece que fue. Mi amigo me decía que esos hierros grandes que he visto junto al puente del cauce del arroyo donde he dejado el coche, eran para esto:
- El que construía el chalé tenía pensado abrir una entrada por aquí y levantar un puente en el río. Aquí tienes los hierros que llevan en el mismo sitio un montón de años.

Ya tengo algunas piezas encajadas. Y si eso hubiera seguido adelante, estos dos puentecillos de tablas sobre el río y el canal, ya no estarían. Me va encajando lo que tantas veces he pensado del chalé. Su dueño, ama la naturaleza y quiere venirse a vivir en medio de ella pero sin perder ninguna de las comodidades que la civilización le ofrece y él puede comprar porque para eso tiene dinero. Si hay que romper media montaña para construir la casa, se rompe y si hay que trazar pistas por el monte y puentes sobre el río para llegar cómodamente con el coche, se hace sin ningún problema.

Cortijo de Caravacas -5

Me he situado en lo más alto del carrete donde se desmorona el cortijo. Según me decía mi amigo “se llama de Caravacas porque antes, en todo lo alto, tenía una cruz de Caravacas”.
- ¿Sabes tú quién y por qué pusieron allí esa cruz?
- Eso ya no lo sé. Verla la he visto yo allí muchas veces, más no sé.
Pero mi amigo sí sabe más. Por ejemplo, situado ya en este pequeño carrete, detengo mi marcha y me dedico a contemplar el panorama. Bonito como un cuento de hadas todo. El barranco, en lo hondo por donde va el río, el cerro al otro lado todo lleno de monte y que me oculta la aldea y los hoteles, el acantilado rocoso a mis espaldas y el valle hacia un lado y otro por donde el río viene y se va. Un paraíso en miniatura pero que me sobra porque es infinitamente más grande que mi propia persona. Un auténtico mundo hasta con los matices más insospechados.

- ¿Pues sabes lo que pretendían?
- ¿Qué pretendían?
- Hubo por aquí el otro año gente de la administración y decían que en este valle iban a construir una estatua.
- ¿Qué clase de estatua?
- Una obra de arte que decían iban a esculpir ahí en las rocas. Un monumento histórico a un personaje que yo no sé quién es pero según ellos, era muy importante y no había ningún otro lugar en el mundo para esa escultura que éste.
- ¿Y qué pasó?
- Pues qué iba a pasar. Alguien les dijo que este rincón por sí mismo ya era una auténtica obra de arte y que si lo tocaban lo estropearían todo.
- Normal ¿verdad?
- Sí, menos mal, porque ya ves que maravilla.
- Lo es de verdad pero aun así lo han estropeado bastante. ¡Mira que venir a construir un transformador de luz y ponerlo donde lo han puesto! Y no te digo nada del calecido ahí, entre la ladera y el farallón rocoso.

Rodeo un poco las ruinas del cortijo y como llevo en mi mano la fotocopia de la leyenda me gustaría, ahora, ver dónde está esa cruz. Mi amigo no lo sabe con exactitud pero cree también como yo que se encuentra por aquí cerca. En cualquier roca de estas que tengo a mis espaldas. La leyenda dice que: “Manos piadosas grabaron un la roca una tosca cruz que desde aquel día se llama la Cruz del Muchacho”.

Si tuviera tiempo hoy me dedicaría a buscarla todo el rato que fuera necesario pero es que en esta ocasión a cada instante voy cambiando el plan de mi excursión. Un poco, las circunstancias de cuanto voy viendo y encontrando en este recorrido, me van forzando a no cumplir casi nada de lo planificado. Ahora mismo, por ejemplo, como no dejo de ver el gran chalé aquí, a dos pasos de mí, me arde la emoción por llegar hasta él.

Por detrás del cortijo sale una sendilla que ya no es pista. Voy a despedirme de este cortijillo para volver dentro de un rato en mi ruta río abajo que es por donde ahora deseo seguir trazando mi camino de hoy. Pero antes de alejarme, de entre las ruinas de la parte alta se me levantan cinco o seis mirlos. Llenan, con sus gritos, todo el barranco.

Cuando en aquellos tiempos fue construido este cortijillo y a lo largo de años fue ocupado por seres humanos, no pretendían otra cosa que eso: comer para vivir. Pedir prestado a la naturaleza el alimento necesario para la vida y al mismo tiempo vivir con ella lo más en armonía posible. De aquí que me guste tanto encontrarme con trozos de cortijillos aunque ya estén rotos. Ellos son pedazos reales de la misma naturaleza en la que están insertos y no heridas sangrantes por donde entra la muerte.

La fuente y los caballos - 6

El ser humano se convierte en animal
que vive en la naturaleza y hasta incluso se opone a ella.

Sigo la sendilla y enseguida me encuentro con el manantial. Cada cortijillo de aquellos tiempos tiene su manantial allí mismo. Es lo normal y lo contrario es la excepción. Entonces ya no es cortijillo sino establo o tinada para el ganado que puede construirse en cualquier rasete del monte aunque no haya un venero cerca. Las construcciones de la cultura actual por estas sierras, se montan donde interesa y después se llevará el agua como sea. Siempre es con tubos y motores. Según mi mapa, la Fuente del Cocón, que es un manantial, cae por aquí cerca. Lo que pasa es que más arriba, sobre la cumbre, aunque nada tiene de extraño que aquel agua, el depósito de donde se alimente aquel venero, sea el mismo depósito también para esta agua.

Una vez más mi teoría se me confirma. A un lado y otro del Guadalquivir, a lo largo de todo el valle, brotan mil manantiales de aguas limpias. Este valle es depresión natural para que desagüen todas las cordilleras que lo circundan. En esta fuentecilla mía, hoy por hoy libre todavía de los ataques de los humanos, veo muchos juncos. También veo rastros de jabalíes y algunos charcos que parecen de juguete. Aunque hace mucho frío, esta agua, chorrillos y charcos, no están helados. Incluso al tocarlo noto que está mas bien templada. Señal esta de que brota aquí mismo. También es señal de ello las ranas, que al verme, se zambullen en las limpias aguas. Si fuera agua estancada, con el frío que hoy hace, estaría helada y de ninguna manera podrían vivir en ella estas ranas.

Bebo un sorbo y sigo la sendilla que me resulta agradable porque tiene toda la pinta de ser un camino de aquellos tiempos. La vía de comunicación, para entrar y salir, por aquellas épocas, al cortijillo, ya hoy no es lo mismo. Hoy casi no puedes andar por ella. Toda está pisoteada por cascos de caballos y como además de la fuentecilla, toda esta ladera rezuma agua por cualquier sitio, la senda es un puro barrizal. Estos dichosos caballos que les alquilan a los turistas hay que ver lo que estropean por todos sitios. Los he visto en un cercado junto al hotel y enseguida pensé lo que ahora estoy sufriendo. Será muy romántico eso de ir dando un paseo por aquí montado sobre un caballo pero tampoco estaría de más dar un paseo a pie y dejar los caballos en paz aunque sólo fuera para no romper más estas sierras.

Los cerdos - 7

La crisis ecológica actual no es el resultado
de un simple fracaso: es mas bien el efecto
perverso de un éxito demasiado grande.

Los veo subir por el barranco siguiendo el curso del río. Es una piara completa, unos cuarenta o así que suben esparcidos por entre los juncos, los tarayes, las rocas y los charcos del cauce. No van a ningún sitio; ellos andan buscando sus alimentos por entre la tierra, los charcos, los quejigos y la ladera de ambos lados del río. El joven los sigue a cierta distancia y desde la ladera de la umbría los va observando. No tiene que hacer nada; sólo vigilarlos, estar junto a ellos y procurar que sea por este rincón donde los animales busquen su alimento y no por otro.

Todos los días él le da su careo por este valle y aunque hay aquí suficientes alimentos para que los animales se sacien plenamente a lo largo de todo el año, a él le gusta llevarlos también por el valle al otro lado del río. Pero en esta época es cuando aquí son abundantes las bellotas. Es éste todo un gran trozo de sierra rico en alimentos para ellos precisamente por eso: por el agua de este río que es el principio y fuente de flora y fauna de este valle.

Ya llegando el medio día los animales llegarán hasta donde el río se cierra y es casi una cascada. Por aquí detendrá la marcha la piara. El joven les saldrá al encuentro, intentará reunirlos y los volverá para atrás. Los conducirá río abajo siguiendo las sendillas que los mismos animales van trazando a través del monte y sorteando rocas y los llevará hasta el cortijillo. Esta pequeña piara de cerdos, las ovejas y las huertas, es la riqueza de toda la familia. De aquí sacan ellos para poder comer cada día y así irán tirando escondidos en este trozo de sierra.

¿Quién les diría a ellos que pasado el tiempo aquí, junto a su mismo cortijillo, alguien les iba a construir un chalé como el que ahora mismo piso? Pero el chalé, en estos momentos, más que ninguna otra cosa, estoy viendo que sobra aquí. No pertenece a este mundo ni tiene nada que ver con la realidad de la naturaleza que aquí respira. Estoy yo moviéndome por estos raros aposentos tan llenos de basura humana y me siento extraño, incómodo, desencajado. Sigo mirando por el hueco de la ventana y como la piara de los cerdos sigue desparramada por ahí, como si la misma eternidad los hubiera dejado recogidos entre sus manos, siento como si el mundo de ellos fuera el de verdad real y no el que ahora palpo con mis manos. Como si sólo algunas cosas sí fueran seleccionadas para quedar eternas en el río del tiempo y otras sean totalmente rechazadas para que no dejen ni rastro en el camino que, a través de los días, conducen a la meta final. Como si unas sirvieran y otras no sirvieran y al llegar a ese estado es cuando las primeras pasan a la categoría de bellas y las segundas, no.

El Tesoro-8

¿Es necesario detestar a la
humanidad para amar a la
naturaleza?

Me alejo del chalé. Ya lo conozco y ha perdido para mí todo su misterio. Todo ese misterio respetuoso que mi ignorancia me hacía concebir. Bajo por la senda, dejo atrás las ruinas del cortijillo, llego a la altura del transformador de luz y sigo por la pista que va a media ladera en la dirección del río. A ver si ahora ya por fin empiezo a desarrollar el plan de ruta que me había trazado porque hasta este momento, me estoy moviendo como forzado, como arrastrado por circunstancias no controladas por mí y por lo tanto, casi me siento un poco violentado en mi interior.

En cuanto cojo este camino entro de lleno en la espesura de un gran bosque de pinos. Lo de otras veces: este bosque, su sombra, el verde de sus ramas, la humedad y hasta el mismo clima, lo tengo visto. Es una copia de algo que ya he visto muchas veces en estas sierras y no es así. Porque nunca hasta este momento he pisado yo éste rincón. Y sé bien que tampoco esto es igual a nada de lo que existe en otros sitios. Pero sí, se parece al pequeño rincón de la CURVA DEL PINAR allá por el Arroyo de Montillana; aunque solamente se parece.

Y al adentrarme por su sombra, un pensamiento que esta mañana se me ha cruzado dos o tres veces por la mente, ahora se me convierte en una honda sensación: es verdad que este barranco está lleno de leyendas. Parece que hasta la misma luz del bosque lo anuncia. La que me contaron el otro día tenía relación con el tesoro. Y es cierto que en estas sierras esta leyenda se repite en más sitios. Por ejemplo: Juan Pedro, un amigo mío que nació en Pontones y que ahora vive sus días de jubilado en el pueblo de Villanueva del Arzobispo, una de las cosas que recuerda con más fuerza, es la leyenda del tesoro de Peña Amusgo. Según él, su padre le dijo un día que un moro tenía escondido el tesoro cerca de esta peña y que cuando el abuelo de su padre fue por allí a buscarlo se encontró sólo las vajillas de barro rotas. Alguien había llegado antes, había descubierto tal tesoro y se lo había llevado dejando por el suelo restos de lo que no servía.

Otro tesoro parecido a éste, según mi amigo el pastor del cortijo del Vado de las Carretas, está escondido allí mismo: en la Cueva del Tesoro un poco encima del Caballo de Acero. Lo han buscado muchos pero él cree que nadie lo ha encontrado aún. Mi tesoro, la leyenda de mi tesoro por este barranco, se remonta a tiempos casi perdidos o por lo menos a mí me dice eso. Y dicen que había un vejecito por estas sierras que ni tenia cortijo ni lugar seguro para morar. Alguien le dijo a él que en unas rocas de este barranco estaba el tesoro escondido. Se vino el vejecito por aquí y para que nadie lo viera no fueran a descubrir que buscaba un tesoro y se lo pudieran quitar, se quedaba a dormir por alguna cueva que había muy al final del barranco. Se ponía a vigilar y cuando él creía que nadie iba a subir por el camino, se metía por el monte a buscar su tesoro.

Sabía dónde estaba pero no le era fácil dar con él. Así se pasaba el día escarbando con la ilusión de encontrarlo y al mismo tiempo con el corazón en un puño por el miedo a que en eso momento apareciera por allí un pastor y lo descubriera. Si esto sucedía él estaba seguro que le quitaría su tesoro y justo esto fue lo que sucedió.

Dicen que una mañana de primavera, con un sol espléndido luciendo sobre los montes, subió él hasta el poyete sobre el voladero rocoso de la margen derecha del río. Vio allí una covacha y unas piedras grandes y su corazón enseguida le dijo que aquel era el lugar del tesoro. Movió las piedras y lo vio. Allí estaba el tesoro que eran muchas vasijas de barro llenas de monadas de oro y plata. Tantas que no podía con todas ellas y como en aquel momento tampoco sabía qué hacer con aquel tesoro, lo único que se le ocurrió fue coger un puñado de aquellas monedas y volver a enterrar todo lo demás. Bajó después de la repisa y se puso a caminar por la senda que desciende río abajo. No había andado trescientos metros cuando detrás de unas rocas se tropezó con el pastor.
- Que ¿has encontrado ya el tesoro?
Le dijo. El vejecito se quedó mirándolo y creyendo que todo estaba descubierto, lo único que acertó a decir fue:
- Y tú ¿cómo lo sabes?
- He oído sonar las monedas que llevas en el bolsillo.
- Sólo tengo un puñado pero si te doy la mitad ¿guardarás el secreto?
- Por supuesto que sí; sólo tú y yo lo sabemos.

