Rutas para la historia - 5
Noguera de la Sierpe Piedras Rubias 20-3-94, domingo
LA RUTA: Hotel Noguera de la Sierpe, arroyo Polo, la Lanchilla, Nava del Puesto, arroyo de la Torre del Vinagre, Cortijo de la Torre del Vinagre, Noguera de la Sierpe. Zona restringida y alambradas.
Distancia : 5 km.
Tiempo : 7 horas andando.
Desnivel : 350 m.
Camino Campo a través, vereda y carril.
Nota del autor: el día que hice esta ruta tardé en recorrerla ocho horas y media. Y este tiempo se me quedó repartido a lo largo de todo el recorrido de la siguiente manera:
Noguera de la Sierpe alto de la cumbre por la Nava del Puesto : de 10 de la mañana a 2 de la tarde.
Alto de la cumbre, Nava del Puesto, Piedras Rubias : de 2 de la tarde 3 de la tarde.
Piedras Rubias fuente en la pista por debajo de Piedras Rubias : de 3 de la tarde a 4,30 de la tarde.
Fuente en la pista cortijo de la Torre del Vinagre : de 5 de la tarde a 6 de la tarde.
Cortijo Torre del Vinagre Noguera de la Sierpe : de 6 de la tarde a 6,30 de la tarde.
El recurrido de la ruta es como sigue: arranca por donde el hotel Noguera de la Sierpe, sube por el Barranco Polo hasta donde un manantial bajo una roca, se viene para el lado del Arroyo Torre del Vinagre, sube a un rellano por donde se encuentra con una pista forestal, se sale de esta pista para continuar puntal arriba en busca de la cumbre por donde la Nava del Puesto. Corona la cuerda por el lugar de la Nava del Puesto, se viene para el lado derecho siguiendo un carril de tierra hasta que se pierde. Lo que sigue es una senda que atraviesa el calar de los Asperones, se asoma al collado entre Piedras Rubias y el Palancar Alto y por detrás de Piedras Rubias, se viene para la derecha campo a través. Corona los más alto de Piedras Rubias y desde aquí se viene por la ladera saltando rocas para venir a salir por el lado de debajo de estas Piedras Rubias. En este barranco se encuentra con un carril de tierra que es el mismo que aparecía el subir Barranco Polo. Por aquí se tropieza con una fuente y sigue bajando en busca del la solana del cortijo Torre del Vinagre. Por el lado izquierdo del Arroyo Torre del Vinagre y también el lado opuesto al que usaba la ruta cuando comenzaba la subida. En mitad de la ladera se separa del carril que sube para Peña Corva y se viene para el cortijo. Desciende por una preciosa cañada con mucha agua y romeros y siguiendo la pista llega al cortijo Torre del Vinagre. Desde este punto baja un poco más y se encuentra con la carretera que recorre el Valle del Guadalquivir. Se viene para la derecha y por esta carretera hasta llegar al hotel Noguera de la Sierpe que es donde la ruta comenzó. Se cierra en este punto el recorrido que ha resultado con un trazado circular, con algunos trozos por pistas forestales y sendas y otros, campo a través.
Algunos de los detalles que fui anotando a lo largo del recorrido hacen referencia a la flora y fauna. Encontré Scila, narcisos enanos, prímulas, orégano, collejas, romeros, jaras íbridas, majuelos, pinos pinaster, pinos laricios, robles y encinas. Los robles son los quejigos llamados robles desde tiempos lejanos por los serranos. Y la fauna que vi fue la siguiente: arrendajos, zorzales, perdices, pica pinos, palomas, mochuelos, mirlos, roqueros, buitres leonados y reyezuelos.
Piedras Rubias ladera sur.
La orientación - 1
Resulta que estoy en la misma cumbre de la cordillera, la que viene desde el Puerto de las Palomas y se alarga con el río Guadalquivir para que éste la corte por el tajo del Tranco. Aquí, justo aquí confluyen cuatro caminos. La pista que llega desde el Puerto de las Palomas. La que sigue y por eso es la misma hasta pasar Piedras Rubias, en este tranco solo senda, pasa por el Pardal y recorre las llanuras de Jabalcaballo para salir por el arroyo de Gil Cobo. La senda que se va para los Palancares y la que sube por el arroyo de la Torre del Vinagre, lado opuesto a Piedras Rubias. En la confluencia de los cuatro caminos se abre una pequeña llanura. Se le conoce por la Nava del Puesto. Un refugio también pequeño de piedra pero que ya nadie cuidad y cuatro robles viejos y bellos. También hay pinos que por aquí son laricios y una muy amplia panorámica en todas las direcciones. En realidad este punto es un puerto, un salto de una vertiente en la cordillera a la otra vertiente. Y como en realidad los caminos existen desde hace mucho tiempo es por lo que creo que este punto exacto tiene un nombre. Tiene que tenerlo. El que aparece en algunos mapas no me convence pero en el momento en que escribo estas líneas no lo sé. La llanura sí es conocida, ya lo he dicho, por la Nava del Puesto por eso de la caseta que sirvió como puesto para la caza mayor.
Pero lo que ahora mismo deseo es hablar de la ruta que esta mañana, a las nueve, comencé por donde el río Guadalquivir. La he trazado arroyo arriba. Barranco de Polo es como creo que se llama. Y por el arroyo he visto correr mucha agua. Creo que por este arroyo nunca nadie ha trazado una vereda. Por eso lo primero que me encontré fue mucha vegetación y sobre todo zarzas. Es como si estas plantas quisieran arropar la transparencia de las aguas que por el cauce corre. Subo unos metros y enseguida me encuentro una alambrada. Un pequeño rellano pegado al cauce y muchas pisadas de caballos. Son los caballos del hotel. Los que alquilan a los turistas. Ahora no hay muchos turistas y por eso han dejado por aquí estos caballos. Los pobres animales se pasan el día de un lado para otro y de tanto pisar la tierra se ha convertido en puro barrizal. Los excrementos de estos animales y el barro que han amasado con sus cascos afean mucho el paisaje.
Cruzo el cauce para seguir por el lado izquierdo. En la misma corriente vuelvo a encontrarme con las cagadas de los caballos. Sé que cien metros más abajo esta agua es recogida para la piscina donde se bañan los turistas. Por aquí, años atrás, hubo serranos nobles. En estas praderas sembraron sus huertos y cerca del agua plantaron árboles. Todavía quedan algunos por el rincón pero comidos por las zarzas.
La mañana se alza sobre las cumbres y el cielo, ladera arriba, es azul denso y limpio. La emoción me embarga. Siempre que me encuentro por entre los paisajes de estas sierras y frente a los caminos que las surcas el alma se me sale del cuerpo. No hay gozo mayor para mí bajo el sol. Tengo soñada y metida dentro de mí esta ladera. Sus bosques de romeros llenos de flores, sus limpias cascadas, la de este arroyo y la del otro. Tengo metido dentro y transformados en mis sueños los viejos robles de la ladera, los que crecen torcidos al pie mismo del barranco, las rocas de los dinosaurios frente al dorado oro de Piedras Rubias. Las otras piedras. Las pequeñas del mineral calcita también rojas y esparcidas por la ladera. El barranco de las zarzas quemado por el incendio de hace unos años. Los pinos largos que regios resistieron a las llamas y ahora sobresalen casi por encima de las cumbres. Son tan largos y con el tronco tan pelado que yo los llamos “Los centinelas de la ladera quemada”. Tengo metida en mi alma y me la llevaré conmigo hasta la muerte la fuentecilla de los juncos bajo el paredón dorado de las rocas de la cumbre, las sendas que surcan la ladera y la cresta de la cordillera. Por sus hondos silencios se amontonan los recuerdos de los hombres de la sierra. Las praderas de esas pequeñas flores amarillas llamadas primaveras y que se extiende por toda la cuenca del arroyo Torre del Vinagre. Las de las otras flores también amarillas que por ser tan pequeñas se le conoce con el apellido de “enanos”. Narcisos enanos.
Esta ladera, la soleada, la que se burla de los turistas viéndolos surcar el valle de un lado para otro en busca de no se sabe qué, la que fue achicharrada pero hoy regenerada y repleta de verde y aromas, esta ladera es un trozo para mí muy especial. Es mi rincón entre los rincones. Por eso me alegro tanto que por lo menos hoy los turistas la hayan dejado en paz. Ya sé yo bien que ellos y los otros no saben paladear delicias como las que por estas solanas se apiñan. Y hoy he aprendido algo más de estas sierras. Me he parado un rato en la fuente, manantial del barranco Polo, el que brota por debajo de lancha rocosa y forma el charco. He gustado la transparencia del charco y al mismo tiempo he sufrido otra vez el daño que le han hecho al manantial y al arroyo.
Sigo subiendo apartando zarzas y enebros. Me tropiezo con las praderas que en otros tiempos fueron tierras de cultivo sembradas por los serranos. Me encuentro con la vieja noguera por cuyo recio tronco se enreda las hiedras. Por la tierra descubro restos de alguna pared de piedras. Zarzas creciendo donde crecieron las patatas y los tomates. Enebros por todo el rellano. Mirlos y arrendajos que al verme levantan su vuelo y se alejan para otro rincón de la ladera.
La tierra de aquellas personas - 2
Al pisar las tierras de este rellano siento una emoción especial. Sé que por aquí dejaron ellos lo mejor de sus cuerpos y alma. Por eso creo que estas tierras les pertenecen de una forma especial. Por eso las beso en mi alma y las acaricio con mis ojos intentando fundirme con ellos y no al revés. Dejo atrás la pequeña pradera. Descubro algunas collejas y me sorprende porque no me lo esperaba. Subo y a los cien metros, justo donde se junta los arroyo o donde se dividen, me encuentro con unas rocas muy bellas. Son tobas que se han ido formando por el agua que corre. Rebosa el arroyo y cae por la cascada. Aquí es donde con el tiempo se han formado las tobas. Algunas de estas rocas parecen corales. Encuentro muchos trozos arrancados y luego esparcido por aquí y por allá.
El rincón es muy bonito. Quiero adivinar la tromba de agua que en aquellos años saltaba por aquí. Esta mañana corre sólo un hilillo. Se pierde por entre las zarzas y las rocas tobáceas. Hasta este punto hace años trajeron una pista forestal. Puede que fuera para arrastrar los troncos de los pinos quemados. Puede que quisieran llegar con sus coches hasta las tobas del arroyo. La pista ahora está rota y comida por al vegetación. Los jabalíes han aprovechado y en lo que queda de pista y por entre los juncos se bañan en barro.
Abriendo camino - 3
Escruto la cascada por un lado y por otro y sigo. Ahora por el lado y cuenca de la derecha. Es por este lado por donde se ve una senda. Las zarzas siguen espesas pero me dejan paso. El monte crece espeso y alto pero también me dejan paso. La ladera es arriscada y agreste pero me deja subir. Todo me corta el paso pero subo y subo. Si a la sierra se le quiere y trata con cariño, la sierra se abre, se muestra dócil y se entrega.
