9.20.2007

Rutas para la historia- 6


Collado Verde Como Centro 25-2-95
Índice:
Prao Molina -1
Desde el acebuche de los siete pies - 2
La cueva de Covico Hornal -3
El terebinto - 4
La crecida del río -5
Comentando la ruta -6
Desde la profundidad -7
Buscando las minas -8
El pino de la cumbre -9
Por la puerta de las minas -10
Origen de las minas -11
Aprendido el campo -12
Por los rotos -13
El collado de las flores -14
Rompiendo el silencio -15
Desde las minas al Chaparral -16
La segunda vez. Roblehondo -17
De llanura en llanura -18
El Chaparral 1º encuentro
EL CHAPARRAL 2º encuentro
El tejo del Chaparral -2
La leyenda -3


Collado Verde como centro 25-2-95
LA RUTA: Prao Molina, minas de Collado Verde, cortijo de El Chaparral. Un paseo por el gozo.
Distancia : 3 km.
Tiempo : 1,5 h. andando.
Desnivel : 0 m.
Camino : Carril y vereda. Zona restringida.

Prao Molina -1
Lo primero que quiero decir es que Prao Molina es una manera serrana de hablar de las cosas de estas tierras. Prado de Molina sería su pronunciación correcta pero yo la quiero dejar tal como lo ha pronunciado el pastor Leandro, más de diez veces esta mañana parado aquí, en la llanura, por delante de la casa que él llama “Prao Molina”.

Buen pues, para saber dónde está exactamente “Prao Molina, hay que situarse. Yo hoy lo he descubierto por casualidad y ahora mismo y creo que para toda la eternidad, sí sé dónde está pero hace unas horas, aunque sí conocía este sitio y tenía pensado pasar por aquí, de cómo se llamaba esto no tenía ni la más remota idea. He venido por aquí hoy con el proyecto de conocer este rincón de Collado Verde, las minas de Collado Verde y poco más. Y hoy sería el tercer intento de conocer estas minas. Los otros dos primeros, hace ya algunos años, fueron fallidos con resultados finales llenos de mil aventuras. Más adelante las contaré.

Así que hoy, con mi fotocopia de un mapa del ejército en mis manos bajo por la carretera del Valle, atravieso la aldea de Arroyo Frío y después de recorrer esa resta desde el puente del mismo cauce de Arroyo Frío, donde a la izquierda está la casa de peones y a la derecha la cancela que da entrada a la finca la Albaida, me desvío a la izquierda. No tiene pérdida esta entrada porque es la pista que viene al Aula de Naturaleza del Cantalar y pasa por el que ahora se llama Hotel Ríos y antes se llamó Hotel La Teja; más bonito y serrano el primero pero parece que atraía menos a los turistas que el segundo. Pues eso, que no tiene pérdida. El desvío es a la izquierda por la parte del Cantalar y ahí mismo existen varios letreros grandes que lo indican.

La pista traza dos o tres curvas muy cerradas por el puente de un arroyuelo que según Leandro no tiene nombre y ni siquiera aparece en el mapa del ejército y donde hay una resta, justo en el kilómetro uno, a la izquierda veo un cortijillo. Veo el cortijillo pero no el rebaño de ovejas ni tampoco el pastor. Una simple intuición me empuja a pararme y como el cortijillo está aquí mismo, me acerco. Veo que no hay nadie y hasta tiene las puertas cerradas. La tierra que le rodea es llana y como por la parte de delante y también por detrás. Crecen dos grandes robles, me acerco. En uno de ellos canta un pajarillo que enseguida adivino es un peché rubio. Me da por seguir su juego imitando su canto y mientras tanto me voy moviendo hacia la parte de atrás del cortijo. Oigo las notas de una esquila y entonces me asomo al barranco con mucho más interés. Lo que más me gustaría en este momento precisamente sería eso: encontrarme con un rebaño y a continuación con el pastor. Tengo que reconocer que es quizá lo que más placer me produce cada vez que por estas sierras trazo alguna ruta. Como mi padre fue pastor toda la vida y yo también de pequeño, lo llevaré en la sangre.

Y por detrás del cortijo veo el rebaño. Me acerco y al notar que las ovejas se alejan de mí me vuelvo para no echarlas de su pradera. Me vuelvo por el mismo sitio y al pasar por debajo del roble como todavía el pajarillo sigue con sus trinos le contesto dos o tres veces y me vengo hacia donde he dejado el coche. Veo que las ovejas, por el otro lado del cerrillo, también se han venido para acá y veo ahora que detrás de ellas viene el pastor. El corazón me da un vuelco, porque precisamente lo que más quería y estaba esperando, en un abrir y cerrar de ojos, se me hace real. Se mueve hacia la pista y como no quiero que se me escape me voy hacia su encuentro. Ya sé que tengo que saludarlo y después charlar con él todo lo que pueda para que me cuente cosas.

Así que lo saludo a diez metros antes de juntarnos y lo primero que hago es preguntarle por el nombre del cortijo.
- Pues Prao Molina se llama esto.
- Y la Cruz del Muchacho ¿por dónde cae?
- La Cruz del Muchacho, entre los pinillos aquellos que se ven allí achumascaos, metío en el barranco, está.
- ¿Y este cerro que tenemos aquí más cerca?
- Ese cerro, el cerro, ese cerro le decimos el Cerro de la Cueva.
- Pero entonces ¿Campanillas cuál es?
- El Cerro Campanillas es aquel que se ve allí en todo lo alto
- Pues quiere decir que me he quedado sin el Cerro de las Albardas, porque hasta hoy yo creía que todo aquello era este cerro.
- El Cerro de las Albardas es el de más arriba, es que hay allí dos cerros casi juntos y uno es uno y el otro es el otro.
- Tenía yo entendido que por ahí sube una senda ¿es cierto?
- Una senda pero eso está ya muy perdió; es la que salía por el Puerto de las Palomas. Y luego allí hay otro cortijo que se llama La Majá de los Conejos; allí donde se ve que se ha pegado fuego, en la parte de acá, esta la Majá de los Conejos.
- Y la Tejerina se encuentra ya más por el valle ¿Verdad?
- Tejerina es que se llama toda la finca que es particular. Si quiere subir por la parte del Puente del Hacha y sino por aquí también hay otra pista que es la que pasa por la Cruz del Muchacho y va a salir bordeando el hoyo aquel a to la pinatá aquella adelante que se ve muy espesa, que eso lo han limpio y ya pa ante, pa ante, saliendo la limpieza ya se ve el cortijo.
- Pues yo bajé el otro día por ahí, por donde la piscifactoría hasta el Puente del Hacha y no vi ninguna pista.

Desde el acebuche de siete pies -2

- Nada más pasar la piscifactoría hay un rellano, ahí se cruzan los caminos. Una pista que sale de la piscifactoría, otra que viene río abajo desde el molino y la que sube por el arroyo que aquí en el rellano se divide en dos. Pues ahí, donde se cruzan los caminos, sale una pista por el mismo pie del paredón rocoso y avanza empinada ladera arriba. A menos de diez minutos de subida existe un rincón ideal para parar a comer o tomar un respiro. Ese sitio es justo donde existe como una pequeña lomilla. Mirando de frente según sube la pista, a tu derecha, en la ladera que cae, tienes un acebuche que son por lo menos siete pies, tres o cuatro pies de encinas, dos o tres más grandes, más en dirección al Cantalar que queda lejos de allí al fondo, a unos veinte metros de donde estás, crece un roble impresionante que tiene por lo menos cinco siglos. Porque ahora no tiene hojas pero cuando está verde es todo un bosque por sí solo. Justo aquí mismo, pegado a la pista, crecen cuatro pies de encinas y a la izquierda también pegado a la pista verás las paredes derrumbadas de un pequeños cortijillo.

Sigues mirando pista arriba y por el barranco que se ve ya en lo alto, el camino se divide otra vez. Tres ramales tiene por aquí el camino. Uno que gira a la izquierda y sale a lo alto de la cordillera entre el Puerto de las Palomas y el Cerro de las Albardas, el otro se viene por la derecha casi llaneando por la ladera y el tercero que sería el del centro, sigue subiendo. Enseguida ves como una llanura a la derecha y en el centro las ruinas de un antiguo cortijo. Ya está derribado. La pista sigue subiendo unas veces por lo que antes fue una senda y otras veces por trazados nuevos. En cuanto remontas otro repecho sales a una gran llanura. Una nava que está en los pies mismo de la gran pared rocosa de lo que es el macizo de las Albardas. Esas tierras las sembraban antes los que vivían en el cortijillo que yo llamo de los almendros. Se encuentra a la derecha por la parte baja de la nava.
- ¿Por qué llamas de los almendros?
- Es que allí mismo crecen siete u ocho pies de almendros que son tan grandes como robles. Estuve yo por allí el otro día y como ya están florecidos aquello es todo un jardín de tan verde y bello y, además, en esa ladera donde sólo hay pinos, carrascas y robles.

Desde las paredes de ese cortijo que está abandonado y, además, en ruinas te vienes hacia atrás buscando la casa forestal y antes de caer otra vez al barranco te encuentras con una gran casa que cae exactamente por la parte de abajo de la nava. La lluvia y el agua de la nieve que cae por la nava y la parte alta, casi 1400 m. vienen a salir a la llanura donde se encuentra esta casa.
- ¿Cómo se llama esa casa y quién vive ahí?
- Eso ya no puedo decírtelo; sé que ahí sí vive gente pero como yo por allí voy poco, estoy desinformado. Me dijeron el otro día que la están arreglando con magníficas rejas de hierro, paneles solares, antenas de tele y una flamante valla metálica.
- Si tú dices que esta casa es tan grande, tiene tanta agua y se alza en una llanura tan espléndida ¿no será este edificio la antigua casa forestal de la Cruz del Muchacho?
- La verdad es que no conozco muy bien esa zona y como el edificio del barranco es tan grande, tiene tan buenas tierras y está rodeado también de tanta agua, cualquiera puede pensar que la casa forestal es la del barranco y no la de la llanura pero ciertamente la de la llanura se encuentra mucho más cerca del verdadero cortijo Cruz del Muchacho que la del barranco.
- Iré un día por el lugar a ver qué saco en claro. Mientras tanto me inclino a pensar que el edificio del barranco es el cortijo de la Cruz del Muchacho y la de la llanura la casa forestal también con el mismo nombre.

- Bueno, pues, desde tu magnífico mirador, a mitad de la cuesta que sube a ambas casas, si sigues mirando, por encima de chalé que has encontrado a la izquierda nada más pasar el Puente del Hacha, al fondo el cerro de Cabeza Rubia, el Aula de Naturaleza el Cantalar, el Chaparral que además de ser un cortijo-casa, existe ahí mismo una gran abundancia de chalés privados todos con sus vallas, sus cancelas y sus letreros de prohibido el paso. Antes de llegar a ellos verás también una gran casa que es donde los del Opus vienen a pasar sus vacaciones en los meses de verano. Si continúas volviéndote hacia la derecha quedas frente al gran barranco por donde corre el río Guadalquivir; después y antes de pasar por la piscifactoría, al otro lado, ese singular y bello monte que llaman Cerro de la Cueva. Y digo singular porque justo desde este mirador del acebuche de los siete pies es desde donde se le saca la mejor visión a este monte. Te darás cuenta como no es un cerro solo sino dos exactamente iguales. Dos cerros gemelos que se forman en una pequeña cuerda que va desde Arroyo Frío hasta el Puente del Hacha; pegado al arroyo se encuentra el primer cerro y pegado al puente el segundo; unidos quedan los dos por el centro con una pequeña curva que es un arco perfecto y luego los montes a ambos lados totalmente redondos, con la misma altura, el mismo volumen, la misma vegetación y la misma belleza.

Por aquí los llamamos el Cerro de la Cueva y el Cerro del Molino pero ese nombre le pega más al que da justo a donde tú estás porque ahí, más arriba de la piscifactoría y por donde queda ese chalé abandonado, es donde se encuentra la cueva del Covico hornal. Ahora, si lo ves desde aquí, desde Prao Molina que es desde donde estamos nosotros, la figura y belleza de los Gemelos apenas se distingue. Tampoco desde la carretera que pasa surcando su falda oriental.
- Pues como me lo has puesto todo tan de dulce, un día de estos tengo que hacerme una ruta por ese rincón. Ya lo conozco un poco y como precisamente tengo interés en todo lo que por esta ladera existe, a partir de ahora me siento más obligado. Pero antes que nos vengamos hoy de esa ladera, aunque sólo la estamos paseando desde la distancia y con la vista y la imaginación, eso de la limpieza del bosque ¿qué tal?
- Un desastre.
- ¿Por qué?
- No han dejando nada más que árboles de trancos gruesos, encinas, pinos, robles y algún matojo bajo. Todo lo demás, romeros, espliegos, sabinas, enebros, zarzas y clemátides lo han cortado. Vamos un desastre lo que han hecho ahí que hasta las cabras monteses y los jabalíes se han tenido que ir porque ya no tienen donde vivir. A estos animales les gusta el monte bajo tanto para camuflarse como para ramonear. Y por otro lado, como por entre esos pinos no crece la hierba, los animales, de lo que más carecen ahora es de alimento.
- Pero esa limpieza está ordenada y controlada por la Agencia de Medio Ambiente ¿cómo hacen esos desastres?
- Y tan desastre. Han cortado toda clase de monte bajo porque según ellos es el malo para los incendios pero yo digo que si nos dejaran meter el ganado por ahí, los animales lo habrían limpiado mucho mejor que ellos porque se comen todas las ramas bajas pero no destruyen por completo ni los romerales ni los sabinares. Cuando acabe de brotar la primavera, ese monte que siempre ha sido un edén de tantas flores, tanto perfume, tanto pajarillo, tantas mariposas y abejas, este año va a parecer eso, un bosque fantasma.
Y como seguimos con nuestro recorrido imaginario desde Prao Molina, ahora le pregunto a Leandro por los llanos de la Olmeda.
- He oído hablar de esos llanos ¿se ven desde aquí?
- Este monte que tenemos aquí enfrente es Cabeza Rubia. “La Olea”, está bajando lo que es la raspa que baja del monte y en la punta de abajo: a aquel lado del río que ahí había también un cortijo pero que eso ya, t al cortijo está en el suelo. Es como aquí. También antes aquí había un cortijo.
- ¿Y este cómo se llamaba?
- Pues esto le decía Prao Molina, pues el cortijo de Prao Molina; luego aquí arriba había más casas. Si esto todo eran casas, lo que pasa es que ya se han perdido.

La cueva de Covicornal -3

Mientras Leandro me sigue contando las cosas de aquellos tiempos y me señala a éste o aquél monte diciendo cómo se llama y lo que por allí pasó, sus ovejas pacen tranquilas al otro lado de la carretera, hacia Collado Verde que es para donde pensaba irme según el plan que traía. Pero de acuerdo a todas las cosas que él me está contando, voy meditando que tendré que variar mi plan. Más adelante, cuando comience a describir esta ruta, aclararé en lo que pueda, todo el proyecto que hoy tenía por aquí y desde el comienzo.

Ahora, en estos momentos en que Leandro me está saturando de información de todo este valle, se me viene a la mente una pregunta.
- Y cuando nevaba ¿qué pasaba en los cortijillos de este valle?
- Cuando nevaba, aquello era una aventura. Cuando nevaba o llovía de verdad que ahora ya ni nieva ni llueve. Si caía una nevada grande y si querías comer no tenías más remedio que coger el camino e ir al pueblo a por cosas. Cada uno anda de una manera pero yo en ir a Burunchel andando desde aquí tardaba hora y media o así; y tenía que ir lloviera, nevara o hiciera frío. Yo recuerdo muchas cosas de aquellos tiempos; por ejemplo, recuerdo que en aquellos tiempos llovía tanto que todas esas laderas del río para allá, hacia el Puerto de las Palomas, eran una pura fuente de tanta agua como manaba por ahí.

Y recuerdo que una vez fui con mi hermano y otro zagalón más al pueblo del Burunchel. En aquella ocasión además de traernos pan y aceite del pueblo también íbamos a pelarnos, porque aquí se pelaba uno cuando podía. Pues allí, desde el río, por donde está el Molino de la Rejona, sube una senda que pasa cerca de la cueva de Cornicornal, (Coviconal) sube por el cerro ese que por eso se llama monte de Cornicornal y va a salir al mismo Puerto de las Palomas. Esa senda era nuestro camino natural para entrar y salir a este valle desde tiempos muy lejanos porque entonces no había coches si no mulos, burros y el que podía una yegua que eso era toda una riqueza.

- Un momento Leandro, ahora que hablas de esa cueva que tú llamas Cornicornal, estoy cayendo en la cuenta de algo.
- ¿De qué?
- ¿Por qué tiene ese nombre? ¿De dónde le viene?
- Pues yo creo, porque yo creo que le viene de las cornetas que hay allí en la misma ladera.
- Vosotros llamáis cornetas a un monte, a unas matas bajas que se llama cornicabra.
- Eso es y allí donde mismo está la cueva que aún todavía existe, crecen muchas cornetas de esas; por eso a la cueva le llamamos cornicornal, por las cornetas que allí hay.
- Sin embargo, yo he leído ese mismo nombre y lo escriben de otra manera. Lo escriben Cívico Harnal. Lo cual parece que se aleja de su origen que como tú dices viene de corneta y corneta a su vez se refiera a cornicabra que a su vez se refiera a un arbusto llamado terebinto que puede alcanzar hasta 5 m. de altura. Existe en este parque otro rincón con un nombre que también se refiere a un lugar donde crecen muchas cornicabras y que es el famoso Cornicabra allá por los términos de Beas de Segura.
- Cosa curiosa que yo no sabía pero que quizás tengas tú razón. La cueva de cornicornal la llamamos así por la abundancia de cornetas en toda la ladera. Todo aquello es un Cornital grandísimo.
- Y, además, tiene su lógica. La cornicabra, el terebinto es una planta puramente mediterránea que le gusta precisamente eso, las solanas y las tierras secas.

El terebinto -4

A menudo tiene las ramas y los rabillos de las hojas color encarnado. Estas se componen de dos a cinco pares de hojuelas enfrentadas, con una de nones en el extremo, las cueles tienen figura elíptica y son algo correosas y lampiñas, de color más pálido el reverso. El terebinto pierde las hojas en invierno y tiene los sexos en pies separados, unos masculinos y otros femeninos. Las flores nacen en ramilletes en las ramas formadas el año precedente y carecen de corola. El cáliz está dividido en cinco lóbulos en las flores masculinas que tienen otros tantos estambres; en las femeninas se dividen en tres o cuatro segmentos. El fruto es pequeño, un poco carnoso irregular y de color rojizo y sólo tiene una simiente. Florece desde primero de abril un poco adelantado con respecto al lectivos y sus frutos maduran en el mes de julio.