El que me contó a mí esta historia dice que su abuelo todavía conserva esas monedas. Y dice que al día siguiente ya no se volvió a ver más al viejecito por este barranco. Nada más se supo ni de él ni del tesoro, aunque mucha gente, desde entonces para acá, ha oído hablar de la leyenda de este tesoro por el barranco.


La alambrada -9

Somos señores del mundo? Ciertamente.
Dueños un poco a la manera de Dios no para
destruir, sino para desarrollar, no para la muerte
sino para la vida.

En cuanto avanzo un poco dejo atrás el pinar del rincón. La pista desciende hacia el barranco y al mismo tiempo se acerca al río. Por entre los pinos enseguida veo los tejados y las paredes blancas de unos edificios. Mi intuición me dice que por aquí ha de estar la piscifactoría. Pero como no he venido nunca por el rincón ni conozco estas instalaciones no me siento demasiado seguro. Mas la configuración del terreno aquí recogido bajo la falda rocosa de la cordillera, la oscuridad del barranco por donde se hunde y corre el río, todo parece anunciar que este punto es el lugar ideal para una piscifactoría. Y como estoy viendo los edificios, ya casi doy por seguro que es aquí donde se encuentra esta construcción. Además, los edificios son bajos, de una sola planta y alargados, propios de lo que en realidad puede ser una piscifactoría.

Bajo yo pensando que me está costando menos de lo que en un principio creía, recorrer todo este rincón, porque si esto es la piscifactoría, se encuentra mucho más cerca y todo está bastante más recogido en el barranco, de lo que esta mañana creía. También recuerdo que el mapa que traigo conmigo, lo amplié un poco y claro, ya no es la escala que estoy acostumbrado a manejar.

Vengo yo reflexionando estas cosas cuando me tropiezo con la alambrada. Una cancela de hierro que me corta el paso cerrando la pista y desde aquí, a un lado y otro, arrancan unas mallas metálicas cercando todo el barranco y dejando en el centro los edificios que descubrí antes y que ya tengo casi al alcance de mi mano. Me siento incómodo porque me gustaría llevar a cabo el recorrido que tanto he planificado pero que esta barrera me lo impide. Busco algún paso y no lo encuentro. La alambrada es muy alta y está muy tupida.

No hay manera de pasarla a no ser saltándola por encima que además de tener su peligro, parece como una invasión. Siento, de verdad, lo fastidioso que es una alambrada en las tierras de estos montes porque inmediatamente uno reacciona pensando en que nadie tiene ningún derecho a ponerme una valla en mi camino.

Sin pretenderlo, sin que lo quiera, todo mi ser me remite inmediatamente a otros momentos donde las situaciones eran a la inversa. Una casa pequeña, de piedra y madera, al comienzo del valle. En el flanco derecho del valle un bosque de árboles autóctonos manchados con árboles frutales que los habitantes del cortijo cultivan y cosechan. Por el centro del valle corre el arroyo y en las praderas pastan las ovejas. En el flanco derecho del valle, unos linderos por donde crecen las parras, los nogales, perales y otros muchos árboles frutales. Algo más a la izquierda, sobre la ladera, el otro cortijillo donde viven los habitantes que cultivan y cosechan los árboles del lindazo y los hortales de la llanura.

El pastor carea a sus ovejas y cuando, en cualquier época del año, pasa por las huertas o los lindazos, si le apetece coger fruta u hortalizas de los bancales, las coge y no tiene problema alguno. El dueño le dice:
- Las tierras son tan tuyas como mías siempre que las cuides como las cuido yo.
- Es verdad que en ocasiones me entran ganas de coger algunas nueces o tomates para la comida de mi familia.
- Sin problemas, porque lo mismo de pobre o rico voy a seguir siendo con tres tomates más o menos.
- Pues igual te digo: si algún día tú necesitas un cordero para ti, tu familia o para comértelo con tus amigos, me lo dices. Lo mismo si necesitas unas calabazas o tres kilos de patatas de las que tengo en el hortal.
- Tú tranquilo, que no tienes que pagar nada.
Las ovejas y el pastor van y vienen por el valle aprovechando las hierbas frescas y cuando el hombre siente hambre, se acerca a los lindazos y de por allí coge lo que encuentra. Hasta moras que algunas son gordas como castañas por ser buena tierra esta de los ribazos.

Pasan los años y los lindazos cambian de dueño. Uno de la ciudad que lo primero que hace es arreglar la casa dejándola más tipo chalé que cortijo. Le pone paneles para captar la energía solar y antenas para las televisiones. Lleva agua a todos los aposentos a través de tubos de plástico negro dejando el manantial de la ladera seco, pone alambradas en las tierras de los lindazos y los hortales. Pasa por allí una tarde el pastor y al ver que sus árboles, los manzanos sobre todo, están cargados de apetitosas frutas amarillas, coge unos kilos. Se las está comiendo sentado en uno de los ribazos, frente a la llanura, cuando hasta él se acerca el nuevo dueño.
- Qué ¿merendando?
- Unas manzanas que he cogido del árbol.
- Ya tenía yo ganas de encontrar al ladrón.
- Hombre, no es para tanto. Si quiere te las pago.
- Me las devuelves y me las pagas; así quedas escarmentado.
- Pues aquí tienes las manzanas; sólo falta una pero a cambio, pongo en su lugar este puñado de nueces que aún guardo de la cosecha que el año pasado me dieron mis cuatro nogales.
- Pero ¿y quién me las paga?
- Por lo menos yo no, porque te las he devuelto todas. ¡Ah! Y si algún día necesitas algo no tienes nada más que decirlo. Lo digo, porque como eres un vecino nuevo... Hombre, uno no tiene gran cosa pero lo que tiene es de todos. Un borrego más que menos, tres kilos de patatas o unos panes recién amasados tampoco me van a poner rico ni a dejar en la miseria.

El pastor luego aquella tarde sigue careando a sus ovejas por la llanura y desde lejos mira a los lindazos. Ahora no les parecen los mismos. El ha recibido el raro mensaje y ahora tiene una gran tristeza dentro de su alma. Los mira y los ve como si ya los lindazos no fueran los mismos y de ahí que hasta le resulten menos bellos, menos familiares y esto es lo que le desconcierta, porque ¡los tiene tan dentro después de tantos años pisándolos y sintiéndolos suyos! Eso de cerrar en alambres las tierras y meterse en el centro en un edificio de lujo diciendo “esto es mío y de nadie más”, él no lo entiende. Por muy modernos que sea, no son las costumbres de estas tierras y por eso él no lo entiende.


El lugar soñado -10

El problema ecológico sí es un
problema esencialmente humano.

La pista que traigo viene bajando y aunque aquí la corta una cancela de hierro desde la cual, hacia los lados, se extiende la valla metálica para recoger todo el rincón en torno a los edificios, yo quiero seguir bajando. Entre otras cosas porque la pista no muere aquí sino que sigue y va realizando exactamente el plan que traigo: quiero salir por el Puente del Hacha y torcer luego carretera arriba.

Como la cancela me corta el paso, miro a ver si encuentro cómo seguir y lo encuentro: por la parte de arriba, la que pega al paredón rocoso de la ladera de la montaña, hay un paso. Lo uso y ya he dejado atrás la cancela. Por otro lado, la alambrada sigue a mi derecha que es el lado del río. En los terrenos que se hunden en el barranco hacia el cauce, quedan los edificios. Los voy viendo mientras sigo bajando casi resto ahora y lo que ya sí descubro con claridad es la piscifactoría. Me voy asombrando pero con toda seguridad descubro que este rincón es el mismo que ciertamente veo en mis sueños.

No sé si está cerca de un colegio pero debe de estarlo porque los jóvenes así me lo anuncian. Salen ellos todos los días a su recreo. Son muchos y de edad entre catorce a veinte años. Llevan todos sus libros y como el recreo es a media mañana, tienen que comerse sus bocadillos. En grupos de dos, tres, cuatro o seis, atraviesan esta ladera, se internan por entre la vegetación y bajo los fresnos, entre las rocas y la corriente del río, se van sentando. Charlan ellos animados mientras comienzan a comerse sus bocadillos. Casi siempre los veo acompañados de algún profesor que, como ellos dicen, no es un profesor sino un amigo.
- Ya sabéis, no dejad ni señales de vuestro paso por este rincón.
Les dice el profesor pero no con tono de orden sino como el que recuerda algo que todos aman y desean cumplir.
- ¿Cómo vamos a estropear, dejando basuras, un rincón como éste?
- Sé yo bien que lo sentís vuestro y lo queréis casi como algo que os pertenece. Nadie rompe lo que ama.
- Señor profesor, si es que no hay gozo más grande en el mundo que el de sentarse en este rincón, junto a la corriente del cauce y el agua limpia que por aquí corre.

Y ellos tienen toda la razón: el agua es tan cristal que hasta el mismo viento tiene miedo de mancharla. Y a ellos, sabe Dios por que razón profunda y noble, no se les ocurre tirar ni una colilla. Cada cual lleva su bolsa con el bocadillo y cuando se les termina el recreo, vuelven por la ladera donde ni siquiera hay ni cemento ni asfalto sino tierra pura, y en los contenedores dejan sus desperdicios. No para en todo el día el trasiego por este rincón; mas, aún así, parece que cada día está más bonito, con tanta agua corriendo limpia, con tanta vegetación, con tantas sombras de árboles, con tanto viento siempre meciendo las ramas y con tantos pajarillos por allí saltando.

Yo los veo ir y venir tan orgullosos ellos y más orgullosos aún se sienten cuando algún compañero de otros colegios les dice:
- ¡Jo! Qué suerte la vuestra. Ya quisiéramos nosotros tener cerca de nuestro colegio un rincón tan hermoso como ése para no tener que ir todos los días a tomarnos las latonas al bar, a bebernos el refresco en medio de la calle o a fumar a la discoteca. Ya quisiéramos nosotros una cosa tan limpia donde sólo se respirara un aire tan puro como el que ahí se respira y no se oyera nada más que música de agua y silencios de bosques.
- ¡Categoría que tenemos nosotros porque nuestro colegio es así de chulo!

En otros momentos de mi sueño veo que el rincón es también compartido con la gente que sale de su trabajo. A comerse su comida siempre se vienen al lugar y si es verano, por aquí se quedan a echarse sus siestecillas porque ellos saben que nadie les va a molestar. Vienen también por aquí enfermeras y médicos que en lugar de juntarse para irse al bar y tomarse su café, cogen y se dan un paseo, se sientan junto a la corriente a gozar de la sombra y son ellos mismos los que dicen que no necesitan de tantos bares y tantas historias para pasar un rato con los amigos.

Yo no sé si está cerca de un colegio o cosa parecida pero el caso es que lo veo continuamente en mi sueño y siempre hay en él el mismo trasiego. Ahora que bajo por la pista rumbo a la piscifactoría me digo que sí, es el lugar con el que siempre sueño.

La Piscifactoría -11

Quisiera también encontrar a alguien por aquí pero según voy bajando veo que tampoco, al menos hoy, hay nadie en estas casas. Porque son dos y muy pegadas una a la otra, con un buen trozo de tierra por la parte alta de donde han quitado toda la vegetación autóctona y han puesto árboles frutales. Debe ser este el hobby de los habitantes de las casas cuando están por aquí. Porque, además, también parece que siembran algo de hortalizas en estas tierras.

Enseguida sé de donde cogen el agua. No es del río que corre más por lo hondo. En la ladera brotan bastantes veneros. Algunos de ellos, los dueños o habitantes de estas casas, los han canalizado y los reparten, fundamentalmente, entre tres cosas: unos tubos de plástico, que en esto caso son verdes, van a los mismos edificios; otros se quedan por las tierras del jardín y otros van a las piscinas que son cinco, las que estoy viendo. Una piscina, la grande, está en el primer edificio, con su agua que le entra y le sale, dos más veo en el segundo edificio y luego encuentro otras dos abajo, en las instalaciones de lo que en realidad es la vieja piscifactoría. Todo un lujo lo que esta gente tiene aquí y parece como si lo tuviera oculto al resto de los seres humanos detrás del monte Cerro del Molinillo y bien metido en el barranco, pegadizo al río. El Guadalquivir, el que lleva el agua a otras poblaciones y vegas pero después de que haya pasado por estas piscinas.

Por cierto, uno de estos edificios, quizás el más grande, fue en otros tiempos un molino. Por este valle, todavía muchos lo conocen como el molino.
- ¿Y qué se molía ahí?
Le pregunté al pastor.
- Pues de todo; trigo, cebada, centeno y hasta pimentón. Recogíamos las cosechas y en lugar de tener que llevarlas para su molienda al pueblo de Cazorla, lo llevábamos a este molino y de ahí nos traíamos la harina.

Junto a las casas veo mesas, asientos de cemento y ladrillos y hornillas para guisar. En la otra, en la segunda, entre el edificio y la parte de arriba, una explanada acondicionada con dos bellas fuentes llenas de culantrillo y chorreando el agua por todos sus lados. Más adelante ya está la piscifactoría. Es este el trozo que más me interesa ver, aunque la verdad es que me interesan todos y entre ellos, el viejo molino. Es una pena no encontrar alguna persona por aquí para preguntarle por todo lo que ahora mismo ignoro. Ya sé que estos edificios que ahora mismo veo y que se parecen más chalés que a cortijos, han sido reconstruidos sobre los restos de aquellas antiguas construcciones. Maravilloso recinto reservado sólo para unos cuantos aunque sean sus propietarios legales.