No es que las zarzas de una forma mágicas me cedan el paso o que las rocas se transformen alfombras bajo mis pies. Las zarzas están ahí creciendo, junto a las aguas del arroyo y ellas no son las extrañas a estas sierras. En todo caso el extraño soy yo. Ni siquiera vivo aquí y hoy vengo de visita. Para andar por estos montes necesito cierta comodidad. Lo primero una senda y si fuera posible que esta no presente muchos problemas a la hora de recorrerla. Si me adentrará en la sierra con esta actitud sin duda que la sierra no me sería fácil. Más bien toda la sierra me molestaría. Desde los pies hasta lo más fino del alma las zarzas me estorbarían. El arroyo se interpondría en mi paso. Y el agua me molestaría.
Pero como parto de la idea de que el único extraño, malo y destructivo soy yo, al encontrarme con los pinchos de las zarzas lo acepto como algo normal y como mis manos poco a poco las voy apartando sin romperlas. No me hiero ni me siento molesto. Logro trazar mi camino hasta por el rincón más complicado y cuando llego a las rocas, a la pared o al acantilado, me siento humilde, torpe, frágil. Busco la repisa, el sobresaliente o el agujero y con calma voy logrando mi objetivo. La sierra se me abre y se me muestra fácil, bella, amorosa. Noto que algo por dentro me va llenando de satisfacción y libertad. Cada vez que logro ir de un lado para otro por entre las zarzas me tropiezo con perfiles y matices que siempre son nuevos. Una cascada no se parece a la otra. Flores de scila que crecen donde hasta ahora nunca había visto. El mirlo que se esconde en espesuras de monte que no se parece a lo que vi la otra tarde. El musgo, el chorrillo, las palomas…
Corono el montículo entre los dos arroyuelos de este Barranco Polo. Me paro montado en una roca. Echo una ojeada al trozo de ladera que ya he subido. Lo que más me asombra es la esbelta y majestuosa figura del pino que se salvó del incendio. Tiene sus raíces clavadas en el mismo cauce del arroyo que me ha quedado por la derecha. Pero su tronco es tan largo que sobresale de este barranco y la sierra que le rodea. Pertenece al grupo de pinaster. En estos momentos y lugar es el vigía de este arroyo y media ladera más. Lo guardo en mi cámara de fotos y miro para la parte de arriba.
Casi a mi altura, por la ladera de la derecha descubro la pista forestal que surca esta amplia solana. Es una de las varias que surcan la amplia solana que va desde el Empalme del Valle, todo el valle del río Guadalquivir abajo hasta las Lagunillas por el Tranco. Más lejos y por la ladera derecha la vuelvo a ver otra vez. Se mete para el barranco del arroyo Torre del Vinagre. Hacia este punto es para donde voy. Piedras Rubias se alzan más arriba. Desde donde en estos momentos me he parado a descansar unos minutos y a gozar de la sierra que se me abre no veo Piedras Rubias ni el barranco del Arroyo Torre del Vinagre. Tampoco veo la pista que acabo de describir cuando ésta pasa por encima de donde ahora estoy. Pero adivino que no la tengo muy lejos de este punto.
Subo un poco y me la encuentro por entre los romeros de la solana. Me voy por ella y avanzo en la dirección en que sube que para el Embalse del Tranco. Atraviesa el arroyo por donde he subido, todavía con agua por aquí y me vuelvo a parar en una pequeña gruta. Bebo agua porque no es cauce sino manantial que brota aquí mismo y sigo. Antes de coronar el rellano que es el montículo desde donde ya se ve el barranco por donde baja el Arroyo Torre del Vinagre me tropiezo con otro pino. Es un laricio viejo y muy recio. Creo que alcanza los treinta metros y en su tranco tiene una gran herida. Un agujero profundo perforado por los serranos de otros tiempos. Me paro y despacio lo descubro. En el hueco del tronco que lo tiene muy a ras de tierra han hecho fuego. Me digo que será para que así el pino suelte más resina. Me digo esto y en estos momentos una vez más descubro que de estas sierras no sé mucho. He oído que de la resina que extraían de los troncos de los pinos los serranos sacaban la pez que luego vendían y usaban para hacer alquitrán. Esto es una simpleza en relación a lo que me gustaría saber.
Corono el rellano. La ruta sin senda que acabo de remontar aunque resulta emocionante no es precisamente el camino más rápido para coronar la cuerda. Pero como estoy convencido que en la sierra no debo tener prisa para nada no me importa el tiempo que tarde en subir a la cumbre. La hora y el tiempo también son extraños a los paisajes, azules y silencios de estos montes.
Como centro, la eternidad - 4
Y por eso, porque no tengo prisa al llegar al rellano me paro. Respiro el aire y gozo del rincón y me siento feliz. Si esta sierra es mía, si yo soy esta sierra, si creo en la eternidad y por lo tanto en Dios como Creador mío y de estos montes, este barranco me pertenece. No debo llegar, mirarlo de cualquier manera, asombrarme e irme. Me detengo en los paisajes y me gustan tanto que los considero únicos. Creo que este lugar es único en todo el Universo. Dejo que me bulla dentro las limpias sensaciones que me regala lo que observo y gozo tan mágico momento. Siento como si dentro de mí se abriera una verdad muy bella. Este rincón, en esta mañana, con sus pinos, sus robles, el cascabeleo del agua por el barranco del Arroyo Torre del Vinagre, los pajarillos, el leve viento y la hierba a mis pies me pertenecen desde el momento que todo esto fue creado. Por eso lo he soñado tantas veces, por eso es tan viejo como yo y va conmigo por donde me muevo, por eso lo conozco, me abraza, me habla, nos fundimos y no somos distintos y muchos sino uno que respiramos, vivimos, latimos y nos transformamos al mismo tiempo.
Cargado, centrado, reabastecido y orientado en mi espíritu y puesto en sintonía con el cuerpo y alma sigo la ruta. Dejo el camino que hasta este punto he traído porque baja para el cauce y yo debo subir. Me voy para la izquierda remontando por el puntal.
La repoblación -5
Descubro rodada de coches. El monte está lleno de los surcos que han dejado las ruedas de los coches. Han repoblado todos estos cerros. Por algunos sitios han plantado pinos y por otros quejigos y encinas buscando coincidir con lo que tanto se airea en estos tiempos. Aunque crecen más lentamente puede que cuando pasen los años estos cerros vuelvan a estar como antes del gran incendio. Fue desbastador por estas laderas que en tiempos aun más lejanos tuvieron otro tipo de vegetación.
Por ahí abajo, por donde se despeña el arroyo y por la parte alta se ve con claridad que no ardió. Los pinos, los quejigos, las encinas, las sabinas y los enebros son robustos y viejos. Puede que algunos de estos ejemplares tengan siglos. Por eso al verlos y compararlos con los pequeños tallitos recién plantados no puedo dejar de pensar en la cantidad de años que tendrán que pasar hasta que vuelva a verse por aquí un buen bosque. Y muchos más años deberán transcurrir para que este nuevo bosque tenga joyas. Piezas de museo como los que había en otros tiempos.
Para proteger a las nuevas plantas han vallado toda la colina. Estos brotes jóvenes y tiernos son bocado exquisito para las cabras monteses y para los ciervos. Como mi ruta va trazada por la raspa de la colina en busca de la cumbre al tropezarme con la alambrada busco por donde pasar. Mi objetivo es bordear el barranco, cuenca de cabecera del Arroyo Torre del Vinagre. Ahora debo seguir hasta coronar por donde la Nava del Puesto. No pretendo llegar a las tierras de Jabalcaballo por Peña Corva que no me quedarán lejos. Mi plan es coronar Piedras Rubias.
Mientras voy coronando por la derecha veo Piedras Rubias. Cada vez las tengo más cerca y me parecen preciosas. Subo por la ladera de enfrente desde donde precisamente se distingue mejor la gran pared rocosa cara al sol de la tarde. La parte alta, el pico, se alza majestuoso un poco curvado por encima de la gran cumbre. Es el punto más alto por este rincón y se me presenta tan bello y señorial que da la impresión de clavarse en el azul celeste que hoy revolotea por el cielo. Mientras voy subiendo fotografío Piedras Rubias una y otra vez. Me sitúo bajo las ramas del viejo roble que acabo de tocar y las fotografío. Es un lugar magnífico para hacer fotos. El viejo roble se salvó del incendio y ahora se estira majestuoso, curvado su tronco para el valle de Guadalquivir y el barranco de la Torre del Vinagre. Un poco más arriba me tropiezo con lo que parece un buen rebaño de dinosaurios. Unos cuantos peñascos salteados por la ladera que parecen subir para la cumbre en busca de hierba. Son tan extraños y bellos que tienen pinta de un rebaño de dinosaurios. Desde este punto hago más fotos a Piedras Rubias.
Superando el espacio de los dinosaurios me tropiezo con otro grandioso ejemplar de quejigos. Crece por donde un collado y cerca descubro la explanada de las piedras coloradas. No me esperaba lo que voy encontrando. Y me digo que mi ruta por esta ladera está siendo de lo más emocionante. Hace tiempo me dijeron que por esta solana había algo de cuarzo. Algunas de las piedras que me voy encontrando parecen cuarzo. Pero en cuanto las cojo en mis manos descubro que son de calcita. Y es muy abundante. La calcita es un mineral muy bello presentando un amplio abanico de tonos. Dorados semejante al tono de las majestuosas Piedras Rubias. Amarillentos otros, blancos y otros tonos más o menos intensos según las piedras. Me llama la atención la abundancia de tanto mineral por aquí. Se que la calcita es muy frecuente en esta Parque Natural. Me la he encontrado muchas veces en muchos rincones de estas sierras pero algún trozo entre calizas. Solo calcita y tan pura como la que estoy viendo es la primera vez que la encuentro en estas sierras.
Quiero decir que la calcita cubre casi el cuarenta por ciento de la superficie terrestre. Es un mineral común y su nombre deriva del latín, calx que es igual a cal. Se le conoce por el nombre de “Leche de monte”, a la variedad coloreada impropiamente se le dice “ónice de México” y a la que tiene concreciones fibrosas se le dice “alabastro calizo”. Este es el mineral que origina las estalactitas y las estalagmitas y los típicos travertinos.
Un día, por las Albardas en lo más alto de la cuerda que pretendo remontar, me encontré yacimientos de mineral de hierro en forma de bolas pequñitas. En la misma cumbre existe dos o tres afloraciones. Otra vez también tuve en mis manos trozos de pirita de cobre, una roca grande y que pesaba casi un kilo. Me la encontré donde esta cordillera es cortada por el río Guadalquivir cuando esté gira para Sevilla. La calcita que me voy encontrando hoy me distrae mucho y por eso me digo que a partir de ahora cada vez que recorra estas sierras iré atento para que nos e me escapa algún posible nuevo hallazgo. No me estorbará para nada saber todo lo que sea posible sobre los minerales de este espacio pero como experiencia propia.