El terebinto o la cornicabra, Pistacia terebinthus, se cría en los peñascales, derrumbaderos, laderas pedregosas de las montañas, etc., desde la costa hasta los pirineos y Montes Cantábricos con predilección por los terrenos calcáreos. Resiste mucho mejor el frío que su congénere el lentisco y avanza más que éste hacia el norte. Vive en toda o casi en toda la Península y llega hasta Galicia. Generalmente se halla salpicado en los bosques de encinas y robles o aislado en los riscos inaccesibles pero excepcionalmente destruidos los encinares pueden formar arboledas más o menos considerables como la que menciona Cuatrecasas en la falda de la carluca de Sierra Mágina, las cuales nos recuerdan aquella montaña de Siria “cubierta por completo de terebintos”, según teofrasto.

De la corteza del terebinto, sangrándolo, se saca la trementina de Quío que es la trementina por excelencia ya conocida de los griegos y latinos con los nombres de terebinthos y terebithina, nombres que dieron, en castellano antiguo, el de trebentina. Esta oleorresina contiene el 14% de esencia constituida principalmente por apineno y el resto son resinas con pequeñas cantidades de ácido benzoico.

Las hojas y la corteza son ricas en materias tánicas y las agallas que suelen formarse en las hojas, a manera de cuerno de cabra producida por un insecto del grupo de los pulgones, contienen dichas materias tánicas en mucho mayor proporción. Los frutos del terebinto contienen cerca del 40% de aceites grasos. Es una planta astringente, principalmente en cuanto se refiera a las hojas y a la corteza y sobre todo a las agallas. Las raíces se emplean para combatir la ascitis.

Como astringentes se usan las cortezas y las agallas maceradas en vino. Sirve para enjuagarse la boca para fortificar las encías. Utilizando vino rancio en las proporciones indicadas y raíz de terebinto en lugar de la corteza o de las agallas, en Tarragona lo emplean contra aquella hidropesía del vientre llamada ascitis. En el libro primero, capítulo 72 de su “Materia Médica”, Dioscórides se expresa así: “El terebinto es árbol muy conocido. Sus hojas, frutos y corteza restriñen y aprovechan a todas aquellas cosas a las cuales se aplica el lentisco, preparadas y tomadas en la mesma manera. Cómese el fruto del terebinto, empero ofende al estómago, calienta, provoca la orina y incita a lujuria. Bebido con vinos es útil a las puncturas de los falagios. Traemos su resina de la Arabia Petra. Nace también en Judea, en Siria, en Cipro, en África, en las islas llamadas Cícladas. Tiénese por mejor la blanca, las transparente, las que tienen color de vidrio, declinante sobre el azul y la que da de sí un olor suave y propio del terebinto. Hace gran ventaja a todas las otras la resina terebintina. Después de la cual es segunda en virtud la que del lentisco destila. Tras esta se sigue la de la pícea y abeto a las cuales suceden las del pino y la que de la piña resuda. Todo género de resina calienta, molifica, resuelve y tiene virtud de mundificar. Cada una de ellas, lamida por sí o con miel es muy conveniente a los tósigos y tísicos; limpia el pecho, mueve la orina, digiere los crudos humores, relaja el vientre y aplicada establece las pestañas y cejas caducas”... Laguna insiste en que la terebintina del terebinto tiene el principado sobre todas las otras.

- Buen, pues, todo esto que tú me cuentas yo lo sabía y resulta realmente curioso como los nombres tienen su origen y significado. Pues para que sepas más cosas de esta cueva, allí, aquello ahora tiene una pequeña pared de piedra donde se metía el ganado en otros tiempos. No es gran cosa pero sí servía de refugio aunque cuando llovía como Dios manda por allí caía un caño de agua que daba miedo.
- Por cierto, lo que dices es verdad porque el otro día pasé por allí y lo vi. Vi también la gran cantidad de rocas tobáceas que el agua fue depositando y de verdad que me llamó la atención. Pero en fin, tú me ibas a contar algo que te sucedió una vez con tu hermano.
- Sí, te iba a contar eso.

La crecida del río -5

Toda la semana anterior había estado lloviendo sin parar pero aquel día, amaneció con el cielo azul y un sol radiante. A media mañana o así nos juntamos los tres, mi hermano mayor, otro zagal de estos cortijos y yo. Tomamos por la senda que sube por el Molino de la Rejona, pasamos por la cueva de Cornicornal, remontamos el monte que como te decía también lleva el mismo nombre de la cueva, coronamos la cuerda por el Puerto de las Palomas y desde allí, en dos zancadas nos encajamos en el pueblo de Burunchel. Tienes que saber que todo este valle de Collado Verde, el Cantalar, el Chaparral y toda esa ladera de la Cruz del Muchacho, pertenecen al pueblo de Burunchel; es decir, todo esto es término de ese pueblo y por eso nosotros siempre acudíamos para todo, a parte de tenerlo mucho más cerca que otros.

Hicimos lo que teníamos que hacer que era pelarnos y comprar algunas cosillas y cuando el sol iba tumbándose hacia la tarde, remontamos la cuesta de la Losa que es como se llamaba entonces todo aquello. Ya antes de salir del pueblo se había nublado y conforme subíamos empezaron a crujir los truenos. ¿Tú has vivido alguna vez tormentas en estas sierras?
- No muchas pero sí me han cogido en dos o tres ocasiones.
- ¿Tú sabes como crujen los truenos cuando estallan sobre las cumbres de estos montes?
- Sé que son tremendos. Como si todo el universo quisiera caerse sobre tu cabeza.
- Pues por la zona esa de la cumbre de las Palomas y más todavía por el monte de Cornicornal y de la Cruz del Muchacho, las tormentas son de lo más tremendo que tú te puedas imaginar. Y no te miento: el día que vayas por allí, fíjate en los pinos y sobre todo en los más gruesos. Cada tronco de esos pinos tiene por lo menos una o dos señales de rayos. Algunos hasta cinco heridas que arrancan desde abajo y suben hacia las copas. No hay pinos en toda la sierra que tengan tantos surcos de rayos en sus troncos como los pinos de esa cuerda y ladera.

Cuando aquel día llegamos a lo alto de la cumbre la tormenta abrió todas sus compuertas y el agua empezó a caer a trombas. Soplaba el viento y caían los rayos y de momento explotaba el trueno dejándote sordo y casi paralizado. Pues allí mismo en unas rocas que hay en esta solana cuando ya empiezas a bajar, nos refugiamos y allí estuvimos casi dos horas. Seguimos luego bajando todavía con lluvia y truenos y como ya veníamos empapados nos daba igual mojarnos tanto en los arroyos que bajaban por la ladera como con la lluvia que seguía cayendo. Llegamos al río que es el Guadalquivir un poco más abajo de Vado Ancho, ya casi con la tarde caída. Por allí, en algunas épocas ha existido un puente pero en otras ocasiones no había puente ninguno debido a que las riadas se lo llevaba y es lo que aquella tarde había sucedido.

La tormenta había descargado tanta agua que enseguida las laderas se convirtieron en torrentes y los arroyos en mares. El Guadalquivir aquella tarde bajaba tan lleno que nada más oírlo y verlo se te llenaba el alma de espanto. Yo que en aquella época era pequeño y nunca antes había visto algo similar, al encontrarme allí en la orilla del río, ante aquella tromba tan impresionante, me entró un miedo que me moría vivo. Vi como el amigo de mi hermano se acercó a la corriente con la mala suerte que tropezó en unas piedras y cayó de bruces al agua. De chiripa lo cogió mi hermano por los pies y luego él mismo se metió en el centro de la corriente y tiró del muchacho para fuera. Como pudo se fue agarrando a las ramas de la orilla y al poco vi como ya estaban en el otro lado. Al verme solo ahora y en el otro lado del río es cuando me entró a mí miedo. Un miedo tan grande que al mismo tiempo se convertía en orgullo y temor por aquella hazaña de mi hermano el valiente.

Los dos ya al salvo y en el otro lado me decían a mí que me fuera para donde estaban las rocas y que saltara.
- Tú no te preocupes que en cuanto saltes nosotros te agarramos aquí en este lado.
Así que me subía a las rocas y al ver aquella tromba de agua allí bajo mis pies empecé a temblar y a llorar y a decir que no saltaba. Entonces mi hermano, como siempre ha sido valiente y dispuesto a ponerse delante de los peligros para que los otros no los sufran, sin pensarlo dos veces, se metió en la corriente al mismo tiempo que por un lado se agarraba a la mano de su amigo y éste a la vez a un fuerte arbusto. Me pidió que saltara sobre él y que me pasaría el río a cuestas sobre sus hombros para que a mí no me pasara nada. Pero para qué lo que a mí me entró por el cuerpo al ver aquella valentía de mi hermano en el centro de la corriente aquella y dando la vida por salvarme a mí.

Comentando la ruta -6

Como ya antes decía mi plan de hoy era el siguiente: entrar con el coche por esta pista que llega hasta el Aula de Naturaleza el Cantalar y al llegar al cruce de un arroyo que viene en el mapa sin nombre, dejar el coche ahí mismo y subir por el cauce. También según el mapa, al llegar al final del arroyo coger la senda que sale a la izquierda y lleva directamente al cortijo de Collado Verde y también a las ruinas de las minas. Porque según veo en el mapa esta senda enlaza luego con la que va por Collado Verde y más adelante con otras más. Una que sube desde el río atravesando todo el llano, otra que sigue para al Cantalar que luego se divide en dos, otra que va directamente a Peñón Quemado que creo es la misma que recorrí este año pasado con mi amigo Juan Carlos pero bajando y otra que a la derecha remonta hacia Roblehondo que también conozco de aquel año que subimos por aquí.

Este era mi plan y si el día daba más de sí, moverme luego por la zona esa del Chaparral y los cortijos del Carrascal. Digo los cortijos porque en mi mapa vienen dos cortijos con el mismo nombre. Uno por la parte baja cerca del río, por los llanos de la olmeda más abajo del Puente del Hacha y el otro exactamente al final de este arroyo que pretendo recorrer y que no tiene nombre.
- No tiene nombre en el mapa pero ese arroyo se llama Royo de la Tía Leandra.
Me dice Leandro cuando ya me para a charlar con él en la misma llanura de “Prao Molina”.
- Que ahí en ese barranco que también se llama Barranco de la Tía Leandra es donde nací yo según dice mi padre y luego me críe en Collado Verde.
- Pero Leandro, fíjate que en el mapa pone que ahí frente, en lo que tú dices es el Barranco de la Tía Leandra, existe un cortijo que se llama cortijo del Carrascal.
- Eso está equivocado porque yo por aquí no conozco ningún otro cortijo del Carrascal que aquel de la llanura al otro lado del río.
- Pues siendo así entonces ese arroyo que viene en mi mapa sin nombre ¿cómo se llama?
- Mira, ese arroyo tiene varios nombres. Si empezamos por la parte de abajo tenemos un trozo que se llama Arroyo de la Teja que es ahí donde hay una hotel que también se llama Hotel de la Teja y ahora le han puesto Hotel Ríos. Si seguimos subiendo ya tiene otro nombre, al pasar por ahí, por Collado Verde se llama arroyo de Collado Verde. Seguimos subiendo y al entrar al barranco nos encontramos con que el barranco tiene el nombre de Tía Leandra y también el arroyo. De ahí para arriba subiendo por aquel repecho para lo alto de la cumbre se llama Arroyo de las Ratas y ya arriba, a la derecha tenemos el Peñón de Juan Díaz con 1372 m. y a la izquierda el Pecho de la Majoleta, Majada Llana que es también una caseta forestal de aquellos tiempos y Peñón de Collado Verde que tiene 1270 m.
- Tú fíjate la cantidad de nombres que tiene este pequeño arroyo y que en mi mapa aparece sin nombre.
- Es que en la sierra cada cosa tiene su nombre y eso para conocerla bien tiene que ser ir con alguien que “amiga” crecido aquí.

Así que mientras estoy oyendo a Leandro ya ando pensando en cambiar mi plan de hoy. Lo primero es que este arroyo no me lo esperaba yo aquí, sino antes; lo segundo es que el cortijo de Collado Verde no es t al cortijo sino por lo menos dos y ahora mismo son chalés y los tengo aquí, casi al alcance de mi mano y por lo que descubro ya no me gusta y por eso no deseo ni pasar por ahí; y lo tercero es que por lo que me dice Leandro, las minas que busco están aquí mismo.
- Usted siga esa pista y en cuanto pase el hotel hay una recta y enseguida viene una curva y otra pista que se aparta a la izquierda. Esa es la que va al Chaparral; la deja y un poco más adelante, a la derecha se aparta otra pista. Coja esa pista y ella le lleva justo a las minas que aquello ya está todo abandonado y lleno de monte.
Tomo nota por si acaso no doy con lo que Leandro me está indicando y entonces él me lo repite de nuevo.
- Usted las minas las busca donde yo le he dicho a usted. Al pasar el hotel ese, que es la casa aquella blanca que se ve allí, hay ahí un hotel; bueno pues hay ahí una curva que luego ya se endereza y luego hay otra curva y ya hay una rechifla, pues de la recta aquella misma usted para arriba ya verá el transformador de la luz como se conoce todavía. Que es de las minas y a la parte de allá están las minas.
- Que ahora ya no hay nada ¿verdad?
- Ahí ya no hay casas; eso está todo abandonado. Se conocen por donde estaban los rotos de las minas y eso pero que no hay nada.

Así que perfectamente orientado lo despido después de otro largo rato más de charla que contaré en su momento y me voy. Monto y sigo la pista. Enseguida estoy en el hotel que ya conozco por la otras veces que por aquí he pasado. Como hoy es el primer día sábado de un puente de tres días, puesto que el martes 28 es día de Andalucía, sí se ven por aquí muchos coches de turistas. Al cien por cien de la capacidad hotelera va a ser el lleno de los turistas en estos días según las noticias de la prensa.

Paso de largo como siempre lo hice y me voy a lo mío. Tengo que decir que el día de hoy es espléndido, con cielo muy limpio, temperatura casi de primavera y con todo el campo verde aunque la hierba está “enratoná”. Llego a la recta y voy atento más en el transformador que debe quedarme a la derecha que de la pista. “Donde se ve el transformador ahí se ven los rotos de las minas”. Me decía Leandro y recuerdo ahora también cuando en aquellos tiempos pasaba por aquí la gente de estas sierras.

Desde la profundidad -7

Como me quiero referir a los paisajes y montes de estas sierras la profundidad que en este caso estoy viendo habla de estas zonas serranas perdidas en lo más lejanos de los barrancos y bosques de estas comarcas. Profundo en este caso es el lugar donde ellos han vivido toda la vida: por unos barrancos allá en las ruinas esas de Roblehondo a donde sólo llega un caminillo atravesando el tupido bosque de madroños y sobrepasado en todo momento por los picos rocosos de las cuerdas perdidas cerca del infinito.

Pero esta profundidad, esta lejanía de barrancos repletos de cascadas, nunca fue motivo suficiente para que aquel padre no fuera conocido y querido casi por todas las familias de estas sierras. Todo el mundo lo conocía y todo el mundo lo quería con el afecto más profundo que pueda darse en el corazón de las personas. Tanto que muchos celebraban con regocijo íntimo su presencia cuando por la causa que fuera se dejaba caer por entre aquellos enjambres de cortijillos dispersos por el valle del Guadalquivir.

Fue así cuando aquel día, al salir el sol, padre e hijo se pusieron en camino. Prepararon ellos primero la pequeña barranquillo color ceniza y por la estrecha y tortuosa senda que se adentra en el barranco, bajaron buscando el arroyo. Por allí no hay nada más que madroños a un lado y otro, pinos blancos salteados por las laderas con troncos que son columnas donde el tiempo parece haberse parado, muchas encinas y brezales llenos de ramilletes de florecillas diminutas y olorosas. Cruzaron ellos el arroyo de la Agracea por el puentecillo de piedra conocido por todos los serranos por el “paso de la Agracea” y subieron luego ese rupícola tan bonito. La cañada y el rupícola que sube buscando el collado de la carrasca y los Hoyos de Muñoz.

No es gran cosa este rupícola porque la senda lo surca con gran elegancia y fuerza aprovechando la depresión del pequeño arroyuelo que por ahí baja, atravesándolo varias veces mientras sube y entre una y otra pasada, trazando majestuosas curvas como si se tratara del más divertido de todos los juegos. Hay primero allí una cascada que es una gloria de tan bella y limpia, luego unos chorrillos de agua puestos en fila por las rocas que el arroyo ha cortado y después brezales. Los más bellos y olorosos brezales de toda la sierra de este Parque. Luego la sendilla sale al rasete por donde el pequeño cortijillo se queda casi perdido unas veces por entre el verde del trigal y otra por entre la espesura de los pinos y las ramas de las carrascas. En pasando el rasete que es como una bocanada de aire fresco en el centro de tanta soledad y densidad boscosa, la senda se alarga ampulosamente y en un par de curvas más se planta en todo lo alto. El Collado de la Carrasca que es como se llama esto y en cuanto vuelca atraviesa los Hoyos de Muñoz, el Arroyo del Calerón por donde nace la fuente de Aguas Blanquillas y ya sólo queda un paso para cruzar el collado de Cabeza Rubia y volcar al Valle.

El valle aquella mañana era toda una gloria de tan bonito y lleno de vida como estaba. Este valle que parece que no tiene centro porque precisamente por ahí, por el centro, lo corta el Guadalquivir, aquella mañana, además de los mil cortijillos y manadas de animales por allí pastando, todo era una preciosa primavera. Y se ve mejor cuando precisamente a este valle se le entra desde este lado, desde el Collado de Cabeza Rubia quedando a la izquierda ese gran pico también llamado Cabeza Rubia y teniendo ahí, a dos pasos, el cortijo del Cantalar y un poco más adelante las ruinas de Collado Verde, el gran cortijo del Chaparral y a continuación todos los demás cortijillos, llanuras, arroyos y praderas. Un valle, un rincón, un trozo de sierra que no tiene igual en toda la tierra y aquel día aún parecía más engalanada y lleno de magia.

En cuanto el padre y el hijo, junto con su barraquillo del alma, pusieron sus pies sobres las tierras del valle los habitantes de los cortijillos se llenaron de gozo.
- Señor Pedro, qué alegría verlo de nuevo por aquí.
- La alegría es mía. ¿Cómo estáis y cómo está la familia entera?
- Vamos tirando pero...
Y el Señor Pedro se quedaba con ellos primero oyéndolos, después consolándolos y luego dándoles ánimo.
- Que hay que ser fuertes, hombre y creer en Dios.
- Pero Señor Pedro es que...