La piscifactoría está aquí mismo. En una amplia explanada y según estoy viendo, es grande y también grandes albercas tiene y dos de ellas, en el centro, llenas de agua. El pilón el centro total, es el que más rebosa y por la escalera que veo en uno de sus lados, deduzco que sirve de piscina. Alguien de por aquí lo ha adaptado y en los meses de verano, lo usa para darse sus buenos baños. En el otro, uno de los más pequeños, el frío de esta noche ha dejado toda su agua hecha un gran bloque de hielo; tanto, que ahora mismo parece una auténtica pista de hielo para patinar. Sembraron por aquí cipreses y al verlo ahora, por su corpulencia, casi puedo sacar los años que han pasado desde aquellos días hasta hoy. Muchos años son, porque el grueso de los troncos de los árboles y su altura es bastante considerable. Según me dijo mi amigo estas instalaciones fueron abandonadas como fábrica de truchas, por la escasez de agua en el río y porque, además, no era la apropiada para estos peces. El mismo dueño construyó la del río Aguasmulas que esa sí funciona hoy en día.

Por cierto, aquel canalillo-reguera que veía al comienzo de esta ruta cuando atravesaba los dos puentecillos de tablas, era para lo que intuía: es el que trae el agua a estas instalaciones. Arranca de algo más abajo de Vado Ancho y siguiendo el curso del río, se viene por la ladera, pasando por entre las dos casas que vi al principio y viene a desembocar justo a estos compartimientos. Ya hace años que por este canal no baja agua. Tampoco hay por aquí truchas y del río también creo que han desaparecido. “Peces sí hay pero truchas no”, me dicen los serranos que distinguen entre peces y truchas. En aquellos tiempos sí las había porque yo, hasta no hace muchos años, las he visto por allá arriba, más abajo de la casa forestal de Los Rasos e incluso en el mismo Puente de las Herrerías.

Sigo mi ruta y doy por finalizada mi presencia por este rincón y estos edificios en la esquina de abajo. Justo donde existe esta pequeña vivienda que seguro sería usada por las personas que cuidaban a los peces de estos pilones. También tienen señales de ser habitadas de vez en cuando porque están blanqueadas y se conservan casi nuevas. Miro y veo que por aquí el río se va hundiendo en el barranco y la pista sigue bajando. Aunque más bien por lo que observo la pista sube por el barranco y viene expresamente a estas instalaciones. Sigue un trozo más por donde he bajado pero podría decirse que es la prolongación disminuida de la verdadera que es la que llega hasta el lugar.


Camino del Carrascal -12

¿De quién es el silencio y el rumor del río
que se va, cayendo la tarde?

Dejo atrás las viejas instalaciones de fábrica de peces y como por aquí sí tengo muy claro la senda a seguir, me voy por la pista, Muy usada se ve que está y, además, en buenas condiciones. Va en la misma dirección que el cauce del río. Hay por aquí un coche aparcado y como no veo a nadie intuyo que anda por el monte. Se desvanece enseguida mi intuición porque nada más avanzar treinta metros, en la curva por donde baja un arroyuelo que seguro es el pequeño pero bello arroyo del Zorro, me encuentro con la persona dueña del coche. Es un joven y viene vestido casi, casi exactamente a un militar. Sube por la pista y al cruzarnos lo saludo y como tiene apariencia de conocer el rincón, me paro y le pregunto:
- ¿Adónde lleva esta pista?
- Es este el camino del Chaparral, un cortijo y chalé que hay en la curva del Puente del Hacha.
- Tengo yo entendido que la pista viene expresamente a esta piscifactoría y que se llama así aunque yendo en la dirección que llevo puedo encontrarme con el Carrascal.
- ¿Qué quieres decir que éste no es el camino del Carrascal sino que pasa por allí?
- Así lo tengo entendido.
- Pues te lo han explicado mal; además, debes saber que los caminos en la sierra son todos iguales. No hay ninguno que vaya a ningún sitio concreto sino que pasan por aquí o por allá.
- Claro porque la categoría del camino de tal sito o lugar es de mucho mayor solera que eso de un camino que pasa por aquí o por acá.
- Exactamente. Para mí todos los caminos de la sierra son iguales. Van por el monte, atraviesan un arroyo o suben una cumbre y lo único que los diferencian es que los árboles son otros, que las rocas no son las mismas y uno atraviesa un arroyo y el otro un río.
- Sin embargo, yo pienso que los caminos tienen su solera. Los de aquí, los de la sierra, son realmente caminos que van a sitios concretos y todos arrancan precisamente de ahí: de la profundidad de la sierra, de su corazón mismo y cuando ya entran por esas zonas de los pueblos y las carreteras es donde se pierden y dejan de tener categoría. Por ejemplo: una autovía no va a ningún sitio, pasa por muchos lugares pero sin arrancar de un sitio y morir en otro. Son como sin identidad, sin personalidad propia, sin ese sabor único que te da el ser de un sitio concreto.
- Dirás lo que quieras pero precisamente lo que pienso es que los caminos serranos son los que de verdad no tienen valor propio.
- Este que yo llevo, por ejemplo ¿pasa por sitios bellos o no?
- Va por este monte; luego se hunde en el río y ahí se junta con la carretera. ¿Adónde va y qué es en sí el camino? Sólo una franja de terreno para caminar, construida expresamente para eso y formado por el uso.
- Es que los caminos de la sierra han sido todos así: formados por el uso para ir al cortijo tal, a la fuente o a la cañada. Los rompieron cuando hicieron las pistas y echaron asfalto en ellos; entonces es cuando fueron construidos expresamente para caminar o pasar con el coche. Ahí es donde perdieron su identidad.
- En fin, por si vas al Carrascal y quieres saber algo de aquel lugar te diré que allí hay un cortijillo que ya está casi en ruinas porque junto a él acaban de levantar un gran chalé con paneles solares y agua corriente. Estos días andan por allí vareando las bellotas que ahora ya no las varean como antes, al menos en aquella finca.
- ¿Qué hacen entonces?
- El dueño del chalé ha vallado las tierras que circunda el edificio y como algunas de las encinas las ha cortado, cuando llega esta época, las echa abajo de los árboles con una manguera de agua conectada a un compresor.
- ¡Qué cosa más rara! ¿Cómo funciona ese sistema?
- Recoge agua de los manantiales que siempre hubo allí, la hace pasar por una bomba y luego la mezcla con el aire del compresor. Apunta con la manguera a la encina y como el agua sale con mucha fuerza, las bellotas caen todas mezcladas con el aire y el agua. Así de esta manera termina enseguida, no daña ni al árbol ni a los frutos y hace pruebas para ver si el invento funciona. Lo quiere patentar.
- Pero yo soy del Valle, la tierra del cerdo criado con bellotas y nunca he mi vida ni en visto ni he oído que las bellotas se vareen con una manguera de agua a presión.
- Quizá eso se pasó de moda. Quizá lo moderno ahora sea lo de este señor.

Bastante extrañado por todo lo que he oído a este hombre, lo despido. Sigo pista adelante y precisamente ahora lo que más me llama la atención es el ruido del río que lo llevo a mi derecha por lo hondo del barranco.


Dueña de la Ladera -13

El poder de los hombres es todavía
irrisorio y el ser humano se siente tan aplastado
por la naturaleza que tiende a dosificar sus fuerzas.

Voy yo descubriendo el barranco por la tan flamante pista forestal y se me va llenando el alma del día ya un poco avanzado, del rumor del río saltando las cascadas del cauce y el perfume esencial que sube por la ladera. El camino, primero sigue recto a media ladera y como se aleja del cauce, llega un momento en que traza una gran curva hacia la derecha y luego a la izquierda y empieza a hundirse buscando el río. No sé por qué pero tengo la sensación que en esta curva debería existir una desviación que se fuera hacia el barranco del Cerro de Las Albardas y al cortijo de la Cruz del Muchacho. Miro y por más que busco, no veo ni pista ni senda.

Y estoy yo empeñado en encontrar un camino sin que ni siquiera venga indicado en el mapa que tengo, cuando me sorprende el escándalo. Miro hacia la solana y lo descubro: desde los cantiles del farallón rocoso de la ladera el águila perdicera se ha lanzado a por su presa. Una chova que busca su alimento por entre las encinas de la solana. Se ha lanzado a tierra en picado y sobre la presa localizada desde lejos y durante unos segundos hábilmente la persigue por entre los pinos y las encinas. Su esbelta silueta y sus alas relativamente finas llenan de elegancia el vuelo.

No es la primera vez que yo las veo por estas sierras persiguiendo a sus presas y por eso las conozco bien. El águila perdicera ocupa el lugar del águila real en la región mediterránea y en algunas comarcas semiáridas del Este. Como ella, es sedentaria en la edad adulta y permanece en su territorio, que ocupa 10.000 hectáreas o incluso más. Los jóvenes vagabundean y algunos individuos europeos se van hasta África. En el Sur del Europa frecuenta los carrascales secos salpicados de arbustos bajos pero también los matorrales espesos; construye su nido en acantilados que domine estos paisajes. Como otras rapaces diurnas, tales como el águila vocinglera y el águila calzada, la perdicera presenta dos tipos de coloración que no tiene nada que ver con la edad ni con el sexo. Algunos ejemplares tienen la parte inferior del cuerpo blanca, marcadas de pavesas pardo negro sobre el pecho, mientras que en otras esta parte del plumaje es leonada.

Se ha dicho que las rapaces diurnas atrapan sus presas por sorpresa. A veces, les es preciso perseguirla largo tiempo, acecharlas y espiarlas pacientemente sobre las montañas, sobre las praderas o sobre los bosques. Para eso, debe ser aptas para volar muy rápidamente o, en otro caso, para planear durante horas. Sus alas tienen, por lo tanto, una forma diferente según su género de vida. Las de los halcones, aves rápidas, son generalmente estrechas y puntiagudas; las de los gavilanes y azores, mucho más anchas. Estos últimos se desplazan aprovechando corrientes de aire caliente ascendente. En unos diez minutos, pueden pasar de 1.500 a 3.500 m. Después de tomar altura, descienden en vuelo planeado a una velocidad que alcanza 80 km/hora. En África, uno de ellos recorrió 32 km. de este modo perdiendo solamente 520 m. de altitud durante este largo descenso.

Aves de presa, rapaz o depredador, estos son los tres nombres dados generalmente a las águilas, los ratoneros, los halcones, las lechuzas y los búhos. En realidad, también podrían aplicarse perfectamente tales denominaciones a las golondrinas, a los papamoscas y a las currucas: unos y otros se alimentan de animales vivos. La diferencia estriba en el tamaño de la presa: un águila captura pequeño mamíferos o aves; una curruca come insectos. Es una costumbre generalizada la de llamar rapaces a las aves de pico ganchudo y patas provistas de garras aceradas. Pero para el ecólogo, la golondrina común y el gavilán forman parte de la misma categoría: son todos depredadores, es de decir, animales que se alimentan a expensas de otras especies.

Al darme cuenta de lo que está ocurriendo ahí, a muy pocos metros de donde estoy, me quedo parado. Me oculto tras los troncos de un pino y como me arropan varias ramas de carrasca y enebros creo que quedo tapado a los ojos del ave. Espero un rato y no tardo en verla remontar vuelo. Desde el mechón de monte donde ha atrapado a su presa, alza el vuelo y con la chova entre sus garras se eleve en el aire. Arranca hacia el barranco y como el animal no me ha visto me cruza por delante casi rozándome.

Me quedo con el aliento contenido ante la visión de tan impresionante espectáculo. Como si de toda una montaña entera se tratara su figura, solemne y grandiosa, desciende por el viento lenta y suavemente. Sin apena esfuerzo ni movimiento ninguno. Sólo abriendo sus alas y dejándose llevar por el viento. Sin quererlo, del corazón se me escapa un ¡qué maravilla, Dios mío! Y luego que bella figura va descendiendo hacia el barranco al tiempo que remonta, aprovechando la corriente de aire para, sobre las cumbres de mi Cerro del Molinillo, girar hacia los cantiles de la ladera donde estoy, sin prisa me dejo empapar de la realidad que ante mis ojos tengo. Nunca en mi vida he vivido un momento tan emocionante. Nunca en mi vida se me ha mezclado con tanta fuerza la imagen de la realidad y el sueño. Nunca en mi vida podría yo creer que aves tan sencillas encerraran tanta belleza.

Durante un rato todavía sigo ahí, sentado en la roca, junto al camino y cuando quiero regresar es como si de pronto, todo el barranco se hubiera transformado en un mundo nuevo. Hasta el murmullo del río me parece otro. Chapoteando por espacios inaccesibles que más se parecen a sensaciones soñadas que a mundos terrenales.

Cerro Hueco -14

Nuestro cuerpo conserva la memoria de
un mundo que late desde siempre.

Me lo habían dicho pero yo no me lo creía demasiado.
- Si el cerro está hueco será que hay ahí una cueva.
- Quizá sea una cueva pero hazte a la idea que no es la cueva clásica que normalmente se conoce. En esa gran bóveda no existen ni estalactitas ni estalagmitas ni corrientes de agua ni trozos de rocas caídas que te impidan el paso ni angosturas ni galerías.
- Entonces, ¿Cómo es ese agujero?
- ¿Tú sabes lo que es un iglú?
- Es una vivienda esquimal fabricada con bloques de hielo, dispuesta en forma de cúpula y con una sola apertura.
- Pues así parecido es el Cerro Hueco.
- Pero es que no acabo de creerme que en estos montes exista un fenómeno así. Las grutas que por aquí pueden darse serán siempre galerías formadas por las corrientes de las aguas subterráneas que por lo general son muy caprichosas, muy irregulares y de ninguna manera se parece a lo que tú me dices.
- Te pasará como a mí: yo no me lo creía y hasta que no lo vi no quedé convencido del todo. Lo que pasa es que nadie sabe o muy poca gente sabe que existe esta cavidad y menos aún conoce en qué lugar se encuentra y por dónde tiene la entrada.
- Claro, porque ¿te imaginas la cantidad de turismo que vendría a ver un fenómeno como éste?
- Un fenómeno que por otro lado es una auténtica maravilla. No hay otro en toda España y yo creo que en el mundo entero no existe nada parecido. Puedes comprender ahora por qué este descubrimiento se mantiene tan en secreto y se habla tan poco de él.
- Pero ¿Tú lo has visto?
- Más de una vez y muy despacio.
- Al menos podrías decirme algo de esa tan bella cueva que conoces.