De estas pequeñas piedras doradas cojo dos o tres y las echo en mi mochila. Cuando llegue a Piedras Rubias la grande, comprobaré si aquellas rocas son como éstas. Ya desde aquí me inclino a creer que no. Sigo y algo más tarde, cuando ya voy llegado a lo más alto y mi reloj marca casi las dos de la tarde, Piedras Rubias siguen saludándome al frente y majestuosas. Su tono es de un dorado muy parecido a las piedrecicas que llevo en mi mochila.
Sobre la cumbre - 6
Ya estoy aquí. Lentamente he caminado y casi sin darme cuenta, he tardado mucho y he sudado bastante, me he puesto en lo más alto de Piedras Rubias. En realidad no son varias sino un compacto pico rocoso. Y la primera sensación que siento es magnífica. Me encuentro feliz, relajado, en paz. Algo así como cuando uno despierta de un plácido y profundo sueño. Todo lo que en estos momentos me rodea me parece nuevo. Más limpio el cielo, más suave el viento, con más vida el monte, con más fuerza el verde de la hierba y hasta los animales que ahora se mueven por esta zona parecen contagiados de alegría nueva. Tengo conciencia de que ahora mismo estoy viviendo un privilegio. Respirar este vientecico, pisar estas cumbres, contemplar estas rocas, sentirme aquí, andar por entre este silencio, con este abrazo tan dulce y por el tiempo que ni se siente, es para mí el gozo más supremo.
Desde el cruce de los caminos hasta lo más alto de Piedras Rubias se llega por la senda que avanza cuerda adelante desde la Nava del Puesto dirección Jabalcaballo. Justo desde la pradera donde se cruzan los caminos, Nava del Puesto, el camino es pista forestal. Baja un poco para el barranco para salvar la cumbre del Caballo de la Zarza y luego sube. Es bellísimo este trozo de camino. No es sólo porque discurra por lo más alto de la cuerda sino porque lo escolta un espeso bosque de pinos laricios y quejigos. No es normal encontrar ejemplares de pinos como los que por aquí crecen. Muchos de ellos tienen en sus troncos las cicatrices que le hicieron para sacarles resina. Los quejigos también son de los mejores de estas sierras. Clavados en los sitios más difíciles, retorcidos, con mil huecos en los nudos y majestuosos. Como si presumieran de mecese donde las nubes son libres y únicas.
En cuanto pasa el último gran roble, por donde quiere brotar un débil manantial, el carril empieza a morir. Poco a poco deja de ser pista forestal y lo que continúa ya es una senda. Se cuela en la ladera por donde todo es un terraplén formado de multitud de piedrecillas rodadas desde la cumbre. Se le conoce a este punto con el nombre de los Asperones. Y ciertamente es muy áspero este rincón que son los primeros metros de la cuenca Arroyo Torre del Vinagre. Es muy bella esta singular ladera. Arranca en la misma cumbre que voy dejando a mi izquierda, lo más elevado del caballo Fuente de la Zarza y que se le conoce por Los Palancares. Esto Palancares están formados por tres agrestes picachos que superan los 1514, 1520 y 1456 metros sobre el nivel de mar. Y como precisamente esta cumbre es el punto más alto del Arroyo Torre del Vinagre y este cauce corre de norte a sur la ladera de los Asperones está por completo deshecha.
La lluvia, el viento, la nieve, los hielos y en verano el sol se rompen de plano sobre estas rocas. Un poco cada uno de estos elementos deshace las piedras y éstas, en trozos pequeños, ruedan en la misma dirección que bajas las aguas por el arroyo. De este modo se forma la peculiar pendiente de los Asperones que comienza en la misma cumbre y se alarga hasta lo hondo del barranco. Por donde nace el Arroyo Torre del Vinagre todo es muy abrupto y profundo.
Mientras voy recorriendo la senda y atravieso el paisaje rocoso me digo que en realidad esta ladera es muy similar a muchos de los calares que existen en estas sierras. Se asemeja bastante al calar de Peña Juana por el macizo del Cabañas y arroyo de Los Tornillos sólo que aquel se derrama de sur a norte y éste lo hace de norte a sur, más o menos. Las piedras de aquel y de éste son calizas y como es tanta la cantidad cubriendo la ladera la vegetación casi no existe. Pocas plantas pueden vivir en terreno tan malo. Por aquí solo algún roble, dos o tres pinos laricios, enebros y pequeñas matas de hierba. Algunos narcisos enanos, scila, cardos y poco más.
Al pasar por los Asperones la senda se estrecha y se abre paso con mucha dificultad. Es por esta razón por lo que la pista decidió no seguir. Aunque creo que esta no fue la razón por la que la pista muriera. Si hubiera seguido habría atravesado este grandioso calar, se abría asomado por el collado entre Piedras Rubias y el Palancar Alto, habría recorrido una preciosa llanura y por el lado norte de pico Pardal se hubiera acercado a Peña Corva. Desde aquí se habría ido y en realidad se va porque en este punto existe esta pista por las tierras altas de la altiplanicie de Jabalcaballo.
Puntualizo aquí que muchas de las pistas forestales que recorren estas sierras fueron construidas por el Patrimonio Forestal cuando plantaron muchos de los pinares que ahora existen y otras pistas las abrieron en la etapa de Icona. Algunos de estos carriles fueron trazados por los sitios más complicados y difíciles. No importaba que se tropezara con un gran paredón rocoso. A cincel y martillo se rompían las rocas y la pista seguía. Algunos de estos caminos costaron mucho trazarlos. Yo los he visto y al pasar por ellos siempre me quedé asombrado. Fundamente por dos cosas. La obra robusta y grandiosa de Dios y el destrozo de los humanos. Lo único que en este sentido me consuela es saber que por muchos de estos carriles no se deja paso libre.
El caso es que continúo por la senda de los Asperones. Intuyo que este camino sé es de los serranos que en tiempos pasados vivían en los cortijos de la sierra. Tenía que pasar por aquí ellos para ir al pueblo de la Iruela y Cazorla y para llegar a otros cortijos. Según avanzo mi asombro aumenta. Ya esto a dos paso de la gran muralla de Piedras Rubias. Le voy entrando desde el poniente cuerda adelante para Peña Corva. Es por este lado por donde Piedras Rubias presenta su cara más espectacular. La parte más bella de todo este gran conjunto montañoso. Porque es la cara dorada, la que brilla con tonos oro al sol de la tarde y se ve desde casi todo el valle del Guadalquivir. De esto le viene su nombre. Esta pared se alarga desde lo más alto de la cumbre y cae en vertical para el hondo barranco del Arroyo Torre del Vinagre. Tengo que decir que Piedras Rubias se derraman de arriba abajo. Desde lo más alto de la cumbre para el valle del Guadalquivir. Según avanzo por la senda este macizo de Piedras Rubias me tapa toda la cumbre de las Banderillas. Y tengo que decir que una de las cosas más bellas de estos monstruos rocosos es el abanico de tonos que regalan. Lo más próximo a mí, que es lo que en estos momentos ando buscando, presenta tonos rubios, dorados, rojos, grises, naranja, ocres y todos estos tonos fundidos en uno solo. El macizo de las Banderillas me regala tonos azules, verdes, grises, blancos niebla y hasta casi algodón.
Lo digo porque en estos momentos por encima de las Banderillas revolotean muchas nubes. Unas son arrugadas, otras alargadas, redondas, estiradas en la dirección del viento y todas parecen querer dormir sobre la punta de esta cuerda. Entre las Banderillas y mi cordillera, la que voy recorriendo, se hunde el valle del Guadalquivir. Por este trozo de la sierra los tonos son negros, marrones, sombras y oscuridad. Más próximo a donde estoy ya son por completo verdes. El bosque se derrama barranco abajo y en el bosque crecen los pinos, los quijigos, enebros y encinas. El espectáculo es grandioso.
Se me viene a la mente el recuerdo de unos textos antiguos. Me llamó a atención las imágenes que presenta de estas sierras. Las describen muy ampulosamente, llena de temblores, de asombros y de horror. “Pinos monstruosos”, “Paisajes amenazadores y espantosos”, “Cavernas de dragones”, “Concepciones fantásticas”. Pero ahora recuerdo especialmente otro texto del año 1940 donde se describe algo que en estos tiempos ya no existe y que sí me hubiera gustado ver con mis propios ojos. “La sierra está poblada de cortijos y hay muchos pinares y otros árboles. Críanse en ella osos, jabalíes, corzos y cabras montés. Tiene, muchas fuentes muy abundantes de donde manan muchos ríos de buenísimas truchas, anguilas y peces”.
Creo que sí es verdad que en estas sierras hubo osos. Y estoy muy convencido de que por aquí, por el rincón que voy recorriendo, es por donde quizá vivieron los últimos de estos osos. Varios puntos de esta cordillera tienen nombres que hacer referencia a estos animales. Y también digo que la sierra no es tenebrosa. Estos barrancos con sus hermosísimos ejemplares de robles no resultan espantosos a mis ojos sino grandiosos. Repletos de la más fina belleza que remite a Dios.
Fotografía mi hermosa cumbre fundiéndola en esta ocasión con la cuerda de las Banderillas y sigo mi avance por la senda. Según voy atravesando el calar Piedras Rubias van apareciendo cada vez con más nobleza. Por la izquierda también se aparece la cumbre de Palancar Alto. Llego a un collado y desde aquí veo a lo lejos las ruinas de algunos cortijos. Cerca observo bancales sujetando las tierras en la ladera. Se me esponja el corazón sabiendo que en otros tiempos por estas profundas sierras hubo gente cultivando las tierras. Creo que hoy todo está abandonado. Solo en verano pastorean por aquí algunos rebaños de ovejas. En estos momentos el silencio es hondísimo y la paz densa. Es lo que abrumadamente capta el alma en muchos kilómetros a la redonda. Sin embargo el verde de los pinos es puro, canta algún parajillo y el viento y las nubes se pasean limpiamente por entre las rocas y el cielo.
Salgo del calar, subo un poco girando para la derecha y luego a la izquierda y ahora el corazón me late más aprisa. Dentro de unos minutos voy a coronar otra vez la cumbre. Ahora es por este pequeño y mágico collado entre Palancar Alto y Piedras Rubias. Subo siguiendo la cordillera en la dirección del levante y como por aquel el paisaje se abre para luego abrirse más en las llanuras de Jabalcaballo, el terreno se presenta con muchas ondulaciones. Me asombran de tan bellas como son. Pico a un lado y otro, collados, pequeñas navas, laderas en casi todas las direcciones, algún que otro montículo que nace y muere por aquí mismo y en lo alto rocas. Las rocas en estas cumbres se presentan a mis ojos en todas las formas, colores y tamaños. Una vez más descubro que este rincón es de una belleza sin igual en las sierras de este Parque Natural.