De cortijo en cortijo se pasó él toda la mañana saludando, animando, consolando y amando a unos y a otros y cuanto más cariño repartía más unos y otros lo buscaban.
- Papá, que a este paso no llegamos nunca al pueblo.
Le decía el hijo ya un poco cansado de tanto pararse en un sitio y otro con unos y otros.
- Ya voy hijo mío, que esta gente son nuestros hermanos y como vez nos necesitan ¿qué cuesta darles un poco de cariño que en el fondo es lo único que ellos necesitan?

Buscando las minas -8
En cuanto paso el hotel que ha cambiado de nombre dos veces en no mucho tiempo, aparece la rechifla que me ha dicho Leandro pero como él también me ha dicho no es en la recta en lo que me fijo sino en el transformador que me queda a la derecha y lo empiezo a ver nada más acercarme algo al hotel. Pero es verdad, en el camino va apareciendo todo lo que Leandro me ha dicho: una rechifla, la pequeña curva, otra rechifla y enseguida la desviación a la izquierda que según él lleva al Chaparral que luego visitaré y el camino que sigue recto al Cantalar. Algo más adelante ya veo la segunda desviación a la derecha que debe ser el camino que me llevará a “los rotos de las minas”. Llegado a este punto, por lo que parece y la sensación que tengo, ya sí estoy casi en el centro de las llamadas Minas de Collado Verde y por ello yo tendría que alegrarme un poco en el tiempo y en el espacio por encontrarme por fin en “los rotos de las minas”. Después de tanto tiempo buscándolas ya las tengo aquí. Digo esto porque yo sé bien que aquel día llegamos hasta la misma Aula de Naturaleza del Cantalar buscándolas. Nos habíamos juntado un grupo de tres y aquel día traíamos un objetivo claro: descubrir estas minas y estudiarlas a fondo.

Desde del Cantalar sigue la pista y en la primera gran curva sobre la ladera sur, se divide en dos. La que gira a la derecha y sigue subiendo por la ladera buscando el collado para luego volcar a Roblehondo y seguir hasta juntarse con la otra que, desde el Arroyo de Linarejos atraviesa el Puerto Calvario, todo el barranco del Roblehondo y llega hasta el río Borosa. Pues en la primera gran curva seguimos nosotros por la derecha porque la otra pista es la que lleva a los Hoyos de Muñoz y a la “Pasá de la Gracea” y ya nos empezamos a decir:
- Por aquí cerca caen las minas.
Porque nos guiábamos por el mapa del ejército y nuestra ignorancia. Así que conforme subíamos íbamos muy atentos a la posible pista o senda que pudiera desviarse de esta que llevábamos para el lado este de las minas pero como nos parecía que según las referencias del mapa, debían caer por lo menos en la mitad de la ladera o más arriba, nuestra obsesión era subir bastante para ir a salir lo más próximo al punto que buscábamos. Y subimos tanto que nos pasamos de las minas. Ahora que las estoy viendo sé que aquello de aquel día fue una barbaridad. Ni mucho menos estaban tan elevadas en la ladera como nosotros creíamos. Por lo que ahora descubro se encuentran casi en la misma llanura. Es decir, donde la ladera empieza a ser llanura o donde la llanura empieza a ser ladera pero no en esa gran ladera que surca la parte que nosotros recorrimos con el alma llena de ilusión y que una cosa y otra parecía no iba a terminar nunca.

Además, la subida es bastante pesada puesto que está muy pronunciada toda esta umbría y el bosque que lo puebla, el mejor bosque de madroños, durillo y carrasca de toda la sierra de este Parque. En cuanto llegamos a una curva donde aparece un rasete y se ven las ruinas de un cortijillo, nos apartamos de la pista y siguiendo una sendilla por allí nos fuimos en busca del barranco. Majada Llana se llaman las ruinas de este cortijo y por lo que hoy me ha dicho Leandro “eso también fue una caseta forestal. La caseta forestal de Majá Llana”. También hoy por él me he enterado que el barranco es el conocido por todos como el de la Tía Leandra pero nosotros, después de mucho bregar con el monte, las rocas y el cansancio fuimos a salir a la parte alta de este gran barranco. A donde según Leandro ya tiene otro nombre, Arroyo de las Ratas.
- Bueno verás, lo de las ratas es una fuente que brotaba ahí, en la parte baja de los volaeros. Fuente de las Ratas le dicen y de ahí que el barranco también coja algo de ese nombre pero precisamente ese barranco se llamaba el Barranco del Barbejal, que yo ya no sé por qué se llama así; será quizá por eso de las barbas que a lo mejor se le da porque los pinos esos tienen muchas barbas. Pelusas que lo llaman en otros sitios y por eso a este barranco le llaman del Barbejal.
Me decía Leandro.

Fue precioso venir a salir a este punto que por ser totalmente umbría y tener, en aquel momento, la primavera rebosándole por todas sus praderillas, todo aquello era lo más bello jamás visto por nosotros hasta aquel día. Pinos como montañas, hierbas que parecían trigales, arroyuelos que parecían sueños y horizontes limpios sobre las cumbres que era, lo que a partir de aquel momento, nosotros queríamos conquistar. Fracasado nuestro objetivo de las minas reorientamos la ruta y nos propusimos llegar hasta la cumbre. Según el mapa, al otro lado estaba la zona esa de Puerto Calvario y más adelante Roblehondo. De todas maneras, merecía la pena haber desacertado en lo de las minas, porque de este modo resultaba mucho más emocionante. Todo era una pura incertidumbre montada sobre la ladera de las minas de Collado Verde, sin senda, sin objetivo y sin dirección. Lo que resultó de aquel tan original día tendré que irlo insertando entre las cosas y la ruta que hoy llevo entre mano.

El pino de la cumbre -9

Pinos y pinos grandes hay muchos en la sierra. Yo conozco por lo menos veinte que son realmente grandes pero es que este pino, además de ser extraordinario, lo que le da una peculiaridad única es precisamente eso: que es extraordinario y crece precisamente en la misma cumbre. Ni siquiera tienes que acercarte mucho a él para llenarte de asombro y saber que es único entre los otros pinos. Hablando yo con Leandro le decía:
- Pues grandes debería de haber muchos porque muchos y en muchos sitios se hablan de pinos como catedrales en las Sierras de Cazorla y Segura.
- Pero como el pino del Abuelo, que le decían, como aquel pino no he visto yo nunca otro en estas sierras. Era un pino que entre seis o siete tíos no lo abarcaban.
- ¿Y dónde estaba?
- Eso estaba donde usted ha dicho del arroyo ese, en la Pasá la Gracea, a mano izquierda hay otro cortijo, allí, a la parte de arriba del cortijo aquel estaba el pino. El pino aquel del Abuelo se quemó; le cayó una chispa y salió ardiendo. Como aquel dicen que no había otro en toda la sierra, ni en el término de Cazorla ni en el de la Iruela ni en el de Santo Tomé.
- ¿Tú lo viste?
- Yo no llegué a verlo y estuve muy cerca de él pero cosas de zagales que no me dio la manía de ir a verlo.

Recuerdo yo ahora que hay un libro que se escribió hace mucho tiempo y que hablas de las cosas de estas sierras. “Narraciones de Caza Mayor”, se llama y en sus páginas se reseña el pino este del que me habla Leandro. Y un dato curioso: en el momento de mi encuentro con Leandro ni él sabía de este libro ni yo sabía que en él se menciona a este pino. Al descubrirlo me he llenado de gozo porque ciertamente ambas descripciones coinciden en lo fundamental. “Muy probablemente se olvidarán también la infinidad de nombres, conservados desde tiempo inmemorial y transmitidos de padres a hijos para designar los accidentes de terreno. Cada peña, cada trozo de senda, cada recodo de los ríos, tiene su nombre. Una toponimia un poco enrevesada para los no iniciados pero muy jugosa y descriptiva y sobre todo enormemente útil para manejarse en un tiempo en que los hombres hablaban por leguas y caminaban a pie o a los lomos de bestias y los coches puede decirse que estaban todavía en la mente de Dios.

“La mayoría de estos nombres no figuran en los planos del 1/50.000; solamente los conocen todavía algunas personas antiguas que se han criado y han vivido siempre en la sierra. ¿Quién va a saber, dentro de cincuenta años, dónde está la Cueva del Barquito o la parata del Tío Juan, el de la Ursula o la cuesta del Muerto? ¿Quedará alguien que sepa decir dónde estuvo un pino que se llamaba el “Abuelo” y marcar el sitio exacto en el Pecho de las Instancias? Ese viejo pino murió este mismo año de 1973, al estilo bonzo: un fuego forestal para él solo. Un día y una noche estuvo ardiendo y al fin se derrumbó arrastrando en su caída medio centenar de pinos. Como decía antes la toponimia de la sierra tiene el encanto de las cosas anónimas y espontáneas y es como una guía de caminantes”. (G. Ripoll)

“La mayoría de estos nombres no figuran en los planos del 1/50.000; solamente los conocen todavía algunas personas antiguas que se han criado y han vivido siempre en la sierra. ¿Quién va a saber, dentro de cincuenta años, dónde está la Cueva del Arquito o la parata del Tío Juan, el de la Ursula o la cuesta del Muerto? ¿Quedará alguien que sepa decir dónde estuvo un pino que se llamaba el “Abuelo” y marcar el sitio exacto en el Pecho de las Instancias? Ese viejo pino murió este mismo año de 1973, al estilo bonzo: un fuego forestal para él solo. Un día y una noche estuvo ardiendo y al fin se derrumbó arrastrando en su caída medio centenar de pinos. Como decía antes la toponimia de la sierra tiene el encanto de las cosas anónimas y espontáneas y es como una guía de caminantes”. (G.Ripoll)

- Pues fíjate Leandro que yo tuve la otra noche un sueño y en él vi al pino éste pero no estaba sobre esa ladera donde dicen que nació y vivió tanto tiempo sino sobre una cumbre.
- ¿Y cómo es cómo tú lo viste?
- Sí, te lo voy a contar en muy pocas palabras pero antes a mí me gustaría mucho que tú me contaras las cosas que realmente sabes sobre este pino serrano.
- Mira, lo que yo sé, ya te lo he dicho, me lo contaron, porque personalmente yo no llegué a verlo.
- ¿Y qué te contaron?
- Me contaron a mí que este pino crecía en un rasete en el agreste barranco de Roblehondo de Guadahornillos y que tenía más de mil años siendo por esto, el más viejo de toda Europa y se le conocía con el nombre de “El Abuelo”. Y un verano del año 1973, por este lugar de la sierra, se desencadenó una gran tormenta y desde ésta un rayo saltó hasta el tronco del árbol. Ardiendo salió aquel grueso tronco y para apagarlo se juntaron un montón de personas y no lo consiguieron. Tuvieron que serrarlo y luego cuando ya estaba en el suelo, lo desmocharon y lo trocearon, faena en la que invirtieron unos pocos días. Y así, creo que terminó la vida de aquel tan grandioso pino nacido en las también grandiosas tierras de esta sierra mía. Una historia sencilla a la vez que espectacular para el que fue el mayor de los pinos que, según dicen, se ha visto nunca en estas sierras.

Mas o menos esta es la historia del fin de aquel gran pino que no llegué a conocer. Por eso aquí ya pongo punto final a lo que me contaron y puedo contarte de este bello pino llamado Abuelo. Ahora te toca a ti contarme qué es lo que la otra noche viste en Tu sueño.

- Pues yo vi en mi sueño, el pino que yo vi en mi sueño y que lo vi sobre una gran cumbre y no sobre una ladera donde al parecer creció, vivió y murió el abuelo, se le llega, bueno se le llegaba desde todos los extremos porque como crece en la misma cumbre no hay problema de acercarse a él. Pero por el lado de la umbría es por donde produce mayor emoción. Subes desde el valle y puedes tardar un par de horas en remontar la ladera de la umbría. Siempre con el corazón lleno de gozo que casi te explota en cuanto estás en todo lo alto. Quizá puedas creer que el pino de la cumbre, por esto de crecer en el punto donde los vientos soplan fuertes, es uno de esos pinos banderas que se desarrollan todo doblado en la dirección del viento pero no es así. El pino de la cumbre, el de mi sueño, crece recto y yo creo que tendrá casi cincuenta metros de altura hasta llegar a las ramas. Algo así como son los pinos piñoneros que aquí en estas sierras sólo hay unos cuentos. Su copa es casi redonda total y es tan grande que su vuelo coge casi media cumbre. Una visión grandiosa la que ofrece este pino que en verano, además, es casi un paraíso entero. Corre siempre por aquí un viento fresco que unido a la hierbecilla y la sombra de este pino mío te llena de un profundo placer.

Y también punto y final. Esto es lo que yo te puedo decir de este pino mío de mi sueño.
- Pues yo pienso ahora que lo de tu sueño y lo del Abuelo a lo mejor se funde en un sólo punto y resulta que ambos son el mismo pino.
- Hasta puede ser que el Abuelo muriera aquel año pero no haya muerto y eterno haya quedado por entre las laderas y cumbres de esta sierra. Hasta puede ser esto y resulta que de vez en cuando se deja ver pero en esa otra dimensión a donde los humanos no llegamos con la vista de nuestros ojos. ¿Tú que crees?
- Yo pienso que pudiera ocurrir algo de esto. Una belleza tan grande como la de aquel pino no es posible que desaparezca como muchos creen que desapareció y para siempre. Yo pienso también como tú que algo hay de verdad en ese mundo de los sueños por donde a ti se te aparece este gran pino de la cumbre. Ese será el Abuelo del Robledo del Toril pero que ahora ya vive en otras sierras mucho más grandes y bellas que estas y por donde a los humanos no se nos permite entrar sino cuando, como al Abuelo, nos llegue el día y la hora.

Por la puerta de las minas -10

Una vez que ya he dejado el coche justo donde comienza la pista que lleva al cortijo del Chaparral, cruzo el campo y me voy derecho al transformador. Es ésta, tierra llana, llena de picos que no resultan difíciles de andar. Por eso no busco esa pequeña pista que según Leandro se desvía a la derecha y viene exactamente al punto donde se encuentran las minas. No la busco pero sí me tropiezo con ella nada más atravesar un poco campo. Y veo que es una pastilla estrecha, llena de vegetación y también poco usada. Quizá desde que dejaron abandonadas estas minas no han vuelto a usarla más. ¿Para qué la van a usar?

Ya está derrumbada la pequeña casa que me encuentro, la que debió ser el taller principal de apartado y clasificación general, se encuentra aquí mismo, donde termina la pista y existe una pequeña llanura. Aquí se amontonan todavía muchos pedacillos triturados, algunos color verde esmeralda que son los restos, la ganga que sacaron cuando extraían el mineral. Aquí está todo roto este edificio junto a los tres robles grandes que crecen por el lado derecho que es por donde queda el transformador pero algo más sobre el cerrillo.
- Si en la pista no hay cadena puede entrar con el coche y llegar hasta la misma puerta de las minas.
Es lo que me decía Leandro y si es verdad lo que es me dice como aquí se termina la pista y existe un gran edificio derrumbado, esta es entonces la puerta de las minas. Pero, además, Leandro me ha dicho que:
- Allí, en las mismas minas, si va usted, ande mismo estaba la puerta de verdad, ya pa meterse en el pozo, hay un árbol muy grande, pues antes de llegar al fresno que es muy grande, a la parte de abajo y por detrás, estaba la mina. Ahí mismo estaba la puerta de la mina de verdad.
- Estará tapado eso ahora ¿Verdad?
- Eso ya está, eso se ha quebrado con terreras y entonces eso está tapo. Pero ya digo: en el árbol ese, se mete por detrás y se conoce todavía por onde sacaban to el tinglao aquel.

Compruebo que es verdad. Aquí mismo empieza todo el tinglado de lo que en aquellos tiempos fueron las minas de Collado Verde. Aquí están los trozos de pared de lo que fue el edificio principal, el transformador, otras ruinas algo más arriba, restos de rocas extraídas de los pozos y silencio llenando el bosque.

Origen de las minas -11
Busco en el diccionario y leo que la palabra mina se refiera a criadero, agregado de sustancias inorgánicas de útil explotación. Excavación que se hace por pozos, galerías y socavones o a cielo abierto para extraer mineral. Por lo que estoy viendo en estas minas de Collado Verde, aquí la explotación se hizo por pozos y galerías.
- ¿De qué época son?
Le pregunto a Leandro a lo que me responde que:
- Eso no me recuerdo. Eso ya es antiguo; ya vez, era yo chiquillo y trabajaba mi padre ahí. Mi padre ha sido, ha estado trabajando en esas minas.
- ¿Y te recuerdas tú del mineral que sacaban de estas minas?
- Pues... ahí sacaban... por lo visto era cobre y yo no sé qué más. Luego las tierras esas que cuando las lavaban, todo el escombro ese lo hacían un montón allí y entonces vinieron unos camiones y se lo llevaron por ahí. Vinieron muchos, muchos camiones.

Y por lo que yo conozco creo que sí, era cobre lo que de aquí sacaban pero parece que no era un buen mineral o al menos no tenía la calidad suficiente como para seguir con su explotación. Pudieron ser abandonadas por estas circunstancias, aunque también es verdad que en estos días me he dedicado a estudiar a fondo el tema este de Collado Verde. En los más de veinte libros que he consultado sobre estas sierras entre guías turísticas, estudios, tesinas de fin de carrera y demás no he encontrado sino algunas referencias muy generales a estas minas. En el diccionario de Pascual Mador, sólo un breve párrafo que dice: “En el sitio de Collado Verde se ha abierto una mina que se halla en explotación a pesar de que todavía no se sabe la clase de mineral que contiene”.

Como estas tierras pertenecen al término del Pueblo de la Iruela, quizá ahí, en su ayuntamiento y archivos, sí existirá algo que me hable de estas minas. Probablemente se conserve algún documento de aquellos tiempos donde hayan quedado reflejadas bastantes cosas sobre estas minas que ahora mismo me gustaría saber e ignoro por completo. Y pienso ahora mismo que algún día de estos me voy a llegar por el ayuntamiento de este pueblo a ver si tengo la suerte de encontrar papeles que me digan algo sobre estas minas.