- La entrada está al lado norte, escondida entre mucho monte y muy cerca de una gran pared de rocas. Se encuentra casi al final de la ladera, muy cerca del río y casi en la base del cerro. Es una puerta pequeña que para entrar por ella tienes que agacharte. No cabe más de una persona por el agujero que es algo redondo aunque más alto hacia arriba que por los lados. Hasta la misma entrada no llega ninguna senda ni camino ni nada parecido. Es decir: que tú vas por allí andando y el que sabe dónde está el punto exacto sí lo encuentra pero el que no lo sabe difícilmente puede llegar a la entrada. A un lado, al oriente, queda el barranco del río con un buen trozo de ladera todavía desde la entrada hasta lo hondo y al otro lado, al occidente, se alza la gran cordillera con toda la cumbre llena de Castellones, rocas y arroyos que corren para ambos lados.
- Y por dentro ¿Qué se ve?
- Una vez dentro, lo primero que te sorprende es precisamente eso: su grandiosidad. El primer vistazo te deja la sensación de que todo el cerro está hueco. Una pura gran cúpula que te sobre coge por su amplitud hacia arriba y a los lados. Todo está lleno de humedad aunque no corre agua por ningún sitio y esto hace que las paredes estén recubiertas de mil plantas raras que casi nadie conoce ni sabe qué tipo de plantas son.
- ¿Y a dónde va esa gran cueva?
- Eso es lo que te preguntas enseguida y enseguida buscas. No encuentras que vaya a ningún sitio aunque sí: parece que va al río. Cuando entras por el agujero de la ladera sigues andando, sin subir ni bajar sino como si siempre fueras en el mismo plano y cuando acuerdas vas a salir al río. Por ese lado la gruta tiene una salida que tampoco nadie conoce.

Voy yo esta tarde llegando al río y antes de torcer la última curva que me deja exactamente en el mismo cauce y sobre el puente que lo cruza me acuerdo de lo que él me dijo. Por lo visto, cuando la gente salía desde la gruta, como en aquellos tiempos por aquí el río no tenía puente, para atravesarlo, siempre tenían que mojarse. Sobre todo en aquella época en que el río bajaba muy crecido. Por lo visto dentro de esta gigantesca cueva existe un filón de rocas blancas muy bellas. Quizá sean esas rocas de calcita blanca aunque creo que no son calcita sino otro tipo de mineral. Para protegerse de enfermedades por los remojones del agua en el río la gente cogía estas rocas y se juntaba todo el cuerpo con ellas. Podía luego irse con la seguridad de estar inmunizados para durante mucho tiempo, de muchas clases de enfermedades. Ya en aquellos tiempos sabían ellos que la tierra cura las heridas y también las enfermedades. Un baño de barro elimina toxinas a través de la piel, que los emplastos de arcilla mitiga dolores e inflamaciones, que el simple contacto de los pies desnudos con la tierra canaliza hacia el suelo el exceso de electrones que altera nuestro equilibrio energético.

Esto de la cueva, que ni siquiera sé cómo se llama ni tampoco en qué sitio del parque puede estar, me tiene algo intrigado desde hace tiempo. ¿Qué podría yo hacer para descubrirla un día y comprobar, hasta donde se pueda, si todo o parte de aquello es verdad? Me tiene intrigado la cueva esta y ni siquiera sé por qué, cuando ahora esta tarde voy bajando hacia el río, me viene a la memoria tan particular historia.

El Último Trozo del Río -15

Algunos hacen de la tierra
una simple metáfora.

Cuando ya la pista se encuentra con el río, lo que podría ser una maravilla y sin duda lo fue en otros tiempos y aún hoy, a pesar de todo lo sigue siendo, queda tronchado. Justo aquí mismo, sobre una roca de la derecha al borde de la pista, han escrito un mensaje. Primero pintaron de blanco toda la roca y sobre ese fondo en blanco, en negro han rotulado lo siguiente: “pista sin salida, prohibido el paso”. Era de prever puesto que todas esas casas de la piscifactoría y el chalé más arriba son de propiedad privada. ¿Cómo van a querer y muchos menos gustar que los turistas andemos por entre sus tierras y sus cosas? Es suyo y sobra todo lo demás. Este es el primer impacto aquí en el mismo puente que ya ni siquiera es suyo y mucho menos el río pero ¡qué más da!

Aquí me paro un rato dejándome llenar de esta corriente cantarina y dulce que parece no importarle nada ni mi persona ahora por aquí ni la de ellos con sus cosas, coches, alambradas y demás. Gozo despacio el aire fresco que sube de la corriente, el silencio y la soledad y pasado un rato sigo mi camino. Va la pista subiendo un poco por el otro lado del río y como ya por aquí he entrado en zona de umbría, veo que la vegetación es otra. Las pelusas, musgo trabado en los troncos y ramas, cuelgan por doquier. Es ello indicio de mucha humedad reflejada también en la espesura del bosque y la belleza de los pinos buscando la luz. Porque a ellos el sol les llega muy sesgado y en los meses invernales casi no les llega. Un rincón bello, muy bello, este del río que según mi orientación debe ir a parar exactamente al Puente del Hacha, por donde yo esta mañana quise trazar mi ruta, entrando en la dirección contraria en que al final he venido. Creo que ya no me queda lejos la carretera del asfalto por donde, si he calculado bien, debe encontrarse el puente.

Pero junto a la pista, en un rinconcillo, todavía antes de que aparezca la carretera, veo un coche aparcado. Algún turista, me digo y me aproximo. Bajo la encina que derrama su sombra un poco en la misma corriente del río y otro poco en un rodal de tierra en la misma orilla, lo veo sentado. Ha montado aquí casi una oficina. Una pequeña mesa plegable, un asiento también plegable, sobre la mesa un ordenador portátil, una impresora, algunas botellas de bebidas y muchos papeles. Como me llama la atención y veo que se me presenta una buena oportunidad de hablar con alguien sobre cosas de estas sierras, me acerco; Lo saludo y enseguida me dice:
- Aquí que estamos pasando el día y me he traído el ordenador para escribir todo lo que pueda.
Noto que me confunde. Como vengo vestido con tonos verdes, se ha creído que soy otro. No es la primera vez que me ocurre esto y desde luego nunca los saco de su confusión porque en el fondo ello tiene su pequeña gracia. Los aparatos que tiene montados aquí entre la corriente del río, son de los más modernos y sofisticados.
- Quizá te pueda resultar raro el que para escribir de estas tierras haya que venirse aquí, a la orilla del río Guadalquivir y ponerse bajo las ramas de una encina, muy cerca de la corriente pero es que con todas estas cosas modernas uno se inspira más. La naturaleza tiene otro sabor. Les voy a demostrar yo a más de uno como deben comportarse con la naturaleza sin hacerle daño y sacar un buen partido de ella.

Algo más abajo, entre unas rocas que el río rodea con su corriente, veo que juegan varios niños.
- ¿A qué juegan?
- Son mis hijos que como se aburren entre estos montes, se han traído los videos juegos y ahí se han buscado un sitio para entretenerse en sus cosas sin molestarme a mí. No hay cosa mejor para los niños que el estar rodeados por la corriente de un río, sentados sobre unas rocas y dedicarse a jugar con todos sus aparatos modernos.
No termina de darme estas explicaciones cuando, por la parte de la solana, al otro lado del río, asoma un grupo de jóvenes que da voces.
- Papá, no vemos ni un espárrago.
- Pues seguid buscando.
Les dice el del ordenador. Lo miro y entonces se pone otra vez a darme explicaciones.
- Son los amigos mayores de mi hijo que para dejarme tranquilo les he dicho que se vayan a buscar espárragos. Por estos sitios debe haber muchos y lo que me gustaría es verlos asomar con un gran manojo en las manos. ¡Te imaginas qué cuadro más bonito para meterlo enseguida en el ordenador! Todo en vivo y sobre el terreno.

Lo sigo mirando sin atreverme a decirle lo que pienso. La verdad sobre esto de los espárragos en el mes de diciembre y en este rincón de la sierra. La otra verdad de estos niños con sus aparatos de juegos electrónicos sentados en la roca de la corriente del río y sobre todo, la verdad del escritor de naturaleza bajo la sombra de una encina junto al río Guadalquivir. No me atrevo a decirle lo que pienso y sigo mi ruta dejándolos con sus cosas.

El puente del Hacha-16

El ser humano pone el nombre
a los animales y a las plantas
y no encuentra su igual.

Ya esto y por el Puente del Hacha. Es este un paso sobre el Guadalquivir y el nombre hace referencia a una herramienta muy utilizada en estas sierras y que se relaciona directamente con la madera de los bosques. Hacha: herramienta cortante formada por una especie de pala con filo sujeta a un mango. Precisamente de este instrumento, más bien del uso de esta herramienta, es de donde deriva el oficio de hachero.

He pasado por este puente muchas veces pero con la tranquilidad y el interés que ahora mismo tengo, es la primera vez. Y es que hoy, a partir de aquí, quiero irme hacia la solana del lado izquierdo que es por donde, según la fotocopia de mi mapa, está el cortijo de la Cruz del Muchacho. Desde esta mañana tenía yo previsto esto y ahora que ya estoy en el puente, que era como un punto importante en la ruta, me siento como si por fin hubiera logrado mi objetivo. Así que me quedo por aquí como si en el fondo quisiera o tuviera necesidad de empaparme bien de este puente, su río, el sol que lo besa y los paisajes que lo rodean.

Hoy es todo un puente moderno soportando el ruido de los coches que de vez en cuando lo surca pero a través del tiempo me parece ver aquel primer paso en esta angostura del cauce. Entonces no había ningún puente. Pero como sí era esto un paso que la gente utilizaba para moverse por este valle, lo primero de todo fueron unas rocas para saltar de una a otras, hasta alcanzarla orilla opuesta. No existía más puente que estas piedras que era necesario sortear con mucho cuidado para no caer al agua. Aun así, cuando el río bajaba lleno, cosa muy frecuente en aquellos tiempos, no era posible cruzar este río por donde hoy se alza el puente. Digo vadear y la verdad que junto a este puente no existía ni existe ningún vado sino una pequeña cerrada. Aunque tan lejanos estén aquellos días me parece ver con claridad la gente acercándose al lugar, dar algunas vueltas por la lomilla y entre dudas y observaciones por fin bajar hasta el mismo borde de las aguas, dar un primer salto para aproximarse y ayudándose del compañero, entre palabras de ánimo y algún pequeño problema, atravesar la corriente y llegar a la senda.

Después fueron las tablas que también unían ambas orillas con algo más de comodidad pero sin dejar de tener su riesgo. Trazaron luego la carretera y entonces hicieron el puente de acuerdo a los tiempos y las necesidades. Tiene su interés aquellos proyectos para la construcción de la carretera longitudinal por este valle. Últimamente alguien me ha dicho y no sé dónde, que aquí, junto al mismo puente, a uno de ambos lados o quizás incluso a los dos lados, podrían construir un gran supermercado.
- ¿Te imaginas lo que sería una hipermercado moderno en este sitio de la sierra aprovechando estos cerros para hacer aparcamientos subterráneos?
Y dije que no; que no me lo imaginaba, porque me costaba mucho ya que estos montes están dentro de las tierras de un parque natural y en la cabecera de un río. Quizá sea necesario dejar que durante un tiempo más, las aguas que corren por aquí, sigan limpias aunque ahora mismo estoy viendo algunos letreros que alguien ha arrancado y están tirados en el mismo cauce por la parte de abajo del puente.

Cortijo la Cruz del Muchacho-17

Las costosas declaraciones de
espacios naturales y protegidos, esa
garantía demasiadas veces desvencija,
incluso por sus responsables, no se
merece tantos golpes bajos, tanta traición.

Tengo que dejar claro que el cortijo que lleva el nombre de la Cruz del Muchacho no es este que ahora mismo estoy viendo, mientras voy cruzando el Puente del Hacha. Pero como desde esta mañana lo vengo buscando como objetivo central de esta ruta mía, éste que ahora veo aquí mismo, me llama la atención. Es por esta zona y no muy lejos de este punto donde debe encontrarse el cortijo que busco. Mi fotocopia de mapa así me lo indica, teniendo en cuenta que entre el mapa, los mapas y la realidad siempre encuentras diferencias muy notables.

El caso es que como por entre las encinas de la ladera estoy viendo las paredes blancas de un edificio y es por aquí por donde creo debe de estar el cortijo, en cuanto termino de cruzar el puente, dejo la carretera. Ni siquiera busco la entrada, el camino que intuyo desde la carretera debe apartarse y subir al cortijo. Debe ser así porque un edificio como el que estoy viendo y tan cerca de la carretera nadie se cree que no tenga una pista que lleve hasta la misma puerta. Yo lo intuyo pero cojo y me vengo monte a través nada más terminar de cruzar el puente. No hay senda por aquí y aunque dejo de ver el edificio en cuanto me interno en la vegetación, como sé por donde está, subo rápido y en cinco minutos ya estoy a menos de diez metros de él.

Y enseguida mi sorpresa: no es un cortijo sino un gran chalé lleno de placas solares, antenas, ventanas con cristales, aparcamientos para coches y tubos de plástico que vienen desde la parte de arriba. Por ahí, por la parte de arriaba, sí veo el cortijillo. Una construcción pequeña, derrengada, casi escondido en la depresión del arroyuelo y muy bien arropado por las grandes encinas. Sin buscarla, también me doy de bruces con la pista que ya intuía y en muchas mejores condiciones de lo que podría esperar. La han arreglado muy recientemente y enseguida adivino que ha sido para subir a este chalé con la máxima comodidad. Desde lejos lo observo y un poco desconfiado, porque ya he dicho que no me hacen mucha gracia estas construcciones en medio de los parajes de este Parque Natural y no tardo en descubrir que aunque quisiera acercarme, no puedo. Fea, soberbia fría, la valla metálica casi nueva, se me pone delante impidiéndome el paso. Recoge dentro de sí un buen trozo de tierra, la mejor que por aquí veo, una pequeña llanura fértil, bella y llena de encinas y en su centro, justo en el centro del cercado, se alza el flamante edificio.