Voy llegando y la emoción me crece. Este es uno de los momentos más emocionantes y plenos jamás vividos por mí. Lo sé muy bien. Desconozco qué me puedo encontrar al otro lado de estas cumbres. Es la primera vez que vengo por aquí. Desconozco todavía gran parte de las sierras de este Parque. Y como lo desconozco pero intuyo que serán paisajes ricos en matices me arde en alma el deseo de encontrarme a lo que tanto amo aunque aun no lo haya visto. Consumo los últimos metros, giro para el levante, paso rozando las rocas que a la izquierda forman un pequeño desfiladero. La senda deja de subir. Se nivela adaptándose al terreno y aquí está: ante mí, la espléndida, la extensa, la plenamente bella y acogedora llanura de Jabalcaballo. Por la izquierda me corona el Palancar y por la derecha me sobresale Piedras Rubias. Los montes me saludan desde sus rocas, perfiles azules y ondulaciones tapizadas de verde invierno y naranja otoño. Si digo que es inenarrable es decir nada porque esta expresión es un reconocimiento de impotencia y anonadamiento ante lo que tengo frente a mis ojos. Mi deseo es ahora descubrir lo más exactamente posible para así poderlo transmitir. Pero lo que esto me regala e hiere en el alma no sé yo expresarlo.
Me paro en el mismo punto en que al subir, domino la máxima panorámica y lo primero que descubro se parece a algo que ya he visto en otro rincón. Justo de mis pies arranca un pequeño bosque de pinos no muy grandes. Nada más verlos me digo que esto lo tengo yo visto en algún lugar de estas sierras. Y es verdad. Tanto los pinos como la configuración del terreno se parece a un trozo que yo tengo muy pisado por las cumbres del Gilillo. Es exactamente el Portillo de la Calabaza cuando la senda vuelca desde el puerto del Gilillo para el Valle del Sinclinal.
Por la cumbre del Palancar Alto - 7
Sobre la cumbre de este monte noto que la sierra se me derrama en todas las direcciones y ya algo más lejos, para el norte, todo me es desconocido. El terreno se hace llanura y luego se ensancha. Por un lado se derraman Piedras Rubias, más lejos Peña Corva, el Morrón de los Cerezos, el Pardal más cerca y a la izquierda y entre los cuatro picos se queda Jabalcaballo. Hoy ya está verde. En cuanto avance un poco más la primera se pondrás más verde y cuando ya vaya llegando el verano su verde llegará al máximo. En estas praderas y en las llanuras a un lado y otro la hierba crece abundante y verde denso. Por entre el verde de las praderas resaltan los arbustos espinosos. Majuelos rosales silvestres y aulagas. Su color es ocre porque aun no han brotado. Y sobresaliendo por entre los arbustos y la hierba pequeños montículos de piedras blancas. Son las típicas rocas de esta cordillera a partir de este punto.
Peña Corva, la Morra de los Cerezos, la Blanquilla Alta y Baja, la Lancha de la Cigarra y otros puntos de estas cumbres cuyos nombres tendré que ir aprendiendo, están formados por rocas calizas casi tan blancas como la nieve. “Las montañas blancas” creo que en otros tiempos era como se le conocía a estas cumbres. No quiero inventar una realidad nueva pero para mí me guardo este nombre. Creo que le cae bien a estas sierras.
De este tema y algunos más hablo con el pastor que cuida a sus ovejas cerca de Piedras Rubias.
- Por estas laderas, picos y barrancos, en aquellos tiempos cuando en los inviernos llovía y llovía era gloria bendita ver los manantiales brotando por cualquier sitio. De esta roca, de aquella pradera, de esa torrentera, y de aquel agujero salía el agua a raudales. Era una delicia tropezarte con un manantial por aquí otro por allí y por todos sitios agua brotando limpia, fría y transparente. Esto era en aquellos años cuando llovía como tiene que ser.
Mientras me habla las ovejas pastan apurando los tallos de hierba que el invierno ha dejado por estas tierras.
- Esto del pastoreo por estos montes se ha quedado solo para unos pocos. Es casi como un entretenimiento. Por eso cuando los turistas vienen por aquí le llama mucho la atención ver ovejas sobre las cumbres de estas montañas. Parece como si lo más importante, para estas sierras y ahora, fuera solo el turismo. No se habla de otra cosa en todos los rincones de este Parque Natural. Un día y otro solo se gastan dinero en construir hoteles, hacer propaganda, embalsar piscinas y crear villas turísticas por Cazorla, Segura, Fuente Negra. Y menos mal que pararon el proyecto para traer agua al pantano de Aguascebas desde el río Guadalquivir. Por aquí cerca hubieran pasado los tubos.
Los escucho un rato. Lo despido luego y sigo subiendo para lo más alto de Piedras Rubias. Al pasar junto a la pared de roca del aguilón que esta cumbre forma veo la luna destacada sobre el azul del cielo. Me gusta el cuadro y por eso la recojo en fotos. Justo ahora, por los escalones de este robusto farallón revolotean algunos roqueros. El roquero en estas cumbres no es el joven que canta o baila rok en las discotecas sino un ave que vive por las rocas de las montañas y que es como un gorrión de grande más o menos. Su color es pardo y casi siempre anda solo.
Sigo rodeando la roca para entrarle por la parte de levante que es el lado más fácil de andar. Mientras voy coronando los últimos metros me repito lo último que me ha dicho el pastor:
- Los jóvenes serranos mis hijos y los de otros como yo, se van de estas sierras. Ellos ya no quieren ovejas sino que se van a los pueblos y ciudades. Cuando vuelve por aquí siempre vienen en actitud de visitantes. No quieren quedarse.
Piedras Rubias fuente en la pista - 8
Ahora casi me da pena irme de esta cumbre. He tardado tanto en llega a ella, me ha latido tanto el corazón mientras subía por la ladera y mientras me acercaba, la he soñado tantos días a lo largo de años, la he deseado con tanta fuerza y la he fundido tanto a mi alma que cuando ya por fin estoy sobre ella me da pena irme. Sé que quizá pase mucho tiempo antes de que vuelva otra vez. Puede que incluso no vuelva por aquí nunca más. No es fácil llegar a esta cumbre, no tengo mucho tiempo para recorrer estas sierras y ya hace tiempo que presiento mi marcha para siempre. Ya estoy dejando de ser joven. Puede que nunca más vuelva por aquí y esto me pone triste. Es como cuando una pierde al ser que ama y en el fondo sabe que nunca más lo verá.
Por eso ahora, cuando ya el sol cae un poco para el horizonte y comienza a irse de estas cumbres, ya también comienzo mi descenso rumbo ya a donde esta mañana he dejado el coche. Desde la cumbre de esta impresionante molen rocosa me empiezo a ir. Bajo saltando rocas campo a través solo con la intención de buscar la pista que pasa por el lado de debajo de Piedras Rubias. Este lado de Piedras Rubias es muy parecido que también tiene Peña Corva. Casi gemelo y en la misma posición y los dos deslizándose para el valle del Guadalquivir. Ambas caras forma como un terraplén que sube o baja según se mire desde la parte más alta y se funden con la ladera que cae para el valle del río. En Peña Corva, la vecina de ésta que ahora piso, el terraplén es más suave, menos rocoso y menos diferente entre cumbre y valle. En mi cumbre amada y soñada el terraplén es muy agreste. Es la misma cumbre de jirones rocosos, retorcidos y tajados que desde arriba se prolongan ladera abajo. Por eso este terraplén es más duro en sus detalles, en su visión y en sus perfiles.
Es muy complicado de andar y por aquí me voy yendo. Lo voy recorriendo lentamente para que me dure más. El alma se me queda y por eso tengo tristeza. Hasta me entran ganas de llorar. Mi sentimiento es de despedida para siempre. Siento un dolor que sabe a muerte y sé que en cuanto llegue no podré apartarlo de ninguna manera. En estos momentos gozo y sufro, soy feliz y lloro porque me darán un golpe muy duro. Mientras bajo me corre por las venas este dolor y el único consuelo que tengo es pensar que antes que yo hubo otras personas que también fueron echados de estas sierras.
Por la fuente sin nombre para mi -9
Me ha costado mucho bajar pero ya estoy en la fuente. Me la he encontrado en la misma pista forestal que esta mañana corté cuando subía. Me duelen los pies de tantas rocas como he pisado. Estoy sudando y cansado. Mojos mis manos, lavo mi cara, bebo y a la sombra me siento. Agua limpia y fresca tal como más me gusta a mí. Hasta tengo aquí un buen rodal de juncos gruesos y altos. Corto uno de los más gruesos. Con otro algo más delgado y seco lo introduzco por el corazón del primero y lo dejo hueco. Ya tengo un utensilio muy parecido a lo que en la civilización moderna llaman pajitas. No es de plástico sino vegetal. Creo que las auténticas pajitas son esta que acabo de fabricar.
Me pongo de rodillas cerca de la fuente. Meto mi pajita en agua y bebo. No es la manera correcta de beber en las fuentes de estas sierras pero así lo hago hoy. Me siento a la sombra de los pinos. Dejo que el viento me acaricie. Dejo que pase el tiempo. Ya no tengo prisa y si pena. De mi mochila saco la poca comida que hoy he traído conmigo y como. Ya hace bastante que se ha pasado la hora de la comida pero a mi me da igual. En estos momentos es cuando tengo hambre. Como despacio y media hora más tarde me levanto. Bebo otra vez y retomo la ruta. Ahora baja por el barranco de la Torre del Vinagre. A poco veo el cortijo en lo hondo. La pista se divide. Un ramal sigue al frente y se va para donde Peña Corva. Otro ramal baja por la ladera hacia la cañada por encima del cortijo Torre del Vinagre. Sigo por este ramal. Muchos romeros, juncos, bañeras de barros obras de los jabalíes, colmenas entre los romeros, gomas de plástico por donde se llevan el agua del manantial que brota por este rincón. Es el agua que van soltando las entrañas de Piedras Rubias. En cuanto sale por este buen manantial la mente en tubos de plástico y por la ladera se la llevan para las instalaciones turisteras. Me digo que es una pena porque esta fuente y en este lugar seguro que sería una auténtica joya. Ahora no lo es.
Recorro la cañada por donde otra vez la pista se divide. Un ramal viene para el lado de la derecha, Arroyo Torre del Vinagre y otro ramal se va por el collado para el Museo de la Torre del Vinagre. El de los turistas. Me encuentro con el cortijo verdadero. Tiene su cerca de alambre pero la puerta está abierta. Paso y antes de llegar llamo. No hay nadie. Me paro un momento en el mismo rellano del cortijo. Observo la parra, las plantas, la forma del viejo cortijo. Sigo y me retiro. Se me queda atrás y también el barranco que se ha fraguado por debajo de Piedras Rubias y es por donde desciende en grandioso Arroyo Torre del Vinagre. Atravieso un bosque de encinas dirección al río Guadalquivir. Llego a la carretera asfaltada. Giro para la derecha sigo mi ruta. Triste aunque redondo por dentro. Paso el Arroyo Torre del Vinagre pero ahora por el puente de la carretera asfaltada. Unos minutos después llego al coche. Se me acaba la ruta. Se me acaba el tiempo. Se me acaba el alma y por eso echo una última mirada al grandioso macizo que hoy ha sido corazón y emoción conmigo. Me despido y lloro. Soy feliz pero tengo dolor porque nunca más volveré por el rincón. Me desterrarán y me encerrarán en una cárcel muy extraña y lejos de estas sierras. Lo presiento y por eso lloro.