Lo del color verde creo que es verdad. En cuanto comienzo a moverme por la zona atravieso un pequeño regato que debió traer agua en otros tiempos pero que hoy está seco y en su cauce seco mucha graba suelta. Trozos de piedras y gangas de las minas. Se me viene a la mente que sería emocionante si me encontrara algún trozo de mineral para así tener un recuerdo de estas minas que tanto tiempo llevo buscando. Se me cruza por la mente este pensamiento y veo, entre la graba del arroyuelo, una pequeña piedra verde. Me agacho y la cojo. Sí, es lo que he pensando hace un momento: un trozo de mineral, desde luego no muy puro pero sí casi por completo verde. Para ser más exacto, un verde esmeralda que casi se parece más a ese otro mineral llamado malaquita que al cobre. Y es por lo que ya decía antes, no es un mineral de cobre puro sino que más bien parece el óxido de este mineral. Así que creo, casi con toda certeza, que el nombre con el que está bautizado tanto las minas como el collado, es por el verde del mineral. Cobre color verde esmeralda, con toda seguridad porque aquí tengo conmigo ese trocico de piedra que acabo de limpiar con agua fuerte. Es realmente bello por el color tan bonito que tiene, casi igual que ese trozo de esmeralda que también tengo aquí y con la cual la comparo por la carga de emoción que para mí ahora tiene.

Porque otra cosa sería preguntarte a las personas que como Leandro, vivieron por aquí y conocieron esto de las minas. Esto también puede ser válido y me parece que debo aprovechar todo lo que del tema encuentre. Porque según lo que me decía Leandro él ya no sabe más de lo que me ha contando. ¡Y fíjate tú si pudiera hablar con el padre de Leandro! Si es verdad que trabajó aquí la cantidad de cosas que podría contarme que no están escritas en ningún sitio ni creo se escriban nunca. Y no se me ha ocurrido preguntarle a Leandro si su padre vive aún pero tampoco le pregunté si él es de los seis hermanos, de los mayores o de los pequeños. Otra cosa más que dejo aquí apartada para cuando tenga ocasión. Como sé donde vive Leandro y como pienso venir por aquí más veces, le preguntaré.

Aprendiendo el campo -12

Desde las ruinas de este primer edificio que he encontrado aquí mismo, donde acaba la pista, después de dar unas vueltas por el lugar y curiosear todo lo corrosible, me voy hacia la derecha que es por donde está el transformador. Hay aquí un pequeño cerrillo con algunos robles y pinos pero con poco monte bajo porque parece ser que estas tierras las sembraban. No llego al mismo transformador sino que remonto la ladrillal y me voy hacia los otros trozos de paredes, quizá algún cortijillo a lo mejor no relacionado con las minas, buscando un punto elevado desde donde observar una panorámica del conjunto.

Estando ya sobre el cerrillo miro hacia el levante y como por aquí se encuentra Cabeza Rubia, el Cantalar y el collado y por entre el collado la senda, hoy pista que se pierde hacia las profundidades de la sierra o viene desde las profundidades de ese impresionante trozo de sierra, de pronto tengo la impresión como si los viera venir. Con toda seguridad que son ellos. El padre, la barraquillo y el hijo que en esta ocasión, como es pequeño viene subido sobre el lomo de la barraquillo color ceniza.
- Pero señor Pedro ¿a dónde lleva al angelico?
Le preguntan los habitantes del cortijo del valle.
- El quería quedarse pero yo me lo he traído.
- No ve que todavía es una cinturica.
- Si pero yo no lo trato mal. Lo cuido todo lo que puedo y por eso va sentado ahí en lo alto de la burra sin pasar ninguna pena.
- Pero tan pequeño ¿para qué se lo trae por estos caminos?
- Tienes razón de que todavía es pequeño pero yo tengo una idea metida dentro de la cabeza y no hay quien me la quite.
- ¿Qué idea es esa?
- Pues que aunque el niño es pequeño, la sierra y las cosas de la sierra ya se le van metiendo dentro del alma. Quiero que vea la sierra, que conozca a la gente, que vea cómo es la gente, cómo viven y lo que hacen. Aunque todavía ni habla ni comprende sí puede aprender y por eso me lo traigo conmigo. No está pasando ninguna pena y sí lo estoy paseando por toda la sierra para que se vaya quedando con las cosas que esto sí es bueno.
- ¡hay que ver qué cosas tiene usted señor Pedro!

Por los rotos -13

“Por ahí se ven los rotos de las minas”. Y en el diccionario he encontrado que la palabra roto es un desgarrón en la ropa o en un tejido pero sin querer ni pretender ninguna otra cosa, el pastor del valle, le ha dado un nuevo significado a esta palabra. Rotos son también los agujeros, pozos o galerías que los hombres le hicieron a la tierra en estas laderas para sacar de sus entrañas esos tobillos de mineral verde.

Y a los rotos de las minas yo llego desde el cerrillo en que se encuentra el transformador. Durante un rato recorro los trozos de paredes que en ruinas quedan por aquí de aquellos cortijillos donde, además de ver lo que ahora mismo estoy viendo, oigo y veo la algarabía de los niños serranos jugando por el lugar. Los contemplo gozándome en sus cosas sin que ellos quieran y sin que lo pretenda yo y sigo moviéndome ahora hacia la izquierda. Es por la parte de atrás de esas primeras ruinas donde muere la pista pero más remontado sobre la ladera. Crece por aquí un buen bosque de pinos negros y por entre ellos las zarzas y las encinas, empiezo a ver más montones de escombros. Son montones pequeños de trozos de rocas trituradas que por supuesto son calizas, donde en algunas se distinguen pequeños cristales de cuarzo y en otras, restos de ese mineral verde. Poco cosa y, además, muy impuro porque más bien parecen rocas verdes y en algunos casos, tierra que se desmorona en las manos.

Como los pinos son tan grandes y espesos enseguida pienso dos cosas: que cuando en aquellos tiempos sacaban el mineral de esta ladera, en lugar de cortarlos, se dedicaron sólo al mineral y no le segaron la vida a estos pinos sino que los dejaron intactos. Si esto fue así, a pesar de todo, indica que aquellas personas tenían un cierto grado de sensibilidad y respeto hacia la naturaleza. Pero también puede suceder que estos pinos fueron plantados después que las minas dejaran de funcionar y esto indicaría que todo sucedió hace ya mucho tiempo. Estos pinos pueden tener muy bien varios cientos de años pero, además, para que me encaje esta última posibilidad, tenía que haber sucedido algo que me parece no sucedió.

¿Qué es ese algo?
Si estos pinos fueron plantados, es decir, repoblados después que las minas cerraran es muy probable que los montones de tierra que por aquí existen hubieran sido rotos así como también hubieran modificado toda la tierra de este trozo de ladera y, además, los pinos casi seguro estarían en fila, uno detrás de otro que es como te los encuentras en montones de sitios repoblados en estas sierras. Da la casualidad que aquí no sucede nada de esto. Los pinos de este pequeño barranco por donde corre un arroyuelo también pequeño, perecen que han crecido de forma espontanea y desde luego la tierra no se ve que fuera preparada. Esto por un lado y luego por otro lado tenemos esos magníficos robles del final de la pista. Dice Leandro que junto a sus troncos es donde se abren los rotos de las minas. No lo he comprobado al no ser que él se refiriera a las ruinas del edificio que sin duda debió ser la boca de la mina.

Pero lo que me importa ahora es que si esos robles son tan viejos, que lo son, porque han de tener sus buenos cientos de años, cuando funcionaban las minas ellos ya estaban aquí. Así que mi teoría sobre la buena sensibilidad de aquellos hombres para con estos bosques, se refuerza. Teniendo como tenían unos cuantos árboles grandes en la misma entrada de la mina ni los tocaron y hasta parece lo contrario: los conservaron.

Otra cosa sería que lo de estas minas se remonte a tiempos inmemoriales que si fuera así, bien cabe la posibilidad que el bosque se haya regenerado después. Pero es que Leandro me ha dicho que: “De eso ya no me acuerdo; ya ve, era yo pequeño cuando mi padre ya trabajaba ahí. Aunque también es verdad que yo he visto sacar de aquí muchos camiones de mineral”. Ya decía antes que es muy probable que en los ayuntamientos de estos pueblos exista documentación sobre estas minas. En cuanto pueda me acercaré por aquí y buscaré a ver qué encuentro.

El collado de las Flores -14

Creo que es el nombre que mejor le cuadra aunque tampoco le sentaría mal otros dos o tres que tengo por aquí. Porque este collado no es cualquier cosa dentro de estas sierras. Mas que un trozo de tierra cualquiera es medio mundo o casi un trozo del corazón de estas sierras. Desde muchísimas cumbres y laderas, en aquellos tiempos, sobre este collado dejaban miles y miles de troncos de pino. Dejaron también muchos miles de troncos de encinas y sobre este collado, sobre todo, en la pequeña ladera que se extiende hacia el norte, durante muchos años han ardido muchas carboneras. Las carboneras son grandes pilas de leña, en trozos pequeños especialmente preparados y recubiertos estos con monte, piedras y tierra a los que se les prende fuego para convertirlos en carbón. Carbonear es convertir la leña en carbón que en este caso es vegetal. Leandro me decía el otro día que:
- Aquí mismo había una carbonera. En aquellos tiempos en toda esta zona se hacía mucho carbón, sobre todo de las encinas y de los robles.
- ¿Recuerdas tú para qué usaban este carbón?
- Eso no me lo recuerdo. Se lo llevaban fuera que sería para las máquinas esas que andaban con carbón. Yo eso no lo recuerdo.

Así que este collado podría llamarse también el Collado de la Madera, el de las Carboneras y también el Collado del Corazón por aquello de ser tantas cosas en el centro de las sierras de esta Parque Natural. Pero como a pesar de todo esto el collado que tanta historia tiene, aquí está sumido en el silencio, hoy ya un poco lleno de grandes árboles y en ese sitio tan realmente estratégico, nosotros lo hemos llamado el Collado de las Flores. No es que estemos inventando nuevos nombres para las sierras de este Parque. No es esto; lo hemos bautizado así por dos cosas: la primera porque este collado ni aparece en ningún mapa y por supuesto ni ha escrito nunca nadie de él y por eso ninguno de los personajes con estudios o carreras que han pasado por estas sierras, lo conoce. Y segundo, es que este collado, cuando la primavera revienta en estos montes, echa tantas flores y tan variadas todas que parece que aquí se condensa un millón de primaveras. Cuando nosotros lo descubrimos eso fue lo que nos pareció y por eso empezamos a distinguir a este collado entre los demás parajes que conocemos por estos montes.

Pero es que hay más: como el rellano de tierra que conforma la belleza de este collado se encuentra en la misma curva del camino, senda en otros tiempos por donde se entraba y salía al valle y hoy pista forestal con mucha menos personalidad que aquella senda, parece que desde cualquier punto que te mueva tienes que pasar por aquí.

Los dos hermanos de la zona alta sabían esto muy bien y, además, sabían que una de las cosas con mayor emoción por estas sierras era entrarle a este collado no por sus puntos normales de acceso sino por el extraordinariamente singular: la cuerda que baja desde los madroñales de los barrancos oscuros. Porque la cuerda esta que es la de los miradores, es la parte más hermosa de todo el collado. Baja, como decía, de los barrancos oscuros y se alarga como una gran loma que desciende con toda suavidad acercándose al collado como de puntilla para aquí rendirse a él en una reverencia de ensueño.

Los dos hermanos de la parte alta sabían perfectamente esto y por eso aquella mañana de primavera, momentos en que todos los campos se visten de gala, quisieron bajar hasta el collado.
- Pero por la senda no vamos.
Dijo el hermano mayor.
- ¿Por dónde vamos entonces?
- Por la cuerda. Vamos a irnos hoy siguiendo toda la cuerda y por la parte más alta.
El hermano pequeño estuvo de acuerdo y desde las profundidades de aquel barranco oscuro, protegido al norte por la gran cordillera de los madroñales, ellos bajaron buscando el comienzo de la cuerda. El comienzo de la cuerda es tan suave que casi ni se nota cuando llegas a ella y también casi sin notarlo te sitúas en todo lo alto de la primera parte. Subes luego una pronunciada ladera y ya desde aquí empiezas a bajar, siempre por lo más alto de la cuerda.

Y como hoy era un día tan inmensamente bello, ellos iban llenos de felicidad atravesando el monte que tanto tenían pisado. Tan llenos de paisajes, tan repletos de viento y aroma, tan rebosando del día y de la vida que llenaba sus almas iban ellos que por nada del mundo podrían esperar lo que de pronto resultó. Y resultó que cuando bajaban una cuestecilla, por esa parte en que la cuerda es más bonita que en ningún otro sitio, al salir al rasete donde el monte es espeso pero no muy alto, se les puso delante el cazador con la escopeta y amenazándoles les dijo:
- Sois tontos; sabéis que estoy cazando por este monte y vosotros vais por aquí, además de metiendo jaleo para espantar a los animales, jugando como si nada.
Al verlo y oírlo se quedaron de piedra y cuando el hermano mayor se recuperó habló diciendo:
- Señor ¿qué mal hemos hecho?
- Estoy cazando y si se me escapa un tiro imagínate lo que puede suceder.
- Es que vamos al Collado de las Flores.
- Y los caminos ¿para qué los han hecho? Es por ahí por donde tenías que ir y no por el monte.
- Pero es que nosotros llevamos una vida entera andando por esta cuerda.
- Pues oíd bien lo que os voy a decir: a partir de hoy queda prohibido andar por el monte y más prohibido queda aún en la época de caza.
- Y eso ¿quién lo ordena?
- Ya está ordenado; sólo hay que cumplirlo y, además, os advierto que estáis de suerte, porque hoy os voy a perdonar por completo. Así que cuidado, porque otro día ya veremos.

Como a los dos hermanos se les heló la palabra en los labios por todo aquello tan de repente y raro, se fueron, dejando allí al señor de la escopeta. Siguieron bajando ya con el Collado de las Flores ante ellos pero tristes. De pronto se les había llenado el alma de preocupación y como, además, estaban confusos, se les quitó hasta las ganas de hablar. También de pronto tanto la ladera como el barranco oscuro de donde viene el collado, todo aquello cambió para ellos por completo de color y belleza. Sólo el hermano pequeño se atrevió a pronunciar unas palabras para preguntar al hermano mayor.
- ¿Nos vamos a la senda y nos volvemos a casa?
- ¿A la senda... ?

Y el hermano mayor miró hacia la ladera de la derecha por donde empezaba el valle y al fondo corría el río. Quiso darle una respuesta al hermano pequeño pero se quedó mudo y mudo estuvo todo el rato que tardaron en bajar de la cuerda que se derramaba sobre el Collado de las Flores.

Rompiendo el silencio -15

Sigo perdiéndome por entre los pinares y aunque no busco nada en concreto sí deseo, con interés, ver bien a fondo todo cuanto por aquí hay. Y lo que por aquí hay, a parte de un regato con agua, son restos de minas. Desde la primera ruinas subo cien o doscientos metros y ahí, donde existe como un pequeño acantilado, un escalón en las rocas que descienden por la ladera, ahí mismo descubro el primer pozo. Se abre un barranco en la ladera y en el centro de este barranco se ve la construcción de unas paredes formando un círculo. Se adivina enseguida que es la boca de un pozo cuyas paredes han sido recubiertas con obra de albañilería. Bajo un poco y me asomo por el roto que tiene el brocal. No se ve el fin. Tiro una piedra y tarda varios segundos en caer produciendo un cloc de agua estancada. Ya sé que tiene agua en el fondo y a partir de aquí vete a saber qué profundidad más tiene este pozo.

Me voy hacia la izquierda, siguiendo una pequeña pista porque en cuanto la he descubierto enseguida intuyo que esta pista se ha desgajado de esa otra que aquel día recorrimos nosotros cuando buscábamos estas minas. Me digo que quizá no se encuentre lejos de aquí y por la curiosidad de saber en qué punto exacto se junta ésta con aquélla, me animo a recorrerla hasta el final. Pero el final no está aquí mismo y llegar a él habría sido fácil si no me tropiezo con otro roto de minas. Justo donde hay otro tramo rocoso de la ladera aparece un hoyo grande y al final, pegado a la pared de rocas, un agujero. Lo tapa algunas ramas y en cuanto me acerco tiro otra piedra. Espero que suene agua pero en esta ocasión lo que se oye es un golpe seco sobre tierra. Aquí no hay agua sino fondo seco.

Estoy yo en este menester de conocer o más bien descubrir el terreno este de las minas, sus rotos y demás, cuando oigo murmullo de gente. Vienen de la zona esa en que he visto las primeras ruinas. ¿Turistas? Y son turistas. Miro por entre los pinos y veo a un grupo de cinco o seis que vienen desde el hotel atravesando la llanura y rompiendo todo el silencio con sus griteríos. ¿Qué buscarán? Y no buscan nada. Porque me quedo quieto un poco camuflado entre la vegetación y observo como suben por la ladera, cada uno por su lado, llamándose entre sí, vestidos como si fueran de feria y persiguiendo no se sabe qué. Pero lo adivino: se han escapado del hotel y como están viendo que estas sierras son tan bonitas, se han echado a irse por ellas con el ansia de comérselas y no se las comen porque lo único que hacen es subir por el monte sin saber ni siquiera a donde van. Una diversión más que en este cerro han desarrollado sobre el escenario de los pinos y las minas de Collado Verde. Una pena pero así es todo el progreso que en los últimos años han introducido.

Por entre los árboles me quedo y como mi vestimenta casi se funde con el bosque, ellos pasan bastante cerca de mí pero ni me ven. Los observo y dejo que vayan a lo suyo y cuando ya se han perdido por entre el madroñal de la ladera me muevo bajando en busca de la pista que me trajo hasta las primeras ruinas pero ahora me he pegado más hacia el lado del Cantalar, porque aquí, que sigue existiendo el gran bosque de pinos negros, encuentro también agua. Un manantial que brota por el lado de abajo de los rotos que he visto antes y que al principio parece poca cosa pero luego crece e incluso se remansa en una pequeña laguna. Muchos juncos encuentro por aquí y al acercarme, varias ramas secas y un gran charco.

Me sorprendo un poco no porque haya manantiales en este rincón; por lógica junto a las minas debería existir algún manantial y más en aquellos tiempos que el mineral era lavado en el mismo sitio en que se extraía. Mi sorpresa no es por esto sino porque a pesar de la gran sequía que en estos últimos años estamos atravesando aun queda agua en las montañas de estas sierras para brotar por estos manantiales y no es poca la que por aquí sale.

Sigo bajando y cada vez más veo que el terreno se va configurando como un arroyo en toda regla. También encuentro por aquí algunos montones de tierra extraída de las minas y lo que menos me esperaba y de nuevo me sorprende: los tubos de plástico. Y en este caso no es uno pequeño sino todo un señor tubo. ¿Cómo no lo había pensado? Si ahí abajo han construido un hotel ¿de dónde iban a coger el agua para sus necesidades? La respuesta está clara y la realidad me lo confirma continuamente los que fueron hermosos manantiales en las laderas del valle del Guadalquivir. Una pena una vez más y aunque no le duela a nadie más que a mí lo reflejo aquí para que quede constancia.