Tomo la pista, que además de subir a este soberbio edificio, sigue ladera arriba como si pretendiera llegar hasta la misma cumbre de las Albardas. No llega hasta ese punto ya que se queda por la mitad de la ladera justo en la puerta de otro edificio que por ahí arriba también alguien se está construyendo. De esto me he enterado unos días más tarde y luego más adelante hablaré de ello. No hace mucho que han metido por aquí máquinas para dejar flamante la pista. Lo han conseguido. La tierra está casi recién movida y, además, le han puesto una capa de graba y albero. Mientras la subo voy descubriendo todos estos detalles y al mismo tiempo me vengo diciendo que si fuera más temprano, seguiría subiendo hasta llegar al final para ver así a dónde lleva y por dónde acaba este camino.

Me he remontado tanto que el reluciente edificio se me ha quedado bastante atrás y ya por aquí dejo de tener alambrada que me impida irme en la dirección que llevo. Así que cuando ya estoy casi a la altura del derrengado cortijillo, dejo la pista y por el lado derecho me aparto de ella buscando la ladera verde que veo por entre las encinas. Hay por aquí muchos juncos porque es aquí mismo donde brota el manantial que ha sido recogido en tubos para que el agua vaya al chalé. Lo que me esperaba: como el cortijo es uno de los buenos, de los que tienen identidad porque es de los de aquellos tiempos, no podía faltar el manantial que le daba la vida. Avanzo unos metros y sobre el viejo y podrido tronco de una encina caída, sin duda por el peso de aquellas nevadas grandes de años atrás, me sitúo frente a las ruinas del pequeño cortijo. El paraje es bellísimo y extasía contemplarlo desde aquí. Los silencios, los murmullos blandos de la naturaleza, el batir de las aguas del río algo en lo hondo, el rumor de las hojarascas y todo resulta magnífico. Sobra todo, una cosa: la blanca casa que tengo por debajo de mí y todo lo que alrededor de ella y sobre ella han montado. Sobra por aquí eso y el destrozo que sobre el paisaje han tallado para modelarlo.

Las ciervas -18

Desde luego que tenían razón cuando pensaban que los habitantes de estos cortijos serranos tenían que irse y dejarlos abandonados. Digo esto porque ellos sabían mejor que nadie que la gente de estos cortijos eran una amenaza para los animales de las sierras y en las zonas del coto más aún. Habían visto muchas cosas y aunque algunas las callaban, aquello se lo guardaban dentro y tarde o temprano salían fuera de las formas más inesperadas y casi siempre orientadas a la expulsión de más gente de sus cortijos.

Por ejemplo: aquella mañana se fueron a dar un paseo por el campo y lo primero que hicieron fue acercarse al cortijillo de las encinas. Querían ver el pequeño sembrado de trigo que el dueño del cortijo tenía en la ladrillal del manantial. Empezaba entonces a alzarse el sol y como el barranco de la sementera era querencioso para las ciervas, toda la noche por allí habían estado pastando una manada de seis o siete. Pero el dueño del cortijo madrugó más. Sabía él también que por allí estaban las ciervas y como, además, sabía que una de las cosas que los animales buscaban por aquellas tierras era la sementera, uno de sus intereses era precisamente eso: proteger aquel trigo suyo de la depredación de las ciervas. En cuanto se acercó a la sementera las vio. Les había entrado por la parte de abajo y por el lado del manantial ellas estaban liadas con el trigal.

Un poco más abajo, por donde ellas siempre huían, el dueño del cortijo les había puesto un lazo. Ya estaba harto de sembrar trigo y criarlo a lo largo de todo el año y que luego vinieran las ciervas y se lo comieran. Estaba harto y como no quería liarse a tiros con ellas, lo que ideó fue poner un lazo de alambre de acero a ver si así cogía alguna y las otras escarmentaban. Y fue justo en aquella mañana y en aquel momento cuando una de ellas quedó enganchada en el lazo. En cuanto salió del cortijo la vio y se fue por la parte de arriba. Iba ya muy cerca de ellas cuando por la lomilla asomaron ellos. Los vio él también y en estos momentos las ciervas salieron huyendo por el lado de donde estaba el lazo.

Tal como iban corriendo una de ellas se enganchó y empezó a dar grandes saltos por entre el sembrado. El hombre del trigal se encontró en un gran apuro porque ellos estaban allí mismo y la cierva no dejaba de dar saltos por el trigal enganchada en el lazo. Por unos momentos no supo qué hacer. Si no cogía a la cierva la descubriría y vería lo que allí estaba sucediendo y por supuesto, cogido infraganti, con el delito en la mano, sería motivo para complicarle la vida casi para siempre. Pero si cogía a la cierva para que ésta no diera más saltos y dejara de verse lo que allí pasaba, el problema aún podría ser más gordo. Lo pensó unos segundos y enseguida actuó. Se fue hacia la cierva, la sujetó y hábilmente le asestó unos golpes dejándola sin vida. “Ya está, si ellos no me han visto, aquí no ha pasado nada. Me quedo quieto durante un rato sentado entre el trigo y cuando se vayan me llevo a la cierva al cortijo y ya tengo carne para mí y mi familia durante una temporada”. Se dijo.

Pero no saldría todo tan redondo. Desde la lomilla los dos lo habían visto todo. Entre sí, se dijeron:
- Luego dicen que no; tú has visto como yo lo que acaba de ocurrir ahí, en la ladrillal. Si ahora mismo bajamos y lo multamos y empezamos a complicarle la vida para que abandonen estas tierras y el cortijo, todos los de los otros cortijos dirán que los ingenieros somos unos tales y unos cuales.
- Tiene razón el señor ingeniero ¿Qué hacemos?
- Desaparecer. Dar media vuelta e irnos por donde hemos venido y así creerá que no hemos visto nada. Ya veremos luego qué hacer con este caso y otros como éste.
Así que ambos pusieron en marcha lo que habían pensado: dieron media vuelta, se ocultaron tras la lomilla y en poco rato se alejaron del lugar.

El hombre de la cierva los vio y por un momento creyó que ya estaba salvado. Vio el cielo abierto aunque enseguida cayó en la cuenta que aquel comportamiento no era normal. Pensó él que no tardarían en volver y para que si esto sucedía y no vieran la cierva allí, enseguida puso mano a la obra para ocultarla dentro del cortijo. Mientras trabajaba intentando borrar las pruebas el miedo se lo iba comiendo por dentro y para darse ánimos a sí mismo se puso a madurar en su mente las palabras que pronunciaría a su favor.

“El trigo es el trozo de pan tanto para mí como para mis hijos y mi mujer; si las ciervas se lo comen yo me moriré de hambre. No estoy contra el coto ni los animales del coto, lo que pasa es que ¿dígame ustedes qué hago yo para salvar mi trigo? ¿Dejo que se lo coman todo y nosotros nos morimos de hambre?”

Esto o cosas parecidas es lo que el hombre pensaba decir en su defensa cuando lo acusaran de aquel delito. Pero ellos, sabían que uno de los castigos más grandes que a aquella gente se les podía infringir era precisamente este: hacer que se sintieran culpables en su propia tierra y casa y dejar que aquella culpabilidad se los fuera comiendo por dentro.

El aviso -19

Estoy exponiendo estas reflexiones porque aquel día, una vez más, se repitió la escena. Al cortijo no fueron ellos. Sólo uno fue a otro cortijo cercano cuyo dueño era amigo de la familia que vivía en el cortijo del trigal y a los habitantes del segundo cortijo el guarda les dijo:
- Te acercas al cortijo de tu amigo y le dices que de parte del sabes, que vaya el lunes a verlo al pueblo.
- ¿Qué es lo que pasa?
- Ni siquiera lo sé pero a ninguno de los dos nos importa mucho. Sólo se nos pide que cumplamos.

Aquella misma tarde el del cortijo de la llanura subió al cortijo del trigal y le transmitió el mensaje al hombre de la cierva.
- ¿Para qué me quiere?
Preguntó.
- Por lo que he podido sacar creo que tienes que poner unos sellos en unos papeles y firmar no sé qué. Parece que es un asunto relacionado con algo de cuando estuviste en la mili.
El del cortijo de la llanura se fue y éste otro del cortijo del trigal se quedó lleno de preocupación. ¿Para qué me querrá? ¿Será para echarme fuera de este terreno? ¿Por qué no ha venido él a decírmelo? ¿Por qué tengo yo que ir al pueblo? ¿Qué me pasará ahora? Porque sí él viene aquí podríamos hablar y como dice el refrán: “hablando se entiende la gente”.

Todo el día y toda la noche estuvo el pobre hombre con su temor acuestas. Con su inquietud, su desolación y ya empezó a vivir esa situación de indigencia e injusticia que le destrozaba como persona. Temía que lo echaran de las tierras y como él también era persona de sentimientos y corazón ya estaba experimentando lo más doloroso de aquel drama: el sentirse no ya maltratado injustamente sino hasta despreciado en su propia condición de persona. Le iban a dar un gran palo precisamente donde más podía humillarlo. “¿Será esto para que me entere de una vez y me someta a lo que ellos quieren y deje de lanzarme a mis cosas personales?”

Fue al pueblo al otro día por la mañana. En cuanto amaneció se puso en camino y ya cayendo la tarde llegó a la casa del que le había llamado. Llamó a la puerta y le dijeron que no estaba allí pero que le habían dejado dicho que si venía ese hombre del cortijo de la sierra que firmara los papeles y se fuera.
- Aquí están. Sólo tienes que firmarlos y poner unos sellos aquí en esta esquina.
- Pero si firmo ¿qué me va a pasar?
- No te va a pasar nada. Son cosas que hay que hacerlas porque según dicen, son buenas para vosotros.
- ¿Y dónde está él? Quisiera verlo para hablarle.
- Es que se ha tenido que ir.
- Lo que pasa es que este hombre siempre fue un buen amigo mío. Si lo pudiera ver creo que podríamos arreglarlo todo porque, además, lo que me preocupa es precisamente esto: que no dé la cara. Que no me lo diga él personalmente; que me explique qué es lo que pasa. Si lo pudiera ver hablaríamos y seguro que las cosas podrían arreglarse.
- Lo siento pero ya te he dicho que no está.
- ¿Y cuándo va por la sierra?
- Eso es cosa suya.
- Es que si no va por ahí ¿a quién voy a acudir yo para contarle la preocupación que tengo?
- Lo siento pero eso no es asunto mío.

Dos o tres horas estuvo recorriendo todas aquellas calles del pueblo para arriba y para abajo con el deseo de verlo para hablar con él. No lo encontró por ningún sitio aunque más de una persona le dijo que lo habían visto en su casa.
- Que allí no está porque es lo que me han dicho a mí.
- Pues allí lo he visto yo esta mañana y no hace mucho.
- Entonces ¿Por qué me han dicho a mí que no está?
- Te habrán metido pero yo lo he visto.
- Pero si está, ¿Por qué no quiere verme?
- Eso tendrás que saberlo tú.
- Es lo que deseo saber pero si no lo veo ¿cómo voy a salir de esta duda?
- Pues en su casa sí está.

El hombre pensó quedarse aquella noche por allí y esperar a ver si lograba hablar con él. Pero no, ya oscureciendo el hombre del cortijo del trigal salió del pueblo. Cansado, triste, desolado, se alejó de aquellas casas y se adentró por los caminos de la sierra con el deseo de llegar al cortijo sobre media noche. Pero cuando él llegara a su cortijo, a su trocico de tierra, en medio de la soledad de aquellas cumbres ¿qué iba a decirle a su familia? ¿Cómo iba a poder seguir viviendo en aquellos campos con aquella inquietud tan grande? ¿con qué ilusión, con qué motivación, esperanza o alegría se iba a poner a trabajar en las tierras que tanto quería y él sentía como suyas?

Las ciervas de esta tarde -20

Subía yo esta tarde pista adelante, nueva para mí porque es la primera vez que vengo por aquí, y en cuanto he visto el cortijillo de la ladera bajo las encinas, me he querido ir hacia él. No he podido porque la valla del chalé de las antenas y las placas solares me lo impide. Así que subo un poco más y cuando ya tengo rebasada la alambrada, dejo la pista y por el lado derecho me vengo atraído por las paredes blancas del cortijo, las encinas que lo arropan y la pequeña ladrillal que estoy viendo. Nadie me lo dice pero enseguida me digo a mí mismo que esta ladera es aquella donde las ciervas cada noche se comían el trigal. No sigo ninguna senda sino que por entre los juncos, las encinas, los majoletos y las zarzas me vengo tapando por si acaso hubiera gente en la vivienda. No es que tenga que ocultarme de nada, sino que si hay gente tengo la necesidad de presentarme en actitud de respeto y cariño hacia ellos. Si no vive nadie aquí, da igual. Sólo necesito aproximarme y observar también lo que me apetezca, respetando por supuesto, aquello que haya que respetar.

Tengo una intuición y enseguida se me confirma: al ver la hierba tapizando todas las tierras que rodean el cortijo y la ladera que baja hasta los juncos del arroyo, enseguida pienso en ciervas o jabalíes pastando en el lugar. Me voy tapando con las encinas y desde el repecho de enfrente las veo. Seis ciervas plácidamente comen su hierba en las mismas paredes del cortijo. No me ven ellas a mí y como les voy entrando en contra del aire, tampoco les da el olor. Me aplasto por entre los juncos y casi arrastrando consigo ponerme a menos de diez metros de la pequeña manada. Y ahí me quedo; en la misma depresión del terreno por donde el arroyo y el manantial se quiebra. Las observo despacio porque siento una emoción especial y enseguida en mi mente se me amontonan los pensamientos. No son estas, desde luego, las ciervas de aquel día del trigal y tampoco parece que lo sea el cortijillo pero la imagen es casi la misma. Este cortijo que ahora mismo tengo ante mis ojos está abandonado, no vive nadie en él y las tierras que le rodean sí fueron tierras de cultivo en aquellos tiempos aunque ahora mismo no son nada más que erial. Todo se ha quedado aquí sólo para gozo y disfrute de estos animales. Nadie en el cortijo a fin de no perturbar la vida de los ciervos porque así es mucho mejor según ellos. ¿Sería esto lo que pretendía?