LA RUTA: Hotel Noguera de la Sierpe, arroyo Polo, la Lanchilla, Nava del Puesto, arroyo de la Torre del Vinagre, Cortijo de la Torre del Vinagre, Noguera de la Sierpe. Zona restringida y alambradas.
Distancia : 5 km.
Tiempo : 7 horas andando.
Desnivel : 350 m.
Camino Campo a través, vereda y carril.
Nota del autor: el día que hice esta ruta tardé en recorrerla ocho horas y media. Y este tiempo se me quedó repartido a lo largo de todo el recorrido de la siguiente manera:
Noguera de la Sierpe alto de la cumbre por la Nava del Puesto : de 10 de la mañana a 2 de la tarde.
Alto de la cumbre, Nava del Puesto, Piedras Rubias : de 2 de la tarde 3 de la tarde.
Piedras Rubias fuente en la pista por debajo de Piedras Rubias : de 3 de la tarde a 4,30 de la tarde.
Fuente en la pista cortijo de la Torre del Vinagre : de 5 de la tarde a 6 de la tarde.
Cortijo Torre del Vinagre Noguera de la Sierpe : de 6 de la tarde a 6,30 de la tarde.
El recurrido de la ruta es como sigue: arranca por donde el hotel Noguera de la Sierpe, sube por el Barranco Polo hasta donde un manantial bajo una roca, se viene para el lado del Arroyo Torre del Vinagre, sube a un rellano por donde se encuentra con una pista forestal, se sale de esta pista para continuar puntal arriba en busca de la cumbre por donde la Nava del Puesto. Corona la cuerda por el lugar de la Nava del Puesto, se viene para el lado derecho siguiendo un carril de tierra hasta que se pierde. Lo que sigue es una senda que atraviesa el calar de los Asperones, se asoma al collado entre Piedras Rubias y el Palancar Alto y por detrás de Piedras Rubias, se viene para la derecha campo a través. Corona los más alto de Piedras Rubias y desde aquí se viene por la ladera saltando rocas para venir a salir por el lado de debajo de estas Piedras Rubias. En este barranco se encuentra con un carril de tierra que es el mismo que aparecía el subir Barranco Polo. Por aquí se tropieza con una fuente y sigue bajando en busca del la solana del cortijo Torre del Vinagre. Por el lado izquierdo del Arroyo Torre del Vinagre y también el lado opuesto al que usaba la ruta cuando comenzaba la subida. En mitad de la ladera se separa del carril que sube para Peña Corva y se viene para el cortijo. Desciende por una preciosa cañada con mucha agua y romeros y siguiendo la pista llega al cortijo Torre del Vinagre. Desde este punto baja un poco más y se encuentra con la carretera que recorre el Valle del Guadalquivir. Se viene para la derecha y por esta carretera hasta llegar al hotel Noguera de la Sierpe que es donde la ruta comenzó. Se cierra en este punto el recorrido que ha resultado con un trazado circular, con algunos trozos por pistas forestales y sendas y otros, campo a través.
Algunos de los detalles que fui anotando a lo largo del recorrido hacen referencia a la flora y fauna. Encontré Scila, narcisos enanos, prímulas, orégano, collejas, romeros, jaras íbridas, majuelos, pinos pinaster, pinos laricios, robles y encinas. Los robles son los quejigos llamados robles desde tiempos lejanos por los serranos. Y la fauna que vi fue la siguiente: arrendajos, zorzales, perdices, pica pinos, palomas, mochuelos, mirlos, roqueros, buitres leonados y reyezuelos.
Piedras Rubias ladera sur.
La orientación - 1
Resulta que estoy en la misma cumbre de la cordillera, la que viene desde el Puerto de las Palomas y se alarga con el río Guadalquivir para que éste la corte por el tajo del Tranco. Aquí, justo aquí confluyen cuatro caminos. La pista que llega desde el Puerto de las Palomas. La que sigue y por eso es la misma hasta pasar Piedras Rubias, en este tranco solo senda, pasa por el Pardal y recorre las llanuras de Jabalcaballo para salir por el arroyo de Gil Cobo. La senda que se va para los Palancares y la que sube por el arroyo de la Torre del Vinagre, lado opuesto a Piedras Rubias. En la confluencia de los cuatro caminos se abre una pequeña llanura. Se le conoce por la Nava del Puesto. Un refugio también pequeño de piedra pero que ya nadie cuidad y cuatro robles viejos y bellos. También hay pinos que por aquí son laricios y una muy amplia panorámica en todas las direcciones. En realidad este punto es un puerto, un salto de una vertiente en la cordillera a la otra vertiente. Y como en realidad los caminos existen desde hace mucho tiempo es por lo que creo que este punto exacto tiene un nombre. Tiene que tenerlo. El que aparece en algunos mapas no me convence pero en el momento en que escribo estas líneas no lo sé. La llanura sí es conocida, ya lo he dicho, por la Nava del Puesto por eso de la caseta que sirvió como puesto para la caza mayor.
Pero lo que ahora mismo deseo es hablar de la ruta que esta mañana, a las nueve, comencé por donde el río Guadalquivir. La he trazado arroyo arriba. Barranco de Polo es como creo que se llama. Y por el arroyo he visto correr mucha agua. Creo que por este arroyo nunca nadie ha trazado una vereda. Por eso lo primero que me encontré fue mucha vegetación y sobre todo zarzas. Es como si estas plantas quisieran arropar la transparencia de las aguas que por el cauce corre. Subo unos metros y enseguida me encuentro una alambrada. Un pequeño rellano pegado al cauce y muchas pisadas de caballos. Son los caballos del hotel. Los que alquilan a los turistas. Ahora no hay muchos turistas y por eso han dejado por aquí estos caballos. Los pobres animales se pasan el día de un lado para otro y de tanto pisar la tierra se ha convertido en puro barrizal. Los excrementos de estos animales y el barro que han amasado con sus cascos afean mucho el paisaje.
Cruzo el cauce para seguir por el lado izquierdo. En la misma corriente vuelvo a encontrarme con las cagadas de los caballos. Sé que cien metros más abajo esta agua es recogida para la piscina donde se bañan los turistas. Por aquí, años atrás, hubo serranos nobles. En estas praderas sembraron sus huertos y cerca del agua plantaron árboles. Todavía quedan algunos por el rincón pero comidos por las zarzas.
La mañana se alza sobre las cumbres y el cielo, ladera arriba, es azul denso y limpio. La emoción me embarga. Siempre que me encuentro por entre los paisajes de estas sierras y frente a los caminos que las surcas el alma se me sale del cuerpo. No hay gozo mayor para mí bajo el sol. Tengo soñada y metida dentro de mí esta ladera. Sus bosques de romeros llenos de flores, sus limpias cascadas, la de este arroyo y la del otro. Tengo metido dentro y transformados en mis sueños los viejos robles de la ladera, los que crecen torcidos al pie mismo del barranco, las rocas de los dinosaurios frente al dorado oro de Piedras Rubias. Las otras piedras. Las pequeñas del mineral calcita también rojas y esparcidas por la ladera. El barranco de las zarzas quemado por el incendio de hace unos años. Los pinos largos que regios resistieron a las llamas y ahora sobresalen casi por encima de las cumbres. Son tan largos y con el tronco tan pelado que yo los llamos “Los centinelas de la ladera quemada”. Tengo metida en mi alma y me la llevaré conmigo hasta la muerte la fuentecilla de los juncos bajo el paredón dorado de las rocas de la cumbre, las sendas que surcan la ladera y la cresta de la cordillera. Por sus hondos silencios se amontonan los recuerdos de los hombres de la sierra. Las praderas de esas pequeñas flores amarillas llamadas primaveras y que se extiende por toda la cuenca del arroyo Torre del Vinagre. Las de las otras flores también amarillas que por ser tan pequeñas se le conoce con el apellido de “enanos”. Narcisos enanos.
Esta ladera, la soleada, la que se burla de los turistas viéndolos surcar el valle de un lado para otro en busca de no se sabe qué, la que fue achicharrada pero hoy regenerada y repleta de verde y aromas, esta ladera es un trozo para mí muy especial. Es mi rincón entre los rincones. Por eso me alegro tanto que por lo menos hoy los turistas la hayan dejado en paz. Ya sé yo bien que ellos y los otros no saben paladear delicias como las que por estas solanas se apiñan. Y hoy he aprendido algo más de estas sierras. Me he parado un rato en la fuente, manantial del barranco Polo, el que brota por debajo de lancha rocosa y forma el charco. He gustado la transparencia del charco y al mismo tiempo he sufrido otra vez el daño que le han hecho al manantial y al arroyo.
Sigo subiendo apartando zarzas y enebros. Me tropiezo con las praderas que en otros tiempos fueron tierras de cultivo sembradas por los serranos. Me encuentro con la vieja noguera por cuyo recio tronco se enreda las hiedras. Por la tierra descubro restos de alguna pared de piedras. Zarzas creciendo donde crecieron las patatas y los tomates. Enebros por todo el rellano. Mirlos y arrendajos que al verme levantan su vuelo y se alejan para otro rincón de la ladera.
La tierra de aquellas personas - 2
Al pisar las tierras de este rellano siento una emoción especial. Sé que por aquí dejaron ellos lo mejor de sus cuerpos y alma. Por eso creo que estas tierras les pertenecen de una forma especial. Por eso las beso en mi alma y las acaricio con mis ojos intentando fundirme con ellos y no al revés. Dejo atrás la pequeña pradera. Descubro algunas collejas y me sorprende porque no me lo esperaba. Subo y a los cien metros, justo donde se junta los arroyo o donde se dividen, me encuentro con unas rocas muy bellas. Son tobas que se han ido formando por el agua que corre. Rebosa el arroyo y cae por la cascada. Aquí es donde con el tiempo se han formado las tobas. Algunas de estas rocas parecen corales. Encuentro muchos trozos arrancados y luego esparcido por aquí y por allá.
El rincón es muy bonito. Quiero adivinar la tromba de agua que en aquellos años saltaba por aquí. Esta mañana corre sólo un hilillo. Se pierde por entre las zarzas y las rocas tobáceas. Hasta este punto hace años trajeron una pista forestal. Puede que fuera para arrastrar los troncos de los pinos quemados. Puede que quisieran llegar con sus coches hasta las tobas del arroyo. La pista ahora está rota y comida por al vegetación. Los jabalíes han aprovechado y en lo que queda de pista y por entre los juncos se bañan en barro.
Abriendo camino - 3
Escruto la cascada por un lado y por otro y sigo. Ahora por el lado y cuenca de la derecha. Es por este lado por donde se ve una senda. Las zarzas siguen espesas pero me dejan paso. El monte crece espeso y alto pero también me dejan paso. La ladera es arriscada y agreste pero me deja subir. Todo me corta el paso pero subo y subo. Si a la sierra se le quiere y trata con cariño, la sierra se abre, se muestra dócil y se entrega.