Desde las minas al Chaparral -16

Así que sigo bajando atravesando el rellanillo un par de veces y cosa curiosa: por la parte alta, donde he descubierto el manantial, sí hay bastante agua pero en cuanto baja un poco se va secando. Puede ser que se filtre porque la verdad es que estas tierras son muy permeables pero también es verdad lo de los tubos de plástico recogiendo el líquido para los establecimientos. Todo un gran caño sería lo que por aquí iría si no se la llevaran por estos tubos.

Tengo que decir que como en otras ocasiones, un poco decepcionado, voy ya buscando la pista que no tardo en encontrar. Me bajo por ella siguiendo todo su trazado hasta que llego a donde se junta con la que va al Cantalar. Tiene aquí una cadena que está amarrada de un pino a otro pero que sirve para cortar el paso a los coches que por lo visto es lo que pretenden. Es bueno porque sino este pequeño rincón estaría lleno de coches de visitantes. Y por la pista que he bajado que, por supuesto es la misma que recorría cuando subía y muere en las primeras ruinas, veo algo que es la primera vez que lo descubro en estas sierras: todo el firme de la pista está empedrado que en este caso es enmaderado con traviesas de pino por algunos tramos y por eso intuyo que por aquí habría mucha humedad. Toda el agua que ahora se llevan por los tubos y de entrar y salir, todo esto debía llenarse de barro dificultando el paso. Aquella gente, seguro serranos bastantes de ellos como el padre de Leandro, sabían solucionar estos problemas. En lugar de máquinas apisonadoras piedras trituradas y alquitrán petrolífero que es lo que usan en estos tiempos modernos para las carreteras, aquellos hombres solucionaban el problema de otra manera: con traviesas de madera sacadas de estas sierras y puestas sobre el firme de la pista. Aún siguen aquí estas maderas como dando testimonio de las cosas de aquellos tiempos.

En cuanto llego a la pista principal me vengo hacia la izquierda en busca del coche. Ya he terminado mi excursión por esta zona de las minas y como todavía es temprano ahora mismo voy a coger el coche y entrándome por la otra pista, la que por la parte de abajo se desvía hacia el Chaparral, me voy a ir por ella para ver qué encuentro por ahí. Mira que he venido veces yo por aquí pero todavía no he llegado a este cortijo del Chaparral que por lo visto es una gran finca particular además de un gran caserío. Es como el cortijo más importante en el centro de este precioso valle.

La segunda vez por Roblehondo -17

Aunque ya voy camino del Chaparral precisamente ahora que me retiro del lugar que con tanto interés y desde tanto tiempo deseaba encontrar “me recuerdo ”, como diría Leandro, aquella vez que buscábamos estas minas y nos pasamos de largo. Eso sí, rozándolas sin saberlo.

Una vez que coronamos la cumbre desde esta ladera por la parte alta del Arroyo de las Ratas aquello fue una explosión de alegría. Primero por el panorama que desde la cumbre se divisaba, segundo por lo verde, por lo fabulosamente verde que estaba todo aquello y tercero porque sin saberlo no estábamos perdidos como creíamos sino encontrados: tierra era aquella que conocíamos aunque no con detalle pero conocíamos. Aquello se llamaba Puerto Calvario que es ese montículo que, la pista que viene desde el Arroyo de Linarejos, remonta y desde ahí vuelca a lo que en propiedad es el Barranco de Roblehondo. Justo aquí, donde la pista sube, vengas del río Borosa a Linarejos o al revés y luego bajas vengas también de donde vengas, Se llama Puerto Calvario.

Hoy no era la primera vez que nosotros nos encontrábamos por la zona sino la segunda. La primera fue aquella que pasamos por aquí subidos en coche porque no encontramos cadena al entrar por Linarejos ni tampoco por el río Borosa. ¡Aquellos tiempos! Así que hoy era la segunda vez y resultaba que no habíamos venido a salir al mismo Puerto Calvario sino a la zona donde se encuentra este puerto que es mucho más amplia. Porque por aquí existe un buen laberinto de picos, collados, pequeños valles con arroyuelos todos recién nacidos y robles. Los magníficos quejigos-robles que llenan con sus sombras gran parte de estas cumbres y barrancos.

Pero nosotros recorrimos el rincón enseguida y como también enseguida se nos llenó el alma de alegría, respiramos el aire puro frente a los azules horizontes y nos pusimos a bajar la primera ladera que se derrama sobre el primer collado. Por un sitio y otro los robles nos salían al paso para dejarnos pasmados con tanta majestad hasta que llegamos. También sin buscarlo porque nada sabíamos, al que parecía el padre de todos los robles de esa cumbre. Berzosa fue el primero en verlo y lo anunció diciendo:
- ¡Fíjate lo que hay ahí!
Miramos y de verdad que era asombroso y, además, no estaba solo. El primero crecía clavado en la ladera y los otros algo más abajo unos y más arriba otros.
- Parecido al que crece cuando empiezas a bajar la ladera cuando ya vas camino de la casa de Roblehondo.
Y es que el que crece en la ladera, en la misma raspa de la cuerda que baja desde el puerto hasta lo hondo del barranco, lo descubrimos la primera vez que estuvimos por aquí. Al ver este de hoy sin pretenderlo nos acordamos de aquel pero enseguida lo dejamos para cuando, pasado un rato, por allí bajáramos. El que teníamos ante nosotros ahora nos sorprendía y sobre todo nos llegaba a lo hondo del alma no sólo por su grandiosidad sino por la impresionante sensación de soledad. Si en cualquier rincón de estas sierras es precisamente esto lo que más se te clava en el corazón, cuando tú estás sobre los paisajes de las altas montañas de estas sierras, una de las sensaciones más bellas es precisamente la soledad. Bueno, el silencio y la soledad. Sentir que en muchos kilómetros a la redonda no tienes ningún tipo de civilización humana que enturbie ni tus pensamientos ni tu visión es algo magnífico que te abre de lleno hacia esos otros paisajes que sólo pueden verse con el corazón.

Así que junto a este roble, después de observarlo, gozarlo y abrazarlo, nos sentamos porque ya está el día muy avanzado. Abrimos nuestras mochilas y aquí mismo organizamos la comida del medio día. Es un comedor y una mesa única. Recostados sobre el mismo tronco del roble, a media ladera sobre el barranco, con los pinos del resto de la sierra rebasándonos, acariciados por el suave viento fresco que sube desde el barranco, la felicidad es más que perfecta. Y como además de lo que en estos momentos estamos viendo y tocando, cada uno de nosotros sabemos algunas cosas más de todos estos lugares, uno de ellos habla y dice que:
- Fíjate, esto de Puerto Calvario parece ser un nombre culto porque según creo el nombre de verdad es el Calvario y no se refiera sólo al puerto sino a todo este conjunto de pinos que tenemos por aquí. ¿Verdad que ello tiene más sentido?
- Y mucho más. Quizá monte Calvario o el Calvario simple dice mucho más sobre lo serrano y la manera de llamar ellos sus cosas que en eso de Puerto Calvario.
- Seguro que lo del puerto surgió a partir del momento en que hicieron por aquí la pista y así podría entenderse que ha sido traído por los de fuera de estas sierras. Pero, además, por la zona esta parece que hubo un cortijillo que se llamó “La Majá de la Señora”.
- ¿Y sabes tú cual es el origen de ese nombre?
- Lo que me contó el otro día mi amigo Ángel yo me lo creo y me contó lo siguiente: “El motivo de decirle aquello la Majá la señora, es que había una familia y había una serpiente pequeña. Claro, pues varios años, varios años, pun, pun. Estos señores tenían ovejas y tal y en fin, a la culebra le echaba la mujer leche y se hizo grandísima. Se hizo por lo menos, yo qué sé, medio cuerpo de uno. Sí, sí, eso es cierto. Total que la mujer cuando salía: “¿Ande está la buena Señora?” y al decir la buena señora la serpiente se venía hacia ella; no le hacía nada. Tan pronto decía la señora pues nada que venía y estuviera por acá o por allí, como sintiera algo de la señora ya venía la buena señora a la casa; a beber leche, echarle comida. Y eso es el motivo, ese es el significado de ponerle a eso “La Majá la Señora”. Eso es una realidad. Me lo han contao mis abuelos, vamos mis bisabuelos a mis abuelos, mis abuelos a mis padres y ellos me han contao a mí estas cosas”. Así que este es el caso y ya ves que curioso.

Terminada nuestra comida aquel día reemprendimos la ruta. Coronamos por fin la cima de Puerto Calvario y luego seguimos bajando. ¡Fíjate tú por dónde le entramos nosotros a Puerto Calvario! Monte a través, desde las laderas de Collado Verde para que no se nos escaparan ni los picos que lo conforma ni los robles que sobre estos picos crecen. ¡Tú fíjate! Aunque lo cómodo es por la pista y si en lugar de andando, en coche, mucho más cómodo. A partir de la máxima cota por donde la pista corona, de una forma muy general, para nosotros aquel día los paisajes ya eran conocidos. Y como, además, llevábamos el mapa correspondiente a la zona que pisábamos, todo nuestro interés se quedaba en recorrer el barranco siguiendo la pista y llegar a la altura de la casa forestal de la Fresnedilla, por donde cae el Robledo del Toril y vivió el Abuelo y luego desde aquí tomar a la izquierda para bajar por la senda que desde allí viene hasta la “Pasá la Gracea”. Es la senda que esta mañana me decía Leandro y que atravesando ese fantástico bosque de madroños viene a salir, además de a la “Pasa la Gracea”, a lo Hoyos de Muñoz y de ahí al Cantalar. Lo teníamos claro pero aquel día las cosas no nos salieron tal como habíamos planeado. Se nos complicó un poco tanto la distancia como la orografía del terreno y la senda que teníamos que coger. Se nos complicó más que un poco pero al final fue incluso mucho más bello. Luchando con la sierra, perdiéndote en ella y vivir horas de tensión buscando las sendas es como la sierra se te mete dentro, la conoces, la llegas a querer y es, además, casi la mejor manera de hacerte amigo de ellos siempre que en el corazón, aunque sea en germen, exista ese sentimiento de amor por sus bosques, sus silencios y su viento. No es todo pero esto te hace distinto y es así como poco a poco empiezas a ver con unos ojos nuevos.

De llanura en llanura -18

Pero además de las dos llanuras en el centro queda un barranco con el manantial en las laderas y tres arroyos en lo hondo y por el lado norte todo el rincón queda circundado por la pista, senda en otros tiempos. El conjunto de cuanto existe y respira en la zona es tanto importante como grandioso y bello pero si no fuera por las dos llanuras, el barranco y la parte al norte, el lugar no tendría ni la mitad del interés que tiene. Así que de una llanura a otra no va ningún camino, al menos trazado por los humanos, sino una red de muchas sendillas que se adaptan al monte y a las ondulaciones del terreno y que son las que usan los animales para moverse por las laderas y los arroyos.

El otro día yo quise recorrer este barranco y como pensé que lo mejor es hacerlo a pie para guardarlo lo más hondo posible lo que hice fue lo siguiente: entré por el lado del levante y ahí, donde la pista se acerca más a la segunda llanura dejé el coche. Me fui luego pista arriba con la idea de llegar hasta la altura de la segunda llanura, coronar el collado, atravesar todo el barranco, subir la cuesta, recorrer toda la gran extensión de la segunda llanura y volver al mismo punto de la pista donde he dejado el coche. Trazar una ruta que es un círculo cerrado para en ningún momento del recorrido, pasar dos veces por los mismos paisajes. Esos es lo que planeé y al comienzo de la mañana dejo el coche en el punto que ya había pensado. Cargo con cuatro cosas y me pongo a caminar pista arriba dejando a mi derecha, tras el monte oscuro, la segunda llanura que puede ser la primera si la recorro al revés de como lo tengo pensado.

Voy yo subiendo por la pista y me alcanza un coche que también va en la misma dirección. Me adelanta y unos metros más arriba se para.
- Venga que te llevamos.
Me dice uno de los jóvenes.
- Es que no tengo prisa ni me obliga ninguna circunstancia a llegar antes o después.
- De todos modos si te quitamos un trozo de pista eso que te ganas.
No quiero yo subirme en el coche pero tanto insisten que sin darme cuenta me veo dentro de él subiendo por la pista en unas circunstancias extrañas que no me hacen más feliz sino mucho menos, porque enseguida descubro que ellos buscan sensaciones y diversión de otra forma y modo a como, siempre que voy por estas sierras, las busco yo.
- Písale fuerte, verás que emoción al dar la curva y subir la cuesta.
Le piden al conductor que en el fondo sube divirtiéndose de esta manera. Conduciendo a lo bruto, con acelerones que hacen bramar al motor, patinar las ruedas y salirse en más de una ocasión de la pista para romper el monte y reventar los charcos.
- Que te gusta ¿verdad?
Me preguntan para saber si participo o no de sus comportamientos.
- No me gusta nada y si no os importa me quiero bajar porque ya he llegado a mi destino. Esta llanura que se ve a la izquierda es mi objetivo.
- Es una pena porque podrías seguir con nosotros hasta el final para que te lo pasaras bien.
- Otra vez será y gracias ahora por haberme traído.

Dando el último gran frenazo y metiéndose por el rellanillo de la derecha, para el coche, me bajo, los despido e inmediatamente arrancan veloces para arriba. Ante la evidencia no tengo más remedio que pensar que si no están locos le faltan poco; pero en fin, ya me he librado de ellos y ahora me dedico plenamente a lo mío. Y lo mío es irme para la llanura, que la tengo aquí mismo, atravesarla de norte a sur y cuando ya esté en todo su centro, irme hacia la izquierda y subir la cuestecilla. Acaba la cuestecilla en el collado de los cortijos rotos y es aquí donde precisamente ya se abre la gran panorámica del gran barranco, tan hermoso como misterioso y lleno de silencios.

Voy yo subiendo la cuestecilla cuando, al salir del monte, me tropiezo con las ovejas. Una pequeña manada blanca que sube en busca de las hierbas de la llanura por lo alto del cerrillo. Delante de la manada va el pastor que al verme me saluda y como enseguida quiero saber más cosas de todo lo que me rodea a mi pregunta de si conoce el barranco me dice:
- Y tanto que si lo conozco; desde que nací estoy pasando por él para llevar a las ovejas a pastar a la otra llanura.
- ¿Tan fácil es atravesarlo?
- En cuanto empiezas a bajar, lo que desde aquí parece tan complicado, se va suavizando y aunque puedes tardar casi un día en recorrerlo, si conoce algo la sendilla no tendrás problema.
- Pero es que solamente la visión ya impone.
- Eso te sucede a ti porque eres extraño a estos entornos. Lo estás viendo por primera vez y así te impresiona. Cuando uno lo conoce desde pequeño como yo porque nací y me crié en estos cortijillos de la loma llegas a verlo como lo más sencillo del mundo. Tan sencillo que hasta muchas veces, cuando desde esta loma he mirado al barranco y veo la otra loma allá frente, por donde cae la siguiente llanura, he sentido el deseo de dar un salto y salir volando. Atravesar este barranco de loma a loma en un vuelo debe ser emocionante. ¿Por que me ocurre esto?
- Hay gente que dice son las reminiscencias de algo que fue y ya no es. Algo que existe por ahí en lo hondo de cada uno de nosotros y en el fondo del subconsciente de la colectividad humana. Todos estos sueños parecen como sentencias profundas que hablan directamente al corazón del hombre. Pero yo lo que quiero ahora es atravesar el barranco. ¿Tú vas en la dirección de la otra llanura?
- Ahora mismo no, al caer la tarde sí.
- ¿Puedo irme contigo?
- Por mí encantado.

Así que aquella mañana me quedé por allí con él compartiendo su tiempo y sus cosas esperando que llegara la tarde. A cada instante miraba al barranco y como adivinaba a la otra llanura detrás de la segunda cuerda el corazón me latía ante la idea de recorrer aquellos paisajes.


EL CHAPARRAL

Primer encuentro 25-2-95

Así que me voy por la pista y conforme avanzo cómodamente metido en mi coche me voy llenando de asombro. ¡Qué bonito es todo esto con tantos paisajes tan perfectamente ensamblados y en silencio! Pero algo tenía que estropearlo. A la izquierda una casa. Una gran casa que casi parece un palacio con tantas ventanas, puertas, jardín, una estatua de la virgen y hasta un letrero con letras de hierro clavado en la pared donde se lee: “Santa María de la Sierra”. ¿Qué es esto y de quién será? Me pregunto porque nunca oí hablar de alguna casa religiosa, de órdenes religiosas o así parecido.

Sigo y más casas. Todas tipo chalés hasta que descubro que es una urbanización. Otro gran asombro pero este motivado por realidades muy diferentes. ¿Quiénes serán estos que han conseguido construir sus chalés en un sitio como este? Han roto mucha sierra por aquí y las casas chalés con sus alambradas, sus jardines, sus piscinas y totalmente individualizadas, lo afean todo. Tanto que ahora mismo con su presencia están insultando, desde el silencio profundo de estas sierras, a ese silencio humilde y lleno de dolor de tantos serranos escondidos hoy y durmiendo para siempre en la eternidad. Aunque pensándolo bien tendría que decir que si quieren algo. Han venido por aquí a beberse el aire limpio de estos montes, chapotear en el agua azul de las sierras y empaparse del silencio y perfume de estas llanuras.

Sigo pero ahora ya me he dicho que tendré que enterarme a ver qué es esta urbanización de chalés porque el lugar no se merece un atropello como este. Bajo una cuestecilla y el cortijo del Chaparral. Muchos alambradas, postes metálicos, animales domésticos, perros gallinas, pavos reales, que por cierto es la primera vez que veo pavos reales en estas sierras, palomas, perdices y el cortijo que nada más verlo impresiona de tan grande. Toda una gran obra de piedra en la misma falda del pico de Cabeza Rubia y remontado sobre el pequeño carrete. Me paro. No hay nadie. Miro por detrás buscando la puerta y tampoco aparece nadie. Sin embargo, desde la pared que sirve de gran balcón sobre el valle del Guadalquivir que corre un poco más abajo se ve una manada de ovejas. Pastan llenando toda la ladera que arranca de las mismas paredes del cortijo y llega hasta la llanura del río. Me acerco buscando encontrar a alguien y no veo a nadie. Y como no dejo de mirar voy descubriendo letreros por todos sitios. “Perros no sólo los del cortijo”. “Respeten las truchas”. “Cierren la puerta”. ¿A quién están dirigidos estos letreros?