- ¿Pero y el chalé casi en las mismas tierras donde aquel día estuvieron las huertas del cortijo?
- Eso es otra cosa. Aquella gente tenía que irse porque así lo mandaban las leyes del momento.
- Y ahora vienen otros y se hacen el chalé pegado al cortijo y, además, lo vallan para que sea más suyo.
- Pero esto ya es otra cantar.
- Lo dirás tú, porque yo opino otra cosa.
- Opinarás que han sido demasiado crueles con unos y demasiado benevolentes ahora con otros pero tienes que entender que son épocas distintas y, además, esta gente no son como aquella gente.
- ¿Por qué no?
- Aquellos eran pobres; no sabían ni leer y por no tener ni siquiera tenían amigos en la administración. ¿Quién les iba a proteger a ellos?
- Pero es que esos principios...
- Lo serán pero es lo que funciona y vale en esta época y sociedad.
- Mas yo creo que si se trata de respetar, cuidar y conservar el monte, su aire y sus aguas, la obligación y el cumplimiento de las leyes es para todos.
- Para todos pero con excepción. Siempre fue así.
- No lo entiendo ni lo entenderé nunca.
- Pues tendrás que aguantarte porque como tú hay muchos y se aguantan, porque a ver ¿Qué solución le darías tú?

Por las tierras del Carrascal -21

En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia,
que dice al alma lastimosa: nunca y al corazón: espera.

Una vez que ya mi pequeña manada de ciervas se ha espantado y me han dejado solo frente a la soledad del cortijo, de la tarde que ya va cayendo y del aroma de ausencias sobre esta pequeña ladera, después de curiosear las ruinas de la chimenea, las habitaciones, la pila de la puerta y la pequeña entrada, me vengo hacia la parte de atrás. El establo está separado del cuerpo de la vivienda y también en ruinas. Hay un montón de piedras por el lado Este y sobre ellas me sitúo. Por el agujero lateral que hacía, y ya casi no sirve para nada, las veces de ventanuco, me asomo a ver qué puedo encontrar por aquí. Porque parece como si quiera encontrar lo que ya es imposible que exista. Como es la parte más alta aquí descubro las alpacas de paja todavía ahí amontonadas. La parte del establo para los animales es abajo y sobre las vigas del techo, en lo que podría ser la buhardilla, es donde se guardan las alpacas. Es así para que la humedad no las pudra aunque ahora las esté pudriendo el tiempo y la soledad.

Me voy luego para la parte del chaparral que es el lado Este por donde descubro un camino y antes de adentrarme en la espesura de las encinas, me tropiezo con la era. La era se necesitaba para trillar y aventar las mieses y como en todos los otros cortijos de la sierra, en éste no podía faltar. Aquí la excavaron en la misma ladera, totalmente redonda, pequeña y en el mejor sitio para que le entre bien el aire porque se necesita para separar el grano de la paja. Desde aquí mismo, desde la era, sigue el camino, que es bueno, casi con trazado de pista pero sin llegar a serlo y por él me voy yendo yo. Según la fotocopia de mi mapa, por aquí debe caer el cortijo del Carrascal, si es que no es éste mismo que voy dejando a mis espaldas que como otros tantos nombres en esta sierra y más en este valle, en los tiempos en que vivimos, ha pasado a otras cosas además de cortijo.

La senda es de lo más emocionante puesto que sigue la misma dirección que la carretera pero elevada sobre la ladera, rodeada de silencios, de sombras por los encinares y con una visión espléndida. Las encinas le da aún mas grandiosidad. Son centenarias con troncos enormes y vuelos que cubren un montón de tierra. Con razón veo por aquí tanta fauna: aves y ungulados y porque es invierno que si no, todo el rincón estaría lleno de mariposas, culebras y un montón más de micro fauna terrestre. Como ya es tarde, casi las cinco y media, y como a estas horas aún no me he parado a comer y como, además, ya no puedo seguir alejándome más del coche porque tengo que regresar y el día va cayendo, decido parar. Me siento en el borde del camino y bajo el amplio bosque que por encima de mí tejen las encinas, me pongo a comer. Mi comida, desde hace mucho tiempo en mis visitas por estas sierras, se compone de: trocitos de pechuga de pollo fritos al ajillo. Se prepara rápido y me las hago yo mismo, se transporta con bastante comodidad en una pequeña fiambrera o en un bote de cristal, es nutritiva y evito perderme en una montaña de productos como nos pasaba al principio y sucede a tantos por estos montes. Si te descuidas, a veces te traes, se traen una tienda entera de comida aunque sólo estés unas horas por estas montañas.

En veinte minutos he completado mi comida que ya he dicho consiste sólo en unos pequeños trozos de pechuga al ajillo, pan integral y agua. Nada más y es más que suficiente para una sola comida que es lo que me va a dar tiempo hoy pero mientras me voy comiendo estos deliciosos bocaditos, como me encuentro remontado sobre el valle y la carretera de los turistas pasa por abajo, al verla y ver los coches se me viene a la mente el recuerdo del aquel proyecto de “camino longitudinal del río Guadalquivir”. Fue por el año 1941 y como precisamente guardo por aquí algunos textos de él los leo y veo que dicen lo siguiente:

“Es de importancia extraordinaria la construcción de este camino, por ser la única vía de saca de la masa forestal del estado y particulares, enclavadas en la cuenca del río Guadalquivir, así como de sus principales afluentes Borosa y Aguasmulas, especialmente la zona comprendida entre la Cerrada de Utrero y el Embalse del Tranco. Antiguamente los procedimientos utilizados para verificar la saca era la flotación a lo largo del Guadalquivir pero en la actualidad se halla cortada por la construcción del pantano antes citado, que si bien no sería obstáculo infranqueable, es preferible la saca por carretera a la efectuada por flotación, aun teniendo en cuenta el bajo coste de esta última, puesto que no sufre depreciación la madera.

El itinerario de los productos del monte será hacia el Tranco, de aquí a Villanueva del Arzobispo para enlazar con el futuro ferrocarril Baeza-Utiel y con la carretera de Jaén a Albacete, pudiendo por este medio contar en el punto final de esta carretera con una posibilidad de 18.000 m.c. anuales. Su importancia aumenta por servir de unión entre las Sierras de Cazorla y Segura, de sumo interés forestal, comunicando o enlazando los comercios de los pueblos de ambas serrerías.

Nos ocupamos en la presente memoria de la descripción del trazado del trozo II. La composición o naturaleza del terreno por donde se desarrolla nuestro camino es de arcilla y marga del Triásico con algunos crestones de rocas calizas, unas veces en franca descomposición, otras presentando caracteres tobáceo y otras, no menos abundantes, en bloques duros que servirían para suministrar excelente piedra a la construcción de las abundantes obras de fábrica que necesariamente han de efectuarse a lo largo de su itinerario. Se desarrolla el citado camino por la ladera derecha del Guadalquivir con rasantes horizontales que suman más de la mitad de longitud del trozo y el resto con diversas pendientes, siendo la máxima la de 6'10%. Comienza a la terminación del primer puente sobre el Guadalquivir, punto extremo del trozo primero, siguiendo una media ladera de fuerte pendiente transversal, parte más dificultosa del trazado; continúa después por la vega del río que ensanchándose en este lugar forma múltiples lomas y depresiones y que el camino atraviesa cruzando una serie de propiedades particulares a partir del vértice 36 para llegar a la orilla del río pasándolo aguas abajo del denominado “Vado de los Carreros” en la propiedad del Chaparral.

Trazado horizontal. El comienzo del trazado viene fijado, como antes se ha dicho, por el punto final del trazado primero; sigue después por la derecha del río Guadalquivir, escarpada y rocosa, y así llega hasta el cortijo de Vado Ancho el cual bordea por su parte superior pasando por una zona de dicha ladera en la que existen corrimientos; llega al Arroyo Frío que cruza por la parte posterior del cortijo del mismo nombre; abandona entonces la ladera para entrar en la parte llana y dirigirse a salvar el puerto que forma la ladera general con el Cerro del Molinillo, masa rocosa de ladera escarpada de situación inmediata al río. Desde este puerto y ciñéndose siempre al terreno rodea un mogote que sirve de ladera al Arroyo Salobre, cruzando éste pasa a los Prados de Molina, cuyo cortijo bordea, se dirige hacia el cortijo de Los Pastores de Polaina que deja a su derecha, atraviesa después, en la llanada que a continuación existe, dos profunda barrancadas o cárcavos producidos por avenidas invernales, acercándose después al río, de cuya orilla se había separado desde poco antes del cortijo de Vado Ancho en la proximidades del Vado de los Carreros, propiedad del Chaparral, atravesando el río con un puente de hormigón, aguas abajo de dicho puente.

Las características de los radios de sus curvas son los siguientes: radios menores de 40 m. 5. Mayores de 40 m. y menores de 100 m. 30. Mayores de 100. 38 y las de sus alineaciones. La mayor alineación recta es de 358 m. La mayor alineación curva es 79 m. La suma total de alineación recta es de 3.577 m. y la suma total de alineación curva es de 2.610 m.
El perfil longitudinal tiene una rasante horizontal en 2.156 m. y se inicia después de una subida de 9'62 m. en 579 m. de longitud con el objeto de disminuir el desarrollo del trazado, con rasantes de las cuales la máxima tiene 2'5% en 273 m. Comienza el descenso alcanzando seguidamente el puerto del Molinillo a partir del cual se encuentra la pendiente máxima del 6'10% en 319 m. Pendientes suaves y tramos horizontales intercalados nos conducen al punto elegido para el paso sobre el río. Después del cortijo de Vado Ancho y entre los perfiles 83 y 90 existen algunos deslizamientos que necesitan muros de contención. En el vértice 61 y entre los perfiles 199, 200 y 201 son necesarias obras para la visibilidad, que como ya indicamos en el primer trozo de este camino, supone un desmonte de 1 m. de profundidad en la dirección de la secante y 0'70 de altura sobre la calzada.

La anchura de la explanación se distribuye del modo siguiente: 6 m. de ancho de vía, de los cuales 5 m. son de afirmado y dos paseos laterales de 0'50 m. cada una. Las cunetas tienen forma trapecial con 0'80 m. de base mayor, 0'50 m. de base inferior y 0'40 m. de altura. El volumen total del desmonte es de 48.192'954 m3. de los cuales 31.359'814 m3. son de tierra franca. Para el paso de los múltiples arroyos y regatos empleamos tajeas modelos 1 de la colección oficial. Y sifones modelos 1 y utilizando, además, en el alcantarillado modelo 1 en el perfil 12, o sea, en el Arroyo Frío.

El río lo cruzamos mediante un puente en hormigón de 18 m. en tramos recto con estribos de 1'51 m. de altura colocados en las márgenes y fundados sobre terreno rocoso. Por la inclinación de la ladera se hace preciso muros de sostenimiento que han sido calculados para cargas de 20 Tm. en el caso más desfavorable. Son de mampostería en seco con un talud vertical en su parte interior y una pendiente hacia el exterior. Al igual que en todo el trazado la piedra se encuentra en abundancia en todo el terreno que atraviesa pero existen buenas canteras distribuidas a lo largo del trozo que determina una distancia media de transporte de 400 m.

Para la conservación de las obras durante el plazo de garantía de un año se asignan dos auxiliares con jornales de 9'04 ptas. La valoración total de las obras es de 638.483 ptas. incluyendo el puente sobre el río. Todas ellas se harán por la Administración. El coste medio por k. incluido el puente es de 103.173'50 Ptas.”

La pista y el quejigo -22

Pasadas ya tantas horas y andando ya tanto terreno desde que este mañana me puse en marcha en Arroyo Frío, ahora me pongo en camino para regresar. Lo que he venido pensando y lo que voy a hacer es irme carretera arriba desde el Puente del Hacha hasta el coche. No he cumplido mi proyecto inicial. Bueno, lo he logrado un poco a medias y no exactamente tal como lo había pensado, porque al cortijo de la Cruz del Muchacho no he llegado aunque sí intuyo que no me he quedado muy lejos. Tendría que seguir por la pista que he dejado al llegar a este cortijo de las ciervas. Intuyo que es por ahí, más arriba, donde se encuentra las ruinas que busco. Tendré que regresar otro día y recorrerme toda esa zona que, además, ya, desde aquí y esta tarde, me parece interesante.

Ahora desciendo y como desde donde estoy sí descubro con claridad la pista que sube al chalé este de la valla y las placas solares, ahora me echo por ahí. Así me cercioro desde qué punto de la carretera se aparta ese camino. Y el punto es precisamete la primera curva después del Puente del Hacha a la izquierda. El trazado se ve reciente y, además, como era de suponer, cerrado con la gruesa cadena y el candado típico ya en tantos otros caminos. Y como precisamente nada más arrancar desde la carretera hay un buen repecho han extorsionado violentamente el trazado para subir por la ladera en busca del chalé. En el rupícola que está un poco reguardado hacia el levante, aunque toda la ladera sea claramente solana, crece un pequeño bosque de viejos quejigos. Centenarios como tantos otros y majestuosos como no muchos otros. Cuando el trazado de la pista ha llegado a ellos ¿Qué ha pasado? ¿Algún problema?

Sin problemas. Las máquinas y después las sierras tienen potencia para cargárselos. Y eso es lo que han hecho. A unos pocos las ramas y a uno grande, desde la raíz, se lo han cargado. ¿Quién ha sido? Sea quien sea es un animal, porque ya se sabe que es sólo un quejigo pero es que por este valle, cuando no es un árbol es una pista, un chalé, un manantial entubado, un trozo de pradera pisoteada por los caballos, un chorro de agua sucia cayendo al río o una valla. ¿Qué es lo que pasa aquí? Con el dinero todo se arregla y una vez el árbol cortado ¿A ver quién lo restituye?