No es que las zarzas de una forma mágicas me cedan el paso o que las rocas se transformen alfombras bajo mis pies. Las zarzas están ahí creciendo, junto a las aguas del arroyo y ellas no son las extrañas a estas sierras. En todo caso el extraño soy yo. Ni siquiera vivo aquí y hoy vengo de visita. Para andar por estos montes necesito cierta comodidad. Lo primero una senda y si fuera posible que esta no presente muchos problemas a la hora de recorrerla. Si me adentrará en la sierra con esta actitud sin duda que la sierra no me sería fácil. Más bien toda la sierra me molestaría. Desde los pies hasta lo más fino del alma las zarzas me estorbarían. El arroyo se interpondría en mi paso. Y el agua me molestaría.
Pero como parto de la idea de que el único extraño, malo y destructivo soy yo, al encontrarme con los pinchos de las zarzas lo acepto como algo normal y como mis manos poco a poco las voy apartando sin romperlas. No me hiero ni me siento molesto. Logro trazar mi camino hasta por el rincón más complicado y cuando llego a las rocas, a la pared o al acantilado, me siento humilde, torpe, frágil. Busco la repisa, el sobresaliente o el agujero y con calma voy logrando mi objetivo. La sierra se me abre y se me muestra fácil, bella, amorosa. Noto que algo por dentro me va llenando de satisfacción y libertad. Cada vez que logro ir de un lado para otro por entre las zarzas me tropiezo con perfiles y matices que siempre son nuevos. Una cascada no se parece a la otra. Flores de scila que crecen donde hasta ahora nunca había visto. El mirlo que se esconde en espesuras de monte que no se parece a lo que vi la otra tarde. El musgo, el chorrillo, las palomas…
Corono el montículo entre los dos arroyuelos de este Barranco Polo. Me paro montado en una roca. Echo una ojeada al trozo de ladera que ya he subido. Lo que más me asombra es la esbelta y majestuosa figura del pino que se salvó del incendio. Tiene sus raíces clavadas en el mismo cauce del arroyo que me ha quedado por la derecha. Pero su tronco es tan largo que sobresale de este barranco y la sierra que le rodea. Pertenece al grupo de pinaster. En estos momentos y lugar es el vigía de este arroyo y media ladera más. Lo guardo en mi cámara de fotos y miro para la parte de arriba.
Casi a mi altura, por la ladera de la derecha descubro la pista forestal que surca esta amplia solana. Es una de las varias que surcan la amplia solana que va desde el Empalme del Valle, todo el valle del río Guadalquivir abajo hasta las Lagunillas por el Tranco. Más lejos y por la ladera derecha la vuelvo a ver otra vez. Se mete para el barranco del arroyo Torre del Vinagre. Hacia este punto es para donde voy. Piedras Rubias se alzan más arriba. Desde donde en estos momentos me he parado a descansar unos minutos y a gozar de la sierra que se me abre no veo Piedras Rubias ni el barranco del Arroyo Torre del Vinagre. Tampoco veo la pista que acabo de describir cuando ésta pasa por encima de donde ahora estoy. Pero adivino que no la tengo muy lejos de este punto.
Subo un poco y me la encuentro por entre los romeros de la solana. Me voy por ella y avanzo en la dirección en que sube que para el Embalse del Tranco. Atraviesa el arroyo por donde he subido, todavía con agua por aquí y me vuelvo a parar en una pequeña gruta. Bebo agua porque no es cauce sino manantial que brota aquí mismo y sigo. Antes de coronar el rellano que es el montículo desde donde ya se ve el barranco por donde baja el Arroyo Torre del Vinagre me tropiezo con otro pino. Es un laricio viejo y muy recio. Creo que alcanza los treinta metros y en su tranco tiene una gran herida. Un agujero profundo perforado por los serranos de otros tiempos. Me paro y despacio lo descubro. En el hueco del tronco que lo tiene muy a ras de tierra han hecho fuego. Me digo que será para que así el pino suelte más resina. Me digo esto y en estos momentos una vez más descubro que de estas sierras no sé mucho. He oído que de la resina que extraían de los troncos de los pinos los serranos sacaban la pez que luego vendían y usaban para hacer alquitrán. Esto es una simpleza en relación a lo que me gustaría saber.
Corono el rellano. La ruta sin senda que acabo de remontar aunque resulta emocionante no es precisamente el camino más rápido para coronar la cuerda. Pero como estoy convencido que en la sierra no debo tener prisa para nada no me importa el tiempo que tarde en subir a la cumbre. La hora y el tiempo también son extraños a los paisajes, azules y silencios de estos montes.
Como centro, la eternidad - 4
Y por eso, porque no tengo prisa al llegar al rellano me paro. Respiro el aire y gozo del rincón y me siento feliz. Si esta sierra es mía, si yo soy esta sierra, si creo en la eternidad y por lo tanto en Dios como Creador mío y de estos montes, este barranco me pertenece. No debo llegar, mirarlo de cualquier manera, asombrarme e irme. Me detengo en los paisajes y me gustan tanto que los considero únicos. Creo que este lugar es único en todo el Universo. Dejo que me bulla dentro las limpias sensaciones que me regala lo que observo y gozo tan mágico momento. Siento como si dentro de mí se abriera una verdad muy bella. Este rincón, en esta mañana, con sus pinos, sus robles, el cascabeleo del agua por el barranco del Arroyo Torre del Vinagre, los pajarillos, el leve viento y la hierba a mis pies me pertenecen desde el momento que todo esto fue creado. Por eso lo he soñado tantas veces, por eso es tan viejo como yo y va conmigo por donde me muevo, por eso lo conozco, me abraza, me habla, nos fundimos y no somos distintos y muchos sino uno que respiramos, vivimos, latimos y nos transformamos al mismo tiempo.
Cargado, centrado, reabastecido y orientado en mi espíritu y puesto en sintonía con el cuerpo y alma sigo la ruta. Dejo el camino que hasta este punto he traído porque baja para el cauce y yo debo subir. Me voy para la izquierda remontando por el puntal.
La repoblación -5
Descubro rodada de coches. El monte está lleno de los surcos que han dejado las ruedas de los coches. Han repoblado todos estos cerros. Por algunos sitios han plantado pinos y por otros quejigos y encinas buscando coincidir con lo que tanto se airea en estos tiempos. Aunque crecen más lentamente puede que cuando pasen los años estos cerros vuelvan a estar como antes del gran incendio. Fue desbastador por estas laderas que en tiempos aun más lejanos tuvieron otro tipo de vegetación.
Por ahí abajo, por donde se despeña el arroyo y por la parte alta se ve con claridad que no ardió. Los pinos, los quejigos, las encinas, las sabinas y los enebros son robustos y viejos. Puede que algunos de estos ejemplares tengan siglos. Por eso al verlos y compararlos con los pequeños tallitos recién plantados no puedo dejar de pensar en la cantidad de años que tendrán que pasar hasta que vuelva a verse por aquí un buen bosque. Y muchos más años deberán transcurrir para que este nuevo bosque tenga joyas. Piezas de museo como los que había en otros tiempos.
Para proteger a las nuevas plantas han vallado toda la colina. Estos brotes jóvenes y tiernos son bocado exquisito para las cabras monteses y para los ciervos. Como mi ruta va trazada por la raspa de la colina en busca de la cumbre al tropezarme con la alambrada busco por donde pasar. Mi objetivo es bordear el barranco, cuenca de cabecera del Arroyo Torre del Vinagre. Ahora debo seguir hasta coronar por donde la Nava del Puesto. No pretendo llegar a las tierras de Jabalcaballo por Peña Corva que no me quedarán lejos. Mi plan es coronar Piedras Rubias.
Mientras voy coronando por la derecha veo Piedras Rubias. Cada vez las tengo más cerca y me parecen preciosas. Subo por la ladera de enfrente desde donde precisamente se distingue mejor la gran pared rocosa cara al sol de la tarde. La parte alta, el pico, se alza majestuoso un poco curvado por encima de la gran cumbre. Es el punto más alto por este rincón y se me presenta tan bello y señorial que da la impresión de clavarse en el azul celeste que hoy revolotea por el cielo. Mientras voy subiendo fotografío Piedras Rubias una y otra vez. Me sitúo bajo las ramas del viejo roble que acabo de tocar y las fotografío. Es un lugar magnífico para hacer fotos. El viejo roble se salvó del incendio y ahora se estira majestuoso, curvado su tronco para el valle de Guadalquivir y el barranco de la Torre del Vinagre. Un poco más arriba me tropiezo con lo que parece un buen rebaño de dinosaurios. Unos cuantos peñascos salteados por la ladera que parecen subir para la cumbre en busca de hierba. Son tan extraños y bellos que tienen pinta de un rebaño de dinosaurios. Desde este punto hago más fotos a Piedras Rubias.
Superando el espacio de los dinosaurios me tropiezo con otro grandioso ejemplar de quejigos. Crece por donde un collado y cerca descubro la explanada de las piedras coloradas. No me esperaba lo que voy encontrando. Y me digo que mi ruta por esta ladera está siendo de lo más emocionante. Hace tiempo me dijeron que por esta solana había algo de cuarzo. Algunas de las piedras que me voy encontrando parecen cuarzo. Pero en cuanto las cojo en mis manos descubro que son de calcita. Y es muy abundante. La calcita es un mineral muy bello presentando un amplio abanico de tonos. Dorados semejante al tono de las majestuosas Piedras Rubias. Amarillentos otros, blancos y otros tonos más o menos intensos según las piedras. Me llama la atención la abundancia de tanto mineral por aquí. Se que la calcita es muy frecuente en esta Parque Natural. Me la he encontrado muchas veces en muchos rincones de estas sierras pero algún trozo entre calizas. Solo calcita y tan pura como la que estoy viendo es la primera vez que la encuentro en estas sierras.
Quiero decir que la calcita cubre casi el cuarenta por ciento de la superficie terrestre. Es un mineral común y su nombre deriva del latín, calx que es igual a cal. Se le conoce por el nombre de “Leche de monte”, a la variedad coloreada impropiamente se le dice “ónice de México” y a la que tiene concreciones fibrosas se le dice “alabastro calizo”. Este es el mineral que origina las estalactitas y las estalagmitas y los típicos travertinos.
Un día, por las Albardas en lo más alto de la cuerda que pretendo remontar, me encontré yacimientos de mineral de hierro en forma de bolas pequñitas. En la misma cumbre existe dos o tres afloraciones. Otra vez también tuve en mis manos trozos de pirita de cobre, una roca grande y que pesaba casi un kilo. Me la encontré donde esta cordillera es cortada por el río Guadalquivir cuando esté gira para Sevilla. La calcita que me voy encontrando hoy me distrae mucho y por eso me digo que a partir de ahora cada vez que recorra estas sierras iré atento para que nos e me escapa algún posible nuevo hallazgo. No me estorbará para nada saber todo lo que sea posible sobre los minerales de este espacio pero como experiencia propia.