Parece como si esto fuera un lugar donde vienen grupos organizados o probablemente concertados por algunos organismos para establecerse por aquí durante algunos días o por su cuenta a visitar este cortijo porque sea muy importante. Y yo ni siquiera los sabía. Esto es lo que me digo porque en la puerta que debe ser la principal y que mira hacia Peñón Quemado y el Cantalar, descubro otro letrero y este con el nombre que ya conozco: “Casa cortijo El Chaparral”. Me quedo más tranquilo porque este rótulo me confirma que he acertado; buscaba precisamente el cortijo donde ahora estoy pero la verdad es que no me esperaba casi nada de lo que por aquí estoy descubriendo. Es la primera vez que en un cortijo de estas sierras encuentro un letrero con su nombre puesto en la entrada de la vivienda a parte de los hoteles, campings y bares que eso es otro asunto.

Pero lo que más me gustaría ahora mismo es que en este cortijo hubiera alguien. Sigo rodeándolo y por la parte que mira hacia lo que sería la entrada del valle veo más señales de presencia humana. En la segunda planta, como una pequeña azotea, ventanas, puertas y ropa tendida. Llamo y no contesta nadie. Sigo adelante. Rodeo la otra azotea, la que está al nivel de todas las dependencias del cortijo. No veo a nadie. Sólo animales, la gran reguera por donde corre el agua que después de pasar por la pileta donde nadan las truchas cae por la ladera donde pastan las ovejas. Junto a la pileta de las truchas un tejo, alambrada para proteger a las truchas que además de grandes nadan serenas en el pequeño estanque por donde el agua entra y sale en su camino desde estos montes hacia el río. ¡Qué cantidad de agua a pesar del año tan seco! ¡Qué suerte para los que viven aquí por no sufrir las consecuencias de esta sequía y por la felicidad de tenerla en la misma puerta recién venida de la montaña!

Me vuelvo al coche sin dejar de observar y como no encuentro a nadie y todo me parece tan hermoso, tan organizado, tan grande, decido lo siguiente: me voy y vuelvo otro día. Un rincón como este donde todo es sierra, huele a sierra y hasta parece estar condensada la sierra, he de saborearlo bien y despacio.


EL CHAPARRAL

Segundo encuentro 11-3-95

Y aquí estoy. Aquella tarde como no encontré a nadie que era lo que deseaba para hablar y que me contara cosas, me vine. Decidí volver otro día para así llenarme más y mejor de este cortijo que me parecía tan importante entre todas las cosas que hasta ahora conozco y tengo de estas sierras y hoy he vuelto.

Hoy es sábado y he venido expresamente para tener mi segundo encuentro con este cortijo. No me he venido todo el día que es lo que normalmente suelo hacer sino que allá, después de comer, a las dos, me puse en camino con dirección a este cortijo. Me traigo conmigo el mapa y una grabadora pequeña para recoger todo lo que me cuente aquél o aquellos que por aquí encuentre. ¡Ojalá allá hoy alguien! Es lo que me vengo diciendo y antes de llegar al Puerto de las Palomas se me ocurre una idea. Mi amigo Juan me dijo el otro día que en Arroyo Frío vive un tal Sebastián el viejo, que si algún día lo necesitaba podía acudir a él para pedirle que me acompaña por este rincón de la sierra. Me animo y sí, voy a llegar al Bar Margarita que es donde tengo que preguntar por él. Si Sebastián se viene conmigo, como está ya jubilado y ha nacido y vivido toda la vida en la sierra, verá la de cosas que me va a contar esta tarde.

En cuanto remonto el puerto llamado en otros tiempos por los serranos Cuesta de las Palomas descubro algo que es la primera vez que veo por aquí: toda la carretera está llena de muchas ramas de pinos. Trozos pequeños y en algunos momentos ramas grandes, como el grueso del brazo y tallos de las copas más altas. No tardo en adivinar qué es lo que ha pasado. Anunció la tele ayer y el día anterior una gran borrasca que según todas las fotografías del satélite iba a barrer a la península de un lado a otro dejando mucha lluvia en toda España. Esta tarde esa borrasca ya ha pasado sin haber dejando ni una sola gota de agua pero eso sí, viento ha traído mucho. Y como por aquí la carretera va serpenteando a la altura de 1200 m. la borrasca de la lluvia que sólo ha traído viento ha tronchado multitud de ramas de todos estos pinos y por eso la carretera está sembrada. Tanto es así que cuando voy llegando a la cueva de la virgen veo varios coches parados. Me indican que tenga prudencia y descubro que son dos guardas forestales. Un pino ha caído sobre la carretera dejándola cortada por completo y ellos, con una modistería, lo están troceando. Así que el viento ha soplado fuerte en este punto de la sierra. Intuyo que por las zonas altas aún habrá sido más y también seguro que habrá roto un montón de árboles. Sería muy emocionante poderse ir esta tarde por esas cumbres y recorrerlas despacio para ver qué ha pasado por ahí después de este vendaval.

Llego yo a la aldea y como el Bar Margarita queda a la derecha cuando ya estás saliendo ahí me paro. Entro y después de saludar a tres jóvenes que toman una cerveza me dirijo a la muchacha joven que atiende en la barra.
- Me dijo el otro día un tal Juan que es de esta aldea que cuando necesitara de alguien para que me acompañara por los rincones de este valle que preguntara aquí por Sebastián.
- Sebastián en la aldea no hay nada más que uno y está jubilado.
- ¿Dónde vive?
- Algo más arriba pero esta tarde no está pero si te dijeron que preguntaras aquí a lo mejor es mi padre que también está jubilado y se conoce muy bien toda la sierra.
- Pudiera ser porque la verdad es que yo no conozco nada más que a Juan, el joven con el que estuve hablando allí junto al río.
- ¿Ese joven es alto y delgado?
- Sí que lo es ¿lo conoces?
- Claro porque es mi hermano.
- Es que esta tarde voy a esa zona del Chaparral y lo que deseo es que alguien de por aquí me acompañe para que me guíe y me explique todo lo que ignoro.
- Pues mira que mala suerte que esta tarde no hay nadie. Como es sábado están en el monte limpiándolo. Tienen que limpiarlo antes de que lleguen los calores porque luego, esas lumbres que tienen que hacer por entre el bosque para quemar la broza, son más peligrosas. ¡Lo siento!
- No pasa nada; ya me las arreglaré como pueda.
- Aunque me estoy acordando que en Collado Verde vive un pastor. Si pasas por allí puedes hablar con él y a lo mejor te ayuda.
La despido no sin antes preguntarme un montón de cosas. Que si soy ingeniero, que si estoy escribiendo un libro, que de qué es el libro, que si conozco la zona donde está el camping de los Enebros que se llama La Loma, que el Barranco de los Caracolillos, que el cortijo del Parisién y, además, me dice que un día pasó por aquí un muchacho joven que también venía escribiendo un libro y le regaló a ella uno. “¿Qué libro será ese que yo no conozco?”, me digo para mí y enseguida le pregunto:
- ¿Cómo se llama?
Lo piensa un rato y al final me dice que está muy bien aunque todavía no ha terminado de leerlo pero que habla y explica muy bien por donde van los caminos y todo eso.
- Claro, será una de las muchas guía que en los últimos años se han escrito de estas sierras.
- No me acuerdo pero está muy bien porque te explican por donde van los caminos y todo eso.

Le pido que me diga cómo se llama una vez más y sigue sin acertar con el título. Tampoco me lo puede enseñar porque no lo tiene aquí y de nuevo me dice que no ha terminado de leerlo pero sí me dice que ella se llama Margarita y que siente mucho no poder ayudarme. También lo siento yo pero no me desanimo. Sigo mi ruta y en cuanto paso “Prao Molina”, donde el otro día me encontré con Leandro, miro hacia el lado izquierdo por donde hay otro cortijillo sobre el carrete y una pequeña llanura toda verde y ahí veo a las ovejas pastando. No es el rebaño de Leandro sino otro porque tiene menos ovejas y el pastor que las cuidad se ve algo más bajo de estatura y más viejo. Me alegro porque quizá aquí esté mi suerte y junto al camino me paro. Me bajo y el hombre al ver que me voy hacia él empieza a moverse por la llanura para salirme al encuentro puesto que yo no puedo llegar sino hasta la alambrada. Sobre la ella espero que llegue y después de saludarlo le digo:
- ¿Voy al Chaparral y como sé poco del rincón quería estar seguro si llevo buen camino?
- Sí, por aquí se va al Chaparral.

Luego más detalladamente me explica qué pista tengo que tomar y dónde se encuentra y, además, que seguro allí voy a encontrar a mi amigo, el casero o guarda que cuida tanto de la finca como del cortijo.
- No estaba el otro día.
- Es que trabaja en el monte y otras cosas pero hoy y a estas horas ya sí estará allí.
Me dice luego que él se llama Ángel y que conoce a Leandro porque las ovejas que tiene Leandro se las vendió él. Me dice que hoy está con el ganado por aquellas laderas que suben desde el Carrascal, el cortijo nuevo con la pista nueva y el roble roto y que parece sube a La Cruz del Muchacho.
- ¿No lo ve allí?
- Sí que lo veo pero ahora que sin querer nos hemos ido y estamos andando por esa ladera quiero saber una cosa.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Cuál es exactamente la casa forestal de la Cruz del Muchacho?
- La que está en el Barranquilla y si vas por ahí la verás toda en ruinas.
- Y esa grande que se ve en el rellano más pegada a la Tejerina ¿cuál es?
- Esa es nueva, la están haciendo ahora y todo eso se llama Fuente del Roble.
- ¡Hombre! Otra fuente del roble que no tiene nada que ver con la que hay por las laderas del pico Majal Alto cerca de Las Canalejas.
- No, esta es otra y, además, si miras esa pinatá entre el Cerro de las Albardas y el pico del Mosco que es donde está la emisora de los guardas, en el centro queda la cueva del Salto del Moro y el Salto del Moro mismo.
- ¡Vaya noticia que me das! Un año buscando el Salto del Moro y por fin alguien me indica el punto exacto del famoso Salto.
- Ahí lo que hay es una cueva grande que sirve para meter las ovejas y demás.

Realmente emocionado miro y remiro el punto en la cuerda para quedarme con él y como desde esta llanura donde ahora estamos la visión de esa ladera es distinta, mucho más rica y completa que desde “Prao Molina”, le pregunto también por el chalé de las antenas con el roble roto y la valla pasando el Puente del Hacha.
- El cortijillo que hay algo más arriba en el barranco donde tú dices viste aquella tarde tres ciervas pastando ese es el Carrascal. El chalé grande que hay un poco antes es de un familiar del dueño de la finca que le compró un trozo de terreno o lo ha heredado y se está construyendo ahí su vivienda pero todo eso para arriba y para abajo es del cortijo del Carrascal.

Otra novedad más, por fin tengo idea exacta de dónde cae y cual es el famoso Carrascal que también mi mapa del ejército lo tiene equivocado. Tiene dos cortijos de Carrascal; uno ahí donde Ángel me está indicando y otro en la parte alta de este arroyo de Collado Verde. Pero según me decía Leandro este otro cortijo no es de tal Carrascal sino el cortijo de la Tía Leandra. Así que los del ejército parece que fallaron un poco.

Mientras estoy hablando con Ángel ando dudando si pedirle o no que me acompañe al cortijo del Chaparral. Me gustaría a mí pero a lo mejor no se siente con la suficiente confianza y cree lo que no es. Y quizá esté en su derecho, porque eso de presentarse de pronto un turista por estas sierras, ponerse a charlar con un pastor y a los cinco minutos pedirle que se vaya con él para que le explique la sierra, ni es muy corriente ni debe resultar normal.

Todavía le pregunto unas cuantas cosas más y como me dice que él trabajó en las minas de Collado Verde pienso que entonces si sabe lo que pasó para que las dejaran abandonadas.
- Pasó que ahí salía mucha agua; salía agua por todos los sitios y aunque tenían motores aquello se inundó por completo. Ese fue el motivo por el que abandonaron esas minas. Como eso lleva una profundidad muy honda, casi más honda que el nivel del río, pues ya se cargaba de agua por ahí. Probaron a hacer una galería desde ahí, desde lo hondo pero no sé qué les pasó que ya no estaba yo.
- Pero el motivo del cierre fue por el agua ¿verdad?
- El motivo fue también que se hundió una terrera, unos peñones y mató a un hombre; ya desde entonces lo fueron dejando.

Me sigue él luego hablando de los álamos que por aquí crecen que dan buenas setas pero en otoño. De Renfe que fue la que hizo la mayoría de las pistas que hoy existen en la sierra, de las dos casetas aquellas forestales sobre la ladera sur del Albardas, Monte Malo y la Fuente de la Zarza, de las ovejas que él se entretiene con ellas y alguna le dan hasta dos borregos. Que por cierto, su rebaño es pequeño ya que sólo tiene catorce cabezas y los animales se ve que lo quieren mucho porque mientras ha estado hablando conmigo, las ovejas poco a poco se han ido viniendo cerca de él y algunas hasta de vez en cuando dejan de comer y lo miran como si quisieran decirle algo.
- Claro que me dicen, ya quieren que las lleve a donde tienen los borregos.

Lo despido sin haberme atrevido a pedirle que me acompañe por la razón de que el hombre tiene sus tareas para con su rebaño y por la otra razón de que no me conoce de nada. Desde aquí ya me voy derecho al Chaparral pasando, no de largo sino sin prestar ninguna atención tanto al Hotel Ríos como al paisaje que lo rodea y lo mismo hago con esas casas de vecinos y los chalés que rompen el paisaje delante de la misma puerta del cortijo. Y como mientras me acerco pensando voy en el ya inmediato segundo encuentro con este magnífico cortijo, lo que más deseo ahora es que hoy sí esté aquí Mi amigo. Lo necesito para que me saque de esta gran laguna de ignorancia que sobre todo el entorno tengo yo.

Rozo los chalés, bajo la pequeña cuestecilla y ya tengo ante mí la señorial visión del cortijo. Cruzo la pequeña hondonada, recorro la también pequeña llanura y estoy en la cancela que cierra la alambrada y da entrada al recinto que rodea al edificio. Los perros me extrañan y al oír sus ladridos y sentir el motor del coche Mi amigo sale del cortijo. No lo conozco pero fiándome de lo que me ha dicho Ángel creo sin dudar que este es Él y ya me siento bien. Más de la mitad del plan que había soñado para esta tarde con sólo la presencia de Mi amigo ya lo tengo convertido en realidad.
Mientras va saliendo del cortijo y yo voy llegando y comienzo a dar la vuelta en el rellano me mira y como no me conoce se le nota que está algo extrañado. “¿Quién será este?” Seguro que se está preguntando. No tarda en saberlo porque aparco el coche, salgo y lo saludo.
- Estoy perdido por aquí y busca la ayuda de alguien.
- ¿Qué le pasa?
- Busco el cortijo del Chaparral porque me han dicho que es de lo más importante que ahora mismo hay en este valle y, además, como apenas conozco nada de por aquí, no sé de qué manera podría enterarme yo de los nombres y cosas de estos montes.
- Vamos a ver ¿esto para qué es? Porque yo quiero saber primero si es de la Junta de Andalucía, si usted es un ingeniero, si esto se va a publicar...
- Yo no soy de la Junta ni ingeniero y de publicar no sé si algún día, lo que estoy haciendo le puede interesar a algunos porque mi presencia aquí no es representando a nadie ni a nada, sino que vengo a título personal. Soy un enamorado de estas sierras y porque deseo con todo mi interés conocerlas y amarlas profundamente es por lo que ando esta tarde por aquí a ver si logro aprender y enterarme de algunas cosas.
- Bueno, siendo así no hay problema. Véngase para acá que vamos a empezar por aquí.

Se mueve hacia el lado del balcón sobre el valle y el río y lo sigo. Ya tengo preparada la grabadora y aunque también pensé preparar algunas preguntas no supe hacerlo. ¿De qué cosas concretas se le puede preguntar a estos expertos en sierra? Saben de todo, lo conocen todo y por eso son casi licenciados y hasta doctores con honor y causa en esta gran universidad de montes, arroyos, ríos, nubes y vientos. Y uno, pobre de uno; simple aprendí, medio despistado, bastante desorientado y hasta lleno de alguna soberbia.

Mi amigo me lo demuestra. Se sitúa sobre el magnífico mirador que domina Los Llanos de la “Olea” y las llanuras del río y empieza diciendo:
- Bueno, pues aquí tenemos...
Y como lo que en primer lugar me describe, desde las Albardas para abajo y toda esa ladera y cuerda, ya lo tengo algo aprendido y de ello he hablado en otro apartado, no la voy a repetir otra vez aquí. Lo dejo yo a él que hable al tiempo que lo observo y recorre la ladera y al llegar a un punto, noto que de aquí algo sí interesa en este mismo momento. Por ejemplo: desde este balcón se ve el cortijillo que está bastante subido sobre la solana y por debajo del Cerro de las Albardas.
- Eso es la Tejerina.
Me dice.
- ¿Tan en la cumbre?
- Es que la Tejerina además de un cortijo es una finca grande que coge toda la solana y un gran trozo de la vega del río.

Desde hace mucho tiempo he oído hablar de la Tejerina pero nunca la había visto como se ve desde aquí y, además, no sabía situarla. Desde luego no me la imaginaba donde la estoy viendo ahora mismo. Por la parte baja, donde las tierras de esta propiedad se derraman en la vega, desde aquí se ven también unos edificios nuevos. Algunos todavía los están construyendo y otros ya los han terminado. Son recientes para los turistas o algo así parecido. También los tengo vistos de tantas veces como he pasado junto a ellos porque se encuentran casi en la misma carretera. Pero mi curiosidad ahora se centra en saber por dónde va la senda que lleva al cortijo de la Tejerina.
- Pues mira, ahí mismo la tienes. Cuando vas por la carretera al llegar a la altura de estos hoteles, mira bien y por el lado de la solana se aparta una senda que ya creo que es pista. Sube por el Collado de los Gitanos y llega hasta el mismo cortijo.
- ¿Dónde queda el Collado de los Gitanos?
- Nada más empezar a subir, donde se ven esas dos rocas grandes, por ahí está el Collado de los Gitanos que se llama así porque ahí vivían gitanos. Hay unas cuevas allí que es donde vivían.