Me acerco y como los troncos de los quejigos, robles para los serranos, cuando son tan viejos como estos, siempre están llenos de agujeros por donde se les pudre la madera seca, miro a ver si veo alguna ave rapaz. A los mochuelos y a los búhos les gusta mucho estos troncos viejos. Pero no. ¿Cómo va a vivir aquí un mochuelo si el tronco está tumbado en el suelo, con las ramas cortadas y destrozado el resto?

Lo que voy a hacer es escribir una carta al periódico de Jaén y contar esto del quejigo. No servirá de mucho pero al menos alguno la leerá a ver así alguien siente vergüenza y se frena algo la desolación por este valle. Sé que estas cosas se leen porque el otro día me encontré con una sorpresa. Escribí yo este verano una carta al periódico y la publicaron. Resulta que ayer mismo cayó en mis manos el número 14 de la revista cultural de Cazorla “Clabileño”. Empecé a ojearla y en la sección “Cazorla en la prensa, crónica de mayo a agosto”, leí lo siguiente: “El Parque de Cazorla y las Villas. En la sección de cartas al director hemos leído con mucha atención y participando en algunos de los puntos, una carta que remite José Gómez de Úbeda. Sus puntualizaciones van especialmente dirigidas a lo que él llama VALLE DE LOS TURISTAS, en donde los hoteles rompen la belleza de estos paisajes, los chiringuitos vierten sus aguas sucias directamente al río, discotecas que en nada tienen que ver con el silencio bajo las estrellas y el chorrillo de agua que corre, lagos artificiales que se alimentan de las aguas que algo más arriba pisotean y llenan de excrementos los caballos en los que pasean a los turistas, coches y más coches adames, precios que ni en hoteles de la máxima categoría en primera línea de playa. Termina su exposición con una relación de lo que le gustaría que fuese la sierra. No es difícil suponer conociendo lo arriba expuesto. Todo esto viene a confirmar una opinión, que hace años ya se expresó por varios colectivos, de la necesidad de que las plazas hoteleras se instalasen en los núcleos de población de la periferia del parque preservando el interior del impacto urbano que producen estos edificios. Hoy el tema está fuera de control”.

Así que sobre esto del roble y la pista voy a escribir otra carta al periódico donde diga que “uno de estos días me di una vuelta por el valle de los turistas. Acostumbrado como esto yo, cada vez que por esta zona voy, a encontrarme toda clase de atentados contra la naturaleza, no me iba a coger de sorpresa lo que hoy viera por el lugar pero una vez más me equivoqué: sí me sorprendí de nuevo.

Un puente, el histórico y hermoso Puente del Hacha en el río Guadalquivir, algo más abajo de lo que fue la aldea del Arroyo Frío hoy extraño complejo turístico, sin personalidad, sin raíces y sin identidad. Pasando el puente, dirección al Embalse del Tranco, en la primera curva a la izquierda, movimientos recientes de tierra. ¿Qué se construye? Una amplia pista que en principio va a un chalé también reciente con varias plantas, placas solares, vallas metálicas flamantes y tubos de plástico para llevarse el agua de los manantiales que algo más arriba surtían al cortijillo abandonado y casi en ruinas. Una vez aquí, la pista sigue pero da la impresión que en principio viene para traer la comodidad al chalé. ¿Y qué pasa aquí? Por ejemplo, con la pista: como tiene que subir por ahí mismo y no por otro sitio y como da la casualidad que ahí mismo hay un pequeño bosque de quejigos, centenarios casi rozando la categoría de milenarios, algunos estorban para que la pista pase. ¿Hay problemas? Se coge una gran máquina, la misma que rompe tierra, sabinas, enebros y rocas y se arremete contra el quejigo.
-¡Pero hombre que eso es un crimen!
- Hay muchos por estas sierras y uno menos no se va a notar.
¿Por qué yo voy a privarme de una pista para ir a mi chalé y de una piscina para bañarme en verano con el agua del manantial de la ladera?
- ¿Quién o quienes son entonces los que pueden ordenar un poco tanto desastre por este valle antes de que sea demasiado tarde?
- Quizá la administración pero... si tu supieras lo que yo sé. Sino veo ejemplos ¿Por qué voy a tener que cumplir unas leyes que se hacen para todos menos para algunos?

Concluyo diciendo que el quejigo ahora está ahí, arrancando, troceado, para todo el que lo quiera ver como lo he visto yo. También la pista con su flamante cadena y candado, el chalé y otras cosas más. ¿Quiénes son los depredadores de estas maravillas por este precioso valle? Me dijeron que un día me contarán todo lo que saben pero por si acaso es demasiado tarde ¿Por qué alguien no toma medidas eficaces poniendo algunos frenos por aquí para que todavía, cuando pasen diez años, nos quede un poco de aquel espléndido valle de hace diez años atrás? Porque según me dicen, antes de que esto fuera Parque Natural, el valle sí era casi el corazón de un majestuoso mundo natural y no ahora que a lo que más se parece es a una extraña creación artificial”.

Esta será la carta que mandaré al periódico para que la publiquen a ver qué pasa. Pero mientras tanto, quizás como contraste y paradoja, el otro día, el director de este Parque decía lo siguiente en el mismo periódico donde yo pienso mandar mi carta: “La Unesco ha admitido la ampliación de la declaración de Reserva de la Biosfera a la Sierra de las Cuatro Villas. En el año 1983 había otorgado tal título a las Sierras de Cazorla y Segura pero desde la declaración del Parque Natural, en 1986, los responsables de este espacio protegido venían solicitando que se extendiera dicha declaración a Las Villas, como así ha sucedido ahora. El director y otros responsables del Parque asistirán, el próximo mes de marzo, en Sevilla a la segunda conferencia Internacional sobre Reservas de la Biosfera, convocada por la Unesco y a la que asistirán más de 400 especialistas del todo el mundo para analizar el actual estado de conservación de los principales ecosistemas del planeta.

Cazorla, Segura y Las Villas es la reserva de la Biosfera de mayor extensión de las 31 existentes en España, cinco de las cuales se encuentran en Andalucía. En todo el mundo son 324 reservas de la Biosfera, localizadas en 82 países. Para el director de este Parque el objetivo de este congreso mundial no es sólo abordar temas relacionados con la conservación sino hacer compatible el desarrollo de los pueblos con la conservación de esos lugares estableciendo para ello estrategias al respeto. En su opinión, es preciso que de este congreso salgan compromisos serios al tiempo que reivindica mayores ayudas económicas de la Unión Europea a las zonas declaras Reserva de la Biosfera”.

El arroyo -23

Voy ya preparándome para el regreso y como frente a este cortijillo y la pista que rompe el monte, no puedo hacer nada, me vuelvo hacia las llanuras que tengo a mis espaldas. Está por ahí el campamento del El Chaparral, finca y cortijo con el mismo nombre y por donde tengo pesando ir un día de estos. Más abajo cae el Cantalar, hoy vivero de la Junta de Andalucía y cortijo lleno de ganado en tiempos pasados. Queda por ahí cerca el Arroyo de la Teja y el Cerro de Cabeza Rubia donde también tengo pendiente un detallado recorrido para empaparme de esa hermosa leyenda de la pastora herida de amores.

El Arroyo de la Teja baja rasgando la llanura la cual desciende desde el pico de Roblehondo a 1375 m. y roza o atraviesa la finca de la Albaida, cortijo de Collado Verde y las minas también con el mismo nombre. Pues como todo el terreno es una gran llanura, con sus montículos, sus cortijillos y huertos, en una ocasión plantaron por aquí una gran alameda y fue entonces cuando esto empezó a llamarse “Los Llanos de la Olea”. Dentro de todo este complejo amplio y maravilloso mundo, existe un trocico, un rincón especialmente soñado y amado por mí.

Es por donde el arroyuelo cruza una pequeña llanura, roza una ladera que mira al poniente, se besa con el otro arroyuelo que también abraza a la llanura pero por el lado del poniente y donde hay un pequeño vado, arropado por la sombra de las viejas encinas y se introduce por la espesura del bosque barranco abajo. Este es quizá el rincón más bello de toda la sierra y el que se te mete dentro del alma sin sentirlo. Es aquí precisamente donde aquel muchacho, pastorcilla de estas llanuras, todos los años amontonaba sus bellotas. Las recogía de acá y de allá, recorriendo todos los encinares de la llanura y a cada instante volvía a la llanura del pequeño vado. Primero soltaba un puñado, luego otro y otro y en unos pocos días el montón crecía como la espuma del río. Frente al delicioso montón de bellotas él se sentaba y cuando sus ovejas se acercaban por allí a cada una les iba dando su puñado correspondiente. Así que aquel punto resultaba el más querido por los animales y el más bello de toda la llanura. Y como las bellotas también son buenas para los humanos, las mejores, las más dulces, las de la encina del arroyuelo pequeño, siempre se las quedaba para él. De ellas llenaba los bolsillos y mientras contemplaba el rebaño, el arroyo y las otras bellotas allí amontonadas, se las iba comiendo. Un manjar fantástico que no olvido jamás y que cada vez que piso el arroyo por la zona del valle se me hunde hasta el corazón.

“A veces paseo por los alrededores de la casa en silencio, siempre meditando. Y en mis paseos me acerco hasta el rincón de las cuatro encinas, junto al arroyo. Como en aquellos tiempos, vuelvo a llenar mis bolsillos de los frutos de estos árboles. Las encinas crecen entre mi ventana y el arroyo que corre antes de llegar a la llanura. A ellas no llegó la destrucción cuando el desmantelamiento del terreno para la nueva construcción. Una de estas encinas, la más vieja y de tronco retorcido, da bellotas gordas y redondas cuya parte comestible es dulce casi como las castañas. En otros tiempos, cuando existía la casita y yo vivía con mis padres en libertad por estos campos, mil veces había trepado el tronco de este árbol buscando su fruto. En cuanto llegaba el invierno y las bellotas maduraban, mañana y tarde visitaba este árbol y en él llenaba mis bolsillos de bellotas. Ahora, la encina se ha salvado y ha venido a quedar cerca de la ventana en que vivo.

Cuando voy dando mis paseos y me llego hasta ella, recojo del suelo o de sus ramas lo que tanto me gusta. Pero ahora, al ver esta encina, al sentirme de nuevo bajo la sombra de sus ramas, al contemplar en sus tallos sus negros frutos, al gustar al mismo tiempo la música que brota del arroyo que corre por debajo de ella, me pongo triste. Ya nada es como en aquellos tiempos y parece que cada día las distancias son más grandes. Cuanto late ahora en este rincón me remite a los días pasados, me lleva a las tardes de primavera cuando estaban aquí mis padres, ahora lejanos y perdidos en el tiempo. Hasta los frutos del árbol me parecen otros. Siento emoción sólo tocarlos, llenar con ellos mis bolsillos, cuando los parto con mi boca. Ellos no me saben como antes. Sus sabores son distintos, contagian sensaciones nuevas cargadas de significado. Quisiera compartirlos con las personas que estoy amando en mi corazón y al no poder siento pena. También siento pena cuando los pongo en las plantas de mis manos dejando que mi alma guste las emociones que ellos desprenden. Igual me pasa con las encinas cada vez que las observo”. (Sueño de Juventud, J. Gómez)

Regresando -24

Es fundamental advertir que
tu supervivencia, tu misma
existencia, depende de otros.

Así que esta tarde, reventando ya mi corazón de tanto bosque, sus silencios y este fantástico universo de eternidad, me voy viniendo carretera arriba en busca del coche. Puede parecer que ya me lo traigo todo conmigo, que ya me he empapado profundamente y lo único que queda por aquí es el cascarón de las cosas y es por completo al revés: no me traigo nada ni me vuelvo herido por haber sido tocado, una vez más, por el hálito de dulzura y belleza que en cuanto pisas, late. Y me quisiera traer conmigo no sólo el mundo que entra por mis ojos sino todo su pasado y algo de su presente. Quisiera cogerlo en mis manos y modelarlo según mis sueños y el latido de mi alma. Y quisiera, además, poderlo aislar del resto de los humanos para que no lo sigan rompiendo. Pero no sé siquiera para qué deseo y sueño tanto porque en cuanto me despisto y toco la tierra que estoy pisando, hasta el alma se me hunde. ¿Cómo es posible que puedan dañar tanto a lo que es tan bello y tanto amor ofrece? ¿Cómo es posible que entre nosotros los humanos quepa tanta mediocridad de pensamientos, sentimientos y obras? ¿Cómo es posible que con toda nuestra cultura aún seamos tan pequeños y tan poca cosa y tan cobardemente miserables ante estos bosques y arroyos?

“El campo está en silencio. Sobre los árboles de los huertos a las espaldas de mi casa, las nubes se apiñan. De las hojas de las higueras que hay en la puerta cuelgan las gotas de agua. Sobre los pinos, frente al barranco, en la ladera del cerro, las nubes como esponjosos algodones, se deslizan lentas. Parecen recoger de la tierra el alma de alguien que se va. Sin embargo, la tarde es hermosa y el viento frío contagia gozo. Los pajarillos revolotean por las ramas y rompen el silencio llenándolo de belleza y misterio. Todo se me revela como un mundo amado, íntimo. Lo siento con fuerza, me acaricia el alma, late con mi propia vida, existe fundido a mí. ¡Qué dulce, qué honda la tarde!”.

Ahora, esta tarde, cuando ya voy subiendo por la carretera por la curva que la carretera va trazando por entre el bosque de encinas y quejigos, me tropiezo con algunas de las heridas que arriba decía: en las ramas de uno de estos bonitos quejigos veo que cuelga algo de colores vivos. ¿Qué será? Me pregunto. Y miro con interés según me voy acercando. Es una lata vacía de esas bebidas que venden en los bares. Alguien ha pasado por aquí, mejor, a cualquiera de los muchos que en cada momento del día pasan por aquí, se le ha ocurrido la brillante idea de beberse su lata y lo mejor, para que todo el mundo la vea, es coger esa lata vacía y colgarla en las ramas del quejigo más cercano a la carretera. ¡Y luego dicen!