De estas pequeñas piedras doradas cojo dos o tres y las echo en mi mochila. Cuando llegue a Piedras Rubias la grande, comprobaré si aquellas rocas son como éstas. Ya desde aquí me inclino a creer que no. Sigo y algo más tarde, cuando ya voy llegado a lo más alto y mi reloj marca casi las dos de la tarde, Piedras Rubias siguen saludándome al frente y majestuosas. Su tono es de un dorado muy parecido a las piedrecicas que llevo en mi mochila.
Sobre la cumbre - 6
Ya estoy aquí. Lentamente he caminado y casi sin darme cuenta, he tardado mucho y he sudado bastante, me he puesto en lo más alto de Piedras Rubias. En realidad no son varias sino un compacto pico rocoso. Y la primera sensación que siento es magnífica. Me encuentro feliz, relajado, en paz. Algo así como cuando uno despierta de un plácido y profundo sueño. Todo lo que en estos momentos me rodea me parece nuevo. Más limpio el cielo, más suave el viento, con más vida el monte, con más fuerza el verde de la hierba y hasta los animales que ahora se mueven por esta zona parecen contagiados de alegría nueva. Tengo conciencia de que ahora mismo estoy viviendo un privilegio. Respirar este vientecico, pisar estas cumbres, contemplar estas rocas, sentirme aquí, andar por entre este silencio, con este abrazo tan dulce y por el tiempo que ni se siente, es para mí el gozo más supremo.
Desde el cruce de los caminos hasta lo más alto de Piedras Rubias se llega por la senda que avanza cuerda adelante desde la Nava del Puesto dirección Jabalcaballo. Justo desde la pradera donde se cruzan los caminos, Nava del Puesto, el camino es pista forestal. Baja un poco para el barranco para salvar la cumbre del Caballo de la Zarza y luego sube. Es bellísimo este trozo de camino. No es sólo porque discurra por lo más alto de la cuerda sino porque lo escolta un espeso bosque de pinos laricios y quejigos. No es normal encontrar ejemplares de pinos como los que por aquí crecen. Muchos de ellos tienen en sus troncos las cicatrices que le hicieron para sacarles resina. Los quejigos también son de los mejores de estas sierras. Clavados en los sitios más difíciles, retorcidos, con mil huecos en los nudos y majestuosos. Como si presumieran de mecese donde las nubes son libres y únicas.
En cuanto pasa el último gran roble, por donde quiere brotar un débil manantial, el carril empieza a morir. Poco a poco deja de ser pista forestal y lo que continúa ya es una senda. Se cuela en la ladera por donde todo es un terraplén formado de multitud de piedrecillas rodadas desde la cumbre. Se le conoce a este punto con el nombre de los Asperones. Y ciertamente es muy áspero este rincón que son los primeros metros de la cuenca Arroyo Torre del Vinagre. Es muy bella esta singular ladera. Arranca en la misma cumbre que voy dejando a mi izquierda, lo más elevado del caballo Fuente de la Zarza y que se le conoce por Los Palancares. Esto Palancares están formados por tres agrestes picachos que superan los 1514, 1520 y 1456 metros sobre el nivel de mar. Y como precisamente esta cumbre es el punto más alto del Arroyo Torre del Vinagre y este cauce corre de norte a sur la ladera de los Asperones está por completo deshecha.
La lluvia, el viento, la nieve, los hielos y en verano el sol se rompen de plano sobre estas rocas. Un poco cada uno de estos elementos deshace las piedras y éstas, en trozos pequeños, ruedan en la misma dirección que bajas las aguas por el arroyo. De este modo se forma la peculiar pendiente de los Asperones que comienza en la misma cumbre y se alarga hasta lo hondo del barranco. Por donde nace el Arroyo Torre del Vinagre todo es muy abrupto y profundo.
Mientras voy recorriendo la senda y atravieso el paisaje rocoso me digo que en realidad esta ladera es muy similar a muchos de los calares que existen en estas sierras. Se asemeja bastante al calar de Peña Juana por el macizo del Cabañas y arroyo de Los Tornillos sólo que aquel se derrama de sur a norte y éste lo hace de norte a sur, más o menos. Las piedras de aquel y de éste son calizas y como es tanta la cantidad cubriendo la ladera la vegetación casi no existe. Pocas plantas pueden vivir en terreno tan malo. Por aquí solo algún roble, dos o tres pinos laricios, enebros y pequeñas matas de hierba. Algunos narcisos enanos, scila, cardos y poco más.
Al pasar por los Asperones la senda se estrecha y se abre paso con mucha dificultad. Es por esta razón por lo que la pista decidió no seguir. Aunque creo que esta no fue la razón por la que la pista muriera. Si hubiera seguido habría atravesado este grandioso calar, se abría asomado por el collado entre Piedras Rubias y el Palancar Alto, habría recorrido una preciosa llanura y por el lado norte de pico Pardal se hubiera acercado a Peña Corva. Desde aquí se habría ido y en realidad se va porque en este punto existe esta pista por las tierras altas de la altiplanicie de Jabalcaballo.
Puntualizo aquí que muchas de las pistas forestales que recorren estas sierras fueron construidas por el Patrimonio Forestal cuando plantaron muchos de los pinares que ahora existen y otras pistas las abrieron en la etapa de Icona. Algunos de estos carriles fueron trazados por los sitios más complicados y difíciles. No importaba que se tropezara con un gran paredón rocoso. A cincel y martillo se rompían las rocas y la pista seguía. Algunos de estos caminos costaron mucho trazarlos. Yo los he visto y al pasar por ellos siempre me quedé asombrado. Fundamente por dos cosas. La obra robusta y grandiosa de Dios y el destrozo de los humanos. Lo único que en este sentido me consuela es saber que por muchos de estos carriles no se deja paso libre.
El caso es que continúo por la senda de los Asperones. Intuyo que este camino sé es de los serranos que en tiempos pasados vivían en los cortijos de la sierra. Tenía que pasar por aquí ellos para ir al pueblo de la Iruela y Cazorla y para llegar a otros cortijos. Según avanzo mi asombro aumenta. Ya esto a dos paso de la gran muralla de Piedras Rubias. Le voy entrando desde el poniente cuerda adelante para Peña Corva. Es por este lado por donde Piedras Rubias presenta su cara más espectacular. La parte más bella de todo este gran conjunto montañoso. Porque es la cara dorada, la que brilla con tonos oro al sol de la tarde y se ve desde casi todo el valle del Guadalquivir. De esto le viene su nombre. Esta pared se alarga desde lo más alto de la cumbre y cae en vertical para el hondo barranco del Arroyo Torre del Vinagre. Tengo que decir que Piedras Rubias se derraman de arriba abajo. Desde lo más alto de la cumbre para el valle del Guadalquivir. Según avanzo por la senda este macizo de Piedras Rubias me tapa toda la cumbre de las Banderillas. Y tengo que decir que una de las cosas más bellas de estos monstruos rocosos es el abanico de tonos que regalan. Lo más próximo a mí, que es lo que en estos momentos ando buscando, presenta tonos rubios, dorados, rojos, grises, naranja, ocres y todos estos tonos fundidos en uno solo. El macizo de las Banderillas me regala tonos azules, verdes, grises, blancos niebla y hasta casi algodón.
Lo digo porque en estos momentos por encima de las Banderillas revolotean muchas nubes. Unas son arrugadas, otras alargadas, redondas, estiradas en la dirección del viento y todas parecen querer dormir sobre la punta de esta cuerda. Entre las Banderillas y mi cordillera, la que voy recorriendo, se hunde el valle del Guadalquivir. Por este trozo de la sierra los tonos son negros, marrones, sombras y oscuridad. Más próximo a donde estoy ya son por completo verdes. El bosque se derrama barranco abajo y en el bosque crecen los pinos, los quijigos, enebros y encinas. El espectáculo es grandioso.
Se me viene a la mente el recuerdo de unos textos antiguos. Me llamó a atención las imágenes que presenta de estas sierras. Las describen muy ampulosamente, llena de temblores, de asombros y de horror. “Pinos monstruosos”, “Paisajes amenazadores y espantosos”, “Cavernas de dragones”, “Concepciones fantásticas”. Pero ahora recuerdo especialmente otro texto del año 1940 donde se describe algo que en estos tiempos ya no existe y que sí me hubiera gustado ver con mis propios ojos. “La sierra está poblada de cortijos y hay muchos pinares y otros árboles. Críanse en ella osos, jabalíes, corzos y cabras montés. Tiene, muchas fuentes muy abundantes de donde manan muchos ríos de buenísimas truchas, anguilas y peces”.
Creo que sí es verdad que en estas sierras hubo osos. Y estoy muy convencido de que por aquí, por el rincón que voy recorriendo, es por donde quizá vivieron los últimos de estos osos. Varios puntos de esta cordillera tienen nombres que hacer referencia a estos animales. Y también digo que la sierra no es tenebrosa. Estos barrancos con sus hermosísimos ejemplares de robles no resultan espantosos a mis ojos sino grandiosos. Repletos de la más fina belleza que remite a Dios.
Fotografía mi hermosa cumbre fundiéndola en esta ocasión con la cuerda de las Banderillas y sigo mi avance por la senda. Según voy atravesando el calar Piedras Rubias van apareciendo cada vez con más nobleza. Por la izquierda también se aparece la cumbre de Palancar Alto. Llego a un collado y desde aquí veo a lo lejos las ruinas de algunos cortijos. Cerca observo bancales sujetando las tierras en la ladera. Se me esponja el corazón sabiendo que en otros tiempos por estas profundas sierras hubo gente cultivando las tierras. Creo que hoy todo está abandonado. Solo en verano pastorean por aquí algunos rebaños de ovejas. En estos momentos el silencio es hondísimo y la paz densa. Es lo que abrumadamente capta el alma en muchos kilómetros a la redonda. Sin embargo el verde de los pinos es puro, canta algún parajillo y el viento y las nubes se pasean limpiamente por entre las rocas y el cielo.
Salgo del calar, subo un poco girando para la derecha y luego a la izquierda y ahora el corazón me late más aprisa. Dentro de unos minutos voy a coronar otra vez la cumbre. Ahora es por este pequeño y mágico collado entre Palancar Alto y Piedras Rubias. Subo siguiendo la cordillera en la dirección del levante y como por aquel el paisaje se abre para luego abrirse más en las llanuras de Jabalcaballo, el terreno se presenta con muchas ondulaciones. Me asombran de tan bellas como son. Pico a un lado y otro, collados, pequeñas navas, laderas en casi todas las direcciones, algún que otro montículo que nace y muere por aquí mismo y en lo alto rocas. Las rocas en estas cumbres se presentan a mis ojos en todas las formas, colores y tamaños. Una vez más descubro que este rincón es de una belleza sin igual en las sierras de este Parque Natural.