Es Magnífica la información que de esta ladera me ofrece Mi amigo. Y como desde lo alto de la cuerda él viene bajando hacia el río y para donde estamos nosotros, nos acercamos a los llanos. Tengo yo algunas noticias de esta zona y sobre todo desde que conozco la leyenda de Cabeza Rubia, y como sé bien que una oportunidad como esta no se me va a presentar fácilmente otra vez, quiero oír su versión y sobre todo confrontarla con mi información.
- ¿Y los Llanos de la “Olea?”
- Los Llanos de la “Olea”, pues efectivamente, to esto que estamos viendo aquí, to esos chopos que se ven aquí, to lo más llano, to eso de ahí. Luego aquí seguimos de los Llanos de la “Olea” a Cabeza Rubia que es esta zona p’ riba, por aquí hasta lo alto.

Desde donde estamos nosotros, desde este cortijo, Cabeza Rubia queda al levante. En realidad el cortijo está refugiado en la misma ladera de este monte pero donde ya las tierras comienzan a perder pendiente para hacerse llanura. Podría decirse que el cortijo ha venido a refugiarse en el punto más estratégico de toda la zona: donde las tierras son laderas pero forman una repisa repleta de bosque, agua y un mirador perfecto sobre todo el valle.
- Ya nos metemos pá ya y tomamos la caseta del Cantalar que está allí mismo, por donde se ven aquellos cipreses. En el Cantalar hay un vivero de plantas autóctonas que es de la Junta de Andalucía; yo por cierto he trabajado en él en ocasiones. He trabajado dos o tres meses, cuatro, en fin. Luego cortan.

Una cosa que he ido descubriendo de estos serranos que me hablan de su tierra es que cuando se refieren a cualquiera de las muchas casas forestales que por aquí hubo en otros tiempos las designan con el nombre de “casetas”. Lo cual, además, es muy curioso porque la palabra caseta se define como garita utilizada como vestuario en instalaciones deportivas, playa, balnearios, etc. Barracón de feria. Casa pequeña de un sólo piso, de construcción ligera que no se utiliza como vivienda y casita donde se refugia el perro. Es decir, casa en pequeño y parece como una ironía el que los serranos llamen “casetas” a estas casas forestales porque, las que yo conozco por estos montes, la mayoría son auténticos palacios si las comparamos con los cortijos que le rodean. Tendría yo que preguntarle un día a cualquiera de estos serranos para saber por qué llaman “casetas” a estas viviendas, porque en su tiempo fueron viviendas y muchas casi palacios.

- Entonces pues, seguimos por allí y tenemos Peñón Quemado, la Fuente de los Aserraores que todavía tiene agua. También esta fuente me suena de algo aunque no sé ni dónde se encuentra ni cómo es.
- ¿Por dónde cae?
- Eso está cayendo por aquel cerro, en las piedras aquellas que hay blancas, abajo, en el arroyo.
- ¿Pero aquí en este lado?
- No, en este lado no, en la parte aquella que hay así; dando en la parte del monte que se ve último, abajo en la falda.
Según la zona y el monte eso cae por la cuerda de la Carrasca y como vuelca al otro lado da a Roblehondo. Dos o tres veces yo estuve a punto de pasar por allí pero como es tan complicado el rincón, hay que andar tanto por lo retirado que coge ya que no se puede llegar en coche porque todas las pistas estas cerradas con cadena, que casi no te da tiempo de recorrer y ver sino un trozo de cuanto por allí hay. Me refiero, claro está, si vas andando y sólo tienes un día para recorrer esos rincones y volver de nuevo andando al punto de partida. Si lo haces de otra manera como muchos que yo conozco, la cosa cambia por completo.

En su explicación Mi amigo me dice que “Seguimos pa ante”. Y como yo quiero conocer lo mejor posible no los montes a lo grande sino este cortijo y si ello fuera posible a lo pequeño, le pregunto:
- Y el nombre de Cabeza Rubia ¿de dónde viene?
- Pues esto antiguamente era... esto era porque había unas familias antes que ponían unos motes, unos motes así como por ejemplo rubio, tal... estaban ellos con sus animales, estaban... que por cierto hay unas tapuelas allá.
- ¿Tapuelas?
- Unas tapuelas quiere decir unas casas derribadas por la zona esa de allí, por los pinos últimos que se ven allí. Ahí vivían las familias estas. Entonces por eso lo bautizaron así. Por ejemplo, rubia y cosas...

En fin, mi amigo se esfuerza en querer dar una explicación a la pregunta que le he hecho y como me doy cuenta que está en un apuro, no insisto. No es que haya querido ponerlo en apuros intencionadamente porque según la famosa leyenda, el nombre de este monte tiene su explicación y yo lo sé pero deseaba, quería oír su versión para contrastar una cosa y otra. Casi siempre te encuentras con matices que más que estropear la versión primera la enriquecen. Y como lo veo en apuros damos un giro o más bien nos quedamos por entre las tapuelas.
- ¿Hay algún caminillo para ir a las casas esas?
- Sí, ahí mismo existe un “jorro” de la Renfe y siguiendo el lomillo que sube se puede llegar hasta las tapuelas. Entra por allí, por el Cantalar pero vamos, con coche no, es andando. Van los caminos, los “jorros” esos, los caminos van a dar allí a aquel pino que se ve allí. Bueno pues más o menos por ahí van tos cayendo así y ahí coge un camino que va recto a ellas.
- ¿Y este punto que hay ahí entre Cabeza Rubia?
- No, esto no; si todo esto es el Chaparral. Esta vaguada, quito lo de allá, cuando ya empezamos a levantar pa riba, ahí ya es Cabeza Rubia. Eso ya es del estado y esto es una propiedad.

Mientras me va explicando cada uno de los detalles de la sierra que tan bien se conoce no deja el viento de soplar. La noticias de la televisión era de que llovería en toda España pero la verdad es que por aquí, al menos esta tarde, no llueve aunque sí hace mucho viento y está muy frío. No es viento bueno para que llueva en estas sierras porque viene de Granada y por lo tanto no trae agua; El viento bueno para que llueva aquí es el solano. “Viento solano agua en la mano”. Y no sé por qué pero me acuerdo yo ahora de lo mucho que en aquellos tiempos llovía, según los que por aquí vivieron y lo conocieron y me acuerdo de las cosas que la otra noche leía refiriéndose a esto de la lluvia.

Le comento yo estas cosas a mi amigo y como sé que los serranos casi siempre se interesan por los temas del tiempo y algo entienden aunque sea por pura intuición, le pregunto su opinión y entonces me dice:
- Un amigo mío que lleva más de cincuenta años bregando en el campo me comentaba hace unos días no haber conocido una sequía tan prolongada como la que estamos padeciendo en estos últimos años Esto es lo que el otro día me decía a mí este amigo mío. ¿Qué te parece?
- Que te decía cosas muy rotundas y verdaderas. Pero como este tema daría para hablar y escribir todo lo que se quiera, si te parece, ahora esta tarde volvamos a lo nuestro, a lo que me ha traído a mí hasta este cortijo del Chaparral. ¿Sabes tú de qué año es este hermoso cortijo tuyo?
- Pues esto... es que lo que pasa es que no sé el año. Bueno, aquí tenemos un letrero.
Se mueve hacia la entrada principal que mira a Peñón Quemado invitándome a que le siga. Lleno de gran interés me voy detrás de él y cruzando el pequeño ladillo de las truchas, que es la entrada del edificio pasamos a su interior. La primera estancia es amplia, con una gran chimenea donde arden unos troncos y tal como se entra, de frente, la estancia tiene una puerta que lleva a las otras dependencias. A un lado y otro de esta segunda puerta, en la pared hay dos inscripciones bellamente rotuladas en azulejos. Me paro frente a la de la derecha y leo lo siguiente: “Da de comer al hambriento, da de beber al sediento, da posada al peregrino. Bienvenido a nuestro huésped. Los moradores de este cortijo te ofrecen hospitalidad con afecto, confianza y respeto. Esta es tu casa”.

Él se ha quedado algo detrás de mí y me observa al tiempo que reclama mi atención hacia la pared del lado izquierdo. Hay aquí otra inscripción, a la misma altura que la primera pero situada por encima de un recipiente de piedra que tiene forma de pila. Me pongo frente al texto y leo lo siguiente: “Esta pila de agua bendita procede de una ermita que había hasta hace un siglo, poco más o menos, en los solares que ahora ocupa esta casa. Cortijo que fue reconstruido en 1925 y restaurado en 1974. Respetemos su significado”.
- Que bonito ¿verdad?
- Claro que lo es.
- ¿Y qué hacía por aquí una ermita?
- Pues cosas, que había un cura, decía misa.
- Ello indica que en aquellos tiempos todo el valle este estaba lleno de cortijos.
- Claro, había más, lo que pasa es que ya esto se ha ido perdiendo, con la gente en los pueblos y dejando las casas.
- Seguro que la ermita era como el centro de todos los que vivían por aquí.
- Sí, esto, la escuela estaba aquí.

Sale de la estancia y me pide que le siga. Giramos un poco a la derecha y frente a una amplia y hermosa terraza, magníficamente conservada y primorosamente empedrada, se para. Es un espacio rectangular bastante grande que me enseña lleno de interés indicándome que aquí estuvo la escuela. Pienso ahora algo que ya en más de una ocasión ha pasado por mi mente. Hoy, el corazón de todo este valle del Guadalquivir, los humanos lo han situado ahí, donde está el museo de la Torre del Vinagre y un poco el poblado del Coto Ríos pero este corazón de ahora que el valle tiene siempre lo he visto y sentido como algo impuesto desde fuera y por lo tanto forzado y artificial. El poblado de Coto Ríos fue construido para traer a él a los que perdieron sus viviendas en el poblado de Bujaraiza y otros muchos cortijillos que derrumbaron por muchas zonas de la sierra. Lo de la Torre del Vinagre también fue forzado y no digamos nada los campings y todos los hoteles que por aquí han construido en los últimos tiempos. Todo ello ha sido forzado y construido en lugares previamente estudiados en detrimento y destrozando la realidad serrana de siempre.

Los serranos, en aquellos tiempos, habían descubierto y colonizado este valle de una forma mucho más lógica, natural y bella que la que tiene actualmente. Podría decirse que el gran valle del Guadalquivir tenía como dos corazones. Bujaraiza al final y la zona esta del Chaparral al comienzo. En su centro estaba el rinconcillo ese de la Loma de María Angela y todos los demás cortijillos que no eran corazón sino miembro, trocitos de los dos grandes núcleos. Claro está que cerca del Chaparral se encontraba el valle propiamente dicho, Arroyo Frío, Campillo, Tejerina y demás igual que por Bujaraiza estaba el Cerezuelo, Las Lagunillas, La Cabañuela, los Casares y otros muchos. Pero lo que yo quiero decir es que en aquellos tiempos y por obra y amor de los serranos, este valle tenía una personalidad y se desenvolvía de una forma más natural que en los tiempos en que vivimos. Y claro está, como en los últimos tiempos casi todo ha sido forzado, construido casi con la misma fiebre y desacierto que en aquellos tiempos arrasaban los bosques, se ha destruido lo más esencial: la identidad del valle y de la gente que en él vivían con sus costumbres, sus cortijos y su personalidad. Una pena porque ello me demuestra una vez más lo mal que están haciendo muchas cosas tanto aquellos primeros como estos segundos.

Desde donde en estos momentos él y yo nos hemos situado ahora vemos muy bien ese grupo de chalés que se alzan a la izquierda, junto al carril, unos metros antes de llegar al Chaparral.
- ¿Pertenecen al cortijo o el dueño es el estado?
- Bueno, esas fincas sí son de aquí; lo que pasa es que este señor les cedió terreno ahí y entonces ellos hicieron sus chalés. Eso lleva ya más de treinta años. Ya hoy en día está esto tan mal que tenían que prohibirlo de raíz.
- ¿Por qué dices eso?
- Es que tenían que corta esto ya.
Sin darme cuenta y sin buscarlo parece que hemos llegado a un punto en el que él quiere sacar fuera algo que le duele mucho. Porque mi amigo que es serrano de pura cepa y por lo tanto lleva dentro los paisajes y las cosas de estas sierras, no está del todo de acuerdo con los comportamientos de algunos por aquí.
- Mire usted, yo le voy a decir una cosa: las casas que por ejemplo hay viejas de antes, si usted compra una casa o una fin quilla o tierrecillas para usted hacerse un chalé o una casa, una casa que no sea... que es que a usted le hace falta esa casa para vivir; usted vive de alquiler y vive de eso... tiene unos dinerillos y va ahorrando con mil fatigas, mil apuros y coge y compra una casa que está ya de antes, vieja. Bueno pues eso ya tiene otra cosa. Yo cojo, voy al Ayuntamiento, saco mi permiso, hago tal, mis cosas ¿no? Legalmente como Dios manda, está to puesto en sus escrituras, en el registro y está to bien controlo y está to eso... Bueno, hay de acuerdo, estamos bien. Pero claro, si por ejemplo hay un sitio que no hay una casa de nunca entonces autorizan que hagan más y más chalés y más casas y esto... y eso sí, el que la necesite. Tantos pobres, tanta gente que hay que está sin vivienda y necesitan esas viviendas, ¡hombre por favor! Eso también está... yo lo veo eso muy mal; a parte de que rompen la naturaleza, ensucian el agua, por los sitios y esto es una, una... Y luego también vienen persona, viene gente de por ahí. Tanto que se publica en la televisión y tantas historias y están echando basura. Usted lo puede poner ahí. Vienen de por ahí, de tos los sitios y que publique. Sí, sí, que yo soy muy limpio y muy curioso o muy curiosa o tal... No hombre, no. No van al contenedor a tirar la basura, se dejan las bolsas colgadas en cualquier sitio...

Yo soy guarda de aquí, de la finca del Chaparral y por eso mismo lo sé. Si quiere usted le enseño los papeles. Y voy abajo, al río en el tiempo en que se baña la gente, agosto, septiembre, tal... los meses estos del calor. Bueno, van a comer, pasan un ratico agusto; se dejan las latas junto a los ríos, se dejan todas las cosas arrumbás. Y eso no. ¿El por qué no podemos llevar una bolsa y meter las latas de la basura? ¿Y por qué no podemos todas las botellas, si consumimos allí lo que sea y coger esas botellas y llevarlas a los contenedores? Yo, mire, unas botellas que tengo aquí, mire, esto cojo, estas de plástico los quemo pero estas no; estas las guardo yo aquí; luego mi hijo va muchos días a Cazorla. Cojo un saco, se las echo atrás en el coche. “Ya estamos con el ruido to el día atrás en el coche”. No hombre, no; llévate las botellas pa ya y las metes dentro, tal... Bueno pues si to el mundo hiciera así no habría el problema de suciedad y luego no sé por qué no lloverá y por lo que sea. La naturaleza hay que conservarla y hay que mirar por ella. Porque eso es así. Sí, a la gente le gusta disfrutar la sierra y tal... venga, venga pero no miran por ella. O es que no saben mirar o es que no quieren; no la sienten suya. Sí, sí, yo voy a disfrutar lo que pueda y si yo me dejo una lata allí en medio o me dejo cualquier cosa, me dejo... yo qué sé, marranerías porque muchas veces he bajado al río, por ahí, dando una vuelta por la finca, y es verdad y he visto una bolsa a lo mejor vacía por ahí y me la he traído; la he llenado de basura y me la he traído aquí. ¡Hombre!

Mientras mi amigo va sacando fuera de sí estos sentimientos suyos me va mostrando donde tiene las botellas vacías que luego su hijo se llevará a Cazorla. Me señala por dónde se encuentran los chalés y me dice por dónde está el valle y el río que él recorre buscando basura. Lo que yo sabía y siempre intuí de los serranos es lo que mi amigo lleva dentro: enfado, disgusto y desaprobación del modo en que muchos, en estos días, tratan a estos montes y las cosas de estos montes. Y para que me entere bien de lo que piensa y quiere decirme me pone un ejemplo.

- No hace mucho, hace dos domingos o tres que hacía un tiempo muy bueno, había una familia abajo, junto al río y estaba comiendo y yo, pues, no me presenté a ellos de pronto. Yo los estaba viendo a ver ellos, a ver lo que iban a hacer. Nada, que uno que, un tío con barba, bien hecho y pilla la lata y hace así ¡paz!
Me muestra el cuadro escenificándolo y hace como si cogiera la lata y de una forma olímpica y despreocupada, la lanza al aire para recogerla luego con una gran patada.
- ¡Ala! La tira allí; la mujer con los papeles... “Bueno, vamos ya, bueno veamos. Venga”. Y ale, tira el marido pa riba, pin, pan. “Venga, vamos”. Allí se dejan to. Digo: he señora por favor, a ver la basura que se han dejado ustedes ahí. Por favor hombre. ¡Hombre! Que me da apuros de decirlo, me da vergüenza pero que haga usted el favor de bajar y coja la basura y se la lleva. El hombre allá en to lo alto. “¿Qué pasa, qué pasa?” Digo que haga usted el favor de bajar pa bajo y coja usted la basura esta que se ha dejado aquí, sino voy a dar cuenta de ustedes. “¡Ay que se me ha olvidado!” y tal. Bueno, ale, de acuerdo. Hay que estar encima de ellos.

Por detrás de nosotros, entre la terraza por donde debió existir la escuela y el lado de la urbanización de chalés, hacia la parte del Cantalar pero aquí mismo en la puerta del cortijo, mi amigo tiene condensado una muestra de su cariño por la sierra. Lo miro y como deseo saber más cosas del rincón le pregunto:
- Y los patos aquí y las truchas ¿qué significan?
- Esto es gusto mío por la naturaleza; porque me gusta a mí tener estas cosas. No dan ninguna rentabilidad pero me gusta tener animales.
- Y los letreros ¿para qué?
- Esos letreros aquí son porque mire usted, aquí antes dejaba la gente muchos perros sueltos que ya no los querían y los dejaban en la sierra abandonados. Entonces venían y dejaban los perros aquí y los perros pues se iban por ahí esturreaos. Me mataban las gallinas. Perros de estos que no están acostumbrados a ver animales, pues en cuanto ven una gallina o ven un pato de esto o una oca o ven lo que sea, pues lo matan, entonces yo por eso puse esos letreros. “Perros no, solamente los de casa”. Porque los de casa están acostumbrados y mírelos, ahí están los perros mastines pequeñitos y juegan con las gallinas y na. Las ven pasar por su lado y no le hacen nada.