Pero estoy intentando convencerme de que esto es algo aislado cuando me adelanta un coche. Quizá es porque me ha visto mirando la lata o quizá es porque él también ha visto la lata colgada en las ramas, el caso es que quince metros más arriba se para junto a otro buen quejigo. Alguien abre la ventanilla y desde dentro del coche, sin ni siquiera tomarse la molestia de bajarse, agarra la rama y en ella cuelga otra lata.
- ¡Hombre que son dos y esta segunda de un color distinto a la primera!
- Para que haya variedad.
Y luego dicen; en tres minutos el coche arranca y se pierde dirección al pueblo de Cazorla.
- Nosotros no tenemos la culpa de que los turistas no sepan comportarse.
Dirán luego, algunos serranos, algunos del pueblo.
- Tendremos o no culpa pero claro, hace años, estas cosas no sucedían en las tierras que ahora son Parque Natural y reserva mundial de la Biosfera.
- Es que habría que dar clase de buenos modales a mucha gente.
Digo que sí y también digo que...

Por el Cerro del Molinillo -25

No debes tener las cosas que
posees legalmente como si te
pertenecieran en exclusiva.

Bueno, pues hasta hace sólo un rato yo tenía creído que el Cerro Campanilla era este mismo. Mi amigo, el otro día me decía que: “En el cerro Campanilla hay un montón de cortijos abandonados”. Cosa que me extrañó porque hasta hoy que empiezo a conocer algo el lugar, no tengo yo muy claro que exista un montón de cortijo por aquí. Claro que hasta hoy yo también tenía confundido el Cerro Campanilla con este que voy recorriendo ahora que es el Cerro del Molinillo. Y por aquí yo sólo conozco y veo un cortijo nada más. Desde la carretera se ve y siempre que paso por ella me llama la atención sin que hasta esta misma tarde me haya acercado a verlo desde ahí mismo.

Y como no me apetece seguir subiendo por la carretera por lo de las latas colgadas en las bajeras de los quejigos y los coches que pasan sin parar hacia ambos lados, en cuanto recorro treinta metros desde el Puente del Hacha en dirección al coche, me salgo de la carretera. Me voy por entre el monte Cerro Molinillo arriba buscando la parte más elevada. Como me traigo un pellizco dentro por no haber podido llegar al, para mí importante, cortijo de la Cruz del Muchacho, no me resisto alejarme de aquí sin al menos saber por qué punto cae. Así que atravieso el bosque y antes de subir más me vuelvo buscando el punto más elevado que pueda tener este carrete. No tardo en remontarlo y desde lo más alto busco y veo el cortijo. Es como lo intuía: se encuentra por la parte baja del Cerro de las Albardas y casi al final de la pista que ha roto el quejigo para subir.

Se me hace de noche y por más que quiera hoy no puedo saber más de este lugar. Creo que subir por la pista, llegar al rincón del cortijo y toda la zona esa de las Albardas, necesita otra excursión entera. Volveré otro día y lo conoceré por completo. Ahora, después de un rato recorriendo la ladera, me bajo del montículo y atravesando el bosque me dirijo al puerto por donde creo puede caer este otro cortijo que tanto veo desde la carretera. Creo que ya sé hasta como se llama; es el cortijo de Julia y a través del espeso bosque de quejigos, encinas y pinos, no tardo en verlo. Queda como tantas veces lo he visto cuando por la carretera he pasado: sobre el carrete, despoblado de vegetación y un poco caído en la ladera sur.

Antes de alcanzarlo tengo que atravesar una pequeña llanura, un poco en la hondonada y ahí están las otras ciervas. Seis hembras que aprovechando la hierba del lugar, pastan apacibles al resguardo del bosque y del monte que las protege. La carretera pasa algo más abajo pero se ve que los animales ya están acostumbrados tanto a la presencia como a los ruidos de los coches. Y ante la escena de ciervas, bosque y coches, como me suele pasar tantas veces, uno no sabe por qué, se acuerda de aquello que un día leyó o escuchó en tan poco se sabe qué sitio.

Ocultándome en la espesura del bosque dejo que los animales sigan su pastoreo en la pequeña llanura y me voy derechamente al cortijo. No es tan grande como desde la carretera parece. Además, ni quiera tiene la forma de un cortijo serrano sino de una tinada para el rebaño. Digo esto porque me extraña que esté tan remontado en el carrete y alejado de cualquier venero. No he visto yo por aquí ni siquiera señales de manantiales y si los hay desde luego queda lejos del cortijo. Que aunque parece que no es importante sí lo es. El cortijo siempre se edificaba junto al manantial que era como la sangre de cuanto allí respiraba y vivía. El manantial le daba la vida y por eso toda la actividad giraba en torno al manantial.

Ya es entre dos luces. Se ve sólo a una distancia de dos metros y esto hace que no me detenga mucho. Sólo casi de paso para poder tener ya dentro de mí la imagen de este edificio y vivir con la sensación de saber lo que es y lo que encierra. Claro que se ve perfectamente desde la carretera; ahora mismo las luces de los coches me llegan nítidamente y al comprobarlo ya no me parece tan misterioso ni distante. También como me pasa con el otro cortijo de la Cruz del Muchacho, éste se queda para otra ocasión que con más tiempo venga por aquí. Porque, además, tengo que comprobar lo que me dijo el guarda joven de Cazorla. Aunque lo de tantos cortijos por aquí me parece que se equivoca. Y la verdad es que de él no me fío demasiado porque a simple vista no me cuadra lo que me dijo y la realidad de las cosas por estos montes.

Los Hoteles -26

El interés lleva al conocimiento, el
conocimiento al amor y el amor a las obras.

Así que ya, desde este pequeño cortijo llamada de Julia, construido de piedra y alzado sobre la lomilla pelada del Cerro del Molinillo, me bajo a la carretera, la remonto hasta la pequeña ondulación donde a la derecha me dejo la casa de peones camineros y a la izquierda la cancela con su letrero de “Finca la Albaida”, y comienzo a recorrer la resta final que me dejará en el coche. Como ya está oscureciendo en cuanto llego suelto el zurrón y los mapas y me preparo para venirme por fin de este rincón. Miro hacia el arroyo por donde se va la pista que esta mañana recorría en mis primeros pasos por esta ruta. Subiendo por ella veo a un joven que ya me ha visto él a mí antes e intenta esconderse entre los pinos.

Como estoy un poco frustrado por no haber encontrado, a lo largo de toda la ruta, a nadie con quien poder hablar de las cosas de estas sierras, al verlo ahora, enseguida pienso que si es un serrano se me presenta la oportunidad que deseo. Me quedo mirando, lo saludo y comienzo a irme hacia él. Le pregunto dos o tres cosas intrascendentes y al saber que sí es un serrano, de Arroyo Frío y vive aquí, la alegría me crece por el corazón.
- Por ahí, por donde tú crees que está el cortijo de la Cruz del Muchacho ¿No has visto humo?
- Sí que lo he visto; por el barranco de las rocas del las Albardas y al principio pensé que sería algo de niebla.
- No era niebla sino el humo del monte que estamos quemando. La pista que tú dices, sube a ese barranco por donde llevamos unas semanas limpiando el monte. Todo el día he estado por ahí con la cuadrilla y ahora he salido a da una vuelta a ver si me encuentro alguna cuerna. Me dijo el pastor que el otro día se encontró una por ahí, por detrás del cortijo de Julia y la dejó colgada en un árbol.
- ¿Para qué la quieres?
- Son unos dinerillos que te metes en el bolsillo porque los turistas la pagan bien. Mi madre me dice que no quiere que vaya solo por el monte pero como yo me conozco bien todo esto, no tengo problemas; además, siempre llevo en el bolsillo un mechero y una navaja. Si me pasara algo con hacer una lumbre sería suficiente para que alguien supiera donde estoy.
- Eso está bien; los turistas te compran a ti las cuernas de gamos o ciervos y luego ellos van por ahí, por su ciudad, presumiendo de aventuras falsas para que sus amigos los admiren.
- Seguro que será así.
- ¿Vives por aquí?
- Aquí mismo; en Arroyo Frío vivo desde que nací y ya te puedes imaginar como conozco todos estos rincones.
- Claro, te los conocerás como si fuera tu propia casa como también te conocerás la aldea y todos los cambios que en ella se han ido dando.
- Mejor que nadie y ¿sabes lo que te digo?
- ¿Qué me dices?
- Que esta aldea ya no es lo que era con esto de tanto turista

La Leyenda -27
Cortijo La Cruz del Muchacho

Existían dos cruces con el mismo nombre: una situada frente a la caseta, debido a un accidente fortuito de un partocillo que, guardando su ganado, cayó por aquel precipicio. Y otra situada en su parte posterior por encima del Molino de la Rejona, muy cerca de un cortijo que existió en aquel tiempo llamado cortijo de Caravaca que es a la que nos vamos a referir.

“Año 1.809, el coloso Napoleón había invadido España sembrando por doquier la desolación y la muerte. Los vecinos de los pueblos de la comarca sorprendidos en un principio y repuestos después, habían huido a los lugares más recónditos de nuestra sierra; sobre todo, mujeres, niños y ancianos, que no estaban capacitados para empuñar las armas. Ya habían cometido aquellos forajidos hechos vandálicos como la quema de la Iglesia de Santa María en Cazorla, incomparable joya renacentista que el cincel del Vandelvira debía muchos motivos de su ornamentación y que los marqueses de Camarada, antiguos adelantados, habían hecho construir de su peculio, como ya había hecho con la del Salvador de Úbeda. También sufrió la destrucción la Basílica de Santo Domingos de Silos de la Iruela, después convertida en cementerio, cuya portada que aún se conserva desafiando el correr de los siglos, es modelo de belleza inigualable y habían pasado a cuchillo o bárbaramente fusilados a cuantos paisanos sorprendían con las armas en la mano.

Una mañana de mayo, cuando la primavera engalana los valles y cumbres de nuestras sierras cubriéndola de flores y la brisa nos trae el aroma de los pinos, tomillo, romero y espliego, ocurrió el hecho. En una de las cuevas que aún existen, en la ladera del llamado monte de Cívico Harnal, había refugiado un buen número de ancianos, mujeres y niños entre los que se encontraba un anciano y santo sacerdote, hijo de Cazorla apellidado Vadillo. Enterado por un enlace que en cierto cortijo de lo que hoy es Burunchel, se encontraban prisioneros y sentenciados a muerte buen número de valientes hijos de Cazorla y la Iruela, los que días antes habían causado un serio revés a un destacamento francés entre los que murieron dos oficiales en el sitio de Nubla, quisieron enviarle como único consuelo, la Sagrada Forma. Todos los allí reunidos discutían y añoraban quién sería el afortunado mortal que fuera portador de tan sagrado mensaje, sin pensar en los mil vericuetos que tendría que sortear y difíciles patrañas de que tendrían que valerse hasta llegar a su destino, mucho más sin conocer el terreno ni el lugar exacto en que se encontraban los cautivos.

Había llegado, cuando la discusión era más enconada, un pastorcilla, niño de unos catorce años al que llamaban Lunarillo, portador de algunas viandas y esquelas de familiares de los allí refugiados y viendo la porfía y rivalidad noble y desinteresada con que todos se ofrecían a llevar el Divino Mensaje, dijo al sacerdote con palabras impropias de un niño de aquella edad:
- Buen padre, si vos y los aquí reunidos lo permitís, yo soy el más indicado para llevar a cabo esa misión. De mí es posible que no duden porque saben que tenemos por aquí la majada y son muchos los borregos que se comen estos granujas a costa de las malas noches que mi tío y yo pasamos mirando a las estrellas. Y como no quieren el ganado sino que lo cuidemos bajo amenaza de muerte para aprovecharse de las crías, paso muchas veces ante la guardia que hay en La Catenilla, sin le menor molestia; así, que bien metido en mi zurrón, nadie sospechará de nada.

Lo comprendieron todos y el sacerdote dio su visto bueno y bien envueltas y disimuladas, fueron colocadas en el zurrón las Sagradas Formas. La tarde caía perezosa; el sol ya en el ocaso, cubría los montes que circundaban aquellos lugares de tonalidades violetas y unos nubarrones con presagio de tormenta, daban solemnidad a aquel momento en el que el santo sacerdote bendecía con lágrimas en los ojos la cabecita de aquel niño de cabellos de oro, que, cual nuevo Narciso, iba a correr la misma suerte.

Amparado por la semioscuridad de la tarde, salvando barranco y pinares, cuesta de Las Palomas arriba, después de haber vadeado el Guadalquivir y bien conocedor del terreno que pisaba lleno de desfiladeros y hondonadas, alcanzó el Puerto y cual sería su sorpresa cuando un grito sonó entre los matorrales que bordeaba el camino. Asustado quedó ante el temor de un registro, ya que aquella noche habían renovado la guardia. Lo rodearon cinco hombres con bayonetas que le apuntaban dejándolo indefenso.

En su interior no quedaría imagen de su devoción en quien no se encomendara y lo que aumentaba más su turbación era que ni unos ni otros se entendían hasta que uno de los soldados, dejando sobre unas piedras el fusil, hizo ademán de registrarlo. Nadie sabe cómo pudo salvar aquel momento pero lo que sí es cierto que aprovechando la oscuridad de la noche, dio un brinco, burló la vigilancia y corriendo como un gamo, se perdió entre la maleza seguido de cerca por dos de los soldados que disparaban sus arcabuces al azar.

Saltando matas, sorteando riscos, aquí caigo y allí me levanto consiguió pasar el río y cuando ya subía por la ladera opuesta, un grito desgarrador, un cuerpo que se despeña y un resplandor vivísimo que ilumina los abruptos picachos, dio lugar a poder ver dos ángeles que, entonando el Te Deum Laudamus, recogían aquel cuerpo que nunca más volvió a verse.

Aquella roca cortada a pico fue testigo mudo de esta singular escena. Pasado el tiempo, manos piadosas grabaron en la roca una tosca cruz que desde aquel día todos empezaron a llamar La Cruz del Muchacho”.

Ramón López Amador.
Anuario de Cazorla, 1962






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