Voy llegando y la emoción me crece. Este es uno de los momentos más emocionantes y plenos jamás vividos por mí. Lo sé muy bien. Desconozco qué me puedo encontrar al otro lado de estas cumbres. Es la primera vez que vengo por aquí. Desconozco todavía gran parte de las sierras de este Parque. Y como lo desconozco pero intuyo que serán paisajes ricos en matices me arde en alma el deseo de encontrarme a lo que tanto amo aunque aun no lo haya visto. Consumo los últimos metros, giro para el levante, paso rozando las rocas que a la izquierda forman un pequeño desfiladero. La senda deja de subir. Se nivela adaptándose al terreno y aquí está: ante mí, la espléndida, la extensa, la plenamente bella y acogedora llanura de Jabalcaballo. Por la izquierda me corona el Palancar y por la derecha me sobresale Piedras Rubias. Los montes me saludan desde sus rocas, perfiles azules y ondulaciones tapizadas de verde invierno y naranja otoño. Si digo que es inenarrable es decir nada porque esta expresión es un reconocimiento de impotencia y anonadamiento ante lo que tengo frente a mis ojos. Mi deseo es ahora descubrir lo más exactamente posible para así poderlo transmitir. Pero lo que esto me regala e hiere en el alma no sé yo expresarlo.
Me paro en el mismo punto en que al subir, domino la máxima panorámica y lo primero que descubro se parece a algo que ya he visto en otro rincón. Justo de mis pies arranca un pequeño bosque de pinos no muy grandes. Nada más verlos me digo que esto lo tengo yo visto en algún lugar de estas sierras. Y es verdad. Tanto los pinos como la configuración del terreno se parece a un trozo que yo tengo muy pisado por las cumbres del Gilillo. Es exactamente el Portillo de la Calabaza cuando la senda vuelca desde el puerto del Gilillo para el Valle del Sinclinal.
Por la cumbre del Palancar Alto - 7
Sobre la cumbre de este monte noto que la sierra se me derrama en todas las direcciones y ya algo más lejos, para el norte, todo me es desconocido. El terreno se hace llanura y luego se ensancha. Por un lado se derraman Piedras Rubias, más lejos Peña Corva, el Morrón de los Cerezos, el Pardal más cerca y a la izquierda y entre los cuatro picos se queda Jabalcaballo. Hoy ya está verde. En cuanto avance un poco más la primera se pondrás más verde y cuando ya vaya llegando el verano su verde llegará al máximo. En estas praderas y en las llanuras a un lado y otro la hierba crece abundante y verde denso. Por entre el verde de las praderas resaltan los arbustos espinosos. Majuelos rosales silvestres y aulagas. Su color es ocre porque aun no han brotado. Y sobresaliendo por entre los arbustos y la hierba pequeños montículos de piedras blancas. Son las típicas rocas de esta cordillera a partir de este punto.
Peña Corva, la Morra de los Cerezos, la Blanquilla Alta y Baja, la Lancha de la Cigarra y otros puntos de estas cumbres cuyos nombres tendré que ir aprendiendo, están formados por rocas calizas casi tan blancas como la nieve. “Las montañas blancas” creo que en otros tiempos era como se le conocía a estas cumbres. No quiero inventar una realidad nueva pero para mí me guardo este nombre. Creo que le cae bien a estas sierras.
De este tema y algunos más hablo con el pastor que cuida a sus ovejas cerca de Piedras Rubias.
- Por estas laderas, picos y barrancos, en aquellos tiempos cuando en los inviernos llovía y llovía era gloria bendita ver los manantiales brotando por cualquier sitio. De esta roca, de aquella pradera, de esa torrentera, y de aquel agujero salía el agua a raudales. Era una delicia tropezarte con un manantial por aquí otro por allí y por todos sitios agua brotando limpia, fría y transparente. Esto era en aquellos años cuando llovía como tiene que ser.
Mientras me habla las ovejas pastan apurando los tallos de hierba que el invierno ha dejado por estas tierras.
- Esto del pastoreo por estos montes se ha quedado solo para unos pocos. Es casi como un entretenimiento. Por eso cuando los turistas vienen por aquí le llama mucho la atención ver ovejas sobre las cumbres de estas montañas. Parece como si lo más importante, para estas sierras y ahora, fuera solo el turismo. No se habla de otra cosa en todos los rincones de este Parque Natural. Un día y otro solo se gastan dinero en construir hoteles, hacer propaganda, embalsar piscinas y crear villas turísticas por Cazorla, Segura, Fuente Negra. Y menos mal que pararon el proyecto para traer agua al pantano de Aguascebas desde el río Guadalquivir. Por aquí cerca hubieran pasado los tubos.
Los escucho un rato. Lo despido luego y sigo subiendo para lo más alto de Piedras Rubias. Al pasar junto a la pared de roca del aguilón que esta cumbre forma veo la luna destacada sobre el azul del cielo. Me gusta el cuadro y por eso la recojo en fotos. Justo ahora, por los escalones de este robusto farallón revolotean algunos roqueros. El roquero en estas cumbres no es el joven que canta o baila rok en las discotecas sino un ave que vive por las rocas de las montañas y que es como un gorrión de grande más o menos. Su color es pardo y casi siempre anda solo.
Sigo rodeando la roca para entrarle por la parte de levante que es el lado más fácil de andar. Mientras voy coronando los últimos metros me repito lo último que me ha dicho el pastor:
- Los jóvenes serranos mis hijos y los de otros como yo, se van de estas sierras. Ellos ya no quieren ovejas sino que se van a los pueblos y ciudades. Cuando vuelve por aquí siempre vienen en actitud de visitantes. No quieren quedarse.
Piedras Rubias fuente en la pista - 8
Ahora casi me da pena irme de esta cumbre. He tardado tanto en llega a ella, me ha latido tanto el corazón mientras subía por la ladera y mientras me acercaba, la he soñado tantos días a lo largo de años, la he deseado con tanta fuerza y la he fundido tanto a mi alma que cuando ya por fin estoy sobre ella me da pena irme. Sé que quizá pase mucho tiempo antes de que vuelva otra vez. Puede que incluso no vuelva por aquí nunca más. No es fácil llegar a esta cumbre, no tengo mucho tiempo para recorrer estas sierras y ya hace tiempo que presiento mi marcha para siempre. Ya estoy dejando de ser joven. Puede que nunca más vuelva por aquí y esto me pone triste. Es como cuando una pierde al ser que ama y en el fondo sabe que nunca más lo verá.
Por eso ahora, cuando ya el sol cae un poco para el horizonte y comienza a irse de estas cumbres, ya también comienzo mi descenso rumbo ya a donde esta mañana he dejado el coche. Desde la cumbre de esta impresionante molen rocosa me empiezo a ir. Bajo saltando rocas campo a través solo con la intención de buscar la pista que pasa por el lado de debajo de Piedras Rubias. Este lado de Piedras Rubias es muy parecido que también tiene Peña Corva. Casi gemelo y en la misma posición y los dos deslizándose para el valle del Guadalquivir. Ambas caras forma como un terraplén que sube o baja según se mire desde la parte más alta y se funden con la ladera que cae para el valle del río. En Peña Corva, la vecina de ésta que ahora piso, el terraplén es más suave, menos rocoso y menos diferente entre cumbre y valle. En mi cumbre amada y soñada el terraplén es muy agreste. Es la misma cumbre de jirones rocosos, retorcidos y tajados que desde arriba se prolongan ladera abajo. Por eso este terraplén es más duro en sus detalles, en su visión y en sus perfiles.
Es muy complicado de andar y por aquí me voy yendo. Lo voy recorriendo lentamente para que me dure más. El alma se me queda y por eso tengo tristeza. Hasta me entran ganas de llorar. Mi sentimiento es de despedida para siempre. Siento un dolor que sabe a muerte y sé que en cuanto llegue no podré apartarlo de ninguna manera. En estos momentos gozo y sufro, soy feliz y lloro porque me darán un golpe muy duro. Mientras bajo me corre por las venas este dolor y el único consuelo que tengo es pensar que antes que yo hubo otras personas que también fueron echados de estas sierras.
Por la fuente sin nombre para mi -9
Me ha costado mucho bajar pero ya estoy en la fuente. Me la he encontrado en la misma pista forestal que esta mañana corté cuando subía. Me duelen los pies de tantas rocas como he pisado. Estoy sudando y cansado. Mojos mis manos, lavo mi cara, bebo y a la sombra me siento. Agua limpia y fresca tal como más me gusta a mí. Hasta tengo aquí un buen rodal de juncos gruesos y altos. Corto uno de los más gruesos. Con otro algo más delgado y seco lo introduzco por el corazón del primero y lo dejo hueco. Ya tengo un utensilio muy parecido a lo que en la civilización moderna llaman pajitas. No es de plástico sino vegetal. Creo que las auténticas pajitas son esta que acabo de fabricar.
Me pongo de rodillas cerca de la fuente. Meto mi pajita en agua y bebo. No es la manera correcta de beber en las fuentes de estas sierras pero así lo hago hoy. Me siento a la sombra de los pinos. Dejo que el viento me acaricie. Dejo que pase el tiempo. Ya no tengo prisa y si pena. De mi mochila saco la poca comida que hoy he traído conmigo y como. Ya hace bastante que se ha pasado la hora de la comida pero a mi me da igual. En estos momentos es cuando tengo hambre. Como despacio y media hora más tarde me levanto. Bebo otra vez y retomo la ruta. Ahora baja por el barranco de la Torre del Vinagre. A poco veo el cortijo en lo hondo. La pista se divide. Un ramal sigue al frente y se va para donde Peña Corva. Otro ramal baja por la ladera hacia la cañada por encima del cortijo Torre del Vinagre. Sigo por este ramal. Muchos romeros, juncos, bañeras de barros obras de los jabalíes, colmenas entre los romeros, gomas de plástico por donde se llevan el agua del manantial que brota por este rincón. Es el agua que van soltando las entrañas de Piedras Rubias. En cuanto sale por este buen manantial la mente en tubos de plástico y por la ladera se la llevan para las instalaciones turisteras. Me digo que es una pena porque esta fuente y en este lugar seguro que sería una auténtica joya. Ahora no lo es.
Recorro la cañada por donde otra vez la pista se divide. Un ramal viene para el lado de la derecha, Arroyo Torre del Vinagre y otro ramal se va por el collado para el Museo de la Torre del Vinagre. El de los turistas. Me encuentro con el cortijo verdadero. Tiene su cerca de alambre pero la puerta está abierta. Paso y antes de llegar llamo. No hay nadie. Me paro un momento en el mismo rellano del cortijo. Observo la parra, las plantas, la forma del viejo cortijo. Sigo y me retiro. Se me queda atrás y también el barranco que se ha fraguado por debajo de Piedras Rubias y es por donde desciende en grandioso Arroyo Torre del Vinagre. Atravieso un bosque de encinas dirección al río Guadalquivir. Llego a la carretera asfaltada. Giro para la derecha sigo mi ruta. Triste aunque redondo por dentro. Paso el Arroyo Torre del Vinagre pero ahora por el puente de la carretera asfaltada. Unos minutos después llego al coche. Se me acaba la ruta. Se me acaba el tiempo. Se me acaba el alma y por eso echo una última mirada al grandioso macizo que hoy ha sido corazón y emoción conmigo. Me despido y lloro. Soy feliz pero tengo dolor porque nunca más volveré por el rincón. Me desterrarán y me encerrarán en una cárcel muy extraña y lejos de estas sierras. Lo presiento y por eso lloro.
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