Miro de verdad y veo que también es de verdad lo que me está diciendo. En un trozo de cercado que hay por el lado de Cabeza Rubia, dentro, se mueven un montón de gallinas y palomas. Debajo del roble duerme un gran perro mastín y los cachorrillos, de dulce porque son primorosos, corretean de un lado para otro persiguiendo a las gallinas y ¿cómo sabrán los animales que todo es un juego? Ni las gallinas se asustan ni los cachorrillos les hacen nada. Mas bien unos y otros se divierten y hasta gozan sintiéndose amigos. El cachorrillo color canela, que es una auténtica monería, después de perseguir incansablemente a una de las gallinas sale de la cerca y se viene hacia nosotros. Se nos cuela por entre los pies mordiendo los pantalones sin hacer fuerza para no romper ni herir a nadie. Está jugando su juego y viéndolo tan pequeño, redondillo y regordete no tienes más remedio que pensar que su juego y él, todo se funde en un mismo punto. No son dos cosas, perrillo y juego sino una sola: juego convertido en perrillo. Una auténtica maravilla que hasta te llena el alma de ternura. Y tú ves, esto sí me gusta a mí: que el ser humano se rodea de animales pero aquí, en el campo, por donde tienen tierra para sentirse libres y gozar de los paisajes y no ahí, encerrado en los pisos, subidos en las camas, en los sillones y revolcándose con las personas.

Como mi amigo y yo nos vamos moviendo desde la puerta del cortijo hacia el rellano que es por donde están los animales y él tiene su coche y yo el mío, nos acercamos al chorrillo de agua y al ver las truchas y ese montón de pequeños letreros, le pregunto:
- ¿Sirven para lo mismo?
- Es que hay personas que no tienen cultura, se llama la palabra, que no tienen educación y traen niños los matrimonios y empiezan a meter las manos en la pileta, a toquetearlas con las manos. Esto está natural, como si estuvieran en el río. Y debajo hay muchas más que por eso se abrigan ellas ahí, porque así si llega alguien y yo no estoy, pues puede haber ahí seis o siete pero de bajo habrá cuarenta o cincuenta. Además, yo las desovo y to; yo les hago las cosas bien, yo las crío, estas son criadas por mí.
- Luego de vez en cuando alguna te comerás.
- No me como ni una. Para mí estas truchas son sagradas. No, no de verdad, ¡eh! Yo veo una trucha en la plaza, en las cajas aquellas y para no verlas me vuelvo y me voy.

Justo en estos momentos el juguetón del perrillo me muerde en los pantalones y no sé si será porque se han contagiado del juego de este cachorrillo, el caso es que las perdices, que también mi amigo tiene muchas por aquí, empiezan a cantar. ¿No había intuido yo que los serranos son los más respetuosos con la sierra? ¿No había intuido y dicho yo en algún sitio que como ellos nadie ama y conserva estos montes? ¿No había dicho yo que ha sido una pena ignorarlos, maltratarlos, humillarlos y expulsarlos de aquí porque ello ha resultado el más desgraciado de todos los desaciertos? ¿Acaso esta tarde mi amigo y este cortijo de Chaparral no está respondiendo con certeza y confirmando rotundamente todas estas intuiciones mías?

Por estos días se va a celebrar en Sevilla la segunda conferencia Internacional sobre Reservas de la Biosfera que, convocada por la Unesco, se inicia con la participación de unos 400 expertos de todo el mundo, la mayor parte de ellos responsables de gestionar algunas de las 324 reservas declaradas en 82 países. Las Sierras de Cazorla y Segura fueron declaradas Reserva de la Biosfera en 1983 y, ahora tras aceptar la Unesco la inclusión de Las Villas, se ha convertido en la mayor reserva del país, con sus 214.000 hectáreas. Es por ellos y por su compaginación de esa declaración con la de Parque Natural, por lo que la experiencia de este espacio protegido será una de las notas destacadas del encuentro. Así, está previsto que, a través de paneles y ponencias, se expongan dos planes que se llevan a cabo en nuestro Parque Natural: por un lado, el convenio establecido con el AMA y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas para el estudio de la fauna y flora del Parque y por otro lado, los planes de vigilancia y conservación permanente, pionero en España y que permite diagnosticar problemas medioambientales del Parque y establecer los censos de las distintas especies que habitan en este espacio natural. El director conservador que estará presente en la Conferencia ha manifestado que demandará también mayores ayudas económicas para estas reservas y que las distintas administraciones se impliquen en la solución de los problemas de las mismas.

Y esta tarde aquí, en su cortijo del Chaparral, mi amigo me está dando una gran lección de amor por estos paisajes y me gustaría comentarle algo sobre el tema este de las reservas de la Biosfera pero no lo hago. Quizá le resulte raro y bastante complicado que los científicos y otros hayan elevado a la categoría de reservas y no sé cuantas cosas más lo que él ha estado viviendo, tocando y respirando toda la vida de la manera más sencilla y normal del mundo. ¿Para qué tantas conferencias y tantos títulos universitarios si en su vida real él ha estado y está haciendo por la naturaleza mucho más que todos ellos? En esto como en otras muchas cosas él nos gana sobradamente.
- A mí me gustan mucho los animales, me gusta mucho la biología, me gusta mucho respetar las plantas, los árboles. Ahora, un árbol por ejemplo, si hay que podarlo, sanearlo pa que viva, porque claro, ¿no ve usted aquél árbol? Aquel árbol estaba ya seco, seco.
- Sí que lo veo; es un olmo.
- No, eso es una catalpa.

El árbol que él me indica y que está junto al corral donde el cachorrillo juega con las gallinas, lo ha podado este mismo invierno. Dice que se estaba muriendo y que al cortarle las ramas ahora brotará y se renovará así. Ahí mismo crece un roble que nada más verlo te llena de asombro y eso que ahora todavía está sin hojas. En cuanto me fijo en él se me ocurre preguntarle algo serio pero lo único que me sale es:
- ¿Cuántos años tiene?
- Ese tiene ya, pues tendrá... sí se los puedo decir. Aquel roble tiene tres siglos y por cierto, se lo digo muy fijo porque el dueño de esta finca, que ya murió, me lo dijo; que tenía tres siglos ese roble.
- Es grandioso ¿verdad?
- Y cuando está cubierto de hojas es asombroso.
- Ahora, yo he oído decir que por aquí, en algún rincón de estas sierras, existe un roble que es el más grande de todo el parque. ¿Sabes tú por dónde se encuentra?
- Eso está por un sitio que se llama la Fuente del Roble.
Y al oírlo por fin respiro. Tanto años persiguiendo saber por dónde crece el roble padre de todos los robles de estas sierras y aunque lo intuía nadie me daba una respuesta exacta. Por fin esta tarde Mi amigo me da una buena respuesta. Conozco el lugar y sé que de verdad crecen allí robles que son catedrales de grandes. Hasta creo que lo tengo visto pero no lo sabía.
- Te podría dar más datos pero es mejor que tú y yo lo sigamos manteniendo un poco oculto.
- Lo entiendo bien porque conozco la experiencia del Tejo Milenario que por un afán de asombrar y dar la noticia más espectacular ahora lo tienen hecho polvo.

Vamos dando un repaso a las cosas que nos van viniendo a la mente y al llegar a este momento le pregunto por la finca.
- ¿A qué se dedica ahora?
- Esta finca se dedica a nada. Yo tengo un poco de tierra pa cultivar pa mi apaño de hortalizas y cosas de... tengo unas ovejillas, unos animalillos que están ahí detrás y solamente esto. Esto no tiene ninguna...
- ¿Ni de madera?
- De diez, doce o quince años hace ya que no se corta ni un pino. Antes sí había por aquí buenas siembras. Yo que tengo las ovejas siembro allí ese poquito de cereal pa luego si acaso quiero echarle un poquito pero merece la pena comprar más que criar. Antes se sembraba mucho en los llanos esos de abajo pero para segarlo luego, con la hoz aquella antigua, eso era matarse.
- ¿Cuántas fanegas tiene la finca?
- Unas cincuenta hectáreas o por ahí, tendrá esto.
- ¡Es grande!
- Y eso que se han metro estos señores de los chalés.
- Ahora que hablas de los chalés, esa gran casa que hay al otro lado y que se encuentra la primera, junto a la pista cuando se viene al cortijo ¿eso qué es?
- Eso es un campamento del Opus.
- Otra sorpresa. Y cuidando este cortijo ¿cuántos años llevas?
- Pues llevo ya treinta y cuatro años.
- El dueño tendría que dejarte la finca para ti.
- Pues hombre... No, la finca no, tenía que dejarme un rabillo; ya, ya, ya; pero que en fin, que si bien, bien y sino pues nada. Nos conformamos con lo que tenemos y ya está.
- ¿Y viene por aquí mucho?
- No, no viene mucho. Están en Madrid pero que yo estoy muy agusto aquí con ellos.
- Pero por lo que veo, él de aquí de la finca saca poco.
- No, esto no da nada. Ya le digo, hicieron antes una corta y después ya nada. Además, si tampoco merece la pena. Primero que los árboles no se deben cortar.

Yo no estoy de acuerdo tampoco de que si se secan algunos pinos esos pinos había que quitarlos de enmedio ¿sabe usted por qué?
- ¿Por qué?
- Porque en las conchas de los pinos estos se crían muchos insectos, muchos bichos y se van pasando a los otros. Sí pero claro, tenemos el problema de que estos pinos se pudren y crían bichos pa los pájaros, que eso lo sé yo; y también tenemos una pérdida grandísima de madera en estos montes, porque yo he estado por la parte del norte, Navarra, Lérida, y por ahí no se ve un pino seco. Aprovechan las ramas hasta pa hacer papel y tos estas cosas y eso es una ganancia pa el gobierno, pa estado y aquí se pudren los pinos. Si, siempre quedan para que críen bichillos pero que esa madera es una lástima. Hay unos cúbicos de madera grandísimos. Por la parte de la Nava de S. Pedro pa ya, unos pinacos ahí y están en el suelo, y hay pinos que están buenos de madera. Y en fin, eso yo qué sé... es lástima.

Lo que yo pensaba el otro día es lo mismo que siente y piensa Eduardo. Están limpiando todos los montes de por aquí cerca; por la ladera de la Cruz del Muchacho y la umbría esta de Arroyo Frío. Todo lo que cortan, monte bajo, ramas de los árboles más grandes y árboles entresacados para que los otros puedan crecer más, todo lo queman aquí mismo. En una lumbre que encienden en el mismo monte, ahí lo queman todo. ¿No es esto una gran energía por completo desaprovechada? ¿Que para qué podría usarse? Para fabricar pasta de papel, como dice Eduardo, para cocer pan, que también hay muchos hornos en estas sierras donde se usa la leña para calentarlos, igual que en aquellos tiempos, para cocer cerámica, para hacer picón, también como en aquellos tiempos. Y recuerdo yo ahora que cuando era pequeño, el brasero que teníamos en la mesa camilla siempre estaba ardiendo con picón. Yo mismo he hecho muchas veces este picón de monte como jaras, jaguarzos, carrasca y lentisco. El mejor es el de jara y el de carrasca.

En Fin, yo ahora no caigo en más cosas pero lo que sí sé es que el monte quemado en medio de estos bosques, cuando yo era pequeño, allá en Sierra Morena al norte de Córdoba, era toda una gran fuente de riqueza. Picón para los braseros, ramón para el ganado, leña para las chimeneas... Todo era aprovechado y bien aprovechado y, sin embargo, ahora parece que nadamos en abundancia de cosas, cuando la realidad es que carecemos hasta de lluvia para los campos. De acuerdo que son otros tiempos pero porque el progreso de estos tiempos no está trayendo ni mayor dignidad y bienestar, para el ser humano en general ni tampoco está muy claro que vayamos por mejor camino que en aquellos tiempos, por esto y otras cosas, habría que pensar que lo que fue bueno, porque era fuente de riqueza en aquellos tiempos, sirve y sigue siendo bueno hoy. No hay que desaprovecharlo cuando precisamente tantas cosas son ya escasas sobre el Planeta Tierra.

Así que claro, Eduardo tiene razón. ¡Vaya que si la tiene!
- Mire que le diga, pues hombre, el gobierno sí puede coger un poco de aquí y otro poco de allí y tal. Pues algo es algo. ¿No? Los pinos que están malos se llaman “honguillaos”, se puede decir “honguillados”, es igual; hombre, según como uno hable. ¡Ea! Pues tos esas cosas, se pueden ir entresacando los que estén más malos y los buenos se van dejando; los demás árboles van creciendo.

Ya me voy despidiendo de él y mientras me va contando las mil cosas que ve y siente nos acercamos al horno. Se ve que lo construyeron en tiempos muy lejanos, porque aquí a la derecha del cortijo, pegando al roble, es exactamente igual a otros muchos que he visto en los cortijos que se desmoronan por estas sierras, que son casi tantos como los pinos secos de Eduardo. Me entra curiosidad por este horno porque precisamente de estos hermosos y pequeños hornos para cocer el pan en estas sierras, yo sé poca cosa, y por eso le pregunto:
- ¿Funciona o no?
- Ese horno funciona, claro. Mi mujer hace todavía pan como antiguamente, en tiempo de invierno y tortas y dulces que se cuecen con leña.

Al llegar a estas alturas, como creo que tengo datos más que suficientes para conocer más a fondo este cortijo del Chaparral, voy ya disponiéndome para despedirme y es en estos momentos cuando me dice:
- Antes de terminar me gustaría todavía decir dos cosas.
- ¿Que dos cosas quieres decir?
- Que yo me llamo Eduardo Perales. Soy el que ha publicao estas cosas de aquí de la sierra de Cazorla y que quiero que esto siga pa lante y que to salga bien. Que to marche a la perfección.
- ¿Y la otra cosa?
- Bueno, aquí hay unas monterías, unas cacerías que van descastando, creo que hay muchos gamos. Pero ya no hay que hacer más descaste ni matar más animales ni más gamos de estos. Porque ya quedan muy pocas especies de animales de estos. El que vive aquí en la sierra fijo to el santo año, un año y otro año y año pa lante, pues se da cuenta de que quedan muy pocos animales; y esos que quedan hay que protegerlos ya, que ya está bien de cosas. No matar tantos animales y no hay que hacer tantas monterías con los monteros. Un señor que tiene muchos millones de pesetas ¿el por qué vamos a concederle permiso a ese señor? No, hay que dejar ya los permisos y dejar también en paz a los animales, que ya está bien.

Antes había aquí muchos animales; hasta en la puerta de mi casa. Se comían las pámpanas de las parras y to lo demás pero ya no es lo mismo. Se ve un forestal con un señor; ale, vamos a matar un jabalí, a matar una gama, a matar tal. No se puede matar ya más nada, porque ya quedan muy pocas especies. Jabalíes sí hay bastantes pero ese aún medio se defiende. No es como antes cuando estaba aquí el corzo y se perdió y entre unas cosas, pues que ya no tenemos una especie en el Parque. Y como sigamos descastando, haciendo descastes de estos, matando animales, gamos que creo que dicen hay muchos pero eso es incierto; porque yo sé muy bien que hay muy pocos gamos y muy pocos ciervos. Y estamos dale que te pego, matando esos animales. Ya, por favor, que se acaben ya las matanzas de los gamos y de los ciervos.
- Eduardo ¿a quién le dedicamos estas cosas que tú acabas de decir?

El tejo del Chaparral -2
Ya había empezado yo a despedirme del cortijo y me iba satisfecho, fundamentalmente por dos cosas: por la gran amabilidad de este Amigo mío, experto en las sierras de este Parque y por lo mucho que, en tan poco rato, he aprendido de él. Ya empezaba yo a marcharme tan repleto de esencias de este rincón cuando al mirar hacia la pileta donde nadan las truchas, veo el tejo. Crece en la misma puerta que franquea la valla por donde nadan las truchas, se recrean las ocas y hacen la rueda los pavos reales. Que por cierto, según mi amigo, son los únicos pavos reales que hay en toda la sierra, cosa que me creo con los ojos cerrados. Y a pesar de que estoy hondamente sorprendido por la cantidad de maravillas que esta tarde he podido descubrir y gozar en este magnífico cortijo, cada rato nuevo por aquí algo diferente me sorprende. Es el caso del tejo que aunque lo tengo visto desde hace un rato, ahora que me voy no quiero alejarme sin saber algo de él.
- ¿Nació por su cuenta en este lugar?
- Ni mucho menos; lo planté yo.
- ¿En qué año fue eso?
- Eso... pues el tejo tiene ya... pues catorce años. Lo traje pequeñito del Cabañas y en to este valle no hay ni un tejo, nada más en absoluto. Va usted recorriendo casa por casa y verá usted como no encuentra ningún tejo como este. Yo soy caprichoso por las plantas. Me gustan muchas las plantas y mayormente el tejo; es una planta que está protegida y es un árbol bonito. Y aquí está, en este cortijo del Chaparral.

Oyendo a mi amigo hablar de su cortijo y de su tejo, con tanta emoción y cariño no tengo más remedio que acordarme que dentro de unos días se celebra el día Forestal Mundial. Y como siempre ocurre, unos y otros, lanzan declaraciones como:

Cuando uno ve y toca lo que yo he visto y he tocado esta tarde en este perdido pero gran cortijo del Chaparral y luego oye a unos y a otros decir las cosas que dicen, a uno le cuesta mucho armonizar las dos realidades. Es lo de siempre: las palabras y las teorías son una cosa y los hechos reales de la gente sencilla, son otra muy distinta. Aquí están los sencillos, los humildes, los FALTOS DE CULTURA AMBIENTAL, dándonos ejemplos magníficos que echan por tierra todas las teorías y planes científicos.

La Leyenda -3

Cuando nació la niña, sus padres se la llevaron a los pastores que vivían en el cortijo del Valle y conforme fue creciendo iba conociendo a todos los que por el Valle tenían sus huertos y guardaban su ganado y como la niña era tan hermosa como los rayos del sol más puro, todo el mundo la llamaba Rosalinda y en cuanto fue algo mayor, un pastor joven del Valle suyo, se enamoró de ella y aquello fue tan hermoso, que el mundo entero y el rincón en su centro, se les torno sueño.

Pero como la envidia humana siempre ronda en las almas y corroe los corazones de las personas, un día que soñaba le dijeron que sus padres no eran los del cortijo del Valle sino unos guerreros que en tiempos remotos habían pasado por las tierras y el nacer ella, por aquí la dejaron y esto, al saberlo la niña rubia, se sintió morir y como el corazón se le llenó de tanta tristeza, enfermó y al poco tiempo murió.

Junto al monte redondo que mira al sol de la tarde y tiene su roca en la cumbre, enterraron su cuerpo y desde aquel tiempo hasta hoy, siempre que se pone el sol, al dar los rayos sobre las piedras parecen que estas fueran de oro o que ardieran y por eso dicen que este monte se llama Cabeza Rubia y todo sigue siendo como un sueño para recordar la belleza del pelo de fuego de aquella niña que medio fue hija de pastores y otro poco medio princesa y murió de pena, entre varios amores y se llamaba Rosalinda y todo, según cuenta la leyenda.